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Capítulo sexto

De la partida de Rioseco



 
SÉPTIMAS DE PIES CORTADOS
 
        Cual mercader codicio-
     Que de Indias viene ri-
     Cuya galera o navi-
     Trae el dulce viento en po-
     Ni más ni menos, Justi-
     Rica, ligera y gozo-
     De Rioseco va a Mansi-
 
Entrega una obligación con que obliga a que no la descubran.      Entre la hacienda que había en casa, encontré dos obligaciones: una, contra una morisca muerta, y otra contra otra viva, la cual yo conocía y aun la temía, porque ésta sabía muy bien que yo no era nieta de la vieja, sino que todo era trama, y para que no me descubriese, usé de este ardid.
     Yo le dije:
     -Hermana, veis aquí una obligación de seis mil maravedís que debéis a mi abuela. Ella me la dio y entregó para que cobrase de vos, pero creed que yo no os he de dar pena, porque espero que me haréis merced en otras cosas.
La cuenta de la deudora.      La morisca era astuta y entendióme, y hízose esta cuenta: si yo descubro que esta no es heredera, entrará la justicia en la hacienda, y ella, por vengarse, descubrirá lo de mi obligación para que de mí cobren el dinero, y por tanto me perderé, y si callo, no me hablará palabra. Visto esto, determinó callar, y calló más que una muerta, y yo callé porque ambas teníamos buen callar.
Cobrar deudas es busca ruidos y descubre verdades.      De los herederos de la otra morisca también pudiera yo cobrar, que abonados eran, mas no quise, porque no me pusiesen alguna objeción con que lo borrásemos todo, que esto de cobrar deudas es busca ruidos y descubre verdades.
Fábula de la paloma que prestó al sapo la castidad.      A este propósito, dice la fábula que la paloma prestó al sapo, en prendas de la cola, la castidad, y que el sapo no teniendo de qué pagar y aun enfadado de verse tan casto, pidió a la diosa Venus le convirtiese en paloma. Ella lo hizo, pero por si el sapo se entonase, sacó dél un retrato y escondióle en las aguas del Danubio, para cuando se entonase, darle en los ojos con el retrato de quién fue, y que la confusión de ver quién fue y quién era le hiciese acortar de presunción. La paloma, viendo al sapo tan paloma como ella, pidióle su deuda y que le daría su prenda. Hubieron palabras en que vino a decir el sapo a la paloma que era tan bueno y mejor que ella. La paloma, corrida, quejóse a su madre natural, Venus, que la vengase de aquel agravio.
Villanos son ingratos.
La paloma se queja a su madre Venus.
     Ella e dijo:
     -Anda, hija, y busca en las aguas el retrato del sapo, y con esto le convencerás para que torne la castidad que le prestaste, que poniéndole delante su figura, se acordará de lo que no tuvo y lo que tiene.
La paloma es torpe.      Fue la paloma y, como es torpe, jamás pudo descubrir el retrato, pero siempre iba y venía a buscarle, y de allí le quedó a la paloma que nunca cesa de andar solícita mirando y remirando el agua, por si halla allí el retrato del sapo para que le torne su castidad y aun su honra, lo cual ha sido causa que muchos cazadores maten palomas embebidas en mirar las aguas.
Inquietud de la paloma en el agua.
     Vean aquí en qué para pedir deudas: en no cobrarlas y recibir afrenta, pues el sapo, tras no volver a la paloma su castidad, la dijo injurias y puso a pique de que el cazador la mate. Por eso no quise yo ser paloma en pedir deudas al sapo.
Refrán de pleito.      Bien creerás que con tan buena ayuda de costa concluiría bien mi pleito y sacaría sentencia en mi favor. Así fue, y tan favorable, que sólo mi generoso gusto pudiera hacer tal efecto, que, como dice el refrán, trae la bolsa abierta y entrársete ha en ella la sentencia.
       Concluso el pleito, hice la almoneda (el almoneda), afeitando primero todo el ajuar y emprensando la ropa de lino, y como se vendía en parte escura, pasó como cuarto falso. Debióme esto de valer otros trecientos reales, sin ocho ducados que pagué, porque los debía la vieja del alquiler de la casa, y aun para éstos hice que me tomasen para en parte de pago unos cachibachos que no podía vender, requiriéndolos que yo me había de ir a servir a Mansilla forzada de mi pobreza y que no había otra cosa de qué pagar. Entre otras cosas, les hice tomar en pago una albarda vieja de mi burra en tanto precio como si fuera nueva, mas ellos se conformaron, diciendo:
Requerimiento de Justina.
Vende la albarda.
     La mala paga siquiera en pajas, cuanto más en albardas.
     Partí de Rioseco a Mansilla en burra propria, con sentencia favorable y con trecientos ducados, poco menos. ¿Qué te faltaba, Justina, sino sarna? Vine cantando las tres ánades, madre. No dejaba de tener algún recelo de cuán mal recebida había de ser. Bien se me ofreció enviar delante de mí presentes a mis hermanos y algún recado amoroso, mas no era yo tan cuerda que imitase a otro mejor que yo, al que por gran temor de su hermano, yendo rico y poderoso, le envió presentes para que dádivas ablandasen peñas. Antes, me pareció como a necia que tanto me perdiera y diera nota de que había ganado mucho en poco tiempo, que es cosa de mucha nota en mozas cual yo era, y aun no pudiendo esconder que el burro era mío, dije que me le había encargado una vieja, la cual, cuando se murió, me dijo se le vendiese y se le hiciese decir de misas. Y fue donoso cuento, que cuando mis hermanos me preguntaron la primera vez lo del borrico, estaba delante un clérigo, y como me oyó decir que le había de vender para decir de misas, me salió a la parada ofreciéndose a decirlas a cuenta.
     Mas yo le dije:
     -No señor, que han de ser misas con diácono y sudiácono, y en su aldea no hay lugar para tanto.
     Si esto no digo, cogido me había el cura.
     Entré en mi casa, recibiéronme, vivía, y aun a penas. Con todo eso, me temían, por ver que me había sabido valer tan bien de Rey y de Iglesia, pues traje carta de excomunión para los ladrones de fuera y ejecutoria contra los ladrones de adentro. En virtud de la sentencia, nombré un curador a mi gusto, que era un hombre de armas a quien yo conocía muy de atrás y a la sazón estaba conmigo muy adelante en voluntad, y no le nombré tanto por finezas de amor, cuanto porque para defender mi hacienda y persona tenía armas y dientes contra aquellos galeotes, mis hermanos, cuya cólera creció con el nuevo enfado de la sentencia favorable.
       Este hombre de armas era viudo y estaba de asiento en Mansilla y posaba en la misma casa de mis hermanos, y aun la sustentaba, no de comida, sino de juego. La voluntad que yo le tenía era sana y sincera, aunque no poca, que verdaderamente las mujeres, si no nos pervierten, sabemos querer sin ofensa de Dios mucho tiempo, sino que no nos entienden, que nosotras somos como mariposas, que querríamos tratar el fuego sin quemarnos. Con esta lectura acudía a él en todas mis necesidades, y aunque el hombre me amparaba de merced, con todo eso, me pareció que me importaba buscar marido que le doliese mi hacienda y me amparase de justicia, por lo cual determiné mudar estado y meterme en la orden de matrimonio.
Mujeres, como mariposas.
     Algunas amigas mías me daban modos de devociones para casarme, mas viendo que eran muchas dellas de risa, las dejaba. Hallé por mi cuenta que son más las recetas de devoción para casarse, que las que hay para dolor de muelas. Acuérdome que hice azotar a una mujer porque me dijo que madrugase la mañana de San Juan al punto que alboreaba, y que cual fuese la primer cosa que viese, tal sería mi novio. Madrugué, y lo primero que vi fue un borrico que venía roznando. Esperé otro poco, y pasó un sacristán capón. ¡Tómame la esperanza para bien matrimoniar!
       Dejéme de esto y di en hacer las romerías cosarias, que son ir a las más lejos, parte por alejarme de aquellos verdugos insertos en hermanos, parte por poder decir que el marido traído de lejos es precioso. Imité en esto a la tórtola, que cuando está descasada, se aleja de su nido y no vuelve a él hasta venir enmaridada.
Casamiento de tórtola.
Cualidades del melón.      Esto de encontrar con buen marido es como quien compra melones, que ni el hombre sabe si el melón que compra está maduro o verde, ni si es todo pepita o todo carne. Sólo dice que el melón ha de tener tres cualidades: pesado, escrito y oloroso. Y a esta cuenta, buen marido encontré yo, porque en lo que toca a escrito, no había otro más escrito en España, pues lo estaba en más de veinte compañías de soldados, y a las menos había servido, y aun la frente traía escrita con cuchilladas; pesado, no lo era poco; oloroso, tampoco lo era, que de ordinario traía una poma porque no le oliese mal una fuente, y le duró la poma hasta que un día la jugó al treinta y uno, mas no por eso dejó de oler, que como quedó pobre, olía a pícaro a cien pasos, que todo es olor, o bien o mal.
 
APROVECHAMIENTO
     Pondera el gran descuido de tomar santas devociones para encaminar a Dios el matrimonio santo, por lo cual hoy día tienen los matrimonios fines tan aviesos y desgraciados.
 
LAUS DEO

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