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Jaime II de Mallorca
(1276-1285 y 1295-1311)


por Pau Cateura Bennàsser
Catedrático de Historia Medieval de la UIB

     Jaime II (1243-1311) nace en 1243 en un ambiente familiar, político y cultural bien determinado. Jaime creció en el seno de una familia grande y diversa -nada excepcional en aquel tiempo- integrada por su hermanastro mayor, Alfonso (hijo de Jaime I y de Leonor de Castilla) y por sus hermanos y hermanas Pedro, Isabel, Violante, Sancho y Fernando (hijos de Jaime I y de Violante de Hungría). Además se sumaron nuevos hermanastros por las relaciones de Jaime I con otras damas, entre ellas Teresa Gil de Bidaurre, con la que contrajo matrimonio.

     La infancia y juventud de Jaime estuvieron regidas por la excepcionalidad de una familia destinada a gobernar en un período de expansión, pero también de conflictos. Efectivamente, dolor y conflicto tiñen sus primeros años: la muerte de su madre Violante, cuando él apenas tenía ocho años, el fallecimiento de sus hermanos Alfonso y Fernando, el alejamiento de sus hermanas Isabel y Violante, al contraer matrimonio respectivamente con los herederos de Francia y de Castilla, el trágico fratricidio de su hermano Pedro contra su hermanastro Fernando Sanxis. La tragedia continuó cuando Jaime I se separó de Teresa Gil afectada de lepra.

     El contexto político en el que nace Jaime se caracteriza por el dinamismo y las posibilidades. Tras la batalla de Muret, en 1213, la Corona de Aragón entra en una larga etapa de desestabilización que se prolonga hasta 1227; en esta fecha la firma de la Paz de Alcalá pone un punto y final al conflicto con los elementos feudales. La crisis almohade abre entonces un mundo de posibilidades. Empresas, como la conquista de Baleares, son fácilmente culminadas en 1230-1232. Empresas, como la conquista del reino de Valencia, son hábilmente manejadas por Jaime I, al conseguir la capitulación de la ciudad de Valencia.

     La Corona de Aragón del primer decenio del siglo XIII, no guarda ya ningún parentesco con la Corona ampliada de 1243. Mientras tanto, posibilidades abiertas, como la incorporación de Navarra quedaron frustradas en 1234, y la reordenación del Sur de Francia se contemplaba ahora desde nuevas perspectivas, aunque a Jaime I le faltó acaso determinación para imponerse en la región. En efecto, la falta de herederos varones de los condes de Provenza y de Tolosa abría posibilidades e incluso margen a la osadía para hacerse con un control, siquiera mediato, con dichos territorios. El resultado fue que una década después Provenza y Tolosa cayeron en la órbita francesa debido al matrimonio de Carlos d' Anjou y de su hermano Alfonso de Poitiers con las herederas de dichos condados. En el Tratado de Corbeil, de 1258, en realidad Jaime I sancionaba una década de diplomacia inoperante en la zona.

     Así como Jaime I tuvo una formación peculiar, a manos de los templarios, su hijo Jaime recibió una educación más normalizada. Alejado del padre, como era costumbre en la época, en sus primeros años de vida, se le asignaron preceptores como Ramón de Penyafort y posiblemente también Ramón Llull. Después, entre 1248 y 1254, fue enviado a París para completar su formación. Se trata de un período oscuro de su vida, apenas documentado, pero del que sobresale su clara tendencia hacia el franciscanismo.

     A partir de entonces comienza su etapa de responsabilidades políticas. Una época caracterizada por el inicio de la experiencia de gobierno como procurador en el reino de Mallorca y en los condados continentales y por el cruce de los proyectos sucesorios de Jaime I, mantenidos por el rey a lo largo de su reinado, pese a los sucesivos conflictos familiares que suscitó. Tras un primerizo testamento de 1232, cuando el rey confió la sucesión a su hijo Alfonso, entró en una dinámica de repartos, en los que incluyó a sus demás hijos Pedro, Jaime y Fernando. Tras el fallecimiento de Alfonso y Fernando, Jaime I modificó su criterio, en lugar de repartir, segregaría una pequeña parte de los territorios a favor de Jaime. Este es el origen de la Corona de Mallorca, estructurada de forma definitiva en el testamento de 1272. Dicha Corona estaría integrada por territorios antiguos -los condados pirenaicos del Rosellón y de Cerdaña y Conflent, la ciudad de Montpellier, y algunos enclaves como Carlades y Omelades- y espacios recién conquistados -el reino de Mallorca-.

     Lo segregado a favor de Jaime era escaso, débil pero significativo: un enclave mediterráneo estratégico y unos territorios en el linde de dos grandes Coronas, la de los Capetos y la Corona de Aragón. Consciente de la fragilidad de la nueva Corona de Mallorca, Jaime I proyectó la conquista de Cerdeña, para incorporar a la nueva entidad, y simultáneamente entró en negociaciones para concertar el matrimonio de su hijo Jaime con Beatriz de Saboya, hija del conde Amadeo de Saboya.

     Ninguno de los proyectos anteriores fructificó. Jaime I debió pensar en clave paterna, en su fuero interno, que pese al fracaso de los proyectos mencionados, la herencia dejada al primogénito Pedro -es decir la Corona de Aragón- y a Jaime -la parte segregada ya citada- resultaría viable por la eficacia de un factor como era la conductibilidad del vínculo fraterno.

     En este contexto, Jaime I autorizó a su hijo Jaime a contraer matrimonio libremente. La elección de Jaime no tuvo sorpresas: escogió a Esclaramunda, hija del conde de Foie. Era un matrimonio que tenía las ventajas de la vecindad, el Rosellón y Foie eran territorios fronterizos. Las bodas se celebraron en la iglesia de San Juan de Perpiñán, en octubre de 1275.

     En 1276, se inicia el recorrido de una nueva dinastía: la representada por Jaime II de Mallorca. Al producirse la sucesión, Jaime II tenía 33 años y a lo largo de la época precedente había adquirido una amplia experiencia de gobierno, al actuar como procurador en el reino de Mallorca y en los condados continentales. Pero este bagaje y la misma debilidad de los territorios que gobernaba fueron puestos a prueba inmediatamente por los formidables retos del conflicto en ciernes entre la Corona de Aragón y la Corona de los Capetos. Ambas Coronas imponen a Jaime II de Mallorca una limitación de su soberanía: fue obligado a declararse vasallo del rey de Aragón, en 1279, y de los reyes de Francia por el dominio de Montpellier. Tras la conquista de Sicilia por Pedro el Grande, Jaime II de Mallorca no supo o no pudo manejarse en el torbellino de acontecimientos que se desataron en los años inmediatos; la desesperación le condujo a aliarse con los Capetos cuando programan la invasión de Cataluña y fracasada esta en 1285, no pudo impedir la invasión del reino de Mallorca ordenada por Pedro el Grande. La situación de guerra entre Jaime II de Mallorca y el sucesor de Pedro el Grande, Alfonso el Franco, continuó, aunque mantenida a un bajo nivel debido a los escasos recursos de Jaime II. Por otra parte, la conquista de Menorca, en 1287, por el rey de Aragón cuando ya se había firmado una tregua con el de Mallorca no hizo sino reavivar el conflicto.

     Entre 1285 y 1298, Jaime II fue un rey sin reino, pues aunque mantuvo la titularidad de rey de Mallorca, solo conservaba los condados continentales. Pero el aislamiento internacional de la Corona de Aragón y su alianza con la Santa Sede no dejaron de alentar su ilusión de recuperar la integridad de sus territorios. En realidad se concebía como una víctima de un conflicto ajeno, la guerra de Sicilia.

     En el tratado de Anagni, de 1295, vio por fin culminadas sus esperanzas. En dicho compromiso diplomático se estableció la reversión del reino de Mallorca a Jaime II. Era lo que había deseado cada día del largo decenio transcurrido desde los sucesos de 1285, sin pensar que el espíritu que guió a los promotores de la reintegración no era tanto enmendar una injusticia histórica como debilitar la Corona de Aragón. Pero si Anagni había señalado el qué, el nuevo rey de Aragón, también llamado Jaime II, impuso el cómo se realizaría la reintegración. Pese a la porfía de Jaime II de Mallorca por disponer de sus bienes libremente, sin el vínculo vasallático establecido desde 1279, la posición del rey de Aragón fue taxativa: o aceptaba la reintegración condicionada al vínculo mencionado o no habría reversión.

     El tratado de Argilers, de 1298, consagraba el principio impuesto por el rey de Aragón. Jaime II de Mallorca recuperaba el archipiélago pero en calidad de vasallo de los reyes de Aragón. La bala disparada en Anagni había sido desviada hábilmente por Jaime II de Aragón: devolvía, pero sin dejar de perder el control del reino insular. Por su parte, Jaime II de Mallorca había obtenido la retrocesión del reino insular, pero quedaba con un flanco al descubierto: debía demostrar la necesidad-viabilidad de una monarquía interpuesta entre los simples ciudadanos del reino y los reyes de Aragón.

     El tratado mencionado, pese a la protesta secreta formulada por Jaime II de Mallorca, y el final de la guerra de Sicilia abren un nuevo período del gobierno. Si en el pasado la política exterior había ahogado cualquier iniciativa de orden interior, ahora el nuevo contexto permite planificar y ejecutar proyectos dejados en suspenso o apenas esbozados en el período anterior.

     En 1298 Jaime II contaba con 55 años. Era la plena madurez, cuando para cualquier individuo es tiempo de empezar a hacer balance de lo conseguido o de lo imposible de conseguir, el rey se lanza a un vasto proyecto de reordenación del reino de Mallorca. En la mente real se cruzan tres objetivos: obtención de recursos, control político del reino, prestigio de la Corona.

     En el diseño de la obtención de recursos hubo un a corto plazo y otro a medio plazo. En el primer supuesto, el rey impuso una sisa sobre todos los habitantes de Mallorca, salvo caballeros y eclesiásticos. Dos tercios de los ingresos serían destinados a las cajas reales y el tercio restante a proyectos municipales definidos por él. La sisa debía estar vigente entre 1300 y 1309. El rey impuso la sisa a modo de multa-indemnización colectiva por la flojedad con que actuaron los isleños en la defensa frente a la ocupación de Pedro el Grande.

     Otros muchos elementos fueron puestos en marcha para generar rápidamente ingresos: el proyecto de implantación de una lezda sobre todos los comerciantes catalanes, los que más frecuentaban el archipiélago, resultó finalmente impracticable; una vasta política de colonización agraria, con la creación de núcleos rurales, consiguió un incremento de las rentas reales; la creación de consulados en el Norte de África y en el reino de Granada, la creación de un nuevo sistema monetario y una política de inversiones inmobiliarias, desde grandes señoríos a compras selectivas, y la promoción de una industria textil convergen en el objetivo señalado. Un hecho imprevisto, la apertura de proceso a los templarios, permite la incautación a manos reales de las rentas de esta Orden en las islas.

     Para conseguir el éxito de sus proyectos, Jaime II puso en marcha la subordinación de todas las instituciones insulares, comenzando por los Jurados de la capital de Mallorca, que pasan a ser designados directamente por la Corona o sus lugartenientes. La mayor parte de jurisdicciones nobiliarias laicas fueron absorbidas por compra. En cuanto a la Iglesia, el rey vincula Menorca al obispo de Mallorca, pero se reserva el patronato para la designación de los pavordes de la isla menor. Respecto a Ibiza, dependiente en su mayor parte de la sede de Tarragona, inicia una estrategia destinada a subordinar la jurisdicción eclesiástica a la real.

      El prestigio y dignidad debían expresarse en hechos tangibles. La nueva dinastía quiso demostrar su dignidad a través de suntuosas construcciones, como los palacios-castillos de Perpiñán y de Ciutat de Mallorca y la catedral de esta última. Las obras del palacio de Perpiñán habían comenzado, aunque ejecutadas parsimoniosamente, ya en tiempos de Jaime I a partir de una pequeña sala de los condes del Rosellón. Las obras proyectadas por Jaime II, con un diseño más ambicioso, no terminaron hasta mediados del siglo XIV. En la Ciudad de Mallorca, el palacio de la Almudaina, un antiguo y espacioso castillo musulmán, tuvo que ser remodelado en su mayor parte para adaptarlo a las necesidades de la nueva dinastía. Dentro de dichos palacios fueron concebidos espacios sagrados, como las capillas de Santa Ana, en la Almudaina, y Santa Cruz, en Perpiñán, y de esparcimiento como el huerto del primero. Paralelamente fue creada una red de castillos y residencias rurales, conectadas a dehesas de caza, empezando por el castillo de Bellver, centro de un coto de caza muy próximo a la capital de Mallorca, en la sierra de Tramontana, y en el centro y levante de Mallorca. La mayor parte de proyectos indicados estaban todavía en ejecución cuando se produjo el fallecimiento de Jaime II, el 29 de mayo de 1311.

     Jaime II en su matrimonio con Esclaramunda de Foie tuvo 4 hijos y dos hijas. La dinastía quedaba asegurada, pero no por ello dejaron de existir conflictos. El primogénito, Jaime, renunció a la sucesión para ingresar en la orden de San Francisco. La misma opción tomó el Infante Felipe. Para el resto de los hijos Jaime II programó enlaces con miembros de las casas de Nápoles (Infante Sancho) y de Castilla (la Infanta Isabel), pero no pudo controlar las actividades de su otro hijo el Infante Fernando. Dotado de un temperamento vivo, el Infante se dejó arrastrar a una conspiración para reintegrar los territorios del Lenguadoc al área de influencia catalano-aragonesa. La maniobra, pese a la falta de raíces y apoyos, comprometía a Jaime II de Mallorca. Después de una tempestuosa entrevista entre padre e hijo, el Infante Fernando decidió ausentarse de la Corte de Perpiñán, refugiándose en la Corte de Barcelona. Pese a los esfuerzos de su madre, la reina Esclaramunda, por mejorar las relaciones entre padre e hijo, no lo consiguió. Jaime II de Aragón le recomendó a Federico III de Sicilia, quien le puso al frente de la Compañía catalana, que actuaba en Romania. Allí trabó amistad con el cronista Ramon Muntaner. Capturado por Teobaldo de Cepoy, lugarteniente de Carlos de Valois, fue liberado finalmente gracias a la mediación de su padre con los reyes de Francia y de Nápoles. En 1308, el Infante Fernando regresó a Perpiñán, participando al año siguiente en la malograda Cruzada del rey de Aragón a Almería. Poco después decidió regresar a Sicilia para intentar de nuevo hacerse con un reino en la Romania.


Bibliografía
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Otras obras de interés
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  • Calmette, J. Vidal, P. Histoire du Roussillon. París, 1923.
  • Gazanyola, J. Histoire du Roussillon. Perpignan, 1857.
  • Germain, J. Histoire de la commune de Montpellier, dépuis ses origines jusqu'a son incorporation définitive a la monarchie française. 3 vols. Montpellier, 1867.
  • Henry, J. Histoire du Roussillon comprenant l' histoire du royaume de Majorque. 2 vols. París, 1835.
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  • Parpal, C. La conquista de Menorca en 1287 por Alfonso III de Aragón. Barcelona, 1901.
  • Quadrado, J. Mª. Recuerdos del real Palacio de Mallorca. Palma de Mallorca, 1860.
  • Quadrado, J. Mª., Piferrer, P. Islas Baleares. Palma de Mallorca, 1888.
  • Sureda, E. De la Corte de los señores reyes de Mallorca. Madrid, 1917.
  • Vidal, P. Histoire de la ville de Perpignan dépuis les origines jusqu'au traité des Pyrénées, Paris, 1897.




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