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Capítulo segundo

De la bizma de Sancha Gómez



Suma del número.
NÚMERO PRIMERO
Pinta Justina la persona, traza y trato de Sancha Gómez, su huéspeda, y cómo enfermó. Y en el terceto se pone un nombre, que por mal nombre llamaban a la mesonera.
De la enfermedad de Sancha la gorda
 
TERCETOS DE PIES CORTADOS
 
     co          Aquí verás la pintura del dios Ba
     ba          En una mesonara gorda y bo
     na          Que es un puro bodego en carne huma.
     res          Descúbrele a Justina sus amo,
     tos          Su trato, su hacienda y sus secre,
     na          Justina, en pago, le hace la mamo.
 
Tocas de Sancha.      Era dueña deste mesón viuda de dos maridos, o, por mejor decir, de marido y fiador, a cuya causa traía una toca roquetal muy larga, que, en razón de exceder la gravedad de su persona aquel hábito y toca, se puede creer que la mitad de la toca era por el marido y la mitad por el fiador. Parecióme algo coja, y no lo era, sino que las gordas siempre cojean un poco, porque como traen tanta carne en el peso, nunca pueden andar tan en el fiel, que no se desquilate una balanza más que otra, y esta era gorda en tanto extremo, que de cuando en cuando la sacaban el unto para que no se ahogase de puro gorda. No la hubiera conmigo, que yo la enjutara la panza con cortezones duros y secos, que ansí curé yo una perrilla de una dama que tenía hastío de comer bizcochos. A esta mesonera, mi huéspeda, la llamaban en León, por mal nombre, Cobana Restosna, de que ella se corría mucho, porque se le pusieron por causa de que cierta noche que se halló bautizada en vino, como sopa, preguntándola un huésped:
 
Las gordas siempre cojean.
Cura de perrilla con hastío.
Mesonera llamada Cobana Restosna, y por qué.
     -¿Cómo se llama, huéspeda?
     Respondió que Cobana Restosna, y con él se quedó.
       La triste quiso decir que se llamaba Juana Redonda, y por decir Juana Redonda, dijo Cobana Restosna. No hay que espantar, que si los moldes, con ser moldes, se yerran, que la lengua se yerre de noche y ascuras y en tiempo cargado y con nieblas en el celebro, no hay que espantar. Después deste suceso, se mudó nombre y sobrenombre, y se llamó Sancha Gómez. Mas, para memoria del antiguo nombre de Cobana Restosna, le hallarás en la suma del número, en lo sobrado de los pies cortados, que soy como sastre hacendoso, que hasta los retacitos aprovecho.
 
Torna a ver la suma del número y verás la curiosidad poeta.
Cordón y otros atavíos de la mesonera.      La cuitada, para echar el resto de sus pesadumbres, traía un muy grueso cordón, que más parecía bordón según era duro, ñudoso y grueso, y a los dos lados deste gordo cordón una bolsa y llavero de llaves; la bolsa, de la hechura de huevo de avestruz, el llavero tamaño, y con tanto hierro como el incensario de Santiago. ¡Miren si esta carga era para doblegar una mujer que parecía que constaba de sólo carne momia, o que era carne sin hueso, como carne de membrillo!
Facciones de Sancha.      Sin duda era mala visión. Toda ella junta parecía rozo de roble. Era gorda y repolluda. No traía chapines, sino unos zapatos sin corcho, viejos, herrados de ramplón, con unas duras suelas que en piedras hacen señal. Los anillos de sus manos eran verrugas, que parecían botones de coche en cortina encerada. Nariz roma, que parecía al gigante negro. Labios como de brocal de pozo, gruesos y raídos, como con señal de sogas. Los ojos chicos de yema y grandes de clara. Gran escopidora, que si comenzaba a arrancar, arrancaba los sesos desleídos en forma de gargajos. Tenía dos lunares en las dos mejillas, tan grandes, que entendí eran botargas untadas con tinta. Parecía ella, por cierto, en la sodomía del rostro, no muy avisada, aunque para su cuento nada boba y menos descuidada. En casa destapóse, y echarán de ver cuán endiablada cara tenía, pues no bastó mi presencia para aperroquiar el mesón de pisaverdes, que, en fin, como dijo el otro, poco puede un buen despejo donde hay un buen despego.
Fealdad de Sancha.
Sancha gargajosa.      Luego que columbró gente la mesonera, vino a recebirnos de paz, aunque antes de hablar disparó una rociada de gargajos, y yo la hice la salva a la gran salvaja. Primero que ella bajó solas seis gradas de la escalera de su casa para dar conmigo y proveer de recado, ya tenía mi mochillero hechado a mi jumenta todo buen recado de paja y cebada. Anduvo agudo el mochacho, porque en un momento columbró que en los pesebres había reliquias y parecióle darlas a besar a mi burra porque ganase las dulugencias. ¡Cosa del diablo!, que en un invisible aparvó el muchacho un gran montón de comida. Solía él decir que un pesebre recién vaciado era la era de Dios, y que allí cogía él más que si sembrara.
Mochillero agudo da recado a la bestia.
Pesebre vacío.
     Bajó la huéspeda, si a Dios plugo, y me dijo:
     -¿Cuánto quiere de cebada, hija?
     Yo la respondí que, de nada abajo, cuanto quisiese me diese.
     No entendió el jiroglíphico, y antes pensó que decía que de medio abajo le diese algo. Iba a echar un cuartillo, que es ración de burra.
     Yo la dije:
     -Tenga, madre, que mi burra ayuna y viene acebadada.
     Con esto soltó el rasero y acudió al harnero a dar paja.
     El mochacho, que era agudo y decía sus gracias de en cuando en cuando, la habló a la mano y desde lejos la dijo:
Burra empajada.      -Madre, tampoco es menester paja, que está la burra empajada.
     Acudiendo a que yo había dicho que estaba encebadada.
     La Sancha estaba atónita, oyendo la nueva jacarandina, y, muy asustada, dijo con mucho pasmo:
     -Nunca tal vi ni oí de burra, aunque ha que trato burras más de veinte años.
     El barbero echó cebada por sí y por otre, que era tan franco como bobo, y con esto, se fue a comprar sus ventosas, y, yo quedé con mi mesonera, que de ella a una ventosa encarnada había muy poca diferencia.
       Llamábase la mesonera Sancha Gómez, y siempre se me iba el silbato a llamarla Sancha la gorda, como a la tripera de Jaén. Luego que vi el talle de la mujer y el ingenio de ramplón, se me ofreció que había de hacerla algún buen tiro, y asesté a este blanco, poniendo en razón la ballesta de la atención, el arco de palabras dobles, el virote de la lisonja y el jostrado de mi perseverante ingenio. Sentéme a sus pies, habléla con mucha humildad y vergüenza y llaméla madre y hermosa, y estuve con ella más amorosa y retozona que gato de monasterio.
Justina, lisonjera astuta.
Partes de la astucia, tres. Jiroblífico de la astucia, y armas de Mercurio.      Ya yo sé que la discreción tiene tres partes: la primera, olvido de majestades; la segunda, halagos de palabras, y la tercera, inquisición de secretos, a cuya causa el prudentísimo Mercurio tenía por armas el perro retozón, el lobo olvidadizo y la culebra escudriñadora. Y puesta en este aviso, como loba, me olvidé de otras curiosidades y desiños, y aun de mis narices, que, a acordarme que las tenía, no sufriera un olor de la rabia y de la mesonera, que todo es uno; mas híceme cuenta que olía a boca de lobo. Como perrita de falda, la hice mil halagos, y como culebra, la saqué cuantos secretos tenía, y, sin duda, la caí en gracia, que es gran cosa entender el trato como yo lo entendía desde que mi madre me crió, que fue flor de mesoneras.
Justina se compara a lobo, perro, culebra.
Alusión al nombre de Gómez.      Con estas mis razones la ataladré los hígados a la buena vieja, y me dijo de pe a pa toda su leyenda, tomando por presupuesto el declararme su sancho nombre en vano y el apellido de los Gómez. Si bien me acuerdo, redujo su linaje a los goznes de un arquetón de un molino, de adonde vino que sus abuelos se llamaban Goznes, sino que se corrompió el nombre, y como cuando ella vino, venía corrompido, la llamaron Gómez. Todo lo hacía por asentar conmigo al odio el nuevo nombre, porque el antiguo de Cobana Restosna no viniese a mi noticia; ¡y era boba!
     Yo, al principio, pensé que lo redujera a la tarasca, que en mi tierra la llaman la gomia, que tiene simpatía con el nombre de Gómez, pero no me estuvo mal que se apellidase de los Goznes, para que su arca me diese puerta franca.
Trajes antiguos.      Díjome cómo cuando era moza traía una albanega labrada con hilo acaparrosado, con unos majadericos que entonces se usaban, y un rodete hecho de cabellos tranzados sobre alambre. ¡Galana Inés, con trenzas de pábilos y rosario de agavanzas! Mil cosas me dijo de los trajes de su tiempo, que si era como ella lo pintó, andaban las gentes vestidas de monas. No hubo cosa que me abscondiese. A lo menos, si todas las mujeres tuvieran tan buen desportaje, no se quejara el Momo, ni don Alonso, de la fábrica humana, ni retara la falta de no haber puesto Dios vidriera al lado del corazón por donde se vieran sus secretos, aosadas, que la vi el alma. Pues, ¿decir que me abscondió los trances de sus amores en cecina? Todo lo dijo, y allí vi cuán poco deben al amor los discretos, los galanes y las damas, pues aquella había tirado sus gajes. A esto dice el amor que estos son los encuentros de cuando juega a la pita ciega, mas a otros con eso, que eso fuera si él jamás saliera de ciego.
 
El Momo pone faltas a la composición humana.
 
Deben poco al amor los galanes, y por qué.
Encuentros de amor, que juega a la pita ciega.
     Mas, ahorrando de cansadazos cuentos e historias que me contó -yendo a lo que hace al caso-, diré una, que fue la que me abrió camino para mis deseos. Teníame ya por tan suya, que quiso repartir conmigo de sus males y descansar de sus peñas, y no lo errara si, como tenía por suyos mis oídos, tuviera también mi lengua. Pero no echó de ver que donde una puerta se cierra, ciento se abren. A este fin, me dijo (no sin algunos sospirones enalbardados con lágrimas) cómo ella había hecho diligencia de juntar algunos huevos para vender a los huéspedes que habían venido a las fiestas, mas que como valieron las truchas baratas, no gastó siquiera uno, de lo que estaba muy apesarada, porque tanto venía a ser la pérdida en los huevos como la ganancia en posadas de huéspedes. De camino, me dijo cómo por temor de traviesos huéspedes estudiantes había escondido los tocinos, miel y manteca.
Ocasión inquieta.      Vayan conmigo, por caridad, ¿qué alma había de escaparse de inquieta y azorada, sabiendo que estaba donde había tocino, huevos y miel?, ¿qué entendimiento hubiera que no moliera más que un molino?, ¿qué voluntad que no se engolosinara ni qué memoria tan olvidada de su estómago que no le hiciera amistad en semejante trance? Pero vamos con el cuento, y advierte que me precio de llevar una ventaja a las mujeres, y es que otras, comúnmente, trazan para de repente, y soy mujer que trazo a lo gatuno, quiero decir que me estaré un día aguardando lance, como cuando al ojeo de un ratón está un gato tan atento y de reposo, que le podrán capar sin sentir, según está atento a la caza.
Justina traza a lo gatuno.
Llave de bodegón estimada.      Después de todas nuestras conversaciones - como ella se fiaba de mí, me dijo que la alumbrase con un candil a sacar de un bodegón todo lo que había abscondido, según y como más largamente lo habemos referido. Alumbréla. Trasladólo todo a una alacena con la veneración y atención que si fuera cuerpo santo. Cena y todo lo encerró so el poder de una llave que traía asida de un cordón harto manido y jugoso, el cual se echó al cuello por sobre toca y la llave por joyel, con la estima y respecto que si fuera llave del arca del thesoro de Venecia.
       Yo no andaba muy sobrada de comida, como ni de dineros, pero nunca hay falta donde traza sobra, en especial en esta ocasión, en la cual con el dedo se adivinara que era muy cierta la merced de Dios -que así se llaman huevos y torreznos con miel-. Fue de gran consideración para mis trazas que no había otra persona en el mesón sino sola yo, porque una criada, y mal criada, a lo que dijo la Sancha, que tenía, se le había ido de casa, y a lo que piadosamente se cree, con un recuero que la trajinó hacia Santander, donde son los buenos besugos y frescos.
Moza de cántaro trajinada.
     Como anduvimos la vieja y yo haciendo San Juan, traspalando mil géneros de baratijas que tenía abscondidas por temor que tenía de que los estudiantes se las hiciesen declinar jurisdición, quedó muy cansada, y no me espanto, porque yo no la ayudé nada, ni la ayudara aunque la viera echar los bofes a tarazones; antes me holgaba de verla despeada como puerco en camino de feria. Parecíame que, para lo que había que nos conocíamos, bastaba que la alumbrase con un candil tan trabajoso, que, a puro amecharle, me dolían los dedos. Maldita sea tan mala invención como fue la de los candiles. He oído decir que todos los malhechores tuvieron parte en la invención de los candiles, y que inventó el garabato un gitano, la punta un ladrón, la torcida un judío triste, la crisuela una vieja, y el cazo un tahúr, y el atizador una sodomita, y el fuego trajeron prestado de una aldea del infierno. ¡Miren qué aliño para no me cansar yo en entender con este malhechor!
 
 
Murmura ingeniosamente de los candiles.
       La pobre Sancha Gómez, con el ansia de acabar su tarea y componer las alhajas de su casa, no cesó hasta que todo lo puso en buena razón y gobierno. Sólo su cuerpo quedó desgobernado con el desmoderado cansancio de las idas y venidas del bodegón al aposento, y tan molida y quebrantada de piernas y cuadril y caderas, que le fue forzoso, en acabando estas diligencias, irse derecha a la cama, aunque no muy derecha, pues a cada paso se le torcía el cuerpo, de modo que parecía que iba sembrando cuartos de mesonera o que era morcilla al aire. Desnudóse, y como iba sudando, y el desnudar era tan espacioso, resfrióse, y con esto, le sobrevino al cansancio un dolor de panza tal, y con él tan apresurados cursos, que entendí serle más fácil el parir que el parar. Dos mangas de arcabuceros no trajeran más obra e inquietud que ella. Al cabo, se echó. Ya la tuve un adarme de compasión, y quisiera acudir a su consuelo viendo lo que por ella pasaba. Verdad es que, si alguna era mi compasión, mayor era la pasión que yo tenía por mirar en cuál lugar ponía la mesonera el tusón, digo el cordelejo untado, con el pendiente de la llave de la alacena, porque me importaba para mi traza, que no era mala.
Andar de Sancha.
Resfriado de Sancha.
 
Tusón de mesonora.
       Como estaba tan acongojada y decía a voces que se moría, pensé que también se le muriera el cuidado de la llave; mas, si no lo han por enojo, después de desnuda y en camisa, la puso otra vez al cuello en lugar de gargantilla. ¡Miren qué hábito del Carmen! Lo cual, parte, me hizo reír, porque se me acordó del morisco que comulgó para morir, puestas las manos, y tenía entre ellas muy apretada la bolsa, y, en parte, me hizo rabiar, de ver que mi traza se iba descabalando, que, en fin, entre aves de caza primas y oficialas, en el primer vuelo se adivina el alcance y se ven las ventajas. Mas, con todo eso, volví sobre mí, considerando que no hay castillo roquero ni alcázar pertrechado que deje de rendir su entono y descervigar su presumpción, si se ve sitiado de una perseverante estratagema o imaginación constante determinada a morir o vencer.
 
Entre aves de caza, cuándo se adivina la ventaja.
       Acrecentó mi ánimo ver el poco que tenía la vieja. Ello, la diablesa de la Sancha estaba perdida y quejábase de modo que, a no ser mal conocido, yo pensara que hacía cuenta con pago. ¡Plugiera a las ánimas del purgatorio!, que, si así fuera, a fe que habíamos de ser herederos ab intestato Araujo y yo. Pero guardábame la ventura para serlo in solidum de la morisca de Rioseco, según verás en el tercer libro, que ya asoma la caperuza como la sota de bastos.
 
Sota de bastos.
Testamento del gato.      ¿No dicen que el gato hizo un testamento en que mandó a sus descendientes todo lo puesto a mal recado, y por no se hallar presente el gato, entró el ratón ab intestato, con decir que él y el gato se parecían en el color del pellejo, y viniendo el gato a cobrar su testamento, el ratón lo tragó y royó, a cuya causa quedó perpetua disensión entre gatos y ratones? Pues, según eso, bien pudiéramos Araujo y yo ser herederos ab intestato de Sancha por la parecencia, puesto que Araujo se le parecía en lo bobo y yo en lo mesonático.
Hereda el ratón al gato, y la causa de la disensión entre gatos y ratones.
     Pero dio en no se morir y yo en que con su candil había de encontrar la merced de Dios con miel por encima, como dijo el bobo.
 
APROVECHAMIENTO
     Débense guardar las viejas sencillas de mozuelas que con halagos conquistan, no tanto su amistad, cuanto su hacienda.
 
Suma del número 2.
NÚMERO SEGUNDO
De la bizma pegajosa
 
SEXTILLAS DE PIES CORTADOS
 
Entre el barbero y Justina ordenan una bizma con que estafan a la mesonera.      Sáncha Gómez, mesone-
     En su mesón recibi-
     A la pícara Justi-
     Y al mochillero y barbe-
     ¡Linda trinca, por mi vi-
     De mazo, flux y prime-!
 
     Tomaron la posesi-
     De la apacible posa-
     Y la Sancha los rega-
     Mas llevó su mereci-
     Que quien hace bien a rui-
     Jamás espera otra pa-
 
Prueba ser la mujer inventora de estratagemas y fictiones.      La primera que oyó fictiones en el mundo fue la mujer. La primera que chimerizó y fingió haber remedio cierto para muerte cierta fue ella. La primera que buscó aparentes remedios para persuadirse que en un daño claro había remedio infalible, fue mujer. La primera que con dulces palabras hizo a un hombre, de padre amoroso, padrastro tirano, y de madre de vivos, abuela de todos los muertos, fue una mujer. En fin, la primera que falseó el bien y la naturaleza, fue mujer.
     Dirás, hermano lector:
     -Pues, Justina, ¿adónde apuntan los registros de ese breviario?
     Anda, déjame letorcillo, que en haciendo un pinico de predicadora, luego me tiras nabos. ¿Sabes a qué voy? A que nadie se espante si nos viere a las mujeres fingidoras, disimuladas, recetistas, bizmadoras, saludadoras, y todo sobre falso, que todo es heredado, y más que yo me callo. Y también voy a contarte lo siguiente.
Higas a médico.      Ofrecióseme decir a Sancha, la mesonera que te he referido, que aquel hombre que venía conmigo, a quien ella había visto apearse, era el médico de mi lugar, y que era muy inteligente y cursado en semejantes necesidades, y, pardiez, arrojéme a esto porque me hice cuenta que lo que allí había que curar, entre él y yo lo podíamos recetar, y dar una higa al médico y dos a la bolsa de Sancha y tres a la alacena y mil a otras cosillas y adherentes necesarios. A este fin, despaché a mi mochillero para que diese priesa a Bertol Araujo, y que acabase de negociar en la plaza de la Regla y viniese, porque importaba.
Desgracia de Bertol.      Salió el mochacho tocando con la boca la trompetilla como posta real, que era este su ordinario caminar, mas cuando el mochacho salía del lumbral del mesón, ya Araujo venía cargado de ventosas y aun de penas, a causa de que, por haberse parado a ver una mona, se le había caído una ventosa en el duro suelo y, temiendo la estrecha cuenta que della había de dar a su mujer en Mansilla, a quien temía como al fuego, comenzó a llorar de modo que las lágrimas hacían correa como si llorara arrope. Ello no me espanto que el hombre temiera aquella mujer, porque solía ella decirle al Bertol:
Mujer apitonada.      -¡Hola Araujo! No me hinchas las narices, que por esta señal que Dios aquí me puso (y era un lunar), y por aquella luz que salió por boca del ángele, y por el pan, que es cara de Dios, que esa tu cara te sarje.
     ¡Miren quién no la temiera!
     Esto alegaba él, y añadía:
La barbera llamada muerte supitaña.      -Señora Justina, ¿ella no sabe que en toda Mansilla no la saben otro nombre sino muerte supitaña? Pues, ¿con qué ojos quiere que vaya yo a verla enojada? ¡Querría más ver cien diablos!
     Yo le consolé y dije:
     -Por cierto, que me parece que ese su mal tiene tan fácil remedio como el hastío de la mula enfrenada del vizcaíno y el estar la roseta del sombrero adelante, que lo uno se curó con quitar el freno a la bestia y lo otro con volver barras al sombrero. No diga él que compró más de siete ventosas, y si pidiere cuenta del dinero, dígale que lo gastó en cebada, que hombres como él es forzoso gastar mucha cebada por estos caminos.
     Con esto quedó más sosegado que el cornudo, a quien, llevando a degollar a su mujer porque había parido de solos cuatro meses y medio, le dijo uno:
     -Hermano, cuatro meses y medio de día y cuatro meses y medio de noche son nueve meses, y así vuestra mujer es nuevemesal.
     Con lo cual dejó el cuchillo, diciendo:
     -El diablo me lleve si te mato.
     Tras esto, le dije en cifra la burla que tenía pensado hacer a nuestra huéspeda, mas hablarle en cifra era hablarle en arábigo; fueme forzoso llegarme más hacia él y decirle, pan por pan, lo siguiente:
Fíngese médico Bertol por orden de Celestina.      -Amigo, yo he dicho a esta mesonera que sois médico de nuestro pueblo. Tomalda el pulso y salíos luego conmigo afuera, que yo os diré lo que habéis de hacer y lo que nos puede valer la trama si se teje.
     Ya yo le tenía acreditado con la mesonera y díchole, a lo menos mentídole, dos o tres curas milagrosas que había hecho en mi pueblo, y que nunca hombre que él curase se murió. Todo verdad lisa, que eso de verdad siempre me precié della.
Bobo callado.      Hizo lo que le dije, que era puro para rocín de tahona, según era de bien mandado. Sólo lo que él eceptuaba en todos los mandamientos era que no le estorbase el llevar con cabezadas los compases a quien le hablaba, y que no le mandasen hablar, porque para semejantes ocasiones nunca tenía palabras hechas.
       Entró, pues, a la cama de la huéspeda, de la cual a una pocilga no había diferencia. Sentóse el médico, graduado en mi escuela; tomóla el pulso, el cual, con la inquietud, andaba tan recio como mazo de batán. Advertíle, por señas, que la hiciese sacar la lengua y la tentase estómago, hígado y espaldas, haciéndola volver y revolver barras por momentos. No hago caso de decirte cómo nos hizo ver visiones. Sólo digo que en estas tentativas se le aumentó el resfriado y, con él, las quejas y deseos que la curásemos.
Ademanes de médico.
Consultas de médicos.      Hechas estas diligencias, nos salimos afuera yo y el hermano médico a consultar el mal y la cura; y a fe que he oído yo consultas de buenos médicos que en graves enfermedades iban con menos tiento que yo en esta ocasión. Resultó de la consulta que por mi orden, en un tono bajo y grave, difinió una receta vocal por el orden que yo se lo iba diciendo, que si alguien lo oyera, más aína pensara que era pregonar que recetar, pues iba diciendo conmigo, y acabóse el razonamiento con decir:
     -Y no falte nada de lo que dijo y ordeno.
     Yo le respondí:
     -Amén.
     Porque parecía mesa de órdenes, según iba de grave y repetido.
     Con esto me entré adentro a intimar a Sancha más distintamente lo que con un confuso sonido había oído al doctor Bertol.
     Díjela:
Receta Justina lo que era necesario para coger miel, huevos y torreznos.      -Madre, dice el doctor Araujo que a v. m. se le ha de hacer una bizma estomaticona, y ha de llevar los requisitos siguientes: tomarás de lo gordo del tocino que está más metido y entrañado en lo magro de un pernil añejo, sin rancido ni corrución; derretirlo has y, con ello algo caliente, fregarás las sobretripas, que por otro nombre se llama barriga o espalda delantera, y juntamente las mejillas dentonas y molares del rostro, porque no acuda el mal a perlesía, después desto, la fregarás el cuerpo con pan rallado; hecho esto, harás una estopada con doce o catorce claras de huevos, no muy frescos, sin que se mezcle yema ninguna, sobre esto, harás una sufasión de miel en buena cantidad, & fiat mixtio; encerótenla y arrópenla. No entenderá todo esto, madre, pero lo principal y los materiales ya lo habrá entendido. Yo me ofrezco a ponerla las manos, y agradézcamelo, que con mi propia madre no hiciera esto. Manda también el doctor que, después de echada esta bizma, se esté queda y cubierta de ropa cuerpo y cara por espacio de hora y media, que con esto será su remedio cierto. ¿Qué me dice? ¿No me agradece la diligencia? Pues a fe que si no entendiera della que es liberal y dadivosa y que en otra cosa me lo podrá pagar, no me ofreciera a tanto.
 
Justina encaja la saya.
     Ella -que estuvo atenta a la receta y tan medrosa de que no se le ordenase cosa que costase dinero, como yo astuta en echar el cartabón de las puertas adentro-, acabado que la oyó, dijo:
Recado de la vieja.      -¡Oh, bendito sea Dios!, que no he menester enviar fuera por cosa ninguna de las que ha recetado el señor doctor, que todo eso tengo yo de mi puerta adentro. Y vos, hija, no perderéis de mí la paga. Tomá, hija, esta llave, con ella podréis sacar pan, huevos, estopa, tocino y miel. Cerrad la puerta de la calle, no entre nadie (treta vieja para decir que no le cogiésemos nada. Mas, ¿con quién las había?).
     Yo la dije:
     -No la hurtará hombre un pelo ni se disporná de nada si no es como lo manda la receta.
Enciende la lumbre con aceite.      Fue necesario hacer lumbre, y como las mujeres somos soplonas de oficio y no había otra por el presente, cúpome a mí la tanda, mas por salir deste trabajo y por no rogar nada a soplos, supliqué al aceite de una alcuza que atizase por mi intención. Remojé con ella los maderos verdes, hice una lumbre real, saqué la yema a un pernil de tocino, freíla con una docena de huevos. Rechinaba el oficio, y la mesonera, muy contenta, pensando que estábamos muy ocupados en hacerle su socrocio.
Fríe sus torreznos.
     Sacamos de pañales lo frito, pusímoslo a enfriar. Mientras tanto, eché en una escodilla el pringue de lo gordo del tocino, lo cual, con unas claras de huevos, llevé para curar a Sancha. Con esto la unté la barriga, y quedó tal que parecía cordobán vaqueteado; con lo que sobró, le floté los hocicos, de modo que parecía vendimiadora golosa. Tras esto, le calafeteé todo el cuerpo con mucha de la clara de huevo y miel, con que quedó tan clarificada como pegada. Tras esto, la revolví las estopas al cuerpo, y quedó de suerte que, en ser redonda y con pelos, parecía vellón en jugo, y en lo apretativo de las estopas y claras, parecía cuba breada. Cubríla cuerpo y rostro y arropéla. Como todo su mal era cansancio y frío, con ropa y calor descansó.
Sancha untada y calafeteada.
 
 
Sancha arropada y sudando.
     Dejé a mi Sancha cubierta como perol de arroz, sudando más que gato de algalia, tan cubiertos sus ojos y sentidos, cuan atentos los míos por ir a despachar lo frito.
       Cenamos, y no digo más, porque sabiendo la cena y la gana, estáse dicho el cuento. Ya que vimos a la cena el fondo y bebido de la bota de cuero de Araujo, remordióme la conciencia, y fui a destapar el perol de Sancha. Halléla medio loca de contento, dándome por lo hecho más gracias que si yo fuera el mismo benedicamus domino en persona. Parlaba tanto y prometía tanto, que temí no se resolviesen sus promesas en palabras y las palabras en aire, que es su fin y su principio.
Vanidad de palabras.
     Ya me enfadaba, y díjela:
     -Madre, acabe de dar gracias tan repicadas en canto de órgano; déjelas para el Gloria in excelsis.
       Ofrecióme si quería quedarme en su casa, dándome a entender que no estaba fuera de hacerme heredera de su hacienda. Yo repudié la herencia, y repudiara mil a trueco de no quedar en la pocilga de tan gran cochina, porque temí que, a pocos días que allí estuviera, me convirtiera en chinche como la doncella Onocrotala, la cual, por ser tan puerca, fingieron los poetas haberse convertido de mujer en chinche, y que desde entonces este animal, por lo que tiene de mujer, busca de noche compañía y, por volver por su honra, busca ropa limpia, porque piensen que lo es ella. Así que herencia de a pie quedo yo la repudié. Verdad es que si yo me quedara en su casa, a pocos sorbos como estos yo la pusiera a ella y a su hacienda tan en delgado, que ni tuviera para qué sacarse el unto ni para qué gastar un comino para dar al escribano por la nota del testamento o codicilo.

     Bien sé yo que si le preguntaran a Móstoles qué le parecía de la burla, bizma y receta, dijera mal della, por cuanto no se recetó vino para la cura, pero no creo yo del clementísimo Móstoles que, si me oyera mi razón y viera que no era justo hacer receta dudosas con que se pusiera la burla a peligro de dar en vago, dejara de darme por excusada. ¿No es claro que si yo recetara vino, corría peligro el querer sacar dinero y, tras eso, se había de dar cuenta a vecino? Sí. Pues, ¿qué burla puede medrar donde el secreto se extiende más de a dos? Antes, por esta misma razón, enviamos a pasear el mochacho mientras anduvimos de botica, cuanto y más que todo tenía remedio, ni aun yo le di malo, y es el siguiente:

Doncella Onocrotala convertida en chinche.
Chinche, por lo que tiene de mujer, busca compañía, y por su honra, busca ropa limpia.
Móstoles condena receta donde no hay vino.
Trazas para ser buenas las burlas.
     Yo le dije al barbero:
     -Señor licenciado, no es justo que la vieja deje de pagar la bota, pues lo bebido fue por su intención. A la verdad, si yo quisiese de bueno a bueno sacar a la huéspeda para vino, bien creo yo sería el lance cierto, pero lo uno, por reservarme para cosas mayores, y lo otro, porque lo hurtado es más sabroso (y aun de más estima, porque va por obra de entendimiento y traza), quiero que con maña saquemos a Sancha dinero con que remojar la obra, que anda muy seca, como dicen los oficiales cuando echan la buena barba.
     ¿Qué hago? Dígola:
     -Madre, ahora sólo resta, para que el mal no acuda a perlesía, que se le echen dos ventosas en los dos carrillos.
Mamonas a Sancha.      No hube bien dicho esto, cuando el Bertol, que estaba encarnizado en curar la vieja, desenvainó las dos ventosas; pero antes que se las echase, de común consentimiento, la hecimos muchas mamonas, con achaque de que era necesario hacer llamamiento de humores a las mejillas para que la ventosa los desbombase. Ya que tuvimos gastados los dedos de hacer mamonas, y las reideras de celebrarlas, echámosle las dos ventosas, las cuales encarnaron y tiraron de manera que la boca se reía renegando, los ojos parecían deciplinados y los oídos como de liebre.
Ventosas de Sancha, con que excede los consejos de Catón.      Con esto, excedía la Sancha a los consejos de Catón, pues no sólo callaba como él manda en la cartilla, pero ni vía, ni oía, ni aun podía. Con todo eso, la cubrí la cara con la sábana, porque de lo que no se ve no se da testimonio, y con dos deditos eché mano a la bolsa de Judas que tenía colgada a la cabecera como si fuera diciplina, y saqué a discreción cuartos, los que bastaron para lamprear los torreznos en la sartén de mi estómago. Ya diome conciencia de tenerla tanto en el potro, y cuando la destapé, estaban tan bien medradas las ventosas, que no se le vía la cara. Parecía acémila de grande, con armas de bronce en la cara.
Coge cuartos a Sancha.
Símil.
     También, para quitar escrúpulos, le dije al licenciado que si algo fuese de más a más, lo tomase por el trabajo.
Dicho del sotateólogo que, con mal fin, reprendió a Justina.      Muchas veces me he acusado de esta gatada que hice a Sancha, y estoy bien en que me culpen, pero no tanto como me culpó una vez un sotateólogo, que me dijo en una venta y sobremesa -sabe Dios con qué intención- que él sustentaría que el mayor pecado del mundo era retozar con la bolsa, y que esto defendería en pública disputa.
     ¡Hideputa traidor! Sin duda lo dijo por concluir que era menor pecado el retozar con las gentes que con la bolsa. Nunca argüí tanto como con aqueste cabrahigo de teología. Oye lo que le dije, que aunque es necedad meterse las hembras a tontólogas, con todo eso, sé que te holgarás de verme metida a teóloga.
     Díjele:
       -Señor talego, digo teólogo, no niego que burlas con la bolsa traen consigo carga de restitución. Bien sé que es gran pecado, pero no hay por qué hacer albórbolas, sabiendo que una gran necesidad, aunque no todas veces excusa del todo, pero siempre excusa en parte, que aun los sabios, para pintar la excusa, la pintaron muy flaca, hurtando un asador con carne asada, donde dieron a entender que no hay pecado más excusable que aquel que procede de la necesidad de comida y sustento.
Albórbolas de necios teólogos.

Necesidad excusa en parte.

     Estuvo tan necio, que se puso a disputar conmigo, como si yo fuera la misma universidad de Bolonia, y arrojaba teologías de dos en dos, como pernadas de mulo, que no había quien asiese una. Si alguna dijo que se le pudiese apuñar, fue que mirase que por gula se perdió el mundo.
     Yo, pardiez, como vi que la teología me había venido a las manos, díjele:
Gula, feliz ocasión.      -Ahí verá que este pecado de la gula no es tan desesperado, pues aunque fue principio de nuestros primeros males, también fue ocasión de nuestros postrímeros bienes.
     ¡Tomaos con Justina! ¡Si se ha emboscado en por el paraíso terrenal! ¿Qué pensaban? Concluí la disputa con darle un corregimiento hermanal, diciendo:
     -Hermanito, ya que es sembrador, no me siembre de espinas el camino del cielo; distinga entre el ser gulosa y pecar contra el Espíritu Santo. No quiero decir que no es mal hecho, que christiana soy y bien se me entiende que comer a costa ajena no está en ninguna de las siete obras de misericordia, sino, cuando mucho, estará a las espaldas de los cinco sentidos corporales, juntico a los tres enemigos del alma, sino que es malo y remalo, pero no nos quiera decir que todos los pecados son de una marca.
Mala la gula y hurtos de comidas.
Eutropolo convertido en mona, y por qué.      Ya me iba enojando contra los espantadizos, mas yo les perdono con que rueguen a Dios me dé con qué restituir estas y otras burlas, porque no piense alguno que me ha de acontecer lo que fingieron haber acontecido a Eutropolo, que era gran burlón -conforme al nombre-, y, porque pagase culpas, le convirtieron en mona, a la cual los muchachos hicieron muchas burlas hasta tanto que lastó sus maleficios en el mismo género de sus ofensas.
     Ello no es posible este metamorfosis. Mas cuando mis culpas lo hicieran posible, sólo me consolara con que hay ya en el mundo tantas monas de medio mogate, que si yo lo fuera, fuera, entre tantas monas, monarcha.
APROVECHAMIENTO
     Permite Dios, por justo juicio suyo, que quien gana hacienda con engaño, sea engañada de otros en honra, salud y hacienda, porque pague en la misma moneda sus delitos.

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