Es tan grande la
ceguedad en que por la mayor parte está hoy el mundo puesto
que no me maravillo de los falsos juicios que el vulgo hace sobre
lo que nuevamente ha en Roma acaecido, porque como piensan la
religión consistir solamente en estas cosas exteriores,
viéndolas así maltratar, paréceles que
enteramente va perdida la fe. Y a la verdad, así como no
puedo dejar de loar la santa afición con que el vulgo a esto
se mueve, así no me puede parecer bien el silencio que
tienen los que lo deberían desengañar. Viendo, pues,
yo por una parte cuán perjudicial sería primeramente
a la gloria de Dios y después a la salud de su pueblo
cristiano, y también a la honra de este cristianísimo
Rey y Emperador que Dios nos ha dado si esta cosa así
quedase solapada, más con simplicidad y entrañable
amor que con loca arrogancia, me atreví a cumplir con este
pequeño servicio las tres cosas principales a que los
hombres son obligados. No dejaba de conocer ser la materia
más ardua y alta que la medida de mis fuerzas, pero
también conocía que donde hay buena intención
Jesucristo alumbra el entendimiento y suple con su gracia lo que
faltan las fuerzas y ciencia por humano ingenio alcanzada.
También se me representaban los falsos juicios que
supersticiosos y fariseos sobre esto han de hacer, pero
ténganse por dicho que yo no escribo a ellos, sino a
verdaderos cristianos y amadores de Jesucristo. También
veía las contrariedades del vulgo, que está tan asido
a las cosas visibles que casi tiene por burla las invisibles; pero
acordeme que no escribía a gentiles, sino a cristianos, cuya
perfección es distraerse de las cosas visibles y amar las
invisibles. Acordeme que no escribía a gente bruta, sino a
españoles, cuyos ingenios no hay cosa tan ardua que
fácilmente no puedan alcanzar. Y pues que mi deseo es el que
mis palabras manifiestan, fácilmente me persuado poder de
todos los discretos y no fingidos cristianos alcanzar que si alguna
falta en este Diálogo hallaren, interpretándolo a la
mejor parte, echen la culpa a mi ignorancia y no presuman de creer
que en ella intervenga malicia, pues en todo me someto a la
corrección y juicio de la santa Iglesia, la cual confieso
por madre.
Un caballero
mancebo de la corte del Emperador, llamado Lactancio, topó
en la plaza de Valladolid con un arcediano que venía de Roma
en hábito de soldado y, entrando en San Francisco, hablan
sobre las cosas en Roma acaecidas. En la primera parte, muestra
Lactancio al Arcediano cómo el Emperador ninguna culpa en
ello tiene, y en la segunda, cómo todo lo ha permitido Dios
por el bien de la cristiandad.
Primera parte
|
LACTANCIO.-
¡Válgame Dios! ¿Es aquel el
Arcediano del Viso, el mayor amigo que yo tenía en Roma?
Parécele cosa extraña, aunque no en el hábito.
Debe ser algún hermano suyo. No quiero pasar sin hablarle,
sea quien fuere.
Decí,
gentil hombre, ¿sois hermano del Arcediano del Viso?
|
ARCEDIANO.-
Cómo, señor Lactancio, ¿tan
presto me habéis desconocido? Bien parece que la fortuna
muda presto el conocimiento.
|
LACTANCIO.-
¿Qué me decís? Luego,
¿vos sois el mismo Arcediano?
|
ARCEDIANO.-
Sí, señor, a vuestro servicio.
|
LACTANCIO.-
¿Quién os pudiera conocer de la manera
que venís? Solíais traer vuestras ropas, unas
más luengas que otras, arrastrando por el suelo, vuestro
bonete y hábito eclesiástico, vuestros mozos y mula
reverenda. Véoos ahora a pie, solo, y un sayo corto, una
capa frisada, sin pelo, esa espada tan larga, ese bonete de
soldado... Pues allende de esto, con esa barba tan larga y esa
cabeza sin ninguna señal de corona, ¿quién os
pudiera conocer?
|
ARCEDIANO.-
¿Quién, señor? Quien conociese
el hábito por el hombre y no el hombre por el
hábito.
|
LACTANCIO.-
Si la memoria ha errado, no es razón que por
ella pague la voluntad, que pocas veces suele en mí
disminuirse. Mas, decime, así os valga Dios,
¿qué mudanza ha sido esta?
|
ARCEDIANO.-
No debéis haber oído lo que ahora
nuevamente en Roma ha pasado.
|
LACTANCIO.-
Oído he algo de ello. Pero, ¿qué
tiene que hacer lo de Roma con el mudar del vestido?
|
ARCEDIANO.-
Pues que eso preguntáis, no lo debéis
saber todo. Hágoos saber que ya no hay hombre en Roma que
ose parecer en hábito eclesiástico por las
calles.
|
LACTANCIO.-
¿Qué decís?
|
ARCEDIANO.-
Digo que, cuando yo partí de Roma, la
persecución contra los clérigos era tan grande que no
había hombre que en hábito de clérigo ni de
fraile osase andar por las calles.
|
LACTANCIO.-
¡Oh maravilloso Dios y cuán
incomprensibles son tus juicios! Veamos, señor: ¿y
hallásteisos dentro en Roma cuando entró el
ejército del Emperador?
|
ARCEDIANO.-
Sí, por mis pecados, allí me
hallé o, por mejor decir, allí me perdí; pues,
de cuanto tenía, no me quedó más de lo que
veis.
|
LACTANCIO.-
¿Por qué no os metíais entre los
soldados españoles y salvarais vuestra hacienda?
|
ARCEDIANO.-
Mis pecados me lo estorbaron y cupiéronme en
suerte no sé qué alemanes, que no pienso haber ganado
poco en escapar la vida de sus manos.
|
LACTANCIO.-
¿Es verdad todo lo que de allá nos
escriben y por acá se dice?
|
ARCEDIANO.-
Yo no sé lo que de allá escriben ni lo
que acá dicen, pero séos decir que es la más
recia cosa que nunca hombres vieron. Yo no sé cómo
acá lo tomáis; paréceme que no hacéis
caso de ello. Pues yo os doy mi fe que no sé si Dios lo
querrá así disimular. Y aun si en otra parte
estuviésemos donde fuese lícito hablar, yo
diría perrerías de esta boca.
|
LACTANCIO.-
¿Contra quién?
|
ARCEDIANO.-
Contra quien ha hecho más mal en la Iglesia de
Dios que ni turcos ni paganos osaran hacer.
|
LACTANCIO.-
Mirad, señor Arcediano, bien puede ser que
estéis engañado echando la culpa a quien no la tiene.
Entre nosotros, todo puede pasar. Dadme vos lo que acerca de esto
sentís, y quizá os desengañaré yo de
manera que no culpéis a quien no debéis de
culpar.
|
ARCEDIANO.-
Yo soy contento de declararos lo que siento acerca de
esto, pero no en la plaza. Entrémonos aquí en San
Francisco y hablaremos de nuestro espacio.
|
LACTANCIO.-
Sea como mandareis.
|
ARCEDIANO.-
Pues estamos aquí donde nadie no nos oye, yo
os suplico, señor, que lo que aquí dijere no sea
más de para entre nosotros. Los príncipes son
príncipes, y no querría hombre ponerse en peligro,
pudiéndolo excusar.
|
LACTANCIO.-
De eso podéis estar muy seguro.
|
ARCEDIANO.-
Pues veamos, señor Lactancio:
¿paréceos cosa de fruir que el Emperador haya hecho
en Roma lo que nunca infieles hicieron, y que por su pasión
particular y por vengarse de un no sé qué, haya
así querido destruir la Sede apostólica con la mayor
ignominia, con el mayor desacato y con la mayor crueldad que
jamás fue oída ni vista? Sé que los godos
tomaron a Roma, pero no tocaron en la iglesia de San Pedro, no
tocaron en las reliquias de los santos, no tocaron en cosas
sagradas. Y aquellos medios cristianos tuvieron este respeto, y
ahora nuestros cristianos (aunque no sé si son dignos de tal
nombre) ni han dejado iglesias, ni han dejado monasterios, ni han
dejado sagrarios; todo lo han violado, todo lo han robado, todo lo
han profanado, que me maravillo cómo la tierra no se hunde
con ellos y con quien se lo manda y consiente hacerlo.
¿Qué os parece que dirán los turcos, los
moros, los judíos y los luteranos viendo así
maltratar la cabeza de la cristiandad? ¡Oh Dios que tal
sufres! ¡Oh Dios que tan gran maldad consientes! ¿Esta
era la defensa que esperaba la Sede apostólica de su
defensor? ¿Esta era la honra que esperaba España de
su Rey tan poderoso? ¿Esta era la gloria, este era el bien,
este era el acrecentamiento que esperaba toda la cristiandad?
¿Para esto adquirieron sus abuelos el título de
Católicos? ¿Para esto juntaron tantos reinos y
señoríos debajo de un señor? ¿Para esto
fue elegido por Emperador? ¿Para esto los Romanos
Pontífices le ayudaron a echar los franceses de Italia?
¿Para que en un día deshiciese él todo lo que
sus predecesores con tanto trabajo y en tanta multitud de
años fundaron? ¡Tantas iglesias, tantos monasterios,
tantos hospitales, donde Dios solía ser servido y honrado,
destruidos y profanados! ¡Tantos altares y aun la misma
iglesia del Príncipe de los Apóstoles,
ensangrentados! ¡Tantas reliquias robadas y con
sacrílegas manos maltratadas! ¿Para esto juntaron sus
predecesores tanta santidad en aquella ciudad? ¿Para esto
honraron las iglesias con tantas reliquias? ¿Para esto les
dieron tantos ricos atavíos de oro y de plata? ¿Para
que viniese él con sus manos lavadas a robarlo, a
deshacerlo, a destruirlo todo? ¡Soberano Dios!
¿Será posible que tan gran crueldad, tan gran
insulto, tan abominable osadía, tan espantoso caso, tan
execrable impiedad quede sin muy recio, sin muy grave, sin muy
evidente castigo? Yo no sé cómo acá lo
sentís, y si lo sentís, no sé cómo
así lo podéis disimular.
|
LACTANCIO.-
Yo he oído con atención todo lo que
habéis dicho, y, a la verdad, aunque en ello he oído
hablar a muchos, a mi parecer vos lo acrimináis y
afeáis más que ningún otro. Y en todo ello
venís muy mal informado, y me parece que no la razón,
mas la pasión de lo que habéis perdido os hace decir
lo que habéis dicho. Yo no os quiero responder con
pasión como vos habéis hecho, porque sería dar
voces sin fruto. Mas sin ellas yo espero, confiando en vuestra
discreción y buen juicio, que, antes que de mí os
partáis, os daré a entender cuán
engañado estáis en todo lo que habéis
aquí hablado. Solamente os pido que estéis atento y
no dejéis de replicar cuando tuviereis qué, porque no
quedéis con alguna duda.
|
ARCEDIANO.-
Decid lo que quisiereis, que yo os tendré por
mejor orador que Tulio si vos supiereis defender esta causa.
|
LACTANCIO.-
No quiero sino que me tengáis por el mayor
necio que hay en el mundo si no os la defendiere con
evidentísimas causas y muy claras razones. Y lo primero que
haré será mostraros cómo el Emperador ninguna
culpa tiene en lo que en Roma se ha hecho. Y lo segundo,
cómo todo lo que ha acaecido ha sido por manifiesto juicio
de Dios, para castigar aquella ciudad, donde con grande ignominia
de la religión cristiana reinaban todos los vicios que la
malicia de los hombres podía inventar; y con aquel castigo
despertar el pueblo cristiano, para que, remediados los males que
padece, abramos los ojos y vivamos como cristianos, pues tanto nos
preciamos de este nombre.
|
ARCEDIANO.-
Recia empresa habéis tomado; no sé si
podréis salir con ella.
|
LACTANCIO.-
Cuanto a lo primero, quiero protestaros que ninguna
cosa de lo que aquí se dijere se dice en perjuicio de la
dignidad ni de la persona del Papa, pues la dignidad es
razón que de todos sea tenida en veneración, y de la
persona, por cierto, yo no sabría decir mal ninguno, aunque
quisiese, pues conozco lo que se ha hecho no haber sido por su
voluntad, mas por la maldad de algunas personas que cabe sí
tenía. Y porque mejor nos entendamos, pues la diferencia es
entre el Papa y el Emperador, quiero que me digáis, primero,
qué oficio es el del Papa y qué oficio es el del
Emperador, y a qué fin estas dignidades fueron
instituidas.
|
ARCEDIANO.-
A mi parecer, el oficio del Emperador es defender sus
súbditos y mantenerlos en mucha paz y justicia, favoreciendo
los buenos y castigando los malos.
|
LACTANCIO.-
Bien decís, ¿y el del Papa?
|
ARCEDIANO.-
Eso es más dificultoso de declarar, porque si
miramos al tiempo de San Pedro, es una cosa, y si al de ahora,
otra.
|
LACTANCIO.-
Cuando yo os pregunto para qué fue instituida
esta dignidad, entiéndese que me habéis de decir la
voluntad e intención del que la instituyó.
|
ARCEDIANO.-
A mi parecer, fue instituida para que el Sumo
Pontífice tuviese autoridad de declarar la Sagrada
Escritura, y para que enseñase al pueblo la doctrina
cristiana, no solamente con palabras, mas con ejemplo de vida, para
que con lágrimas y oraciones continuamente rogase a Dios por
su pueblo cristiano, y para que este tuviese el supremo poder de
absolver a los que hubiesen pecado y se quisiesen convertir, y para
declarar por condenados a los que en su mal vivir estuviesen
obstinados, y para que con continuo cuidado procurase de mantener
los cristianos en mucha paz y concordia, y, finalmente, para que
nos quedase acá en la tierra quien muy de veras representase
la vida y santas costumbres de Jesucristo, nuestro Redentor; porque
los humanos corazones más aína se atraen con obras
que con palabras. Esto es lo que yo puedo colegir de la Sagrada
Escritura. Si vos otra cosa sabéis, decidla.
|
LACTANCIO.-
Basta eso, por ahora, y mirá no se os olvide,
porque lo habremos menester a su tiempo.
|
ARCEDIANO.-
No hará.
|
LACTANCIO.-
Pues si yo os muestro claramente que por haber el
Emperador hecho aquello a que vos mismo habéis dicho ser
obligado, y por haber el Papa dejado de hacer lo que debía
por su parte, ha sucedido la destrucción de Roma, ¿a
quién echaréis la culpa?
|
ARCEDIANO.-
Si vos eso hacéis (lo que yo no creo), claro
está que la tendrá el Papa.
|
LACTANCIO.-
Decidme, pues, ahora vos: pues decís que el
Papa fue instituido para que imitase a Jesucristo,
¿cuál pensáis que Jesucristo quisiera
más, mantener paz entre los suyos o levantarlos y
revolverlos en guerra?
|
ARCEDIANO.-
Claro está que el Autor de la paz ninguna cosa
tiene por más abominable que la guerra.
|
LACTANCIO.-
Pues, veamos: ¿cómo será
imitador de Jesucristo el que toma la guerra y deshace la paz?
|
ARCEDIANO.-
Ese tal muy lejos estaría de imitarle. Pero,
¿a qué propósito me decís vos ahora
eso?
|
LACTANCIO.-
Dígooslo porque pues el Emperador, defendiendo
sus súbditos, como es obligado, el Papa tomó las
armas contra él, haciendo lo que no debía, y deshizo
la paz y levantó nueva guerra en la cristiandad, ni el
Emperador tiene culpa de los males sucedidos, pues hacía lo
que era obligado en defender sus súbditos, ni el Papa puede
estar sin ella, pues hacía lo que no debía, en romper
la paz y mover guerra en la cristiandad.
|
ARCEDIANO.-
¿Qué paz deshizo el Papa o qué
guerra levantó en la cristiandad?
|
LACTANCIO.-
Deshizo la paz que el Emperador había hecho
con el Rey de Francia y revolvió la guerra que ahora
tenemos, donde por justo juicio de Dios le ha venido el mal que
tiene.
|
ARCEDIANO.-
Bien estáis en la cuenta. ¿Dónde
halláis vos que el Papa levantó ni revolvió la
guerra contra el Emperador, después de hecha la paz con el
Rey de Francia?
|
LACTANCIO.-
Porque luego como fue suelto de la prisión, le
envió un breve en que le absolvía del juramento que
había hecho al Emperador, para que no fuese obligado a
cumplir lo que le había prometido, porque más
libremente pudiese mover guerra contra él.
|
ARCEDIANO.-
¿Por dónde sabéis vos eso?
Así habláis como si fueseis del consejo secreto del
Papa.
|
LACTANCIO.-
Por muchas vías se sabe, y por no perder
tiempo, mirad el principio de la liga que hizo el Papa con el Rey
de Francia, y veréis claramente cómo el Papa fue el
promotor de ella, y siendo esta tan gran verdad, que aun el mismo
Papa lo confiesa, ¿paréceos ahora a vos que era esto
hacer lo que debía un Vicario de Jesucristo? Vos
decís que su oficio era poner paz entre los discordes, y
él sembraba guerra entre los concordes. Decís que su
oficio era enseñar al pueblo con palabras y con obras la
doctrina de Jesucristo, y él les enseñaba todas las
cosas a ella contrarias. Decís que su oficio era rogar a
Dios por su pueblo, y él andaba procurando de destruirlo.
Decís que su oficio era imitar a Jesucristo, y él en
todo trabajaba de serle contrario. Jesucristo fue pobre y humilde,
y él, por acrecentar no sé qué
señorío temporal, ponía toda la cristiandad en
guerra. Jesucristo daba bien por mal, y él, mal por bien,
haciendo liga contra el Emperador, de quien tantos beneficios
había recibido. No digo esto por injuriar al Papa; bien
sé que no procedía de él y que por malos
consejos era a ello instigado.
|
ARCEDIANO.-
De esa manera, ¿quién tendrá en
eso la culpa?
|
LACTANCIO.-
Los que lo ponían en ello y también
él, que tenía cabe sí ruin gente.
¿Pensáis vos que delante de Dios se excusará
un príncipe echando la culpa a los de su consejo? No, no.
Pues le dio Dios juicio, escoja buenas personas que estén en
su consejo y aconsejaranle bien. Y si las toma o las quiere tener
malas, suya sea la culpa; y si no tiene juicio para escoger
personas, deje el señorío.
|
ARCEDIANO.-
Difícil cosa les pedís.
|
LACTANCIO.-
¿Difícil? ¿Y cómo?
¿Tanto juicio es menester para esto? Decidme:
¿qué guerra hay tan justa que un Vicario de
Jesucristo deba tomar contra cristianos, miembros de un mismo
cuerpo cuya cabeza es Cristo, y él, su Vicario?
|
ARCEDIANO.-
El Papa tuvo mucha razón de tomar esta guerra
contra el Emperador; lo uno, porque primero él no
había querido su amistad, y lo otro, porque tenía
tomado y usurpado el Estado de Milán, despojando de
él al duque Francisco Esforcia. Y viendo el Papa esto, se
temía que otro día haría otro tanto contra
él, quitándole las tierras de la Iglesia. Luego con
mucha justicia y razón tomó el Papa las armas contra
el Emperador, así para compelerle a que restituyese su
Estado al Duque de Milán, como para asegurar el Estado y
tierras de la Iglesia.
|
LACTANCIO.-
Maravillado estoy que un hombre de tan buen juicio
como vos hayáis dicho una cosa tan fuera de razón
como esa. Veamos: ¿y eso hacíalo el Papa como Vicario
de Cristo o como Julio de Médicis?
|
ARCEDIANO.-
Claro está que lo hacía como Vicario de
Cristo.
|
LACTANCIO.-
Pues digo que el Emperador contra toda razón y
justicia quisiese quitar todo su Estado al Duque de Milán,
¿qué tenía que hacer en eso el Papa?
¿Para qué se quiere él meter donde no le
llaman y en lo que no toca a su oficio? Como si no tuviese ejemplo
de Jesucristo para hacer lo contrario, que, llamado para que
amigablemente partiese una heredad entre dos hermanos, no quiso ir,
dando ejemplo a los suyos que no se debían entremeter en
cosas tan viles y bajas. ¿Y queréis ahora vos que se
ponga entre ellos su Vicario con mano armada, sin que le llamen
para ello? ¿Dónde halláis vos que Jesucristo
instituyó su Vicario para que fuese juez entre
príncipes seglares, cuanto más ejecutor y revolvedor
de guerra entre cristianos? ¿Queréis ver cuán
lejos está de ser Vicario de Cristo un hombre que mueve
guerra? Mirad el fruto que de ella se saca y cuán contraria
es no solo a la doctrina cristiana, más aun a la natura
humana. A todos los animales dio la natura armas para que se
pudiesen defender y con que pudiesen ofender; a solo el hombre,
como a una cosa venida del cielo, adonde hay suma concordia, como a
una cosa que acá había de representar la imagen de
Dios, dejó desarmado. No quiso que hiciese guerra; quiso que
entre los hombres hubiese tanta concordia como en el cielo entre
los ángeles. ¡Y que ahora seamos venidos a tan gran
extremo de ceguedad, que más brutos que los mismos brutos
animales, más bestias que las mismas bestias, nos matemos
unos con otros! Las bestias viven en paz, y nosotros, peores que
bestias, vivimos en guerra. Y entre los hombres, si buscamos
cómo viven en cada provincia, en sola la cristiandad, que es
un rinconcillo del mundo, hallaréis más guerra que en
todo el mundo; y no tenemos vergüenza de llamarnos cristianos.
Y, por la mayor parte, hallaréis que aquellos la revuelven
que deberían apaciguarla. Obligado era el Romano
Pontífice, pues se precia de ser Vicario de Jesucristo;
obligados eran los cardenales, pues quieren ser columnas de la
Iglesia; obligados eran los obispos, siendo pastores, de poner las
vidas por sus ovejas, como lo hizo y lo enseñó
Jesucristo, diciendo: Bonus pastor animam suam ponit pro ovibus suis;
mayormente siendo dadas sus rentas al Papa y a estos otros prelados
para que, usando de su oficio pastoral, mejor puedan amparar y
defender sus súbditos. Y ahora, por no perder ellos un
poquillo de su reputación, ponen toda la cristiandad en
armas. ¡Oh, qué gentil caridad! ¡Doyte yo
dineros para que me defiendas, y tú alquilas con ellos gente
para matarme, robarme y destruirme! ¿Dónde
halláis vos que mandó Jesucristo a los suyos que
hiciesen guerra? Leed toda la doctrina evangélica, leed
todas las epístolas canónicas; no hallaréis
sino paz, concordia y unidad, amor y caridad. Cuando Jesucristo
nació, no tañeron alarma, mas cantaron los
ángeles: Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae
voluntatis! Paz nos dio cuando nació y paz cuando iba
al martirio de la cruz. ¿Cuántas veces
amonestó a los suyos esta paz y caridad? Y aun no contento
con esto, rogaba al Padre que los suyos fuesen entre sí una
misma cosa, como él con su Padre. ¿Podríase
pedir mayor conformidad? Pues aún más quiso: que los
que su doctrina siguiesen no se diferenciasen de los otros en
vestidos, ni aun en diferencias de manjares, ni aun en ayunos, ni
en ninguna otra cosa exterior, sino en obras de caridad. Pues el
que esta no tiene, ¿cómo será cristiano? Y si
no cristiano, ¿cómo Vicario de Jesucristo? Donde hay
guerra, ¿cómo puede haber caridad? Y siendo este el
principal conocimiento de nuestra fe, ¿queréis vos
que la cabeza de ella ande de él tan apartada? Si los
príncipes seglares se hacen guerra, no es de maravillar,
pues como ovejas siguen a su pastor. Si la cabeza guerrea, forzado
es que peleen los miembros. Del Papa me maravillo, que
debería de ser espejo de todas las virtudes cristianas y
dechado en quien todos nos habíamos de mirar, que habiendo
de meter y mantener a todos en paz y concordia, aunque fuese con
peligro de su vida, quiera hacer guerra por adquirir y mantener
cosas que Jesucristo mandó menospreciar, y que halle entre
cristianos quien le ayude a una obra tan nefanda, execrable y
perjudicial a la honra de Cristo. ¿Qué ceguedad es
esta? Llamámonos cristianos y vivimos peor que turcos y que
brutos animales. Si nos parece que esta doctrina cristiana es
alguna burlería, ¿por qué no la dejamos del
todo?; que, a lo menos, no haríamos tantas injurias a Aquel
de quien tantas mercedes hemos recibido. Mas pues conocemos ser
verdadera y nos preciamos de llamarnos cristianos y nos burlamos de
los que no lo son, ¿por qué no lo querremos ser
nosotros?, ¿por qué vivimos como si entre nosotros no
hubiese fe ni ley? Los filósofos y sabios antiguos, siendo
gentiles, menospreciaron las riquezas, ¿y ahora
queréis vos que el Vicario de Jesucristo haga guerra por lo
que aquellos ciegos paganos no tenían en nada?
¿Qué dirá la gente que de Jesucristo no sabe
más de lo que ve en su Vicario, sino que mucho mejores
fueron aquellos filósofos que por alcanzar el verdadero
bien, que ellos ponían en la virtud, menospreciaron las
cosas mundanas, que no Jesucristo, pues ven que su Vicario anda
hambreando y haciendo guerra por adquirir lo que aquellos
menospreciaron? Veis aquí la honra que hacen a Jesucristo
sus vicarios; veis aquí la honra que le hacen sus ministros;
veis aquí la honra que le hacen aquellos que se mantienen de
su sangre. ¡Oh sangre de Jesucristo, tan mal de tus vicarios
empleada! ¡Que de ti saque dineros este para matar hombres,
para matar cristianos, para destruir ciudades, para quemar villas,
para deshonrar doncellas, para hacer tantas viudas, tantas
huérfanas, tanta muchedumbre de males como la guerra trae
consigo! ¡Quién vio aquella Lombardía y aun
toda la cristiandad los años pasados en tanta prosperidad;
tantas y tan hermosas ciudades, tantos edificios fuera de ellas,
tantos jardines, tantas alegrías, tantos placeres, tantos
pasatiempos! Los labradores cogían su panes, apacentaban sus
ganados, labraban sus casas; los ciudadanos y caballeros, cada uno
en su estado, gozaban libremente de sus bienes, gozaban de sus
heredades, acrecentaban sus rentas, y muchos de ellos las
repartían entre los pobres. Y después que esta
maldita guerra se comenzó, ¡cuántas ciudades
vemos destruidas, cuántos lugares y edificios quemados y
despoblados, cuántas viñas y huertas taladas,
cuántos caballeros, ciudadanos y labradores venidos en suma
pobreza! ¡Cuántas mujeres habrán perdido sus
maridos, cuántos padres y madres sus amados hijos,
cuántas doncellas sus esposos, cuántas
vírgenes su virginidad; cuántas mujeres forzadas en
presencia de sus maridos, cuántos maridos muertos en
presencia de sus mujeres, cuántas monjas deshonradas y
cuánta multitud de hombres faltan en la cristiandad! Y, lo
que peor es, ¡cuánta multitud de ánimas se
habrán ido al infierno, y disimulámoslo, como si
fuese una cosa de burla! Y aun no contento con todo esto, el
Vicario de Jesucristo, ya que teníamos paz, nos viene a
mover nueva guerra, al tiempo que teníamos los enemigos de
la fe a la puerta, para que perdiésemos, como perdimos, el
reino de Hungría, para que se acabase de destruir lo que en
la cristiandad quedaba. Y aun no contentándose su gente con
hacer la guerra, como los otros, buscan nuevos géneros de
crueldad. ¿Qué tiene que hacer el emperador
Nerón, ni Dionisio Siracusano, ni cuantos crueles tiranos
han hasta hoy reinado en el mundo, para inventar tales crueldades
como el ejército del Papa, después de haber rompido
la tregua hecha con don Hugo de Moncada, hizo en tierras de
coloneses, que dos cristianos tomasen por las piernas una noble
doncella virgen, y teniéndola desnuda, la cabeza baja,
viniese otro y, así viva, la partiese por medio con una
alabarda?... ¡Oh crueldad! ¡Oh impiedad! ¡Oh
execrable maldad! Y, ¿qué había hecho aquella
pobre doncella? Y, ¿qué habían hecho las
mujeres preñadas que, en presencia de sus maridos, les
abrían los vientres con las crueles espadas y, sacada la
criatura, así caliente, la ponían a asar ante los
ojos de la desventurada madre? ¡Oh maravilloso Dios que tal
consientes! ¡Oh orejas de hombres que tal cosa podéis
oír! ¡Oh sumo Pontífice que tal cosa sufres
hacer en tu nombre! ¿Qué merecían aquellas
inocentes criaturas? Maldecimos a Herodes, que hizo matar los
niños recién nacidos, ¿y tú consientes
matarlos antes que nazcan? ¡Dejáraslos siquiera nacer!
¡Dejáraslos siquiera recibir el agua del bautismo; no
les hicieras perder las ánimas juntamente con las vidas!
¿Qué merecían aquellas mujeres, porque
debiesen morir con tanto dolor, y verse abiertos sus vientres, y
sus hijos gemir en los asadores? ¿Qué merecían
los desdichados padres, que morían con el dolor de los
malogrados hijos y de las desventuradas madres? ¿Cuál
judío, turco, moro o infiel querrá ya venir a la fe
de Jesucristo, pues tales obras recibimos de sus vicarios?
¿Cuál de ellos lo querrá servir ni honrar? Y
los cristianos que no entienden la doctrina cristiana,
¿qué han de hacer sino seguir a su pastor? Y si cada
uno lo quiere seguir, ¿quién querrá vivir
entre cristianos? ¿Paréceos, señor, que se
imita así Jesucristo? ¿Paréceos que se
enseña así el pueblo cristiano?
¿Paréceos que se interpreta así la Sagrada
Escritura? ¿Paréceos que ruega así el pastor
por sus ovejas? ¿Paréceos que son estas obras de
Vicario de Jesucristo? ¿Paréceos que fue para esto
instituida esta dignidad, para que con ella se destruyese el pueblo
cristiano?
|
ARCEDIANO.-
No puedo negaros que no sea recia cosa, mas
está ya tan acostumbrado en Italia no tener en nada el Papa
que no hace guerra, que tendrían por muy grande afrenta que
en su tiempo se perdiese sola una almena de las tierras de la
Iglesia.
|
LACTANCIO.-
Por no seros prolijo quiero dejar infinitas razones
que para confundir esa razón podría yo aquí
alegar. Mas vengamos a la extremidad. Digo que el Emperador
quisiera tomar al Papa las tierras de la Iglesia, ¿no os
parece que fuera menor inconveniente que el Papa perdiera todo su
señorío temporal que no que la cristiandad y la honra
de Jesucristo padeciera lo que ha padecido?
|
ARCEDIANO.-
No, por cierto. ¿Y así querríais
vos despojar a la Iglesia?
|
LACTANCIO.-
¿Cómo despojar a la Iglesia? ¿A
quién llamáis Iglesia?
|
ARCEDIANO.-
Al Papa y a los cardenales.
|
LACTANCIO.-
Y todo el resto de los cristianos, ¿no
será también Iglesia como esos?
|
ARCEDIANO.-
Dicen que sí.
|
LACTANCIO.-
Luego el señorío y autoridad de la
Iglesia más consiste en hombres que no en gobernación
de ciudades, y, por consiguiente, entonces estará la Iglesia
muy acrecentada cuando hubiere muchos cristianos, y entonces
despojada cuando hubiere pocos.
|
ARCEDIANO.-
A mí así me parece.
|
LACTANCIO.-
Luego el que es causa de la muerte de un hombre
más despoja la Iglesia de Jesucristo que no el que quita al
Romano Pontífice su señorío temporal.
|
ARCEDIANO.-
Así sea.
|
LACTANCIO.-
Pues decime vos ahora: ¿cuántas
personas serán muertas después que el Papa comienza
esta guerra por asegurar, como decís, su Estado? Dejo los
otros males que la guerra trae consigo.
|
ARCEDIANO.-
Infinitas.
|
LACTANCIO.-
Luego más ha despojado él la Iglesia de
Dios que la despojaría quien le quitase a él su
señorío temporal. Veamos: si alguno quisiera tomar la
capa a Jesucristo, ¿creéis que se pusiera en armas
para defenderla?
|
ARCEDIANO.-
No.
|
LACTANCIO.-
Pues, ¿por qué queréis que el
Papa lo haga, pues decís que fue instituido para que imitase
a Jesucristo?
|
ARCEDIANO.-
De esa manera nunca la Iglesia tendría
señorío; cada uno se lo querría quitar si
supiese que el Papa no lo había de defender.
|
LACTANCIO.-
Si es necesario y provechoso que los sumos
pontífices tengan señorío temporal o no,
véanlo ellos. Cierto, a mi parecer, más libremente
podrían entender en las cosas espirituales si no se ocupasen
en las temporales. Y aun en eso que decís estáis
engañado; que yo os prometo que cuando el Papa quisiese
vivir como Vicario de Jesucristo, no solamente no le
quitaría nadie sus tierras, mas le darían muchas
más. Y veamos: ¿cómo tiene él lo que
tiene, sino de esta manera?
|
ARCEDIANO.-
Decís verdad, pero ya no hay caridad en el
mundo.
|
LACTANCIO.-
Vosotros, con vuestro mal vivir, matáis el
fuego de la caridad y en vuestra mano estaría encenderlo si
quisieseis.
|
ARCEDIANO.-
¿Queréis que lo encendamos perdiendo
cuanto tenemos?
|
LACTANCIO.-
¿Por qué no? Si os lo dieron por amor
de Dios, ¿por qué no lo perderéis por amor de
Dios? Claro está que todos los verdaderos cristianos con tal
condición poseemos estos bienes temporales, que estemos
aparejados para dejarlos cada vez que viéremos cumplir
así a la honra y gloria de Jesucristo y al bien de la
cristiandad. Pues, ¿cuánto más de veras
deberían de hacer esto los clérigos y cuánto
más de veras lo debería de hacer el Vicario de
Jesucristo?
|
ARCEDIANO.-
Vos estáis tan santo que no cumple tomarme con
vos. Cierto no os habríamos menester en Roma.
|
LACTANCIO.-
Ni aun yo querría vivir entre tan ruin
gente.
|
ARCEDIANO.-
¿Cómo la que ahora hay?
|
LACTANCIO.-
Ni aun como la que había; que entre ruin
ganado no hay que escoger.
|
ARCEDIANO.-
Cómo, ¿y teneisnos a nosotros por tan
malos como aquellos desuellacaras?
|
LACTANCIO.-
¿Por tan malos? Y aun no estoy en dos dedos de
decir que por peores.
|
ARCEDIANO.-
¿Por qué?
|
LACTANCIO.-
Porque sois mucho más perniciosos a toda la
república cristiana con vuestro mal ejemplo.
|
ARCEDIANO.-
¿Y aquellos?
|
LACTANCIO.-
Aquellos no hacen profesión de ministros de
Dios como vosotros, ni tienen de comer por tales como vosotros, ni
hay nadie que les quiera ni deba imitar como a vosotros. Esperad,
pues, que aún no hemos acabado. Hasta ahora he tratado la
causa llamando al Papa Vicario de Jesucristo, como es razón.
Ahora quiero tratarla haciendo cuenta o fingiendo que él
también es príncipe seglar, como el Emperador, porque
más a la clara conozcáis el error en que estabais.
Cuanto a lo primero, cosa es muy averiguada que el Papa hubo esta
dignidad por favor del Emperador, y habida (¡mirad qué
agradecimiento!), luego se concertó con el Rey de Francia,
cuando pasó en Italia y dejó la amistad del
Emperador, y aun dicen algunos que el mismo Papa lo instó a
que pasase en Italia. Y, no obstante esto, el Emperador, habida la
victoria contra el Rey de Francia, no solamente no quiso quitar al
Papa las ciudades de Parma y Placencia, como de justicia y
razón lo podía hacer, mas ratificó la liga que
sus embajadores con él hicieron. Pero el Papa, no contento
con esto, comenzó a tratar nueva liga en Italia contra el
Emperador estando el Rey de Francia preso, mas descubriose la cosa
que secretamente trataban y no hubo efecto. Y no bastó esto
para que el Emperador no procurase por todas las vías a
él honestas y razonables de contentar al Papa, porque
él fuese medianero en la paz que se trataba entre él
y el Rey de Francia y no la estorbase, mas nunca lo pudo alcanzar.
Concluyose en este medio la paz con Francia, y luego que el Rey fue
suelto, comenzó el Papa a procurar de hacer nueva liga con
el Rey contra el Emperador, sin haberle dado causa alguna para
ello, y esto a tiempo que los turcos con un poderoso
ejército comenzaron a entrar por el reino de Hungría.
¿Paréceos que era gentil hazaña? Estaban los
enemigos a la puerta y él revolvía nueva guerra en
casa. Requería al Emperador que no se aparejase para
resistir al turco y él, secretamente, se aparejaba para
hacer guerra al Emperador. ¿Paréceos que eran estas
obras de príncipe cristiano?
|
ARCEDIANO.-
Veamos: y el Emperador, ¿por qué no
hacía ver la justicia del Duque de Milán? Y si no
había errado, ¿no había razón que le
restituyese su Estado?
|
LACTANCIO.-
Sí, por cierto. Pero, mirad, señor: el
Emperador puso en el Estado de Milán al duque Francisco
Esforcia, pudiéndolo tomar para sí, pues tiene a
él mucho más derecho que el mismo Duque, y solo por
la paz y sosiego de Italia y de toda la cristiandad lo quiso dar a
un hombre de quien nunca servicio había recibido. Y
después su Majestad fue informado por sus capitanes que el
Duque había entendido y sido parte en la liga que el Papa y
los otros potentados de Italia hicieron contra él, y pues en
ello había cometido crimen laesae maiestatis, era razón que, como
rebelde y desagradecido, fuese privado de su Estado.
|
ARCEDIANO.-
¿Cómo? ¿Queréis privar un
hombre sin ser oído?
|
LACTANCIO.-
¿Por qué no, cuando el delito es
evidente y manifiesto, y de la dilación se podrían
seguir inconvenientes? Como entonces, que estaba el ejército
del Emperador en extremo peligro, si no se apoderaba de las
ciudades y villas de aquel Estado de Milán.
|
ARCEDIANO.-
¿Pues por qué después el
Emperador no había querido hacer información para
saber la verdad y restituirle su Estado si se hallara sin
culpa?
|
LACTANCIO.-
¿Y cuándo visteis vos oír por
procurador un reo en caso criminal, especialmente donde interviene
crimen laesae
maiestatis? Presentárase él y oyéranle
a justicia. De otra manera, el no presentarse le hacía
culpado.
|
ARCEDIANO.-
Temíase de los capitanes del Emperador, que le
tenían mala voluntad.
|
LACTANCIO.-
A la fe, temíase de su poca justicia. Si no,
mirad que luego que salió fuera del castillo de Milán
se juntó con los enemigos del Emperador. Y también,
¿qué tenía el Papa que hacer en esto? Si un
príncipe quiere castigar su vasallo, ¿hase él
de entremeter en ello? Y aunque lo hubiese de hacer y fuese este su
oficio, ¿no bastaba que el Emperador le envió a don
Hugo de Moncada, ofreciéndole todo lo que él
pedía? ¿Qué hombre hay en el mundo que no
quisiera más uno en paz que dos en guerra, cuanto más
dándole con la paz todo lo que él pedía con la
guerra? Si el Papa tanto deseaba que el duque Francisco Esforcia
fuese restituido en su Estado, solamente porque ni el Emperador se
quedase con él ni lo diese al infante don Fernando, su
hermano, ¿por qué no aceptaba lo que don Hugo de
Moncada le ofreció de parte del Emperador, que era contento
que aquel Estado estuviese en poder de terceros hasta que la
justicia del Duque fuese vista, y que, si no tenía culpa en
lo que le acusaban, prometía de hacérselo luego
restituir, y si se hallase culpado y hubiese de ser privado de su
Estado, su Majestad prometía de no tomarlo para sí ni
darlo al infante don Fernando, su hermano, sino al Duque de
Borbón, que era uno de los que el mismo Papa para esto
había nombrado primero? ¿Queréis que os diga?
El Papa pensaba tener la cosa hecha, y que, desbaratado el
ejército del Emperador, no solamente lo echarían de
Lombardía, mas de toda Italia y le quitarían todo el
reino de Nápoles, como tenían concertado y aun entre
sí partido; y con esta esperanza el Papa no quiso aceptar lo
que con don Hugo el Emperador le ofreció.
|
ARCEDIANO.-
Antes no fue por eso, sino que ya él estaba
concertado con los otros y no quería romper la fe que les
había dado.
|
LACTANCIO.-
¡Gentil achaque es ese! Y, ¿qué
más miel tenía la fe que había dado al Rey de
Francia para destruir la cristiandad que la que primero dio al
Emperador para remedio de ella? Antes, de razón debía
guardar la que dio al Emperador y romper la que dio al Rey de
Francia. ¿No sabéis que juramento hecho en
daño y perjuicio del prójimo no se debe guardar,
cuanto más en daño de toda la cristiandad y en
daño y perjuicio de la honra de Dios y de tanta gente como a
esta causa ha padecido?
|
ARCEDIANO.-
En eso yo confieso que tenéis mucha
razón. Mas vos no consideráis que el ejército
del Emperador amenazaba de venir sobre las tierras del Papa, y que
el Papa, como buen príncipe, pues príncipe lo
queréis llamar, es obligado a defenderlas, y sabéis
vos muy bien que el derecho natural permite a cada uno que defienda
lo suyo.
|
LACTANCIO.-
Si el Papa guardara la liga que tenía hecha
con el Emperador o quisiera aceptar lo que de nuevo le
ofreció, no amenazara su ejército de venir sobre las
tierras de la Iglesia. Y aunque eso sea, y yo os conceda que el
derecho natural permite a cada uno que defienda lo suyo, mas
decidme: ¿entendéis vos que los príncipes
tienen el mismo señorío sobre sus súbditos que
vos sobre vuestra mula?
|
ARCEDIANO.-
¿Por qué no?
|
LACTANCIO.-
Porque las bestias son criadas para el servicio del
hombre, y el hombre, para el servicio de solo Dios. Veamos:
¿fueron hechos los príncipes por amor del pueblo o el
pueblo por amor de los príncipes?
|
ARCEDIANO.-
Creo yo que los príncipes por amor del
pueblo.
|
LACTANCIO.-
Luego el buen príncipe, sin tener respeto a su
interés particular, será obligado a procurar
solamente el bien del pueblo, pues fue instituido por su causa.
|
ARCEDIANO.-
De razón así habría ello de
ser.
|
LACTANCIO.-
Pues veis aquí, pongo por caso que el
ejército del Emperador quisiera ocupar las tierras de la
Iglesia; veamos: ¿cuál fuera más provechoso a
los moradores de ellas, que el Papa de su propia voluntad las
renunciara al Emperador o hacer lo que ha hecho por
defenderlas?
|
ARCEDIANO.-
Si al provecho del pueblo se mirase, claro
está que si el Papa diera todas aquellas tierras al
Emperador, no padecieran tantos daños como han padecido.
Pero dadme un príncipe que haga eso.
|
LACTANCIO.-
Doyos el Emperador. ¿No sabéis vos que
pudiera él muy bien, y con mucha razón y justicia,
tomar para sí el Ducado de Milán y la
Señoría de Génova, pues no hay ninguno que a
ello tenga tanto derecho como él? Mas porque le
pareció convenir más al bien del pueblo que diese lo
uno al duque Francisco Esforcia y en lo otro pusiese a los Adornos,
lo hizo muy liberalmente, posponiendo su provecho particular al
bien público, como cada buen príncipe debe hacer.
|
ARCEDIANO.-
Si se hiciese lo que se debería hacer,
espiritual y temporal, todo habría de ser del Papa.
|
LACTANCIO.-
¿Del Papa? ¿Por qué?
|
ARCEDIANO.-
Porque lo gobernaría mejor y más
santamente que ninguno otro.
|
LACTANCIO.-
¿Vos no tenéis mala vergüenza de
decir eso? ¿No sabéis que en toda la cristiandad no
hay tierras peor gobernadas que las de la Iglesia?
|
ARCEDIANO.-
Yo bien lo sé, mas no pensé que lo
sabíais vos.
|
LACTANCIO.-
Pues luego, ¿paréceos que el Papa hizo
como buen príncipe en tomar las armas contra el Emperador,
de quien tantas buenas obras había recibido, rompiendo la
paz y amistad que con él tenía?
|
ARCEDIANO.-
Sé que el Papa no tomó las armas contra
el Emperador, sino contra aquel desenfrenado ejército que
hacía horribles extorsiones y cosas abominables en aquel
Estado de Milán, y era justo que aquella pobre gente fuese
libre de aquella tal tiranía.
|
LACTANCIO.-
Maravíllome de vos que digáis tal cosa.
Veamos: si el Papa quisiera mantener la amistad con el Emperador,
¿qué había menester su Majestad tener
ejército en Italia? Sé que ya lo había mandado
despedir, y cuando supo lo de la liga que se tramaba contra
él, fue forzado a entretenerlo. Si el Papa no
pretendía sino la libertad y restitución del Duque de
Milán y librar aquel Estado de las vejaciones del
ejército del Emperador y asegurar las tierras de la Iglesia,
¿por qué no tomaba la amistad del Emperador, con que
se remediaba todo, pues era rogado y requerido con ella? Y si el
Papa no quería más de lo que vos decís,
¿qué culpa tenía el reino de Nápoles,
que lo tenían ya entre sí repartido?
¿Qué culpa tenían las ciudades de
Génova y Sena, que tenían, la una por mar y la otra
por tierra, cercadas? Quería evitar las extorsiones y
vejaciones que el ejército del Emperador hacía en
Lombardía, y no solamente acrecentaba aquellas, mas daba
causa para que se hiciesen muchas más en toda Italia y aun
en toda la cristiandad. Leed la capitulación de la liga
hecha entre el Papa y el Rey de Francia, venecianos y florentines,
y veréis si era eso lo que el Papa buscaba.
¿Qué le había hecho el Emperador porque
debiese tomar las armas contra él?
|
ARCEDIANO.-
¿No os he dicho que el Papa no tomó las
armas contra el Emperador, sino contra su desenfrenado
ejército?
|
LACTANCIO.-
¿De manera que la guerra no era sino contra el
ejército?
|
ARCEDIANO.-
No.
|
LACTANCIO.-
Pues si contra el ejército era y el
ejército se ha vengado, ¿por qué echáis
la culpa al Emperador?
|
ARCEDIANO.-
Porque el Emperador los sostenía y les
envió más gente con que hiciesen lo que hicieron.
|
LACTANCIO.-
¿Vos no decís que el oficio del
Emperador es defender sus súbditos y hacer justicia? Pues si
el Papa se los quería maltratar, y ocupar sus reinos y
señoríos, e impedir que no pudiese hacer justicia del
Duque de Milán, como es obligado, por fuerza había de
mantener y aumentar su ejército, para poderlos defender y
amparar, pues dejándolo de hacer ya dejaba de ser buen
emperador.
|
ARCEDIANO.-
En eso tenéis razón. Mas decidme:
¿paréceos que fue bien hecho que el Emperador mandase
hacer el insulto que don Hugo y los coloneses hicieron en Roma?
|
LACTANCIO.-
Nunca el Emperador tal mandó.
|
ARCEDIANO.-
¿Cómo? ¿No mandó
él que don Hugo juntamente con los coloneses entrasen en
Roma y procurasen de prender al Papa?
|
LACTANCIO.-
No, que no lo mandó, y aunque lo mandara,
¿paréceos que fuera mal hecho?
|
ARCEDIANO.-
¡Válgame Dios! ¿Y eso
queréis vos defender?
|
LACTANCIO.-
Sí. Veamos: si vos tuvieseis un padre que en
tanta manera hubiese perdido el seso que con sus propias manos
quisiese matar y lisiar sus propios hijos, ¿qué
haríais?
|
ARCEDIANO.-
No teniendo otro remedio, encerraríalo o
tendríalo atadas las manos hasta que tornase en su seso.
|
LACTANCIO.-
Y, ¿no os parecería que vuestros
hermanos os eran en cargo por lo que hacíais?
|
ARCEDIANO.-
Claro está que me serían en cargo.
|
LACTANCIO.-
Pues el Papa, decime, ¿no es padre espiritual
de todos los cristianos?
|
ARCEDIANO.-
Sí.
|
LACTANCIO.-
Pues si él con guerras quiere matar y destruir
sus propios hijos, ¿no os parece que hace muy gran
misericordia, así con él como con sus hijos, el que
le quiere quitar el poder para que no lo pueda hacer? No me lo
podéis negar.
|
ARCEDIANO.-
Bien. Pero, ¿vos no veis que se hace gran
desacato a Jesucristo en tratar así a su Vicario?
|
LACTANCIO.-
Antes se le hace muy gran servicio con evitar que su
Vicario, con el mal consejo que cabe sí tiene, no sea causa
de la muerte y perdición de tanta gente, por los cuales
murió Jesucristo también como por él. Y
creedme, que el mismo Papa, cuando dejada la pasión venga en
conocimiento de la verdad, agradecerá muy de veras al que le
quita la ocasión para que no pueda hacer tanto mal. Si no,
venid acá: si vos (lo que Dios no quiera) estuvieseis tan
fuera de seso que con vuestros propios dientes os mordieseis los
miembros de vuestro cuerpo, ¿no agradeceríais y
tendríais en mucha gracia al que os atase hasta que
tornaseis en vuestro seso?
|
ARCEDIANO.-
Claro está.
|
LACTANCIO.-
Pues veis aquí. Todos los cristianos somos
miembros de Jesucristo y tenemos por cabeza al mismo Jesucristo y a
su Vicario.
|
ARCEDIANO.-
Decís verdad.
|
LACTANCIO.-
Pues si este Vicario por el mal consejo que cabe
sí tiene es causa de la perdición y muerte de sus
propios miembros, que son los cristianos, ¿no debe agradecer
mucho a quien estorba que no se haga tanto mal?
|
ARCEDIANO.-
Sin duda vos decís muy gran verdad. Mas no
cada uno alcanza este conocimiento ni puede juzgar más de lo
que ve, y por eso los príncipes deberían mirar bien
lo que hacen.
|
LACTANCIO.-
Más obligados son los príncipes a Dios
que no a los hombres, más a los sabios que no a los necios.
Gentil cosa sería que un príncipe dejase de hacer lo
que debe al servicio de Dios y bien de la república por lo
que el vulgo ciego podría decir o juzgar. Haga el
príncipe lo que debe y juzguen los necios lo que quisieren.
Así juzgaban de David porque bailaba delante del arca del
Testamento. Así juzgaban de Jesucristo porque moría
en la cruz y decían: alios salvos fecit, seipsum non potest salvum
facere. Así juzgaban de los Apóstoles porque
predicaban a Jesucristo. Así juzgan ahora a los que muy de
veras quieren ser cristianos menospreciando la vanidad del mundo y
siguiendo el verdadero camino de la verdad. ¿Y quién
hay que pueda excusar los falsos juicios del vulgo? Antes se debe
tener por muy bueno lo que el vulgo condena por malo, y por el
contrario. ¿Quereislo ver? A la malicia llaman industria; a
la avaricia y ambición, grandeza de ánimo; al
maldiciente, hombre de buena conversación; al
engañador, ingenioso; al disimulador, mentiroso; y
trafagador, buen cortesano. Y por el contrario, al bueno y virtuoso
llaman simple; al que con humildad cristiana menosprecia esta
vanidad del mundo y quiere seguir a Jesucristo dicen que se torna
loco; al que reparte sus bienes con los que lo han menester por
amor de Dios dicen que es pródigo; al que no anda en
tráfagos y engaños para adquirir honra y riquezas
dicen que no es para nada; al que menosprecia las injurias por amor
de Jesucristo dicen que es cobarde y hombre de poco ánimo;
y, finalmente, convirtiendo las virtudes en vicios y los vicios en
virtudes, a los ruines alaban y tienen por bien aventurados, y a
los buenos y virtuosos llaman pobres y desastrados. Y con todo esto
no tienen mala vergüenza de usurpar el nombre de cristianos,
no teniendo ninguna señal de ello.
|
ARCEDIANO.-
Bien me parece eso, aunque, para deciros la verdad,
por ser vos mancebo y seglar y cortesano, sería bien dejarlo
a los teólogos. Mas digo que sea como vos decís;
veamos: a lo menos, ¿no fuera razón que, hecho ese
insulto, el Emperador castigara a los que saquearon el sacro
Palacio y templo de San Pedro?
|
LACTANCIO.-
Cierto, mejor fuera que el Papa no rompiera la tregua
ni la fe que dio a don Hugo.
|
ARCEDIANO.-
Sé que no la rompió él.
|
LACTANCIO.-
¿Pues quién hizo la guerra con los
coloneses?
|
ARCEDIANO.-
Eso hízose en nombre del Colegio, y no del
Papa.
|
LACTANCIO.-
No me digáis esas niñerías.
¿Cúyos eran los capitanes? ¿Cúya era la
gente? ¿Quién la pagaba? ¿Cúyas las
banderas? ¿A quién obedecían? Esas son cosas
para entre niños. Mas me maravillo de quien tan gran vanidad
inventa y de los cardenales, que tal cosa consintieron se hiciese
en su nombre. Mas muy bien está, pues los ha Dios
castigado.
|
ARCEDIANO.-
¿No queríais que el Papa castigase los
coloneses, pues son sus súbditos?
|
LACTANCIO.-
No, pues había dado su fe de no hacerlo, y
rompía la tregua siempre que tomaba las armas contra ellos,
y sabía que el Emperador no lo había de consentir,
pues los coloneses también son sus súbditos, como del
Papa, y es obligado, como buen príncipe, de ampararlos y
defenderlos.
|
ARCEDIANO.-
Pues veamos: ya que esa tregua se rompió, y de
la una parte y de la otra se hicieron muchos males, ¿por
qué el Emperador después no quiso guardar la otra
tregua que el Virrey de Nápoles hizo con el Papa, al tiempo
que estaba perdida mucha parte del reino de Nápoles y todo
el resto en manifiesto peligro de perderse?
|
LACTANCIO.-
¿Cómo que no la quiso guardar? Antes os
digo de verdad que en viniendo a sus manos la capitulación
de esa tregua, aunque las condiciones de ella eran injustas y
contra la honra y reputación del Emperador, luego su
Majestad, sin tener respecto a lo que el Papa había hecho
con tanta deshonestidad dando investiduras de sus reinos a quien
ningún derecho tenía a ellos -cosa de que los
niños se deberían aun burlar-, la ratificó y
aprobó, mostrando cuánto deseaba la amistad del Papa
y estar en conformidad con él, pues quería más
aceptar condiciones de concordia injusta que seguir la justa
venganza que tenía en las manos. Mas, por permisión
de Dios, que tenía determinado de castigar sus ministros, la
capitulación tardó tanto en llegar acá y la
ratificación en ir allá, que antes que llegase estaba
ya hecho lo que se hizo en Roma. Y, cierto, si bien lo
queréis considerar, ninguno tuvo la culpa sino el mismo Papa
que, pudiendo vivir en paz, buscó la guerra, y esa tregua
más la hizo por necesidad que no por virtud, cuando vio la
determinación con que iba a Roma el ejército del
Emperador. ¿Y no fuera más razón que vosotros
guardarais la que hicisteis con don Hugo? Habiendo así
rompido aquella, ¿qué se podía esperar sino
que otro tanto haríais a esta, si el ejército se
volvía? Y ya que visteis que el ejército no se
quería volver, ¿por qué no moderasteis
aquellas injustas condiciones que en la tregua habíais
puesto, y volviérase el ejército y Roma quedara
libre?
|
ARCEDIANO.-
Querían que les diese el Papa dineros.
|
LACTANCIO.-
¿Y por qué no se los daba?
|
ARCEDIANO.-
¿Mas por qué se los había de
dar, no siendo obligado a ello?
|
LACTANCIO.-
¿Cómo que no era obligado? Veamos:
¿para qué dan los cristianos al Papa las rentas que
tiene?
|
ARCEDIANO.-
Para que las gaste y despenda en aquello que
más bien y más provechoso sea a la
república.
|
LACTANCIO.-
¿Pues qué cosa pudiera ser más
provechosa que hacer volver aquel ejército? Claro
está que, aunque las cosas sucedieran como el Papa las
demandaba, pasando aquel ejército adelante, no se
podían excusar muertes de hombres ni las otras malas
venturas que la guerra trae consigo.
|
ARCEDIANO.-
Decís verdad, mas, ¿por qué el
Emperador no paga a su ejército y será obediente a
sus capitanes? Bien sé yo que no quedó por el Duque
de Borbón que la tregua no se guardase, mas el
ejército no le obedecía, porque no era pagado, y esto
es culpa del Emperador.
|
LACTANCIO.-
Si el Emperador no paga su gente, quizá lo
hace porque no tiene con qué.
|
ARCEDIANO.-
Pues si no tiene con qué, ¿por
qué quiere hacer guerra?
|
LACTANCIO.-
Mas, ¿por qué se la hacéis
vosotros y le forzáis a que mantenga ejército para
defenderse? Sé que el Emperador en paz se estaba si vosotros
no le movíais guerra.
|
ARCEDIANO.-
Y aun yo os prometo que si el ejército no
hiciera tan extrema diligencia, que él tuviera bien que
hacer en defenderse, y creo yo que no le quedara hoy al Emperador
un palmo de tierra en toda Italia.
|
LACTANCIO.-
¿Cómo?
|
ARCEDIANO.-
Tenía ya el Papa hecha otra nueva liga, muy
más recia que la primera, en que el Rey de Inglaterra
también entraba, y el Papa prometía de descomulgar al
Emperador y a todos los de su parte, y privarlo de los reinos de
Nápoles y Sicilia, y continuar contra él la guerra
hasta que por fuerza de armas le hiciese restituir al Rey de
Francia sus hijos.
|
LACTANCIO.-
Gentil cosa era esa. ¿No fuera mejor hacer
volver el ejército que encender otro nuevo fuego?
|
ARCEDIANO.-
Mejor, pero al fin los hombres son hombres y no se
pueden así, todas veces, domeñar a lo que la
razón quiere. Mas venid acá: aunque en todo lo que
habéis dicho tengáis la mayor razón del mundo,
¿paréceos a vos gentil cosa que con aquellos
alemanes, peores que herejes, y con aquella otra canalla de
españoles e italianos, que no tienen fe ni ley, haya el
Emperador permitido que se destruya aquella santa ciudad de Roma?
Que, mala o buena, al fin es cabeza de la cristiandad y se le
debería tener otro respeto.
|
LACTANCIO.-
Yo os he claramente mostrado cómo esto no se
hizo por mandado ni por voluntad del Emperador, pues allende que
vosotros le habíais comenzado a hacer guerra, cuando la
tregua se hizo, luego que le fue presentada, la
ratificó.
|
ARCEDIANO.-
¿Por qué tenía tan mala gente en
Italia, que como lobos hambrientos vinieron a destruir aquella
santa Sede apostólica?
|
LACTANCIO.-
Si vosotros quisierais estar en paz, como
deberíais, y no movierais guerra contra el Emperador, pues
no os pedía nada, no fuera menester que él mantuviera
ni enviara esa gente en Italia. ¿Queréis vosotros que
os sea lícito hacer guerra y que a nosotros no nos sea
lícito defendernos? ¡Gentil manera de vivir!
|
ARCEDIANO.-
Séaos lícito mucho en hora buena, pero
no con herejes, no con infieles.
|
LACTANCIO.-
Por cierto vos habláis muy mal. Porque cuanto
a los alemanes no os consta a vos que sean luteranos, ni aun es de
creer, pues los envió el rey don Fernando, hermano del
Emperador, que persigue a los luteranos. Antes, vosotros
recibisteis en vuestro ejército los luteranos que se
vinieron huyendo de Alemania y con ellos hicisteis guerra al
Emperador. Pues cuanto a los españoles e italianos, que vos
llamáis infieles, si el mal vivir queréis decir que
es infidelidad, ¿qué más infieles que
vosotros? ¿Dónde se hallaron más vicios, ni
aun tantos, ni tan públicos, ni tan sin castigo como en
aquella corte romana? ¿Quién nunca hizo tantas
crueldades y abominaciones como el ejército del Papa en
tierras de coloneses? Si los del Emperador son infieles porque
viven mal, ¿por qué no lo serán los vuestros,
que viven peor? Si a vosotros os es lícito hacer guerra con
gente que tenéis por infieles, ¿por qué no nos
será lícito a nosotros defendernos con gente que no
tenemos por infieles? ¿Qué niñería es
esa? Lo que vosotros hacéis contra el Emperador no lo
hacéis contra él, sino contra su ejército, y
lo que el ejército hace contra vosotros no lo hace el
ejército, sino el Emperador.
|
ARCEDIANO.-
Digo que el ejército lo hiciese sin mandado,
sin consentimiento, sin voluntad del Emperador, y que su Majestad
no haya tenido culpa ninguna en ello; veamos, ya que es hecho,
¿por qué no castiga los malhechores?
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LACTANCIO.-
Porque conoce ser la cosa más divina que
humana y porque acostumbra a dar antes bien por mal que no mal por
bien. ¡Gentil cosa sería que castigase él a los
que pusieron sus vidas por su servicio!
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ARCEDIANO.-
Pues ya que no los quiere castigar, ¿por
qué se quiere más servir de gente que tan recio y
abominable insulto ha hecho?
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LACTANCIO.-
Por dos respectos. Por evitar los daños que,
andando sueltos, harían, y por resistir al fuego que
vosotros encendisteis. Donosa cosa sería que, pasando
franceses en Italia, el Emperador deshiciese su
ejército.
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ARCEDIANO.-
Ya no me queda qué replicar. Cierto, en esto,
vos habéis largamente cumplido lo que prometisteis. Yo os
confieso que en ello estaba muy engañado. Ahora
querría que me declaraseis las causas por qué Dios ha
permitido los males que se han hecho en Roma, pues decís que
han sido para mayor bien de la cristiandad.
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LACTANCIO.-
Pues en lo primero quedáis satisfecho, yo
pienso, con ayuda de Dios, dejaros muy más contento en lo
segundo. Mas pues ahora es tarde, dejémoslo para
después de comer, que hoy quiero teneros por convidado.
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ARCEDIANO.-
Sea como mandareis, que aquí nos podremos
después volver.
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