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Capítulo segundo

Del pretensor disciplinante



 
LIRAS DE PIES CORTADOS
 
Suma del número.         Un pelón desgarra-
     Que andaba amartelado por Justi-,
Un hidalgo, hijo de viuda, no pudiendo de otra suerte, ronda a Justina en hábito de disciplinante. Justina le envía corrido.      Por verse remedia-,
     Pidió al dios Cupi-,
     Le diese de limosna un buen vesti-.
 
        El ciego de Cupi-,
     Como ciego, pobre e inocent-,
     Le dio un pobre vesti-
     Más para penitent-
     Que para ostentación de pretendient-.
 
        Dio al triste amant-
     Camisa, capirote y discipli-
     Y, hecho disciplinant-,
     Pasea su Justi-,
     Mostrando en azotarse gallardi-.
 
        En fin, de aquesta empres-
     Salió el diciplinante remoja-
     Y a toda furia y prie-,
     Seguido de mocha-
     Que le hicieron huir más que de pa-.
 
Amor es inventivo.

Justina no se atreve a tratar de las cosas de las tejas arriba.



Amor muda trajes.

Portugués, muere vestido, y por qué.

     No se le puede negar al amor que es inventivo y que en trajes y disfraces tiene la prima. No trato del amor excelentísimo, porque en m casa llueve como en Toledo, de las tejas abajo, que no soy Ícaro, ni Phaetón, ni Simón Mago, ni marqués de las nubes, para que el vuelo de mi lengua y pluma suba medio coto sobre el caballete de un tejado. Digo, pues, que con justo título se le dan al amor de inventivo, pues muda y disfraza como quiere las gentes, porque quien es tan poderoso para en un instante trocar las almas, no es mucho que lo sea para trocar los vestidos, si no es que sean los vestidos del otro portugués, que se vistió para morir, y dijo:

     -Ahora, máteme Deus, con condezaon que el día do juicio no me tire este vestido o truque, que eo quiero que co o meo me faga Deus ben.

       Muchas cosas te pudiera decir por donde conocieras los raros disfraces y ensayos del amor, mas por ahora me contentaré con decirte uno de los más donosos que has oído, y es de un pretendiente mío que, no teniendo otro modo ni manera cómo hablarme, dio en vestirse de diciplinante para que no le faltase al amor librea que haya dado a los suyos.
El amor ha dado todas las libreas.
Hijo de viuda.      En mi pueblo había un hijo de una lavandera viuda muy regalón y muy hijo de viuda. Éralo tanto, que él solo se sentaba a comer a la mesa y su madre le servía, como si fuera madre al uso de Jauja. Nunca la llamaba mi madre, sino la mi lavandera. Harto tenía la madre que afanar para sustentarle a él. El provecho que dél se tenía en casa no era sino sólo que, estando él en ella, jamás se endurecía ni tomaba de moho el pan, y para pasar dos azumbres de vino de un aposento a otro, no había menester bota, ni jarro, ni cuero. También había su madre dél otro provecho, y era que cada día, después de comer, la contaba un pedazo de la historia y descendencia de los Machucas, y concluía siempre diciendo:
Madre de Jauja.
Provechos sin provecho.
Porfía necia del presumido hidalgo.      -Lavandera mía, desta gente fue vuestro marido y mi padre, que sea en gloria. Hidalgo era, aunque pese a ruines hombres, que aunque le hicieron pechero, fue cosa injusta, y el rey nos debe todos los pechos mal llevados desde docientos años acá. Yo soy hidalgo, que en Castilla el caballo lleva la silla.
     Con este cuento andaba la madre tan pagada, viendo que su hijo no era sólo hidalgo, sino becerro de hidalguías, y daba sus servicios por bien empleados en razón que de su linaje hubiese en el mundo un hidalgo. En fin, la pobre vieja andaba machucada y él muy pomposo por el lugar.
Talle del disciplinante.      Tenía el mozo no mal talle, antes era alto, bien dispuesto y por extremo blanco, y de tan buenas carnes como mal espíritu. Púsosele en la cabeza casar conmigo. Gustara él para esta aventura hallarse muy vestido y arreado, mas no le fue posible por ninguna vía, porque aunque él quisiera hurtar algún vestido negro mal guardado, no le había en el pueblo, que por entonces no vestían los de Mansilla paño guineo, ni tampoco era para el oficio de ladrón, porque por no llevar él una mala noche anduviera en cueros.
Ladrón perezoso.
       Esta ocasión de verse con tan poca ropa le detuvo de venirme a hablar cuerpo a cuerpo y decirme su razón. Sí que pasaba él con otros por la calle y miraba hacia mi ventana, mas tornando a mirarse, deshacía la rueda de los ojos y alentaba las del cuerpo para pasar de largo. Sin duda que le vi un día con unas calzas que, para no perderse el pie y pierna al embocarse en ellas, era menester una guía de hilo a hilo; los gregüescos tan repelados, que más traía gesto de toreador acornado que de pretendiente amoroso; sayo y capa de la misma suerte. Y con andar ansí, era tan poderoso para con él la descendencia de los Machucas, que forcejeaba contra la tempestad de sus trapos y pobreza, pretendiendo arribar al tálamo de Justina, la hidalga.
 
Vestidos del pretendiente pobre.
Hidalgo porfiado.
     Vino Mayo, y con él un día florido, alegre y claro, fiesta de la Cruz. Este día se resolvió ponerse de librea para rondarme la puerta y decirme su razón, y la librea que tomó fue vestirse de diciplinante, y porque se declarase ser acertado jiroglíphico el de aquellos que por ley ordenaron que las mortajas de venta se colgasen a las espaldas del templo de Venus, madre del dios de amor, pues este idólatra de su cuidado descolgó este ensayo y mortaja del templo de Venus, que en su alma hizo para suplir la falta de un buen sayo.
Diciplinante rondador.
Mortajas de venta en el templo de Venus.
Discurso del pretensor diciplinante.      Su discurso fue éste: «Las partes con que yo puedo competir son con que me vea mi buen cuerpo, disposición y blancura de carnes descubiertas, y aun será posible que el verter mi sangre la mueva a compasión.»
     En cumplimiento deste propósito, se fue a la ermita que llaman de San Roque, y allí se vistió de una sábana de Ruan mía, la cual yo había dado a lavar a su madre. Comenzóse a azotar y andar a son. La traza del diciplinante era tan donosa como gallarda si cayera en otro sujeto. Dábase tres azotes en buen compás, y tras ellos, daba otros tres gallardos pasos con el azote sobre la espalda y los brazos puestos en asa. Como el diciplinante era sólo uno y el ruido tanto y el uso tan nuevo para aquella tierra, en un punto aparrochió todos los muchachos de la villa. Llegaron a mi puerta, y como no podía llamar al cerrojo, un poco antes de llegar avivó en tanta manera el ruido de los golpes, que entendí que me corría la calle algún desaforado caballo. Asoméme a la ventana, y como el diciplinante vio que yo le miraba, por me hacer favor, dobló la parada de los azotes y acortó la de los pasos, dándose a cada paso y medio seis azotes, y repicábalos a buen son. Cuando vi tal furia de azotes, tembláronme las carnes de miedo, y cierto que sospeché que eran azotes del otro mundo o que era el ánima de Pavón que andaba en penas por mi puerta. Quitóme deste miedo un muchacho que me dijo:
Diciplinante fanfarrón.
Júntanse los mochachos.
 
Paseo y ademanes del diciplinante.
Azotes del otro mundo.
Muchacho descubre al diciplinante.      -Señora, Machín es, ¿no le conoce?
     Entonces, viendo que era hombre de carne y sangre, y buena sangre, según él decía, naturalmente me compadecí dél, y sin mirar lo que decía ni lo que podía suceder, olvidada totalmente de que aquel era pretendiente mío, dije:
Justina, al descuido, le habla compasivamente.      -¡Ay, el mi disciplinante, y qué llagado vas, y quién te pudiera socorrer y consolarte!
Deja el hato el disciplinante y éntrase en casa.      No hube bien dicho esto ni él oídolo, cuando, pensando que era hecho su casamiento y mi voluntad conquistada, sin más ni más, dejando la procesión de los muchachos en la calle, dio a uno el capillo y a otro el azote y se entró en mi casa, y subiendo a toda furia uno y otro alto, se puso en mi presencia.
     Yo temí que así, hecho morcilla, me diese paz y huile, el cuerpo. Yo no sabía si reírme o enojarme en semejante ocasión. En fin, me reporté y le pregunté:
     -Hermano, ¿quién sois, a qué venís, o qué queréis?
     A esto me respondió:
Razona el disciplinante con Justina.      -Señora, al quién sois, digo que soy un ave fénix; y si me pregunta a qué vengo, digo que a si me quiere mandar algo; y si me pregunta que que quiero, es si le está bien casarse conmigo.
Risa lenta y mortecina.      Yo no pude tener la risa; soltéla, salió, y queriendo mi risa retozar, con el disciplinante desnudo, enfrióse y tornóseme al cuerpo. Con esto tuve lugar de hablarle y díjele:
Despedida de Justina.      -Por cierto, señor hidalgo nuevo, yo tenía lástima de ver sus carnes tan desangradas, pero ya más la tengo al seso que se le va que a la sangre que le corre. Y pues me habla por párrafos, haciendo una razón de tres esquinas, como bonete de entremés, yo le quiero responder con otra razón de tres gajos, como cuerno de ciervo o asador de boda, por los mismos casos. Hame dicho que es ave fénix, y mucho me pesara si lo dijera de veras, porque si se le antoja morir quemado, como suele el ave fénix, no querría me quemase esa sábana de Ruan que di a su madre para lavármela, y como sea verdad que esa sábana no se cortó de la tela del mantel de Plinio, el cual se lavaba y purificaba con el fuego, no querría que pensase su madre que quedara lavada mi sábana quemándola él con el fuego que promete. No debió de querer decir v. m. que es ave fénix, sino pelícano, y eso aun se puede creer, y yo lo creyera, si la sangre que saca a traición la sacara en somo del garguero, como dicen los de su tierra. A lo segundo que me dice, que viene a que yo le mande algo, digo que yo no he visto diciplinante tan bien mandado ni él ha visto más mala mandona de disciplinantes. No mando yo a gente en camisa, demás de que yo tengo escrúpulo de sacarle de un tan buen paso como lleva. A lo tercero, de casarse conmigo, la respuesta está en la mano; yo concedo que los hidalgos han de ser recebidos con sola la capa y espada y las hidalgas en camisa, pero no pide justicia que reciba yo a un hidalgo en camisa como si fuera mujer y sin la mitad de la buena sangre que yo tanto apetezco. No quiero yo amante que echa su amor en las espaldas, sino por el lado del corazón. Hermanito, tome su capirote y su azote, y trote. Mire que hace falta a tanto del bello muchacho que le aguarda, que no quiero yo que por mi culpa se deshaga la procesión de la Vera Cruz de Mayo, ni quiero, si hay falta de agua, tenga la culpa yo por hablar a la mano a un diciplinante tan devoto como él.
 
Justina le da vaya sobre lo del ave fénix.

Mantel de Plinio, se purificaba en el fuego.

Dale vaya en lo que le dijo.
Fisga de venirse a casar en camisa.
Despide al diciplinante.
Diciplinante corrido, baja.      Ya tú ves con esta respuesta cuál se marchitaría el pobre diciplinante. Cree que si le vieras bajar las orejas y las escaleras, vieras el retrato de la quinta langosta. Tardó en bajar media hora, que un corrido corre poco.
     En este comedio tuve yo lugar para hacer del ojo a un angelito de la vanguarda, que estaba fregando las escudillas, que hiciese lo que sabía. Entendióme, que en mi casa todos entendían a medio guiñar.
     Ya que salió a la puerta, fue muy bien recebido de los muchachos que allí esperaban su advenimiento. Duró no poco la risa, y él tuvo por bien tornarse a encorporar el capillo, por no se ver más avergonzado. Tomó su azote, y dando un vehemente sospiro, alzó los ojos a mi ventana. Entonces, por sus méritos y pasiones, de la nube de una gran caldera descendió sobre cuerpo una gran chaparrada de agua de a medio hervir, harto limpia, pues limpiaba los platos, en que hubo para él y para los mochachos. Ellos, enojados de la mala vecindad, comenzaron a tirar barro y terrones al disciplinante, como si fuera encorozado. Él, con la cólera, quisiera entrar a machucar la moza, mas ya ella había asegurado el paso, porque tenía echada la tranca, y por si replicase, el aldaba, y por si replicase, un canto.
Tórnase a vestir el diciplinante.
Diciplinante remojado.
Echa la moza la tranca.
     Ya que no tuvo otro medio con que mostrar su enojo, echó tras los muchachos con intención de hacerlos disciplinantes de por fuerza. Mas ellos revolvieron sobre él con tanto brío que, como los ratones vencieron a los valientes de Rodas, le vencieron al valiente hidalgo, y fueron tan poderosos, que le echaron del pueblo así, en pelete, como estaba, y hasta hoy no ha tornado al pueblo.

     Sabido el alboroto, vino la justicia. Tomóme el dicho. Yo dije que aquel hombre me había dicho que yo era un ángel y que aquella casa era cielo y cosas a este tono, y que yo me hice cuenta: mi casa es cielo, y este disciplinante de por mayo sin duda pide agua, y así mandé que se le echase porque no fuese corrido de que con tan recios azotes no sacaba agua del cielo de mi casa.

Ratones de Rodas.

Echan del pueblo los mochachos al disciplinante.

Depone Justina el caso ante la justicia.
Por libre, Justina.      Diéronme por libre, aunque no había para qué, que yo me lo tenía a cargo, pues fui siempre más libre que el ave que canta siempre su nombre.
 
APROVECHAMIENTO
 
     El loco amor vuelve los hombres locos y hace que con vergüenza y deshonor sea castigado quien le admite en su alma.

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