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Libro segundo

intitulado LA PÍCARA ROMERA, en que se trata de la jornada de Arenillas



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Capítulo primero

De la romera bailona



Suma del número.
NÚMERO PRIMERO
Trata este número cómo en una romería que hizo Justina, se mostró andariega y bailadera. Y que en ella había mucha libertad y gusto.
De la castañeta repentina
 

CANCIÓN DE A OCHO

 
   El gusto y libertad determinaron
Pintar una bandera
Con sus triumphos, motes y corona,
Y, aunque varios, en esto concordaron:
Libertad saque a Justina por romera,
El gusto saque a la misma por bailona.
Sea el mote: En Justina,
De gusto y libertad hay una mina.
 
Vida, llamada puerta del otro siglo.      Si es verdadero el título que los poetas dieron a la vida presente y a la inclinación natural que más florece, llamándola puerta del otro siglo, yo digo que los dos quicios de mi puerta (que son las dos más vehementes inclinaciones mías), fueron, y son, andar sin son y bailar al de un pandero. Otras dirán que quieren su alma más que sesenta panderos, mas yo digo de mí que en el tiempo de mi mocedad quise más un pandero que a sesenta almas, porque muchas veces dejé de hacer lo que debía por no querer desempanderarme. Dios me perdone.
Justina comparada a Orfeo y por qué.      Con un adufe en las manos, era yo un Orfeo, que si dél se dice que era tan dulce su música que hacía bailar las piedras, montes y peñascos, yo podré decir que era una Orfea, porque tarde hubo que cogí entre manos una moza montañesa, tosca, bronca, zafia y pesada, encogida, lerda y tosca, y cuando vino la noche ya tenía encajados tres sones, y los pies (con traerlos herrados de ramplón, con un zapato de fraile dominico) los meneaba como si fueran de pluma; y las manos, que un momento antes parecían trancas de puerta, andaban más listas que lanzaderas. Todo es caer en buenas manos, que quien las sabe, las tañe. Mas ¿qué mucho que fuese amiga de adufe, pues mamé en la leche la flauta y tamboril de mi agüelo, el que murió con la gaita atorada en el gaznate?
Qué cosi cosi a propósito de la gaita del abuelo de Justina.      Antes que pase adelante, quiero contar un cuento a propósito de la gaita que tapó a mi abuelo las vías. A un comediante oí yo una vez apostar que nadie acertaría cómo es posible tapar siete agujeros con uno o uno con siete. Yo, acordándome de la muerte de mi abuelo, dije que los siete agujeros de la flauta los tapó mí abuelo con un agujero del gaznate, y el uno del gaznate con los siete de la flauta. Con esto, gané la apuesta, que fue unos chapines, con que me engreí; aunque miento, que con ellos me humilló mi novio. Pero esto no es de aquí, sino del medio.
     Así que, el un quicio o polo de mi vida fue ser gran bailadora, saltadera, adufera, castañetera, y la risa me retozaba en el cuerpo y, de cuando en cuando, me hacía gorgoritos en los dientes.
La mejor comida y la mayor romería.      La segunda inclinación era andar mucho. Hubo un emperador que dijo que la mejor comida era la que venía de más lejos, y yo sentía que la mejor romería y estación era la de más lejos. Decía la otra: «el sancto que yo más visito es San Alejos». A la verdad, esto de ser las mujeres amigas de andar, general herencia es de todas. Y cierto que muchas veces he visto disputar cuál sea la causa por qué las mujeres generalmente somos andariegas, y será bien que yo dé mi alcaldada en esto, pues es caso propio de mi escuela.
Todas las mujeres son andariegas, y dispútase cuál sea la causa.
Libro de las Cortes de las damas.

Primer parecer.



Segundo parecer.

     Un librito que se intitula Cortes de las damas dice que en las cortes de las damas que se celebraron en el Parnaso se propuso esta cuestión, y que sobre ella hubieron varios pareceres. Unos dijeron que la primera mujer fue hecha de un hombre que estaba soñando, y que el sueño era que andaba por la posta una gran jornada sin saber adónde iba ni para qué, y que así salieron las mujeres tan andariegas, que salen de casa, y si las preguntáis dónde, dirán que van a salir de casa, y no hay más cuenta. Otro reprobó este parecer, diciendo que tan viva y despierta inclinación de andar no pudo tener principio en andador soñado, y así dijo que pensaba que el pedazo de hueso o carne de que fue formada la primera mujer fue hecho de tierra de mina de azogue, que es bullicioso, inquieto y andariego.
Tercer parecer.      Otro dijo:
     -No fue eso, sino que, en realidad de verdad, la mujer fue hecha de un hombre dormido, y él, cuando despertó, tentóse el lado del corazón, y hallando que tenía una costilla de menos, preguntó a la mujer:
     -Hermana, ¿dónde está mi costilla? Dámela acá, que tú me la tienes.
     La mujer comenzó a contar sus costillas, y viendo que no tenía costilla alguna de sobra, respondió:
     -Hermano, tú debes de estar soñando todavía. Yo mis costillas me tengo y no tengo ninguna de más.
     Replicó el hombre:
     -Hermana, aquí no hay otra persona que me pueda haber descostillado. Tú me la has de dar o buscarla. Anda, ve, búscala y tráemela aquí.
Pregón de la primera mujer.      La mujer se partió, y anduvo por todo el mundo pregonando:
     -Si alguno hubiere hallado una costilla que se perdió a mi marido, o supiere quien tiene alguna de más, véngalo diciendo y pagarásele el hallazgo y el trabajo.
Mujeres, andan en busca de la costilla, etc.      Y de aquí les vino a las mujeres que, como la primera iba pregonando, ellas salen vocineras, y como nunca acaban de hallar quien tenga una costilla de más, nacen inclinadas a andar en busca de la costilla y viendo si hallan hombres con alguna costilla de sobra.
     Bien veo que esta es blasfemia para creída y fábula para reída y, para entendida símbolo y catecismo no malo. Pero vaya de cuento.
Cuarto parecer de un galán.      Llegó a las cortes un enamorado, y dijo:
     -Las mujeres son cielos acá en la tierra, y por esto andan en perpetuo movimiento como los cielos.
     Bien hubiera dicho este galán, si las mujeres fuéramos incorruptibles como los cielos, pero ni lo somos, ni él las buscaba así.
Mujeres bailan mucho por andar mucho.      Muchos pareceres hubo que, por estar algo desarropados, no osan salir al teatro y también por dar lugar a que salga uno muy acertado, el cual dio la doncella Theodora, en el cual no sólo la razón de ser las mujeres amigas de andar, pero declaró la causa porque todas, por la mayor parte, somos amigas de bailar, en lo cual venció el parecer de otra discreta dama, que afirmó sólo ser natural en las mujeres el andar mucho, y que si son también amigas de bailar es por andar. Y vese en que las que pueden andar mucho, no bailan, sino andan. Pero las que no tienen licencia para andar mucho, bailan mucho, porque ya que no andan en largo, andan en ancho. Este parecer hace mucho agravio a todo el hembruno, porque es decir que son tan locas como el otro que se paseaba todo el día sobre un ladrillo solo, y si le reñían, decía:
 
Trae a propósito el cuento y el dicho del que se paseaba todo un día sobre un ladrillo.
     -Necios, cuando viene la noche, tantas leguas he andado yo como un correo de a pie, sino que lo que él anda a lo largo lo ando yo en redondo.
Sexto parecer de la doncella Theodora.      Pero la doncella Theodora dio mejor en el punto, y de cada una de las dos inclinaciones de andar y bailar dio su distinta razón, aunque en alguna manera redujo ambas cosas a un principio y razón, y dijo así:
Cómo es mal y cómo no el servir la mujer al hombre.      -Habéis de suponer, ilustres madamas y daifises, que aunque sea cosa tan natural como obligatoria que el hombre sea señor natural de su mujer, pero que el hombre tenga rendida a la mujer, aunque la pese, eso no es natural, sino contra su humana naturaleza, porque es captividad, pena, maldición y castigo. Y como sea natural el aborrecimiento desta servidumbre forzosa y contraria a la naturaleza, no hay cosa que más huyamos ni que más nos pene que el estar atenidas contra nuestra voluntad a la de nuestros maridos, y generalmente a la obediencia de cualquier hombre. De aquí viene que el deseo de vernos libres desta penalidad nos pone alas en los pies. Vean aquí la razón por qué somos andariegas. Y la que hay para que seamos tan amigas de bailar, es la siguiente: en el bailar hay dos cosas, la una es andar mucho, y la otra es alegrarnos mucho con el alegre son. Y como en el estar sujetas hay dos males, el uno estar atadas para no poder salir donde queremos, el otro estar tristes de vernos oprimidas, y tanto, que no hay necio a quien no le parezca que hace suerte en decir mal de nosotras, como si fuéramos todas burras de venta y en mala feria, que para ser compradas hayamos de ser vituperadas. Y como en el bailar hay dos bienes contra estos dos males, el uno el andar y el otro el alegrarnos, tomamos por medio de estas dos alas para huir de nuestras penas y estas dos capas para cubrir nuestras menguas. Y esta es la causa porque somos tan amigas de la baila, que encierra dos bienes contra dos males.
Conclusión de lo dicho: por qué las mujeres son amigas de bailar.
Theodora laureada en las cortes.      Celebróse mucho este parecer en las cortes, dando a Theodora la palma de discreta por una resolución tan atinada.
       Ansí que, señores, no se espanten que Justina sea amiga de bailar y andar, pues demás de ser herencia de agüelas, es propriedad de muchas, especialmente de todas. Verdad es que yo aumenté al mayorazgo lo que fue bueno de bienes libres, porque en toda mi vida otra hacienda hice ni otro thesoro athesoré, sino una mina de gusto y libertad. De modo que, aunque entre la libertad y el gusto hubieran sucedido las discordias que fingen los poetas, podrás creer que yo sola bastara a ponerlos en paz, dándoles en mí campo franco para dibujar en mí sus blasones, tropheos, victorias y ganancias. Que cuando el gusto me considera tan bailona y la libertad tan soltera y tan tronera, se contentan uno y otro con tener por armas y divisa a sola Justina, única amada suya y propria mina de todos los deleites suyos, confusión mía, escarmiento tuyo.
Encarece ser amiga de gusto y libertad.
 
El gusto y libertad concordan en tener comunes tropheos en Justina.
Herederos descuidados.      Muertos, pues, mi padre y madre, y entregados mis hermanos en el cuerpo de la hacienda, y aun en el alma della, que es la bolsa, sin decir más misas por sus ánimas que si murieran comentando el Alcorán o haciendo la barah, tomé ocasión de andarme de romería en romería, con achaque de hacer algo por ellos, porque se me deparase quien hiciese algo por mí. Y a fe de veras, que sí ahora no tuviera más malicia que entonces, valiera mi saya un manto de burato. Verdad es que era moza alegre y de la tierra, y, en viendo bailar, me retozaba la risa en el cuerpo, y para hacer yo cada semana siete romerías de a nueve leguas cada una, no había menester más razón que ver andar la veleta de ábrego.
     La primera que hice, después que murió mi madre, fue a Arenillas la cual contaré por extenso, por cuanto en ella hubieron cosas dignas de memoria.
Cisneros y la behetría.      Es Arenillas un pueblo que cae junto a Cisneros, donde hay la behetría, de la cual dijo el otro bellacón que preguntó al diablo si entendía los aranceles de aquella behetría, y respondió que toda una noche había estudiádolos y no los había podido entender. A esta romería fui desde mi casa de Mansilla. Salí de noche, como cigüeña que va a veranadero, aunque miento, que las cigüeñas nunca hombre las vio salir, mas a mí me vio un tabernero; por más señas, que me dijo, viéndome ir vestida de colorado:
Propriedad de las cigüeñas.
     -Colorada va la novia, ella resbalará, o cairá, o cairá.
     Mal haya quien no le dio docientos por adivino, pues, en efecto de verdad, ya que no caí, resbalé.
Llega a la romería.      A Arenillas llegué a las doce del día a lo menos, entre once y mona, cuando canta el gocho. Holguéme de ver en campo raso tantos campesinos que me olían a camisa limpia, que son los ámbares de aquella tierra. Viendo tanta gente, dije a mi vergüenza que me fuese a comprar unos berros a la Alhambra de Granada. Luego, como buen predicadero, di una vuelta al auditorio con los ojos, y no sé qué fumecinos me dieron, que me parecía otro mundo. Vi de lejos que había baile y, pardiez, no me pude contener, que, sin apearme de la carreta, puse en razón mis castañuelas y en el aire repiqué mis castañetas de repica punto, a lo deligo, y di dos vueltas a buen son. Fue este movimiento tan natural en mí, tan repentino y de improviso, que cuando torné sobre mí y advertí que había hecho son con las castañetas, si no viera que las tenía en los dedos, jurara que ellas de suyo se habían tañido, como las campanas de Velilla y Zamora.
 
La castañeta repentina.
Instrumentos unísonos a propósito.      Yo había oído decir que afirman doctores graves que cuando dos instrumentos están bien templados en una misma proporción y punto, ellos se tañen de suyo, y entonces me confirmé en que era verdad, porque como mis castañetas estaban bien templadas, y con tal maestría, que estaban en proporción de todo pandero, no hubieron bien sentido el son, cuando ellas hicieron el suyo, y dispararon una castañeta repentina, para que dijese a los señores panderos: acá estamos todos. Como el bobo de Plasencia que, abscondido de una dama debajo de la cama, luego que vio entrar el galán, salió de adonde le había metido la dama, y dijo:
     -Acá tamo toro.
     Quizá pudo ser que aquella castañeta repentina se causó de que las castañetas retozaban de holgadas, y no me espanto, supuesto que en aquel momento se cumplían veinte y cuatro horas que no sabían qué cosa era siquiera un adarme de golpecito.
     Oyó el son un primo mío que guiaba el carro, y no tanto por mal ejemplo que tomase (que también él era de los de la baila), ni por pena que tuviese de ver bailar antes de misa, sino por temor de que no se le espantasen las mulas, que eran nuevas, me riñó a lo socarrón, diciendo:
Riñe su primo a Justina.      -Prima, muy a punto venían esas tabletas de San Lázaro. Muy poca pena tenéis vos de la muerte de vuestra madre, mi tía, y de la de mi tío, vuestro padre, que Dios tenga en el cielo.
     Pardiez, si entonces tuviera mi vergüenza en casa, yo me corriera, pero como no había venido de la Alhambra, donde la despaché por berros, llamé al enojo, y con su ayuda dije:
De puro enojada, dice mal de su padre.      -Tenga en el cielo, tenga en el cielo, por cierto, tenga, porque según vuestro tío era de urgandilla y amigo de husmearlo todo, y según era cohete y busca ruido como su sobrino, y según era amigo de verlo y escudriñarlo todo sin parar en ninguna parte, imagino que, si posible fuera salirse las gentes del cielo, no le pudieran detener allá, ni detenerle de que nos viniera a ver y tantear los pasos y contar si las castañetadas fueron una o dos, como si fuera caso de Inquisición, que se examinan los relapsos. Mira ahora, ¡para una castañeta repentina, que se le podía soltar a un ermitaño, tanto ruido!
     Pardiez, ello medio bobería parece, mas díjela con enojo, y luego pedí perdón a Dios. Prosiguiendo mi enojo, le dije:
Respuesta de Justina.      -¿Juraréis vos que fue castañeta lo que oístes?, ¿berros se os antojan? Aguardad, que luego os los traerá una criada mía a quien envié por ellos al Alhambra. ¡Bobo, tocan a misa, y piensa el muy majadero que las repicamos a buen son!
     En diciendo que dije esto de la misa, un esgrimidor que estaba junto a nosotros (que siempre me depara la ventura con gente desta cazolada), me dijo:
       -¡Oh, qué lindo! ¿Misa ahora? Por Dios, señora hermosa, que lo que es misa voló, que en este punto dice la postrera el cura de Guaza. Por señas que entre Dominus vobiscum y Amén no dejaba tragar saliva al monacillo. Que aunque se puede pensar que lo hace por no hacer falta a un convite de boda, pero creo que es porque los clérigos no dicen misa después de medio día.
Misa breve.
     Con todo eso, fuimos allá, y no con poca prisa, y todo fue necesario, que por pocas no oyéramos misa; mas, si plugo a Dios, llegamos al ite missa est, y entre tanto que duró el oírle, encomendé a Dios a mis padres y abuelos y todo el estado eclesiástico y la Casa Real, los buenos temporales, la paz de los príncipes christianos, los pecadores y pecadoras, en mis pobres oraciones. Ello poco tiempo fue, mas la oración breve diz que penetra los cielos, y aun en una oración de ciego oí decir que las oraciones breves, si son fervorosas, son como barreno de gitano o como ganzúa de ladrón, que en un soplo hacen su efecto.
Misa mal oída.
 
APROVECHAMIENTO
     Muchos y muchas de las que en nuestros tiempos van a romerías, que van a ellas con sólo espíritu de curiosidad y ociosidad, son justamente reprensibles y comparados a aquellos peregrinos israelitas que, caminando por el desierto a donde Dios les guiaba, dieron en ser idólatras. Y nota el modo de oír misa que se pinta desta mujer libre y olvidada de Dios.
   
Suma del número.
NÚMERO SEGUNDO
Del escudero enfadoso
 

VILLANCICO

 
        Muy bien la fablé yo,
     Mas ella me respondió,
     Jo, jo, jo, jo.
 
        Un muy gordo tocinero,
     Obligado de Medina,
     Quiso servir a Justina
     De galán y de escudero;
     Ofrecióla vino y pan,
     Queso, tocino y carnero,
     Y ella le ofreció un no quiero
     Tan gordo como el galán.
     Muy bien la fablé yo, etc.
 
        Los suspiros que arrojaba
     Este nuevo Gerineldos,
     Eran muy crudos rebueldos
     Con que el alma penetraba;
     Y entre suspiro y rebueldo,
     Sacó un hueso de tocino
     Y una botilla de vino,
     Diciendo: vida, bebeldo.
     Muy bien la fablé yo, etc.
 
        Dijo corrido el galán:
     ¿Jo, jo a mí? ¿Soy yo jodío?
     Mientes, mientes, amor mío,
     Que mi padre es Reduán.
     Y así te juro, Jostina,
     Como moro bien nacido,
     Que de gana te convido
     A tocino y a cecina.
     Muy bien la fablé yo, etc.
 
       Salimos de la iglesia llevando algo picado el molino del estómago, con ánimo de ir a moler debajo de nuestra carreta. Y al salir de la iglesia, como yo vi tanto mirador por banda, íbame hecha maya, y tenía por qué, pues iba de veinte y cinco, sin los de los lados. Llevaba un rosario de coral muy gordo, que si no fuera moza, me pudiera acotar a zaguán de colegio viejo, y tuviera la culpa el rosario, que parecía gorda cadena. Mis cuerpos bajos, que servían de balcón a una camisa de pechos, labrada de negra montería, bien ladrada y mal corrida. Cinta de talle, que parecía visiblemente de plata. Una saya colorada con que parecía cualque pimiento de Indias o cualque ánima de cardenal. Un brial de color turquí sobre el cual caían a plomo, borlas, cuentas y sartas, con que iba yo más lominhiesta y lozana que acémila de duque con sus borlas y apatusco. Un zapato colorado, no alpargatado, que en mi tiempo no se nos entraba a las mozas tanto aire por los pies. Mis calzas de Villacastín, algo desavenidas con la saya, porque ella se subía a mayores.
Vestido de la romera.
Argótides.

Oculatos.

     Mas si los hombres mordieran con los ojos, según fingieron los argótides, ¡qué de tiras llevara mi saya! Si los ojos, de puro mirar, se ausentaran de los párpados y desampararan sus encajes, como fingieron los oculatos, sin duda que me dejaran pavonada a puro enjerir ojos sobre mí. Nunca gozamos las mujeres lo que vestimos, hasta que vemos que nos ven. Y así, pude decir que hasta que vi que me miraban de puntería, no supe lo que tenía puesto ni por poner. Mas en viendo que me miraban a dos choros aquellos deceplinantes que estaban en ringla a la puerta de la iglesia, luego di en lo que era.
La mujer mirada, estímase a sí y desprecia a otros.
       ¡Qué cosa es ver gente! Vive diez, que me entoné por más de un hora, y que al mismo Narciso despreciara si por entonces llegara a mi puerta. Es necedad pensar que mujer estimada haya de hacer caso de quien la mira. Antes hará mercedes a un verdugo, si la amenaza con la penca, que favores a quien la quita una gorra y se le humilla. Somos como un pulpo, que nos halla mejores quien nos obstiga más. Y véolo claramente en que habiendo por dos veces columbrado dos pollarancones de los que no me solían saber a ruibarbo ni oler a cuerno, que si en otra ocasión los viera, por todo el mundo no dejara de decirlos un remoquete en el aire (porque esto de un conceto agudo siempre lo gasté), mas por verme tan llena de borlas y falsas riendas, tan ojeada y reverenciada, no los hablé más que si estuviera en muda. Cierto que eran de oír.
La mujer se compara al pulpo.
     Unos me decían: «Dios te bendiga», viéndome tan cariampollar. Otros guiñaban con los ojos y me hacían el ademán del vino de al diablo, que es el mejor, según Móstoles. Otros me hablaban con la boca del estómago.
Píntase el talle del tocinero enamorado.      Y en este número entra un tocinero, obligado de la tocinería de Ríoseco, muy gordo de cuerpo y chico de brazos, que parecía puramente cuero lleno. Unos ojos tristes y medio vueltos, que parecían de besugo cocido; una cara labrada de manchas, como labor de caldera; un pescuezo de toro; un cuello de escarola esparragada; un sayo de nesgas, que parecía zarcera de bodega; una calzas redondas, con que parecía mula de alquiler con atabales; unas botas de vaqueta tan quemadas, que parecían de vidrio helado; una espada con sarampión en la hoja y viruelas en la vaina; una capa de paño tan tosco y tieso, que parecía cortada de tela de artesa. Con esta figura, salía más tieso que si fuera almidonado.
       Contentéle. Negra fue la hora. Pegóseme como ladilla. Quísome hablar; no supo. Quísele despedir, no pude. Iba tan junto conmigo, como si tuviera de tarea el injerir su bobería en mi picaranzona. Y, de cuando en cuando, por hacerme la fiesta, hacía un rodeón de pescuezo, cuerpo y espada (que todo parecía de una pieza), y cada vez que volvía, me asestaba dos ojos del tamaño y color de dos bodoques, y a cada bodocada, despedía un rebueldo, y tras él, como cuando tras el rayo sale el trueno, me decía con una voz de mulo:
Ademanes del tocinero.
Razonamiento del tocinero.      -Señora Jostina, almorcemos, que no ha de faltar pan y vino, carne y tocino, queso y cecina.
     Yo, que nunca aguardo a desquitarme al miércoles corvillo, le dije:
     -Jo, jo, jo, jo.
     Él volvió, y con gran sinceridad me preguntó:
     -¿Con quién habla, señora?
     Yo dije:
     -Señor, está aquí cerca mi pollino, el cual da fastidio, y si no digo esto, no habrá diablo que le eche de adonde está.
     Creyólo el buen Juan Pancorvo, que ansí se llamaba el mal logrado, y volvióse a mirar atentamente mi pollino, rogándole con el mirar de ojos que, por la amistad, lo dejase.
     ¡Maldígate Motezuma, tocinero de Burrabás, que aun ahora no me parece que he acabado de abroquelarme de las estocadas que contra mí sacaste de la vaina de tu estómago y de los tiros de tu boca, tan secreta de palabras cuan pública de rebueldos!
     Fue tanto el asco que me dio, que pensé que me dejaba conjurada la gana de comer por un año. Donde quiera que iba, me seguía. No me valían trazas; a todo salía. No me dejaba. No, a lo menos, por lo que yo tenía de Elías ni él de Eliseo, que tan pecador era él como yo, salvo que él pecaba caballero en un asno y yo al pie de la letra.
     El era bobo en grado superlativo. Tantas veces le deseché, que él se echó a pensar una traza con que me obligar, y fue que, echando mano a la cinta, desenvainó una botilla de vino, y de la faltriquera un zancarrón de tocino envuelto en un cernadero. Y con la bota en la mano me saludó diciendo:
     -Vida, mire qué belleza. Viva y beba, que es rico, rico, rico.
Fisga Justina del tocinero.      Yo, que me pico algo de poeturria, dije al mismo punto:
     -Borrico, borrico, borrico, jo, jo, jo.
     El tornó a mirar si acaso yo hablaba con el pollino, como la vez pasada, y viendo que el pollino no parecía, medio corrido, medio atolondrado, medio amante, medio enojado, me dijo:
     -¿Jo, jo a mí, Jostina? ¿Soy yo jodío? Juro a San Polo que era mi padre de la Alhambra y de los Reduanes. ¡Mire cómo podía ser jodío!
     Yo, que oí ser Reduán, le dije:
     -¡Oh, señor Reduán! Pues si es Reduán de los finos, yo quiero ver cómo corre la vega en mi servicio. Vaya v. m., ande este campo, haga gentilezas, y entre ellas una sea que me compre una sortija de azabache, tan negra como estuviera ese sombrero suyo, si estuviera bien teñido. Y no se me enoje, que no le dije jo, jo, por motejarle de jodío, Muy lejos voy de eso. Y yo le diré el por qué cuando me compre la sortija. Por ahora no digo más, sino que por tenerle por muy caballero le dije lo que le dije.
     Con esto conjuré aquella fantasma, y fue a correr la vega pensando diligenciar
la sortija, mientras yo diligenciaba el absconderme donde correr la sortija, quiero decir, huir de adonde me encontrase para darme la prometida.
Cuán penoso sea un bobo enamorado.      Ciertamente, que no hay cosa más penosa que uno destos caimanes enamorados. Son los tales como tiro, que si va muy atacado y dispara, vuelve en daño lo que pudiera ser de gusto y de provecho. Aquel necio más provecho se hiciera si dijera con el corazón (no pudiendo o no sabiendo con la boca) a mí, que no pido. ¿Pues decir que supo él manifestar su cuidado más que un jumento? En mi vida vi amor enalbardado, si no fue este. Miren qué aliño de dárseme a entender un hombre que, en vez de ardientes suspiros, despachaba por instantes rebueldos que salían de lo íntimo de la yel, que eran harto más a propósito de dar muestras de una infernal piscina, que publicar tiernos sentimientos de un corazón herido dulcemente.
Contrapone las necedades de un necio amante a los hechos de un discreto.
Palomas desterradas, porque requiebran con rebueldos.

Celso y su transformación.

Transfórmase Celso en el carro y la buccina.

Amor interesal.

     De las palomas dicen las fábulas que las desterró del cielo el dios de amor, aunque nieto y descendiente suyo. Y yo no hallo que pueda haber habido otra causa, sino porque el dios de amor tiene por asquerosos los amores del palomo, por cuanto van insertos en rebueldos. ¡Miren cómo no me había de ofender a mí amor tan aborrecible, que aun enfada al ahidalgado y sufrido dios de amor! ¡Qué Celso amador habíamos encontrado, el cual, a petición de su dama, que era amiga de oír músicas en carros triunfales, se transformó en el carro y buccina del cielo, para que su dama tuviese carro triunfal incorruptible y, juntamente, música incansable! Reniego de su bocina roldana, que tal son ella me hizo. ¡Mirad, por vuestra vida, qué billetes en papel dorado!, ¡qué tercera subtilmente injerida como cuña!, ¡qué dos mil patacones ojigallos para guantes, conforme a la ley del siglo dorado!, que decía aquello que tradujo el poeta, y dice:



 
Si tienen puntas de oro las saetas,
Amor puede al seguro hacer sus tretas.
 
     ¡Qué pasacalles en falsete!, ¡qué chinas al marco o golpecitos de celosía!, ¡qué coplas en esdrújulos!, ¡qué canciones tan menudeadas que unas a otras se alcanzasen, sino un rebueldo y otro tras él! Por él se podía decir: «¿Sospirestes, vida mía? No señor, sino regoldede.»
     Corrida estoy de haber parecido bien a un tan mal pretendiente. Más me holgara que dijera mal de mí, como el otro caballero que riñó con un gran murmurador, y le dijo:
Enfada que al maldiciente le parezca alguno bien.      -Señor fulano, hanme dicho que todos los hombres honrados deste lugar os parecen mal y habláis mal dellos, y que sólo yo os he parecido bien, y decís bien de mí. Pues juro a diez y a esta cruz que, si de mí habláis bien, os he de sacar la lengua por el colodrillo, que a quien tan mal le parecen tantos hombres honrados, córrome yo de parecerle bien. Decid mal de mí como dellos, para que entienda yo que soy tan honrado corno ellos.
Consuélase de haber parecido bien a un bobo.      Así que estoy corrida de haber parecido bien a este burrihombre. Mas, pues no se queja el dorado y rubio sol de que le miren tantos feos, y el cielo no se cansa de que le miren tantos bobos, quiero sobreseer del enfado, con presupuesto de no acordarme dél, si no fuere cuando tenga hipo tras carcajada. Sólo digo que tornó a buscarme con la sortija, pero yo me hice reina de Tacamaca, que donde estaba no parecía y estaba encobertada. Dejo esto.
     En resolución, yo despedí a mi avechucho y me fui a mi carreta, donde asentamos real yo y la parentela de Mansilla, donde comimos a dos carrillos lo que teníamos (y aun lo que no teníamos), y pasaron lindos chistes. Excusóme de ponerlo aquí el que, para hacer el retal de las Carnestolendas, llevó de mi casa listas de seda, que en otra tela vinieran bien. Digo que me hurtaron los escritos de lo que en todo este convite y sus chistes pasó.
     Y digamos a lo breve este paso, que, como dicen los labradores, cuento de socarro, nunca malo.
APROVECHAMIENTO
     Es tan sutil el engaño y engaños de la carne, que a los broncos, zafios e ignorantes persuade con sus embustes y embeleca con sus regalos.
 

NÚMERO TERCERO

Del convite alegre y triste
 

ENDECHAS CON VUELTA

 
Cómo Justina dice muchos donaires.

Córrenla envidiosos; espántanse las mulas.

Van tras ellas, y ella muy sin cuidado, se va al baile y baila.

     No hay placer que dure,
     Ni humana voluntad que no se mude.
 
        Sentóse a comer
     La hermosa aldeana,
     La que come ojos,
     Corazones y almas
     Dice mil apodos,
     Lindezas y gracias;
     Fortuna invidiosa
     Las trueca en desgracias.
     Que no hay placer que dure, etc.
 
        Con boca de perlas
     Mil perlas derrama,
     Pero los villanos
     Nada bueno alaban.
     Que lo amargo es dulce,
     Si hay voluntad sana,
     Pero si está enferma,
     Lo sabroso amarga.
     Que no hay placer que dure, etc.
 
        La envidia es arpía,
     Tigre y fiera hircana,
     Que en ajenos bienes
     Halla muerte y rabia,
     Y viendo Justina
     Que ésta la maltrata,
     Con sentidas quejas
     Así lamentaba:
     Que no hay placer que dure, etc.
 
        Mas considerando
     Que fortuna es varia,
     Trueca sus suspiros
     En gustos del alma.
     Da higas al tiempo
     Y a la vil mudanza,
     Y al son de un adufe
     Esto dice y baila:
     No hay placer que dure,
     Ni humana voluntad que no se mude.
 
Epítetos del tocinero enamorado. Epítetos del galán.      Despedida aquella fantasma tocinera, aquel galán de ramplón, aquel amante inserto en salvaje, me acogí debajo del pabellón de nuestra carreta, donde nos asentamos yo y mi gente ras con ras por el suelo, como monas. Estaban conmigo unas primillas mías, de buen fregado, pero no tan primas que no fuese más la envidia que mostraban que el amor que me tenían. Tenían por gran primor el servir a mis primos de estropajo, y así las trataban ellos como a estropajos. Mas yo a ellos y a ellas hacía que me respetasen, y aun los despreciaba, porque siempre tuve por regla verdadera que la mujer sólo compra barato aquello que estima en poco.
La mujer sólo compra barato lo que estima en poco.
     Con todo eso, quise dar vado al virotismo y soltar el chorro a la vena de las gracias y apodos, que es sciencia de entre bocado y sorbo. Bien sé que no he errado cosa tanto en mi vida, porque las gracias no son para villanos, y menos para entre parientes. El afeite, la gala, la damería, la libertad, el favor, el dicho, el donaire, parece bien al yente y viniente, pero no al pariente. Es como los que dicen: «Justicia, y no por mi casa.» Ya se erró. Contémoslos, que de mis cascos quebrados habrá quien haga cobertera para la olla de las gracias, para que no se le vierta cuando más yerva.
Comen debajo de la carreta.

Justina no bebe agua.

     Comenzamos a hacer penitencia con un jamón y con ciertas genobradas, bien obradas, y con nuestras piernas fiambres llenas de clavos y ajos, y llueva el cielo agua. Miento, que maldita la gota bebí, porque en nuestra tierra destétannos a las mozas con la que llora la uva por agosto, a causa de que todas somos friolentas y boca de invierno, como dijo el otro que nos vendió el rocín por mayo. Yo estaba recostada en el suelo a la usanza de los convites de los hebreos, y no me faltaba razón. Mis primos y primas, todos echados en ala, que parecíamos tinajas sacadas a lavar.
Mujeres parlan en misa.      Al principio de comer, no corría la vena, y así callábamos como en misa, y aún más, que para las mujeres que contrapunteamos una misa a lo jirguero, no es mucho encarecer; pero luego que el dios novio de la vaca, que es el Baco carbonizó la hornacha, rechinaban las centellas de los ojos y espumaba la olla por la lengua. A la verdad, si Justina no entonara los fuelles, maldita la tecla había que sonara bien, sino que a ruido de una buena decidora todo hace labor. Preguntéles mil qué cosi cosi, y respondieron a todo como unos muletos de tres años. Preguntéles cuál era la cosa de comer que, siendo de carne, primero se cortaba el cuero que la carne; no dieron en ello. Díjeles que era la molleja del ave, y persinábanse de verbum caro como si relampagueara. Preguntéles cuál era la cosa que con más carga pesa menos, pero dieron en ello como en la ciudad de Constantinopla. Uno dijo que era la porra de Hércules. Otros, que era el caballo Babieca. ¡Tómame el tino! Y cuando los dije que era el cuerpo del hombre vivo, el cual cuando está cargado de manjar pesa menos que cuando está vacío de comida y muerto de hambre, por pocas se volvieran en matachines a puro espantarse de la sabia Justina. Y eran tan discretas mis primazas o, por mejor decir, tan buenas pagaderas, que me lo pagaban todo a golpes sobre mis espaldas. Hacían bien, que si yo lo quisiera entender, me decían que gracias tan mal recibidas las echase a las espaldas y al cabo del tranzado. En fin, ellas, tras cada gracia, palmeteaban las espaldas, como si el decir gracias fuera enfermar de tos, que se quita con golpe de espalda. Otras mil preguntas les hice de las muy perfiladas, así de motes, como de cifras y medallas, enigmas y cosicosas, mas para ellas era hablarles en arábigo.
Justina movía plática.
Enigmas del cosi cosi.

De la molleja.

Enigma del cuerpo humano.

Discurre sobre que, tras cada gracia, daban golpes en las espaldas.
La ufanía ciega.      Verdaderamente la ufanía de un vencimiento es ciega. Dígolo por mí, que no miré que al paso que iban riendo mis agudezas, iban envidiando mi buen entendimiento, y así iban resfriando la risa, hasta tanto que se murió de frío, y después de muerta la enterraron la pena. Pero mi orgullosa pujanza tenía vendados mis ojos para no echar de ver que ya el placer había reconocido las riberas de su fin y que aquella gente no estaba para gracias, y, en fin, siempre fue tan celebrado como verdadero aquello que dijo el poeta español, y yo cantaba:
 
     No hay placer que dure,
     Ni humana voluntad que no se mude.
 
     Yendo, pues, en alto mar de mi pujanza, queriendo, a lo solapado, dar un picón a dos de los del corro, macho y femia, al uno de comedor, y al otro de bebedor, escupí una bachillería que se me tornó a la cara, y dije:
Pregunta maliciosa de Justina.      -Hola, oíd, que os quiero preguntar un qué cosi muy gustoso, para que tornéis a enhilar el hilo de la risa. ¿Mas que no sabéis por qué pintó Apeles a Ceres, diosa del pan, con un perrillo de falda, y a Baco, dios del vino, con una mona?
     Estaba allí una prima mía que había hablado con mi Apolo (quiero decir, oídome a mí la resolución), y como tenía las armas de mi sciencia y las de su invidia, entró con armas dobles, y con gran desprecio (cosa que sentí mucho), me dio un mandoble, y dijo:
     -¡Por cierto, sí! ¡Gran sabiduría! Ya no quiero callar como hasta aquí he hecho, mas por ver que no dejas hacer baza y que hablas a destajo, quiero decirlo. Y porque entiendas que si queremos hablar, podemos, y que nuestro callar es de discretas y tu mucho hablar es de necia, mira: el perrillo y la mona son dos animales los cuales crió naturaleza sólo a fin de entretener las gentes con sus juegos, retozos y burlas y visajes, y si dan a la diosa del pan, que es Ceres, y al dios del vino, que es Baco, perrillo y mona, es porque se eche de ver que en habiendo que comer y que beber, luego se sigue el haber entretenimientos, juegos; y burlas, conforme al dicho de un poeta, que dijo:
Armas de Ceres y Baco, mona y perrillo, y por qué.
     Sin Baco y Ceres
     Son de sobra gustos, juegos y mujeres.
 
Estos versos había oído a Justina la que los dijo. Nunca una desgracia viene sola, y sobre esto es comparada a cosas graciosas.      Acertó. Corríme de verme cogida en mi trampa y empanada en mi masa. Mas ya me contentara con que este disgusto fuera ciclán y sin compañeros, pero nunca la adversa fortuna hizo una primera sin hacer tras ella mazo o flux. Siempre llueve sobre mojado, como distilación de alquitara; siempre pica sobre llagado como mosca; y es de casta de albarda de rocín triste, que siempre cae sobre matadura.

     Dígolo, porque luego que la primilla me fasquió de lleno, salió un primo de bastos que, saliendo de su paso, aguzó, cosa desusada, y dijo:

El malicioso comparado al pistolete indecente.      -Justina, ¿sabes qué se te puede decir acerca de tu misma pregunta? Dos cosas: la una, que en esa pregunta muestras que eres de casta de pistolete italiano, que apuntas a los pies y das en las narices. Dígolo porque preguntas uno y malicias otro. Pero (dejando aparte tus siniestros, que son más que de mula de alquiler), yo te quiero responder a lo que has propuesto, ya que quieres que se ponga la cáthedra debajo del carro. Digo, pues, que si aquí hay alguna persona que merezca nombre de mona, eres tú. Lo uno, porque tienes la bota al lado (y decía verdad, porque ella me rogó que defendiese su castidad, que corría gran peligro, y tanto mayor, cuanto era más chica y ternecita), y lo otro, porque si las armas y los nombres de Baco y Ceres se hubiesen de repartir entre los del corro, a nosotros los hombres nos cabía el nombre de Ceres y tener por armas perrillo de falda, y a las mujeres el nombre de Baco y tener armas de mona. Que por eso dijo el poeta picaresco que son los hombres cereros y las mujeres bacunas. ¿Quiéreslo ver? ¿Qué hombre hay de nosotros que, si le dejásedes, no os serviría de perrillo de falda sin dejar jamás la tarea? Y en eso bien probada tenemos los hombres nuestra intención. Pero tú y otras bailadoras como tú, que sois muchas, especialmente todas, sois proprias monas, porque proprio de monas es andar siempre bailando, ser mimosas melindreras y urgandillas. Y yo seguro que antes de mucho te tome la mona y bailes.
Justina con la bota al lado.
Por qué se aplican a las mujeres las armas de Baco, que son una mona.
Córrese Justina.      El diablo se lo dijo. Por adivino, le pudieran dar docientos por docena. Con esta respuesta me pagó el primillo. Confieso que lo pregunté con malicia, y confieso, no sin verecundia, que como tan sin pensar revolvió sobre mí con tan buen discurso, no sólo no le di a él ni a ellas más vaya, pero me atajé y corté de manera que, por un buen rato, no encontré con cosa buena ni mala que poder decir.
El buen decidor es de casta lanzadera, y por qué.      Un buen decidor o decidora es de casta de lanzadera, la cual aunque muchas veces y mucho tiempo ande aguda y sutilmente sobre los hilos de la tela, pero si por desdicha encuentra en uno solo, aquél la ase y detiene. Así yo, aunque había gran rato dicho con agudeza, topé en este hilo y perdí el hilo, Y, sin echarlo de ver, no hacía otra cosa sino mirar atentamente a una cabeza de coneja monda y raída, después de repasada, que estaba acaso en la mesa, y escarbarla con el dedo, como si allí me comiera.
El ademán de Justina corrida.
     Entonces, otro de la compañía, a quien jamás vi meter letra, ahora dio tan en el punto, que en un punto me acabó de poner de lodo. Como me vio estar maganta y pensativa, mirando tan atentamente la calavera de conejo que yo tenía en las manos -que, como dije, la fortuna adversa es tirana, si desea venganza es insaciable, y a pendón herido da licencia general a todo necio para que haga suerte en un discreto asomado. Y en parte hace bien, pues con ellos gana la honra que pierde en ser tan favorecedora de bobos-, dijo, pues, el decidor moderno:
Condiciones de la adversa fortuna.
El dicho de que se corrió Justina.      -Justina, si como creo que has sido pecadora, creyera que eras penitente, dijera que, estando así pensativa mirando esa cadavera de conejo que tienes en la mano, te estabas diciendo a ti misma: «Acuérdate, Justina, que eres conejo, y en conejo te has de volver.»
     A lo menos, no negaré que este dicho me tornó en gazapo, pues me agazapó de modo que no dije más que si tuviera los dientes zurcidos. Tanto fue lo que me hizo callar y encallar.
     Mis invidiosas holgaban, la parentela reía, y todos daban las carcajadas que se pudieran oír en Cambox. Yo, como avecindada en la Corredera, quíseme vengar, y no fue poco ofrecérseme cómo responder, de manera que le reñí al tono que él me habla reñido la castañeta soltera. En fin, yo saqué fuerzas de flaqueza y troqué mi cara por otro tanto de máscara de grave, y con ella, le dije:

     -Señores mancebo y mancebas y sor primazo: gentiles honras hacen a su tía, mi madre, a quien Dios tenga en su gloria, pues con un ite missa est que han rezado por su ánima, les parece que tienen derecho a reírse con más bocas que pierna de pordiosero de cantón de corte. Miren que es la casa baja y que con tantas carretadas de carcajadas reventará la carreta.

      Bien quisiera yo decirles más, pero a un corrido acábasele presto el huelgo. El primo, como iba de vencimiento, sin interpolar risa -antes, con mayor orgullo-, respondió al mismo tono que yo le respondí cuando me retó la castañetada de marras. Y lo que me dijo, fue:

Justina, con disimulación, hace que de grave calla, y no de corrida. Y responde a punto.
     -¡Boba allá, Justina!, no revientes tú de pena de estar corrida, que la carreta segura está de eso. Justina, por tus ojos, que se te antojan berros, que el ruido que has oído no son risas carcajales, sino que la mula boba suena mucho los cascabeles del petral y collera. Verdad es que yo no sé por qué ella lo hace, que comerle, nada le come, que está encobertada. Debe de ser, sin duda, que la mula está corrida, como tú, de que la llamamos la boba por mal nombre, y refunfuña.
     En diciendo esto el primo, acaso la mula se meneó, y viendo que le salía tan a cuento lo del refunfuño y los cascabeles acrecentó más la risa suya y del auditorio, y todos (ni sé si a mí, si a la mula) dijeron:
     -Jo, jo, jo!
     Tan mal pronunciado como bien reído.
Huye la mula espantada.      Pardiez, la mula como todo andaba tan confuso y de revuelta, no oyó bien, y aunque la decían jo, debió de pensar que la decían arte (si ya de puro beodos no decían erre), y acordó de tomar las del martillado. Dio un estirijón para desasirse de la carreta con tanta fuerza, que por pocas hubiera de hacer empanada de nuestros sesos, y aun fuera con toda propriedad empanada, porque siendo nuestro seso tan poco o tan ninguno, siendo empanada de sesos, fuera en pan nada.
Empanada de sesos.
     Soltóse la mula, quebró una maroma y el hilo de la risa. Pasó de trápala por entre toda la gente, vendiendo coces a blanca y encontrones a maravedí, y no se le dejaba de gastar la mercadería.
     Si no me cayera tan en parte la pérdida de la mula y de su huida, holgárame más que nadie de verla, aunque, para decir la verdad, tan de corrida andaba yo como ella, y por eso no me vagaba el reír. No me pesó del alboroto, porque a no romper el hilo de la matraca, llevaban camino de torcer maroma con que ahorcarme.
     La mula andaba que parecía novillo encascabelado, y yo también lo parecía con tanta sarta y apatusco como traía en la collera. Mis parientes, los machos, fueron tras la mula. Mis parientas, las mulas, quedáronse junto al carro recogiendo sobras, que eran aprovechadas como monas de unto, y diz que sus abuelos fueron grandes apañadores. Yo, pardiez, no soy tan apañadora ni aprovechada, si no es de la ocasión. Esta tuve por buena para reírme un poco.
     Ya me querrás reprender. ¿Qué querías que hiciese?, ¿correr? No podía, porque con las sartas que llevaba hiciera más ruido que la mula con sus cascabeles, y fueran muchos toros. ¿Había de llorar? No, que si a la doncella Io, por llorar la vaca, la llamaron io, a mí por lloramulas me llamaran mulata. ¿Habíame de sentar? Era mucha, mucha, remucha flema, flemaza, para quien era prima de tan buenos corredores. ¿Habíame de echar? Menos me convenía, porque pensaran que, como pusilánime, me enterraba de pura pena, cosa tan ajena de un corazón jinete. ¿Habíame de estar en pie como grulla? Eso era mucho lanzón, en especial quien traía el molino corrido de puro picado.
Prueba que lo más que le convenía fue irse a bailar.
       En resolución, como me vi sola y a peligro de dar en la secta de la melancólica, que es la herejía de la picaresca, determiné de irme al baile, dando dos higas al tiempo y otras tantas a la mudanza, y cuarenta mil a quien mal le pareciese. Sentéme entre una camarada de pollas que estaban en espetera aguardando el brindis de los bailones. La moza que almohazaba al adufe, hasta que yo llegué, había ido viento en popa, mas, en llegando yo, parece que reconoció ser yo la princesa de las bailonas y emperatriz de los panderos, y luego me rogó se le templase y pusiese en razón. Yo me hice de rogar, como es uso y costumbre de todo tañedor, mas al cabo hice su gusto y el mío. Toqué el pandero y canté en falsete unas endechas que yo sabía muy a propósito de mis sucesos, cuya vuelta era:
 
Tañe el pandero Justina.

 
Canta Justina al son del adufe.
 
No hay placer que dure,
Ni humana voluntad que no se mude.
 
     Salían estas palabras calientes del horno de mis fervorosas imaginaciones, y así no dudo que avivaron más de dos friolentos. Hecha mi levada, me torné a sentar, mas con la opinión de buena oficiala de tañer y rebuena de cantar y rebonisa de bailar. Luego me apuntaron los bailones, no reparando en la poca antigüedad de mi estancia ni en el agravio que se hacía en ser yo de las primero escogidas, siendo la postrera venida, sino en los muchos méritos de los buenos toques de pandero que habían visto y los de castañeta que se esperaban. Sacáronme a bailar luego, lo cual no causó poco fruncimiento, pero lleváronlo en dos veces. Sacóme a bailar, en buena estrena, un escholar, que siempre mí dicha me quería dar estos topes, como si yo rabiara por ser de corona. Entonces, más quisiera yo que me cayera en suerte un labrador, no, cierto, para que cultivara mis dehesas ni labrara mis sotos, que no había aún llovido sobre cosa mía que raíces tuviese, sino que son gustos. Pero al fin, no es fuerza que el que escoge sea escogido, ni acendrado. Ley es de baile, salgan las que sacan. Obedecí al sacamiento, y cuanto a la ejecución, apelé para las castañuelas, mas ellas, de puro agudas, al instante me condenaron, Entró el estudiante dando mil brincos y cabriolas en el aire, y yo a pie quedo, como lo bailo menudito y de lo bien cernido y reposado, le cansé a él y a otra trinca de compañeros suyos, que decían ser del colegio de los dominicos de Sahagún. Mas, a lo que yo allí vi, ella es gente floja para el oficio. Débelo de hacer que es muy húmeda aquella tierra y mejor para criar nabos que bailadores.
 
APROVECHAMIENTO
     La libertad y la demasía del gusto entorpece el entendimiento, de modo que aun en los tristes sucesos no se vuelve una persona a Dios, mas antes procura alargar la soga del gusto, con que al cabo ahoga su alma.
 
Suma del número.

Una camarada, llamada la Birgornia, robaron a Justina con un embuste muy gracioso.

NÚMERO CUARTO
Del robo de Justina
 

LIRAS

 
        La Bigornia ladina
     Ordena una danza, máscara y canción,
     Con que coge a Justina
     Cantando en fabordón
     Su presa, su tropheo y su traición.
 
        La máscara acababa
     En robar la Boneta seis bergantes.
     La Boneta cantaba:
     Soy palma de danzantes,
     Ay, ay, que me llevan los estudiantes.
 
        Cogen en volandina
     Con este embuste a Justina descuidada,
     La triste se amohína,
     Mas no aprovechó nada,
     Que fortuna, si sigue, da mazada.
 
        Decía muy penosa:
     Ay, ay, que me llevan los estudiantes.
     Mas era ésta la glosa
     De los mismos danzantes,
     Y así todos pensaron ser lo que antes.
 
     Ya venía la noche queriendo sepultar nuestra alegría en lo profundo de sus tinieblas, cuando vi asomar una cuadrilla de estudiantes disfrazados que venían en ala, como bandada de grullas, danzando y cantando a las mil maravillas. Eran siete de camarada, famosos bellacos que por excelencia se intitulaban la Bigornia, y por este nombre eran conocidos en todo Campos, y por esto solían también nombrarse los Campeones. Estos traían por capitán a un mozo alto y seco, a quien ellos llamaban el obispo don Pero Grullo, y cuadrábale bien el nombre. Cuadróle Justina para ser su feligresa, y enderezó la proa a someterme a su jurisdictión, y sí hiciera, si mi industria no me hiciera exempta. Este venía en hábito de obispo de la Picaranzona. Traía al lado otro estudiante vestido de picarona piltrafa a quien ellos llamaban la Boneta, y cuadraba el nombre con el traje, porque venía toda vestida de bonetes viejos, que parecía pelota de cuarterones. Los otros cinco venían disfrazados de canónigos y arcedianos, a lo picaral. El uno se llamaba el arcediano Mameluco, el otro el Alacrán, el otro el Birlo, otro Pulpo, el otro el Draque, y las posturas y talles decían bien con sus nombres.

     Era harto gracioso el disfraz para forjado de repente. Venían en el proprio carro de mis primos, porque, con engaño, le habían cogido, y como le enramaron a él y a la mula, no le conocí, porque entonces no me entendía con carricoches rameros. Antes que hiciesen sus paradas, cantaban a bulto, como borgoñones pordioseros, pero cuando paraba el carro, lo primero que hacían era bajarse y danzar un poco de zurribanda, con corcovos, y tras esto, a lo mejor del baile, cogían en brazos, a la picarona que llamaban la Boneta y poníanla el bonete de don Pero Grullo y su manteo roto, y metíanla en el carro con gran algazara, haciendo ademán como que la robaban. Luego se subían con ella al carro y cantaban una letrilla en fabordón, la cual trataba de que por premio de buenos danzantes, llevaban la moza llamada Boneta, que comenzaba y acababa la canción. La Boneta tenía un buen tiple mudado. Lo que cantaba era romance, con esta vuelta siguiente:

La Bigornia.



Disfraz de don Pero Grullo, obispo de la Picaranzona. La Boneta.
Canción del disfraz y el ademán de la Boneta.
 
Vuelta de la canción del disfraz.      Yo soy palma de danzantes,
     Y hoy me llevan los estudiantes.
 
     Unas veces decía hoy, hoy, y otras decía ay, ay, con unos quejidos tales, que parecía que real y verdaderamente la hurtaban. Con este disfraz incensaron toda la romería, hasta que se cansaron todos de verlos, y ellos cantar que cantarás. Con razón pudieran ser éstos comparados al cínife, que cuando más muerde, más canta, pues cuando quisieron morder mi honor y mi punto, cantaron en contrapunto. Aunque iban cantando todos los de la Bigornia, no les holgaba miembro, porque con los pies danzaban, con el cuerpo cabriolaban, con la mano izquierda daban cédulas, con la derecha bailaban, con la boca cantaban, con los ojos comían mozas y, con el alma toda, acechaban mí estancia, que por mí lo habían, y mi muerte clara intentaban para echarme en sal en su carreta. No quiero dejar de decir las cédulas que daban a los circunstantes, por que vaya el cuento con raíces y césped.
 

Bigornia comparada al cínife, y por qué. Bullicio de la Bigornia.

     Una cédula decía:
 
Cédulas del disfraz.           ¡Oh, qué lindas niñas,
          Si pagan primicias!
 
     Otra decía:
 
          Bien estudiado habemos,
          Si a nuestro obispo aplacemos.
 
     Otra, que pronosticaba que mis borlas habían de ser ornato de sus bonetes y galas del pendón de su triunfo, decía así:
 
     Doctor, ea, ganad las borlas,
     Que aquí están las sciencias todas.
 
     La cédula de la Boneta decía:
 
          Si me llevades, llevedes,
          Como no me matedes.
 
     Duró buen rato el disfraz, pero como el cansancio tenga juros sobre todos los gustos, cobró sus derechos en éste. Deshiciéronse los bailes y corrillos, y cada cual comenzó a enderezar el norte de los ojos y el timón de su carreta al puerto de su pueblo.
Descansa Justina.      Y ya que los recios vientos de mí importuno baile habían ondeado con el presuroso movimiento el flaco navío de mi cansado cuerpo, fuéme forzoso descansar un poco sobre una blanda arena adornada de oloroso tomillo, donde para mi descanso recliné y amarré mi navichuelo, recogiendo los remos de las castañetas y las velas de mis ganas. ¡Ay de mí!, que entonces debió de echar su sonda mi contraria fortuna, y viéndome encallada en el arena de Arenillas, se atrevió a embestirme a lo callado la que rostro a rostro no se atrevió jamás a entrar a justar con Justina.
Roban a Justina.      Dígolo, porque, por gran desgracia mía, viendo la Bigornia que yo estaba apartada del corro de la gente y. que nadie miraba en lo que ellos ni yo hacíamos, sino que todos entendían en aprestar su jornada, si no es yo, que ni tenía carro ni carreteros, en fin, viéndome descarriada y descarada, embistió de tropel conmigo toda la Bigornia, cubriéronme el cuerpo con un negro y largo manteo y con un mugroso bonete mi rostro, cogiéronme en volandillas, metiéronme en el carro con los mismos ademanes con que metían en el carro a la Boneta, y luego comenzaron a entonar la letrilla que solían:
 
     Yo soy palma de danzantes,
     Y, ay, ay, que me llevan los estudiantes.
 
     Todos los que así me vían, pensaban que yo era la Boneta. En fin, que me arrebataron, y comencé a ser ánima en penas mías y cuerpo en glorias ajenas. Comencé a contemplar la vigilia de mi mal acierto. Gritaba, lamentaba y decía a voces:
Laméntase Justina.      -¡Ay, que me llevan los estudiantes!
     Mas de mí nadie se dolía, porque estaban hartos de oír ladrado y cantado aquella lamentación. En especial, que ellos, para mayor disimulo, echaban el bajo a mi voz en fabordón, con lo cual no podía percebirse si eran las burlas pasadas o las veras nuevas. Era suyo el fabordón, y así no quedó don de favor humano para mí.
     Repetía mil veces:
     -¡Que me llevan, que me llevan los estudiantes!
     Desgreñábame y desgañábame, pero eran vísperas de regla en día de atabales. En especial, que la Boneta me arropaba, porque pensasen que yo era la verdadera Boneta, y para que mi voz no sonase, me hacía la mamona y levantaba el tiple, y el obispote esforzaba el bajo. Con razón pusieron en mi proprio carro sus arcos triunfales, en señal de que con mis mismas armas y con mis mismas voces me habían de vencer.
Confunde la voz de Justina.
Va el carro ligero.      Al paso que corrían por el suelo las ruedas del carro acarreador de mis males, corrían por mis mejillas lágrimas que las sulcaban, viendo que con la ligereza que el águila arrebata el tierno corderito, y con la que el presuroso Mercurio arrebató a la triste doncella Tevera para forzarla, y con la que el pensamiento sulca el orbe, con esa me iban remontando, hasta que me hicieron perder de vista el sitio de Arenillas y la vista de la romera gente, la cual, como no sabían la gran traición de aquel troyano seno en que iba el nuevo thesoro de pobres, pensando los unos que era burla de entre primos, y los otros que era el disfraz antiguo, o se reían de mí, o no reparaban.
Justina llora la falta de socorro de sus parientes.      Ya que vi que la burla iba haciendo correa, congojéme más, y tenía razón. Consideré que, aunque yo no era la primer robada ni forzada del mundo, pero sabía que tenían cierto de mi parentela que mi rapto y deshonor había de ser vengado con las lanzas de copos y espadas de barro.
     Tracia fue forzada de su hermano Leoncio, pero tuvo otro hermano, llamado Serpión que, en venganza del agravio, le hizo sangrar de todas las venas de su cuerpo, y con la sangre que salió, argamasó la cal con que puso las primeras dos piedras sobre las cuales levantó unas casas que edificó para su hermana sobre el cual paso he oído discantar algunos poetas. Unos dijeron que Serpión no quiso que se preciase su hermano de pariente, y que por eso le vació toda la sangre. Otro lo llevó porque sangre tan insensible no podía estar menos que entre piedras y arena. Pero lo que más hay que notar en este cuento fue el rétulo que puso en un padrón que relataba la historia, el cual, a mi ruego, tradujo del griego un buen griego, y decía así:
 
     Vivan los edificios señalados
     Con sangre fratricida argamasados.
 
     Sabna y Heris vengaron el agravio de su hermana Damaris, sacando el corazón del incestuoso Arnobio, el cual dieron a los leones. Lo cual discantó el poeta, que dijo:
 
   Tan crudos corazones
   Sólo pueden ser comida de leones.
 
     No traigo a este propósito lo de Tamar ni lo de Dina, porque no es Dina Justina, sino indigna.
       Así que estas pobres violadas tuvieron pendencieros de mantuvión que despescaron su agravio, mas yo juraré por mis hermanos, que si la burla viniera a colmo, perdonaran la sangre por una banasta de sardinas. Todo esto tenían ellos muy bien tanteado, y por eso iban tan satisfechos de la gatada.
       ¿Qué te contaré? Si vieras esta pobre Marta al revés, que quiere decir Tamar, ir camino tan fuera de camino, enjaulada como toro que llevan al encerradero, ladrando como perro ensabanado que llevan a mantear, tuvieras duelo de la pobrecita, medio cocida, medio asada, medio empanada, medio aperdigada. Una cosa me dio siempre mucho consuelo y esperanza de salir intacta, y fue que, unos por otros, se detenían y me llevaban en medio, sin hacerme declinar jurisdictión ni conjugar tampoco. Parecía al asno de Burridano, que estando muerto de hambre, y en medio de dos piensos de cebada, de puro pensar a cual saludaría primero, nunca comió del un pienso ni del otro. Parecía también al zancarrón de Mahoma, en medio de dos piedras imanes, las cuales, una a otra, se impide el robo. Y, a la verdad, muchos pretendientes que aman una misma dama, cuando así están juntos, son como olla de nabos que mucho yerve, que aunque todos andan listos con el calor, ninguno se pega a la olla. Así que todos me comían con los ojos y ninguno me tocaba con las manos.
 
 Asno Burridano.
 
Estudiantes.

Eneas.

     Hasta aquí se alargó fortuna a hacer limosna a estudiantes, con quien pocas veces suele ser franca; mas, cansada la hermosísima gitana celeste de emplear su favor en estudiantes (gente ingrata, gente que en ser voltaria compite con la misma rueda de la fortuna), extendió su mano diestra con rostro favorable para ampararme y defenderme, pareciéndole que si para un Eneas bastó una inclemente borrasca, para Justina bastaba una carretada de enemigos, y que bastaba haberme armado la mamona sin disparar la ballestilla.
     Mas porque después de un reventón subido, da gusto el mirar atrás por ser trabajo pasado, así me le da el referir unas octavas que compuso un gran poeta a quien yo comuniqué esta historia, y cómo iba lamentándome cuando me llevaban en el carro los de la Bigornia. Y a este propósito compuso en octavas un diálogo entre mí y la princesa de las Musas, que a la cuenta es Calíope, en que finge que la diosa de las Musas me manda referir mis penas, y que yo, a duras, le cuento mis ansias y suspiros. Tienen un artificio singular, y es que juntamente son elegante latín y elegante romance, dificultad que pocos la han vadeado con el ingenio que éste, que si lo que le sobraba de poeta le faltara de loco, era digna de lauro su cabeza.
 
 
Poeta loco.
 

DIÁLOGO ENTRE LA PRINCESA DE LAS MUSAS Y JUSTINA, A PROPÓSITO DE SU ROBO, EN OCTAVAS ESPAÑOLAS Y LATINAS

 
Musa.

MUSA

Son juntamente en latín.         Declara, si me amas, oh Justina,
     Cuántas chimeras ibas fabricando,
     Instante una tan próxima ruïna;
     Cuáles internas voces replicando,
     Urgente tanta pena repentina,
     Cuáles lamentaciones resonando.
     Cuando tantas injurias publicabas,
     ¿Cuántos coelestes orbes penetrabas?
 
JUSTINA
 
        Grandes penas intentas, Musa chara,
     Mandando tan acerbas jusïones;
     Suspende obediencias tales, dea praeclara,
     Suspende tan penosas relaciones.
     ¿Suspendes? Responde, oh Musa clara,
     ¿Respondes negativa? ¡Oh duras confusiones.
     ¿Mandas? Subjéctome. Afirmo, fui clamando,
     Tales infrascriptas voces dando.
 
        ¡Oh raras peregrinas invenciones!
     ¡Oh máchinas tan viles cuan brutales!
     ¡Oh chiméricas, oh vanas ilusiones!
     ¡Oh bárbaras personas animales!
     ¡Oh terrestres, caducas intenciones,
     Serpentinas, crudas, duras, infernales!
     ¡Oh fortuna inhumana, ingrata, varia,
     Tan dura cuan astuta, falsa cuan contraria!
 
APROVECHAMIENTO
   En achaque de máscaras y disfraces se cometen hoy día temerarios pecados, por lo cual los padres cuerdos y christianos deben guardar a sus hijas de semejantes ocasiones, en las cuales está solapado el anzuelo del peligro.

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