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Diálogo entre Caronte y el ánima de Pedro Luis Farnesio, hijo del papa Paulo III

Diego de Mendoza

(Fue escrito en el año de 1547.)



     ÁNIMA. -¡Hola, hola! ¡Ah viejo de la barca! ¿No oyes? Espera, no te partas, respóndeme a lo que quiero preguntarte.

     CARONTE. -¿Quién será este presuntuoso arrogante, que con tanta furia camina y con tanta priesa me llama? Quiero esperalle y saber quién es. ¡Válgalo la ira mala! Extraño debe ser éste. Sin pies ni manos camina, hendida la cabeza, como dicen, de oreja a oído, degollado y con dos estocadas por los pechos. Mátenme si no debe ser de los de la rota de Albis, y hase tardado en llegar por falta de piernas. Camina, si quieres; que me haces perder el tiempo esperándote. Entra y dime quién eres, que extrañamente bienes lisiado.

     ÁNIMA. -¿Qué dices? ¿Qué cosa es entrar? ¿Con tan poco respeto me hablas? ¿Soy hombre yo, por ventura, que tengo de entrar en docena con esa canalla de que tienes llena la barca?

     CARONTE. -Perdóname, que el verte desnudo, lleno de heridas y maltratado me hizo creer que eras alguno de los que voy tan cargado, y que te habías tardado de no haber podido caminar más con esas piernas, que me parecen tan ruines como las manos. Pero ¿quién eres?

     ÁNIMA. -Romano.

     CARONTE. -Tu habla da testimonio. Ni por esas señas te conozco.

     ÁNIMA. -¿Cómo no? ¿No conoces al duque de Castro, al príncipe de Parma, al duque de Plasencia, al marqués de Novana, capitán general y confalonier de la Iglesia?

     CARONTE. -Todo eso no basta para que te conozca; porque los mas de los títulos que has dicho son tan nuevos, que aún no han llegado a mi noticia. Pero dime tu propio nombre si quieres que te conozca.

     ÁNIMA. -¡Oh viejo loco, ignorante! ¿Es posible que no conozcas al hijo del Papa?

     CARONTE. -No, que no le conozco, ni aún sabía yo que los papas tuviesen hijos. Más agora me acuerdo de un cierto duque de Valentinois, que pasó por aquí no sé cuantos años ha, tan arrogante como tú, y aun casi tan bien acuchillado, que dijo ser hijo de un otro papa, y quería también, como tú, que por ésto se le tuviese respeto.

     ÁNIMA. -Yo creo que disimulas conmigo, por verme así solo y maltratado, fingiendo no conocerme; pero no puede ser que no conozcas a Pedro Luis Farnesio, gentilhombre romano.

     CARONTE. -¡Oh, oh, oh! Agora sí que te conozco como a mí. ¿No eres tú el coronel Pedro Luis, hijo de Alejandro Farnesio, que al punto es Paulo III, sumo pontífice de los cristianos? De la primera vez te conociera si dijeras tu propio nombre; pero por esos otros títulos nuevos e inusitados apenas te conociera quien te los dio. Mas dejado esto, ¿cómo vienes así?

     ÁNIMA. -Matáronme ciertos vasallos míos.

     CARONTE. -¡Oh mal caso! Oh grave maldad! ¿Es posible que los vasallos osen matar a su natural señor? ¿Dónde te mataron?

     ÁNIMA. -En Plasencia, de donde me había hecho duque y señor mi padre, poco ha más de dos años.

     CARONTE. -¿Y eran placentinos los que te mataron?

     ÁNIMA. -Sí, y de los más principales de aquel estado.

     CARONTE. -Pues de esa manera, ¿cómo dices que eran tus vasallos? Agora no me maravillo de que te matasen; pero maravíllome mucho que tu padre te hiciese señor de lo que no era suyo ni podía ser tuyo.

     ÁNIMA. -¿Cómo no? ¿No puede el Papa hacer lo que quiere del patrimonio de la Iglesia?

     CARONTE. -No, según dicen algunos de vuestros canonistas, que han pasado por aquí; pero demás destos, otros juristas imperiales, y particularmente milaneses, me han dicho que el estado de Plasencia no es sino patrimonio del ducado de Milán, que fue empeñado por poca cantidad de dineros; y si es, ¿mira cómo te lo podría dar?

     ÁNIMA.-No faltó allá en el mundo quien dijo todo eso a mi padre y se lo dio a entender, y todavía él me lo dio, y yo no había de buscar mejor título, cuanto más que lo busqué y procuré, y supliqué al Emperador por la investidura; el cual nunca me la quiso dar, siendo mi consuegro y habiéndole servido.

     CARONTE. -Si a todos los que le han servido más y mejor que tú hubiese el Emperador pagado como a tí y a los tuyos, sería menester, o que conquistase otro nuevo mundo para pasar, o se despojase de lo que tiene para pagar. Más ¿sabes qué he pensado? Que los placentinos te pagaron imperialmente de los males y daños que a ellos les habías hecho, como de los deservicios que al Emperador pensabas hacer.

     ÁNIMA. -De lo hecho no digo nada, porque todo el mundo sabía cómo he vivido; pero ¿quién te ha dado aviso de lo que pensaba hacer?

     CARONTE. -¡Qué bobo eres! Por más avisado te tenía. ¿No sabes que pasó por aquí, pocos meses ha, el conde de Fiesco, que iba tras Joanetin Doria, a quien él por tus persecuciones hizo matar, el cual, como mozo y de poca experiencia, contó aquí en esta barca a otros rapaces, como él cuantos tratos tenía contigo, salvo los carnales, que por ser tan feos, aún los demonios que acá están aborrecen oillos?

     Pero no es nada esto. ¿No sabes que ayer, a manera de decir, pasó por aquí el rey Francisco de Francia, tu caro amigo y pariente que había de ser, el cual me dijo en secreto casi la mayor parte de las tramas que entre él y tú habíades urdido, y venía mal enojado con la muerte, porque le había atajado los pasos antes que las pudiese poner en efecto? Demás desto, ¿no sabes que el año pasado bajó acá Barbaroja, que la mayor lástima que llevaba era no haberse podido vengar de tu padre de no haber cumplido con el Turco ni con él nada de tanto que les prometió cuando lo de Castro y cuando lo de Tolón? como si tu padre, por mucho que lo intentó pudiese estorbar que los cielos y los hados no favorezcan y prosperen las cosas del Emperador, y que no las levanten al cielo, cuando en la opinión de los hombres están más cerca de caer por tierra. Mira si de tales tres testigos he podido ser bien informado de tus hazañas y de las de tu padre.

     ÁNIMA. -¡Qué digresión tan larga has hecho y cuán fuera de propósito! Y ya que así sea lo que has dicho, ¿qué tiene que hacer con el derecho que yo tenía al estado de Plasencia, ni con la autoridad que mi padre tuvo para dármelo?

     CARONTE. -A esto respondí, si te acuerdas, antes que viniese a la digresión que dices; sino que como traes la cabeza tan abierta, hásete salido de la memoria por la herida. Todavía tornó a decir, y tú lo sabes, que no era de tu padre ni te lo pudo dar, y que por ser contra todo derecho, el Emperador no lo quiso consentir. Y aún si miraras al título de la concesión, vieras que no había en él ninguna firma de cardenal ni de ningún vasallo ni aficionado a su majestad. Donde se ve claro que fue concesión injusta, hecha per aliamtiam y de manga, como se suele decir.

     ÁNIMA. -¿Qué se me da a mí de eso? Yo me era duque de Plasencia a su placer o su pesar; y si mi derecho era bueno o malo, yo no tenía necesidad de ponello en disputa con nadie; cuanto más, que cuanto al testamento de Adán, tan mío era aquello como del Emperador lo que tiene, y si vamos con curiosidad del derecho de cada uno, ninguno lo tiene mejor a lo que tiene que la posesión, y al cabo el mejor derecho es e1 más antiguo de posesión; de manera que sola esta ventaja me podrían a mí hacer los otros príncipes, que era habérmelo yo conquistado y ellos heredado.

     CARONTE.-Si trujeras la cabeza sana, creyera que traías vacía; pero véotela tan llena de sesos, que revientan por defuera, de manera que no sé qué me diga de tí. Todavía quiero replicar a lo que has dicho con sola una palabra, y es que de no dársete nada, y de ser duque a pesar del Emperador, y de haber tú usurpado la señoría y hecho de la fuerza derecho, mira lo que has ganado, y des las gracias a tu padre por la merced y beneficio que te hizo.

     ÁNIMA. -¡Oh, oh, oh! Eso es fuera de propósito; porque los hombres valerosos acometen las grandes hazañas, no obstante que la salida de ellas sea difícil y trabajosa, cuanto más que el hombre pone y Dios dispone.

     CARONTE. -Es verdad, y así me parece que aconteció a tí con los condes que te mataron, y a ellos contigo, porque tú acometiste tiranamente serles señor; gobernaste después como tirano, por no saber, como dices, la salida de las cosas; y al cabo moriste como tirano, y ellos acometieron como valerosos en matar al tirano sin saber cómo saldrían dello; y dispúsolo Dios de manera que les salieron las cosas mejor de lo que pensaban. Mas dejado esto, ¿dónde estabas cuando te mataron?

     ÁNIMA. -En la ciudadela, que es una casa fuerte de aquella ciudad.

     CARONTE. -No debía ser muy fuerte, pues tan poco te aprovechó.

     ÁNIMA. -Sí era, y harto; pero estaba casi solo.

     CARONTE. -Pues ¿cómo, siendo tirano, estabas casi solo?

     ÁNIMA. -¿Quién se puede guardar de traidores?

     CARONTE. -Quien no la hace no la teme; quien no hace agravio, mal ni daño alguno.

     ÁNIMA. -A los que me mataron poco les había tomado, puesto que si me esperaran cuatro horas...

     CARONTE. -Ya te entiendo; de manera que si ellos fueron traidores, tú eras alevoso; y si no se anticiparan, tú te anticiparas.

     ÁNIMA. -Sí, porque tenía ya aviso de sus tramas y tratos.

     CARONTE. -Bien se parece en el cuidado que tuviste de guardar tu persona.

     ÁNIMA. -¿Quién había de pensar que cuatro o cinco vasallos míos, sin favor ni calor de otro, osaran de acometerme?

     CARONTE. -Quien los tenía injuriados, quien les había hecho agravios, y se los hacia cada día.

     ÁNIMA. -Nunca yo les hice agravio particular a ellos, que el pueblo no lo recibiese muy mayor; y sufriéndolo este, pensaba yo que aquellos lo sufrirían.

     CARONTE. -Si te engañó tu pensamiento, la experiencia te lo muestra, cuanto más que era gran liviandad la tuya, pensar reinar como tirano y poder vivir seguro; porque la indinación del pueblo maltratado pone armas en la mano del noble, el clamor de la injuria del pueblo despierta e incita a la venganza el ánimo del noble; ¿cómo es posible que no hayas oído la fin que hubieron los tiranos que contra toda la razón quisieron señorear?

     ÁNIMA. -Ya que eso sea así, no vivía yo tan descuidado como eso, ni tan a lumbre de pajas; que guarda tenía de a pie y de a caballo, muchos particulares y amigos, muchos caballeros y muchos soldados pláticos y valientes, a quien entretenía por buen respeto y para mayor seguridad de mi persona.

     CARONTE. -Pues ¿qué se hicieron ésos que dices? ¿Dónde estaban cuando los hubistes menester?

     ÁNIMA. -Por ser la casa estrecha, y también porque me fiaba de pocos, los tenía aposentados por la ciudad(1), y solamente tenía conmigo dentro de la ciudad aquellos que no podía excusar.

     CARONTE. -Antes, según me dijo un obispo, mozo de buen gesto, que tú martirizaste diabólicamente pocos años ha, solamente tenías contigo los que pudieras y debieras excusar, y quizá aquellos polvos trujeron estos lodos; pero no me maravillo de que te fiases de pocos, como dices, sino de que siendo tirano y viviendo como vivías, osases fiarte de tí mismo, considerado que la vida del tirano no es otra cosa que una sombra de la muerte, una gruta obscura llena de mil malas visiones, un camino áspero y estrecho, lleno de todas partes de mil géneros de inconvenientes, lazos y peligros, sin que pueda excusar de caer en alguno de ellos. Malaventurado de ti, nómbrame alguno de esos parientes, amigos o criados que tenías contigo, que te sirviesen por amor o por tus virtudes y valor.

     ÁNIMA. -Servíanme por el bien que mi padre y mis hijos les hacían, y por él que yo les pudiera hacer si viviera.

     CARONTE. -Pero si por interés te servían, ¿cómo no considerabas que aquel a quien basta el ánimo para servir a un tirano por interés, le bastara el ánimo para matarle?

     ÁNIMA. -Ya lo consideré algunas veces; pero asegurábanme los buenos tratamientos que yo les hacía.

     CARONTE. -¿Buenos tratamientos llamas quitarles cada día las haciendas, sus franquezas y libertades? ¿Cuál tirano hizo jamás mejor tratamiento a privado suyo, que hacia el duque Alejandro, tirano de Florencia, aunque con más honesto título, que también pasó por aquí lo otros días, a Lorencin de Médicis, su primo hermano, el cual por premio de tantos beneficios lo mató después a puñaladas?

     ÁNIMA. -Fue cosa muy fea y gran maldad de caballero.

     CARONTE. -Verdad es; pero permitió Dios a las veces tan gran mal por excusar otro mayor, como permitió que Joab, capitán de David, matase a Absalón, su más caro hijo, por excusar el daño mayor, que fuera si el hijo matara al padre y le quitara el reino; y como permitió que Judit, viuda, mujer honesta, siendo ejemplo de verdad y de bondad, ensangrentase las manos y degollase aquel tan famoso capitán Holofernes, porque aquel no usurpase el reino a Osías.

     ÁNIMA. -Tú eres gran sofísta; yo no vine aquí para disputar contigo, ni menos para oír tus sermones: yo te digo que me vi duque y señor pacífico de Parma y Plasencia, temido de muchos y estimado de todos.

     CARONTE. -¿Quieres dejarme decir una palabra, y después di cuanto quisieres? Mira cuán grande era tu ignorancia allá en el mundo, que aún te dura hasta agora. ¿Cómo te podías llamar duque pacífico, si tus mismos vasallos, como tú los llamas, te hacían la guerra? y si eras temido de muchos, ¿cómo no temías de ninguno? Pues quiere toda buena razón que tema de muchos aquel de quien todos temen; y si eras estimado de todos, ¿cómo estimabas tan poco a los que te mataron?

     ÁNIMA. -Porque no eran hombres para competir conmigo.

     CARONTE. -¡Ah, ah, ah! Esa es la más nueva necedad que nunca he oído:¿fueron hombres para matarte, y dices que no eran para competir contigo? Agora veo que el desacato que te tuvieron te hace desvariar de lo que comenzaste a decir.

     ÁNIMA. -Digo que yo era señor, ora fuese por amor, ora por fuerza, y puesto que yo fiaba mucho en la autoridad de mi padre, en el parentesco que tenía con el Emperador, y en lo que había hecho de nuevo con franceses y venecianos, todavía para prevenir lo de adelante y asegurarme a mí y perpetuar mi estado, comencé a labrar mi castillo desde los fundamentos, que por ventura si se acabara, fuera de los mejores de Italia.

     CARONTE. -Pues ¿por qué no lo acabaste?

     ÁNIMA. -No por falta de diligencia, porque jamás se hizo tanta, como se puede ver hoy en él, que en dos meses y medio lo puse desde la primera piedra casi en defensa, y tenía pensado al fin de este mes, y estar allí de ordinario, donde pensaba estar tan seguro como en el castillo de San Ángel.

     CARONTE. -¿Y habías hecho en tan poco tiempo castillo para defenderte, y labrado aposento adonde pudieses estar? ¿Cómo puede ser?

     ÁNIMA. -El aposento no lo labré yo, porque me serví para este efecto de un muy hermoso monasterio de frailes, a la redonda del cual hice fundar el castillo, de modo que quedase el monasterio por aposento dél.

     CARONTE. -Pues ¿cómo de casa de oraciones hacías espelunca de tirano? No quiero decir de ladrones porque no te enojes,

     ÁNIMA. -Sí, porque me convenía así, tanto por la bondad del sitio, cuanto por la presteza, y aún decirte he la verdad, por ahorrar de costa.

     CARONTE. -Esa debieras decir primero, y de ahí debió nacer la tos a la gallina, porque, si no me engañan(2) de la quiromancia o de la fisonomía que me mostró un cierto favorecido de tu padre que pasó poco ha en esta barca, debe ser avarísimo; y créolo, porque si fueras liberal, no te hallaras tan solo cuando te mataron; pero dime, ¿cómo osaste tomar el monasterio que no era tuyo, para usar tan mal dél? ¿No veías que era temeridad y cosa contra vuestra religión?

     ÁNIMA. -A propósito no lo hilamos tan delgado los príncipes como la gente popular, cuanto más que no lo hice sin el consentimiento de mi padre.

     CARONTE. -No lo creo ni es de creer, puesto que otras cosas peores se han dicho de tu padre en esta barca. Pero si tú lo hiciste sin autoridad, hiciste mal; y si tu padre te la dio, paréceme que hizo peor. Y agora me maravillo menos de lo que hicieron los placentinos, pues entraba Dios a la parte en el número de los injuriados. ¿Por qué suspiras? ¿Por qué te pelas la barba?

     ÁNIMA. -¡Oh! que estoy desesperado.

     CARONTE. -Créolo, y cada día lo estarás mas.

     ÁNIMA. -No lo digo por eso, sino que habiéndome avisado los astrólogos que todo este mes, hasta los quince del que viene, estaba sujeto a cierta mala influencia de estrellas que me amenazaban de muerte, no fuí para guardarme.

     CARONTE. -¿Cómo? ¿que los astrólogos te avisaron dello?

     ÁNIMA. -Yo te diré, cuanto que el mesmo día de mi muerte predije yo a ciertos criados míos lo que fue de mí. Mas otra cosa me desespera más, y es, que mi padre me despachó desde Roma un correo diciendo que tal día a tal hora y a tantos puntos, ni más ni menos, hiciese poner la primera piedra de los fundamentos de mi castillo, porque el cielo y los planetas estaban entonces bien dispuestos y señalaban perpetuidad en lo que en aquella hora se comenzase a fabricar, y hame salido de la suerte que ves.

     CARONTE. -¡Ah, ah, ah! Yo río, y si pudiese caber en mí dolor de la miseria e ignorancia de los hombres, en lugar de reirme, lloraría. ¿Es posible que tu padre sea tan vano como eso, y que dé crédito a tales ruindades? Agora te digo que no creo que es tu padre ni te quería bien, sino que tu madre, por parecer a tu tía, te hizo a hurto, y cargóselo después a micer Alejandro.

     ÁNIMA. -Sobrado atrevimiento y desvergüenza es la tuya, y bien parece que estoy solo, que no me osaras tratar así. Pero ¿de dónde sabes tú tantas particularidades de mi casa?

     CARONTE. -¡Hu, hu, hu! ¿qué piensas? ¿no crees que llegan acá las nuevas de maestro Pasquino? Sabes que tu madre pasó por aquí antes del papa Alejandro, y después dél tu tía, y que dél y dellas podía yo saber más de lo que te he dicho. Pero tornando a los astrólogos, paréceme que no te mintieron en nada, puesto que sea el mentir su propio oficio, porque en lo de tu vida decían bien si te guardaras; y aún yo, que no sé apenas navegar esta barca, cuanto mas astrología, te supiera decir que tenías necesidad de guardarte, porque claro está que siendo tirano y malo, que estabas sujeto razonablemente a morir mala muerte, y tanto mas presto cuanto tus abominables obras lo merecían más, y tus maldades e insolencias crecían de día en día y de hora en hora; y siendo ello así, para excusar los peligros era necesario guardarte. Y si te guardaras tanto, que pasara el influjo que ellos decían, yo creo que tenían gentil excusa con decir que viviste porque te guardaste y que murieras si no te guardaras, y no guardándote tú y sucediendo como ha sucedido, no sólo los puedes tener por buenos astrólogos, más por verdaderos profetas. Pero, ¡ah, ah, ah! ¿sabes de lo que me río? De lo que te escribió tu padre acerca de la perpetuidad del castillo, y de cómo el juicio fue verdadero, y el astrólogo debía ser avisado, salvo que no lo entendiste tú, y menos tu padre.

     ÁNIMA. -Y tú ¿cómo lo entiendes?

     CARONTE. -Desta manera: que el castillo comenzado en aquella hora y debajo de aquellas señales y disposiciones de planetas sera perpetuo por las razones que te diré; y si no fuesen bastantes, desde agora me obligo a pasarte de la otra parte del río sin dineros. El castillo sera perpetuo porque la fábrica dél es maciza y excelente, y es, como se suele decir, una labor de Dios, pues se hizo con sus dineros; el castillo sera perpetuo porque no es tuyo; será perpetuo porque me da el alma que se ha de entrar(3) en el Emperador, que lo querrá para sí, y será perpetuo porque teniendo tal dueño, sabralocuidar de manera que perpetuamente quede en su casa. Mira si será perpetuo, mira si profetizaba este caso el poeta cuando dijo:

Sic vos non vobis mellificatis apes.

     ÁNIMA. -Por Dios, que lo creo, porque los que me mataron es menester que se valgan del favor de algún príncipe, que los defienda y ampare, y ninguno les viene tan a cuenta como el Emperador, que tiene allí a dos pasos a don Hernando Gonzaga, su capitán general y lugarteniente, que ni perderá tiempo ni dejará de aprovecharse de la ocasión; pero ¿parécete a ti, que haces del santo y del justo, que es bien que el Emperador se lleve el fruto de mis trabajos y sudores, y tanto más siendo injustos, como tú los llamas?

     CARONTE. -Tu videris, le respondieron a otro tal como tú, que esta desa otra parte, preguntando él otra pregunta casi desta suerte. Mas embárcate, no perdamos tiempo; que me has detenido aquí una hora con tus cuentos.

     ÁNIMA. -¿Cómo que me embarque? ¿Qué río es éste? ¿Quién eres tú?

     CARONTE. -¡Qué desatinado que estás! ¿Cómo no conoces a Caronte, que habla contigo? ¿No sabes que este es el río Leteo, y esta barca la que sirve de pasar las ánimas de los que acá bajan, como servía en Plasencia a los caminantes la que tú quitastes a cuya era, contra toda razón, para darla a quien tú querías?

     ÁNIMA. -Hice bien, porque era señor, y podía poseer y desposeer a quien a mí me pareciese.

     CARONTE. -Si no fueses tan bravo, si no temiese que me llamases en estacada, responderte ha que mientes a lo que dijiste de haber hecho bien; pero todavía porque entiendas que entiendo los puntos de duelo, digo que no hiciste bien, y pruébotelo desta manera: que si fuera bien hecho, no lo hicieras por no hacer bien ni perder tu natural costumbre, que era hacer mal.

     ÁNIMA. -Paciencia, algún día será la nuestra. Dime, ¿es este el río del olvido?

     CARONTE. -Sí; ¿por qué lo preguntas?

     ÁNIMA. -¿Cuál es la laguna Estigia?

     CARONTE. -Muy lejos de aquí. ¿Quieres por ventura rodear por alla pudiendo pasar por acá?

     ÁNIMA.¿Cómo -pasar? ¿Piensas que soy de tan poco valor o tan solo, que me quiera embarcar contigo y olvidar la traición que me han hecho? ¿Crees que no sé yo la propiedad de estas aguas? Ya sé que me conviene ir a la laguna Estigia, y pasearme he por la ribera della hasta que mi padre y mis hijos venguen mi muerte.

     CARONTE. -¡Ah, ah! ¡Qué largo plazo tomas! Pues estarte allí al sol y al frío, y al viento y al sereno hasta entonces?

     ÁNIMA. -Sí quiero estar, y no será el plazo tan largo como piensas; que yo tengo alla tales que me vengarán, y por ventura con mayor daño de la cristiandad que tú crees.

     CARONTE. -Con daño de la cristiandad ¿cómo puede ser, muertos el rey de Francia y Barbaroja, que eran la esperanza de tu padre y tuya? Y siendo deshecha la malvada liga luterana, tan a su pesar y al tuyo, ¿quién habrá que se ose mover para hacer daño a la cristiandad, teniéndola el Emperador en su protección?

     ÁNIMA. -Basta, yo me entiendo, bien sé lo que me digo.

     CARONTE. -¿Quién piensas que hará esta venganza?

     ÁNIMA. -Mi padre y los cardenales y duques, mis hijos, y toda mi casa.

     CARONTE. -¿Sobre quién ha de ser esta venganza?

     ÁNIMA. -¿Cómo sobre quién? Sobre los que me mataron y sobre los que los defendieron.

     CARONTE. -Y si por acaso los favorecía el Emperador, como habemos dicho, si se amparasen dél, ¿qué harán tu padre y tus hijos?

     ÁNIMA. -Nuestra sangre, que pide venganza, la injuria hecha, y el daño recibido les enseñará lo que habrán de hacer. Cuanto más, que antes que yo muriese dejé ya enhilada la cosa de arte que con poco trabajo quedaran satisfechos.

     CARONTE. -¿Sabes de qué temo, Pedro Luis? que esta tu sangre ha de venir al cabo sobre tu padre, sobre tus hijos y sobre toda tu casa. Y porque sepas que tengo espíritu profético y que no hablo sin fundamento, quiero decir lo que entiendo deste negocio. A tu padre le pesa de la grandeza y buena fortuna del Emperador, como aquél que tiene entendido que no ha de consentir que dure tanto tiempo la disolución del clero y la desorden que hay en la Iglesia de Jesucristo, y que ha de salir al cabo con la empresa tan santa que ha tomado de juntar el concilio y remediar, juntamente con las herejías de Alemania, la bellaquería de Roma. Y que esto sea así verdad, bien sabes por cuantas vías tú y tu padre habíais intentado estorbarlo, y que por cumplir con el mundo, no pudiendo hacer otra cosa, cuando viste la determinación del Emperador, que era hacer la guerra a los rebeldes del imperio, porque domados aquéllos, como nervios principales de todo el cuerpo de la herejía, era después fácil atraer al pueblo alemán a tener y creer lo que en el concilio se determinaría; digo pues que, viendo y considerando esto tu padre, envió una hermosa banda de gente italiana, con tantos dineros que bastasen solamente a llegar allá, y con orden expresa que en llegando y habiendo hecho una muestra delante del Emperador, se decidiesen y resolviesen en uno, de suerte que no pudiese su majestad... dellos, diciendo particularmente tu padre, como se sabe que le dijo, estas palabras a Alejandro Vitelli, lugarteniente de tu hijo Octavio: «Haced allá en llegando una hermosa apariencia, y después trabajad que se deshagan y que se vengan, porque el Emperador querémoslo amigo, pero no patrón.» Después de esto, viéndole vitorioso, domados los rebeldes, vencidos sus enemigos y todo el imperio sujeto, y que ya no podía dejar de haber efecto el concilio, que trataste tú y tu padre de revocarlo, como en efecto lo deshicistes, alegando para ello razones que ni eran verdaderas ni aparentes; y no contentos con esto, traíades él y tú mil tramas con mil naciones, para estorbar al Emperador tan santa obra, ocupándolo en otras guerras civiles, llamando para esto al Turco, como lo llamastes otra vez cuando lo hicistes venir en pulla, tirado de vuestras promesas y persecuciones. Pero Dios, que no quiere consentir tantas maldades, abrió los ojos de los que te mataron, y abrirá los del Emperador para que lleve adelante su buen propósito; por lo cual, tu padre, que de antes había pocas ganas de concilio, tendrá agora menos; y dejando el negocio de Dios por accesorio, verás que ha de tomar el tuyo por principal, y sin acordarse de que es vicario de Jesucristo, obligado a dar bien por mal, querra, como tú esperas, vengar tu muerte, y para ésto no curará del daño de la cristiandad, ni de indignarse y hacerse enemigo de un emperador, que a él y a todo el resto de la Iglesia de Cristo sustenta en la propia religión con la propia virtud y la propia espada; vendrá, como he dicho, a no querer concilio, y declarar su buena intención, de que se seguirá que el Emperador, movido de justicia, irá a juntar el concilio, y querrá ver el fruto que dél resultara; y ésto no se podrá hacer sin daño y vergüenza de tu padre y de tus hijos y linaje, los cuales, siendo pocos y solos, durarán ante la fuerza del Emperador lo que suele durar un pequeño torbellino de polvo ante un viento recio y poderoso, y no creo que para ésto sera necesario que él tome la espada ni que sus ejércitos se ocupen en tan baja guerra; bastará que no os dé el calor y favor que siempre os ha dado, y que alce la mano de vosotros, y se esté mirando, ni sera menester que dé licencia a los alemanes herejes, para que ellos lo hagan, como lo habrían hecho veinte años ha, si no los hubiese tenido el miedo y el respeto del Emperador. Pero ¿qué mejores alemanes que los coloneses? ¿Cuales mejores svízaros que los vicenos, los malatestas, valones, los varanos, los de Perosa, los de Arimino, y otros infinitos que son vuestros enemigos, a quien tu padre, después que es papa, ha hecho muchos males, daños e injurias? Ni sabes tú que todos estos, de miedo del Emperador, no osan hablar, y que si él quiere disimular con ellos y estarse a ver, como he dicho, en dos días extirparan de Italia y del mundo, no solamente la casa, mas aún la memoria de los Farnesios; pues mira si soy mal adivino, mira si hago mal discurso(4) y si vendrá al caso tu sangre sobre tu padre y sobre sus hijos, si no muda de opinión, si no enmienda su vida, y si no hace lo que el Emperador con tanta instancia le ruega, que es lo mismo que tu padre, como buen pastor y como buen vicario de Cristo, debería rogarle. Bastaraos a ti y a tus hijos haberos sacado casi del polvo de la tierra para dejaros hechos príncipes. Pero agora se me acuerda otro donaire. ¿Cómo quieres ir a la laguna Estigia? ¿No sabes que están allá los reverendísimos de Córdoba y de Gandía, y los demás que atosigaste? No sabes que está allá el pobre obispo de Fano? No sabes que ha doce o trece años que está allá el pobre cardenal de Médicis, esperando venganza de tí, que por hacer ricos a tus hijos le quitaste la vida, siendo el mejor mozo y el más virtuoso que ha traído en Roma capelo rojo de cien años acá? ¿Cómo piensas defenderte dellos, si allí vas tullido y malaventurado, siendo ellos mancebos y robustos? salvo si sus deudos, sabiendo tu muerte, no les han despachado con el aviso de su venganza, para que no estén más detenidos esperandola, puesto que no lo creo, porque si así fuese, ya se habrían venido.

     ÁNIMA. -¡Qué grande hablador eres! Qué de cosas has dicho! ¿Quién te trae aquí tantas nuevas y tan particulares avisos de todo? ¿Cómo puede ser que sepas tú casi todos mis secretos?

     CARONTE. -¡Ah, ah! quiérotelo decir con condición que te embarques luego, y no me detengas aquí con tus quimeras. ¿No sabes que los que habitamos acá abajo nos es concedido de la suma bondad saber todo lo pasado y lo presente?

     ÁNIMA. -Ya lo he oído decir, pero también tengo entendido que de lo por venir no sabéis nada, porque este secreto lo reservó Dios para sí solo; y siendo así, ¿cómo sabes tú las profecías que me has dicho? Cómo quieres que te las crea?

     CARONTE. -La luenga edad y la mucha experiencia hace a los hombres doctos y expertos, y estando aquí casi desde la creación del mundo, y platicando cada día con tantos que pasaban en ésta mi barca, no te maravilles si por las conjeturas, considerado lo pasado y sabido lo presente, digo algo de lo que está por venir; pero, para que entiendas mejor cómo se pueda saber, ¿tú no dijiste poco ha que esperabas que tu padre y tus hijos harán memorable venganza de tu muerte?

     ÁNIMA. -Sí que lo dije, y será así.

     CARONTE. -No sé yo tan adelante como eso; pero dime, ¿cómo sabes que será así?

     ÁNIMA. -Sélo, porque yo tenía ya tendidas mis redes, y ordenada la cosa de suerte que no pueda dejarle de suceder al Emperador una guerra muy grande, puesto que de ella no se seguirán los efectos que yo tenía penados.

     CARONTE. -¿Tienes otra certenidad más desa para creer que sucederá como dices?

     ÁNIMA. -¿No te parece que bastará para creer que sucederá así, quedar ya la cosa tan adelante, que me tomó casi la muerte con el fuego en la mano, y si se tardará dos meses, yo abrasará a Italia o fuera el mayor príncipe della?

     CARONTE. -Pues si bastan esas conjeturas para que adivines lo que ha de ser, ¿cuánto mejor lo podrá adivinar un demonio, que sabe más que tú, aunque no sea tan malo como tú? Ves aquí cómo nosotros podemos adivinar lo que ha de ser, y también por conjeturas, como tú haces. Pero aún te quiero decir otro punto más importante, porque me creas. ¿No sabes que tu padre se deleita de la nigromancia, y tiene espíritus familiares, trata y habla con ellos; cosa que no solamente la Iglesia, más el mismo Dios la defiende? Pues tratando él tantas veces de la materia, siendo éste el paso y ellos todos unos, mira si puedo de hora en hora ser avisado de todo lo de allá más y mejor que otro, y en lo que toca a todos los secretos, sábete que después que llegaste aquí, han llegado una infinidad de demonios que tú tenías ligados y apremiados dentro de un libro pequeñuelo, cerrado con dos candados, con las cubiertas de terciopelo carmesí, forrado en tablas de plomo por más señas.

     ÁNIMA.¡Cómo! -¿que mi libro tan preciado ha sido abierto, y que son sueltos los demonios que en él estaban apremiados? ¿Quién lo abrió?

     CARONTE. -Oyeme si quieres, y no te congojes, porque no tiene remedio. Sábete que mientras he estado aquí hablando contigo, llegaron todos aquellos espíritus tus esclavos, a los cuales conocí yo, y muy bien, porque entre ellos había gente principal, y maravillándome de verlos salir tristes saliendo de la prisión en que los tenías, le pregunté la causa; y uno de ellos me respondió: «Sábete que a don Hernando Gonzaga le dieron el libro adonde estábamos apremiados, y él, como caballero animoso y religioso, no quiso, pudiéndolo hacer, servirse de nosotros, ni que otro se pudiese jamás servir, y así tomando el libro, rompió las cerraduras, y abriéndolo, a todos nos ha puesto en libertad. Mas ¿qué nos aprovecha? que siendo nuestro oficio y nuestra inclinación hacer mal, nunca haremos tanto siendo libres; cuanto más agora, que tenía el traidor tramada una tela al Emperador con que muriera la mayor parte de la cristiandad, que bastara para hacerte rico a tí, y a nosotros contentos. Entonces me contó la gran manada de puercos que tenías apalabrada en tierra de svízaros, para traer a la carnicería de Lombardía; el concierto con franceses, con venecianos y con el Turco, demás de los otros que yo me sabía. Así que, destos he sido informado de las particularidades y secretos que te he dicho, los cuales asimesmo me dijeron cómo don Hernando había tomado ya la posesión, y pacíficamente, de Plasencia, y le habían hecho el homenaje, y que luego por la primera cosa mandó que se siguiese la obra del castillo, y que se diese en ella la misma prisa que tú te dabas para ponerlo en defensa. Díjome cómo le habían acudido de todo el estado de Milán mucha gente de guerra de a pie y de a caballo, debajo del gobierno de muy buenos capitanes. Díjome cómo había visto tu cuerpo arrastrado por aquel lodo, entre los pies de los villanos súbditos, los cuales no se hartaban de pisarte y ofenderte. Díjome, y aún con admiración, que te había mandado don Hernando enterrar, y que te desenterraron tres o cuatro veces, y queriendo deste demonio saber la causa, díjome que habiéndote cubierto como cuerpo de príncipe, y puesto en una iglesia, el pueblo, indignado de que a cuerpo de tan mal hombre se hiciese más honra en la tierra de la que te harán acá en el infierno, te tornaron a quitar de allí, despojandote de nuevo y tornándote a echar en el lodo; y fue cosa justa, que cuerpo que se deleitó tanto en las suciedades abominables que el tuyo se deleitaba, lo viese el mundo después, a guisa del puerco, revolcar por el lodo, y que ninguna iglesia te sufriese, en pago de haber hecho della casa fuerte para tus maldades; puesto que también me dijo que al fin don Hernando lo mandó tornar a enterrar de nuevo, y lo tornaron a cubrir como a príncipe, porque veas cuán bueno es Dios; vinieron al fin a recogerte en un monasterio de donde tú habías sacado los frailes y echaándolos sin culpa ninguna, y así usaron de caridad con tu cuerpo aquellos mesmos que no hallaron en ti ninguna. Y más te hago saber, que te pesará más; que me dijo este demonio que estaba don Hernando maravillado de que tu hijo Octavio, enviándole cada día correos por lo que toca a tu ropa, nunca había él ni otro acordado de enviar a pedir tu cuerpo, y enterrarle conforme a la dignidad ducal y a la pompa y locura mundo.

     ÁNIMA. -¿Cómo que no ha enviado por mi cuerpo?

     CARONTE. -No, que no ha inviado, ni aún piensa inviar por él, que es peor.

     ÁNIMA. -Eso ¿cómo lo sabes?

     CARONTE. -Sélo porque hasta agora no solamente no ha hecho mas mención, ni aun pensado, y sélo porque hay un proverbio, que vale más un novicio que un obispo muerto. Pero ¿sabes de qué me río? De que me ha dicho que don Hernando mandó que te digan muchas misas, de las cuales, habiendo venido aquí, habrás el beneficio que han los demás.

     ÁNIMA. -Muchas gracias al señor don Hernando, después de haberme descalabrado en la frente, me unta el celebro.

     CARONTE.¡Ah, -ah! Pues con más razón lo dirías si supieras cómo te descalabró.

     ÁNIMA. -Ya lo voy poco a poco entendiendo, que desas gentes de guerra que le acudieron tan presto como dices, tuve yo noticia; ya un mes antes que fuesen fuí yo avisado dello, pero no pensé que eran para este efecto.

     CARONTE. -Créolo, porque estarías ciego, y suele acontecer que cuando Dios quiere o permite que uno se pierda, la primera cosa que hace es cegarle el entendimiento.

     ÁNIMA. -Basta, basta; aún no ha salido el año; no será mi padre el que debe, si él se le va alabando.

     CARONTE. -También me dijeron cómo tu padre lo ha mal amenazado; pero ¿sabes qué dicen? Que quien amenaza, uno tiene y otro espera. Si tu padre fuere el que debe, como dices, él disimulará, conociendo que fue poca pena a tanta culpa; y si no fuere el que debe, acontecerle ha algo por donde tenga más que llorar en sus trabajos que en los tuyos.

     ÁNIMA. -¿El duque Octavio, mi hijo, no ha hecho demostración ninguna sobre esto, sabiendo que todas mis quimeras y todos mis pensamientos eran con fin de dejarle gran príncipe?

     CARONTE. -Sí ha hecho, según me ha dicho aquel demonio, y aun hecho más de lo que le convenía hacer, porque se metió luego en Parma y se hizo fuerte en ella, y no a nombre de la Iglesia, sino como señor heredero.

     ÁNIMA. -Y eso ¿te parece que le convenía?

     CARONTE.-No; porque si don Hernando quisiera a Parma, antes la hubiera que tu hijo, y si el Emperador quisiera, ni él ni tu padre son parte para defenderla. Demás de esto, lo que a él estaba mejor era, en entrando en Parma entregarla a don Hernando, y con diligencia irse luego al Emperador y decirle: «A mi padre han muerto sus vasallos, y su hacienda está en poder de vuestros ministros; yo me vengo a poner en vuestro poder, porque sois mi suegro y mi señor. Cree que se hicieran mejor sus negocios, y que le cantara otro gallo si él hiciera esto, muy al revés de lo que se hará si prosigue por la vía que al presente lleva.

     ÁNIMA.-Pues ¿cómo? ¿te parece a tí que fuera mejor acudir al Emperador, que era su suegro, que al Papa, que era su agüelo?

     CARONTE. -Sí que me parece mejor, porque el Papa es ya viejo, y como dicen, vive de gracia, y como yo creo, es permisión de Dios para que se enmiende. Morirase mañana, y herido el pastor, no te daría un higo por todas las ovejas de tu linaje, y si Octavio queda en desgracia con el Emperador, y él lo desamara, dime ¿quién lo favorecerá o cuál árbol le hará sombra? Tanto más si se hace, como se hará, el concilio, que los cardenales, tus hijos, quedarán cercenados como los otros.

     ÁNIMA. -Todavía quieres ser adivino; ¿cómo sabes tú lo que resultará del concilio, ya que se haga?

     CARONTE.-De hacerse no tengas duda, sino que se hará porque lo quiere Dios; porque el Emperador lo ha tomado tan de veras y lo tiene tan adelante, que no podrá dejar de hacerse. Lo que resultará saco por conjeturas, por la vía que ya dije, y aún porque sé que la primera ocasión que movió a los alemanes a negar la obediencia a la Iglesia nació de la disolución del clero y de las maldades que en Roma se sufren y se cometen cada hora. ¿Piensas tú por ventura que querría yo concilio, o que lo deseo? La mayor pérdida será que me pueda venir, porque uniéndose y reformándose la Iglesia, pierdo la ganancia de tantos alemanes herejes que pasan por aquí a nubadas como tordos, los cuales de su propia voluntad se quieren ir al infierno; puesto que por otra parte creo que mudada y reformada la Iglesia, los príncipes cristianos se unirán asimismo y darán sobre el Turco, de donde podré yo haber mayor ganancia; pero ¿quién son estos que con tanta furia caminan hacia nosotros?

     ÁNIMA.-¡Oh triste de mí! Llega, Caronte, tiende la plancha y dame la mano, que ya los conozco.

     CARONTE.-¡Ah, ah, ah! Entra, entra, desventurado, que también los conozco; ya, ya comienza a acusarte tu conciencia. Estos son los cardenales que atosigaste, y el obispo de Fano, que tan torpemente martirizaste; mira si fueras a la laguna Estigia y te toparas con ellos, ¡cuál te pararan! Acaba de entrar y siéntate, y alárgame, porque si pasasen en esta barca y te conociesen, no te valdría tu padre; quia ininferno nulla est redemptio.

FIN DEL DIÁLOGO ENTRE CARONTE Y EL ÁNIMA DE PEDRO LUIS FARNESIO



1.       Parece que debe decir: dentro de la ciudadela.

2.       Parece que debe decir: si no me engañan los secretos cánones, etc.

3.       Parece que debe decir: se ha de entrar en él el Emperador, etc.

4.       Parece que debe decir: y si vendrá al cabo tu sangre, etc.



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