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Capítulo quinto

De la boda del mesón

 
REDONDILLAS EN TROPEL
 
Suma del número.         Casó Justina en Mansilla,
     Y tañérone y cantárone
     Y bailoren y danzárone.
     Hubo cien mil maravillas
     Y trecientas mil cosillas.
 
        Nació el sol sin bemol,
     Con cuernos de caracol,
     Hecho harnero y trompetero,
     Y su cara de pandero,
     Y su gesto de perol,
     Haciendo dos mil cosquillas,
     Y trecientas mil cosillas.
 
     La madrina muy aína
     Y trecientas mil cosillas.
     Fue el tocado barajado,
     Y el velado lo echó a un lado.
     La madrina se amohína,
     Paga el jarro las rencillas
     Y trecientas mil cosillas.
 
        Colaciones de piñones
     Y buñuelos y melones,
     Y el bon vin de San Martín
     Hecho un mastín con retintín,
     De avellanas, dos serones,
     De altramuces, mil cestillas
     Y trecientas mil cosillas.
 
        Un cantor y un atambor,
     Y bailó el corregidor,
     Y el sacristán sin bragas
     Nos convidó a verdolagas,
     Y todos al derredor
     Hicieron mil maravillas
     Y trecientas mil cosillas.
 
Sol de boda el día de la de Justina.      Ya que vino el día de mi casamiento, si no lo han por enojo, amaneció, y amaneció puro sol de boda, de suerte que era necesaria muy poca astrología para adivinar por el sol que se casaba Justina aquel día, porque salió el sol con su caraza de harnero, todo muerto de risa, dando porradas en las gentes, que son las cualidades de novios de aldea, según dijo el buen Cisneros.
En todo hay opiniones.      Por la mañana me vinieron a tocar mis vecinas, y me tocaron más que si si yo fuera portapaz. Fue tal la prisa de tocarme, que riñeron sobre mis toquijos, que en todo hay opiniones, hasta en tocar una novia. Lo que una tocaba, destocaba la otra, y ya que de común acuerdo estuve tocada como la Pandora, al gusto de muchos, entró la que había de ser mi madrina, tan ancha y gorda que no cabía por las puertas, y la primera diligencia que hizo fue quitarme el tocado al rodopelo, diciendo que nadie se metiese en oficio ajeno, y sobre esto, hubiera de abrasar la casa, quejándose que nadie se hubiese atrevido a tocar su ahijada, sin estar ella presente.
Pandora.
Madrina gorda.
Oficio de madrina.
     ¡Desmelenada de mí, y si fuera ahora, tengo la cabeza in puribus!
     Traía de su casa para tocarme un papel de alfileres, y creo que si como comenzó a tocarme, prosiguiera, entablaba para día y medio. Mas quiso Dios que vino la del corregidor Justez de Guevara, que me libró de las manos desta bada, que me tenía martirizada, y a pesar del diablo, que diz que si me hincaba un alfiler de a blanca por las sienes, había de callar, porque diz que las novias no han de abrir la boca aunque las abran a puro hincar alfileres, como si la novia no fuese persona el día que se casa. Así que entró la corregidera y dijo que muchos componedores descomponían la novia, y, por tanto, me dejasen a mí a mis solas tocarme a mi gusto, que era muy justo.
La del corregidor viene.
     No quisieron más las vecinas para vengarse de la madrina, y en justo y en creyente, me metieron adentro y me libraron de sus manos. Ella, de acá afuera, me hacía algunas advertencias, y yo, por bien de paz, decía que todo lo que su merced mandase se haría, pero aunque esto decía, hice a mi gusto.
Advertencias de la madrina.
Cogujada y garza. Quién sale mejor tocada.

Apuesta.

     Acordóseme de la fábula de la cogujada y la garza, que apostaron cuál salía mejor tocada, y la cogujada se ayudó de muchas aves, y la garza sólo de su garzón, y salió la garza incomparablemente mejor tocada. Ansí mismo, el señor mi marido me ayudó a tocar su pedazo, y diz que salí bonita, si a Dios plugo.
Garbos, mal vistos.      Usábanse entonces unos garbos que parecían carrancas de mastín, y con uno dellos salí tan cuellierguida, lominhiesta y engomada como si fuera mujer de bocací desayunada con virotes. Dióme gran pena el verme obligada a ir tan cuellierguida y sujeta a falsas riendas, porque toda mi vida fui amiga de jugar bien de mis miembros. Ni sé cómo hay mujeres que gusten de ir de aquella suerte, que parecen hombres de paja sobre fuste de lanzón.
Mujer de bocací.
Justina, miembriexenta.
Hombres de paja sobre fuste de lanzón.
     La comida fue buena y bueno el servicio, y con todo eso, hubo en ella algunos que comieron sin plato. Dióme gusto de ver que dos pelones de mi pueblo, con achaque de pan de boda, enviaban a sus casas cuanto podían a sus mujeres, y mirándome, decían como por donaire:
Pelones, en boda, envían platos.
     -Con licencia de la señora Justina.
Justina los entiende.      Mas yo, porque no pensasen que el ser novia es ser boba y no ver nada, les decía, también por burlas, lo que pudiera pasar por veras, y era responder:
     -Vaya en amor de Dios.
Vino de boda.

Beodos.

     El vino no fue malo. Por señas, que algunos de los convidados, a tercera mano, se pusieron a treinta y una con rey, y a cuarta, hablaban varias lenguas sin ser trilingües en Salamanca ni babilonios en torre. Estos son los que honran las bodas, porque después de acabadas, dicen a los que les preguntan lo que pasó, que en la boda hubieron danzas, y que hasta la casa era volteadora, y que ardían setenta candiles por arte de encantamiento sin haber gota de aceite, y que hubo colaciones de letras y que a ellos les cupo la echis, y que todos los de la boda traían cascabeles, y ellos en la cabeza, y que todos los convidados vinieron de lejas tierras y hablaban con tal destreza que con sola la R decían cuanto querían, y cuentan mil maravillas con que pretenden hacer una boda tan famosa como la de Daphne, en cuyo casamiento se volvieron las piedras en vino.
Beodos, honran las bodas, y lo que dicen.
Colación de la boda.      La colación no fue mala, pues allende de ciertos melones de invierno que hicieron madurar a pulgaradas, hubo piñones mondados y en agua, que para en aquella tierra es el non plus ultra de los regalos; avellanas en abundancia, y aun agavanzas y altramuces, con un si es no es de turrón.
Buñuelos con tripas de estopa.      Yo, para reír, había mandado hacer unos buñuelos con tripa de estopa, y maldito el hombre dejó de picar. ¡Mira tú cuáles debían de estar sus almas, pues les hice hilar estopa con los dientes! Otros tenía hechos con pimienta, pero no los quise servir, por creer que era hacerme a mí la burla y ponerme a peligro de gastar otro tanto de vino. Lo de las estopas me dio mucho gusto, porque hubo hombre que con las estopas en los dientes se halló más embarazado y enredado que si tuviera entre los dientes el labirinto de Creta.
Buñuelos con pimienta.
Madrina bebedora.      La madrina comía poco, porque con el enojo de los tocados se las juró a un pichel, porque tenía en el pico pintado un rostro semejante a la que sin su orden me había tocado, y con la saña asió el pico y del pichel y dio tanto en él, que no le dejó, con ser de azumbre, gota de sangre. Mira tú cuál estaría para darme los consejos que suelen dar las madrinas. Yo me viera harto corrida si no proveyera la fortuna que esta se durmiera, a tan buen son, que al de su ronquido se dieron algunas zapatetas.
La madrina ronca.
Bailan corregidor y corregidora.      Una cosa muy calificada tuvo la boda, y fue que bailaron corregidor y corregidora y los corregidoricos y todo. Una hija del corregidor bailó bien, y recibiendo dello gran gusto su padre, la dijo que pidiese cosa de su gusto, aunque fuese la mitad de su reñón. Ella le pidió una cabeza de ternera y una caja de carne de membrillo y unas medias lagartadas. Mas él le dijo en su casa a solas:
Baile de la boda; baila la hija del corregidor.
Petición por el gusto del baile.
     -Hija, no lo decía por tanto. Cabeza, yo te la daré. Di tú a la moza de casa que vaya al Rastro por una de cordera tierna, y cata ahí una cabeza de ternera. Lo otro que pides no se usa en esta tierra ni pertenece a mi reino.
Baile del sacristán; dice a la gala.      También el sacristán bailó su poquito y aun zapateó un si es no es, y aun algo más de lo que sus bragas requerían. A cada zapateta, repetía:
     -A la gala de San Martín.
     El bendito decíalo por honrar al patrón de la parroquia en que nos casamos, que se llamaba San Martín, mas algunos bellacos, maliciando que lo hacía el sacristán en honor y reverencia del vino, que era de San Martín, le comenzaron a arrendar, y tras cada zapateta, decían:
     -A la gala de lo de Ribadavia, Cocua y Alaejos, que sustenta niños y viejos.
     En lo que toca a bailar, yo creo que no ha habido boda, desde la de Hornachos acá, tan festejada con bailes. Fuelo tanto, que hubo persona en la boda que, no pudiendo bailar con las manos y pies, por legítimo impedimento que le vino y sobrevino -y otra vez vino-, ya que no pudo bailar, se echó a rodar por el aposento, y no sé si del peso, si del gusto, cantaban o rechinaban las vigas.
Impedidos del vino, rodaron en la boda.
     Una comedia hicieron los estudiantes de Mansilla de repente, y era la historia del rey Morcilla y las cortes del Malcocinado. La música fue buena, y cantaron el cantar de la bella Malmaridada, que fue pronóstico de mis sucesos. Pero dejemos esto de mis malas andanzas y varias aventuras y alojamientos en compañía de mi marido para el segundo tomo siguiente. Concluyamos el cuento de la boda. Acabóse la fiesta y fuéronse a sus casas los bodeantes acompañados del tamborino y una hacha de tea, que es el uso de las bodas de los ilustres de nuestro país. Yo me quedé en mi casa con mi Lozano.
Música, mal agüero en la boda.
Vanse los huéspedes.
     No te puedo negar que la noche de mi boda tuvo un poco de desconsuelo, y aun mucho. La causa yo te la diré:
Melindres de novias.      Las doncellas que tienen madres o tías o otras mujeres a quienes toque el bien o el mal de una novia, sácanla de vergüenza en la noche de la boda, y la novia, confiada que tiene valedores, hace algunos desvíos, y como quien recela el salto, hace que se torna atrás, escóndese, concómese, y hace otras diligencias semejantes con que da a entender su inexpugnable entereza y hace estimarse y desearse.
Fin de los melindres.      Yo también quisiera hacer algunos melindricos a este tono y llorar de vergüenza de ver que había de dormir con hombre. Quisiera ir a la cama medio por fuerza, gritando, sospirando y gimiendo, a fuer de las gentiles doncellas que lloraban su virginidad, pero aunque volví el rostro a una parte y a otra, no hallaba persona de quien poder fiar esta aventura.
Fáltale a Justina quien la saque de vergüenza.      Mis hermanas excusábanse por ser doncellas, y aún tenían entonces más invidia que dinero y no estaban para hacer mercedes, y de mis hermanos no había que hacer caso, porque este oficio de quitar vergüenzas es de mujeres y no de hombres, pues ellos antes las ponen que las quitan.
Confusión de la novia.      Vime confusa, porque si iba luego mal; si tardaba, peor, porque había en el mesón unos huéspedes que le convidaban a jugar a mi novio, y era mozo que si tantico me descuidara y se sentara a jugar, bien podía yo estarme cantando el socorred con agua al fuego toda la noche, porque él no era mozo que no se sabía sentar a jugar para menos que una noche, y aun cenando hizo dos o tres partidos. Miren si me descuidara y le soltara de la mano, cuál anduviera el mío. Por eso hacen mal las novias que se casan con hombres que las han visto mucho y aperdigado, porque al menor césped que se atraviese, se les empata el molino.
Marido jugador.
Advertencia de novias.
Novia rogadora.      En fin, tanteando uno y otro, me pareció que no sólo no me estaba bien hacerme de rogar, pero lo que más convenía por entonces era rogarle yo tanto como si él fuera la novia. Y a fe que hizo harto, y vi que me quería mucho en que dejó por mí la baraja, que era su hembra, como él decía.
       Yo bien sabía mi entereza y que mi virginidad daría de sí señal honrosa, esmaltando con los corrientes rubíes la blanca plata de las sábanas nuptiales; pero sabiendo algunos engaños y malas suertes que han sucedido a mozas honradas, me previne, que si esto hubieran hecho algunas mujeres casadas con maridos tomines, no hubieran padecido tantos trabajos con sus maridos incrédulos y protervos, que les parece que no hay virginidad carbonizada que le baste para serlo ser confesadera, sino que por fuerza ha de ser mártile, sanguinolenta y morcillera. Y engáñanse, que hay tiempos en que el haber precedido, de próximo, abundancia, causa esterilidad; lo otro, que hay sujetos abertices como prados concejiles; y otras tienen otras excusas, más para dichas entre sopa y brindes, que para escritas en papel.
Novia prevenida.
Maridos incrédulos.
Desengaño de los incrédulos en materias de entereza.
       Yo sé que mi marido no se quejará de mí en esta materia, cuanto y más que ingenio tenía yo para, si quisiera andar a engañar motolitos, vender quebrado por sano; mas no me dé Dios tal dicha. Con todo eso, ¡amigo, avisón!, que las invenciones de las mujeres para en semejantes casos son raras, porque tienen la experiencia por maestra, la necesidad por repetidora y la inclinación por libro.
Mujeres, invencioneras en caso de honestidad.
Blasón del sueño.      Todo cansa. Dígolo porque cuando más gusto pensé tener, fue forzoso dar al sueño mi cuerpo, para que tuviese verdad aquel antiguo blasón que sacó el sueño en las justas de Marte, diciendo entre otras bravatas:
     -Yo soy el primer novio de las damas y el que más estoy con ellas en las camas.
     Y si todo cansa, aunque sea el sumo gusto, justo es que piense yo que la larga historia de mi virginal estado te dará fastidio.
Despídese del letor.      Adiós, piadosos lectores. Los cansados de leer mi historia, descansen. Los deseosos de el segundo tomo, esperen un poco, guardando el sueño a la recién casada. Y crean que si los principios de mis infantiles años les han dado gusto, les será incomparablemente mayor saber las aventuras tan extraordinarias que en largo tiempo me sucedieron con gentes de varias cualidades, no sólo en el tiempo que estuve casada con Lozano, el hombre de armas, como se verá en el libro primero, pero en el que lo estuve con Santolaja, que fue un viejo de raras propriedades, como se verá en el libro tercero y cuarto.
Cítase el segundo tomo.
Desto se trata en el fin del segundo tomo.

Justina, famosa en mucho.

Mostrarlo ha en los libros siguientes.Libros del segundo tomo.

     Era único el mi Santolaja, cuya muerte dio principio a más altas empresas, las cuales me pusieron en el felice estado que ahora poseo, quedando casada con don Pícaro Guzmán de Alfarache, mi señor, en cuya maridable compañía soy en la era de ahora la más célebre mujer que hay en corte alguna, en trazas, en entretenimientos, sin ofensa de nadie, en ejercicios, maestrías, composturas, invenciones de trajes, galas y atavíos, entre meses, cantares, dichos y otras cosas de gusto, según y como se lo dirá el citado segundo tomo, en cuyo primer libro me llamo la alojada, en el segundo la viuda, en el tercero la mal casada y en el cuarto la pobre. Libros son de poco gasto y mucho gusto.
Pide paga.      Dios nos dé salud a todos; a los lectores para que sean paganos, digo para que los paguen; y a mí para que cobre, y no en cobre, aunque si trae cruces y es de mano de christianos lo estimaré en lo que es y pondré donde no lo coman ratones.
     Soy recién casada. Es noche de boda. A buenas noches.
 
APROVECHAMIENTO
     Generalmente, en el discurso de este primer tomo y en el de la mocedad de esta mujer, o, por mejor decir, desta estatua de libertad que be fabricado, echarás de ver que la libertad que una vez echa en el alma raíces, por instantes crece con la ayuda del tiempo y fuerza de la ociosidad. Verás ansí mismo cómo la mujer que una vez echa al tranzado el temor de Dios, de nada gusta, si no es de aquello en que le contradice, siendo ansí que sin Dios no hay cosa que merezca nombre de gusto, sino de pena mayor que los mil infiernos. Mas como Dios sea infinitamente bueno, de los Males saca bienes para los suyos y para su divino nombre, honra y gloria.
 
     Todo lo que en este libro se contiene, sujeto a la corrección de la Santa Iglesia romana y de la Santa Inquisición. Y advierto al lector que siempre que encontrare algún dicho en que parece que hay un mal ejemplo, repare que se pone para quemar en estatua aquello mismo, y en tal caso, se recorra al aprovechamiento que he puesto en el fin de cada número y a las advertencias que hice en el prólogo al lector, que si ansí se hace, sacarse ha utilidad de ver esta estatua de libertad que aquí he pintado, y en ella, los vicios que hoy día corren por el mundo. Vale.
LAUS DEO





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