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Capítulo cuarto

De la romera de León



Suma del número 1.
NÚMERO PRIMERO

De la romera dormida y dispierta

UN SONETILLO DE SOSTENIDOS
 
     Ni dormida más dispierta,
     Ni dispierta más dormida,
     Ni ganada más perdida,
     Ni perdida más alerta.
 
     Cubierta más descubierta,
     Cosiente más descosida,
     Jineta más a la brida,
     Fisgona más encubierta.
 
     Devota más sin rezar,
     Pagadora más en venta,
     Veladora más en vano,
 
     Huéspeda más sin pagar,
     Cual este número cuenta,
     Jamás la vido christiano.
 
     Ya que he dado cuenta de lo que me sucedió en León y del retoño que de ahí a nueve años hubo (lo cual puse junto porque se conociese más de próximo la materia de que las cartas trataban), quiero que nos descartemos de cartas para ir adelante con el cuento de mi jornada.
La causa de la partida.

Pártese en silla.

     Aquel día de Nuestra Señora en la noche, porque acaso aquellos pavitos no me apareciesen en sueños y pidiesen carta de pago de mis deudas y desengaño de mis burlas, y por quitarles del cuidado que querían tomar de ser de mi guardia sin ser ángeles buenos, determiné ser romera, como quien va a Roma por todo. Mandé a mi mochillero que ensillase mi hacanea y que me la sacase al Prado de los Judíos, donde también encontré otras mozas que aquella misma hora iban de tropel a la romería que llaman de Nuestra Señora del Camino, que es una legua de León, donde van aquella noche casi todos los forasteros. La cuenta que hice con la huéspeda fue ninguna, sólo hice cinco reverencias a un San Christobal que tenía junto a una lamparilla y le encomendé la huéspeda, que lo había menester, porque como era colérica -como verás abajo- y se ahogaba en poca agua, le sería de mucha importancia un tan buen barquero de a pie, y si San Christobal me oyó, bien pagada quedó, y si no, basta que yo fuese contenta sin que ella quedase pagada.
Cuenta con la huéspeda.
Camino fragoso.      El camino de la romería no es muy bueno, pero la compañía lo era, y con ella y con la profunda consideración de mi Christo lo pasé con mucho consuelo y como muy buena christiana. No pude a la ida despabilar mucho la lengua, porque el sueño me hacía hacer mucha pavesa; si no fuera que mi picarillo de cuando en cuando me soliviaba con un cantarcito que decía: «No durmáis, ojuelos verdes, que por la mañanita lo dormiredes», bien creo que la romera diera un par de romeradas en aquel suelo de Jesuchristo. Ni me aprovechaba mudarme de bridona en jineta, ni mudar más posturas que veleta en campanario, que, en fin, el sueño es volteador y me enseñaba las vueltas peligrosas. La postrera me vi en gran peligro, porque no estuve dos dedos del duro suelo, y entonces, con el gran espanto, desperté despavorida y no pude tornar a pegar ojo.
 
La pícara soñolienta.
Males del sueño; lo primero, es loco.



Excusa de las mujeres por ser hijas del sueño.

     Maldita sea cosa tan mala como el sueño. El sueño es loco; si da en seguir, no hay quien le eche a palos, y si da en huir, no hay traerle con maromas. Dicen que las mujeres tenemos dos extremos de locas: el uno, que si decimos de no y tijeretas, no hay villanchón como nosotras, y el otro, que si decimos de sí, rogaremos a un caimán. Yo digo que sea así verdad, pero decidme, maldicientes, si la mujer es hija del sueño de un hombre dormido, y tan dormido que le sacaron una costilla sin sentir dolor de más ni hueso de menos, ¿qué os espantáis de los siniestros mujeriles? Cuando la mujer fuera la misma ficción y engaño, la pura vanidad y mentira, no había que espantar, pues es hija del sueño vano, phantaseador y loco. Holofernes y otros que durmieron a medias en esta vida y en la otra bien saben ser verdad lo que digo, pues el sueño trocó su descanso en alas, su quietud en azogue, su lecho en potro y su reposo en horca y cuchillo. Dije esto a propósito de mi cabezudo sueño, que me puso a pique de hacer tortilla de sesos para perseguirme, y en un momento se ausentó de mí y desvió con el denuedo que si yo hubiera muerto a su padre. Y, la verdad, quizá dirá el sueño que sí maté, porque las mujeres matamos con Eva al primer hombre, padre primero del sueño, y por eso las mujeres somos de poco dormir, porque el sueño, en odio y venganza de que matamos a su padre, no quiere hacer con nosotras mucho rancho.
     En mi vida vide dispierta más dormida ni dormida más dispierta. Ya que del todo despabilé los ojos, iba imaginando mil cosas por momentos, y la que más a menudo salteaba mi pensamiento era si acaso en esta romería me sucedía otra gatada como la de Arenillas. Si las veces que esto se me acordó se convinieran en repollos de oro, mejor estuviera mi olla.
Apacibilidad de la ermita y su sitio.      Ya llegué a la ermita, y de veras que me dio gusto el sitio, que es un campo anchuroso que huele a tomillo salsero, proveído de caserías, y aun hay allí personas que no las podrán sacar tan presto de sus casillas; dígolo porque engordan mucho las venteras. La ermita, bien edificada, adornada, curiosa, limpia, rica de aderezos, cera y lámparas, ornamentos, plata, telas y presentallas. Gran concurso de gente, que por eso y por estar en el camino de Santiago, se llama Nuestra Señora del Camino. Notable provisión de todas frutas, vino, comidas.
 
Etimología del nombre de Nuestra Señora del Camino. Frutas llamadas perdones.
     Acuérdome que desde esta romería quedé muy devota de los perdones de aquella tierra. Fue el cuento que un cierto galán estaba rifando al naipe ciertas avellanas y genobradas, lo cual ganó, y viéndome, me convidó a ello, y dijo:
     -Tome perdones, señora hermosa.
     Yo no entendía el uso de la tierra, y pensando que se burlaba y que me había deparado Dios otro obispo de romería, le dije:
     -Beso a v. m. las manos, señor obispo, que en verdad que me suele a mí ir bien con obispos, aunque a ellos conmigo no tanto.
     Replicó el galán (que era a mi parecer galán comedido):
     -No piense, señora hermosa, que me burlo, que en esta tierra es uso llamar perdones todo lo que se da en la romería, porque se tiene por devoción como si fuera pan bendito.
     Con esto me quieté, y di grandes gracias a Dios Nuestro Señor de haber encontrado tierra donde los galanes saben tan de raíz las cosas eclesiásticas. Verdad es que antes de decirme esto, había yo recebido los perdones con una mano, porque esto del récipe es cosa que las mujeres lo decoramos en el vientre de nuestras madres, y por eso nos llaman boticarias, porque nunca salimos de récipe. Estos perdones fueron para mi jubileo plenísimo, porque como partí sin cenar más que de una empanada, a la salida de la ciudad, traía picado el molino, y en un punto comí tanto del perdón que, si como quedé sin pena, quedara sin culpa, fuera jubileo de veras.
Busca a sus compañeras y no las halla.      Al candil de la luna, que la hacía no muy clara, pude maniatar mi borrico y tender mi albardoncito en el duro suelo, junto a unas mujeres que allí estaban en un corrillo, que las de mi pueblo a cabezadas me huyeron; digo mohínas de verme dar con el sueño cabezadas contra el aire, y aunque algunas veces una amiga me daba con la punta de un palillo, mi sueño burlaba de todo y jugaba a punta con cabeza. También es verdad que las busqué con el candil de la luna, mas no las hallé porque alumbraba mal.
El mochillero hecho grulla y centinela.      Echéme junto a unas mujeres, grandes estornudadoras en sueños; eran morcilleras de pato; reclinéme, y porque no me faltase centinela que me hiciese cuerpo de guardia, di a mi mochillero un pedazo de mollete duro, de lo que metí en la alforja en Mansilla, para que se entretuviese y royese en él; y bien tenía que roer, mas hice mi cuenta que aquel pan en la mano le serviría de lo que a las grullas les sirve una piedra que llevan en la suya para sentir si duermen las que son de guarda.
Grullas.
     Yo le dije:
     -Leonardillo, come este pan poco a poco, que está como unos bizcochos (entendíase de galera), y en acabándosete, despiértame. Mira, no te duermas, y en pago te prometo para almorzar el mayor pepino que traemos, y si algún hombre llegare muy junto a nosotros, recuérdame.
Las causas porque las mujeres no quieren ser cogidas al descuido. Mujer basilisco.

Hermosura de mujer es purga.

Condición de Justina.

     ¿No notas el natural cuidado que tenemos las mujeres que no nos vean los hombres? ¿Qué piensas que es? Por ventura, ¿huir dellos? No, hermano, y si no, mira tú cuán pocas dejan de salir de casa por miedo de encontrallos. No es sino una de dos; o que como basiliscos queremos ganar por la mano, por matar y no morir, o porque nuestro bien parecer es de casta de purgas, que nunca se hacen con sola naturaleza, sino con artificio, y por eso no queremos que quien nos viere nos coja descuidadas, y así verás que en mirando a una mujer de repente, luego se inquieta y se remira, acude a cubrirse y descubrirse en aquella forma y manera que a ella le parece que es más a propósito de agradar. Mal me haga Dios si jamás quise mal a hombre; con todo eso, nunca gusté que me cogiese de repente, aunque ni mato ni espanto.
       El muchacho comenzó a tascar con su bizcocho, y al ruido que hacía con el juego de las muelas -que era mayor que el de los veinte y ocho majaderos de la pólvora de Pamplona-, me dormí como perro al son de los golpes del ayunque. Descansé, y aunque el sueño fue poco más de hora y media, con todo eso me satisfizo, porque las mujeres, como vivimos depriesa, dormimos poco, y aun si dormimos es a ojo abierto como leones, y no cerramos ojo sino a pura fuerza de naturaleza.
Por qué las mujeres duermen poco.
       Dormí, y debíme de echar de mal lado, porque todo se me fue en soñar, y fue el sueño que, por las burlas que había hecho en León, me habían desterrado un año. ¡Cosa notable! Que me pareció real y verdaderamente que había pasado por mí un año, por donde eché de ver cuán fácil será a Dios el día del juicio dar a un hombre en un instante tanta pena de fuego en alma y cuerpo que le parezca que ha sido un año, y que le haya de doler como si tuviera diez cursos de infierno. También me confirmé en sentir cuán traidor es el sueño, pues igualmente abre las puertas a el gusto y al daño nuestro, para que igualmente haga suertes en nuestra imaginación, y aun abre puerta para que entre la muerte en sueños, como el ladrón que saltea con máscara. Miren quién y cuán traidor es el sueño, que aquel a quien yo hice la burla estaba quieto y sin acordarse de pedir justicia, y mi traidor sueño me desterró, y por un año, y sin oírme de justicia. Mil cosas pudiera decir del sueño muy a propósito, mas no quiero que me digan que yendo caballera en una burra predico el sermón de las vírgines locas. Dígalo otra, que a mí no me vaga.
Penas dadas por Dios.

El sueño es traidor.

Aplica lo dicho.
Despierta Justina.      Parece ser que mi mochillero, siguiendo su molienda, debió de encontrar algún nudo en el mollete, y, queriendo conquistalle, avivó el ruido, y con él me despertó a muy buen tiempo, porque ya la gente se rebullía y parece que hormigueaba el trato. Di dos o tres esperezos y levántome más tiesa que un ajo, dando de camino un pescozón al mochillero para sacarle el sueño con raíces y todo; y las porconas todavía roncando como unas poltronas. Parecióme mucho sosiego y buen aparejo para darles un poco de almagre de mi mano. Pardiez -si no lo han por enojo-, viendo que una dellas traía aguja y hilo en la vuelta de una alforza y un ovillito de hilo de buen tomo en la de la saya, cosílas muy a mi gusto por las faldas de las sayas del lienzo, que en aquella tierra se llaman camisas. Por el hilo y su olor, saqué que aquéllas eran tan malcocinadas como bien cochinadas, y debían de estarse allí a hacer morcillas de pato, y, las otras, según me lo parlaron mis narices, eran del oficio también. Ya que tuve hecha mi tarea, parecióme que estas burlas son como pintura, que se ha de ver de lejos para que parezca bien, y así me aparté a ver la labor que había hecho. No fui yo sola la mirona, que en breve espacio tuvieron al auditorio que bastó para reír asaz la encamisada. Era cosa donosa ver la labor que hacían sueño, enojo, vergüenza y descoberturas. Andaban en torno unas tras otras, que parecían el toro de las coces; en fin, ellas andaban como cosidas y yo me reía como descosida.
 
Cose Justina unas dormidas.
 
Burlas son como pinturas.
 
APROVECHAMIENTO
     Los que toman la santidad por vía de burla, hacen la de los santos lugares, pero tiempo verná en el cual lo baga de ellos el Juez Universal.
 
Súmase el número 2. NÚMERO SEGUNDO
Del asno perdido
 
SÚMASE EN UN ROMANCE
 
     Una notoria excelencia
     Que vemos en los borricos
     Es que casi todos son
     De un color y talle mismo;
     Y aun hay algunos dolores
     De que sanan los heridos,
     Si se sientan ras por ras
     Encima de algún pollino;
     Y aun quien quisiese emborrar
     Propriedades de borricos,
     Se pudiera estar roznando
     Desde aquí al otro siglo.
     Basta saber que las dichas
     Fueron único motivo
     Para que Justina hiciese
     A su salvo un lindo tiro.
     De puro bobidevota,
     Se le traspuso el pollino,
     Y ella traspuso en otro
     El sillón y albardoncillo;
     Que si los hurtan o truecan,
     Ni lamentan ni hacen mimos,
     Y con el mismo semblante
     Sirven al pobre que al rico.
     Tanto le parecía
     El nuevo hallado al perdido,
     Que a boca llena le dice:
     «Vos sois burro y asno mío,
     Que pues tanto os parecéis
     Al burro que se me ha ido,
     Y me sanáis del dolor
     Que mis entrañas ha herido,
     Y pues que concurre en vos
     Todo burral requisito,
     Sin duda que vos sois él,
     O sois hermanos o primos.
     Norabuena lo seáis,
     Desde hoy llamados mío,
     Mío sois, pues mío os dice
     La gata que os ha cogido.»
 
Esgrimidor lucido.      Comenzaron muchos corrillos de bailes, juegos de naipes y de esgrima, Allí oí que alababan a un negro de que esgrimía bien con dos espadas y montante, en especial, decían que jugaba por extremo un tiempo que llaman los esgrimidores tajo volado, con sobre rodeón y mandoble, que también los esgrimidores son como los médicos, que buscan términos exquisitos para significar cosas que, por ser tan claras, tienen vergüenza de nombrarlas en canto llano, y así les es necesario hablarlas con términos desusados, que parecen de junciana o jacarandina. Y en verdad que las mujeres habíamos de usar esto mismo y poner nombres particulares a nuestras ordinarias cosas, que ya, de puro usadas y nombradas, sería necesario novarles los nombres con que se ennobleciese el arte. Mas, pues hablo de esgrima, quiero ahorrar de gracias, porque siempre que nombro esgrima y esgrimidores, se me arrasan los ojos de lágrimas en memoria de un malogrado a quien quise bien, que era la prima de los esgrimidores, tan aficionado al arte, que muchas veces, faltándole con quien esgrimir, a deshora, me pedía que por su gusto tomase yo la espada negra y esgrimiésemos, lo cual yo hacía de buen rejo, porque, como dice el refrán, quien bien quiere, bien obedece. Murióse, mas no se me da nada, que donde quiera que estuviere, él sabrá defender su capa, que aunque la muerte esgrima con guadaña, él la hará con su montante tener a raya.
Esgrimidores y médicos inventan nombres, y por qué.
 
 
Justina aficionada a un esgrimidor.

Esgrimidor poderoso.

     Había buenos bailes de campesinas, mas como yo ya era mujer de manto, y en esta sazón estaba enmantada, no quise meter mi cuerpo en dibujos, porque ya me había hecho por qué quererle más que a sesenta panderos. Verdad es que los pies me comían por bailar, como si en ellos tuviera sabañones, mas vencí la tentación acordándome que Herodías murió bailando. Sólo de lejos me holgué en la taberna y vi algunas vueltas, no malas, desde un repecho que sobrepujaba la gente, y como algunos me viesen hacer el son al baile con los ojos, me preguntaban si quería bailar.
Justina desea bailar, refrénase con la memoria de Herodías.
Pregunta a Justina y respuesta graciosa.      Yo respondí:
     -No, señores, que soy coja.
     No faltó quien con curiosidad llegó a ver de qué pie cojeaba, pero dile un favor de pantuflo tal, que a asegundar el favor, no fuera mucho sembrar por agosto. Somos muy curiosos los españoles. Diz que porque le dije que era coja, había de saber en qué nervio estaba la falta. Por diez, que si le dijera que no bailaba por estar enferma del bazo, se me chapuzara en las tripas a tomar el pulso del pulgarejo. Yo le perdono y quiero paz, porque me perdone la que le di.
Curiosidad de españoles.
Fortuna de pícaros no muy favorable.      Digámoslo todo. Bien dicen que la fortuna del tiñoso tiene la rueda de corcho; y quieren decir que nunca la fortuna de las pobres pícaras es tan favorable que no tenga mal de bazo y se canse de correr.
     Quiero, pues, contarles una desgracia que entre mis fortunas buenas me sucedió. Mi mochillero andaba guardando la burra, y al son de la guarda, tascaba el pan que le di, mas como estaba tan seco, añusgó de sed y dejó a la burra sobre su palabra, fiando no menos de su fidelidad que de su castimonia; y tuvo bastante ocasión su confianza, porque había visto que habiendo llegado a hacerle el amor algunos de su especia y clavo, respondió a pies juntillos que no quería amores en romerías; de adonde se pudo certificar el mochacho que quien con sus amigos jugaba de pie, a los ladrones y enemigos daría de mano. En fin, el mochacho sediento, boquiabierto como un pato, se fue a un pozo que estaba junto a la ermita, donde pidió de beber a una medio samaritana, bachillera y relamida, y parece ser que la mozuela tenía poca caridad para con mochachos, y el mayor bien que le hizo fue enjaguarle los dientes con un refrán que es muy común entre las mozas de aquella tierra, que dice: «Quien no trae soga, de sed se ahoga.» El muchacho era ladino, y, aunque sediento, respondió:
 
 
Muchacho sediento pide de beber.
Respuestas del mochillero y la moza de cántaro.      -A ese andar, la primera soga que hallare será para ahorcarme. Quede con Dios, bendita, y Dios la depare quien la dé agua cuando tenga toca y potro y verdugo a mano, tan sediento de su sangre como yo de su agua.
     No se enterneció la daifa ni se aplicó más que a darle la sed de agua que él mismo se llevaba consigo, diciéndole:
Juega del vocablo de sed de agua.      -No te quiero dar agua, rapaz, porque dejándote sediento, puedas decir que te he dado una sed de agua.
     Él replicó, no mal:
     -Aun eso no os debo, que si sed de agua llevo, es la mesma que yo traía.
     Aguardó el muchacho a mejor nubada, y allá después de buenas noches, tras mucho Dios agua, le echaron una poca en un sombrero, como si fuera ración de galera.
     En este ínterin, parece ser que mi burra hubo palabras con otra algo revoltosilla. De una en otra, se desafiaron, apartáronse por no alborotar el bodegón; debiólas de encontrar algún condestablo -que es prebenda de gitanos-, y por vía de justicia mayor, les dio su casa por cárcel, y las metió donde hasta hoy no han parecido. No dudo sino que por no escandalizar la asnería, les dio garrote secreto. Busqué mi burra; pregunté por ella a su guardián.
Húrtanle la burra.
     Mas él, con una cara de risa, respondió:
     -Los gansos avoloron y la burra huse.
     Yo comencé a reírme, porque entendí que el pícaro quería regodearse, que también calzaba buen humor.
     Él, viendo que me reía, alzando y bajando su cabeza, me dijo:
     -Ríete, ríete, que ofreco al diablo la burra si parece.
       Ya que vi que la burla iba talluda, comencé a buscar la burra con más diligencia, y aun ya andaba perdida por la perdida. A lo menos, podré decir que tengo algo de reina, que es haber buscado asnos perdidos, mas como soy de inclinación humilde, de profesión pícara, de cuidado ajena, y como ni viven Saúles ni Samueles, determiné carecer de la expectativa y actión que podía tener por este camino a ser reina. Qué cosi cosi, hallé mi burra sin parecer mi burra. Explícome sin declararme, porque no me lleven ante el nuncio. Para hallar mí burra, di la traza siguiente:
Algo de reyes, buscar asnos perdidos.
Cuenta el hurto de la burra.      Yo, luego que desperté, había rogado a una mesonera o ventera gorda, que vivía frontero de la ermita, que me guardase el sillón y aderezo de la burra, porque como era de codicia, temí no me le aplicasen al fisco, y porque con achaque de ver mi burra ensillada y enfrenada, muchos se desenfrenarían a tratar de ensillar la sobre burra. En fin, pedí mi aderezo, diómelo, con que de antemano pagase tres cuartillos de posada, como si el aderezo de mi burra hubiera tomado cama y sudádole las sábanas y almohadas. ¡Vaya con Dios!, venteras son, su oficio hacen, y yo el de discreta en callar aqueste punto, pues la emprenta de estas peticiones salió de el mesón que me parió.
     Sacó mi mochillero el aderezo de la burra, poniéndose el freno en la boca, condenándose a servirme de asno por haber sido él causa de la perdición de mi burra por hilar tan flojo su cuidado. Muy poco atenta estaba yo a aquestas gracias por estarlo mucho en acotar con los ojos la burra que mejor me pareció y la que más se parecía a la mía.
     Paré una con los ojos y, para mayor certificación, le eché las manos y dije al mozuelo:
     -Mochacho, ensilla aquí, que pues esta borrica está queda, o es nuestra o lo quiere ser. Mira, ¿tú no lo ves, que parece que nos conoce? No temas, haz lo parece
     El mochacho era obediente y inclinado a estas levadas, mas era algo temeroso, como niño, por lo cual volvió los ojos atrás, y dijo:
     -¡Hola, nuestrama, no sea que por un burro que tomamos, nos hagan subir en cada sendos!¿No hay nadie que replique? Pues yo te ensillo.
     Por cierto, la burra estuvo tan sujeta y obediente que a mí me echó en obligación, y a sí uno de los mejores sillones que jamás burra vistió. Paréceme que la burra engordó un palmo en ancho y largo de verse en mi poder y tan galana, con que quedó contenta, tanto como yo pagada de la burra.
     Muchas buenas propiedades he oído de los jumentos de boca de algunos philósofos burreros. La una es que, si alguno mordido del escorpión se sienta sobre una burra, traspasa en ella el dolor que le causó la mordedura. A lo menos, el de mi pérdida, como por la mano me le quitó esta mi burra.
Burra salutífera.
La mejor propiedad de los jumentos es que no se conocen.      No es mi intento hacer cathecismo sobre las propriedades asnales, como el otro que se cansó de tratar del asno que llamó de oro y le dejó en el lodo, mas tampoco quiero dejar de decir que la propiedad que en las burras me contenta más a mí es que, como unas se parecen a otras en el color y talle, cualquier trueco, bueno o malo, pasa por ellas y ellas por él, y cualquier burla de trasposición, si se hace con ligereza, tiene efecto. Otros sabrán otras mejores propiedades de burras, que, como las maman en la leche, no se les caen de los labios; mas a mi gusto y parecer, la mejor que yo hallo en ellas es la dicha. A un caballo nunca le falta un remiendo en el pellejo, a una mula, unos pelos en la bragadura; a un rocín, una estrella; mas las burras todas parecen que salen por un molde, y cuando sea alguna la diferencia, que con lodo seco, que con trasquilarlas, se desconocen más que Urganda la desconocida, sin que haya Vargas que lo averigüe ni Ronquillo que lo sentencie, y así verán que el gitano, por la mayor parte, trata de burras, por ser hurto enaveriguable.
 
 
Gitanos, por qué tratan en borricos.
     En fin, yo le dije mío y por mío quedó; nunca fui mejor gata, ni jamás mejor mié. Quiérote confesar una ignorancia crasa que entonces tuve, y fue que como yo oí decir a vulto a algunos teólogos de bodega no sé qué casos de las cosas mostrencas y de que la necesidad gradúa a las gentes de licenciadas, me pareció que -siendo la mía extrema y siendo yo de la Santa Trinidad, pues soy su criatura y profeso su fe y alabo su nombre, y en especial, que entonces traía un hábito de la Trinidad que compré a un padre sin licencia de mí madre- me podía componer conmigo misma en razón del aplicamiento burriqueño. Verdad es que después acá me han mandado hacer restitución dello, y no lo tengo olvidado, que si muero con mi lengua y mi juicio, que, bendito sea Dios, hay tanta falta dello como sobra della, en mi testamento he de mandar al escribano que me lo diga de misas por no ir cargada de una borrica desta vida a la otra, que pesa mucho y el camino es largo.
Simplada a propósito de lo mostrenco.
 
APROVECHAMIENTO
     El malvado, como por burla, obra la maldad. Ansí se ve en Justina, que celebra sus hurtos como si fueran virtudes heroicas y excelentes hazañas.
 
Suma del número 3..
NÚMERO TERCERO
De la romera envergonzante
 
SÚMASE EN UN SONETILLO
 
     Demás de ser cosa bella,
     No hay cosa más subida
     Que vergüenza de doncella,
     Y ora dada y ora vendida.
     La que se aprovecha della,
     Con ella pasa su vida.
     Con aqueste presupuesto,
     Dio Justina en vergonzante,
     Con que ganó un joyel de oro,
     Y si como hizo un cesto,
     Hiciera más adelante,
     Pudiera hacer un tesoro.
 
Vendedera.      Una vendedora o corredera de León andaba cruzando entre todos los de la romería a fin de que la comprasen un joyel de oro que traía en la mano para vender, que estas venteras de ciudad son como pescadores, que mudan mil veces el anzuelo agua arriba, agua abajo, hasta encontrar pez que pique, y como yo era hacendosilla y codiciosa destas piezas, piqué en el anzuelo y puse en venta la pieza, que si buena era la que se vendía, mejor era la ventera, sin hacer agravio a la merchante.
       Confieso que, como maliciosa, temí no me hiciese otra gatada como la que yo dejaba hecha en León, mas mal año, que sabo yo mucha mona. Bien sabía yo que para ver si una cosa es oro o plata el mejor contraste es morderla, y para ver si es alquimia o latón, ver si mancha en raso blanco. Hice la prueba y salióme a prueba. Concertéla en ocho ducados, pero como inadvertida no hice cuenta con la bolsa, y así, cuando fui a pagarla, eché de ver que no podía sufrir tantas ancas, porque me venían a faltar dieciséis reales, y, sin embargo deso, no tenía con qué tornarme a mi pueblo ni con qué pagar aquella noche cena y cama.
Prueba de oro y alquimia.
Compra sin hacer cuenta con la bolsa.
     Aquí verán mi virtud, pues estando yo en tiempo en el cual pudiera yo hacer dinero empeñando la honra, no consentí en tal tentación, ni nunca Dios tal permita, porque tenía yo muy de coro una sentencia que vi escrita en el pedestal de una cruz de canto que está hacia Villamartín, en la Montaña, que dice: «Antes arreventar que pecar.» Y así yo eché a volar mi pensamiento para cazar una traza conveniente con que cumplir mi deseo sin pecar. Y crean que las mujeres, en orden a cumplir un antojo de galas, somos extrañas, y si nos determinamos a comprar una gala, nos ha de venir a las manos, aunque nos cueste lo que la manzana de Paris. Es herencia de Eva,. y desde que ella, por un gusto que el diablo pintó, puso a riesgo un hombre y en él el mundo todo, quedamos mal enseñadas a poner a riesgo cuanto hubiere y atropellarlo todo a trueco de salir con nuestros gustos; y mucha parte es para salir con nuestros antojos, el poder estar preñadas, o el estarlo, o el querer que lo estemos, y a este título, quedamos tan mal acostumbradas, que, aunque las demás costumbres se nos alcen y hagan treguas, pero esta nunca jamas, amén. Pues que si el antojo es de galas de oro, es carta ejecutoria para trabucar un mundo, y es la causa de semejante afecto es porque todos nuestros bienes los hallamos juntos en el oro.
 
 
Desean las mujeres galas con extremos.
 Herencias de Eva.
 
 
La mujer halla todos sus bienes en el oro.
       Míralo tú; los bienes son en tres maneras: honesto, útil y deleitable. En el oro hallamos honra y estima, que es mona del premio del bien honesto; en el oro tenemos el interés y el provecho, que es el bien útil; tenemos gusto, hermosura y gala, que es bien deleitable. Mira, pues, con tanto tropel de bienes adunados, cómo no se ha de avivar el deseo. A la vanagloria (que es un deseo de honra y estima) la pintaron con unas velas hinchadas que caminan presurosamente al gusto, con tijeras y aguja para cortar y coser nuevos trajes; a la codicia, con alas; pues juntándose todo en uno, ¿qué se puede imaginar sino que, como codiciosa, había de ser inventiva y enhilar mil trazas y dar mil Cortes, y como deseosa de gusto y fau fau, había de andar solícita, viento en popa y volando, para poner mis deseos en ejecución?
 
Pinturas de los afectos más intensos.
       ¿Para qué ando por rodeos? Yo determiné hacerme pobre envergonzante y ponerme a la puerta de la iglesia para igualar mis deseos con mi bolsa y con mi deuda. Ya parece que te ríes y das vaya a la envergonzanta. Oye, por tu vida, siquiera un descarte, para no hacerme tener tanta vergüenza ahora como entonces. Deseos de galas hicieron a Medusa idólatra; a Hortensia, incestuosa a Pentesilea, patricida; a Romelia, voladora; a Ceusis, gata; a Silvia, impúdica; que a mí me hiciesen pobre envergonzanta, ¿qué hay que espantar?
 
Excusa de haber dado en envergonzanta.
       Hecho el concierto de la pieza, dile a la vendedera ocho reales por principio de paga, y no más, porque le dije que por no trocar un poco de oro, no le pagaba por entero. Depositamos de mancomún la pieza en poder de un mercero que allí estaba; por señas, que se quiso hacer depositario de lo que no había para qué. ¡Vaya con el dianche! No hay gato que no diga mío y al cabo no le dan nada. Dejéle con su petición en los ojos y lengua y con la pieza en las manos, con apercibimiento de que dentro de seis horas que pedí de término perentorio, remataría la paga y el depósito, con que dejé segura la compra; mas para la paga, en que estaba el busilis verdadero, comencé a entablar. Mi manto, para desvergonzada, era muy vergonzoso, y para vergonzosa, muy desvengonzado; para rica, muy pobre, y para pobre, rico; fueme necesario buscar un manto que cubriese mi traza y mi persona; en fin, tal cual el oficio. Yo había visto andar por allí cruzando, cubierta con un manto viejo de anascote, tan sobrado de rugas cuan falto de tinte, a una media santera del año de uno, y cuando no trajera cara, por el manto se lo podían adevinar los años y servir de libro de bautismo.
 
Manto de Justina.
     Yo la dije:
Toda mujer huelga de que la llamen hermosa. Fictión de Justina para pedir manto prestado.      -Señora hermosa (que aunque sea una lamparera más pasada que higo duñigal, se huelga de que la llamen hermosa y se derrite aunque sea durandarta), señora hermosa, ruégole por su cara que en prendas desta burra y deste manto nuevo me haga merced de prestarme ese su manto viejo para llegarme con él aquí a un pueblo que se llama Trobajo y está cerca. Tengo en este pueblo un poco de fruta que me la goloscan los pasajeros y se me pierde de madura; habemos de ir yo y una tía mía y buscar de camino unos primos. No nos atrevemos a llevar buenos mantos, porque, si llueve, se nos destruirán, y creo será la lluvia muy cierta, porque un primo me dijo que su repertorio daba agua. Ruégole, pues, mi reina, que me le dé. Ande acá, que si llueve, ella se podrá entrar debajo de los portales, mas a mí hame de coger el agua en descampado. Mire que soy agradecida y no faltará un regalo con que servirla esta amistad. Quédese aquí este mochacho para que tenga la burra de cabestro y la entretenga mientras yo vengo. Yo sé que gustará dél, que es donoso. Ea, muchacho, quédate con la señora.
 
Quédase el mochiller con la vieja.
Dale la vieja su manto. Alusión al nombre de puerta.      No hube bien acabado mi arenga, cuando la mujer se desmantó a sí y me enmantó a mí. Era leonesa de las del buen tiempo. Llamábase Fulana de la Puerta, y como puerta cuyo quicio estaba untado con mis mantecosas dulzuras y promesas, dio entrada a mi gusto y puerta franca a mis intentos.
     Yo puse el manto una vez y ciento me pesó. Manto fue que me hubo de matar con un abominable hedor de malvas y jirapliega que a mi gusto es insufrible. Por la cuenta, era melecinera de concejo, y díjome el manto que se le corría bien el oficio en León. No me admiro, que los de León, como con el frío traen reconcentrado al calor, de ordinario enferman de estíticos.
Pone Justina el manto viejo. Siéntase a la puerta de la iglesia, y dícese el modo y traza.      Ya, en fin, me puse mi manto, que era largo y me cubría todos mis ribetes y cortapisas, y puesta ansí -que el diablo no me conociera-, me tapé como condesa viuda, y, después de dada una vuelta a la ermita para deslumbrar la vieja, me senté a la puerta de la iglesia como pobre envergonzante; puse sobre mis rodillas un pañuelo blanco para que los que me hubiesen de tirar limosna diesen en el blanco y para señuelo de que pedía y no para los mártires. Y como la gente de la romería viese a la puerta de la iglesia -cosa allí pocas veces usada- una mujer de buen talle, compadecíanse de mí y decían:
.      -¡Ah, triste de ti, que te hace la pobreza ser niña grande echada en la arca de la misericordia!
Danle mucha limosna      Mucha fue la limosna. Sin duda creo quedaron todos descuartizados, según los cuartos muchos que me echaron sobre mis rodillas. Caían de recio, y pensé que por pocas me las quebraran, pero «golpe de cobre nunca mató a hombre».
Dice de quien le dio ocho reales.      En resolución, dentro del término perentorio que pedí a la moza corredora y a la vieja corrida, saqué más de dieciséis reales en moneda de vellón, sin un patacón de a ocho que me metió en las manos un canónigo que debía de ser un santo. A lo menos, si tenía tanta mano para con Dios como para conmigo, él pudo medir el camino del cielo a palmos. Yo, de en cuando en cuando, en achaque de componer el pañuelo, sacaba mi mano nada negra y no poco larga, con la cual, pareciendo moza de respecto, provocaba a lástima a los que veían que a una tan buena moza la obligaba su pobreza a tales extremos y su castidad a tales trazas.
Llegaban galanes; ella cabecea.      Algunos galanes me echaban alguna limosna por los oídos o, por mejor decir, me la pedían. Mas yo cabeceaba como rocín enfrenado que siente mosca y la espanta a cabezadas, y dilas tan buenas, que aunque di algunos cincos de calle, una vez encontré el achón y llevé de camino una nariz jerusalena que parecía cuatro de bolos y -como es uso y costumbre- me descarté, diciendo:
Da a uno con la cabeza en las narices.
     -Perdone, que topé.
     -Estaba junto a mí cierto niño diechiocheno, de los que crió la Rollona a castañas y pan de boda, el cual, viendo mi resolución, dijo:
     -¡Ox, cómo se espolvorea la envergonzanta!
Descúbrese algo.      También, a ratos, descubría un si es no es de una mejilla en buena coyuntura y sazón, y vi palpablemente la eficacia desta actión, pues hubo mozo que entró y salió seis veces en la iglesia con su antepos, sólo por dar limonsna a la envergonzanta.
Levántanse      Ya que tuve hecha mi mochila, me levanté del ponedero. Y no fice poco en acabar de levantar de eras, porque cada cuarto que me echaban era aceite en el fuego de mi codicia y clavo que me cosía de nuevo con el asiento adonde estaba. Es verdad, cierto, que probé a levantarme más de cinco veces, y que con decir: «Tras deste cuarto, voy; ya va; agora; luego...» Mas luego me detuve un juicio. ¡Válgate el diablo, la codicia, cuál eres! Agora digo que no me espanto de los escribanos ni de otra gente de a dinero fresco por barba, aunque estén amancebados a pan y cochino con la codicia y que abrazados con ella se dejen caer en el infierno, porque es liga que cose, red que caza, sirena que engaña, Circe que transforma; es, en fin, un embeleco vivo para cuerpo y alma. Yo pienso que si no fuera el temor de que mi manto se perdiera y de que mi burra la hallara otro dueño aparecido, ahora no me hubiera apartado del ponedero. Bien dice el Pícaro, mi señor, que nadie cree cuán sabrosa es la vida del pícaro pobre, si una vez le paladean con ochavo tras ochavo.
Codicia de los pobres.
Pondera el mal de la codicia.
 
El pícaro Alfarache loado.
Hace la deshecha que va a sus necesidades.      Levantéme de mi folga, amortajé en mi pañuelo los cuartos advenedizos, llevélos tan atados en él cuan cosidos en mí mil ojos de pisaverdes. Tomé la derrota hacia unas peñas que están allí cerca de la ermita, camino de Astorga y Páramo; allí me traspuse y detuve un rato, el que bastó para que los galanes perdiesen la esperanza de verme y el hipo de buscarme. Sentéme. Conté mi hacienda y puse aparte el dinero que me restaba de la paga del joyel. Quitéme el manto y, para deslumbrar la gente, me puse un galán rebociño o mantellina que yo llevaba en mi manga, en la cual metí mi manto viejo -que no fue poco caber, según tenía el bolumbo.
Huele menos mal el manto.      Ya no me olía tan mal el manto, parte por el bien que me hizo, parte porque la costumbre se vuelve en naturaleza, y el haber cursado el olor hacía no extrañarme tanto.
Disimulo de Justina.      Tornéme hacia la ermita con mucho desenfado, como si viniera de suplir algunas necesidades de las que no pueden tener sostituto ni coadjutor. Metíme entre la gente. Aquí se acabó el ser envergonzanta y comenzó el tornar a andar con mi cara descubierta y tan sin vergüenza como antes.
       ¿Qué te parece de la invención? Dirás que bien. Pues a mí mejor. Dirás quizá que aunque fue la traza aprovechada, pero no honrosa. ¡Ay, hermanito, cuántos hidalgos honrados hay que en achaque que piden para pobres envergonzantes piden sin vergüenza para sí! Pues, ¿qué mucho que yo trocase mi vergüenza en menudos, si tanto dicen que vale la vergüenza de una mujer? Yo, a la verdad, no he tenido aquélla por limosna, sino por justo estipendio de mi trabajo. ¿Parécete, hermano, que fue poco estar una moza de buen gesto y mejor pico más de hora y media con funda en el rostro y lengua, en tiempo que andaban de sobra veedores y conceptistas? Pues si esta paciencia es tan difícil, no te lo sea el entender que merecí lo que se me dio con mucha honra mía.
Hidalgos pobres.
Dice Justina que bien merece lo dado, y pruébalo.
       Ya te estará silbando la lengua, como a rezadora escrupulosa, porque te diga cómo me hube y cómo despaché la vieja que me dio el manto, con que mi vergüenza se desvergonzó a ser envergonzante de asiento. ¡Jesús! ¿Quién tal pregunta? Reniego de fautores de viejas. Dejémosla, que otros mejores chistes te diré; mas, pues porfías con la tácita, habréte de despenar contándote lo que a la vieja le acaeció con la burra, con el mochillero y con mi manto y sin el suyo. Vaya de cuento malecinero. Mientras yo andaba en estas estaciones, la vieja melecinera, cubierta con mi manto de soplillo y abalorio, se dio al diablo tantas veces, que si no la llevó fue porque le pareció que ni era de provecho para sí ni para ningún enemigo del alma; tales son las viejas. A la verdad, su queja era no muy mal fundada; lo uno, porque yo la tuve cosida a la burra largas dos horas (que no tuvo ánimo la triste vieja para levantarse de encima de un canto pelado más que su calva, porque no dijese yo que huía con mi prenda); lo otro, porque por causa del manto mío que se cubrió, la hicieron tantos sinsabores que fuera el menos mal el mantearla como a perro. Fue el caso que como los pisaverdes husmeadorcillos de ojeo que por allí andaban vían una mujer sola con buen manto de soplillo y abalorio, no mirando que debajo de buena capa hay mal bebedor, pensaban que había caza. Hacíanla de señas, mas ella no entendía el reclamo. Llegábansele, hacían cabriolas como perros coliholgados, más la triste, de corrida y confusa, se cubría el manto y trascubría de sudor. Ellos pensaban que era doncellita de a quince, vergonzosita y moderna, y que, por el tanto, no tenía muestra. Con esto de cubrirse, echaba agua al fuego y gana a quien no había menester apetite. Juntábansele más y porfiaban a que se les descubriese, alegando mil razones, afinadas al uso, mas no a propósito. Ya vio la vieja que le era mejor partido el descubrirse. Desmantóse de súpito y, medio deletreando por falta de dientes, dijo:
Finge que no quiere contar cuento de viejas.
No llevó el diablo a la vieja.
La vieja con razón quejosa, y por qué.
Pisaverdes pasean la vieja cubierta pensando que era dama.
 
 
 
Descúbrese la vieja; habla y huyen.
     -¿Qué me queréis, malogrados? ¡Dejadme en paz!
     Los mozalbetes, viendo su gesto y habla, huyeron della como si fuera fantasma.
     Estas y otras rociadas de pesadumbres causaron muchas a la triste vieja, no acostumbrada a tanto trabajo. Esta era su queja.
Por qué causa podían tener queja de Justina los galanes.      Y para decir la verdad, mayor la podían tener de mí aquellos galanes, pues por una parte les chupé la moneda o, por mejor decir, la troqué a vergüenza, y por otra les puse ojos de médico con una tan mala visión forrada en soplillo y abalorio. Hasta la burra estaba de mí tan quejosa que por pocas se arrepintiera de ser mía, y si no la detiene, se acoje por pies. Miren cuál estaría el ánima de mi vieja mientra yo estaba echando el altabaque.
La burra quejosa.
Compra melones.      Estando, pues, ya su paciencia para escurrirse, me fui acercando a ella. Compré de camino tres meloncitos por medio real; con los dos le pagué el alquiler del manto, con que le di tapaboca de melón para no quejarse ni de mi venida ni de su estancia. Era tina cuitada la triste melecinera. Quizá se contentó porque de melón a melecina va muy poco. Con el otro contenté al mochillero, que estaba tan descontento, que en venganza había parlado a la vieja lo del aplicamiento de la burra y gran parte de mi vida y milagros. Y así, la buena vieja, que debía de ser escrupulosa, como lo suelen ser muchas, me dijo:
El mochacho parla lo de la burra.
La vieja predica restitución.      -Señora, yo la perdono lo que me ha hecho esperar, porque Dios nos espere a todos, mas mire, hija, que torne la burra a su dueño, porque con lo ajeno nunca Dios hizo bien a nadie.
     Yo quísele decir por gracia:
     -Madre vieja, eso no es ansí, que si Dios no hiciera bien a nadie con lo ajeno, no me hubiera ido a mí tan bien con vuestro manto.
Las viejas no sufren gracias.      Mas porque no hay gracias con viejas, a quien en un mismo tiempo se les seca la madre y el gusto, quíselo llevar por otro rumbo. Derribé mi cabeza a lo santucho, para darle a entender que todas éramos escrupulosas, aunque no melecineras. Puesta ansí en figura, abemolé mi voz, clavé mis ojos en el suelo, y muy aserenada me volví al mochilero y dije:
     -Sea por amor de Dios, niño, pues de una gracia que te dije a ti has sacado una infamia para mí. Más padeció Christo por viejos, y por mozos, y por niños, aunque no por bestias. Señora, con su licencia, me quiero enojar. ¡Hideputa, bobo! ¿Y tan presto creíste (lo que te dije por burla), que esta burra no era la nuestra? ¡Anda, bobo, que lo hice por probar tu memoria de gallo! ¿No ves, necio, que mientras fuiste al pozo y te tardaste, siempre yo tuve cuenta con la burra y vi adónde fue y con quién se juntó, y por eso estuvo ella queda cuando la echamos el albardoncillo, que a no ser la nuestra huyera como un pecado?
Hipocresía de Justina.
 
Persuade Justina que no tomó el burro, sino que fue por burla.
     Volvíme a la vieja y díjela:
     -Señora, si esta burra fuera hurtada, no la había yo de dejar aquí públicamente a que la conocieran y vieran el hurto.
Creénlo vieja y mochacho.      Con esto embazó la vieja y me creyó a macha martino.
     El mochacho, como si despertara de un sueño, levantando las manos, dio una palmadica sorda, diciendo:
     -¡Ay, Dios es mi padre, que dice verdad mi señora!
     Sabe Dios que temí no hablara la burra como la de Balaán y descubriera mi enredo. Mas consoléme con que si la burra hablara, enfrenada así como estaba, no se le entendiera palabra.
     Entonces, viendo la buena vieja mi notoria inocencia y un falso testimonio tan convencido y patente, contrita de haber sospechado lo que sospechó de una tan honrada moza, se hincó de rodillas y, con las manos puestas, me dijo:
Pide perdón la vieja y el mochacho.      -¡Ay, señora! Perdóneme su merced, que bien había yo de echar de ver que no tenía ella cara de andar en tales tratos, sino que este mal mochacho, de enojo que tuvo por ver que tardaba tanto, lo dijo. Yo no se lo decía por mal a su merced, sino que este muchacho (mal logrado él se vea) debe de ser algún pecado. Perdóneme, señora.
     Sonreíme de haber de perdonar a una inocente, y con un ademán de paciente la abracé, y si no concluyo presto y me aparto, ella me echa una espadañada de lágrimas con que un molino pudiera moler pan de dolor. Yo la perdoné la injuria porque Dios me deparase otra perdonadora tan buena y tan creedora. El mochacho también, medio llorando, medio riendo, me pidió perdón y besó la cinta, y púsola en la cabeza como mona, que no sabía hacer cosa sin sal.
Llora la vieja.
     Hermano letor, ruégote que si no te duele la muela del seso, escuches un poco de sermón cananeo. ¿No echas de ver cuánto puede la virtud? Cree que es omnipotente, a manera de decir. Dime: si sólo el parecer virtuosa una ladrona como yo, hizo semejante efecto en un corazón humano, ¿qué será el serlo? Mucho puede contra el calor la sombra de un frondoso, acopado y fresco limón, naranjo, plátano o laurel, pero más puede la sombra de la virtud, pues ella sola vence enojos, allana cóleras y ataja pesadumbres. Muchos grandes philósophos de los antiguos dicen que el divino Platón nació de una sombra, y quisieron decir que la sombra de la virtud hace hombres divinos y efectos soberanos. No predico ni tal uso, como sabes, sólo repaso mi vida y digo que tengo esperanza de ser buena algún día y aun alguna noche, ca, pues me acerco a la sombra del árbol de la virtud, algún día comeré fruta, y si Dios me da salud, verás lo que pasa en el último tomo, en que diré mi conversión. Basta de seso, pues. Quédese aquí. Voy a mí cuento.
Lo que puede la virtud.
Virtud omnipotente.
 
Por qué fingen que el divino Platón nació de una sombra.
Vieja se desayuna con melón.      La vieja se partió, y no con poca prisa, a desayunarse con el melón que la di y un poco de pan que ella traía, más duro que ánima de rico avariento, que había sacado de mohatra de poder de mi mochillero, y a fe que le escalfé el valor del pan cuando hice con él las primeras cuentas; ca con mozos de servicio todo se ha de llevar por punto crudo, pues ellos no perdonan una jota.
Cuentas con mozos de servicio.
     Aquí acaba la historia de la vieja. Ruégote, letor de mis ojos, que esta vez y no más me hagas escurrir cuentos de vieja.
Torna por el joyel y págale.      Hecha esta diligencia, fui al mercero, pagué el joyel a la vendedera, dando todo el menudo y moneda de vellón que saqué en el ponedero, púseme la pieza al cuello y díjela, si bien me acuerdo:
Habla con su joyel.      -Ah, pieza rica, cara me habéis costado, mas yo fío que me lo pagaréis. Honrad mi cuello, y mirad que me lo debéis, que, pues me habéis hecho ser pobre envergonzante, podré decir con más propiedad que nadie que me habéis costado mí vergüenza.
 
APROVECHAMIENTO
 
     Algunas mujeres se enriquecen a título de pobres envergonzantes, mas no por eso los siervos de Dios han de olvidar de dar la limosna que dan por sólo amor de su buen Dios y Señor.
 
Suma del número 4.
NÚMERO CUARTO
Del pleito de la romera con Justina
 
MEDIA RIMA
 
          Dijo a Justina un galán:
          «Vamos al Humilladero,
          Do aquestas romeras van.»
          Ella dijo: «¡Majadero,
          Vaya él!, que yo no quiero
          Ir do bordionas están,
 
     Que ir virgen con hombre a humilladero,
     Es irse tras el manso al matadero.»
 
          Las romeras que esto oyeron,
Riñe Justina con unas romeras; llámalas bordionas; danse de las astas y hácense amigas.           De tal suerte se enojaron,
          Que sus bordones alzaron
          Y por pocas no la hirieron,
          Mas de palabra chocaron,
          Aunque al cabo amigas fueron.
 
     Que la guerra y la paz de las mujeres
     Anda presa con puntas de alfileres.
 
     En la romería de quien voy contando de la ermita de Nuestra Señora del Camino hay uso que todos los que allá van vayan juntamente a otra que llaman el Humilladero.
Justina piensa que ir al humilladero es pulla.      Andándome entreteniendo, llegaron unos galanes que me dijeron:
     -Señora Justina, véngase con nosotros, llevarla hemos al Humilladero, que también van allá estas damas.
Define la cólera de las mujeres. Jiroblífico.      Yo (como no sabía el uso de la tierra y oí que me querían llevar al humilladero) pensé que era pulla y respondíles con extremada cólera, ca la de las mujeres es siempre de Extremadura. Jamás nuestro enojo es niño, siempre nace vestido y calzado; ca por eso y por decir que nuestros enojos nacen siempre de ocasiones ligeras, pintó el otro nuestra cólera dibujando una fuerte amazona que nacía de un colchón de lana; y otro lo volvió al revés y pintó un hombre de borra, nacido de una mujer enojada, dando a entender que nuestro enojo nace de pelos y para en borra. En fin, yo me enojé hasta tentejuela y en un tono irregular le respondí:
     -No soy yo de las que ellos ni otros como ellos han de llevar al humilladero. Allá a otras bordionas de su marca podrán ellos humillar y llevar al matadero o humilladero, que yo soy muy soberbia para semejantes humildades.
     Por pocas se alborotara el bodegón, porque como dije de bordionas y estaban allí tres romeras de no mal fregado con sus bordoncillos en las manos, a las cuales escudereaban los galanes que he dicho, sobre que menté bordionas, por poco me bordonearan los hocicos con sus bordoncicos, y por pocas me humillaran porque lo que les dije del humilladero.
Mujeres no hacen caso de palabras.      De las palabras que me dijeron no hago caso, porque entre mujeres esto de palabras, por donde se van se vienen. Los hombres, como son sólidos y macizos, en echando una palabra de la boca de uno a otro, se les torna a ella la injuria, que como encuentra en duro, torna de rebote; mas las mujeres diz que andamos muy barrenadas, y así, las palabras que nos decimos no han llegado de una para otra cuando colan tierra. Y aun dicen que, conforme al libro del duelo del género femenino, palabras de mujer a mujer no cargan. Debe de ser que pesan menos y son hechas de aire colado. Y aun dicen que dichos de mujer a hombres se desquitan con dar una carrera por su calle o darlas paz de Francia. Lo que yo sé de uso es que entre nosotras aquella queda cargada a quien le quedare o por corta o mal echada.
Duelo de mujeres.
Reñir de medrosas.      En este sentido, yo quedé cargada, porque como vi que eran tres a una, siempre que les decía injurias era con veinte conquies y cincuenta peros. Duró buen espacio la rociada de palabras sin reconocerse victoria de una ni otra parte, y en el ínterin, los mancebilletes, considerando que todo aquel ruido había nacido de mi inocencia y de la falta de haber cursado vocabularios de romería, no cesaban de reír al ver que tenía yo por pulla el decir que me querían llevar al Humilladero. Mas de mi inocencia no hay mucho que espantar, porque yo había oído decir a buenos predicadores de mi pueblo que cuando se cuenta a lo divino algún mal recado de alguna virgen loca, se significa diciendo que la humillaron, lo cual se funda en que no hay cosa que más entone a una mujer que el tener su caudal entero, ni que más la humille que lo otro. Digo si se sabe, que si es oculto, siguen su trote.
La doncella deshonesta se llama humillada y por qué.
Sermones en romance.      En fin, yo me tripulé en el nombre de humilladero, y fue la causa del tripularme y del engaño esta negra habla española, que después que hay sermones impresos en romance, da de sí más que unto de anguila. Declaróme la timulgía del nombre o como se llama, y tan amigos como antes. Ya que se apaciguó el pleito y se fue el diablo para ruin y nos concertamos como buenas christianas, fuímonos de camarada todas con tanta hermandad como si todas cuatro fuéramos mellizas. Este sí que es uso y no el de los hombres, que por dos palabras que se digan cara a cara, se descaran para no verse la cara uno a otro en mil años. Por gran loco fue tenido el que dijo que quería hacer un soterrano en que guardar el aire del invierno para el verano, como la nieve, pero por más locos tengo a los hombres que guardan las palabras de diez en diez años, que pues las palabras son aire, quien las guarda, guarda aire. Por cierto que es empertenencia. De miel a yel sólo va de diferencia una letra; de jo a yo ninguna, sólo ser letra de griegos o nuestra. Lindo caso, que por echar una y por otra, cata el pleito en casa.
Loa el uso de la facilidad de desenojarse.
Locos que guardan aire e injurias.
Mujeres comparadas a arcos de cubas y carretas.      Igual lo paramos las mujeres, las cuales somos como arcos de cubas, que cuanto más rechina es señal que están más cerca de juntarse los extremos del aire, y ansí, mientras más rechinamos riñendo, más amistad nos hacemos, y aunque más nos carguen de injurias, no por eso hacemos más ruido, antes somos como carretas, que mientras más las cargan, menos ruido hacen. Las riñas de las mujeres son sobre si dejiste cipe o zape, y sobre si parece bien el hurraco, o sobre si arrastra la falda. Nunca reparamos en cosa sustancial, nunca reñimos injurias graves, que esas antes sirven de hacernos callar. Pardiez, mientras me dijeron de floreo, bravamente les reenvidé, mas en diciéndome dos o tres verdades que contenían la casa y nombres pascuales, callé como en misa. No nacieron las injurias graves sino para capitanazos.
Niñeras, riñas de las mujeres.
     Yo, en fin, vine a buenas y ellas a rebuenas, y de mancomún me llevaron en medio, como armas de frontispicio engazadas en sirenas.
     E ya que me vieron de paz, me contaron ellos y ellas el fundamento de la devoción y denominación del Humilladero, diciendo:
Decláranle el nombre del Humilladero.      -Mire, señora Justina, lo que llamamos el Humilladero es una ermita pequeña en que la Virgen se apareció a un humilde pastor, y él, humillado, la adoró y hizo humilde oración, y por eso y porque los que allí van se humillan a la santa imagen, se llama el Humilladero.
Justina soberbia.      A mí muy bien me pareció, y reconocí con humildad interior aquel santuario, pero soy tan poco humilde, que por excusar el yerro de mi enojo y la ignorancia del vocablo, di una gran risada, y para restañarla, como sangre de vena rota, me di una gran palmada, y dije:
     -¡Hablara yo para mañana! ¿De manera que porque allí se humillan las gentes se llama humilladero? Yo digo que a esa cuenta se puede llamar volteadero, que yo he visto desde lejos que los que allí van dan más vueltas a la ermita que reverencias a la imagen.
     Con estas y otras chanzonetas fuimos entreteniendo el tiempo para no sentir el calor, que nos hacía llevar humildes las cabezas como a ovejas en sesteadero. Ya que llegamos al Humilladero, hecimos nuestra oración enana, como suele ser la oración de los perdidos, y dimos nuestras vueltas alrededor como sí fuera casa de San Antón, aunque desto no hay de qué hacer escrúpulo, porque en aquella tierra hay tantos volteantes de obligación, que para ellos cada día es de San Antón para bien hacer y bien voltear.
Oración de perdidos.
Vueltas de San Antón.
       Ya no quedaba nada que hacer ni estación por andar; sólo me restaba oír misa. En esto fui desgraciada, que no bastó mi descuido de acudir tarde, sino que cuando la quise oír, se me pusieron mil gentes delante que me estorbaron el oír misa. Como supe, me encomendé a la Santa Virgen, aunque si va a hablar de veras, fui tan sin acuerdo, que me fui a mi casa sin verla, y para desquitar algo de mis descuidos, hice cien reverencias, treinta y dos a cada altar de los colaterales y treinta y seis al altar mayor. ¡Mira mi muchachería! ¡Todo en loco! No faltó quien se rió de mí y me contó las veces, mas esto es lo de menos, ca si yo fuera quien debía, pudiéralo sufrir, pues de Ana y de otras santas mujeres se rieron de verlas devotas, y alcanzaron lo que pedían; lo malo era que yo era tan bobilla, que si me preguntaran qué pedía a Dios con tantas reverencias, no supiera responder, porque todo aquello iba en loco, y el mayor cuidado que yo tenía en cuantas reverencias hacía, era ver si salían buenas y conforme a un molde de reverencias que a mí me había dado una dama mesonera, gran mujer de reverencias.
Devociones en loco de las niñas ignorantes.
     Concluido mi centenario de reverencias, besé la cruz de mi rosario, como es uso y costumbre, y tomé agua bendita y hice como fiel christiana, aunque en todo conozco mis faltas, si va a hablar de veras.
       El molino de mis tripas iba bastante picado, y como mis ocupaciones habían sido tantas que me estorbaron al prevenir comida, lo más a propósito que se me ofreció fue injerirme a buenas gentes y comer a bulto. Así lo hice. Peguéme a ciertas camaradas de Mansilla, con quien comí de maquilas, y no mal. Súpome ricamente, porque esto que se come de mogollón siempre sabe a pechuga. Después que hice y rehice la chaza, despedíme muy en breve para tornarme a León y ver curiosamente las cosas de ciudad -que fue el desinio que me sacó de Mansilla-, y tornarme luego a mi pueblo. Despedíme pagando el escote con una reverencia de medio tornillo.
Come de mogollón Justina.
 
Paga con una reverencia.
     Cierto fisgón que a su parecer había entablado conversación conmigo para toda la tarde, como echó de ver la treta y reparó en que yo me había hecho gorra y comido de mogollón, estándose escarbando los dientes con un palo de tomillo, me dijo muy a lo fanfárrico:
Fisga de Justina un galán, y ella responde.      -¡Vaya con Dios la gorra!
     Como si más claramente dijera que me había yo hecho gorra para comer y que con brevedad levantaba de eras a tiempo de pagar el recibo.
     Yo, que le leí el corazón, le respondí:
     -Agradézcame, sor galán, que tan presto me he comedido a quitar la gorra de despedida, que suelo yo no alzar el cerco en tres días cuando sitio un puesto.
       Yo quisiera mucho tornarme sola a León por poder contar a mi salvo el dinero que me había quedado después de tantas aventuras, pero no pude, que una mujer moza es como un fraile, que nunca le falta compañero. Pegóseme un bachillerejo que, de puro agudo, era bobo, y un bobo que, de puro bobo, era agudo. El bachillerejo no se fue alabando de la aventura del encuentro, de lo cual daré más larga cuenta en el número siguiente. El bobo era un barbero de mi pueblo, tan discreto como oficial y tan bobo como tocho. De este no me pesó, lo uno, porque hizo la barba a mi burra, socorriéndola con cebada, quitándola de su boca. Ellos se entendían, que eran para en uno. La otra causa porque no me pesó del encuentro fue porque los bobos son de muchos provechos para un discreto. Un bobo picado y enojado sirve de truhán; mandado, sirve de burro; despachado, sirve de posta; y a mí me sirvió éste de todo esto y de sombra de hombre, por ser, como era, hombre de sombra. A lo menos, no era loco como lo son otros barberos, según dicen malas gentes; algo arrocinado, eso sí era. Como me conocía el humor, por parecer que quería simbolizar con él, se esforzó a decir algunas gracias, esforzadas como caldo de enfermo. La mayor gracia que halló a mano para entretenerme fue decirme:
Péganse a Justina un bobo y un bachiller.
 
Bobo, de provecho para un discreto, y en qué y cómo.
 
Gracia del bobo y donaires de Justina.
     -Señora Justina, ¿sabe qué voy mirando?
     Respondíle:
     -¿Qué, señor Araujo?
     -¿Qué? replicó. Que esa su burra me mira mucho, y no sé si lo hace porque la dé el parabién de que va galana.
Justina echa pullas al barbero bobo y él no las entiende.      Yo le dije entonces:
     -Podría ser, señor Araujo, que con el favor que v. m. hace a mi burra se entone, y creo que hay algo entre los dos, sino que v. m. no lo dice todo.
     Él se comenzó a, echar maldiciones, afirmando que no me tenía cosa secreta.
     Yo le hablé a la mano y dije:
     -Tenga, que sin duda le diré en qué prende mirarle tanto mi burra. Sepa, señor maeso, que la sangre sin fuego yerve.
     Si otro fuera, ya ven si se diera por agraviado del impositicio parentesco; mas él entendiólo como el Arte de Nebrija. ¿No es lindo que entendió que le había yo dicho que la sangre sin fuego hervía, por querer decir que la burra era nueva y su sangre fervorosa? Yo no diera en que él había entendido mi dicho en esta significación, sino que por el hilo de su respuesta saqué el ovillo de su concepto.
     La respuesta fue decirme:
     -Por cierto, señora Justina, si el hervor de la sangre hiciere mal a su burra, a falta de otro más honrado, yo seré albéitar, por servir a su merced.
     A este dicho, ¿qué querías que respondiese, siendo el cabe tan de paleta y la respuesta tan a la mano?
     Díjele:
     -Por cierto, señor Araujo, muy enterada estoy yo que adonde v. m. estuviere no puede haber falta de albéitar.
 
APROVECHAMIENTO
     Las mujeres libres, aun los nombres de los santos lugares ignoran; tal es descuido que tienen de las cosas santas.
 
Suma del número quinto. NÚMERO QUINTO
Del engaño meloso
 
UNÍSONAS
 
A un bachillerejo, por echarle de sí, le hizo una burla tan necia como graciosa.         Un bachiller, graduado
     De importuno y porfiado,
     Se pegó a Justina al lado,
     Mas él quedó escarmentado
     Del habérsele pegado
     En tan mala coyuntura
     Para su ventura.
 
     Envióle por cierta miel,
     Pero volviósele en yel;
     Y aun anduvo tan cruel,
     Que le llevó a Peñafiel
     El chapeo y zaragüel,
     De que quedó avergonzado
     El Antón Pintado.
 
Dos maneras de gentes que no saben lo que tienen, y dos cosas cuyos provechos son innumerables.      Dos maneras hay de gentes que no saben lo que tienen: unas que, por ser tan ricas, no lo pueden contar; otras que, por ser tan pobres, no tienen qué contar. Asimismo, hay dos maneras de cosas que no se sabe bien los provechos que tienen: unas, porque tienen innumerables, como si dijésemos el unto del hombre, la camisa de la culebra, flor de romero, bálsamos y, sobre todo, el dinero, y sobre todo, el amarillo; otras, porque no tienen ninguno, como si dijésemos el unto de mona, cabeza de rana, ombligo de oso, ojos de lobo y, sobre todo, la pobreza y la sarna. Asimismo, entre los hombres unos hay de notable provecho, como si dijésemos los buñoleros, figones, hojaldristas y, sobre todo, la familia picaral; otros, por extremo desaprovechados y sin jugo, como si dijésemos los médicos y boticarios y, sobre todo, los escribanos sin número.
Entre los hombres, unos sin provecho, otros de mucho.
Bachillerejo pegado.      Pero si algún hombre sin provecho vi en el mundo, fue un bachillerejo algo mi pariente que aunque me pesó, se me pegó al tornarme de la romería a León. Este, en virtud de ciertos cursos interpolados que había tenido en el Colegio de los Dominicos de Trianos, llevaba un pujo de decir necedades como si hubiera tomado alguna purga confeccionada de hojas de Calepino de ocho lenguas y dieciséis onzas de disparates de Pero Grullo y trecientas cosas más. Iba tan disparatado en el decir, que si no fuera por mi respecto, cuantos pasaban le hinchieran la cara de dedos, porque en achaque de decir gracias, les decía lástimas, y si replicaban, les decía necedades desaforadas y daba la pernada que desmostolaba la gente.
Bachiller necio.
     Un padre de San Francisco le respondió a él como merecía. Iba el fraile en un pollino y el bachillerejo en otro; no le faltaba sino no ir tan fuera de sí. Así que mi bachiller, en viéndole, dijo así:
     -Padre, en tiempo de nuestro padre San Francisco, no andaban los frailes a caballo.
     El fraile le respondió:
Respuesta de un discreto padre francisco.      -Hermano, es porque entonces no había tantos asnos como ahora.
     Yo me espanto cómo a cordonazos no le echó a orear el seso, que me pareció mozo de digo y hago.
     Yo mil veces, hecha una diosa Angerona, puse el dedo en la boca pidiéndole que callase, mas él, hecho un Vulcano, arrojaba rayos de lástimas envueltos en truenos de pullas, con que abrasaba la gente.
Donaires de necios, decir secretos; y el principio de su engaño.      Esto de decir gracias, si no cae en manos de discretos, es retozar a coces. A un necio parécele que la mejor gracia del mundo es decir secretos propios y menguas ajenas, y es general engaño de bobos, que como ven que la gente se ríe de lo que dicen, y imaginan que hacen aplauso a sus gracias, y no ven los cuitados que son risas que canonizan su necedad y tonterías. Demás de que no es mucho que se rían los que oyen faltas ajenas, porque eso procede de que no hay quien no guste de sacar a luz faltas ajenas con la mano de un tonto. El discreto hace las gracias del aire, y de que el otro escupió recio o paso saca facetas gracias, dichos donosos y entretenimientos suaves. Ca por eso a el dios Mercurio -que era el dios de las gracias y buenos dichos- le pintaban con un perrillo de falda, el cual, sin morder ni hacer perjuicio, retoza con el aire y con su sombra. Y he oído referir de Séneca que llamaba perversores de naturaleza, corruptelas del tiempo y enemigos de la vida humana a los que por vía de gracia decían verdades que amargaban. Y, como dicen las fábulas, aun el pito, pronosticador de buenas nieves y malas nuevas, formó quejas ante Júpiter, porque la corneja un día, burlando, le llamó carro de malas nuevas, y dijo que las veras no se han de decir por burlas. Helo dicho a propósito del gran enfado que me dio este mi primo endecir de burlas cuantas veras él alcanzaba. Decir que llevaba pies ni cabeza en cuanto decía es pensar que el cielo de Burgos se cae a pedazos.
Donaires de discretos.

Mercurio, dios de los buenos dichos, y su jeroblífico. Séneca.

     Por esta causa, me resolví en buscar un medio y traza con que echarle de mí, porque viéndose ausente no ternía correncia de decir gracias en mi servicio. Así que, para aventarle que fuese otro poco en cas del diablo y juntamente aprendiese a cómo se han de hacer burlas a otros y de las suyas escarmentase, entablé lo siguiente.
Envía al bachiller por unos favos de miel que se olvidaron en la posada.
     Díjele:
     -Primo, mire que me importa mucho que se adelante y vaya con mucha prisa al mesón donde yo posé ayer y anteayer, porque ahora se me acuerda que por olvido se me quedó debajo de mi cama un cesto con unos favos de miel que yo traje para presentar a un procurador que en tiempos pasados hacía los pleitos de mi madre y ahora ha de hacer los de mi partija. Entre en él mesón como que va a otra cosa, y sáquelo sin que lo sienta la huéspeda; y si le apretare en que le pague lo que yo quedé a deber de posada, abóneme, que bien me lo debe. ¡Ande, aguije! ¿No vuela? Ya ve lo que importa, no se quede aquella hocicuda con la miel, que es un muy buen regalo y vale dinero. ¡Hola, mire que es miel virgen!, guárdela el decoro, no la lleve su entereza. Vaya, que importa a mi servicio.
     Pensó el bobo que le había hecho los hijos caballeros en mandarle cosas de mi servicio, y aun no entendió el majadero cuán de mi servicio era.
Va como necio el bachiller.      Fue hecho un rayo al mesón. Llegó jadeando, desasosegado, y inquieto y orgulloso, como si, a título de la encomienda y comisión de los favos, llevara un rey en el cuerpo y fuera juez pesquisidor de la mesonera y del mesón.
Entra alborotado en el mesón.      Entró, pues, muy alborotado, y dijo:
     -¡Ea, huéspeda, déme cuenta de aquellos favos de miel que mi prima dejó!
     La huéspeda, como le vio tan alborotado, pensó que alguna gran presea se me había olvidado y díjole:
     -Aquí no sabemos nada deso. Lo que sabemos desa buena pieza de vuestra prima es que se fue anoche sin más ni más y sin hacer cuenta ni pagarme un chocho. Si ella dejó algo en la posada, yo no estoy obligada a dar cuenta dello, pues no me entregó cosa; pero si ello ha quedado algo en mi casa o alguna prenda suya, no me saldrá della hasta que me pague el último maravedí. ¿Pensaba la muy pelleja hacer burla de las mujeres de bien que ganan de comer con el sudor de sus carnes? ¡Pague, noramala!, que según trae los pasos, muy barato le cuesta el dinero, y esta noche debe de haber ganado ella eso y mucho más.
 
 
 
Enójase la mesonera con Justina.
     ¡Han visto el tontillo! No supo responder, sino subióse de rondón por la escalera y, de en aposento en aposento, andaba husmeando dónde hallaría el cesto de los favos, que era su comisión mal entendida y peor efectuada.
Cursos de Justina y su efecto.      Y supongan, para la inteligencia de la burla, que yo, a causa de cierta prisa ocasionada de unos pepinos y ensalada que comí, me había aprovechado de un cestillo de la huéspeda que hallé a mano, y le hice servicio y me hizo servicio. Por eso dijo el otre que el bacín era la cosa más agradecida del mundo, porque le hacen servicio y hace servicio. En fin, el cesto sostituyó otro vaso más sólido, hícele servicio y hízome servicio. Ya parece que me llamas puerca; no te espantes, que son cosas que pasan por las gentes. Andando, pues, el señor mi primo hecho hurón buscando el canastillo, viendo la huéspeda que el mocito no descubría caza ni prenda mía en que poder ella trabar ejecución para hacerse pagada de lo que yo la quedé a deber, asióle la capa y no la soltó hasta que le hizo escupir tres reales de moneda forera que se me cargaron de cama, paja, cebada, candil y posada.
La cosa más agradecida del mundo, el vaso de aguas bastas.
Maldición de la mesonera.      Hecho esto, le dijo:
     -¡Ahora busque su miel, melada mala venga por él!
     Debía de ser justa aquella mesonera, pues le comprendió aquella maldición que le echó diciendo: ¡Melada mala venga por él! Aunque bien creo yo que no estuvo la lacre en ser ella justa, sino en serlo la causa y en ser yo Justina, y mis trazas más que por justicia.
     Ya que tuvo licencia cumplida para buscar lo que quería, entró a somormujo debajo de la cama en que yo había dormido, donde encontró con el cestillo que yole dije. Sacóle y dio una gran risada, diciendo:
     -¡Sea Dios bendito, que ya he encontrado miel y cesto!
     La mesonera, como reconoció ser suyo el cestillo, que era nuevo y bien labrado, le dijo (un disparate que suele pasar por gracia):
     -No muy bendito, galán, que es mío el cesto.
       Y diciendo y haciendo, arremete al estudiante a quitarle de la mano el cesto, que estaba cubierto con alguna cantidad de lana que pedí prestada a una almohada. El pobre, por defender el cesto y los favos putativos, no sé cómo se fue, que, queriéndole encorporar consigo, se le trastornó el cesto con todo el matalotaje, y se puso de lodo, vestido, manos y hocicos. El olor no era el mejor del mundo, el disgusto no poco, y todo lo pasara el estudiante si la rabia de la mesonera no fuera tan inexorable y furiosa. Mas quiso su desgracia que, como la mesonera vio su cesto perdido, arremetió a él por detrás y quitóle el sombrero con la presteza que el águila quitó el de Idumeneo, hijo de Macrino; sólo fue la diferencia que aquel quitar de sombrero fue pronóstico de investidura real, pero este de desnudez picaral. Y no sólo le quitó el sombrero, pero un zaragüel de paño que para ir más ligero había quitado y ido con un sevillano de lienzo.
Derrámase el licor por los vestidos del bachiller.
Águila quitó el sombrero a Macrino.
     El estudiante quisiera arremeter a la mesonera y darse un refregón con sus sayas para medio partir la ganancia, mas ella, por no encerarse, asió de un látigo y a palos le fue guiando hacia la calle, haciéndole hacer algunas síncopas y sinalefas en la escalera, atrancando los pasos de tres en tres. Desta suerte le echó a orear en la calle, quedándose ella ladrando -que morder era caso peligroso-, y diciendo:
     -¡No tengo yo cestos para pícaros! ¡Anda, bordión!
     Esto decía dentro de su casa, teniendo a lo público al pobre secretario del Papa, etc.
     El triste mozuelo, de corrido, no hablaba, de temeroso, se escondía. Al fin, tuvo por bueno darse a partido y hablar a la mi señora con aquella humildad y sumisión que si ella fuera la mandomesa y él un pobre cautivo.
     -¡Señora huéspeda, máteme v. m., que voto a Dios, siquiera por sacar el alma de entre tanta suciedad, me holgara que me matara! ¡Señora huéspeda, déjeme llegar y no me haga estar aquí afrentado entre tantos mochados que tienen mi cuerpo cercado! ¿Han visto cómo se han juntado como moscas a la miel? ¡Señora huéspeda, compadézcase de mí, que estos mochachos no me dejan, como si nunca hubieran visto a un hombre enlodado! ¡Mal haya aquella infame de mi prima, que me hace andar en estas estaciones! ¡Ande, señora, meta aquí la mano y sacará dinero!
Habla humilde a la huéspeda el bachiller, y llámala señora mía.
     Como la huéspeda oyó dinero, enternecióse algo y, por gran merced, le miró al rostro, mas como le vio sayo, gregüescos, manos, cara y calzas tan avecindados en Mérida, no sólo no llegó, pero huyó, y dijo:
     -¡Algún sin alma! ¡Andad para burdión a burlaros con la hideputa de vuestra prima!
Da a palos tras el bachiller.      El mocito, pensando que sus ruegos habrían enternecido la empedernidísima mesonera, íbasele acercando, mas ella, asiendo del látigo, tornó a hacer segunda impresión de Palude y Palazos sobre el cuarto derecho delantero, con lo cual le hizo ir trepando calle a hita hasta que embocó por la puerta de la ciudad, y no fue poco caer, yendo tan rodeado de muchachos que festejaban la burla a osadas.
     En fin, el triste, por último albergue, se fue a lavar a una alberca de agua que estaba junto a la barbacana del muro; allí se echó en remojo, pero ni quitó la mancha del vestido ni de la fama.
Échase en remojo.
       Ya que esto hubo pasado por agua, parece ser que le miraron con mejores ojos y le recibieron en el mesón, donde sacó real y medio con el cual hizo fin y quitó de la deuda del cesto. Cobró su sombrero y zaragüel y, a vueltas desto, le dio una corrección fraterna la hermana mesonera, a la cual estuvo descaperuzado y tan temeroso como si fuera penitenciado por la Inquisición; y así era, sino que la inquisición no era santa.
Corrección de la mesonera.
     Yo bien adiviné el ruido que a esta hora debía de haber en el mesón, porque conocía el humor del mozo y la codicia y cólera de la mesonera, aunque a prima faz parecía borrega, pero, en fin, leonesa.
Mesonera comparada a reloj, y por qué.      Decíame a mí mi madre que una mesonera es corno un reloj. Decía bien. El reloj, cuando va de en lance en lance y de muesca en muesca, ruido hace, pero es pequeño y gustoso; mas si da un golpe en vago, todas las ruedas se descomponen y hace gran ruido. Así, una mesonera, que de momento en momento va golpeando la bolsa con dinero fresco de huéspedes que van y vienen, hace un ruidito suave, y al son de las llaves del llavero alegra el hemisferio de su mesón; mas si un huésped se le escapa sin pagar, da el golpe en vago, desconciértase el reloj y arma un ruido del diablo.
     El estudiante despachado salió como una vira a buscarme, pero por ahora no te daré cuenta del suceso del encuentro, porque tengo que despachar otros mejores cuentos.
     Así que, adivinando el alboroto que a este punto pasaba en el mesón, que estaba junto a la puerta de Santa Ana, no quise tornar por ella, que es sobreasnedad no huir del lugar en que una vez hubo daño y peligro. Fuime por una calle que los leoneses llaman Renueva, y creo pusieron este nombre a aquella calle con intención de renovarle las casas, y como quizá no hubo bolsa para tanto, pusiéronla aquel nombre para cuando lo hagan. Ya no le falta todo, que tras el nombre le vendrá el hecho, si Dios quiere; a lo menos, ella es angosta y larga como cédula de sacar prendas. Con todo eso, cupimos por ella yo y mi borrico, que no fue poco, según iba ancho de ver que entraba en ciudad y en poder de quien le sabía bien tañer y acompañado de otro, digo de Bertol, que tanto monta.
     Ya te cansará el leer los arrabales de mi leyenda; pues, ¿por qué no me lo decías antes, lector amigo? Quédese aquí, norabuena, y, en estando de aután, avísame, que me verás ciudadana y en el mesón, que es mi centro, y quizá te dará más gusto.
 
APROVECHAMIENTO
     La mujer viciosa fácilmente se precipita a poner los hombres en peligro, que quien no teme el suyo, tampoco teme el ajeno.
 
FIN DE LA SEGUNDA PARTE DEL LIBRO SEGUNDO



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Tercera parte

Del libro segundo de la pícara romera



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Capítulo primero

De la mirona gustosa



Suma del número 1.
NÚMERO PRIMERO
De la mirona fisgante
 
Justina dice gracias, mirando con atención dos monasterios, Huerta de Rey y casa de Guzmanes, en León. Pero aunque parece que murmura, alaba.
ESDRÚJULOS SUELTOS CON FALDA DE RIMA
 
     Suele en el verano el blando céfiro
     Hacer entre las yerbas varios círculos,
     Entrase penetrando hasta lo íntimo,
     Queriéndolas haber con los antípodas;
     No pudiendo bajar, sube al empíreo,
     No pudiendo subir torna a lo ínfimo;
     Anda, vuelve y revuelve, y desde el ártico
     Da vuelta general hasta el antártico.
 
     El necio, cuando oye tal estrépito,
     Teme como si fuera ruido bélico,
     El sabio dice que es cosa utilísima,
     Pues los terrestres, aéreos y acuátiles,
     En él tienen contra el mal antídoto,
     Gusto, regalo, esfuerzos, ánimo;
     Sólo el enfermo dice ser mortífero
     El dulce viento, a los sanos salutífero.
 
Nota mucho que con los mismos consonantes hace la aplicación.      Así, Justina, hecha un blando céfiro,
     Con pies, ojos y lengua hace mil círculos,
     Apodos da, que penetra hasta lo íntimo,
     Sus ojos son zahorís de los antípodas:
     Lo que encarece, súbelo al empíreo,
     Lo que vitupera, abátelo a lo ínfimo,
     Anda, vuelve, revuelve, y desde el ártico
     No deja cosa intacta hasta el antártico.
 
     Oyóla un necio y hizo tal estrépito,
     Cual si resonar oyera rumor bélico,
     Mas ella prueba ser cosa utilísima,
     Trayendo a cuento (¿qué piensas?) los acuátiles,
     Y concluye que las gracias son antídoto
     Contra el daño, y en las penas ponen ánimo,
     Que sólo un necio siente ser mortífero
     Aquello que llama el cuerdo salutífero.
 
Introducción de la 3ªp. Vista, el más noble sentido. Dícense alabanzas de la vista; Aristóteles, Platón, Séneca, Eurípides, Teseo. Griegos; poetas.      Dicen que la vista es el sentido más noble de los cinco corporales, y por esta causa los philósofos le dan muy honrosos epítetos. Y he oído que Aristóteles dijo ser la vista la más noble criada del alma y la más fiel amiga de las sciencias; y Platón la llamó espejo del entendimiento; Séneca, arcaduz de bienes; Cicerón, mina de tesoros; Eurípides, llamó los ojos los galanes del alma; Teseo, escuderos de la voluntad; Menandro, espejos de la memoria; los excelentes griegos, reyes de lo criado; los poetas los llaman aljófares, perlas, cristales, diamantes y estrellas. Estos diz que lo dicen; véanlo allá, que si la cota saliere falsa, no seré yo la primera que creo en cotas que no son a prueba.


     Así que todos convienen en que no hay gozo sin vista, y que con ella todos los gustos son tributarios del alma. Por mí digo que esto de ver cosas curiosas y con curiosidad es para mí manjar del alma, y, por tanto, les quiero contar muy de espacio, no tanto lo que vi en León, cuanto el modo con que lo vi, porque he dado en que me lean el alma, que, en fin, me he metido a escritora, y con menos que esto no cumplo con mi oficio. Y noten que cuando les parezca que mormuro, me aguarden, no me maldigan luego. Espérenme, que, cuando no piensen, volveré con la lechuga, que aunque sea para con tocino no es mala, y hecha la cuenta, verán que torno más honra que la que debo, que no pretendo disgustar a nadie ni llevar lo bien ganado.
Descripción de el edificio de San Marcos.      Como digo de mi cuento, yo entré en León, caballera en mi borrica, por la puente que llaman de San Marcos, que es el nombre de un ilustre convento de los señores freiles de Santiago, a cuyas paredes está arrimada la puente. Esta casa, según me pareció, tenía muy buena habitación, si se toma en las sillas del choro, que son tan buenas como yo pienso que serán las celdas en que han de vivir, cuando las hicieren. También la iglesia está muy buena. Es muy sumptuosa, capaz, exenta, costosa, alta, anchurosa, desenfadada, grave y galana; sino que yo quisiera que la volvieran lo de dentro a fuera, como borceguí, y si así estuviera, estuviera al derecho. Dígolo porque noté que lo más delicado de la obra, lo más primo y más costoso y la imaginería de canto más delicada y más subtil la pusieron hacia fuera, al oreo de viento y agua, y lo más llano hacia dentro. Yo no sé qué fundamento tuvieron los artífices para hacer un tuerto tan contra derecho. Esta misma cuestión se movió estando yo presente, y sobre cuál hubiese sido la ocasión de traza semejante, daban mis compañeros los romeros varios pareceres.
 
Iglesia de los santos freiles; dice algunas gracias y torna con mayor loa.
Por qué pusieron hacia fuera las mayores curiosidades del edificio, y sobre esto varios pareceres graciosos.
     Y no se espanten, que ya han prescripto los holgazanes en dar sus votos sobre toda architectura y perspectiva, y aun los pícaros no admiten cuento que sea de menos estofa que la toma de la Goleta, y cuando mucho quitan del precio, consienten, de por amor de Dios, que se cuente a la ligera un poco del señor don Juan de Austria, con censo de que al mejor tiempo se le ponga silencio para que se trate de mayores cosas. Así que comenzaron a discurrir mis camaradas en esta cuestión, que, a caer entre pícaros, la llamaran de vos, sin permitirla sentar. Pero romeros comen de todo.
     El primer voto, sin duda galano, fue decir:
     -Mirad, esta iglesia, como está tan junto al río, débenla de lavar a menudo, y ahora, como la han puesto a secar, sécanla por el derecho, que en estando enjuta, volverán la haz hacia dentro, como a ropa seca.
     Otro dijo:
     -No es eso, sino que esta iglesia la fundó gente charitativa, y viendo que todo el aire burgalés, que es el dañoso, había de entrar por esta parte, pusieron hacia fuera la imaginería, para que tocando el aire en ella se purificase de pestilencia.
     Devota contemplación, por cierto, pero a mí no me cuadró, porque si esto pretendieran, no habían de haber puesto, entre otras santas imágines, algunas medallas que allí hay de mozas tan pecadoras como yo y otras como yo.
     Otro dijo que, como aquella casa se ha mudado tantas veces, a la iglesia se le antojó también, y no se le amañando jornada más larga, se volvió lo de dentro a fuera, que fue encamisada de las más galanas que yo he visto.
Queja de los pasajeros.      A lo menos, si es así que desde principio la fundaron aquella casa como ahora está, una queja tenemos los forasteros de los señores tracistas, y es que, sin duda, fiaron poco de nuestra devoción y curiosidad, pues creyeron que no tendríamos flema para entrar adentro a ver lo bueno, si lo pusieran dentro sino que lo dispusieron de tal modo que visto el lienzo del frontispicio, no hay más que ver. Es como colgadura de tela, que todo se ve de una vez, o, por mejor decir, es comida a la borgoñoña, que todo se sirve junto. Verdad es que adentro diz que tienen un muy buen medio claustro con una escala de Jacobe que parece que se hizo aposta para enseñar a trepar. A fe, que diz que es agria, aunque no sé si esto de la escalera mal madura es allí o en el monasterio de Señor San Claudio, donde cantan muy recio unos pavos. También tienen allí en San Marcos una sacristía de muy buen yeso, con variedad de molduras y medallas, que, por lo menos, nadie dirá que aquella sacristía está hecha en canto llano. Junto a este convento, vi un hospital, que se edificó para que estén allí malos los franceses y otras gentes que van camino de Francia y no buscan a Gaiferos.
Todo galano junto.
 
Escalera agria.
 
Obra que no es de cantería.
Justina, por murmuradora, se compara al hortelano, y loa lo que al parecer vituperó.      Parecerle ha a alguno que soy corno el hortelano, que de cuantas yerbas toco, sólo echo mano de la mala, pero aunque pícara, sepan que conozco lo bueno, y sé que aunque esta iglesia, mirada con ojos médicos, cuales son los míos, parece que está al revés. Pero para quien mira a las derechas, al derecho está, sino que siempre fue verdadero el refrán de aldea: «Cual el cangilón, tal el olor». Los ojos picaños, aunque sean trucheros, siempre tienen algo de borrachos en pensar que las combas del nivel propio son tuertos de lo que mide.
       Bien veo que fue muy buena traza no poner aquellas medallas junto al Sacramento y en parte tan escura, y si dije que no hay más celdas y habitación que iglesia y choro, burléme, ca, hablando de veras, es claro que es suma alabanza suya el no haber edificado celdas para sí ni cuidado de su descanso por sólo dársele a Dios, y carecer de aposentos porque Dios los tenga holgados, que aunque pecadora, bien sé la historia de Salomón, el cual primero dio templo a Dios que palacio a su corona, y la de Urías, que no quiso cama por saber que estaba en campaña la tienda del capitán general de los ejércitos del cielo y suelo. Si mi voto no acortara la grandeza de aquellos señores, yo los llamara segundos Urías y Salomones, pues por haber dado insigne templo y casa de descanso a Dios, carecen del suyo propio, cuanto y más que la orden de aquellos ilustres caballeros no quieren descanso, siendo su profesión y ejercicio el quitar a los enemigos el que desean y ahuyentar la infidelidad de los términos de su invencible España. Estos cuidados los hacen no acabar claustros, pretendiendo antes atender a cercar y claustrar ciudades y reinos enemigos. Y este asiduo y trabajoso ejercicio les hace que no sientan la subida de escaleras agrias, gente que escala fuertes con tal valor, que si en las nubes hubiera muros de enemigos, por ellos rompieran y en el más alto alcázar pusieran su real bandera adornada con la espada que da a España renombre famoso y blasón insigne.
 
Los santos freiles; Urías y Salomones.
Profesión de los ilustres caballeros de Santiago y su fortaleza y otras cosas.
     ¿Paréceles que lo he parado bueno? ¿No ha estado buena la buena barba? Pues déjolo, con juramento que es verdad todo esto y otro tanto que callo, así de lo de veras como de lo de burlas. Hágome de cuenta que, callando lo ridículo y lo no tal, quedará la olla de mi seso hecha cazuela de pepitoria.
     Quiero contar mi derrota y camino.
Ríos que coronan a León.      Dos famosos ríos cercan a León, para que entre otras coronas que ciñen aquella ilustre cabeza de las Españas, no sea menor una corona de claros y christalinos ríos, adornados de varios y frondosos árboles pregoneros de una victoriosa e ilustrísima cabeza. Por la ribera de uno destos ríos, alta, llana y apacible, fui caminando para entrar en la ciudad. Yo amo a aquel pueblo por ser cabeza de mi madre Mansilla, y así me perdono por haber dicho mal dél. Cuanto dije de mal en la primera entrada fue disimulo, que el que quiere bien una cosa siempre anda por extremos, cuando diciendo mucho bien, cuando mucho mal. Pero siguiendo el picaral estilo que profeso, acudiré a lo uno y a lo otro. Sólo vayan con lectura que lo bueno se tome por veras, y lo que no fuere tal, pase en donaire, porque lo contrario sería sacar de las flores veneno y de la triaca que hago contra sus melancolías tósigo para el corazón.
 
Amor, anda por extremos.
Advertencia al lector.
Ribera espaciosa y fresca.      Fui caminando, como dicho tengo, por una espaciosa y apacible ribera, hasta entrar en una ancha calle que tiene ambas las aceras de huertas y planteles amenísimos. Llegué hacia otro convento que está junto a la puerta por donde entré en la ciudad, y no tuve poca gana de entrar dentro de la iglesia, siquiera a la puerta a tomar agua bendita, que no venía yo tan mal obligada de entradas de iglesia, que trajese perdidos los aceros de entrar por sus puertas.
Puerta chica y vieja de una iglesia.      Parecióme el monasterio grave y bien edificado, mas quiso mi desgracia que, aunque vi la iglesia y el monasterio por defuera, no entré dentro, porque jamás pude columbrar ni divisar la puerta de la iglesia, o si la vi no la conocí, porque una que allí se descubría era agravio manifiesto pensar que por ella se entraba. Por menos inconveniente tuve pensar que en aquella iglesia se entraba por minas, como en la ciudadela de Pamplona, o por el tejado con garruchas, como en algunos castillos, que pensar que por tan poca puerta, vieja y baja, astrosa y estrecha, habían de entrar. Porque pensar que era casa encantada y con puerta invisible, es pensar que somos esdrújulos. A lo menos, no podrán decir que aquella es la puerta de los vicios, sino puerta de las virtudes, pues en la entrada es tan estrecha cuan anchurosa después.
 
 
Puerta de la virtud.
       Con esta ocasión, pasé de largo sin ver el monasterio más que por defuera; sólo pude echar de ver que aquel monasterio tiene más tierra que el Escorial -entiéndese en las tapias-. Por eso decía el otro: «Dios te deje, hijo, tratar con gentes llanas que hacen las casas a mazadas.» Verdaderamente que cuando los predicadores quisiesen decir a los hombres que sus cuerpos son casas terrenas, les podrían decir: «Acuérdate, hombre, que tu cuerpo es casa leonesa», que en nuestro lenguaje jacarandino sería decirle: «Acuérdate que tu cuerpo es terreno y desmoronadizo».
Tapias; casas hechas a mazadas.
     Aunque no vi el monasterio, tuve mucho cuidado de preguntar a mis compañeras si le habían visto, y me dijeron que sí. Pedíles que me contasen lo visto, y una me dijo que le mostraron un candelero de Flandes, el cual, sobre una piramidal de bronce torneado, funda un vistoso artificio, y deste tronco de bronce salen cuarenta y cinco hermosos candeleros de tres órdenes, a quince por banda, con gran proporción, y, de trecho en trecho, entre candelero y candelero, sembradas bolas de bronce y selvajes de preciosa labor, y en el último remate, un selvaje bravato con unas armas asidas de la una mano y en la otra un ñudoso bastón. Yo, cuando lo oí, las dije:
Candelero precioso.
     -Según eso, cuando ese selvaje y selvajicos estuvieren colgados, al menearse el candelero, parecerá danza de títeres o matachines gobernada por el gran selvaje.
     En fin, me hicieron creer que era el mejor candelero del mundo, y por hacerles limosna y buena obra, lo creí.
Figuras de vírgines.      También me dijeron que les mostraron seis cabezas de vírgines, las tres bien puestas, bien labradas y aderezadas, con unas piedras que fueran preciosas si todo lo que reluce fuera oro; las otras dos o tres las tienen en unas cajas de unas madera muy no sé cómo, y hízoles lástima su mal aliño, mas esto de la pobreza hace que las cosas estén al justo del posible y fuera del nivel del deseo. Yo mando dos reales de limosna para el aderezo y ruego que pidan para ellas, que cuando todas las pícaras den tanto como yo prometo, yo creo que en son de hacer cabezas de vírgines, podrán hacer otras tantas de lobo.
Efectos de la pobreza.
     Como cuando yo oía esto iba diciendo algunas gracias, quiso mi ventura que un cura, muy aficionado a los frailes de aquella orden, que me había venido escuchando y llevaba muy mal las gracias que yo decía, rompió la presa de súbito y, queriendo hacer la corrección fraterna, cogió un periquillo de predicarme con un hipo, como si hubiera jurado a Dios de convertir esta mí ánima pecadora, que es muy proprio de necios tener las gracias por agraz y pensar que todo donaire es aire corrupto y todo entretenimiento tiempo perdido.
     Comenzó a dar voces, diciendo:
     -¡Aquí de la Inquisición, que murmura de los conventos de Dios! ¡Aquí del rey, que dice mal de los monasterios reales!
     Y no le faltó sino decir:
     -¡Al arma, al arma, que es el cuerpo del Draque y el ánima de Luthero!
     No podré ni sabré referir todas las razones que me dijo en reproche de las mías, pero diré las que mi memoria pudiere sacar al ojo de la colada.
     Va de sermón.
Loa un cura los religiosos de cuya casa fisgó Justina.      -Hermana, si estos padres no tienen gran puerta de iglesia, es porque ni han menester mucha puerta para salir ellos, ni para que vos entréis; que lo primero les viene de su mucho recogimiento, y lo segundo de su poca codicia, tan conocida en el mundo. Y si vos no hallastes por dónde entrar, no importa, que los monarchas, emperadores, papas, reyes y príncipes hallan puerta para entrar por ella a tratallos, regalallos y estimallos. Por esa puerta han entrado y salido gentes que, con milagro conocido, han alcanzado salud del cielo en raras y estupendas enfermedades. Es puerta chica, como de castillo, porque los conventos de religiosos son castillo de sabiduría, muro de sciencia, alcázar de sabiduría, y como castillo de universal armería christiana tiene la puerta estrecha. No me espanto que para vos no haya habido puerta, que por la tan estrecha no entran sino los que pretenden desnudarse de la camisa vieja del mal trato y vida pasada. Puertas son que, allí donde las veis, a muchos han parecido estrechas al entrar y anchurosas al salir; quiero decir, pesádoles que fuesen tan holgadas para poder salir, y al entrar no tan anchurosas cuando la gana de entrar por ellas.
Llama a las puertas de castillo, y por qué.
Puertas estrechas y anchurosas.
Dice del candelero.      No se rían del candelero, que tal candelero para tales luces de religión, y tales luces para tal candelero. Y si tiene selvajes, es una gala que para ornato divino es muy bueno; y crean que si los santos que sanan enfermos tienen en sus altares las muletas en señal de el hecho, no fuera impropriedad decir que delante de sus luces están hombres selvajes en testimonio de las bárbaras e incultas naciones que han reducido a la luz del Evangelio.
 
Selvajes, por qué en el candelero.
Excusa la pobreza de las reliquias.      Las santas vírgines confieso que están mal puestas, mas eso es confusión de nuestra corta devoción y argumento de su pobreza, cuanto y más que es grandeza que de tal materia hayan salido hechuras de tres medios cuerpos humanos, y con poco aderezo se pudieran adornar de modo que parecieran mucho. Y otra vez, hermanas, no les acontezca hablar así de los monasterios.
       Aquí paró el santo cura, que no fue poco, según había sido la carrera que había tomado. Halléme tan confusa y apretada de ver su enojo y mi inocencia, que no supe sino decirle que yo pedía a la Iglesia el otro sacramento de la extrema unción que me faltaba. Tan afligida me vi, que ya pensé que había recebido todos los demás sacramentos y sólo me faltaba luchar con el diablo.
Justina pide la Unción.
     Quiso Dios que una vecina mía, por divertir mi pena y la correncia del padre cura, salió a decir un cuento, y fue que entrando en aquel convento de que tratábamos, vio en una capilla unas bimbres atadas, con que diz que azotan a los frailes, y se llaman disciplinas, y el fraile que les enseñaba la casa, tomando la diciplina en la mano, las dijo:
     -Señoras, ¿quieren colación?
     Y ella respondió:
     -Padre, yo ayuno, que es hoy viernes.
Torna cura a reñir y loa su trato.      ¡Alza, Dios, tu ira! ¡Hele aquí mi cura, otra vez mohíno! Con este tema, tornó el cura a sus alegorías, diciendo:
     -Ahí verán, son unos santos, no convidan mujeres con veinte meriendas profanas, sino con diciplinas. Más quieren parecer secos, que profanos, más desamorados, que pretendientes.
     Pardiez, mi vecina y yo, viendo que entablaba para otro sermón, y dejámosle dando de mano hasta que se cansó y dejó de moler.
     ¿No ves qué necio? ¡Miren de qué se enojó! De oírme decir gracias, como si mis donaires fueran bombardas. ¡Qué mal sabía este buen señor que no hay mejor rato que un poco de gusto!
Prueba que generalmente todas las cosas usan las burlas y juegos.      No hay hombre discreto que no guste de un rato de entretenimiento y burla. En su manera, todas cuantas cosas hay en el mundo son retozonas y tienen sus ratos de entretenimiento: la tierra, cuando se desmorona, retoza de holgada; el agua se ríe, los peces saltan, las sirenas cantan, los perros y leones crecen retozando, y la mona, que es más parecida al hombre, es retozona; el perro, que es más su amigo, es juguetón; el elefante, que se llega más que todos al hombre, los primeros días de luna reto las flores y dice requiebros a la luna.
     Lo demás que falta, dígalo doña Oliva, que libra en el gusto salud, refrigerio y vida; ¡esta sí que era discreta! Pero ya se sabe para quién no es la miel, ya se sabe qué ojos disgustan del sol. Aclárome: también y todo, ahora que no me oye el clérigo, es necesario pensar que a una mujer dice una gracia, luego es hereja. Sí, que christianos somos, y aunque no sabemos artes ni toldogías, pero un buen discurso y una eutrapelia bien se nos alcanza, sino que estos hombres del tiempo viejo, si dan en ignorantes, piensan que no hay medio entre herejía y Ave María.
Contra los que no saben de burlas.
 
APROVECHAMIENTO
     A los santos templos, que para el santo son un despertador del alma y un incentivo de devoción, hacen la gente libre y disoluta casa de conversación y blanco de entretenimiento, cosa que por ser tan contra la honra de Christo, morador de los templos, la castigará ásperamente. De lo cual dio indicio su Majestad Divina viviendo en esta vida mortal, pues sólo castigó por su mano a los violadores del templo, cosa digna de notar de su modestia, ¡oh, Majestad Suprema!
 
Suma del número 2.
NÚMERO SEGUNDO
Del barbero embobado
 
VERSOS SUELTOS CON FIN DE RIMA
 
Va Justina por la huerta que llaman del Rey y, acompañada del barbero bobo, el cual gustó mucho de ver unos selvajes de canto.      Un vivo selvaje vio pintados
     Ciertos selvajes que, con sus lanzones,
     Ocupan un hermoso frontispicio
     De unas ilustres casas que en León
     Habitan los Guzmanes más famosos.
     Quedó abobado sólo en ver selvajes.
     Puédese decir deste embobado:
     «No difiere lo vivo y lo pintado».
 
     Bertol Araujo, que así se llamaba el malogrado del barbero que se me injirió, tenía muy poco de especulativo, y dábale notable pena verme tan escudriñadora y curiosa. Mas viendo que no me podía sacar de mi paso y que era fuerza verlo todo, me dijo:
Dícela el barbero que pique y que vea la Huerta del Rey.      -Señora Justina, pique esa burra, si trae con qué, o si no, déla que ande, y verá la Huerta del Rey, que es nombrada en León y está dos pasos de aquí.
     Yo, como oí decir huerta de rey, pensé que era algún Aranjuez ricamente aderezado, con mucha murta, jazmín, arrayán, alhelís, mosqueta y clavellinas. En fin, huerta de rey.
Vitupera a prima faz la huerta del Rey, y abajo torna a loar el caso.



Vista de cuernos, odiosa.

     ¿Qué será bueno que viese yo en la Huerta del Rey? Por vida de mi gusto que, si no fueron muchos infinitos cuernos del Rastro, otra mosqueta ni mosquete, otros claveles ni clavellinas yo no vi. ¿Pues el olor? De pecinas, sangre, lodos, charcos, lechones. Era todo tan lindo, que hacía olvidar la fragrancia de los mil Aranjueces. Eran tantos y tan innumerables los cuernos que cubrían el suelo y aun mi corazón de tristeza, que verdaderamente no sé quién puede llevar en paciencia aquel estar un cuerno siempre jurándolas por la punta, la cual, por la mayor parte, está vuelta hacia la cara; y querría más ver puesto hacia mi cara un mosquete a puntería, que aquel maldito y descarado encaramiento corniculario. Esto llaman los leoneses huerta de rey, que si hay herejías contra la majestad real, esta es una. Mas soy tan dichosa, que nunca me falta quien me saque el ánima de pecado. Diréles el cuento, que es donoso.
Pinta de los pies a la cabeza un soldadillo desgarrado.      Encontróme un soldadillo leonés, donosa figura. Traía un alpargate y calza de lienzo, un gregüesco de sarga, o, por mejor decir, arjado de puro roto y descosido; una ropilla fraileña, que, de puro manida, parecía de papel de estraza; un sombrero tan alicaído como pollo mojado; una capa española, aunque, según era vieja y mala, más parecía de la provincia de Picardía; un cuello más lacio que hoja de rábano trasnochado y más sucio que paño de colar tinta; una espada del cornadillo en una vaina de orillos. Era pequeño, azogado, inquieto, bullicioso y gran bachiller; otro segundo melado. Sin más ni más, se enojó en forma de ver que me reía de que llamasen a aquella huerta de rey, y hecho un león, con la espada empuñada, me dijo:
Riña de un soldado con Justina.      -El rey, mi señor, hizo esta huerta, y esta huerta es huerta del rey, mi señor, aunque le pese a la relamida. El rey, mi señor, es rey de España, y cuando plantó esta huerta le pareció que, para el sosiego que él había de tener en su casa, le bastaba haber unos simples sauces e alisos que aquí plantó, porque lo más del tiempo ocupaba en vencer infieles, moros y paganos. Sí, y aunque pese a quien pesare, esta es huerta de rey, mi señor.
Fieros de Justina.      Yo no me turbé desto, que no soy espantadiza, mas a mi burra no sé qué le tomó, que no daba paso adelante, aunque la daba palos asaz, pues no sé por qué, que yo no iba a maldecir a maldito aquel.
     Visto que Bertol Araujo no respondía, y la burra no caminaba, y el soldadillo no cesaba, determiné hacerle un fiero espantavillanos, y díjele:
     -Si es huerta de rey o no, no se meta el muy pícaro en eso, que si llamo a mis criados, le haré moler el colodrillo a palos.
     ¡Oh, cómo relampagueaba los ojos! ¡Oh, qué asas de brazos! ¡Oh, qué ademanes! Todo fue tal y tan bueno, que el soldado determinó encomendarse a San Pies y rezar la oración del buen callar llaman santo.
       Ansí, noramala, ansí se han de tratar estos buscarruidos, que son como cohetes, que no hacen mal a quien los apuña y ofenden a quien dellos se desvía. ¿Qué se le daba al picarillo que yo dijese lo que quisiese? ¿Yo no tenía pagado el alquiler de mi boca por todo el día? El rey, mi señor, decía. ¡Mira quién dijo el rey mi señor! Todos somos del rey, y si tales hombres, por ser soldados, son del rey, muchas mujeres que somos soldadas, aunque mal soldadas, también somos del rey.
Condición de fanfarrones.
     Concluida esta aventura, apresuré el paso, porque me sacó del mío la pesadumbre de la rencílla, y si por mí fuera, no anduviera más a caza de ver curiosidades en León, por no encontrar más uñas de león; pero como sea verdad lo que oí a un galán, galinillo, que adonde acaba el philósopho comienza el médico, parece ser que cuando yo acabé el deseo de ver curiosidades, comenzó a tenerle el barbero Bertol, mi íntimo.
Reyes difuntos.      Persuadíame fuésemos a San Isidro, donde están muchos reyes juntos sin baraja, que no es poco; mas yo le dije que no era amiga de ver reyes tan de por junto, y por buen arte, me escapé de que me llevase a ver las antiguallas de aquel santo monasterio. Si yo fuera muy devota, en lo que yo me había de ocupar era en ver a San Isidro de León, pues aquella casa, en reliquias preciosas, es una Jerusalén; en indulgencias, una Roma; en grandezas de edificios, un Pantheón; en religión, la anachoreta; en choro, un cielo; en el culto divino, riquezas, brocados, plata, oro, un templo de Salomón; pero como a los ojos tiernos es la luz ofensiva, también esta grandeza lo era para mí en el tiempo que mis mocedades me traían como corcho sobre el agua.
Celebérrimo el convento de San Isidro.
Indevoción de Justina.
     Ya soy otra. Aquí venía bien el dicho de Marioleta, si no fuera gracia insolente, la cual, para persuadir a un su sobrino en que fuese bueno, le dijo:
     -Mochacho, aprende de mí, que ya soy otra, que compré un rosario, si a Dios plugo. Por señas, que aunque está enhilado en un simple hilo de seda floja, no se me quiebra, que no soy como otras traviesas que a segundo día quiebran el rosario. Noranegra, cuélguensele de un clavito, como yo hago, y así durará el rosario.
     Mal cuento, peor dicho, pero peor era yo.
Casas de Guzmanes, famosas.

Descripción de la casa de los Guzmanes.

     Fuímonos por las casas de los Guzmanes, que es paso forzoso. Estas me parecieron una gran cosa, mas bastaba ser aquellos señores del apellido del mi señor Guzmán de Alfarache, para pensar que habían de ser tales. Ahora me dicen están muy, mejorados y muy ricamente adornados los dos lienzos de casa, con ricos balcones dorados, en correspondencia de muchas rejas bajas y altas de gran coste y artificio, de lo cual resulta una gran hermosura, acompañada de una grandeza, gravedad y señorío trasordinario, anchurosas salas, aposentos ricos, vigamento precioso, cantería y labor costosa y prima. Hermosa casa a fe. Sólo me pareció mal que a una escalera le falta cosa de veinte y cinco varas de pasamano y dos o tres salseritas de blanco color para afeitar unas desvergonzadas tapias de la caja de la escalera, lo cual, por ser en parte tan notoria y común de aquella casa, hace notable fealdad, digna de enmienda.
Abobóse el barbero.      Aquí, en ver estas cosas, se quedó abobado el barbero Bertol Araujo, aunque para esto de embobarse no había él menester apetite. Lo que a él más le cuadró fueron dos selvajes de cantería que están a los dos lados del balcón, que están sobre la portada principal, en cuyo frontispicio está un epitaphio o letrero, el cual, a dicho de los que le entienden, es tan verdadero como bravato.
Epitaphio: Non dominus, domo, sed domino domus ornanda est.
     El Bertol, viendo los selvajes, que eran de marca mayor, nunca acababa de repetir:
     -¡Estos sí que son hombres, pesiatal!
Cualidad del bobo en burlas y veras.      Porque entiendan el gusto del barbero, que no supo hablar de burlas, sino con burras vivas, ni de veras, sino con selvajes pintados.
     En San Marcos había él visto las figuras de muchos emperadores, capitanes, emperatrices, reinas, galanes, damas y otras mil curiosidades, y en la misma casa las había, mas nunca despegó su boca para alabar cosa ninguna, sino estos selvajes; sólo a estos dio título de hombres, y dábale gran gusto verlos tan denodados con sus lanzones.
Por qué cuadran al bobo los salvajes.      Yo pienso que estos selvajes le cuadraron por dos razones: la una, por la conveniencia bobuna, y lo otro, porque según era animal desasociable, si a él le dejaran sangrar conforme él quisiera, sangrara las gentes con un lanzón, en la figura, traza y postura que tenían aquellos selvajes. Y con todo eso, tenía carta de examen, que, según he oído decir, el que va graduado por el que llaman daca dinero, nunca negoció mal. Vaya con Dios, que con esto se podrá decir que somos hoy día tan caritativos, que aun los bobos nos llevan la sangre del brazo, y aun con eso, mueren hoy día las gentes a humo muerto.
Cartas de examen fáciles.
       Yo bien dejara a mi sangrador espetado y boquiabierto a que se hartara de ensalvajar los ojos y alma con la vista de sus queridos selvajes, mas por los que nos habían visto venir juntos, y por llevar compañía de hombre, como moza honesta, le recordé del susto para que pasásemos adelante, y él, a mis ruegos, lo hizo. Verdad es que le di dos aldabadas a la boca del estómago para que recordase, y aun ahora no sé si ha acabado de mirar los selvajes. Hasta que colamos toda la calle que llaman la Herrería de la Cruz otra cosa él no hizo sino volver aquellos sus ojos a los amigos, que yo no sé cómo no se descervigó a puro torcer la cabeza, que parecía cigüeña cantora o el asno Ciprico, el cual, después que Júpiter le convirtió en hombre, siempre que oía roznar, bailaba y volvía la cabeza atrás.
 
Mirar de bobos.
Asno Ciprico.
Posada de Justina junto a la casa del obispo.      Ya quiso Dios que llegamos a un mesón que está a las espaldas del palacio del Conde Fernán González, donde entonces vivían los obispos.
     Consolóme ver que hubiese mesón a quien hiciese espaldas un obispo, y más yo, que tenía algunos pleitos con estudiantes.
     Antes de tomar posada, le pregunté a mi camarada qué pensaba hacer y cuándo se pensaba ir a Mansilla. A lo cual me respondió que él había de comprar unas ventosas de vidrio y dos lancetas, y no sé qué listones y algunas monas, muertes y gatos para la tienda, y que comprado aquello, se pensaba partir de mañana.
     Yo le dije:
     -Pues, señor Araujo, si es que por la mañana se parte, todos iremos de camarada, que gusto de oírle rocinar, digo, razonar por el camino, y crea que, poco más o menos, toda la lana es pelos. No sabrá por qué lo he dicho. Dígolo, porque cuanto a habitación, conversación y recreación, Mansilla y León para en uno son.
     Con esta determinación, entramos en el mesón yo y Perantón.
 
APROVECHAMIENTO
     Las mujeres dadas a vano gusto no le tienen en mirar cosas honrosas y de autoridad.

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