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Discurso sobre la educación popular de los artesanos y su fomento


Pedro Rodríguez Campomanes


[Nota preliminar: edición digital a partir de la edición de Madrid, Imprenta de Antonio Sancha, 1775 y cotejada con la edición crítica de John Reeder (Madrid, Ministerio de Hacienda, 1975, pp. 127-334.)]




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Objeto de este discurso


La educación es la norma de vivir las gentes, constituidas en qualquier sociedad, bien ordenada.

Es diferente, y respectiva a las clases de las misma sociedad, y para que se arraigue entre los hombre, se ha de dar desde la más tierna edad.

Tiene la educación principios comunes a todos los individuos de la república: tales son los que respetan a la religión, y al orden público.

Un buen cristiano consultará su conciencia, para vivir arreglado a los preceptos divinos, y a la moral de Jesu-Cristo.

Es tan perfecta esta ley divina, que no sólo modera las pasiones destempladas; sino que enseña a respetar al Soberano, y a los Magistrados, que en el Real nombre gobiernan al público. También dicta la caridad con sus semejantes, para no hacerles ofensas, y aliviarles en sus verdaderas necesidades.

El orden público consiste en el respeto paterno; en la fidelidad de los matrimonios; en la educación y buen ejemplo a los hijos; y en que cada uno cumpla con sus obligaciones particulares.

Estas reglas son comunes a todos los súbditos, y el respeto a las leyes, que prescriben las relaciones, respectivas de cada uno de los individuos de la sociedad en común.

Los artesanos en esta parte, deben vivir subordinados a las leyes generales de la sociedad: de manera que no formen una especie de pueblo apartado.

Qualquiera excepción de las reglas, que deben ser comunes a todos, perjudica al estado, y perturba notablemente el buen gobierno: inconveniente que se tocará, siempre que los artesanos obtengan fueros particulares, o se substraigan de la policía general, y ordinaria.

Estos principios en la práctica, no se han conocido muy bien en las ordenanzas gremiales, al tiempo de aprobarlas: de esta confusión han resultado notables inconvenientes al orden público, y al fomento y progreso sólido de las artes.

Tienen necesidad los cuerpos de oficios, o gremios de artesanos, de una educación y enseñanza particular; respectiva a cada arte, y al porte correspondiente al oficio, que ejercen.

Esta educación técnica, y moral suele ser defectuosa, y descuidada entre nuestros artesanos: persuadiéndose no pocos, de que un menestral no necesita educación popular.

De aquí procede el abandono de muchos, y los resabios, que continuamente se introducen en las gentes de oficio: los cuales van creciendo con la edad, e influyen notablemente en la decadencia de las mismas artes, y en la tosquedad que conservan algunas en España, por ignorancia de lo que han adelantado otras naciones.

Este conocimiento sólo habría costado el trabajo de imitarlas; e instruir a los aprendices, al tiempo de su enseñanza.

Tampoco ésta, su duración, la formalidad de los exámenes, y las clases de aprendices, oficiales, maestros, y veedores de las artes, se hallan bien distinguidas en las ordenanzas gremiales; y es otra de las causas, para que los oficios no se adelanten.

Importa mucho mejorar en esta parte la jurisprudencia municipal de los oficios, y poner a la vista de los Magistrados aquellos vicios, que el descuido, o el interés de algunos gremiales, haya podido introducir en perjuicio del verdadero progreso de las artes.

Este conocimiento iluminará a los artesanos, para no proponer en sus ordenanzas cosas perjudiciales; y los Magistrados tendrán en resumen las máximas, que conviene adoptar, para que se concilien el bien general de la nación, y en particular de los artistas españoles.

Necesitan también fomento, y discernimiento de los medios, que pueden contribuir a este fin; y la relación que el comercio tiene a las artes, conforme al sistema constitucional de nuestras leyes, e intereses públicos.

Yo he creído, que haría un esencial servicio a la patria, en proponer mis reflexiones sobre la educación, conveniente a los artesanos; entrelazando las máximas conducentes a su policía, y fomento: llevando por norte el bien general del Estado, y lo establecido en las leyes.

Algunos creerán tal vez, que entre nosotros no han estado jamás las artes en mejor estado, y que la nación no es a propósito para los oficios; y se fundarán, en que así ha pasado de largos tiempos.

Es menester confesar, que las artes se van mejorando en España al presente, y que se les facilitan muchos auxilios: restando discernir por principios constantes, cuales son los más oportunos.

La España no introducía manufacturas de fuera, hasta los principios del Reinado de Felipe III, y fines del de Felipe II; porque todas se fabricaban en el Reino. Las leyes, y las condiciones de millones, conspiran al mismo objeto: con el fin de sostener a nuestros artesanos, y mantener poblado el Reino.

La Universidad de Toledo manifestó a Felipe III, en una reverente representación, que la decadencia del Reino dimanaba de la miseria, que se tocaba de diez años a aquella parte, por la introducción de manufacturas extranjeras; y que no equivalía el adeudo de las aduanas, a indemnizar lo que perdía el Erario con la despoblación interior, que resultaba en menos-cabo de los artesanos.

Damián de Olivares determina por aquel mismo tiempo, que la decadencia se originaba de esta causa; y ajusta, que las personas, que fabricaban la lana, y seda, que le faltó a Toledo, Mancha, y Segovia por la introducción de tegidos extranjeros en aquel Reinado, era de 127.823 personas.

«Pues júntense (prosigue su cálculo) a estas personas las otras cuatro tantas, que a su calor viven; y déseles a cada una doce maravedís de contribución, como dice (Gerónimo Cevallos en su arte Real) que pagan los vasallos cada día a la Real hacienda. Sumando el valor de las mercaderías, que fabricaban las dichas personas, que son según la cuenta de Damián Olivares 5 millones 621.036 ducados, y cuatro reales; se verá, como montan los tributos de los doce maravedises más de seis millones. Con que queda probado, que el valor de las mercaderías propias, o extranjeras, debieron tocar a la Real hacienda.

Otros muchos individualizan la despoblación, que ocasionó la ruina de nuestras manufacturas en aquella época, que fue después continuado con más rapidez, por todo el siglo pasado hasta la sucesión de Felipe V, que detuvo el impulso a la decadencia de las artes; y las procuró restablecer, ordenando a sus vasallos se vistiesen de manufacturas españolas: ejemplo, que han seguido religiosamente sus augustos sucesores en sus decretos.

Luego que faltaron las manufacturas en España, el Erario se agotó, y el pueblo disminuyó de gente notablemente.

Diego Mexía de las Higueras en el discurso de sus proposiciones1, deduce de la misma causa la despoblación de Castilla, y con particularidad las de Burgos, y Medina del Campo.

«Con todo lo que crían estos Reinos, (dice el mismo Mexía) y el comercio de ellos entre los naturales, ha venido a tan grande disminución, que en las ciudades, y villas más principales de Castilla, donde tenían los asientos, ha faltado. Porque a la ciudad de Burgos, cabeza de Castilla, no le ha quedado, sino el nombre; ni aun vestigios de sus ruinas: reducida la grandeza de sus tratos, Prior, y Cónsules, y ordenanzas, para la conservación de ellos, a 600 vecinos, que conservan el nombre, y lustre de aquella antigua y noble ciudad; que encerró en sí más de seis mil; sin la gente suelta, natural, y forastera. Medina del Campo, que eran más de cinco mil vecinos, los cuales competían con los más prósperos de España, no le han quedado quinientos; y estos pobres, reducidos sus caudales a la cultura de viñas, y tierras.»


Francisco de Cisneros, y Gerónimo de Porras,2 Alcaldes del arte-mayor de la seda de la Ciudad de Sevilla, se explican sobre el propio asunto, con determinación bien clara, de que la extinción de las manufacturas, ha sido causa inmediata de la despoblación, y pobreza de España.

«Teniendo esta ciudad (de Sevilla) más de tres mil telares, en que se ocupaban, y en los demás oficios adherentes al beneficio de la seda, que son criadores, y torcedores, más de treinta mil personas; es así que de presente no hay sesenta telares, por ni tener que hacer; porque no se gastan los tejidos de Sevilla, sino los que traen de fuera de estos Reinos. Con lo cual no hay quien compre seda, ni quien la beneficie; y absolutamente se perderá este trato. Resulta de lo dicho la despoblación de esta ciudad; porque por falta de los dichos telares, y fábricas de la seda, por no tener en qué trabajar, se ha ido mucha gente: con que ha quedado despoblada la tercera parte de ella, como se podrá reconocer por las muchas casas, que hay cerradas, destruidas, y asoladas de todo punto.»


Francisco Martínez de la Mata3 coincide, con esta misma deducción, de las causas originales de la despoblación, acaecida en el siglo pasado, de los pueblos de fábricas, por la inobservancia de lo estipulado en las cortes a este fin, en las condiciones de millones.

«Cuando el Reino concedió (así dice) el servicio de millones, puso por capítulo, y sacó por condición: que no habían de entrar ningún género de tejidos de seda de los extranjeros; conociendo que, con eso podrían cumplir con la obligación, en que se hallaba, de servir con ellos a S. M. Y como esta condición no tuvo observancia, por la omisión de los interesados, que habían de hacerla ejecutar; como se prueba en este discurso; faltó el comercio y consumo de las cosas, de que habían de proceder los millones, y las alcabalas; y ha sido necesario el recargar más, con nuevos arbitrios y tributos los pocos vasallos, que van quedando, y la prorrogación continua de los millones; faltando cada día más las fuerzas, y vigor del Reino, para poder ayudar a S. M. con ellas.»


El Canónigo Pedro Fernández de Navarrete estima la ociosidad, como causa principal de la despoblación; y después propone, entre los medios de recobrar la población, el fomento de la agricultura. Por segundo medio considera el fomento de las artes y oficios, doliéndose de que por la extracción de primeras materias, viviesen ociosos los españoles4.

«Las artes y oficios mecánicos aumentan asimismo las provincias; porque además de que la experiencia enseña, que todos los que las profesan, se acomodan bien al estado del matrimonio, con que se propaga y estiende la generación; convidan también, a que de las provincias comarcanas, y aun de las remotas, se vengan al ejercicio de las artes y oficios, los que inclinados a ellos, no tienen en sus ciudades y Reinos, tantos materiales, tanta comodidad, o tanto útil. Y los hijos de estos a segunda generación serían españoles, con que se poblaría España, que es el fin a que mira este discurso. Tiene España los frutos naturales, aventajando a los de otros Reinos; y por no cuidarse, de que haya suficiente número de laborantes, salen de ella estos frutos naturales; sin que queden los industriales de la labor, que son los que hacen ricas las provincias. Las lanas y sedas son aventajadas: y si saliesen beneficiadas en telas y tapicerías, como ha enseñado la experiencia, que se puede hacer; no sólo sería de grande utilidad, por excusarse con eso la saca de tanto dinero, en la compra de estos frutos industriales; sino que se traería mucho de otros Reinos, que carecen de los naturales, que España tiene.»


Distingue Navarrete oportunamente la mayor ventaja, que sacan las naciones industriosas con la manufactura; haciendo comparación con la nuestra, que vendía sin labrar sus crudos, y primeras materias desde el Reinado de Felipe III, en que decayeron, como se ha visto, nuestras fábricas.

«La razón es, (reflexiona Navarrete) porque de los frutos naturales, en que la naturaleza pone sus formas, en la primera materia no se saca más, que el útil de la primera venta. Pero la industria humana, que de ellos fabrica infinitas, y diferentes formas, viene a sacar otros tantos útiles, como se ve en la variedad de cosas, que se labran de seda, de lana, de madera, de hierro, y de otros materiales. Y así vemos, que de ordinario, estar más ricas las tierras estériles, que las fértiles: porque éstas se contentan con la limitada ganancia de los frutos naturales; y aquellas con lo industrial de los oficios suplen, y aventajan lo defectuoso de la naturaleza, en no haberlas fertilizado. Y así en España, donde son pocos, los que se aplican a las artes y oficios mecánicos, pierde el útil, que pudiera tener, en beneficiar tantos, y tan aventajados frutos naturales, como tiene.»


Hace consistir la pérdida anual de la nación D. Miguel Álvarez Osorio5, por causa de la introdución de géneros extranjeros, en 50 millones de pesos; y duplica la suma por lo respectivo a las Indias, desde el abandono de las fábricas propias. Da razón individual de los supuestos, en que funda sus cálculos; recorriendo todas las clases de tejidos y ramos de industria. Cuando se crean excesivos, y se rebaje mucho, es fácil deducir las inmensas sumas, que habrían podido circular en nuestros artesanos, repuestas las antiguas fábricas.

De los testimonios hasta aquí alegados, y otros muchos, que sería fácil traer, si la notoriedad no lo hiciese superfluo, se prueba: que la nación tuvo hasta el Reinado de Felipe III florencientes las manufacturas, y su población: que decayó notablemente, luego que éstas cesaron, y las primeras materias se sacaron del Reino; introduciéndose casi generalmente los géneros, fabricados en los países extranjeros, en lugar de labrarles los españoles con sus crudos propios.

Por consiguiente el restablecimiento de las artes y oficios, o su perfección, no es un pensamiento nuevo; ni industria, que ignorasen, o de que careciesen nuestros mayores en sus mejores tiempos. Es uno de los medios de resarcirse la nación, de aquellas desventajas, como reflexiona un escritor político de mucho juicio.6

Aunque el presente siglo haya depuesto muchos de los yerros políticos que causaron aquellos males, son necesarios todavía otros medios, para poner en estimación, y en utilidad común, los oficios, de que me ha parecido convenía tratar con alguna individualidad.

De todos estos medios, ninguno iguala al impulso y favor, que el comercio puede dar a nuestras manufacturas; excusando introducciones perjudiciales, y facilitando el consumo de los géneros, fabricados en el Reino, con preferencia, como Felipe V lo mandó expresamente a todos sus vasallos.

«Son el ministerio forzoso de los laborantes, dice un escritor político,7 los mercaderes, que por sus intereses recogen cuanto fabrica la parte principal... disponiendo la distribución para su consumo como si fuesen sus factores: encaminando el dinero de su monta con todo cuidado a las partes, donde se fabrican, aunque el consumo sea en partes muy remotas.»


Se difunde con mucho acierto sobre la utilidad, que rinden los oficios; y atribuye por causa parcial de su decadencia en España, no haber quien represente contra los perjuicios, e infracciones de las leyes, que sufren los artesanos, por las introducciones reprobadas en ellas.8

«La cabeza es el miembro principal, que sustenta los demás; y el gremio de la justicia es el principal de todos los gremios, de que se compone el cuerpo místico de la república; y es necesario, que la conservación de todos dependa de él, como miembro principal.

»De haberse destruido los gremios de las artes, que son el nutrimento de la república, se ha originado la destrucción de las ciudades, villas, y lugares; y la pobreza común de los pobres vasallos, que por esta causa van quedando; destrucción del patrimonio Real, público y particular; y demás conflictos, en que se hallan estos Reinos: como queda probado en el contexto de mis breves discursos. Y es indubitable, que todo ha consistido, en no haber acudido a su tiempo cada gremio, cuando conocía la causa, porque se destruía, pidiendo en el de la justicia el cumplimiento de las leyes y ordenanzas, hechas a su favor.

»Esta omisión común se opone a la ejecución de justicia, y es causa de que cese su influencia; porque el alma de las justas leyes, y ministros, consiste en que haya, quien pida observancia de leyes, porque si falta, son una cosa muerta. Y la queja que tienen, es sin razón; porque su daño ha resultado de dicha omisión. Estos pequeños descuidos en los principios, han causado los grandes daños, que se están experimentando; no siendo posible el conservarse las monarquías; sino es guardando las leyes, que sirven de custodia al comercio, y al beneficio público.

»El medio, que se me ofrece, para el reparo y restauración de tanto bien perdido, es que S. M. mande: que todas las artes, tratos, oficios, y modos de vivir, que se hallan en estos Reinos padeciendo, y se van acabando de perder en los vasallos; que cada uno de por sí, unánimes, y conformes se agreguen, y nombren una persona, que por todos venga a pedir en el Consejo el cumplimiento de las leyes, que están ordenadas a la conservación de ellos. Y que si así lo hicieren, viniendo a pedirlo, que no se dé traslado a las partes interesadas, que se mostraren contrarias; porque andando en probanzas, desampararían sus pretensiones. Demás de que pedir los gremios observancia de leyes, no es pleito entre partes, que se ha de averiguar con traslados; porque fuera hacerlo civil y ordinario, siendo de suyo criminal y ejecutivo; y fuera dar ocasión a que los contrarios, con probanzas siniestras destruyesen el bien común; y a que los gremios cansados, dejasen la demanda.

»En los pleitos civiles y criminales, que son entre partes, aunque hay leyes, que alegan en su favor, hay lances, términos, y ocasiones, que deshacen sus pretensiones: que aquella epiqueya no se halla en leyes de comercio, que están ordenadas a la conservación de la república. Porque no ha de haber causa, ocasión, lugar, y tiempo, en que algún particular, por sus intereses las altere. Demás de que en caso de duda , es razón de que pierda la justicia, que pudiera tener, por no arriesgar el bien universal. Por lo cual se debe pedir a S. M. mande, que no se dé traslado a la parte, contra las leyes de comercio. Porque son sofística, y simulada retórica, del que lo defiende, ahoga la verdad, y quiere que al más entendido juez se le escape el punto, en que estriba la intención del que fundó la ley. Y demás de esto suplicar a S. M. mande, que todos los gremios traten, de conservarse a sí mismos, teniendo y sustentando espías; y que cada uno de los maestros, oficiales, y aprendices lo sean, celando y espiando, si algún género de gentes obran algo en contrario, venga a dar cuenta de ello; y que si lo pidieren, se les dé ministro con comisión que proceda con los términos, que se obra en el juicio de las visitas secretas. Y esto ha de ser con calidad, que si los gremios no lo hicieren, hayan de ser multados en la cantidad, que S. M. y Real Consejo ordenare para la cámara; y que para esto sean fiscales los unos gremios de los otros, porque si falta quien deponga, no sirven de nada las santas leyes, y ministros de S. M.

»Y para que se conozca, que el daño universal ha consistido, en no pedir observancia de estas leyes; y también se conozca, que para el remedio universal de todos, sólo falta un medio, que las haga observar, el cual ha de proceder de los mismos interesados.»


Si las ordenanzas gremiales se hubiesen arreglado a estas leyes, en lugar de los fueros y estancos que han promovido; tendría cada gremio presentes las preferencias, que las leyes dan a las manufacturas propias. Se hubieran hecho con sistema, y orden, iguales prevenciones en las ordenanzas de los mercaderes, para que el comercio fuese a una, y no se desviase de tan saludables reglas, que deben ser trascendentales al consumo de Indias: por la unidad de intereses de aquellas provincias, que componen con estas, un mismo estado y monarquía.

Es preciso confesar, que se han reformado muchos de estos males políticos: mi objeto se dirige a presentar los caminos, de facilitar el remedio a los que todavía subsisten: en cuanto fuere posible, y yo alcance.

Livio se quejaba, de que la república Romana en su tiempo, ya no podía soportar los males, ni sufrir los remedios. Semejante debilidad política es el extremo, a que puede llegar un estado.

En España basta descubrir las verdaderas causas, del atraso de nuestra industria. Porque no falta el celo, y la protección a cuanto pueda ser ventajoso a la nación; ni los medios e ingenio, para promover sólidamente, la industria común de las gentes. Bastaría recorrer por mayor las excelentes providencias, dictadas en el Reinado de Carlos III, y en los de su augusto padre, y hermano para certificarse de esta verdad.

Convendrá imprimir en todos los ánimos la necesidad, de que cada uno trabaje, y que sea con la posible perfección y esmero: diga lo que quisiere el embidioso Crhemes, en cualquiera ocupación honesta, y útil:


Numquam tam mane egredior, neque tam vesperi
Domum revortor, quin te in fundo conspicer
Fodere, aut arare, aut aliquid ferre denique.


Terent. in heautontimorumen. act. scen. 1. vers. 151                





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Introducción


Preliminar


El Autor de la naturaleza dotó a los irracionales de un natural vestido y ornato. Dio a los animales quadrúpedos, peces, y aves todos los socorros necesarios.

Sólo al hombre, como guiado de su raciocinio reflexiona Plinio9, crió desnudo, desabrigado, y llorando.

En recompensa le atribuyó una especie de dominio y disposición sobre los otros vivientes, a utilidad y provecho suyo; y un conocimiento general de los usos, que puede sacar de las demás cosas, que produce la tierra.

La necesidad excitó en los racionales la invención de Artes, para acudir a el abrigo, al sustento, y a la comodidad de los de su especie.

Estos según sus caprichos, y talentos variaron en todos tiempos en las inclinaciones, en los gustos, y en las modas.10

Naturae sequitur semina quisque suae.


De aquí ha resultado tanta diversidad en los trajes y en los adornos de las naciones, reducidas a sociedad.

Las influencias del clima, y las producciones naturales han sido causa en mucha parte de la diversidad, que advertimos; y cada día se hace mayor, a medida que los hombres se alejan de sus orígenes.

Los aceites y pinturas son el ornato de muchos pueblos, en quienes el clima disuelve la robustez por la demasiada transpiración. Próvida naturaleza produce en las mismas regiones estos bálsamos y ungüentos.

En los polos fríos es necesario el abrigo de las pieles, que cubren los animales que allí se crían; de las cuales les despoja el hombre, para socorrer con ellas su desnudez y frialdad.

Las artes sufren la inconstante duración de los caprichos humanos. Unas se pierden, otras se restauran de nuevo, otras se combinan; y todas ellas tienen por objeto abrigar, sustentar, y deleitar a los mortales.

Muchas se introdujeron, para ser instrumentos de la ambición, o de la seguridad humana: esto es, para ofender, o defenderse recíprocamente.

Otras invenciones se destinan a conducirnos por mar y por tierra a todas las distancias posibles; a pasar, detener, o aprovechar los ríos.

Se aprecian las artes por su utilidad, por su buen gusto, y por su curiosidad, y primor.

Varía este aprecio en los hombres puestos en sociedad, según el sexo, la profesión, la clase, y las edades.

La harmonía y deleite del oído hizo inventar los instrumentos músicos; y la necesidad de repartir y aprovechar el tiempo, los relojes.

La gula, y antes el hambre ha dado origen a muchas artes, y también ha estimulado la agricultura, el cultivo de los árboles y de los huertos: todo ha tenido por objeto satisfacer el sentido del gusto.

La preparación de los aromas, y la variedad del cultivo de las rosas y géneros olorosos, o el arte de la jardinería; la destilación de espíritus, la fábrica de tabacos, se han destinado a recrear el olfato.

La prodigiosa combinación de los colores y su sistemática disposición en todas las obras del arte ¿qué otro fin han tenido, que representarles más perceptibles a la curiosidad de la vista? ¿Y otras artes se han esmerado en auxiliarla, o aumentarla respecto a los objetos delicados, que por su pequeñez o distancia no podía distinguir, y huían de sus jurisdicción?

La óptica es una ciencia, fundada en este sentido, de cuyo conocimiento resultan muchos descubrimientos importantes a los hombres.

La pintura y la escritura comunican a los presentes y venideros por medio de el mismo sentido cuanto es capaz de percibir el hombre, y de discurrir o idear.

Si estas dos artes de pintar y de escribir faltasen, el orbe volvería a olvidar cuanto ha aprendido, y retiene hasta ahora.

Sola la escultura con sus relieves y letras esculpidas podría por medio del tacto suplir la falta de la vista aunque con más dificultad.

La aspereza de los metales, y de las piedras se ha rendido al arte del hombre, para recibir y dar configuraciones, proporcionadas al suave sentido del tacto.

El tacto además es quien da a la mano la dirección de todas, o las más principales maniobras del artesano.

La medicina por medio del pulso debe al tacto toda o la principal noción, que toma de las enfermedades internas.

La cirugía hace lo mismo en las externas, aunque puede recibir algún mayor discernimiento antes, auxiliada de la vista.

Las funciones del cuerpo viviente jamas se entorpecen tanto, como quando la energía de las fibras y del tacto se desentonan.

De manera que en lo natural obra el tacto respecto de las artes, quanto el conocimiento del dibujo regula y dirige por la imitación, dirección y corrección.

Esto no quita, que todos los sentidos contribuyan a las diferentes operaciones; mas debe darse al tacto el primer lugar entre ellos, como sentido arquitectónico, o director casi de todas.

La historia natural hace recorrer las selvas y las cavernas de la tierra, para encontrar los específicos, con que socorrer qualquier desorden, que padezca el cuerpo humano; y todos los demás simples que entran en todas las artes, y usos. La minería y la química encaminan al mismo centro sus tareas.

Son más usuales unas artes, a proporción que su necesidad es general, y alcanza a todos; o a la mayor parte de las gentes.

Sin estas artes y oficios no puede pasar sociedad alguna de hombres, y la que se halla falta de su conocimiento, o que no le usa bien para surtirse; debe confesar, que es defectuosa su situación en esta parte: aun quando sus naturales poseyesen las ciencias más sublimes en heroico grado, o las minas preciosas del universo.

Las operaciones de las artes, que ocupan más hombres, merecen después la preferencia.

Las de puro ornato, aunque parezcan menos necesarias; cuando se hallan establecidas en un país, prueban su aplicación, e instrucción.

Las cosas de lujo, que no traen a la propia sociedad utilidad alguna, deben desterrarse: tal es el uso de los diamantes, que empobrece las familias ricas, y tienen un valor de mera opinión.

El arte de reducirles a su estado de brillantez, y a joyas es útil, como el consumo se haga en otro país. Así como es provechoso al boticario cultivar y preparar las medicinas, aunque le sería muy perjudicial su uso en el estado de sanidad: cabiendo dudar de la eficacia de muchos mixtos, aun en el de enfermo.

Una nación puede muy bien sacar ganancia del lujo de las demás; adoptando ciertas manufacturas dedicadas a él, para venderlas a otras. Y si permanece en su consumo, eso menos pierde en la balanza mercantil con el país, de donde trae la pedrería, y cosas que llaman de calle mayor: superfluas y ridículas en gran parte, y perjudiciales, quando entran de fuera.

El agente y móvil universal de la industria humana se excita a veces por la curiosidad de saber en cuanto a la invención; pero en el artesano, después de inventada la cosa, por lo común es el dinero.11

Ergo sollicitæ tu causa, pecunia, vitæ es: Per te immaturum mortis adimus iter.


Es la moneda el signo común y general de todas las cosas, sujetas al tráfico de las gentes; y la medida de las recompensas del trabajo personal.

El cortejo de la moneda, que una nación paga, o saca de la otra por virtud de la contratación, o por otras deudas, sirve a deducir la ventaja, o la pérdida que experimenta; y su inferioridad o superioridad en la industria o agricultura.

Las ciencias tienen sus artes auxiliares, como la escritura, la imprenta, el grabado, el arte de hacer punzones y matrices; la fundición de las letras, las fabricas de papel, y los materiales de la encuadernación. Estas artes prosperan o menguan con respecto a el progreso de la instrucción nacional, que las ocupa.

Donde se ignoráse la música, serían inútiles las notas musicales y los profesores, que tañen los diferentes instrumentos; y los que los construyen o templan. Las imprentas de música tampoco tendrían que hacer allí.

La perfección en las artes contribuye a propagar y facilitar los conocimientos humanos; porque todos ellos tienen cierta relación universal entre sí; y dan mayor ocupación a los hombres y más modos de vivir a costa de los ricos y acaudalados, o de los que necesitan valerse de las artes, para satisfacer sus gustos, o sus necesidades.

El adorno de las habitaciones de los hombres; sus diversiones, vestidos y muebles, de que usan a pie, a caballo, o en sus carrozas, suministran a las artes diferentes ocupaciones.

¿Cuántas dependen de la arquitectura y pintura? de estas dos profesiones, que compiten con las ciencias en la invención; y sobrepujan a las demás artes en la gracia y delicadeza de la ejecución; y en la variedad, a que se estienden.

La guerra ofensiva o defensiva, luego que el puño y el palo12 no bastaron, dio principio a las armas; a la táctica, a la pólvora, a la fortificación de las plazas, a los bajeles de guerra, y a la inumerable porción de máquinas, conocidas en la milicia antigua y moderna.

A medida que las sociedades vecinas mejoran estas artes, se ve precisada la propia a adoptarlas, y establecerlas en el modo más perfecto; o a mendigar la protección de las otras sociedades, que suele no ser constante, segura, ni duradera.

No basta establecer las artes y oficios de qualquier especie en un país, o poseerles de largo tiempo. Es menester irles perfeccionando continuamente a competencia de las otras naciones. Cuando España descuidó esta atenta vigilancia, perdieron la estimación nuestras manufacturas y artefactos: tomando la superioridad las extranjeras. A muy corta progresión de tiempo se arruinan las fábricas propias, donde no se mejora e introduce la enseñanza que falta.

De aquí nace la primer máxima general de arreglar sólidamente el aprendizaje de los oficios; la subordinación de los discípulos o aprendices a sus maestros; el estudio del dibujo, para sacar proporcionadas las obras y correctas; el rigor y justificación de los exámenes; los premios y los auxilios necesarios a los artesanos: dándoles la estimación, que merecen con justo título unos ciudadanos industriosos, que son tan provechosos y necesarios en el Reino.

La material situación de las artes no es indiferente, para que florezcan, como se advierte en el discurso sobre la industria popular.

En las ciudades populosas son por lo común caros los mantenimientos, a causa del gran numero de consumidores; y los jornales suben a proporción. Y así en tales parajes no convienen las fabricas bastas, que no admiten por su ínfimo valor el desembolso de jornales subidos.

Pero las finas estarán allí muy bien, y todas las de ornato y ostentación. Donde escasean el agua y la leña, no convienen ciertas fábricas; o es menester reponer los montes, y conducir las aguas.

Las que requieren máquinas hidráulicas, deben estar a las orillas de los ríos, o caudales de agua.

Las que necesitan simples voluminosos, han de colocarse cerca de donde nacen, o en la mayor cercanía posible.

Las que dependen del capricho y de la moda, deben variarse a proporción, y estar en lugares ricos, o cerca de ellos.

Si algunas se pierden por los gastos de administración, se han de reducir a establecimientos populares; y si salen máquinas o secretos nuevos, se deben buscar a toda costa.

Es también de grande importancia otra máxima general, conviene a saber: de desterrar las vulgares ideas, que han mantenido en menos aprecio del que les corresponde, a los oficios y a los que los profesan.

La mengua e infamia debe recaer únicamente en los ociosos, y mendigos13, o en aquellos artesanos, que por desaplicados y viciosos, no se hacen dignos de la consideración general.

Obligado es el gobierno público a proporcionarles todos los adelantamientos, que se han conseguido en otras partes; y los que nuestra constitución les pueda facilitar, sin distinción de naturales y extranjeros. Porque la casualidad de nacer fuera de España, no les ha de privar de los privilegios, que las leyes les conceden y merecen. Ellos traen su habilidad e industria a nuestra patria; aumentan su población; y a muchos de estos se deben artes utilísimas y precisas, de que sin ellos careceríamos todavía.

Los Romanos introdujeron en Italia las artes de los Griegos, y las hicieron propias de esta manera, a fuerza de emplear los artífices y artesanos de toda especie. No tuvieron la vigilancia de que los naturales las aprendiesen, ni las dieron aquel honor, que las conserva en estimación; y de ahí resultó la decadencia de que se hablará en otra parte.

¿Cuántas artes y secretos debe Europa a las naciones asiáticas, y cuántas trajeron los Árabes a España?

Los nombres de las artes, de los instrumentos, y de las mismas obras son derivadas de las lenguas o idiomas del País, por donde las recibimos. Todos los hombres nos necesitamos, y tememos recíprocamente. Así el despreciarlos, es falta de conocimiento político de las naciones.

Sólo la ignorancia del progreso y transmigración de las artes, ha podido infundir en algunos ideas tan contrarias al bien público, y a los intereses verdaderos de la Patria.

Si otras naciones en cambio de las personas ociosas e ignorantes, que tengamos, nos diesen otros tantos diestros obreros; no parece dudaríamos un punto, en acetar un canje, tan ventajoso. Luego dándonosles de balde, ¿para qué nos hacemos tanto de rogar?

El verdadero extranjero en su patria es el ocioso, y una pesada carga: tanto más insoportable, a medida que es mayor el número de los inútiles.

La diversidad del idioma, es todo lo que se les puede objetar a los extranjeros; pero como no se les recibe para oradores, parece ridícula semejante tacha.

Todas las naciones cultas deben tratar con hospitalidad y cariño al extranjero, que observando sus leyes; contribuye con su trabajo a aumentar la riqueza nacional.

Así se hace en España, y lo tiene reiteradamente mandado Carlos III, conforme a las leyes antiguas del Reino, y así se debe observar:

Trôs, Rutulusve fuat.

La policía de los artesanos, y el mejoramiento de su legislación municipal, es el objeto de este discurso; sin olvidar los demás principios de educación, que les convienen; y aun el aseo y limpieza, que tanto descuidan en los niños sus padres y maestros.

No es este por cierto un asunto indiferente; componiendo este cuerpo de ciudadanos más de un tercio de la nación española.

La brevedad del tratado no permite entrar en los abusos de cada gremio de oficios en particular; ni en la corrección de sus ordenanzas.

Esto último pertenece a los depositarios de la autoridad pública; y la reforma de abusos se logrará por sí misma; reduciendo a método la enseñanza, y la profesión de las artes y oficios; protegiéndolos y honrándolos, como a los demás ciudadanos; por ser todos miembros de una misma sociedad, y necesaria esta consideración, para que abracen con gusto los oficios.

Si alguna diferencia debe hacerse, está la ventaja a favor de los artesanos; porque sus tareas son penosas, y requieren aplicación e ingenio, para habilitarse en el manejo de sus respectivos oficios, y tener salida de sus obras.

Algunas de ellas son tan delicadas y difíciles, que no necesitan menos tiempo, para adquirirlas con perfección, que las ciencias más sublimes y especulativas.

¿Como puede esperarse la propagación y arraigo de semejantes artes en la nación, si no concurren a un tiempo en favor de sus profesores una constante protección, y un interés, que recompense tantas fatigas?

El autor de una obra de ingenio, luego que la concluye, ha llenado todo su deber. A un celebre artífice no le basta hacer un modelo; quédale la precisión de reproducir su obra continuadamente, sin cesar en su fatiga corporal, para ir sacando provecho de las que imita y vende.

Las combinaciones especulativas de algunos artesanos, no ceden en la tortura del ingenio a la resolución de los problemas más dificultosos; y muchas se valen de la geometría, de la química y de otras ciencias, para conseguir buen éxito.

¿Quántos descubrimientos útiles de nuestros artistas se ahogan y mueren con ellos; y es natural que suceda así, mientras no se establezcan premios a los inventores, que los publiquen a beneficio de las artes?

Aun los premios no bastarán, si no hay sociedades económicas, que juzguen de ellos, y distribuyan las recompensas al verdadero mérito; cuidando de aprovechar, y conservar qualquier hallazgo. Los Magistrados nunca tendrán bastante tiempo, para tomar este cuidado continuo del progreso, que adelanta diariamente las artes.

La perfección de éstas sólo se puede lograr, acumulando en forma de instituciones y por clases tales descubrimientos; ya sea mejorando los instrumentos, y máquinas de que necesitan los artífices; la preparación de los metales y materiales, que emplean en sus operaciones; y finalmente por lo acabado y vistoso de las piezas, que salen de la mano y obrador del artesano.

Hay oficios auxiliares, cuyo adelantamiento influye considerablemente en los demás.

Unos dan facilidades, como es la composición del acero, que conduce a mejorar los instrumentos de muchos oficios.14

Otros subministran materiales nuevos, como la hola de lata, y el latón; cuyos materiales se debieron a la meditación, y a las indagaciones químicas.

El temple de los metales, que entran en las piezas de un reloj, mereció en Inglaterra a Harrison un premio considerable, con el fin de auxiliar la navegación por este medio.

Las artes admiten también otra división: o imitan la naturaleza y entonces es menester seguirla exactamente, como hace el estatuario, o el pintor, guiado del dibujo, y lo mismo sucede al que coordina todas las producciones que constituyen el todo, o parte de la historia natural, para representarlas al vivo.

Otras artes y oficios debieron su origen a una nueva combinación de los objetos; y es lo que se llama invención, y son las más sujetas a alteraciones y modas.

Las primeras se emplean en observar las propiedades de los mismos objetos, de que se valen los artistas, para usarlos en sus composiciones; como sucede con todos los materiales de las artes y oficios destinados a prepararlos.

Las pieles deben curtirse o adobarse según los destinos, a que se apliquen. Tienen tiempo preciso para estas operaciones; y si se dilata, se pudrirán estos materiales, por descuidar o ignorar el modo de prepararlos. Si se omite alguna de las demás operaciones, que la experiencia y el arte tienen por necesarias, el material sale de poca ley, y el público es engañado, porque dura menos.

Lo mismo sucede con todos los materiales flexibles e hilables, de que se forman los tejidos, para darlas las varias y sucesivas operaciones, que necesitan y les son propias.

Los metales requieren para su fusión y preparación operaciones constantes, a fin de que no pierdan su ductibilidad y aplicación a las artes respectivas; o para transmutarlos o mezclarlos con otros metales o aligaciones.

Las materias duras, como las piedras y maderas, no carecen de propiedades que les son especiales, para saber dárselas antes de aplicarlas a los oficios, que las labran, y meterlas en obra; y muchos de estos géneros conducen a los tintes.

Los colores vienen de la extracción o mezcla de muchas producciones de los tres reinos vegetal, mineral, y animal. Su combinación no es menos varia. Merece la debida atención, para que florezcan las manufacturas, y abunden todas las primeras materias, aprovechando las del propio país con preferencia.

El tejo, por ejemplo, es un árbol, que da excelente madera, y sirve a los tintes. Pocos le usan aquí para esto último; y depende del atraso de la historia natural15 en España.

Todos los medios colores son por lo común facticios, y deben su variedad a una multitud de observaciones, arregladas por el arte.

Los cuerpos diáfanos o transparentes no son de menos uso; ni se perfeccionaron sin continua aplicación y experiencia.

¡Cuánto número de oficios encierran las preparaciones de estos y otros materiales de las artes y oficios! ¿Sin estudio y raciocinio, cómo se habrían podido llevar al estado, que hoy tienen, y quánto falta aún, para haber apurado esta prodigiosa cantidad de operaciones y combinaciones físicas, químicas, y metalúrgicas, que aún restan por hacer?

Sin discurso, y ciencia nada de esto ha podido reducirse a sistema y orden. ¿Cómo podrían adelantarse estas operaciones sin reglas constantes; que en la práctica han salido certeras; y las había antes descubierto la casualidad, o el estudio sagaz del filósofo, del naturalista, o del químico?

Es a la verdad más glorioso hallar y descubrir estas combinaciones, que seguirlas en adelante con fatiga y trabajo continuo. Pero al público mayores ventajas le resultan de los artistas, que han aprendido después a copiarlas con exactitud; o que las han perfeccionado a costa de experiencias raciocinadas; porque estos últimos las tienen prontas, y expeditas para el uso común de los hombres.

¿Quién podrá dar, ni negar preferencia a ninguno de estos oficios, que se emplean en preparar las primeras materias de las artes; ni mirar con desprecio a unos ciudadanos, que incesantemente se ocupan en tan útiles trabajos; sin los cuales carecerían de energía las artes; faltando la materia sobre que se debe obrar con acierto, y utilidad del público?

El objeto a que estos materiales se aplican, ni la calidad de ellos mismos no disminuyen la estimación de los operarios.

Cualquiera diferencia entre ellos sería una paradoja política, o una sofistería producida por genios superficiales y charlatanes.

Si el oro es de más valor, más útil es al género humano el trabajo de las ferrerías, que sacan de la mena por virtud de la fusión bien arreglada, un metal necesario, para subministrar instrumentos a todos los usos de la guerra, de la agricultura, de los oficios, de las habitaciones, y de los particulares.

Es un error político entrar en tales comparaciones de preferencia, que en España han influido mucho a retraher las gentes de algunas artes, como sucede en las tenerías, que son muy pocas, a proporción de los muchos cueros al pelo, y otros pellejos de España e Indias, que salen sin adobar por la preocupación, de que este arte no es tan honroso como otros.

Las leyes prohíben sacar del Reino semejantes pieles, sin adobar o curtir: con el saludable fin de dar esta ocupación a nuestros curtidores.

La vulgaridad viene al encuentro del progreso de los curtidos; desacreditando este oficio sobre su palabra, y a un gran numero de familias, que ejercitarían útilmente esta honrada profesión, y ahora viven en el ocio, faltas de ocupación, con que mantenerse.

Este mismo daño se experimenta en perjuicio de otras artes y oficios; no menos útiles y necesarios: sólo porque algunos escritores a su fantasía han desacreditado las especies de trabajo, que les ha parecido, con razones verdaderamente despreciables: opuestas al espíritu de las leyes, y del todo contrarias al bien común.

Las ordenanzas de muchos gremios y cuerpos han adoptado el mismo modo de pensar, con daño general de la nación, y han excluido de ciertas congregaciones, comunidades, o aprecio a los de ciertos oficios, y a veces a los de todos.

Si se hallasen razones fundadas de utilidad y conveniencia pública, para sostener semejante modo de discurrir; merecería disculpa su empeño. Mas como en nada de esto ha dado origen a tales exclusiones el bien público; está clamando todo hombre honrado y cuerdo, a fin de que se trate de desterrar tan perjudiciales paralogismos.

La distinción de nobles, y plebeyos es de constitución: las demás deben templarse a beneficio de las artes, honrándolas cuanto sea posible.

En otros países prevalece más el amor a la ganancia y a la comodidad, y nadie se deja seducir de estos yerros políticos: en España no bastan tales estímulos, si la estimación y debido aprecio de los oficios, no acompaña a sus operaciones.

Los oficios, que reducen a manufactura las primeras materias que quedan referidas, y otras qualesquier descubiertas, o que se vayan descubriendo; están sujetos a las mismas opiniones vulgares; y en todos debe acudir la legislación y el concepto común de las gentes a estimular indiferentemente todo genero de aplicación honesta; dándoles la estimación debida.

Lo contrario es pedir imposibles a una nación, tan honrada como la nuestra.

Las artes, y oficios en España dice muy al caso Don Juan de Butrón16, que más necesitan de protección, y fomento; sobrando ingenios muy felices, para exercitarlos.

Serán más brillantes, fáciles, y lucrosas otras especulaciones científicas, y abstractas a sus autores. A mí me parece más útil en el orden civil al género humano la invención de las agujas de coser: instrumento de tanto uso, que debe preferirse a la lógica de Aristóteles, y a un gran número de sus comentadores, los cuales han sido en España más comunes, que las fábricas de agujas: olvidadas casi en Córdova, donde florecieron por algunos siglos, y ahora son menos estimadas las que allí se hacen todavía.

Ha sido grande error en política excitar cuestiones sobre la preferencia de las artes, y de los oficios: distinguiendo a unos con el dictado de liberales, y a otros con el de mecánicos17. De ahí se paso a hacer otra distinción de oficios bajos, y humildes; titulando a algunos de nobles. Estas denominaciones voluntarias y mal digeridas, han excitado repetidas emulaciones, y han sido parte, para que muchos abandonasen las artes, o apartasen a sus hijos de continuar en ellas, contra otra máxima general de hacer indirectamente hereditarios los oficios en las familias, para que los amen y perfeccionen.

Los Jurisconsultos españoles han publicado tratados enteros bajo del sistema odioso, que queda referido; y ahora se hablará sólo de dos obras, que son las más conocidas. La primera es la citada de Don Juan de Butrón, intitulada: discursos a favor de la pintura, impresa en 4.º en Madrid año de 1626, en tiempo de Felipe IV, cuyo Soberano estimó, y conocía por sí mismo esta utilísima profesión y el dibujo, con que se divertía algunas veces.

No censuro las buenas y excelentes razones, con que aquel escritor recomienda el dibujo y el arte de la pintura; por que a la verdad defiende una causa tan justa, que apenas puede nadie contradecirle, sin riesgo de hacerse ridículo.

Era bastante extensa su lectura, y da muy buenas noticias al fin de su obra de varios celebres profesores de las artes: así antiguos como modernos; y entre ellos muchos españoles desde el reinado de Don Fernando, y Doña Isabel hasta el de Felipe IV, en que escribió su obra, apologética de la pintura.

Lo que reparo en ella es la demasiada extensión en sus elogios a costa de las otras artes, y oficios; presentándolos en un aspecto, exclusivo de poca estimación y decencia respecto a sus profesores.

Los que escriben en modo apologético y declamatorio, se poseen demasiado de su materia, y suelen caer en exageraciones. La pintura, arquitectura, y escultura son tan ingenuas, nobles, y útiles artes para la comodidad de los hombres, memoria de ellos, y celebración de sus cultos, que sólo se pueden ejercitar por hombres sabios de grande ingenio, que conozcan la antigüedad y los primores del arte. Por lo qual tengo por ocioso formar un panegírico de profesiones tan dignas y raras, que sólo carecerán de aprecio, quando no sean sobresalientes quienes las profesen.

Había escrito antes de Butrón sobre el mismo asunto el Licenciado Gaspar Gutiérrez de los Ríos, profesor también de derecho que imprimió en Madrid, año de 1610 una obra en 4.º que intituló: Noticia general para la estimación de las artes; y de la manera que se conocen las liberales de las que son mecánicas, y serviles: con una exhortación a la honra de la virtud y del trabajo, contra los ociosos; y otras particulares para las personas de todos estados.

La doctrina y erudición de esta obra es mucha; y casi de él han tomado en esta parte los escritores del arte las mejores noticias.

En la primera parte reduce tres libros a persuadir la utilidad de las tres artes; y en el cuarto, prueba igualmente el honor y estimación de la agricultura: con el deseo de animarla, y recomendarla al Conde Duque de Lerma, Ministro de Felipe tercero.

La segunda parte es una exhortación al trabajo, dirigida a todas las clases; y la hace Ríos en lo que es compatible con la verdadera distinción de ellas, y su decoro.

Si se reflexiona bien el contexto de esta obra, se hallará estar escrita con fines rectísimos; más en la elección de medios se advierte una contradicción en sus mismas razones y principios. Pues en el fin18 atribuye Ríos con fundamento el atraso de las artes y oficios a la poca estimación, que se hacía ya de ellos a principios del siglo pasado en nuestra España; y cae en el propio error indirectamente, apoyando la visión de la opinión vulgar.

«Finalmente los que trabajan (así lo confiesa Gaspar de los Ríos) dejan sus artes y oficios; por verse tenidos en poco de los ociosos, y no tan virtuosos, como ellos.»

Esta falta de estimación es una consecuencia del sistema de reducir a liberales, y a nobles un corto numero de artes; apellidando a las otras inferiores, o bajas, como las nombraba el mismo Ríos; dándoles el dictado de mecánicas, en un sentido que no tiene la voz: a la cual corresponde el de prácticas. Pero si la cosa se mira con atención, aun por los mismos principios del autor, se halla, que el dibujo19 es el que da la ingenuidad y aprecio a las artes y oficios: ora sean prácticos, o especulativos.

Vanas serían las teóricas en este género de artes, las cuales no fuesen reducibles a uso y práctica.

Está pues tan lejos, de que el dictado de prácticas cause descredito a las artes, que tal opinión, si se adoptase por las naciones industriosas, haría lo mismo, que desterrarlas del mundo.

Y como el diseño sea absolutamente necesario casi en todas ellas, para imitar o inventar; se sigue, que siendo en parte prácticas las artes, inclusa la pintura, escultura, y estatuaria; y estando todas las artes y oficios bajo de la indispensable dirección del dibujo; todos los profesores y artistas deben estimarse, a medida que cada uno aventaje en su profesión; y en el conocimiento general del dibujo, aplicativo a su oficio: como que ejercen científicamente las operaciones, contenidas en la extensión de él, si saben por reglas, y con verdadera enseñanza su arte: en lo cual ahora padecen gran atraso nuestros artistas, por no haber tenido quien los dirija desde sus primeros principios.

Todos los argumentos a favor del sistema de Gaspar de los Ríos, son equívocos y poco sólidos, si se exceptúa el del dibujo; y tienen entre sí mismos pugnancia y discordia.

En el libro 4. trata el mismo escritor de defender la nobleza de la agricultura; y usa de razones bien diferentes de las alegadas en los tres primeros; no pudiendo negarse, que la cultura de los campos sea obra corporal y manual, que requiere aun menor estudio y reglas, que la mayor parte de los oficios mecánicos o prácticos, los cuales las han menester absolutamente.

De donde se colige, cuán importuna sea la distinción de artes liberales y mecánicas; como si fuera posible escribir, o estampar un libro sin el mecanismo de la escritura, o de la imprenta.

Yo no quiero detener a los lectores en referir por menor las razones, de que se vale Ríos; aunque conozco su buen celo, y que se dejo llevar del modo de discurrir del siglo, en que vivió.

Mejores son los fundamentos, en que apoya su exhortación al trabajo, sin exceptuar alguna de las clases: hablando con caballeros, hidalgos, pecheros, y mujeres de las referidas jerarquías; haciendo la mayor invectiva contra la ociosidad.20

Sean en hora buena tenidos como mecánicos y serviles aquellos menestrales, que obran a ciegas en su oficio, sin regla ni dirección del dibujo; porque estos verdaderamente, aunque se ocupen en la misma pintura, no deben gozar del concepto y estimación de Pintores, como le reflexionaron Francisco Pacheco, Don Antonio Palomino, y otros.

Mi intento en este discurso es excitar a cuantos profesan las artes y oficios en España, a que se dediquen al dibujo, y ejerciten los oficios respectivos bajo de sus reglas, simetría, y proporciones.

Tales artistas dibujantes están verdaderamente comprendidos entre las profesiones honradas, o decentes; aplicando con utilidad las reglas a toda especie de maniobras.

Ya preveo una réplica, que harán los defensores de la flojedad, aunque por fortuna no espero se atrevan; censurando, como tarea importuna, la que tanto se recomienda en este discurso, de que los artistas españoles generalmente hayan de aprender el dibujo, y fatigarse en un estudio tan difícil. Alegarán, que hasta aquí las han ejercido con acierto, sin necesidad de aprenderle precisamente.

Ojalá probaran la verdad de todos los extremos de la réplica. Sería un privilegio especial de nuestra nación, poder ejercitar perfectamente las artes, sin tener el trabajo, que otras en aprender todas las partes, de que constan sus principios.

Se engañan sin duda tales protectores de la ociosidad. Nuestros mayores eran aventajados en el dibujo, como se ve en lo correcto de sus obras, y en la invención de muchas máquinas importantes al progreso de las artes, y aun de la agricultura, minería, y beneficio de metales; y de otras primeras materias de las mismas artes. En los últimos tiempos, luego que se abandonó su enseñanza, decayeron los oficios en España a un punto lastimoso.

Esta decadencia llegó al extremo de ponerse en el mayor abatimiento, miseria, y desprecio estos oficios, por la rudeza de los artesanos.

Si se hubiesen de dejar las artes abandonadas en el estado que tienen, sería ciertamente fatiga inútil aprender el dibujo. Semejantes exhortaciones a la desidia no son decentes a un español, ni ventajosas al común.

Para ser derrotado del enemigo no necesita un ejército de la Táctica. Los que piensan seriamente en vencer, han de acostumbrar en la paz sus tropas a las ásperas faenas de la guerra; y ensayarlas con ejercicios, escuelas, y campamentos en cuantas maniobras conducen a defenderse, y atacar victoriosa, e intrépidamente a los enemigos del Estado: de suerte que la exacta disciplina del Ejército en tiempo de paz anhele tener delante los enemigos, para hacerles conocer la ventaja de su instrucción, y honrado modo de pensar.

Los desidiosos buscan modos de reprender la enseñanza; y no reparan en el riesgo, que corre el Estado. Lo mismo tiene lugar en todas las demás profesiones; por ser contra el decoro de una nación pedir relojes fuera; por no aplicarse a trabajarlos.

Las mismas ciencias no se aprenden con sofisterías y estudios formularios; ni se permite, que los profesores se den al juego, al ocio, a la murmuración, y a otras malas propiedades: muy contrarias al carácter nacional, que es honrado y serio.

Quien declamase contra la aplicación, y recogimiento de la juventud estudiosa, dirigida por un buen método de estudiar, y excelentes catedráticos; más debería ser considerado, como enemigo de la patria, que como ciudadano. Es necesario un estudio tenaz, sólido, y filosófico sobre las fuentes, como clamaba Luis Vives más ha de dos siglos, aunque sin todo el fruto que deseaba.

El dibujo es el padre de los oficios prácticos, y sin él nunca podrán florecer. Todo lo que actualmente se adelanta en España en estos ramos de industria, es debido a la Academia de las artes; y a las que se van estableciendo a su imitación en Sevilla, Zaragoza, Valencia; en que la juventud aprende metódicamente el diseño.

Como es más fácil censurar que trabajar, hay un axioma común entre los desidiosos, para apartar a la juventud de los estudios varoniles y serios, y aun de cualquier otra aplicación, que esté olvidada o descuidada en España.

Motejan de novedad a aquellos estudios, que no son triviales y comunes, o ellos ignoran. Unos callan por prudencia, cuando oyen tales conversaciones, por no entrar en disputas apasionadas; y otros son seducidos al peor partido por falta de conocimiento propio en la materia. Muchas veces atrasa una nación sus progresos, no a impulsos de sus enemigos, sino por preocupación de los propios naturales del país.

El que ignora el dibujo, nada pierde, porque otro le aprenda; antes le hallara más hábil, y diestro luego que sea oficial, o maestro para las obras que le encargare.

Que se queje un aprendiz tierno de las dificultades, que al principio encuentra en los rudimentos de su arte u oficio, no es extraño; ni que un niño llore, quando le azota el maestro, porque no lee.

Lo que sí no debe sufrirse es, que hombres preciados de críticos o por mejor decir de aristarcos, vituperen la instrucción sólida de los que se dedican a las artes, y ciencias; erigiéndose en defensores de la desidia, y falta de instrucción necesaria. Mucho más reparable es, que no conozcan ellos mismos cuanto crédito pierden voluntariamente por su maledicencia.

Para que nadie se deje halucinar en tan importante asunto, he querido tomarme el trabajo en el contexto del discurso21, de probar la necesidad del dibujo con escritores españoles, que le poseían con perfección; y que tampoco tienen para los censores la tacha de extranjeros, o de modernos. Aunque no puedo alcanzar, en que se fundan hombres cuerdos, para creer que los extranjeros no puedan adelantar tanto como nosotros; y aun más en algunos países, donde la educación y el conocimiento de las artes, y ciencias está más adelantado.

Tampoco veo, que los modernos, aprovechandose de los descubrimientos de los antiguos, y añadiendo su propia experiencia, estén imposibilitados de adelantar el modo de pensar de los antiguos. Pues a excepción de los dogmas sagrados, y decisiones de la religión, no fueron infalibles; según la sabia observación, que al intento hace el político Don Diego de Saavedra, que era español, conocía otras naciones; y ya en su tiempo oía sin duda tales réplicas: a la verdad pueriles, y faltas de meditación.

Cuanto más se adelanta la edad del mundo, se multiplican las experiencias y conocimientos humanos, de donde derivan siempre sus aciertos y sus progresos las artes especulativas, y prácticas.

Ninguna de ellas puede lograr su perfección sin reglas, que participen de la teórica, aplicada a las combinaciones de cada oficio.

Puede ser mayor o menor la necesidad de las teóricas: mas nunca saldrían de la infancia las artes, que se enseñasen por un mecanismo tradicionario.

O se derivan las artes de la parte espiritual discursiva y racional del hombre, y estas son las que se llaman propiamente ciencias. En estas gobierna la critica y la buena lógica, que es una especie de dibujo intelectual, que regula las ideas, las compara, y de su resultancia y paralelo deduce las consecuencias, para no confundir los objetos que examina.

En el presente discurso no se trata de la educación relativa a las ciencias. Este es objeto, que reservo para otro tiempo; si me hallare con fuerzas Y caudal de ingenio para tamaña empresa.

Así me ciño a las artes y oficios prácticos, de que necesita toda ciudad, o república bien gobernada.

Las artes prácticas u oficios traen su inmediato origen de los sentidos; y cada uno obra o influye en ellas respectivamente, según las mayores facultades y energía de los de cada artista.

El ciego no juzgará bien de los colores; ni el sordo dará a la música adelantamientos tónicos.

La mayor o menor perspicacia y disposición de los hombres en uno u otro arte, depende de su organización y sentidos corporales. Esta disposición de percibir con más facilidad, inclina naturalmente a los muchachos a dedicarse con preferencia a uno u otro oficio; y en ello deben por la verdad poner la mayor atención los padres o tutores, y aun los maestros, al tiempo de recibir los aprendices.22 Cuando los sentidos resisten, rara vez adelantará el muchacho en oficio, repugnante a su naturaleza.

Muchas personas celosas desearían, que la enseñanza y policía de los oficios se arreglase prontamente, y de todo punto.

Otros dirán acaso al leer este discurso: bueno sería todo esto; pero no se hará. ¿Quién se ha de entender con tantas gentes, y de tan diversas especies y costumbres, para sujetarlos a unas reglas tan estrechas?

Es muy común este género de expresiones, y de no muy difícil hallazgo. Harían ciertamente mejor tales censores, en estudiar bien la materia; y en exhortar de su parte a los artesanos, Magistrados, y demás que tienen intervención en los negocios públicos, a que llevasen adelante tales ideas, o alguna de ellas; porque eso se tendría adelantado: en lugar de enfriar el ánimo de los lectores y oyentes, e inclinarles a la indiferencia, que actualmente se suele experimentar en algunos, que parece están dedicados al ocio, y a estorbar con la censura arbitraria todo lo que se promueve, y en que no tienen parte, ni han meditado con la debida atención.

Si se encomendase a una persona sola reformar los abusos de los oficios, y cuidar de su policía, correría muy bien la réplica.

Si se intentase obligar a los actuales maestros, que ignoran el dibujo, a que tratasen de aprenderle; también tendrían disculpa, los maestros, pero no ellos, para quejarse.

Lo que se intenta en el presente plan, es aclarar los medios, de que la enseñanza, los exámenes, y los auxilios conduzcan todos los oficios por su propio impulso a un estado de perfección, que ahora les falta; sin perjuicio de los artesanos que sobresalen por su extraordinario ingenio, y feliz aplicación al dibujo.

No basta, que las cosas sean necesarias y útiles: es preciso conocerlas, y saberlas aplicar por reglas y sistema ordenado a cada oficio.

Si se hubieran dedicado nuestros políticos que se hallan libres de ocupaciones gravosas, y en estado de fomentar las artes, a indicar los caminos verdaderos de conseguirlo; y prestado los auxilios necesarios, que tuviesen de su parte, excusarían esta réplica. Porque el éxito les habría desengañado, y hecho ver la posibilidad; siempre que ellos tomasen los verdaderos caminos: en lugar de abultar imposibilidades, que han vencido otras naciones, y algunas de nuestras provincias están actualmente superando.

Los oficios ya están conocidos por la mayor parte en el Reino. En este papel no se trata de inventar desde luego cosas nuevas; sino de promover con sistema lo mismo, que ya tenemos; aunque imperfecto por falta de un impulso nacional y constante.

Aún cuando no se remedie todo de una vez, que no es de esperar en cosa alguna humana, se dan las proporciones de irlo logrando paulatina y sucesivamente. Al mismo fin se descubren las preocupaciones vulgares, más favoritas: a que principalmente deben atribuirse las primordiales causas del atraso, que padecen estos importantes ramos de la industria popular de los artesanos.

Y como es más fácil criticar o añadir, podrán aquellos que aman la patria, tomar este asunto por partes, e irle adelantando: con lo qual voy a proponer un ejemplo, aplicable a los demás oficios.

El que buscáse el tratado del oficio del sastre en los idiomas, en que se haya escrito de él, le traduzca, y reúna toda la materia en cuerpo de obra; examine todas las diferencias de vestidos conocidos y usuales de la nación, y los heroicos o forasteros, que se usan en el teatro; las voces propias de la sastrería en nuestro idioma: haga dibujar sus instrumentos, y las más esenciales operaciones: recoja un ejemplar de las ordenanzas, con que en cada país se gobierna este importante gremio de artesanos, y las coteje con las que observan en Madrid; hará una limosna al común de estos artesanos; reuniendo para su uso todos estos diseños e instrucción.

De ese modo a poca costa les pondrá delante la luz y los medios de perfeccionarse. Tratando con los maestros de mejor gusto en la sastrería; entenderá los defectos políticos o propios del arte para escribir con acierto lo que crea conducente a mejorar los profesores de este oficio.

En Francia Mr. de Garsault publicó l'art du Tailleur, o el arte del sastre, y le imprimió en París el año de 1768 en folio, bajo la dirección de la Academia de las ciencias; cuyo sabio e ilustre cuerpo no se desdeña de corregir, animar, y concurrir a los tratados, que se publican de los oficios en aquella corte.

Este tratado de Garsault comprende el oficio del sastre, que viste a hombres, en once capítulos.

El sastre que viste a mujeres y niños: el arte de la costurera y la modista están a continuación, y en capítulos particulares, con sus explicaciones.

Se dan noticias al principio por Garsault de las ordenanzas, aprobadas por los Reyes de Francia a los gremios de sastres; y en fin toda aquella instrucción histórica, que puede conducir al orden y a la claridad de la materia.

Guiado de este tratado, y de otros un hombre de celo, podrá dar a la nación una obra importante sobre aquel oficio, y sus ramos subalternos; informándose al mismo tiempo de los maestros y personas, que le profesan entre nosotros.

Oirá al mismo tiempo de su boca los abusos, que reinan en el gremio; advertirá las ropas hechas, que contra las leyes entran de fuera por no promover sus intereses los profesores de sastrería; y por la escasez de los oficios subalternos de bateras y modistas; que ahora se van estableciendo en conocida ventaja de nuestra industria nacional.

Dirá alguno tal vez: ¿luego el sastre y el zapatero necesitan de dibujo? y creerá ser idea nueva cargar a estos artesanos con reglas. Otros lo han pensado ya, y así lo hacen en varias partes de Europa.23

Haciendose lo mismo en cada oficio por algún hombre diligente y amigo del país, se ha de llegar más en breve a la perfección de las artes; que con esparcir críticas arbitrarias, y abultar imposibles en lo que desde luego se conoce tan asequible aquí, como en otro cualquier país del mundo.

La España tuvo en lo antiguo muchas más fábricas y oficios. Si los antiguos pudieron exceder a otras naciones, ¿por que ahora nos hemos de tener por negados, para igualarlas?

Y por fin si no aciertan los declamadores a promover el bien de sus conciudadanos: a lo menos dejen intentarlo a otros, que abran el camino; y no inspiren a la gente incauta el abandono o la pereza; ni prediquen la ignorancia: bastante pocos, para introducir semejante contagio entre los hombres:24


Sicut grex totus in agris
Unius scabie cadit, et prorrigine porci;
Uvaque conspecta livorem ducit ab unâ.


Los Moros no nos hacen más daño con sus hostilidades, que las especies que se propaguen, para disculpar la ignorancia, y alagar la inacción. Todos los que no promueven la ocupación de las gentes, no conocen el interés verdadero del público, ni el de su patria. Hago la justicia a los que discurran de otro modo, que su objeto no se encamina a dañar, aunque tales opiniones perjudiquen realmente en el público contra su intención.

Cuando la desidia ha echado raíces hondas, cuesta trabajo hacer entender las verdades, la Utilidad, y el arreglo moral de las gentes.


Cum ventum ad verum est; sensus moresque repugnant,
Atque ipsa utilitas, justi prope mater & aequi.


Horat. Serm. lib. 1. satyr. 3.                







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Discurso sobre la educación popular y fomento de los artesanos


El presente tratado se dirige a manifestar el modo de enseñar, perfeccionar, animar, y poner en la estimación que merecen, las artes y oficios en el Reino, y a los artesanos que las profesan: desterrando las vulgaridades, y abusos que lo impiden.

En el anterior sobre la industria popular, se indicaron los medios que conducen a auxiliar la ocupación dispersa en las aldeas, sin retraer las gentes de la labor del campo; aprovechando su tiempo sobrante en preparar las primeras materias de las artes.

En este se indaga el estado de los artesanos, que únicamente se dedican a ejercer los oficios, y a poner en obra las primeras materias, que preparó la industria dispersa de las aldeas.

Así como en el primero se procuró extender a todos la utilidad de aquellas tareas; en este se intenta por el contrario circunscribir en su mayor perfección, y más completa enseñanza la industria reunida de los gremios de oficios, y artes.

Los labradores no pueden sin el auxilio de la industria sostenerse; debiendo esperar las cosechas, y adelantar todos los gastos de la labranza, sementera, y recolección: además de correr el riesgo de la carestía, o esterilidad.

El artesano puede recibir diaria o semanalmente el producto de su trabajo; y aunque tenga un número considerable de hijos, todos hallan facilidad de establecerlos, enseñándoles bien su oficio.

Un aldeano labrador apenas podrá colocar más de un solo hijo en la labranza, y no encuentra tierra, ganado, aperos, y granos con que destinar a los demás hijos: a lo menos en el estado presente de la agricultura de las Provincias llanas del Reino; ínterin los baldíos no se dividan en suertes generalmente, como lo pide el bien del Estado; y han hecho los Ingleses, para reducir a cultivo y poblar bien su isla.

Las artes, para extenderse sólidamente, necesitan una educación, superior a la actual de los artesanos; y que la policía de los oficios se mejore, a fin de que los menestrales adquieran la debida estimación.

Ese es cabalmente el intento de este discurso, mientras puedo cumplir con el público la palabra contrahída, de presentar el otro relativo al fomento de la agricultura española.

La voz artes, comprende las ciencias especulativas, y a todos los oficios prácticos, que constan de reglas; porque unos y otros conocimientos necesitan ayudarse del artificio de ellas, y de las demostraciones: más o menos.

Las ciencias dependen del ánima: son meramente especulativas, y su estudio requiere una combinación ordenada, y progresiva de ideas; y además de una reflexión continuada sobre ellas.

El raciocinio es la parte más noble del hombre, y el que le distingue de los brutos, y cosas inanimadas.

Pero si sus especulaciones recaen sobre cosas vanas, que ni conducen al conocimiento del Criador, ni a la sólida instrucción de los hombres, para ser virtuosos en sí mismos, y útiles a la sociedad humana; o a rectificar las ideas, que se propagan por muchos, oscuras o torcidas, con el determinado objeto de encontrar la verdad, o el provecho común: inútil por cierto será el estudio, y poca gloria adquirirá al profesor, que ocupe su tiempo en sofisterías. Nisi utile est quod facimus, stulta est gloria.

Todas las naciones cultas han trabajado en perfeccionar el método de enseñar las ciencias; estando firmemente persuadidos los sujetos, verdaderamente sabios, del atraso que sufren, quando el método de aprenderlas no es acertado, y los maestros se dejan llevar de la fácil inclinación de los hombres a disputar y opinar contradictoriamente: arrastrados del amor propio de singularizarse.

Es digno de mucha alabanza el conato, y afán que se ponga en mejorar el método de la enseñanza, encaminando los estudiosos a lo sólido y útil, depuesto todo espíritu de partido.

Así como las ciencias teológicas deben guiar nuestras reflexiones por el estudio de la sagrada escritura y de aquellos libros en que está depositada la constante tradición de la Iglesia; proporcionalmente las ciencias humanas deben apoyarse en las demostraciones, que subministran un buen raciocinio, y el orden geométrico de comparar las ideas; apartando los paralogismos, sofismas, preocupaciones, sueños, y sistemas voluntarios; por no ser justo adoptar, como propios, los errores o caprichos ajenos.

Los países, que cultivan las ciencias en este modo despejado las van adelantando al punto de claridad y pureza, de que es susceptible y capaz la limitación del entendimiento, y sentido del hombre; y entonces se reconoce, que la ciencia humana es menos de la que han ostentado con jactancia algunos filósofos de todas edades.

De las ciencias especulativas es la matemática la que inmediatamente influye en las artes prácticas, u oficios de que se va a tratar en este discurso.

Sin el socorro de las matemáticas, jamás podrán adquirir las artes prácticas el grado de perfección necesaria.

Por esta razón en el discurso anterior sobre la industria popular, se propusieron en cada capital dos cátedras.

Una de aritmética, geometría, y álgebra, en que se enseñasen los principios, que necesite saber cada artista; y otra de maquinaria, en que se apliquen estos mismos principios al progreso de las artes; a perfeccionar los instrumentos que necesita cada una; y a facilitar con ellos sus respectivas operaciones.

Es una casualidad, que hombres sin geometría y mecánica inventen, o perfeccionen los instrumentos de las artes, cuya energía ignoran.

La academia de las ciencias de París, y sus dignísimos individuos, han hecho ver en los tratados de los oficios, cuánto debe esperar una nación del cultivo de las matemáticas.

La sociedad Real de Londres, ha contribuido sobre manera a perfeccionar las mismas artes en Inglaterra.

Estas dos naciones por medio de sus academias de ciencias, se han apropiado el imperio de las artes; y los demás europeos son unos meros copiantes de sus invenciones.

España con una academia de ciencias, se pondría al nivel; en pocos años recobraría el atraso y tiempo, que ha perdido; y tendría jueces competentes del mérito de los nuevos hallazgos, e invenciones útiles a las artes, de que ahora se carece; por cuya falta las máquinas se adoptan, o reprueban sin el socorro necesario de la ciencia.

«Ut enim de pictore, (decía Plinio el menor)25 sculptore, fictore, nisi artifex judicare; ita nisi sapiens non potest perspicere sapientem.»

Los oficios requieren una actividad continua, ayudada de un sistema político, y de reglas constantes: dedicadas incesantemente a su diaria perfección, que no puede ser duradera, sin las especulaciones científicas de una academia de ciencias.

Aunque los Romanos trajeron todas las artes de Grecia, donde algunas florecían con mucha ventaja a las de nuestro tiempo, confiesa Plinio26 el mayor; que fueron decayendo, y aun perdiéndose en Roma.

El atribuye a la flojedad y pereza esta decadencia de las artes en su país por esta sucinta claúsula: artes desidia perdidit.

Yo creo, que la pereza fue efecto, y no causa de perderse las artes entre los Romanos; fundándome aún en los mismo hechos, que trae en su excelente historia natural este diligente escritor: digno de que se leyese por todas las gentes, que pretenden dar voto en las artes, costumbres, geografía, y conocimiento de los antiguos.

Los Romanos miraban con desprecio a los artesanos; y sólo eran los Griegos y personas despreciables (los esclavos) los que las ejercían. No tenían escuelas, ni aprendizaje como los Griegos; ni mucho menos daban iguales premios y estimación a los profesores o a sus obras, que en la declinación de los Césares hacían mudar y desfigurar por capricho.

Si las artes estubiesen entre los Romanos en honor, pasarían de padres a hijos. Aquellos cuidarían de confiarles sus secretos; y serían hereditarios o perfectos los maestros y oficiales: mal que por las mismas causas se toca en España, y debe excitar la legislación a cortar de raíz el origen del atraso, que padecen las artes: siempre errantes y sin hogar propio, donde no tienen aprecio permanente.

Esta desestimación fue la verdadera causa de la decadencia de las artes entre los Romanos antiguos, y de ahí vino la pereza y flojedad de los artesanos; viendo, que de su trabajo no les resultaba la correspondiente recompensa o provecho, ni honra a los profesores, que se procuraban esmerar en dar perfección a sus manufacturas y artefactos.

Tales premios son por lo común aéreos; mas contribuyen mucho a estimular la aplicación de los artífices, y a darles fama, a la cual siempre sigue la utilidad.

Es verdad, que una obra bien acabada, pide unos retoques y golpes maestros, que ocupan más tiempo al profesor. Este nunca espera aplauso y recompensa de un trabajo delicado, superior al ordinario, a menos que el gusto no sea general en los que pueden pagarlas.

Si los dueños de obra ignoran el dibujo, y no saben discernir las que están acabadas o imperfectas, mal pueden animar con sus premios a los artífices sobresalientes.

Los que gustan de las artes, tienen por lo común mejor educación, y saben el modo de adornar sus palacios, quintas, y jardines; como hacía en sus tiempos florecientes la nobleza Romana, que alternadamente vivía en la ciudad y en la campaña; disfrutando lo que hay más de agradable en la naturaleza.

Los Godos no hicieron tanto daño a Roma, como la relajación de sus austeras costumbres; la indiferencia por el bien de la patria, y el desprecio de las ciencias y de las artes.

Augusto, que era político, las acogió en Roma, para atraerse la benevolencia del Pueblo. Descuidaron muchos de sus sucesores esta protección. La decadencia de los estudios especulativos y prácticos acompañó a la del Imperio; volviéndose toscos los que habían enseñado a todo el orbe conocido.

La serie de las medallas Romanas señala a qualquiera, que esté acostumbrado a manejarlas, la época de esta decadencia, que llego a tocar con la rudeza.

Nuestros jurisconsultos versados en el derecho Romano han bebido en él muchos principios, y distinciones entre los oficios que llaman serviles, y las artes, que aunque teóricamente podrían sostenerse, en política y en práctica son dañosos, y han contribuido en España y en otras partes a mirar con desprecio las artes y oficios. Tal doctrina no puede producir otro efecto, que los experimentados en el Imperio Romano; a no corregirse semejante modo de pensar, inadaptable a toda nación culta, que desea, como debe, hacerse industriosa y rica.

He concluido el prólogo; y voy a presentar los medios, que me parecen conducentes a fomentar las artes prácticas en la península. Si alguna vez no apruebo algunas cosas, puedo afirmar con ingenuidad, que mi escrito sólo tiene por objeto el bien de la patria; y que si hay alguna critica de abuso, o de error, insectatur vitia, non homines.


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§. I


Del aprendizaje


Los oficios y artes que no son puramente ministeriales, no sólo requieren la fatiga corporal: es necesario saber las reglas del arte, conocer y manejar los instrumentos, que son propios a cada una de sus maniobras; discerniendo distintamente su uso y el de los materiales, que entran en las composiciones de él.

Las artes fueron saliendo de su rudeza a fuerza de experiencia y observaciones, que hicieron los hombres por el espacio de muchos siglos.

De la reunión de estas experiencias dedujeron los rudimentos del arte; y fueron arreglando los instrumentos, y apropiando los materiales más convenientes a las maniobras.

Todo este progreso de combinaciones formó cada arte, el cual resulta de teorías constantes, que ignora enteramente el aprendiz a los principios, y debe adquirir de su maestro, mediante el estudio y la aplicación práctica a imitarle.

Esta enseñanza pide algún tiempo, el cual es más o menos, a proporción del talento del aprendiz; o según la complicación, dificultad y variedad de las maniobras del oficio, a que se dedica.

El periodo, que tarda por lo regular un aprendiz de mediano ingenio y aplicado, en aprender por principios, y ejecutar con reglas y destreza las operaciones varias del arte, se llama el tiempo de aprendizaje. En él principalmente trabaja para su propia instrucción el discípulo, y sus maniobras no pueden indemnizar a su maestro el trabajo de la enseñanza, y del mantenimiento del aprendiz. Ninguno puede salir perfecto, ni correcto en su oficio, sin pasar esta primera época de aplicación y enseñanza, que es la más ingrata y dura de la vida del artesano; y la más impertinente y fastidiosa a los maestros.

Hay oficios fáciles, y otros de suma dificultad, o de mayor penalidad en las operaciones. Estas diferencias no se pueden determinar en este discurso; sin hacer un análisis de los oficios, y detenerse en una comparación respectiva de ellos; cuya distinción aunque necesaria, pide un tratado particular; consultando a los artistas más sobresalientes.

Como todo aprendiz se destina a un arte solo, es inútil a los principios entrar en semejante cotejo; bastándole adquirir un exacto conocimiento de la tarea y calidad del oficio, que elige para mantenerse durante su vida.

El aprendizaje de cada oficio ha de tener tiempo señalado, dentro del cual puedan enterarse los muchachos del conocimiento de los instrumentos de su arte, y en el manejo de ellos con igualdad y orden.

Deberán sucesivamente ser instruidos en las operaciones más sencillas de su oficio, y pasar por grados a las compuestas.

Los aprendices no deben ser tratados, como sirvientes o criados de sus maestros; ni distraerse en ocupaciones algunas, extrañas de su arte. Eso sería incidir en la mala política de los Romanos, que las abandonaron a los esclavos.

Han de tener señaladas las horas de trabajo por mañana y tarde: a las que necesariamente deben asistir, cuidando de ellos sus maestros en lugar de padres.

Los padres, parientes, o tutores no han de poder tampoco sacarlos de los obradores de sus maestros en días de trabajo; ni dispensarles arbitrios de holgar, a título de una compasión mal entendida, que les sería en adelante muy dañosa.

Como deben entrar de tierna edad al aprendizaje los muchachos, carecen de fuerzas y de facilidad, para soportar en algún tiempo tantas horas de trabajo, como los oficiales robustos y diestros. Por lo qual exige el orden de la naturaleza misma, que sean menos las horas de tarea diaria de los aprendices: quiero decir del rudo y penoso afán de las maniobras corporales.

Este alivio será causa, de que no se fastidien a los principios, ni deserten los oficios; aumentándoles las horas, y la tarea más penosa, a proporción que crecen las fuerzas, y van tomando conocimiento, facilidad, y gusto en lo que trabajan; dándoles algún premio o alivios, que los vayan aficionando al estudio y aplicación, que les conviene.

Los oficios no son igualmente pesados y difíciles. Y así conduce al acierto en la enseñanza fijar un método, progresivo de los rudimentos de cada arte, y de las operaciones que se deben aprender una tras de otra; para que la enseñanza sea conocida y metódica en ellos: arreglada por unos principios constantes, que ahora faltan en el modo de enseñar las artes prácticas en el Reino. Porque las más se aprenden y enseñan en fuerza de una tradición de padres a hijos, destituida de teoría, instrucción, y raciocinio.

De aquí proviene, que los oficios se adelantan, y son toscos y rudos en mucha parte, sin gusto ni aseo, que haga apetecer los géneros, que fabrican. Por este abatimiento de la enseñanza, despachan nuestros artesanos únicamente aquellos géneros, que por frecuentes, pesados, y comunes no pueden venir de fuera, y son de absoluta necesidad.

Pero los finos y delicados no los saben hacer, ni tienen instrumentos o máquinas a propósito, para darles la última perfección. Esa es la causa, de que todos ellos, aunque sean muebles de casa o ropas de vestir, vienen generalmente de fuera del Reino: en lugar de dar ocupación a nuestros oficiales y artistas, como las leyes lo disponen expresamente; prohibiendo semejante introducción abusiva.

Los declamadores atribuyen a pereza de los naturales el atraso de las artes; y no ven, que los menestrales son incapaces de adelantarlos por sí mismos; si una vigilante policía no les facilita los medios de hacerles conocer cuanto se ha inventado en los países extranjeros; y les subministra todos los demás auxilios, que requieren los oficios, para saberse bien, y difundirlos en toda la nación con aprovechamiento.

El maestro carece de reglas, y como le enseñaron por pura imitación y sin ellas, mal puede darlas a sus aprendices.

Es pues necesario examinar el estado de cada uno de los oficios en Madrid, recoger los tratados relativos a él, y traer maestro inteligente, si no le hubiere, que haga conocer a los maestros mismos las máquinas, los instrumentos, y las operaciones que ignoran, o no saben ejecutar bien.

Entonces se explicarán por menor las reglas de la enseñanza y su método progresivo, y aun se introducirán oficios desconocidos entre nosotros: se fijarán en cada oficio los años, y orden del aprendizaje con el debido conocimiento.

Con este análisis de operaciones se rectificarán muchos errores y faltas, que se descubren en las ordenanzas de los gremios; y será constante en Madrid y en toda la nación su enseñanza.

Todos los muchachos entrarán con escritura de aprendizaje: los maestros sabrán lo que deben enseñarles, y el orden con que lo han de hacer. Ahora falta la instrucción necesaria, para formalizar semejantes escrituras, que deben componer con el método del aprendizaje, parte de la policía gremial, que sin duda es la más esencial e importante, para perfeccionar las artes.

Los padres, parientes, tutores, amos, o bienhechores de los muchachos tendrán una copia de la escritura, en que todo se especificáse, y se pondrán en estado de saber, como cumplen los maestros. No podrán, aunque quieran, sacar entre semana a sus hijos, parientes, o favorecidos de la casa de los maestros, según queda advertido; y mucho menos antes de cumplir el tiempo del aprendizaje.

Estas reglas servirán al mismo efecto en los hospicios, y en otras cualesquier escuelas públicas de las artes: de suerte que la enseñanza de cada una será general, y uniforme sin variedad en todo el Reino.

Los jueces, que destinaren a oficio a los huérfanos y desvalidos tendrán a la vista estas mismas reglas, a fin de otorgar con los maestros particulares o hospicios la misma escritura. Con este documento, si hallan omisión de parte del maestro o del discípulo, podrán compeler a los contraventores al cumplimiento de las escrituras de aprendizaje.

Cuando las artes se enseñen con este esmero, recobrarán su estimación; porque siempre adquiere aprecio todo hombre, que sabe bien su oficio, y que cumple con sus obligaciones, hallándose enterado de cual es su deber.

Los maestros hábiles toman cariño a los discípulos aplicados, y los adelantan con inclinación: además de la honra, que consiguen en sacar obreros perfectos, y dignos de la común aceptación: a cuya gloria jamás pueden aspirar maestros, poco hábiles o descuidados.

De la perfección en las artes resultará la mayor ganancia de los maestros y artesanos, y podrán dentro de algún tiempo los mismos gremios, de su cuenta enviar individuos propios fuera del Reino, que adquieran el último primor.

Entonces depondrán toda emulación contra los artífices extranjeros, que vienen a establecerse; porque hallarán unos y otros la ocupación, que suele faltar a los maestros de poco crédito, y habilidad. Si fueren aprovechados los que se envían, lograrán un grado de perfección, que les faltaba.

Si no lo fuesen quedarán a la par nacionales y extranjeros; pero el Reino adquirirá ese vecino más, que aumente el producto de las artes y la industria popular, como nuestras leyes lo quieren y ordenan eficazmente; concediendo varias gracias a los extranjeros que se avecindan en España, para ejercer los oficios o la labranza.

Si nosotros les recusásemos con infracción de las leyes las franquicias, que les pertenecen; pasan a otras naciones, que más bien instruidas de sus intereses, los reciben con los brazos abiertos.

En el mismo París y Londres hay un grandísimo numero de extranjeros, establecidos en aquellas capitales, que se ocupan en los oficios; y hasta ahora a ninguno de aquellos naturales le ha venido a la imaginación, que perjudique su establecimiento a la industria nacional.

Lo que sí perjudica notablemente es, introducir de fuera los géneros y a hechos, que los oficios fabrican; quitando el trabajo, que debía emplear a nuestros artesanos hábiles.

De aquí nace el gran número, que se ve allí de operarlos, los cuales se avecindan, casan, y forman otros tantos vecinos útiles, que aumentan el sobrante de sus mercaderías, para traerlas a España, a Italia y a las Indias; o si vuelven a su país, trabajan en aquel mientras permanecen.




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§. II


Del dibujo


Si se exceptúan los oficios, que se ocupan en el sustento ordinario de los hombres, en los acarreos, en apacentar los ganados, y labrar la tierra, los demás por lo común requieren arte y regla.

El jurisconsulto Marciano27distingue oficio y arte. El primero se entiende del nudo ministerio, como el del criado, del jornalero, del arriero, del peón de albañil, y generalmente todos aquellos trabajos, que consisten en la mera aplicación a la fatiga corporal; cuya enseñanza no necesita reglas, ni otra cosa que ver la faena, y ponerse a ella.28

El arte consta de reglas, y no se debe confundir propiamente hablando con el oficio. Y así las antepone Gaspar de los Ríos a los oficios, diciendo: «Las artes mecánicas no se saben naturalmente, porque requieren tiempo y doctrina, para aprender sus reglas, y preceptos; y cuanto más dificultosas, y más tiempo han menester, tanto menos tienen de mecánicas.»

Así se explica aquel escritor, sobre la distinción de los oficios y las artes. Y aunque no me conformo con sus deducciones, convengo en que los oficios no necesitan de reglas, y les basta la pura imitación, disposición natural y fuerzas.

Es verdad, que en el modo común de hablar, se suele denominar a las artes oficios, porque en realidad todo arte es oficio; pero no al contrario.

Por artes sólo entiendo a las que necesitan de reglas y aprendizaje; y en estas voy a proponer la utilidad, y necesidad del dibujo.

También me tomo la confianza de afirmar, que únicamente florecen las artes en los países, donde se ha hecho común su uso: que lo era antes en España, y ahora parecerá novedad a los que sólo miran lo presente, para decidir de lo que ha tenido trato sucesivo.

Pablo de Cespedes ha casi doscientos años, que explicó la excelencia y necesidad del diseño, con mucha energía:


¿Cuál principio conviene a la noble arte?
El dibujo, que él solo representa
Con vivas lineas que redobla,
Quanto aire, la tierra y mar sustenta.



Francisco de Olanda, Pintor Portugués,29 de mucha práctica y teórica, sobre estas materias, dice así: «El cual dibujo es la cabeza, y llave de todas estas cosas, y artes de este mundo».

En otras partes30 de la misma obra manuscrita, repite Olanda con mucha precisión, la necesidad absoluta del dibujo para las artes, inclusas las de la guerra; y trae un caso especial de lo que sucedió al Emperador Carlos V, y a los Españoles en Provenza por la falta de no tener carta, o diseño del país, al paso sobre el Rodano.

Juan de Arfe y Villafañe31 dio propiamente un tratado del dibujo, dividido en cuatro libros.

En los dos primeros puso las reglas comunes del diseño, que entonces no eran tan conocidas, y las tocantes a la anatomía externa del cuerpo humano.

En el tercero se extendió al dibujo de los animales y aves; contrayéndose en el cuarto a la enseñanza de la platería.

Habla en su prólogo del dibujo con el nombre de grafidia, como cosa esencial a los artesanos, diciendo: «Grafidia, que es dibujo, para diseñar las historias, y cosas que hubiere fabricado el artífice en la imaginación».

Como si dijera: que no sólo se ejercita en representar al vivo las cosas naturales; sino también todas las invenciones humanas de las artes; no siendo posible darlas a entender suficientemente con qualquier explicación que sea, sin el auxilio del diseño; ni de fijar un modo constante, y arreglado de ejecutarlas.

El método de Arfe, aplicado a cada oficio, y a los instrumentos y máquinas respectivas, dará a los aprendices, oficiales, y maestros un curso completo del diseño, que necesitan; y ahora sólo se ejercita por lo común en las partes de cuerpo humano.

Luis Fernández gravo con agua fuerte unos principios de dibujo, sacados de las obras del celebre pintor Josef Ribera, llamado en Italia el españoleto, que fue uno de los mejores profesores de todas las naciones.

Estos principios se estamparon también en París el año de 1650 en casa de Pedro Mariette.32

Don Josef García Hidalgo33 estampó sus principios de dibujo con un prologo instructivo, y unas octavas en que resume los preceptos, que merecen alabanza; y la tendrá siempre grande por su celo a la nación, y por el esfuerzo con que sacó su obra: destituido de todo aprecio, y por puro amor a la patria, en un tiempo en que había decaído entre nosotros el buen gusto. En ninguna faltan hombres de bien, superiores a los vulgares. Fue caballero de la orden de San Miguel, y pintor de cámara en su última edad de Felipe V. habiendo escrito su obra en el Reinado de Carlos II.

Francisco Pacheco34, uno de los más célebres pintores de la escuela sevillana, se explica muy al intento: persuadido de la importancia y necesidad del dibujo para las artes; pues aunque parece contraerse al suyo de la pintura, se verá que la sentencia es aplicable a las artes y oficios en general.

«De la segunda causa (son sus palabras) de introducir las pinturas e imágenes, que se atribuye a la utilidad, claramente puede ser juez cada uno, discurriendo consigo. Considerando el alivio y el reparo, que esta arte trae hoy a los hombres: ya con renovar las cosas antiguas; cubrir las disformes; hacer parecer ricas las pobres; e ilustrar las despreciadas; y enriquecer con poca costa por medio de los pinceles, lo que no se podría con mucho oro. A que se junta toda la utilidad, que se halla en la guerra y en la paz del representar los sitios, las regiones, las provincias, los reinos, y todo el mundo; y poner en dibujo entre los ojos todas las cosas, que deseamos ver; y lo que más importa, hallar admirable enseñanza por medio de este arte en el conocimiento de las cosas naturales; que figuradas y coloridas dan verdadera noticia de árboles, plantas, aves, peces, animales, piedras, y otras mil diferencias de cosas varias, y peregrinas: sin la cual habría mucha dificultad y obscuridad en el conocimiento de ellas, como se experimenta. Por donde podríamos con razón decir, no sólo que es más útil, que las otras profesiones; pero que no hay arte o ciencia, que no reciba de la pintura grandísimo provecho. Y como cosa tan conocida de los antiguos, los incitaba a abrazarla, y ejercitarla con tanta diligencia, por ser de maravilloso fruto.»

Al mismo propósito habla con más concisión, y no menor propiedad este gran hombre: suegro, y maestro del insigne pintor Velázquez.35

«Porque todo lo imita el dibujo del pintor, que el es de donde se enriquecen casi todas las artes y ejercicios convenientes al uso de los hombres. Y principalmente la escultura, arquitectura, platería, bordadura, arte de tejer, y otros inumerables, tocantes a traza y perfiles. Y para significar de cualquier cosa la hermosura, y buena gracia de su forma, vemos que se dice que tiene dibujo.»

Vicente Carducho, Pintor de cámara de Felipe IV, había manifestado antes el mismo dictamen, para recomendar la importancia del dibujo36 en todo arte por muy breves palabras: «Siempre que oigas decir dibujo, entiende por antonomasia, que es la perfección del arte.»

La jurisdicción del dibujo se estiende a todo lo visible, y a lo ideal, para presentar los objetos reales, y las ideas inventadas fielmente a la vista. Este admirable hallazgo de los hombres se llama por algunos escritura viva; y así lo declara muy bien el célebre poeta, y pintor Don Juan de Jauregui.37

«Por ser tan eruditos los Griegos, dieron a la pintura más atento nombre, que otras lenguas: pues como obra más viva, y de más alma y eficacia, que la historia y escritos, la llamaron zografía: lo mismo que escritura viva. De manera que los escritos más advertidos son obras muertas, respecto de la primera, que tiene alma, y es viva escritura. Y esta alma y vida no consiste en hermosos colores, ni en otros materiales externos;. sino en lo íntimo del arte y su inteligencia, para ajustar preciso el dibujo con seguro contorno, y delineamentos.»

Cerrará el número de las pruebas Don Antonio Palomino,38 que escribió a principios de este siglo, y es buen juez en la materia.

«Cualquier artefacto y obra de los oficios más humildes, consta de una cierta simetría, organización, y buen perfil, cuyo acento subministra el dibujo: como se califica en los que cada día se ofrecen a los pintores en algunas cosas, que contienen especial dificultad o novedad; poniéndolas en dibujo, y forma inteligible, para que lo ejecuten los artífices inferiores; y reduciéndolo a reglas de buena simetría con medida y proporción. Y como se confirma en las mismas trazas, que los arquitectos ejecutan para sus obras; alumbrandolas de claro, y oscuro, las cuales son pinturas monocromadas, como ya dijimos; y en tanto serán mejores, en cuanto el artífice tuviere más noticia de la pintura, y del dibujo.

De todo deduce Don Antonio Palomino, que generalmente las artes, y oficios están bajo de la dirección arquitectónica del dibujo.

Don Félix Lucio de Espinosa en su pincel, afirma poéticamente que la pintura, en que comprende el dibujo, tiene en los mismos elementos la jurisdición, e imperio que se les ha negado a las demás artes.

Cuando todos estos escritores hablan de pintura, entienden la corrección exacta del dibujo, y prescinden casi del colorido. En este sentido, y no en el material de aplicar los colores, recomiendan la pintura, tomándola por el dibujo, ya sea con sólo el claro y obscuro, o animado de la propiedad de las tintas.

La experiencia de nuestros días, desde la crección de la academia de San Fernando, hace evidencia de la utilidad y necesidad del dibujo: a vista del progreso, que todas las artes y oficios adquieren en el Reino por virtud de la enseñanza del diseño, que con utilidad ya se va propagando a otros pueblos por la enseñanza de los grandes maestros, individuos de este ilustre cuerpo39, y por la imitación de sus excelentes obras.

Las artes y oficios, que inmediatamente no necesiten el dibujo, se ven precisadas a valerse de él, para dar a conocer sus instrumentos, máquinas, y operaciones: por cuyo medio se hacen perceptibles a los que no las saben, ni profesan.

Creo haber demostrado con la autoridad de nuestros mayores, y por las razones en que lo fundan, la importancia del dibujo para las artes. El que no se convenza con ellas, ni fíe de la opinión de tan señalados varones, y de la experiencia ajena; puede recurrir a la propia, para quedar persuadido. Dudo haya quien no lo esté; y así mi discurso servirá a los venideros, para seguir el camino, allanado por la academia de las artes.

Con estos fundamentos voy a proponer la enseñanza del dibujo en este lugar, como precisa; pudiendo prometerse la nación, que mediante este auxilio, recobrarán los oficios su esplendor, y el público tendrá dentro de España, quien trabaje en todos ellos las cosas, que necesitare, a su gusto por reglas, de que ahora carecen no pocos; sin poder dar razón de sus operaciones, ni aun copiar o imitar con acierto las piezas de su propio arte, que se les presentan; o las que proponen los dueños de obra, si estos tampoco saben demostrárselo con el lápiz.

Queda ya dicho, que los aprendices de tierna edad, y aun los de mayor robustez, han de tener menos horas de trabajo. Pero no debe ser con el objeto de que huelguen y vaguen: este tiempo le han de ocupar precisamente en asistir a la escuela de dibujo.

En Madrid, Sevilla, Valencia, y otras partes facilita esta enseñanza la Academia de las artes.40

Donde no la hubiere, conviene establecer una escuela patriótica de dibujo al cuidado de las sociedades económicas de los amigos del país por la forma y método, que se propone en el discurso sobre el fomento de la industria popular.

Las horas de esta escuela, a imitación de la academia de las artes, deberían ser acomodadas, y distintas de las en que trabajan los artífices, para no impedir a los aprendices la asistencia a los talleres de sus maestros.

Estos no sólo no han de poder impedir, que sus aprendices vayan a la escuela de dibujo; sino celar el que necesariamente concurran sin escusa, ni falta alguna.

Para saber si se observa así, deberían alternar por días los maestros de cada gremio, a fin de pasar la matrícula de todos los aprendices de su oficio: saber los que hacen faltas; y avisarlo a su respectivo maestro, para que le corrija las ausencias voluntarias, y en caso de reincidir se dé parte a la justicia para el castigo y apremio necesario sin forma de proceso, ni exacción de costas: pues debe mirarse esta enseñanza, como una parte esencial de la policía gremial, y del aprendizaje.

La matrícula es fácil de pasar; señalando la hora determinada, a que deben entrar en la escuela de dibujo los discípulos, atendidas las diferentes estaciones del año. Concluida esta lista, puede el maestro volver a sus operaciones, sin notable dispendio de las tareas regulares.

Luego que estén dentro de la escuela de dibujo los aprendices de todos los oficios, será del cargo del profesor velar, en que permanezcan todo el tiempo destinado a la enseñanza; cerrando las puertas, para que no salgan; y teniéndoles dentro las comodidades necesarias, a fin de cortarles el pretexto de ausentarse clandestinamente a título de urgencias naturales, que se suelen pretextar, o de que abusan los desaplicados.

En estas escuelas no sólo se necesita dar las reglas generales de dibujo, y las partes del cuerpo humano; conviene también descender a los diseños de las máquinas, instrumentos, y operaciones propias del arte respectiva del aprendiz, luego que se halle adelantado en los principios de dibujo, comunes a todos;41 dividiendo a los discípulos ya adelantados, por clases del gremio o arte, a que pertenecen, y no antes; porque sería perjudicial.

Estos diseños se hallan en los libros de las artes, y en otros, que deberá haber en tales escuelas, con los demás que se vayan inventando: de modo que se hagan familiares, y comunes a toda la nación.

No es sólo útil el diseño a los aprendices de oficios y artes; conviene también, que los mancebos de mercaderes se dediquen a él, para distinguir los géneros en que comercian; y que sepan proponer a nuestros fabricantes y artesanos los de mejor gusto y despacho: ocupando útilmente unas horas, que les sobran en sus tiendas.

Aun es de suma ventaja, que la nobleza posea el dibujo, para discernir los muebles, coches, pinturas, edificios, telas, tapicerías, alfombras, y estofas de mejor gusto; a efecto de no ser engañados en lo que compran, y emplear con utilidad propia a los artesanos en las cosas de uso, o de gusto.

Ahora ni muchos de los que piden, y encargan estas manufacturas o muebles; ni los que las han de hacer, se entienden. De aquí resulta quedar todo ello fiado al capricho de los artistas, que suelen obrar destituidos de reglas, y gobernados de ordinario por una imitación ciega y arbitraria.

De donde debe inferirse, que mientras no sea general la inclinación, y la enseñanza del diseño en todos los pueblos considerables, no llegarán las artes, y oficios al punto deseado de perfección y esmero. Los maestros de primeras letras deberían saberle, y enseñarle en la escuela por obligación.




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§. III


De los conocimientos cristianos, morales, y útiles, en que conviene instruir la juventud, dedicada a los oficios, y a las artes


Es también de considerar, que estos jóvenes aprendices de las artes, necesitan instruirse en aquellos conocimientos cristianos, morales y útiles, que son precisos en el resto de la vida; y para poder portarse con una honradez y decencia, que les haga apreciables y bien quistos.

I. De estas tres clases de rudimentos son los primeros, los que pertenecen a la religión. Debe cuidar todo maestro, de que sus hijos y aprendices sepan muy bien la doctrina cristiana; vayan a misa los días festivos, y cumplan con el precepto anual de la iglesia a lo menos; y que unos y otros vivan con honestidad, desempeñando todas las demás obligaciones de cristianos. Puesto que los maestros están obligados a poner en esta parte el mismo cuidado con los aprendices, que con los propios hijos; respecto a construir todos ellos una misma familia; a menos que el aprendiz viva con sus padres o tutores: en cuyo caso son estos los que han de tomar sobre sí aquel cuidado.

Los maestros de primeras letras, y los párrocos están obligados a dar esta enseñanza, y a celar en que nadie sea flojo en tomarla; haciendo exámenes, y eligiendo para todos continuas, y prudentes medidas.

II. Los conocimientos civiles no son desatendibles en esta numerosa porción de ciudadanos, que componen más de una mitad de la población de las ciudades y villas del Reino, o la tercera del todo; y forman la segunda clase de la educación moral de los artesanos.

El aseo42 y decencia en su porte de vestir, se halla muy descuidada por lo común entre estas gentes, no sólo en los aprendices; sino también en los oficiales y maestros, saliendo a la calle desgreñados, sin peinarse, ni lavarse las manos y cara; y aun con roturas en sus vestidos por el desaliño de no coserles a tiempo. Emplearían ciertamente ellos mismos, o sus madres y hermanas los ratos libres, en repasar su ropa; cosiendola o remendándola del mismo color, y con curiosidad: además de que reparadas con diligencia estas roturas, se conservan los vestidos a menos costa, y con mayor propiedad.

El desaliño actual de muchos de esta clase honrada de vecinos, tiene su origen en la mala crianza, que se les da por los padres y madres; descuidando de todo punto su aseo; rasgando ellos sus vestidos con las luchas, y otros juegos violentos en que se entretienen, y son poco convenientes a los racionales.

Los maestros de primeras letras, los párrocos, y las Justicias son en parte responsables del descuido, que se advierte con tanta generalidad de la falta de aseo.

Contribuye mucho a conservar la salud el cuidado de la limpieza en la ropa; y el de que se peinen, y laven con regularidad y diariamente los muchachos, luego que se levantan de la cama. Los que se acostumbran de niños a andar limpios, hallan tiempo de asearse, sin faltar por eso a sus obligaciones.

Puede atribuirse a este abandono de la decencia en general, parte del menosprecio de los artesanos; porque a la verdad su poca limpieza los suele confundir con los mendigos, o vagos. Y como el traje es tan parecido, no se desdeñan de tratar con ellos; y de ahí procede perderse muchos, contrayendo la misma vida licenciosa y holgazana; huyendo de los obradores y talleres de sus maestros, para aprender el fácil y descansado arte de la tuna, y todo género de bellaquerías.

Si los maestros y padres cuidaran más de su aseo, y modales decentes; los tales hijos y aprendices se avergonzarían de acompañarse con los vagos; librándoles de este modo de un contagio, que se les pega demasiado.

El uso de la capa, a que se acostumbran desde niños, es otra causa de su abandono, y de entregarse no pocos a la ociosidad: cubiertos con esta especie de disfraz.

La capa en sustancia es un alquicel, tomado de los árabes, y aun más embarazosa según el estado, a que se ha reducido en España, comparado con el que usan los moros berberiscos.

Los sayos, ungarinas, y gambetos, de que usan los habitantes de las provincias más industriosas del Reino, abrigan más, y son mucho más desembarazados. Sería muy conveniente, que las gentes prefiriesen este género de vestidos nacionales.

Harían pues muy bien los padres, y maestros en no dar a los muchachos capa; vistiéndolos de las ropas cortas, y ajustadas, que son más baratas; porque llevan menos tela y forro, y son acomodadas para los que se dedican a el trabajo.

Además de que este nunca se ha de hacer con capa, de que sólo pueden usar en la calle; y así por tener la capa, no ahorran el vestido regular.

Si no usasen capa, tendrían menos disposición de salir de casa con las ropas ordinarias del taller. Serían más bien reparados por los Jueces y Regidores; y por sus padres o maestros; ni encontrarían modo de ocultarse a la vigilancia de tantos censores.

La cofia, o redecilla contribuye a fomentar la pereza de no peinarse. Muchos se inficionan de tiña, sarna, y piojos, y aun de fluxiones a los ojos; porque no se peinan, trayendo su cabellera sucia y envuelta en la cofia: de cuyo desaliño ha salido la clase de los majos.

El abuso de entrar en la taberna la gente oficiala, los encamina a la embriaguez, y al juego de naipes en la misma taberna. Entregados los aprendices, y oficiales a estos dos vicios, trabajan de mala gana en los días, que no son de precepto; y consumen en el de fiesta lo que debían guardar, para mantenerse entre semana, y reponer sus vestidos.

De ahí vienen las quimeras en sus casas, cuando toman estado; el mal trato de sus mujeres; la pérdida de la salud; y finalmente el mal ejemplo, que dan a sus propios hijos, los cuales rara vez dejan de imitar las costumbres viciosas, y relajadas de los padres, o de aquellos con quienes tratan frecuentemente.

La permanencia en las tabernas es seguramente lo que más contribuye a desarreglar las costumbres de los artesanos. Por lo cual deben los maestros, y padres impedir por todos medios la entrada de los jóvenes en tales oficinas o escuelas de ociosidad, de los homicidios, y de las expresiones soeces.

Conduciría mucho a desarraigar esta viciosa costumbre, que las justicias impidiesen generalmente, y sin distinción de personas semejantes abusos de jugar, o beber en las tabernas, y en la inmediación de ellas. Sería providencia utilísima, para mejorar las costumbres de los artesanos, y aun de otras clases, mandar a los taberneros, bajo de gravísimas e irremisibles penas, vender precisamente el vino, como los demás géneros de abastos; para que cada uno le consuma en su propia casa, donde hay menos ocasiones de desorden o exceso,43 llevando vasija o jarro.

No debería permitirse tampoco a los taberneros vender el vino fiado, y por tarja a los artesanos, o labradores. Pues de esta manera unos y otros, no consumirían más de lo que pueden, a proporción de su verdadera necesidad; y se ceñirían a la posibilidad del día.

Las leyes establecen lo mismo, respecto a los que juegan al fiado; anulando, y aun castigando semejantes deudas, para que no se puedan demandar en juicio.

Estas leyes del juego principalmente favorecen a los ricos, cuya disipación es menos perjudicial, que la de los pobres. Y así parece, que el arreglo y policía de las tabernas, reduciéndolas a meras tiendas de vino, vendible al contado con prohibición de beber, ni hacer mansión en ellas, es objeto digno de que se arregle por la autoridad pública.

Entonces los maestros, y los padres con mayor facilidad contendrán a la juventud de su cargo en casa, libre de este género de disipación.

Lo que se dice de las tabernas, tiene lugar en las aguardenterías, y otras oficinas expuestas a los mismos vicios que las tabernas.

Las costumbres tienen tanto poder, como las leyes, en todos los pueblos. El modo de que las gentes sean honradas, consiste en infundirles costumbres virtuosas, y persuadirles de la ventaja, que les producirán. Esta persuasión se ha de infundir desde la niñez en las casas, en la escuela, y por los maestros de las artes. El ejemplo de los mayores ha de confirmar a los niños, en que sus superiores tienen por bueno lo mismo, que les recomiendan.

Las leyes obran, prohibiendo y castigando: requieren prueba de los delitos o faltas; y son necesarias varias formalidades, para imponer conforme a derecho los escarmientos.

La compasión suele debilitar el rigor de la ley, y el que peca sin testigos que le delaten, se cree libre. Porque el juez, sin ofender las leyes, sólo puede castigar, guardando el orden judicial.

No sucede así entre las gentes bien criadas: aborrecen de corazón los delitos o las acciones indecentes. Por no caer en mengua, se abstienen de cometerlas; siguiendo el ejemplo y la costumbre de obrar, que la educación popular encarga, y recomienda generalmente.

Puede sobre esta distinción darse a las costumbres un lugar preeminente en la dirección de los artesanos, y de las demás clases. Todo el deshonor, que hasta ahora tan injustamente se ha prodigado sobre los oficios; convendría aplicarle a los vicios de los artesanos.

De donde se sigue, que los adultos ya no pueden mejorar sus costumbres sin el rigor de las leyes; y que sólo los niños tienen la dicha de poder ser buenos con la educación y ejemplo, sin necesidad de que los castigos los aflijan, e infamen.

No debe la juventud, que se dedica a las artes y oficios, carecer de diversiones; porque los recreos inocentes son una parte esencial de la policía, y buen gobierno. Es necesario absolutamente, que la gente moza se divierta, y tenga días destinados al descanso de sus fatigas ordinarias, y penosas de todo el resto de la semana. Lo contrario sería exponerla a hostigarse con el trabajo, y a aborrecerle.

Los toros, cuando las corridas se hacen en días de trabajo, no es diversión que se debe permitir a los jornaleros, menestrales, y artesanos; porque pierden el jornal del día, y gastan el de tres o cuatro con ruina de la familia.

Si se repiten estas corridas por muchas semanas, se atrasan el maestro y los oficiales en concluir las obras empezadas; faltando a lo que prometen a quienes se las han encargado, que acaso las necesitan con mucha brevedad.

Por esto conviene, que los maestros cuiden, de que sus aprendices, hijos, y oficiales, no vayan a los toros en días de trabajo, ni a la comedia; a los bolatines, ni a otra cualquiera diversión pública, incompatible con él. Porque es cosa impropia, y aun escandalosa, que artesanos, labradores, y jornaleros desamparen sus tareas en días de trabajo, o en que la Iglesia le permite; y mucho más que los pasen en diversión, acostumbrandose a más tiempo de huelga, que conviene a su estado, y permite la estrechez de su caudal.

En Cádiz y Lisboa se corren los toros las tardes de días festivos; y a lo menos no se pierde el trabajo; ni ocupa todo un día al jornalero, como sucede donde no hay este discernimiento.

En los días de fiesta por la tarde apenas van las gentes a la Iglesia. Conque esta práctica en nada puede ofender el culto religioso; y antes apartaría la gente oficiala de quimeras, y de otros lances arriesgados.

Lo mismo se debe evitar con aquellos individuos de oficios, que con reprensible abuso suelen holgar, o como ellos dicen, guardar el lunes; por ser igualmente corruptela reprensible y perjudicial, que la indiscreta tolerancia de los maestros a sus hijos, aprendices y oficiales, ha ido autorizando, como costumbre y derecho de holgar, que el común convenio ha creído disculpable.

Las imprentas he visto yo muchas veces, sin que lo puedan remediar los impresores, ni aun agasajando a sus gentes, desamparadas los lunes de oficiales, como de los aprendices. Cortado este día de la semana, con los de fiesta, hacen un menoscabo considerable a la industria popular; y lo mismo sucede, si en los días festivos, en que oyendo misa es lícito trabajar, se dispensan de sus tareas los artesanos, y se entregan al ocio y a las diversiones.

Estas pueden muy bien tenerse en las tardes de los días festivos con el juego de pelota, de bolos, de bochas, de trucos, tiro de barra o esgrima.

Estos juegos ejercitan las fuerzas corporales, y son útiles a la salud, e inocentes en sí mismos; cuidando la policía de su buen arreglo. Lo propio se ha de decir de otras diversiones de igual naturaleza, como el baile público en semejantes días, que con mucha decencia se estila de tiempo inmemorial en algunas provincias septentrionales de España.

Las diversiones comunes de esta clase son de gran utilidad, cuando no se tienen en días de trabajo; y se observa en ellas orden y compostura. Recrean honestamente el ánimo; acrecientan las fuerzas corporales de la juventud, y acostumbran el pueblo a un trato recíproco y decente en sus concursos.

Los que faltan a ellos, deben ser notados: porque no es en estas concurrencias generales, donde se estragan las costumbres; y sí en los parajes ocultos y apartados del trato común; cuya separación deben estorbar cuidadosamente los padres y maestros, porque allí, y en las tabernas es el paraje, donde se empiezan a corromper y estragar los jóvenes.

No hay otros baluartes en lo humano, para librar al pueblo de tan peligrosos escollos, que ocuparle en los días de trabajo, a fin de que apetezca a su horas el sueño y descanso; acostumbrarle a cumplir en los días de precepto con las obligaciones, que prescribe la Iglesia; y disponer en los tiempos libres las diversiones populares, que agiliten las fuerzas del cuerpo, las cuales por la publicidad misma, y el orden que debe establecer el Magistrado, no pueden degenerar en abuso o corruptela. Estos juegos-públicos piden reglas y horas, estando cerrados en el día de trabajo.

Algunos ratos ociosos del día de fiesta, que son los que únicamente tienen libres, en vez de diversión, los aplican los artesanos en Alemania, a perfeccionarse en el dibujo. De esta suerte han adelantado mucho en los oficios, en la facilidad y corrección de sus obras. Tanto es el ahínco, con que aprovechan su tiempo sin desperdicio alguno; y así salen los alemanes excelentes obreros.

Esta educación general, aseo y bien porte de nuestros artistas, es facilísimo de lograr, con sólo insinuarlo los superiores en una nación tan honrada. Les hará estimables, y dignos del aprecio común de las demás clases, viendo sus modales civiles y atentas, de que ahora inculpablemente carecen algunos.

La materia de acero, metal, madera, lana &c. sobre que trabaje cualquier artesano, no le debe desconceptuar; ni apartar de semejantes concurrencias públicas con toda igualdad. Todos los oficios son utilísimos en sí, y dignos de estimación; cuando se ejercitan por aquellos, que los profesan con honradez, inteligencia y aplicación.

Más necesario es el calzado y el vestido, que las pelucas. Error sería creer, que un honrado zapatero o sastre deba merecer menos aprecio, que otro oficio de cualquier especie.

Apártales de estas concurrencias públicas el abuso de decirse improperios los de un oficio a los otros; y por un error comúnmente dañoso parece, que de acuerdo conspiran todos a su recíproca destrucción.

Si el zapatero sale a la calle manchado de pez, desaseado y roto; cierto es, que no causará un espectáculo agradable a los demás; y en algún modo provoca la risa y escarnio de su persona. En su mano está ponerse a la par de los demás artesanos; cuidando por virtud de su limpieza y aplicación, de no desdecir del trato regular y decencia de los demás.

Los herreros suelen caer en la misma falta, trayendo la cara tiznada de carbones: de ahí resultan los apodos de chisperos; las pullas, Y el que se escondan, por no poder sufrirlas muchos menestrales.

Los Magistrados tienen estrecha obligación de averiguar, y corregir tales insultos, para establecer la buena crianza, atención, y harmonía recíproca de todos los oficios.

En toda nación son necesarias las artes, que conducen a la utilidad común; ya sea para ocurrir a lo que necesitan los habitantes del país; ya sea para surtir a los extraños, o colonias remotas de la propia dominación, con los géneros sobrantes de la industria de nuestros oficios.

No hay diferencia, en que sean de primera, o de segunda necesidad sus obras: basta que tengan despacho; y este no se puede asegurar sin la perfección y bondad de las maniobras, o de las tareas de cada arte, u oficio. Esta perfección sólo se logra, cuando el aprecio y honor de los artífices se halle bien establecido.

Las leyes del Reino determinan penas contra ciertas palabras injuriosas, para concertar el decoro entre los vecinos. Sería muy conveniente extender su providencia a los que denuestan algunas de las artes, o a sus profesores.

Las inclinaciones de los jóvenes son diferentes, y cada uno adelantará más, eligiendo con preferencia el arte, a que se inclina. Esta elección nace ordinariamente de la mayor perspicacia del sentido, a que pertenece el arte. Es un principio de la educación popular, que nunca deben perder de vista los padres, y tutores de los niños; consultando la disposición del muchacho, que va a entrar de aprendiz, como se dice en otra parte de este discurso.

Artes hay, que requieren mucho ingenio: es contra la naturaleza destinar a ellas los rudos. Tampoco los maestros deben admitir aprendices, que carezcan de la debida aptitud en el sentido, que predomina en el respectivo oficio.

Otras artes necesitan de fuerza, y mayor fatiga: conviene dedicar a tales oficios los más robustos, aunque su talento sea más limitado.

No bastará la acertada elección del muchacho y de los padres al oficio, que es más proporcionado a su percepción natural; si el desde la misma niñez no se cree establecido en una profesión útil y honrada.

En los talleres, en las escuelas, en el teatro, en las conversaciones familiares, en el foro, y aun en el púlpito se debe reprender el error político de excitar preferencia, que cause odiosidad entre los oficios; respecto que todos son igualmente apreciables en sí mismos; porque unidamente concurren a fomentar la prosperidad pública.

Y así como no conviene permitir a los artesanos de distintos oficios, que se denuesten según queda advertido; tampoco se debe dar motivo a tales disputas por los que mandan, o tienen autoridad entre las gentes; estableciendo ordenanzas sobre ello. Ni tampoco se han de tolerar, o inventar sin legítima y urgente causa gravámenes, que ocasionen la necesidad de estas disputas.

Los padres y maestros las deben reprender a los que les están subordinados; haciendo inspirarles este concepto de igualdad, como máxima común de todos.

De aquí resultará otro principio de la educación popular de los artesanos, para desarraigar del común la idea de vileza, y de mecánicos, con que en muchas partes de España se desacredita a algunos de ellos.

En una nación llena de pundonor como la nuestra, causa gran daño esta especie de preocupaciones, difundidas contra varias artes y oficios; porque se retraen las gentes honradas de ejercitarlos, y otros de continuar en los mismos, que ejercieron sus padres.

La transmisión de los oficios en las familias es de suma importancia, e imposible su logro, durando tales errores comunes. Los padres enseñan con mucho más cariño, y afición a sus propios hijos o deudos: heredan estos los talleres, y aun los parroquianos de sus mayores. Y como desde chicos ven estas faenas; las imitan, y aprenden más fácilmente, si la desestimación del oficio no los arredra.

Supuesta la necesidad de establecer la máxima de educación popular referida, acerca de la estimación recíproca de los artesanos entre sí; es reprensible crianza de los maestros o de los padres, apoyarles o tolerarles las pullas y burlas, con que se maltratan los de unos oficios a otros; añadiendo otros bajos apodos, y chanzas de escarnio y mofa.

Los padres y maestros deberían cuidar de instruir a la juventud en la conveniencia, y obligación de honrarse mutuamente; sin disimular, ni dejar de castigar faltas de esta naturaleza, las cuales conforme crece la edad, estragan el pundonor, si no se atajan con tiempo.

Cuando no alcance la educación, y corrección doméstica, no puede disimular el Magistrado semejantes ofensas, y vulgaridades; supliendo en caso necesario la negligencia, que hubiere a costa de los padres o maestros; cuya omisión jamás ha de quedar impune.

El creer, que un pastor de cerdos, o un cabrero es menos honrado, que un mayoral de ovejas o de vacas, siendo todos pastores, es un error clásico.

Con todo esta ridiculez toma cuerpo, y otras vulgaridades semejantes; cuando la diversidad de la especie de ganados que guardan, no da, ni quita opinión entre los que discurran con prudencia.

Lo que importa es, que unos y otros pastores sean fieles, y diligentes para guardar el ganado, que les es encomendado: de cuya exactitud debe pender su crédito y así de las demás.

No hay tampoco, porque deshonrar a los que cuidan de los caballos-padres, o de los garañones, ni a los que hacen las matanzas en las carnicerías, y rastros; o a los que pesan, destrozan, salan, y esquilan las reses; o desuellan, adoban, y curten sus pellejos y cueros. Lo que interesa al público, se cifra en que cumplan exactamente todos sus ejercicios; y no hagan en ellos fraude, o mala versación. Esta ciertamente es la que en realidad deshonra, y no la honesta ocupación en cualquiera de estos ejercicios, y otros semejantes; sin los cuales no puede pasar la república.

El vilipendio sin duda, con que el vulgo moteja tales oficios, aparta a no pocos de tomarlos, o de perseverar en ellos. La ociosidad es la que con preferencia debe tener impresa la nota de deshonra; cuya máxima conviene mucho, que los padres de familia repitan a sus hijos, o a sus pupilos, aunque no sean artesanos; y que los párrocos desimpresionen a sus feligreses de unas opiniones, contrarias a la felicidad pública; y que sin un esfuerzo común dificultosamente podrán disiparse ya.

Después de los padres y párrocos son las justicias en sus casos, y con sus exhortaciones, los únicos que podrán esperar unos resabios que no se fundan en la naturaleza, ni en la razón; ni aun en la posibilidad de excusar tales oficios: de los cuales no puede prescindir la sociedad, sin necesitar mendigar sus obras del extranjero, y darle esta ganancia con perjuicio de la población nacional.

Excite enhorabuena contra los saludadores, saltinbanquis, y directores de la marmota sus pullas, y chistes la gente plebeya: pues cree ser un patrimonio suyo semejante lenguaje, hasta que su educación se mejore, y ellos se corran de tales discursos, contrarios a la caridad cristiana. Entre tanto dejen tranquilos en sus ocupaciones a los que de cualquier modo son útiles, y necesarios por su aplicación a la república.

Es otro error de educación poner la exclusión en ciertos gremios y artes de los que hayan profesado, o sus deudos ciertos oficios. Porque en esto mismo se abaten unos demasiado, para preferir a otros por mero capricho.

Fue gran inadvertencia tolerar en las ordenanzas gremiales semejantes cláusulas; y no trae menores daños obligar a pruebas, y ruinosos gastos de entrada, a los individuos de algunos gremios.

Tales odiosidades y dispendios deberían borrarse de sus ordenanzas por la autoridad legítima, y establecerse por máxima general de la asociación popular de los artesanos; celando los Magistrados, ayuntamientos, y sociedades económicas de los amigos del país, el que no se incurriese de aquí adelante en estos yerros.

La tolerancia, y aun la aprobación de medios tan erróneos en la teórica, como ruinosos a toda la nación, y a su industria en la práctica; es seguramente lo que también ha contribuido a desalentar los oficios, y a debilitar el progreso de las artes, en una nación llena de juicio, y orgullo en todas sus clases. El mayor enemigo de la patria, no podría haber inventado sistema más apropósito, para traerla a su ruina política.

Tiempo es ya de procurar disipar de entre nosotros tan erróneos principios; e imitar los que han puesto en práctica las naciones más industriosas de Europa, cuando no alcancen a convencernos nuestras observaciones propias, y el estrago, que causan a los menestrales.

La educación, o por mejor decir el abandono, con que se cría a los artesanos, ha firmado este sistema común, contrario a las artes. Ahora no basta, que la misma educación deshaga tales yerros; sino concurre al mismo objeto el todo de la nación: imbuyendo a las gentes en ideas más favorables a los oficios, y a su bien merecida estimación.

Todo el sistema nacional de nuestra jurisprudencia, si entendemos nuestros intereses, corresponde encaminarle a dirigir, animar, y honrar el trabajo, y a las gentes hábiles.

Los hidalgos pobres no deben perder de su estimación, por ser aplicados. De otro modo en algunas provincias, donde los nobles abundan, no podrían establecerse, ni arraigar la industria, ni las artes.

Tan lejos está, de que estas deban empecer a las familias, que sería sabia política conceder anualmente un corto número de privilegios de ciudadanos honrados a los artífices que sobresalgan en manufacturas, o en los oficios que fuesen más raros, y necesitasen mayor estímulo del regular.

Cesen pues de aquí adelante las desacertadas disputas de preferencia, y quédele a cada oficio la estimación debida. Si no debe derogar a la nobleza hereditaria de los que le profesen, ¿por qué título puede autorizarse la desestimación de los artesanos plebeyos?

Cuando toda la nación, dividida en cortos estados, necesitaba ir a la guerra, podía ser tolerable semejante modo de pensar. Los Marroquines, con cuidar su caballo, y sembrar en las rozas, que alternan de unos años a otros, según la mudanza de sus aduares, desprecian toda otra aplicación. Estas costumbres ya no conviene a naciones grandes, que no libran su poder en la muchedumbre inexperta; sino en la riqueza general, para mantener ejércitos bien disciplinados, y asistidos; aumentándoles, o disminuyéndoles a medida de lo que exigen las circunstancias; y la disposición de los Estados, sus confinantes.




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§. IV


Continúa el mismo asunto


Además de propagar todas estas nociones, que van expresadas, en los ánimos de la juventud dedicada a las artes y oficios, es muy del caso se apliquen a los primeros rudimentos de leer, escribir, y contar.

Bien veo, que algunos creerán, que esto es pedir demasiado. Pero si se reflexiona, en que apenas hay pueblo, donde no esté bien establecida esta enseñanza, gratuita para los pobres; se hallara la facilidad de conseguirla, con sólo quererlo así los padres, o los maestros.

Por otro lado, cuando pueden los niños dedicarse a leer, carecen todavía de fuerzas, para emplearse en ningún oficio; y lo mismo sucede en cuanto a los rudimentos de escribir.

De no aplicar los niños entonces a leer y escribir, resulta, que estén ociosos en aquella tierna edad, y que se impresionan de especies, e ideas que les perjudican demasiado, cuando llegan a ser adultos.

La aritmética se puede aprender al tiempo que el dibujo: reducida a las cinco reglas de sumar, restar, multiplicar, mediopartir, y partir; aunque estas dos reglas últimas propiamente no son más, que una.

No faltará tampoco, quien crea inútil tarea en el artesano semejante instrucción de los primeros rudimentos: pues en pocas de sus maniobras, según los que opinen de este modo, necesitará valerse de los auxilios de la aritmética.

Estas objeciones se toman del estado actual de abatimiento y rudeza, que padecen los oficios en España. El intento de este discurso se encamina a sacarlos de su decadencia. Eso no es fácil de lograr, sin esfuerzos de su parte: ayudados de la sabiduría del Gobierno.

Como este es un punto esencial, y a muchos harán fuerza tales objeciones, es forzoso responder a ellas en beneficio de la instrucción de un tan gran número de pueblo. Al presente no merece, respecto a los artesanos, la enseñanza de primeras letras un gran concepto a las gentes más despiertas de la nación: persuadidas de la dificultad de mejorar su actual situación.

Confieso me holgaría poderles dispensar de esta tarea. Si la creyese incompatible con la industria popular, o superflua, sería el primero a prohibirla.

Por no saber estos rudimentos de las primeras letras los artesanos, se llenan nuestras manufacturas de plumistas, que les suplan en esta parte, para la cuenta y razón.

De esta forma los plumistas empleados, ignorando el arte, consumen en salarios el principal rendimiento de las fábricas. Ellos son otros tantos ociosos, que viven a costa de la industria ajena: llenos no pocas veces de presunción, con ruina inminente de las artes; a cuyos profesores desprecian altamente por lo común, y los miran en una clase muy inferior a la suya; y aun suelen quererles dar reglas en su oficio, que ignoran.

Llamo ocio a toda ocupación, que puede excusarse, con dar mejor crianza a la juventud artesana; y que no rinde provecho inmediato, antes agrava con salarios las fábricas. En una hora puede un artesano de mediana instrucción hacer los asientos, liquidaciones, y cuentas que ocupan un número de plumistas, destituidos de la pericia de las manufacturas; dedicando el resto sobrante de su tiempo a la fábrica.

Parece incuestionable la preferencia de emplear personas del oficio en la cuenta y razón, y aun en la dirección de las fábricas. Increíble se hace, que falten en todo un gremio de artesanos, talentos capaces de abrazar la parte técnica, y la económica de semejantes establecimientos.

La experiencia diaria demuestra, que un hombre hábil en la arquitectura puede ser sobre-estante de un edificio, y emplear en la obra misma todo el espacio de tiempo, que le sobra; después de haber hecho la inspección de las gentes, que trabajan en él.

Veamos ahora por menor la utilidad, que en cada una de estas tres enseñanzas pueden lograr los artesanos; para que el público juzgue, si es digna de promoverse sistemáticamente esta parte de la instrucción popular, de que se trata, a beneficio de las artes.

Por medio de la lectura el aprendiz de un oficio, repasa por sí mismo el catecismo de la doctrina cristiana.

Puede enterarse de los discursos, que tratan del fomento de la industria, y de la educación popular; para proceder con sistema constante, y adoptar los principios acomodados a sus obligaciones.

Se instruirá también por sí mismo de las ordenanzas, y policía de su gremio y oficio, para dedicarse a observarlas, y entenderlas con propiedad; o para advertir lo que convenga, y se le alcance con el tiempo.

Finalmente podrá, sin valerse de otro, leer el tratado particular de su arte, u oficio, traducidos que sean estos escritos, en nuestro idioma.

Guiado de estas nociones, cuando ya sepa los rudimentos de su oficio, cotejará lo que le enseñaron, con lo que ve han adelantado las naciones industriosas; y podrá esperarse, que algún día se aventaje con la experiencia, ayudada de su teórica y del dibujo; o que a lo menos imite con propiedad, y sin defectos en el arte, lo que ve. Es de creer también, que los artistas de más sobresaliente ingenio, educados sobre este plan, encuentren nuevas combinaciones, facilidades, y descubrimientos en su oficio; y que le sepan enseñar más bien: pues que le han aprendido por reglas, y con mejor educación.

Debe confesarse en obsequio de la verdad, que los maestros de las artes y oficios, examinados en España, no saben por lectura lo que, establecida esta educación popular de artesanos, será trivial y común de aquí adelante a los mismos aprendices y oficiales.

No deberán leerse en las escuelas romances de ajusticiados; porque producen en los rudos semilla de delinquir, y de hacerse baladrones, pintando como actos gloriosos las muertes, robos, y otros delitos, que los guiaron al suplicio. El mismo daño traen los romances de los doce-pares, y otras leyendas vanas o caprichosas, que corren en nuestro idioma, aunque el Consejo no permite su reimpresión.

Por ejercicio de la misma enseñanza de leer, después de la doctrina cristiana, deben tener precisamente los maestros, o sus hijos, aprendices, y oficiales un ejemplar de los tratados, que van referidos, y de otros semejantes; repasándolos en los ratos y horas desocupadas; leyéndose a la mesa en días libres, al modo que se hace en los refectorios.

Los padres y maestros deben cuidar mucho, de que no se distraigan de esta especie de lectura. Pues como es breve, está en lengua vulgar, y habla de operaciones, que diariamente traen entre manos desde niños; es forzoso que a un cierto progreso de tiempo adquieran los aprendices y oficiales un fondo de raciocinio y de observaciones prácticas, sobre el modo de ir perfeccionando las artes: que sea sólido, libre de preocupaciones, y cual conviene al bien general del Reino.

El arte de escribir tiene bastante afinidad con el dibujo. Aunque el uno pueda aprenderse ignorando el otro; sería a la verdad defectuosa tal enseñanza, y echaría de menos esta falta muchas veces el artesano.

Queda sentada y probada sobradamente la absoluta necesidad, que todos los menestrales tienen, de aprender el dibujo, como se ha dicho en su lugar.

Así se puede afirmar, que no es menos conveniente la escritura a todos los profesores de las artes y oficios, que el dibujo.

Aquellos, que consisten en puras acciones corporales, como serrar madera, moler colores, labrar chocolate, cavar la tierra, y otros ejercicios sencillos de esta naturaleza, no necesitan ciertamente tanta aplicación, y deberían emplearse los más rudos en tales tareas. No son estos los oficios, de que se habla, ni es necesario apurar en este particular mayores distinciones, que cualquiera puede hacer por sí mismo.

En España los más de los artesanos comúnmente saben leer y escribir: con que no es esta una carga, superior a las fuerzas comunes, y ordinarias de los artistas. La falta está, en que no lo ejercitan, ni les dan en la escuela, ni en su casa, libros útiles y análogos a su profesión, que leer.

Se preguntará, ¿qué debe escribir un artesano? Y aún añadirán otros compasivos: que no hace profesión de hombre de letras, y si de un excelente obrero en algún oficio. Y aún dirán otros, movidos de igual raciocinio, que el sobrecargar las gentes de oficio con la precisión de aprender, no sólo a leer, sino a escribir; distraerá a muchos de abrazar estas ocupaciones, aunque sean en si propias honradas, y útiles al común.

Todo artesano, cuyas operaciones no terminen en una tarea simple y única, ejecutada por su propia persona, se ha de valer de oficiales: ha de enseñar aprendices: necesita materiales y herramienta, e instrumentos de su oficio; y ha de comprar y vender, para dar salida a los géneros que fabrica. Ha de llevar cuenta y razón de lo que pierde o gana; del gasto que hace en su casa, o en los salarios que paga; y finalmente de lo que recibe, o adelanta a buena cuenta de jornales, y de materiales.

Si se ve en la precisión de seguir algún pleito de oficial o de maestro, necesita hacer sus memoriales; y si supiera escribirlos y notarlos, mediante la buena educación, excusa gastar con procuradores en muchas cosas, para poner su razón en claro, cuando no hay juicio contradictorio.

Su instrucción le producirá los mismos efectos, si es veedor, repartidor, cobrador, o apoderado de su gremio o arte, para no mezclarse en otros negocios; que los convenientes a ser un artífice honrado, y digno de la común aceptación.

Toda esta idoneidad se necesita en un maestro de arte o de oficio, para que vaya bien su casa; llevando por sí mismo apuntamientos, libros de caja, cuentas, minutas de cartas de correspondencia, o recursos, ya de gracia, ya contenciosos: a proporción de su caudal, obras, industria, y aplicación.

De manera que si este maestro ha de regir, como conviene, su casa y taller, con la debida cuenta y razón; o ha de hacer por sí mismo o por medio de sus aprendices y oficiales estos asientos y escritos, en los ratos libres de su oficio; o ha de pagar un escribiente con salario, que los escriba a su costa. Esto sería abandonar a un extraño los secretos, y virtual dirección de su casa y familia; sin poder asegurarse por sí mismo, no sabiendo leer y escribir, si estos asientos van puntuales; ni hacer por su persona un balance puntual, y coordinado de su caudal y negocios.

Parece ocioso detenerse más, en satisfacer a la anterior réplica y objeción vulgar: a menos que se intentáse gravar a cada artesano de taller, y casa abierta, para exonerarle del trabajo en ir a la escuela durante su niñez; cargándole en equivalente de una descuidada educación con el salario de algún escribiente, que llevase la cuenta. Esto sería lo mismo, que arrimar una yedra a cada edificio de la industria.

Los artesanos, que sobresalgan en el estilo, se hallarán en estado de anotar y escribir las observaciones y adelantamientos respectivos a su oficio; o los que con el tiempo se publiquen en los países extranjeros. Podrán los que salieren fuera de España a perfeccionarse, traducir en nuestra lengua, cuanto tuviere relación con el mismo objeto; valiéndose de personas científicas, para dar a sus escritos la claridad, y orden que les corresponda.

Es inútil extenderse en cuanto a la aritmética, que es una especie de escritura numeral, y no menos precisa para el uso común, y trato de las gentes.

Establecida la educación cristiana, civil, y directiva en la juventud, que se dedica a los oficios, no serán necesarias a las fábricas con el tiempo las oficinas, en que ahora se ocupa inútilmente un gran número de personas, que en tal caso podrán ser ellas mismas fabricantes; y de miembros onerosos al común, se hacen ciudadanos útiles y provechosos.




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§. V


Examen de los aprendices


Como es muy varia la dificultad de enseñar, y aprender cada oficio, no puede constar del mismo número de meses, ni de años la permanencia de los muchachos en la clase de aprendiz, o de oficial.

Sólo se debería prohibir, que nadie pueda pasar de esta clase de aprendiz a la de oficial, sin haber cumplido todo el tiempo, prevenido sobre ello en la ordenanza del arte.

No basta haber concluido enteramente el tiempo de ordenanza, establecido para el aprendizaje; es forzoso que haga constar el aprendiz por certificación de su maestro, que en nada ha faltado a lo convenido en la escritura de contrata: ajustada con sus padres o tutores.

Por este medio se le constriñe al aprendiz, a que viva obediente a su maestro en el taller, o obrador. Sin esta puntualidad no podrá alcanzar semejante certificación de su maestro, para presentarla a la justicia, y entrar en el primer examen. Toda condescendencia en dar certificaciones a los que no las merecen, es una injusticia indisculpable, y de daño transcendental al atraso de las artes.

El maestro, que diere tales certificaciones desarregladas, debe sufrir alguna pena de suspensión de oficio; determinándose en la ordenanza el tiempo, que ha de durar, y ejecutandose irremisiblemente. Tampoco debería permitírsele, que en adelante fuese examinador, mediante la resultancia de su ilegalidad. Sin este rigor no prospera la aplicación.

Debe pues todo aprendiz sufrir este primer examen, en razón de lo que ha adelantado, durante el aprendizaje. Y si saliere reprobado, no podrá ascender a la clase de oficial, hasta que a fuerza de aplicación resarza el tiempo, que ha malgastado.

La clase de oficial en las artes, después de haber sido examinados, y aprobados delante de la Justicia ordinaria, equivale a lo que en las Universidades la de Bachiller en cualquiera facultad. Por lo mismo es justo, que se haga el examen con la mayor diligencia (presidiendo y asistiendo la Justicia) por los veedores o examinadores, que ha de haber destinados a este objeto, como se dirá más adelante. Lo cual es en todo conforme a las leyes del Reino, que hasta la decadencia de las artes, teman la más vigilante observancia. Es de esperar del honor de nuestros artistas, que imiten en ella a sus mayores, para restablecer las artes, y no tolerar en su oficio personas ineptas.

Conviene también señalar en la ordenanza de cada gremio la forma, tiempo, y regularidad de hacer los exámenes; para evitar en ellos toda colusión o fraude, leyéndose a unos y otros el contenido de las ordenanzas que dispongan sobre este particular. Prestarán juramento los examinadores o veedores de hacerlos bien y fielmente, sin llevarse de amor, odio, ni pasión.

Los maestros o parientes del examinando, nunca han de poder ser examinadores de los aprendices, a fin de atajar todo espíritu de parcialidad.

Es necesario también fijar los derechos justos del examen, porque en esto comúnmente se excede; sin que puedan aumentarse, ni disminuirse por la justicia, veedores, ni examinadores: a menos que sea pobre de solemnidad el aprendiz, que en tal caso debe ser examinado de valde, y despachársele graciosamente en todo.

En algunas partes del Reino hay la corruptela, de que los veedores y examinadores se llevan para su provecho las piezas de examen, que presentan a su juicio los examinados. Esta práctica abusiva de parte de veedores y examinadores, no conviene se tolere; antes excitaría la aplicación, que el examinado se quede con ellas, como cosa suya: a fin de conservarlas por memoria, y estímulo de su aplicación.

La aprobación o reprobación del examinado, se debe escribir en el libro de exámenes de aquel arte; y hacerse saber formalmente al interesado el tiempo, que debe continuar, como aprendiz todavía, si cumplió mal.

En este caso de salir reprobado, se le cobrarán los mismos derechos, que si hubiera sido aprobado; mediante que la propina de arancel es una justa recompensa del trabajo, que se pone en asistir al examen. Si se le volviese la propina, quedarían sin remuneración los examinadores; y con el tiempo aprobarían a todos, por no perder estos gajes; haciendo formulario un acto tan serio.

Los que fueren una vez reprobados, no por eso han de dejar de volver a pagar los derechos en el nuevo examen, que deben sufrir, pasado el tiempo, que se les haya señalado para volver a entrar.

Si todavía entonces se le encuentra inhábil, vale más desengañar a sus padres y tutores; si se advirtiere depender de la rudeza del muchacho.

Pero si proviene de desidia o falta de enseñanza, sería justo ponerle con otro maestro diligente, a costa del primero; y que así se fuese estableciendo en las ordenanzas gremiales, con legítima autoridad. Porque en mano del maestro estuvo amonestar al aprendiz; corregirle con modo; o dar noticia a sus padres y tutores de lo que pasaba.

Sobre esta responsabilidad de los maestros, nada hay arreglado; y si queremos mejorar los oficios, se ha de proceder con la mayor seriedad en este importante asunto; y siempre de plano, en caso de necesitarse providencias judiciales: averiguada sumariamente la verdad, y oídas en juicio verbal las partes ante la Justicia ordinaria.

Para que el maestro antiguo no pueda quejarse de agravio, debe declarar paladinamente por regla general, antes de procederse al examen, delante de la justicia; si el privadamente tiene por idóneo al aprendiz; y si este se ha aplicado, o no. En este último caso dirá: si le ha corregido, y avisado con tiempo a sus parientes o tutores; y lo que estos le hayan prevenido en consecuencia de sus avisos.

Todo esto lo debería declarar debajo de juramento, como acto previo al examen, y firmarlo el maestro, para que en adelante no pueda haber tergiversación en los hechos.

Es muy del caso, que se halle presente también al examen, para que reconozca la legalidad y exactitud, con que se hace. Pero no ha de poder hablar, interrumpir, ni votar durante el acto; aunque después de concluido, debería permitirsele representar con modestia cualquier reparo, que halle en él, por las razones que quedan insinuadas.

Acabada toda la formalidad del examen, saldrá de la sala donde se hiciere, para que los veedores y examinadores, a presencia del juez voten la aprobación o reprobación; escribiéndose y firmándose sin intermisión, haciéndose saber incontinenti al interesado y a su maestro la resulta, para que procedan a lo que les corresponda en su consecuencia, sin otra apelación ni recurso.

En todo esto se debería caminar con la mayor escrupulosidad, sin empeño ni acepción de personas; haciendo lo que sea justo, a fin de que se respeten los exámenes, y el maestro no descuide en la enseñanza, ni el aprendiz: fiados en recomendaciones o condescendencias. Estas exactitudes parecen menudencias: mas es bien cierto, que donde no se observan rigorosamente, decaen las artes.




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§. VI


De los Oficiales que aspiran a recibirse de maestros, y calidades que deben adquirir y tener, antes de ser admitidos al examen de la maestría


Al aprendiz, que saliere aprobado, se le debería dar certificación por el escribano de ayuntamiento: pagando sólo el papel sellado y amanuense con cortos derechos, para que en virtud de ella pase a la clase de oficial; se le anote y trate como tal por su maestro y los demás del arte; sin pedirle ni admitirle, aunque le ofrezca espontáneamente, o sus parientes, refresco ni propina con este motivo. Sería del caso imponer penas a los contraventores, y la restitución con el doblo.

Así como el aprendizage varía, en cuanto a su duración, en los diferentes oficios; la misma proporción y regla conviene establecer en las ordenanzas de cada arte, respecto a la duración del tiempo, que todo mancebo debe estar de oficial.

Es muy esencial, que los oficiales continúen bajo de la dirección del mismo maestro, que les enseño: a quien sin duda conservarán mayor respeto y subordinación; para que le sean útiles en sus talleres y obradores los mismos, que aprendieron allí los principios y rudimentos de su profesión.

De otra manera estaría lidiando un maestro con aprendices, que le echasen a perder las obras; para adiestrar oficiales, que llevasen la industria a otro taller, cuyo dueño no hubiese tomado la fatiga de su enseñanza.

Este es punto de mucha consideración , y que merece poner en él regla constante de parte de la legislación.

Las leyes prohíben, que ninguno reciba criado, que sirve a otro, sin informe, y tomar una especie de anuencia del amo antiguo; porque así lo dicta la buena crianza, y orden político entre los ciudadanos.

En el uso común se mira, como incivilidad, sonsacar criado ajeno, ni ofrecerle partido, para que desampare el servicio del amo, con quien se halla.

Mayor justicia tienen los maestros antiguos respecto a los oficiales, que fueron sus aprendices. Por esta causa deben las leyes y policía de los gremios prohibir, que el oficial desampare arbitrariamente al maestro, que le enseño, durante el tiempo, que debe estar de oficial. Pues entonces permanece todavía en aprendizaje, aunque esté más adelantado: al modo que los Bachilleres cursantes, que en las Universidades aspiran a obtener el grado de Licenciado por riguroso examen, continúan asistiendo a oír en las cátedras altas y mayores.

Los maestros están en lugar de los padres, y les dan una instrucción, que estos últimos acaso ignoran. Es pues justo, que tanto aprendices, como oficiales les conserven, y guarden todo respeto y obediencia, con una veneración permanente. Sin maestros mal podrían adquirir el conocimiento fundado de un oficio, con que sustentarse y a su familia.

Y así en algún modo los discípulos deben a los buenos maestros, tanto como a los padres; y mucho más que a los amos, los cuales no les dan una penosa enseñanza a sus criados; aunque necesitan acostumbrarlos al servicio.

En España hace mucha falta arreglar una exacta policía, sobre la subordinación de los aprendices y oficiales a sus maestros. Sin cuidar, que se logre su observancia, con la mayor escrupulosidad; no se perfeccionarán las artes con la seguridad y solidez, que necesitan.

Si el maestro no cumple con su obligación; da mal trato; perjudicial ejemplo; o deja de pagar a su oficial, o de cumplir lo estipulado en la contrata: cosa razonable es, que si reconvenido con justa causa por los padres, o tutores del muchacho, que está bajo de su enseñanza, no guarda la escritura, pueda despedirse el aprendiz u oficial; o compelérsele al cumplimiento de lo estipulado, a elección de la parte obediente, en el contrato.

Por el contrario, si la falta está de parte del discípulo, y no se enmienda, o es negado a la enseñanza; precedidos los oficios atentos con los padres o tutores, debe ser igual la condición, y libertad del maestro, para cesar en su cuidado.

Los veedores deben estar muy atentos a el recíproco cumplimiento, y pericia de maestros y discípulos, para contener a tiempo las faltas o descuidos, que hubiere en unos o en otros, con toda verdad; y dar parte a la justicia, si interviniere cosa mayor que resista la continuación del oficial en el taller, o casa de su maestro.44 Se debería proceder en todo de plano y por juicios verbales, según queda insinuado para casos semejantes; y al modo que actúan los alcaldes de barrio y de cuartel: escusando en lo posible todo rumor y pleito contencioso, que indisponga los ánimos.

Los oficiales deben tener distribuidos entre sí los aprendices de su taller; para corregirles sus faltas, de cualquier naturaleza que sean; e instruirles en los rudimentos y maniobras del oficio.

Los decuriones y discípulos más adelantados, en las aulas de gramática repasan a los condiscípulos, que están todavía en clase inferior.

El cariño y buenos modales, con que ejecuten estos repasos los oficiales, les habilita y prepara en pequeño, para dirigir juiciosamente sus talleres; llegando a la clase alta de maestros.

Estos oficiales no han de faltar voluntariamente al taller; ni hacer lunes, o pasar ociosos otros días de trabajo: ir a toros, a comedias, ni a paseo, en días ni horas destinadas a sus tareas ordinarias: así por cumplir con su propia obligación, como por dar mayor ejemplo a los aprendices; y por no imposibilitar a los maestros de entregar a los parroquianos las obras, en el término convenido.

El maestro los podrá reprender y corregir, y tomar las debidas precauciones, para estorbarles sus desórdenes; valiéndose de los medios, que emplearía un diligente padre de familias con sus hijos. Sino bastare, está obligado sopena de responsabilidad a avisar a los padres, y tutores, o a la justicia de lo que por sí mismo no pueda contener: atendida la reincidencia, o gravedad de los casos, que no es fácil ahora enunciar por menor.

No se deben tolerar a aprendices, oficiales, y demás concurrentes juramentos, maldiciones, palabras indecentes, o lascivas, pullas, o tachas de defectos propios; gestos, ni acciones groseras, o feas en el taller, u obrador; ni en las demás partes, donde concurrieren. De esta suerte saldrán bien morigerados aprendices y oficiales; y serán más apreciados necesariamente de todo el pueblo los artesanos, por sus costumbres decorosas y honestas.

El ejemplo del maestro o del padre, es el que más comúnmente decide de las modales arregladas de los hijos y aprendices, que permanecen lo más del tiempo en casa, y ven continuamente su modo de conducirse. Esta experiencia diaria es la que los dirige a las buenas costumbres, o a las viciosas de su padre o maestro. ¡Qué desgracia para un mortal ser causa voluntaria de la mala educación y ruina ajena, o por mejor decir de su propio hijo, o discípulo, por su mal ejemplo!

Los oficiales han de tener sus maniobras peculiares y conocidas, e irse perfecionando gradualmente, hasta hallarse plenamente enseñados, y capaces de sufrir el examen para maestros: que es el último.

En las ordenanzas gremiales de los diferentes artes, será muy del caso distribuir estas operaciones con toda distinción: de modo que por ellas distingan todos sus obligaciones respectivas.

El maestro debe estar muy atento, si quiere adquirir fama, a que sus oficiales se perfeccionen progresivamente, para salir con lucimiento del examen último, en que se va a decidir de su talento, y aplicación: aventurando su crédito el maestro y el discípulo, si este no da razón en el examen de su aprovechamiento, y de la suficiencia necesaria.

El jornal de los oficiales necesita regla económica, sin dejar a su arbitrio la distribución y gasto, sin noticia de quien les convenga: pues podría ser en juego, borrachera, o malos entretenimientos.

Su manutención y vestido son cosas de primera necesidad, y deben estar ajustadas con el maestro; y guardarse una especie de igualdad entre todos los oficiales, para que sean más regulares, y uniformes sus costumbres.

Deben por conveniencia propia estos oficiales, hacer algún descuento, y ahorro para recibirse de maestros; y costear los derechos del examen, que como va dicho, se han de arreglar por una muy rigurosa tarifa.

Estas económicas disposiciones se deben entender bajo de la autoridad del maestro, si el oficial vive en su casa; porque entonces le puede y debe reducir a lo razonable.

Pero si mora fuera, en casa de sus padres o tutores; a estos propiamente pertenece semejante inspección económica: a menos que no haya otra convención, hecha con el mismo maestro.

De qualquiera manera que sea, es de suma importancia contener y moderar a estos jóvenes, mientras concluyen el tiempo de oficiales, para entrar en examen de la maestría. Pues si les dejan el jornal, que ganan según el ajuste, a su arbitrio y discreción, lo común es emplearlo en cosas viciosas o pasajeras.

Ni es contra el derecho de la propiedad, que cada uno tiene en sus ganancias y hacienda; limitar a los oficiales la posibilidad del abuso en estas primicias de su industria; dirigiéndoles en su útil aplicación, como se hace con los menores, pródigos, y dementes: supliendo la providencia de la ley, lo que no alcanzan las fuerzas, talento, o conducta del propietario. En nada pues tales reglas alteran lo sustancial del dominio.

Esta rigidez no basta ejecutarla con algunos, sino es general con todos los oficiales y oficios; porque la relajación de pocos bastaría, para dar mal ejemplo a todos los demás.

La disciplina y régimen económico, se han de distinguir muy claramente en las ordenanzas de cada gremio, y compeler a los maestros y veedores la autoridad judicial, para que así lo observen, y guarden puntualmente, sin escusa alguna.

Si la oportuna distribución del tiempo sobrante, en que entra el destinado a cumplir las obligaciones de cristiano; y el que se concede a las diversiones honestas, quedaran en pura especulación teórica; todas estas prevenciones serían ineficaces, y vivirían abandonados a su propio capricho los menestrales: en la forma que ahora se está experimentando con los oficiales de estas artes, en grave menoscabo de las costumbres nacionales, y daño de las repúblicas.

En semejante edad, cuando los mozos están en la clase de oficiales, ya no bastan los padres a corregirles y moderarles: es forzoso, que el impulso general del gobierno público los tenga contenidos en sus verdaderos límites; acostumbrándoles a ser útiles y aplicados, e impidiéndoles sin extremidades el desarreglo, y los resabios viciosos, que actualmente los suelen pervertir.

La austeridad de las costumbres, y la exacta distribución del tiempo en esta juventud, acompañada del respeto a los padres y maestros, debe auxiliarse incesantemente por los Magistrados públicos, a quienes pertenece, e incumbe suplir o corregir las omisiones de unos y otros.

La sevicia y aspereza de padres y maestros coléricos e indiscretos, no es menos perjudicial al progreso de la aplicación; porque aburriría a esta juventud, haciéndola aborrecer el trabajo.

Es necesario corregir al hijo o discípulo, después que se pase la cólera, y las pasiones estén aplacadas.

Es también digna de contenerse la demasiada, y muy excesiva aplicación, fuera de las horas regulares; y tampoco se ha de alargar de lo posible el trabajo por codicia de los padres o maestros. De donde resulta la necesidad, de que los Magistrados se informen, oigan, y cuiden tanto de moderar las demasías, como las omisiones de los maestros, en cuanto al manejo con sus aprendices y oficiales; para que todo vaya con prudencia, y sin tocar en extremos violentos.



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