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Capítulo cuarto

De la partida de león



 
Suma del número.
NÚMERO PRIMERO

De la despedida de Sancha

 
SONETO
 
Despedida de Sancha y segunta estafadura.      Justina se despide y pide a Sancha
     La paga de la bizma y medicina,
     Y porque dé de sí, la muy mezquina,
     La aprieta con sus brazos, aunque es ancha,
 
     Y como la lisonja siempre ensancha,
     Dio de sí, y dio truchas, miel, cecina.
     ¡Oh, omnipotentísima lisonja,
     Cuánto vales, cuánto puedes, cuánto enseñas,
 
     Y más si te encastillas en mujeres!
     Allí del bien ajeno eres esponja,
     De allí vences durezas, rompes peñas,
     Lo que quieres puedes y puedes lo que quieres.
 
     Es uso en la ciudad de León -a lo menos entonces éralo, ahora no sé si se ha quitado con los diez días -digo que era uso que a las cuatro de la mañana el abogador de una cofradía en voz muy alta, iba por todas las esquinas de las plazas diciendo a voces:
     -Encomendaréis a Dios las ánimas de Fulano Pillitero y de Fulana Pilletera.
     Y por aquí iba echando una letanía de gente del otro mundo. Y como yo aquella noche había estado tan despierta que había contado todos los relojes, y estuve atenta al pasar este pregonero eclesiástico, espantóme y duróme el periquillo hasta que la Sancha me refirió la corónica de la cofradía y no con poca devoción.
Justina se espanta.
     Después acá me ha parecido que sería bien mandar quitar aquel uso, que quien oyere aquello a tal hora, pensará que o es cofradía de trasgos o zorra de morrazos.
     En esta sazón me acabé de vestir y fui a dar los buenos días a mi burra, y qué tales los tenía ella con estos bodorrios. Volví arriba a tomar la bendición de la gran Trapisonda de mi huéspeda, y preguntóme que qué hacía el licenciado que no la vía.
Excusa fingida y verdadera.      Yo le dije que había partido muy deprisa aquella mañana y que las causas de irse ansí habían sido muy urgentes, lo uno, porque a lo que yo creía, tenía mucho que curar en Mansilla, y lo otro, porque él había allí en León ordenado una sangría a una persona en sana salud, la cual no sucedió bien, y por temor de que no le denunciasen, se había partido. Verdad es -añadí luego- que él no tuvo la culpa, porque la misma persona que el quería sangrar le dio ocasión, y antes me espanto cómo no la desangró, según ella anduvo descuidada y dormida.
     -Así lo creo yo (dijo Sancha Gómez), que no tendría la culpa el señor dotor, que se le echa a él muy bien de ver que es muy cuerdo y atinado, y por mí lo veo, que nunca hombre tanto bien me hizo, ni médico me curó tan diestramente, y cuando más señales no hubiera en él para ver cuán honrado, cuán discreto, cuán cuerdo y cuán bendito es, basta a ver las pocas palabras que habló.
Capta la atención al lector.      Por tu vida, oyente mío, que aunque te parezca fuera de propósito, me escuches y juzgues si tengo yo razón en una cosa que te diré. Sabrás que no hay cosa que más ofenda y dé en rostro que oír y ver que algunos, y aun muchos, alaban y engrandecen a algunas personas bobas de ejecutoria, sin otro fundamento, principio, ni razón más que decir: Fulano es discreto, es santo, sabido. ¿Por qué? Porque no habla, porque no dice gracias, porque no se burla. Y hoy día hallarás en las repúblicas y comunidades que unos necios desconversables, impolíticos, groseros hacen favor a algunos personajes por decir que no hablan.
Enojóse contra los que alaban a otros sólo porque no hablan, siendo bobos.
Prueba ser indignos de ser loados los que callan por no poder más.      ¡Aquí de Dios y válgalo el diablo!, como decía el bobo. Si estos no saben hablar, ¿qué mucho que no hablen? ¿Qué universidad jamás graduó de dotor en callar?¿Qué virtud puede haber donde hay fuerza? Luego si estos callan por no poder y no saber hablar, ¿por qué han de dar nombre de virtud a lo que ellos mismos quisieran excusar?
     Dirá la otra vieja roñosa:
     -Hija, ¿no ves el seso de Fulanita, que ni ríe, ni burla, ni dice gracias, ni donaires, ni es chocarrera?
     Diré yo:
     -Pues, ¡vieja maldita!, ¿hay cosa más fácil que dejar de hacer lo imposible? Pues ¿por qué alabas en aquella lo que le es forzoso? ¿Qué donaires quieres que diga quien, si se echa al aire, no tiene alas con que volar? ¿Qué gracias quieres que diga quien por naturaleza salió en desgracia con las tres hermanas que son las madres de las gracias? ¿Qué burlas quieres que haga quien no sabe qué son veras ni qué son burlas?
Tontos puestos en honra porque favorecen a otros tontos.

Declara que loa y que no alaba.

     Lo que yo entiendo es que como algunas veces hay tontos mudos en buenos oficios, acreditan otros tales por calificar su patrimonio y aperdigarlos para que sus oficios se hereden en personas tales, y lo que peor es, que discretos habladores favorecen a veces tontos mudos, parte porque los han menester para campear junto a ellos como rosa entre espinas, parte porque presumen que los tales, como no hablan, no parlarán sus males, y de éstos se fían por ver que tienen el secreto en el pecho, y yérranlo, que antes estos tontos medio mudos, como no saben hablar en canto de órgano, una vez que abren la boca es para decir en canto llano las verdades que saben, tope a quien topare. En fin, que tienen en el pecho secreto y en la boca secreta.
Vituperio de parleros.      No alabo el parlar mucho, que bien sé que es gran mal; bien sé que es resolver el alma en aire y dar la llave del castillo al enemigo (Dios nos libre y nos guarde), y que contiene otros mil males que la lengua los calla por no escupirse a los ojos; mas lo que vitupero es que se tenga por grandeza y blasón decir que uno no hace lo que no sabe y que sepa callar quien no sabe hablar. Si el que no habla es porque no conviene, santo y bendito; ese tal es digno del lauro de un Hipócrates y Agenore; pero que ese se dé a un callón de por fuerza, es necedad, y por tal la declaro por estos mis escritos.
 
Cuándo el callar sea bueno.
       Bien está, tornemos a poner los bolos y vaya de juego, que no quiero predicar porque no me digan que me vuelvo pícara a lo divino y que me paso de la taberna a la iglesia. Sólo dije esto a propósito de la mesonera que alababa al doctor Bertolo, no sólo de gran médico, pero de hombre de pro, porque hablaba poco. ¡Concértame esas medidas! ¿Qué tiene que ver hablar poco con ser buen médico?, como si el ser médico consistiera en abogar en el tribunal de las parcas para que de hilanderas se tornaran en ser cocheras, para traspalar gentes de muerte a vida. Vean aquí lo que yo digo:
 
No consiste todo en callar.
     -Esta Sancha, como era una jumenta, cuadróle aquel asno mudo.
     -Pues, dime, vieja de Bercegüey, si todo el mundo fuera mudo, ¿quién te relatara la bizma que te sanó?
     Sino que ya es refrán viejo, «lo que ignoran baldonan».
     Una cosa dijo Sancha con la cual yo estuve muy bien, porque la estuve aguardando el envite al embocadero.
Regalos de obra menguan con la ausencia, y los de la boca crecen.      -Pésame (dijo Sancha) que se haya ido el señor dotor sin decirme nada, que quisiera yo darle un muy buen regalo por el trabajo.

     Ya yo sabía que la ausencia aumenta los regalos de boca y apoca los de obra, que por eso pintan a la ausencia con la lengua de fuera y las manos cortadas, y porque esto no tuviese lugar, determiné hacer conforme al antiguo refrán que dice: «Cuando te ofrecieron la cochinilla», etc., y en cumplimiento dél, la dije:

Sacaliñas de Justina.      -¡Ay, señora! Si v. m. tiene afición al dotor, mi primo (que mi primo es), y tiene gusto de obligarle, no lo pierda por estar ausente, que yo se lo llevaré, que aunque sea una trucha o cosa fresca llegará muy buena a Mansilla, pues me parto ya y he de caminar con la fresca de la mañana.
Dávida de mala gana.      A ella, creo, le pesó de haber regoldado la oferta del regalo, mas como la había hecho con tanto ahínco y yo fortalecídola con mayor y tomado los puertos a todos los peros que podían estorbar su intento, no tuvo lugar de tornar la habla al cuerpo.
     Replicó:
     -Pues, hija, ¿qué os parece a vos que se le podría enviar que le estuviese bien?
     A mí bien se me ofreció decirla:
     -Pues, madre, ¿ese es el buen regalo que teníades aparejado? Mal aliño tiene de dar regalo quien no tenía determinado nada.
Bordón de lisonjeros.      Pero no me pareció ir en esa letura; antes, para alejandrarla, así del ordinario bordón de lisonjeros, diciendo:
       -Madre, en casa llena presto se guisa la cena. Tiene la casa tan proveída de regalos, que el menor se puede dar al príncipe y a la princepa, cuanto y más al dotor, mi primo. Mas, pues lo pone en mi albedrío, paréceme que aquel jarrillo de miel que tiene en la alacena será allá muy estimado, y yo me amañaré bien a llevarlo si va así lleno como ahora está, porque si se vacía algo, batucarse ha todo y perderá la miel su fuerza, y por mucha cuenta que se tenga, se caerá y verterá toda.
Pide la miel con maña.
Dar de avarientos.      Fue razón concluyente, y allá, a tragantones y con hartas contenencias, me la dio.
     Paréceme que si la Sancha cupiera dentro del pipotillo de la miel, se me metiera en ella, según se le fueron los ojos tras él al punto que me hizo la entrega, y no hacía sino destaparle y mirarle como si me pidiera que la diera testimonio jurídico de algún cuerpo muerto que me depositara allí. Harta gana tuvo ella pedirme que la dejase mermar algo de la miel, pero, para si esto me dijera, ya yo había reparado el golpe con lo del batuquerio y derramamiento.
     Tras esto, metí yo mi coleta también, y dije:
Segunda vez pide Justina para sí.      -¡Ah, señora! ¡Para mi primo se hizo la tierra de promisión, que manaba leche y miel, y para mí no darán agua las piedras! Pues a fe que, si no fuera yo nacida, que v. m. fuera muerta, y con los muchos no apedreé yo las viñas. Si yo comiera miel, no se me diera nada, que de este regalo partiéramos yo y mi primo, mas soy muy poquito gulosa de cosas dulces. ¡Ea, reina, siquiera porque me acuerde della en mis pobres oraciones!
Confianza necia.      Quiso Dios que oyó las mías la vieja, y me dio un pedazo de cecina que tenía debajo del almohada, no tan frío como puerco, y una gargantilla de abalorio, un rosario melonado, bien labrado, de azabache tan fino como yo, y (lo que más es) me dio la llave para que yo sacase estas galas de una arca donde tenía este flete, en un escaparate hecho de ochos y nueves. Yo, por pagarle la confianza que de mí hizo, le cogí un espejo del arca; merced fue que le hice para que no viese su maldita cara y se ahorcase como arpía; mas no haría, que yo la vi tocar en los cristales de una herrada de agua, y no desesperó ni se ahogó.
 
 
Cógele el espejo.
Arpía, se ahoga viendo su cara en el espejo del alma.
     De gasto de cebada y costa de posada no hubo memoria, que cuando corre la ventura, las aguas son truchas.
El avaro cuando da es largo.

Tanto da el avaro como el franco, y por qué.

     Créeme que un avariento, la vez que da, es Alejandro, es como Zapardiel cuando sale de madre. Yo hallo por mi cuenta que tanto da el avaro como el franco, sino que el avaro lo da de un golpe y el franco de muchos; el liberal, como siempre piensa en el dar, siempre piensa en el retener, y así salen de sus manos las franquezas con freno y falsas riendas; pero el avariento da sin freno, porque da con deseo de poner fin de una vez a los dones todos.
Séneca.

Aténgome a don de liberal vivo y testamento de avariento muerto.

Fábula de la gata bodegonera, a propósito de que el avaro cuando se suelta a hacer amistad, da mucho.

Corta las uñas la gata para medir.

     He oído referir de Séneca que, en materia de espontáneas donaciones, se atenía a los dones de avariento vivo y testamento de liberal muerto. Y en el libro de jauja se refiere que cierta gata era bodegonera y tenía en su servicio otra gata a quien encargó ciertas varas de longaniza para que las vendiese a palmos; vino a la tienda cierta garduña amiga suya a comprar ciertos palmos de longaniza, quísola hacer cortesía y dar buen palmo y, pareciéndola que palmo de gato es muy estrecho, se hizo cortar las uñas y con ellas enhiladas en largo le midió el palmo tan largo como su voluntad. Pidióle su ama a la gata razón de tamaña perdición y de un medir tan sin medida; a lo cual respondió:

     -Quien mide a amigos, no puede medir con uñas, y por eso me las quité, y si el palmo salió grande, yo no excedí el mandato de v. m., porque palmo hecho de uñas de gato, palmo de gato es.

Medir de entre amigos.
     Entonces la gata señora dijo con grande prosopopeya esta sentencia:
Sentencia de la gata con que se cierra el intento.      -Sin duda, que la vez que hace merced un gato, es Alejandro.
     El emboque de la aplicación me perdona, pues ves que le dejo por estar la bola tan junto a barras, que entre buenos jugadores pasó por hecha. Bien te pudiera traer el jeroglífico del gusano de seda el de las hojas del oro y el del cáñamo, mas no quiero, por cesar de ser coronista de esta mesonera de la pestilencia.
Apunta otros jiroblíficos a propósito.
Abrazo de Sancha, enfadoso.      Sólo te digo que harto bien pagué su liberalidad, pues sufrí que me abrazase, o, por mejor decir, me cinchase, y yo la medio abracé; digo medio abracé, porque para abrazarla por entero fuera necesario un arco de la cuba de Sahagún.
     También sufrí derramarse sobre mi albanega ciertos lagrimones de oveja vieja, y me retocase con sus claras, olor y estopas, que tuve bien que hacer en sacudir de mí tascos y pegotes.
 
APROVECHAMIENTO
     La hacienda mal ganada siempre paga censo a malos y a buenos, que contra el ladrón, los unos sirven de verdugos y los otros de jueces.
 
Suma del número.
NÚMERO SEGUNDO
Del desenojo astuto
 
Parte de León Justina encuentra en el camino al bachiller y, con un nuevo engaño, le desenoja y le coge dinero, y hace creer que ella le trató verdad en lo de la miel.
SÉPTIMAS DE TODOS LOS VERBOS Y NOMBRES CORTADOS
 
     En el capítu- siguient-
     Se cuent- un cuent-admira-
     De un bachill- disparata-
     Neci-, bo-, loc-, imprudent-,
     En quie- se cumplí- el refrá
     Que tras cornu-, apalea-,
     Y tras los cuern-, peniten-.
 
Salida apresurada.      Salí del mesón con la furia que sale el impetuoso torbellino impelido del Eolo enojado, y aunque pasé por mi primera posada, no me dio temor ni de los Pavones ni de la mesonera, porque los unos tuve por cierto que estaban en cartis pitis, y la mesonera -a la ley de creo- había trabado la ejecución en los muebles del bachiller. Mi burra iba bien cargada y sin peligro de que el aire la llevase a transformar en canícula, a causa de que mi criado y yo habíamos metido en las alforjas más especies de cosas que cupieron en el arca de Noé. Porque como mi mochillero entendió la vida y humor de su ama, también él hacía por su parte tiros, mochilla y levadas conforme a su capacidad, que no se puede pedir más a un muchacho de poca edad. Seguía el arte y entendíala, y vilo en algunos buenos tiros que hizo a inocentes platerillas. Mucho me debe aquel muchacho. Hícele hombre, que si yo no fuera tamboritera, no saliera bailador.
Burra cargada.
Mochillero hace tiros como su ama.
Buenas salidas.      Aunque salí de León por la misma parte que entré, y dije mal de las entradas, me parecieron bien las salidas, que las tiene León muy buenas, mucho, mucho. Entiéndese si las salidas son para no tornar jamás, como yo lo he hecho.
Cantar alivia el camino.      Venimos cantando yo y mi lazarillo -que el cantar alivia el cansancio-, y aun la burra roznó su poquito bien, viendo echar el bajo a un burro que la salió a recebir, el cual para medir lienzo no le faltaba todo. No me alabo de lo que canté, porque no falta quien diga que en las mujeres, en cuanto crece la dulzura del canto, mengua la inclinación a las virtudes, sino de que dije coplas que me parecía que se me hacían de mohatra. No me espanto que cantase Marta después de harta, que el contento fue el padre de las musas y abuelo de la poesía, y el Parnaso fue corte de la poesía por ser paraíso de los deleites.
Mujer cantora, sospecha de mal inclinada.
El contento, padre de la poesía, y por qué.
     Con este ejercicio fue mi burra viento en popa hasta encimarse y arribar a la cumbre del portillo de Mansilla, y, en viéndose a vista de mi pueblo, cayó, mas la noble e hidalga burra se levantó en un punto más orgullosa que antes, de modo que me dio al alma, si, aquella burra, como era ciudadana y reconoció tierra de villa al caer, hizo lo que Julio César, que cayendo dijo:
     -Téngote, África, no te me irás.
Mudanza acarrea el deseo de sosiego, y un extremo otro extremo, y da la razón.      Todas estas aventuras y concetos me llevaban empapirotada el alma y con próspero viento marchaban mis sentidos a tornar puerto en mi querida villa, que es naturalísima cosa a una mudanza acarrear un deseo de sosiego y un extremo otro extremo, porque como, desde el príncipe hasta el último gusano o polvo terreno, todas las cosas están armadas en el fuste de la mudanza, es claro que, por no salir de quien son, jamás toman ningún puesto, si no es para que sirva de paso y tránsito.
Nunca engaña el corazón, y por qué.      Algún miedo llevaba de si el bachiller melado, parte de cansado y parte de enojado, me aguardaba en el camino, y como sea verdad que un fiel corazón nunca engaña, por la parte que tiene correspondencia con principios aún más altos que el mismo cielo corporal, tampoco en esta ocasión me quiso ni pudo engañar.
       Dicho y hecho. Al revolver de una peña cortante, le encontré muy melancólico y pensativo, que sin duda la cólera adusta y requemada de tanto esperarme se le había vuelto en melancolía. Pero como es natural que la vista del matador hace revivir la sangre helada e inquietar las precordias, alborotósele la pajarilla, y, como si él fuera una colmena de avispas ofendidas, con esa misma furia y susurro de palabras comenzadas y no acabadas, henchía el aire de quejas y a mí de algunos temores.
Enojo necio del bachiller.
     El mayor que yo tenía era no hubiese cogido alguna sopa de arroyo o marinica de cascajal, que es lo mismo que lágrima de Moisén, y, dicho en romance, es un guijarro. Esto me hacía mirarle a las manos y a la faltriquera, por si la había hecho vivar de estebanías, que lo demás no me daba pena, que era un lebroncillo y no valía sus orejas de agua para cosa de pendencia. Si él fuera un David, no temiera, que los Davides y los corteses sólo tiran piedras a los gigantes y no a damas; si un Adán, aunque yo hubiera pecado más que Eva, no temiera, porque nunca he oído que Adán apedrease ni aun tiñese a Eva por el daño que hizo. Si supiera el capítulo que en el libro del duelo, que compuso Doña Oliva, y trata la venganza que pueden tomar los hombres de las mujeres que les ofenden, no temiera, pues se dispone allí que basta por venganza tornarlas un guante. Mas de todo sabía poco, y menos de disimular. Pero, confiada en que nunca me fue mal con estudiantes, se atrevió mi pobre chalupa a abordar con su buen calafateado o enmelado bergantín, no con poco cuidado de desimular la risa de la burla, la pena del mal olor y el temor de sus desacatos.
Llegada con temor.      Era gran habladorcillo, y, por no perder la costumbre, quiso vengarse, no con piedras, sino poniendo en la honda de su lengua las crudas e indigestas razones que se siguen:
Represión del bachiller.      -Mala hembra, ¿por qué has querido authorizar con la honra que me has quitado tu mesonera e ingrata descendencia? Serpiente, ¿por qué me has hecho arrastrar por los suelos de las camas bañándome de espurcicia? ¿No sabes lo que yo y tú oímos en un sermón, que el estiércol de una golondrina causó mil pesares en casa de un santo que no se me acuerda cómo se llamaba? Pues ¿por qué has querido estercolarme de hoz y de coz tan sin lástima de mí? ¿No había otras burlas más enjutas y de mejor olor? ¡Naciste entre sebosos ratiños! ¡Criástete como gusano en estiércol de letrina!
Llámale asno.      ¿Qué te contaré? Díjome cosas que no cupieran en el Calepino. Yo no por eso perdía tiempo ni perdoné algún jo a la burra, antes decía el jo doblado, con presupuesto que el un jo era para la burrica y el otro jo para el bachiller melado, aunque no melifluo. Ya quiso Dios que paró la bomba. Bien pensó él que le respondiera yo algunas razones con que ablandara algo su escropuloso enojo, mas no se me ofreció otra respuesta sino la de Marcela a Garcerán:
 
Respuesta de Marcela.
 
     ¿Quiere darme por escrito
     Ese largo parlamento?
     Que me importará infinito
     Para un negocio que intento.
 
     Corrióse, porque era copla usada en Mansilla y recibida por afrenta, si una moza la decía a quien la hablaba.
Ademán de necio enojado.      Entonces él, enojadísimo con la afrenta de la respuesta presente y burla pasada, echa mano a un puñal, de dos que llevaba en la mano, y, a cofre cerrado, me amagó como valentón.
     Yo quisiera atropellarle con la burra, mas aunque la espoleé, no me entendió, o si me entendió, no le quiso hacer mal, por el símbolo y parentesco que entre ellos había.
     Ofrecióseme de hacer del ojo al acólito para que conjurara sobre él una nube de pedradas con que siquiera le espantara. Dejélo de hacer, porque como mi picarillo era determinado, sabía que tardara yo más en decírselo que él en empedrarle la cara y esmaltar la miel dorada con la sangre de sus venas. Y ansí me determiné tomar por mi persona la empresa de espantarle, confiada en que no era yo la primer mesonera que triunfó de hominicacos.
Ademán de Justina enojada.      Bajé, pues, como un león pardo o azul, y fingiéndome furia de onza, y aun de arroba, le amagué con un terrón y juntamente le hice un gesto tan de hircana furia, que tuvo por mejor mostrarme él a mí las espaldas, que esperar a que yo le mostrara a él los dientes. Con este ademán, nos quedamos ambos hechos estatuas de salvajes de armas, él con sus dos dedos empuñados en la mano, yo con mi terrón, punta al ojo; él medroso, espantado y absorto de ver mi ademán; yo perseverante por meterle el gesto en las tripas.
Quédanse como estatuas.
Desenojo.      Ya fuimos a menos. Retraje el brazo, eché a mis espantadores ojos las cortinas de mis párpados y plegué el pendón de mis extendidas cejas. Yo perdí el miedo y él la cólera, con que pudo hablarme con algo menos rumbo, aunque no menos correa -que en esto del decir tenía rauda despepitada.
     Llegóseme cerca y dijo:
Razón de menos enojado.      -Señora Justina, que no lo hacían por tanto, que cinco dedos envainados en la palma nunca dan estocada de muerte. Particularmente que un agraviado, de justicia, pide algún camino para su descargo, y el que yo intenté no era el más costoso. ¿Parécele bien, señora Justina, haber afrentado su sangre, enlodar a sus parientes, poner mal olor en mi fama y mi persona? ¿Pues así me paga que todo el camino de la romería la vine acompañando, hecho un Roldán contra todos aquellos y aquellas que la querían agraviar? Dígame, ¿es posible que no tuvo miramiento una doncella tan limpia y tan honesta en porcar un cesto nuevo y limpio como aquel, y tras esto, poner mi vida al tablero por defender su honra y su limpieza, o, por mejor decir, su suciedad?
Cargo necio.
Habla a la mano al bachiller.      Ya yo sabía que aguardar fin a sus bachilleras razones era buscar el fondo al mar con sonda de calabaza o cabeza de alfiler, y por tanto le quise atajar, temiendo no me diese ocasión de segundo relámpago.
       -¡Basta, basta! (le dije). Basta, señor enlodado, el de mal olor en su fama y su persona. Si él es un bobo, ¿qué culpa le tiene el concejo? ¿Por qué, pues yo le dije que fuese a la cama en que yo dormí, no subió paso a paso, sin ruido, a la propria cama donde yo le dije? Si él fue a otra cama de algún puerco como él, ¿de qué se maravilla que le ensuciasen y afrentasen? En las camas donde yo duermo nunca yo dejo esos incestos. Si fuera a la propria cama donde yo dormí, hallara ser verdad cuanto le dije, y que debajo della estaba un gran cesto de favos de miel. Y, por más señas, sepa que el procurador que trataba mi pleito en León no los quiso, porque me hace el pleito de balde, y yo, por no traer sucia la alforja, derretí los favos en casa del procurador y traigo la miel conmigo en un perolejo vidriado. Véala aquí, para que entienda que es un tortolico y que no hace cosa a derechas; y sepa que no lo tiene todo averiguado, que no lo hará con un real de a cuatro lo que me debe. Lo uno, porque sepa que no me costó poco a sacar de rastro el cesto y favos, que como él lo metió todo a barato, ya no había rastro de la miel y pensaba que era negocio dejado, y para sacar el juego de mañana, di un real a una moza del mesón que me parló cómo y dónde estaba. ¡Mire si yo no fuera ladrona de casa y supiera negociar en mesones, qué bueno lo había parado! Lo segundo, que por el daño que él hizo y por vengarse dél, me tomaron a mí más de tres reales de miel y el cesto, y hube de comprar este pote vidriado. Velo aquí todo, pote y miel y el cesto.
Entabla segundo engaño diciendo que el bachiller tuvo la culpa.
Persuade su pérdida Justina.
Quítale el sombrero en prendas de cuatro reales.

     Y mostréselo, y al verlo, quitéle el sombrero en prendas.
     Él, confuso y convencido de verse culpado y la claridad al ojo, cortóse y no supo qué se hacer. Parecióle que había de ser segundo pleito de mesonera, y tanto mayor cuanto yo era mesonera mayor de marca. No tuvo otro remedio sino hincarse de rodillas y pedirme, por las plagas de San Lázaro, que le fiase la paga hasta que nos viésemos en Mansilla, mas yo, como soy misericordiera y eché de ver que no llevaba moneda en que trabar la ejecución, se le torné con algunas ceremonias y ratificaciones de que escupiría el real de a cuatro en viéndonos en Mansilla. Pidióme también con mucha instancia que no dijese cosa de lo que por él había pasado a nadie de Mansilla. Yo no le dije sí ni no, porque pensaba, en cobrando el cuatrín, no dejar persona escolar ni lega a quien no dijese el chiste. Y, por contentarme, me dio algunas cintas y arenillas que de León traía, lo cual todo lo tomaba yo con un ademán tan grave, como si le hiciera merced de la vida.
Convéncese el bachiller de culpado.
 
Disimulación de Justina.
Toma lo que le da y con gran señorío.
Dale matraca Justina para que se vaya.      Ya que vi que no tenía más que dar sino palabras suyas, que para mí eran tan enfadosas, comencé a darle matraca, avisándole que si allí no desfogaba, no me podría contener en Mansilla y que mejor era que allí descargase la nube. Con este presupuesto estuvo un poco quedo, lo que bastó para decirle galanas cosas sobre lo del haberse ido a fregar al caño como muchacho azotado, y echarse en remojo como pescada salada, y sobre lo de haberle hecho perder tierra la diosa Palas, digo la mesonera con el palo.
       Quisiera que se me acordaran los dichos que le dije, pero ya es común que los que decimos de repente no tenemos buena retentiva, a causa de no ser húmedas de celebro. El sí, con su humedad, podrá haber retenido. Para esto de matracas era entonces yo una cendra, y aun ahora no es tan viejo el moro que puñalada no diera, si ocasión de burla y fisga hubiera. La matraca fue tal y tan buena, que no fue en su mano aguardarla más que si fuera melecina de plomo derretido. En fin, tomó y fuese.
Huye el bachiller por la matraca.
       Cuando yo entré en Mansilla, vi que se estaba paseando por la plaza, con el vestido mudado y en compañía de Bertol. En viéndome que me vieron ambos a dos, fue como si se les apareciera algún muerto a pedir ejecución de testamento, y aunque más los ceceé, no hubo venir, y no me espanto, que como yo decía ce, ce, el Bertol pensó que era el ce, ce de marras, cuando le dije: ce, ce, téngase, que está aquí mi pariente Roldán. Y el bachiller, oyendo ce, ce, se acordó del cesto, y por esto huyeron ambos.
Un ce, ce, entendido de dos, a dos propósitos.
       Con todo eso, el bachiller lo pensó mejor y, para obligarme a que callase, me vino a besar las manos y me trajo un real de a cuatro tan duro como un hueso. Puso el dedo en la boca, y como así el callar como el hablar se hace con la boca, y él apuntaba a la boca, no entendí bien si me decía que callase o divulgase la burla. Yo, por acertar, eché a la peor parte, en especial que ya yo tenía el cuatrín embolsado.
Justina descubre el secreto y da matraca públicamente al bachiller.
     Vi buen auditorio; comencé a decir ¡pu, pu! y taparme las narices.
     -¿Qué ha, señora Justina? (dijeron los del mercado).
     Respondí:
     -¡Fuego de Dios, señor bachiller, y cómo huele a miel de ovejas!
     -¿Yo, señora?
     -¡Ay, sí! (dije). Él es, señor bachiller melado, que no debió de lavarse bien en los caños de León. ¡Mal haya la mesonera que le enceró con tan mala trementina! ¡Hideputa de mal hojaldre! ¿Este es el secreto macho que me encargaba, siendo él secreta? ¡La bellaca que tal callara! ¡Parez que calla, señor bachiller! ¿Vuélvese a niño, que no sabe decir la caca?
     De aquí fui diciendo bellezas, que después que una pícara desprende tres alfileres del secreto, no hay tal bohemio del gusto. Furiosa fue la avenida de vayas que le di y la que le dieron los de mi pueblo, que había en él muchos de vaya.
     Quedó tan asentado el nombre del bachiller melado, y con él tal mancha y mal olor en su fama, que por muchos años que dure no le jabonará Taborda.
 
APROVECHAMIENTO
     Quien quiera triunfa de un labrador, porque su indiscreción da armas contra él.
 
Suma del número.
NÚMERO TERCERO
Refiere Justina los trajes y un razonamiento que tuvo con un asturiano.
De los trajes de montañeses y coritos
 
SEXTILLAS UNÍSONAS DE NOMBRES Y VERBOS CORTADOS
 
     Yo soy due-
     Que todas las aguas be-
     Escuch- que quier- pintá-
     Un mapamund- generá-
     De montañé- y asturiá-
     Desde el cocó- hasta el zapá-
     Espad-, monté-, sombré-, guadá-,
     Y si pregunt- quién lo ha he-,
     Yo soy due-
     Que todas las aguas be-.
     Soy la rein- de Picardí-,
     Más que la rud- conoci-,
     Más famo- que doña Oli-,
     Que Don Quijo- y Lazari-,
     Que Alfarach- y Celesti-
     Si no me conoces cue-,
     Yo soy due-
     Que todas las aguas be-.
 
Bondad consiste en accidentes, ornatos, menudencias.      Yo pienso que la bondad de las cosas no consiste tanto en la sustancia dellas cuanto en menudencias y accidentes de ornatos y atavíos. Ansí mismo, pienso yo que la bondad de una historia no tanto consiste en contar la sustancia della cuanto en decir algunos accidentes, digo acaecimientos transversales, chistes, curiosidades y otras cosas a este tono con que se saca y adorna la sustancia de la historia, que ya hoy día lo que más se gasta son salsas, y aun lo que más se paga.
     De aquí saco que, pues he referido lo que toca a la jornada de León, será justo decir algunas menudencias de graciosos trajes y figuras que vi por las aldeas y en el camino, especialmente cuando me torné a Mansilla. Y si lo que dijere para alguno fuere agraz, haz cuenta que mi historia es polla y que la salsa es de agraz.
Señoras de la casa del Infantado.

Tapicerías buenas.

     Yo gustara ser una duquesa de Alba, Béjar o Feria -y más ahora, que las tres hermanas son las mismas tres Gracias sobre una misma ínclita e ilustre naturaleza-; quisiera, como digo, ser una duquesa para hacer destos trajes una tapicería tan costosa como la de Túnez, tan graciosa como la de los disparates, tan fresca como la del Apocalipsis. En fin, fuera tapicería tan varia y de tanto gusto, que su variedad te excusara un Aranjuez, su riqueza unas Indias, su gusto los mil placeres.
     Decía (y decía bien) una dama discreta:
Declara por qué no es amiga de colgaduras de seda.      -No soy amiga de tapicerías de seda, brocado, terciopelos, ni damascos, porque estas son colgaduras de pobres.
     Y probábalo, porque estas son telas de repuesto para que, faltando dinero para saya, puedan servir de lo que les mandaren.
Excelencias de las tapicerías de figuras.      La que es propio ornato para tapicería es la que tiene figuras, porque éstas tienen mucho provecho y gusto. En invierno, arropan; en soledad, acompañan; en tristeza, divierten; en necesidad, adornan. En fin, casi, casi suplen lo que los hombres, como se vio en el otro capitán que no quiso ir en casa de un enemigo suyo que tenía muy buenos tapices, diciendo:
Cuento a propósito.
     -No quiero ir a ver hombre enemigo mío que tiene dinero para sustentar tantos hombres pintados, que quien compra pintados que le deleiten, buscará vivos que le venguen.
     Así que, si yo fuera duquesa, es sin duda que yo mandara hacer una tapicería destos trajes de los montañeses y montañesas de mi tierra, y coritos y coritas, que te diera muy grande gusto.
Asturianos, llamados guañinos.

Asturianos llamados coritos, y por qué.

Pernina de Oviedo.

     Lo primero, yo encontré unos asturianos, a los cuales, por aquella tierra de León, unos les llamaban los guañinos, porque van guarrando como grullas en bandadas, o quizá porque siempre van con las guadañas insertas en los hombros. Otros les llaman coritos, porque en tiempos pasados todo su vestido y gala eran cueros. Alguno dijo ser la causa otra. La verdad es que la falta de artificio, la necesidad del tiempo, la simplicidad del ánimo y la necesidad de su defensa, les hizo andar deste traje, y no, como algunos maldicientes dicen, el haber salido de Asturias los que inventaron los cueros para el vino y las coronas para Baco. Mas no por eso niego que el Baco tenga allí y haya tenido jurisdición y gran parte de su real patrimonio, no digo en vivos, sino en vinos. Agora ya no se visten de cuero, si no es algunos que le traen de partes de dentro, y para esto tienen comercio de por mar con las Indias de Ribadavia, que engendra vino de color de oro. Otros llaman a estos coritos hijos de la Pernina. Maldicientes quieren decir venir esta denominación de una gran hechicera que allí traía los diablos al retortero y se llamaba la Pernina. Pero no es por eso, sino que por denotar que sus piernas andan vestidas de las calzas de aguja que sus madres les labraron en los moldes de sus tripas, les llaman de la Pernina. Todos estos nombres son asentados en las cortes de los muchachos con sólo el fundamento de su niñero gusto y no es mi intención que pasen por verdades, pues se sabe que los mochachos han tomado licencia para dar vayas a los más calificados del mundo, y si yo hubiera de tejer historias de seda fina, a fe dijera bellezas de Oviedo y de la Cámara Santa y del Principado de Asturias, pero soy relatera ensarta piojos, y si tomo pluma en la mano, es para hacer borrones. Voy con la pluma retozando con orlas de cortapisas. Díselo tú, que a mí no me vaga.
Asturianos, hijos de la Pernina, porque andan en piernas.
 
Postura y figura de los asturianos.      Va de cuento. Estos asturianos encontré en diversas tropas o piaras, con tales figuras que parecían soldados del rey Longaniza o mensajeros de la muerte de hambre. Lo cual creyera cualquiera que los viera flacos, largos, desnudos y estrujados, y con guadañas al hombro. Vi también que llevaban unas espaditas de madero en la cinta. Paréme a pensar qué podía ser aquello, porque decir que había enemigos que no podían morir- si no es con puñal de madera, era negocio difícil de entender, si no es creyendo que eran enemigos encantados como los de don Belianís. Imaginé si era batalla de sopas, en la cual se suele hacer la guerra con madera, pero eso fuera si las espadillas tuvieran forma de cucharas. En fin, no atinando la causa, me resolví de aguardarlo a saber en el otro mundo.
     Miren si es por ahí la gente corita, pues llevan armas incomprehensibles que agotan el entendimiento.
     Los que iban, iban sin sombreros y casi desnudos; los que venían, traían dos sombreros y mucho paño enrollado, de manera que imaginé si acaso iban a la Isla de los Sombreros y allí los segaban con aquellas guadañas. En lo del paño tuve envidia, porque las mujeres somos grandes personas de andar empañadas, y de los sombreros tuve curiosidad.
     Así, con toda mi inocencia, pregunté a un asturiano lo siguiente:
Razonamiento de Justina y un asturiano.      -Hermano, decidme, ¿cuánto hay desde aquí a la Isla de los Sombreros donde segáis, y desde aquí a la Isla Pañera donde os habéis empañado?
     El bellacón del asturiano debía de ser hijo de la Pernina y tener la redoma llena.
     Respondió:
El asturiano echa pullas a Justina.      -Señora, los sombreros se siegan en Badajoz y el paño en Putasí, digo en Potosí.
     A esto le repliqué luego:
     -Yo entendí que me habían engañado. ¡Bien haya el que es llano y dice las verdades a las gentes! Y diga, hermano, y estas espadicas, ¿para qué son?
     A esto me dijo él:
Motéjala de no casta.      -Vamos contra unas mujeres que están rebeladas contra don Alfonso el Casto, y porque no es honra pelear con hierro contra gente de corcho, llevamos armas de madera.
     Preguntéle más:
     -¿Y en qué isla es eso, galán?
     Respondió tan presto:
     -Dama, en la Isla del Cuerno.
     Parecióme mozo alegre y de la tierra y, por diez, metí el buen sol en casa y estiré las preguntaderas, y dije:
     -¿Y esas guadañas?
     Dice:
     -Son para segar oro para contentar las mujeres ruines, que son muchas, a las cuales, como por una parte son locas y por todas codiciosas, se les ha encajado que hay en Potosí una dehesa en que nace el oro con barbas y raíces como puerro. Y así, a ruego de muchas, les vamos a segar el oro con estas guadañas, y les dejamos las casas en prendas de que volveremos, y a esto vamos para lo que cumpliere.
Por qué los asturianos no tienen cocote.      Mil gracias me dijo el asturiano. Preguntéle que por qué los de su tierra no tenían cocote.
     Y díjome:
     -Señora, en Asturias, entre dos hombres tienen una cabeza partida por medio, y, para que se junten corno medias naranjas, están así sin cocote para estar lisas y juntar.
Por qué andan en piernas los asturianos y por qué hablan en tono de preguntan.      Preguntéle que por qué andaban en piernas los asturianos. Dijo que porque hay una profecía de Pero Grillo, que fue asturiano, de que en Asturias ha de venir por el río una avenida de oro y toneles de vino de Ribadavia, y por estar prevenidos para la pesca, andan siempre descalzos.
     Preguntéle que por qué hablaban siempre en tonillo de pregunta. Y dijo que, como tienen fama de que yerran mucho, preguntando siempre pueden decir que quien pregunta no yerra, si no es que pregunte lo otro, que ya me entiendes. También dijo que hablaban en tono de pregunta porque como están lejos de corte, siempre llevan de acarreo respuestas.
     Íbanse lejos los compañeros, que, a no verlo, traza tenía el asturiano de entretenerme todo el día. Verdaderamente parecía noble, y sin duda lo sería, que aquella tierra tiene las noblezas a segunda azadonada, dado que los nobles de aquella tierra son ilustre y heroica gente.
Varios tocados de las asturianas.      No te he dicho del traje de las asturianas. Oye: Unas traían unos tocados redondos que parecían reburojón de trapos en empujo de melecina; otras los traían que parecían turbantes de moros; otras, las más galanas, azafranados como cabeza de pito; otras, de tanto volumen y de tal hechura, que parecía tejado lleno de nieve. Vi tantas diferencias dellos como hechuras de pan de ofrenda.
Luto de los montañeses.      En aquella sazón traían todos luto por una persona de la Casa Real, y era cosa de risa ver los lutos de las asturianas. Una vi que por luto traía una soleta de calza parda presa con dos alfileres sobre el tocado. Puramente me pareció que las ánimas de aquellas asturianas debían de ser de casta de truchas empanadas en pan de centeno, porque quien viera un rostro negro, una mantilla atrás y otra adelante, no podía pensar sino que allí vivían empanadas las ánimas no encorporadas ni humanadas.
Asturianas, feas.
Calzados de asturianas.      ¿Pues las diferencias de los calzados no eran donosas? Unas traían unos zapatos de madera, que llamaban abarcas, con unas puntas de madero que parecían colas de ternero retozón. Si aquellas mujeres supieran escribir, con los pies pudieran firmar, que aquel pico sirviera de pluma. Otras usan unas sandalias que llaman zapato de apóstol, éstas son de cuero o pellejo, y las traen atadas con un cordel tan fuertemente, que después de calzadas pueden en las soplantas hacer son como pandero, y creo lo hacen a veces, a falta de témpano. Otras traen unos zapatos de vaca, no cosidos, sino clavados con tan fuerte clavazón, como si fuera postigo de fortaleza, y aun algunas para vestir tan al propio como al provecho, traen echados tacones de herraduras viejas.
     Una cosa vi en que juzgué que los asturianos deben de ser volteadores de inclinación y aves de caza, porque sus madres los crían en el aire. Y es que van camino ocho y diez leguas y llevan los mochachos en unos cestos o banastos sobre las cabezas. Si como los traen en el aire, fuera en el agua, según razón, habían de ser pescados, y cerca andan ellos dello, pues no suelen tener casi nada de carne. Verdad es que a ellas les sobra.
Selvajes escamados.      Todas estas visiones llevara en paz y en haz de mi gusto, si encontrara alguna de buena cara, pero teníanla todas tan mala, tan negra y abominable, que yo imaginé que eran selvajes escamados y que quitados los pelos y cerdas, habían quedado ansí las caras sin barbas. Yo no sé cómo, siendo aquella tierra fría, son aquellas mujeres negras, porque el color negro es efecto de mucho calor, como se ve en el cuervo. Mas debe de ser que con el frío se queman y ennegrecen como los naranjos cuando se yelan, o se deben de afeitar con color de guinea, o las paren sus madres en los cañones de las chimeneas, o las ponen al humo que se acecinen, o cualque cosi. Ya sería posible que como Asturias ha sido y será el muro de la Fe, y la herejía tiene por antechristos al ocio, al gusto y al dios Cupido, proveyó Dios destas malas caras, porque sin duda, viendo estos caballeros tan malas visiones, se tornarán a la herejía, su señora, diciendo:
 
 
Los antechristos del ocio no quieren estar en Asturias.
     -Señora, hay peste. No es tierra para nosotros, que no viviremos dos días.
     Y con esto, dejara la herejía la jornada y el intento de entrar allí.
     Santo y bendito. Ahora digo que las doy licencia para que sean feas del Papa, pues tanto importa.
 
APROVECHAMIENTO
     Ánimos libres y holgazanes sólo ponen su fin en cosas vanas y de poco momento, olvidándose de las cosas sólidas e importantes.
 
FIN DEL LIBRO SEGUNDO

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