Exilio y nostalgia en la poesía de Mario Benedetti
Francisco Javier Mora (The Ohio State University)
A la memoria de Darcy Ribeiro, |
en su exilio ya definitivo. |
1 Algunas consideraciones preliminares
A lo largo de las últimas tres décadas, dentro del contexto latinoamericano, se ha hablado hasta
la saciedad, en público y en privado, acerca de uno de los acontecimientos más desgarradores que el
ser humano, como entidad colectiva e individual, puede sufrir durante su existencia: el exilio(250). Los
griegos que, en parte por razones obvias, se adelantaron al resto de la civilización occidental en la
elaboración de una concepción globalizadora del hombre y su destino, ya supieron de su efecto
devastador y convirtieron el destierro en la pena capital por excelencia. Era considerada castigo aún
peor que la muerte, una especie de muerte en vida porque el desterrado, al poseer el atributo de la
memoria, era consciente de su estado de permanente aniquilación:
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No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, no a la
fuerza. La gente queda dolorida, la tierra queda dolorida. |
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Nacemos y nos cortan el cordón umbilical. Nos destierran y
nadie nos corta la memoria
(Juan Gelman, 29). |
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La memoria es, por tanto, uno de los ejes vertebrales por donde discurre toda literatura de exilio(251),
y el caso de la latinoamericana no va a ser una excepción. No podemos olvidar que la memoria,
relevante en todo proceso de escritura, asume una función primordial en este caso: coloca al escritor
en la conciencia de que vive en varios planos temporales y espaciales diferentes. En su esquizofrenia,
en primer lugar, el intelectual exiliado participa, siempre conflictivamente, del espacio de la
comunidad que lo acoge(252); en segundo lugar, del espacio del país que abandonó por la fuerza y que
constituye ya un territorio imaginario, no sólo porque pertenezca al pasado, sino porque está
construido sobre la base de un recuerdo selectivo de experiencias(253); y, en tercer lugar, del espacio
paralelo de ese mismo país que el escritor re-vive a través de las noticias de prensa y televisión, de las
historias que llegan mediante la relación con otros exiliados, o del contacto, generalmente exiguo, con
familiares y amigos que quedaron allá(254). El escritor se asume y es asumido como un ser desarraigado,
disperso, disociado entre la realidad de su estar, que es su no estar, y el deseo de su ser, ahora
disgregado en su no ser. Aun asumiendo que toda literatura es esquizofrénica, la del exilio, sin duda,
alcanza su condición más extrema(255).
Sin embargo, me gustaría tratar el tema de la nostalgia y del exilio evitando en lo posible los
lugares comunes que, a fuerza de repetirse, se han convertido en clisés y que no ayudan en nada al
esclarecimiento de los conceptos que tratamos aquí hoy, porque, como tales clisés, son fruto de la
convención y ya sabemos que la reflexión crítica de buena voluntad, aunque busca la unanimidad, es,
paradójicamente, enemiga de lo unánime.
En primer lugar, convendría olvidarse cuanto antes de la diferenciación que parte de la crítica ha
hecho entre el destierro motivado por causas económicas y el derivado de causas políticas porque
encierra, a mi juicio, una concepción jerárquica y elitista que, además, no se corresponde con la
realidad. El trabajador emigra, el exiliado se exilia, como si la cuota de sufrimiento que estos grupos
experimentan variara en relación con sus estatus; como si no fuera un hecho más que patente que
desde hace algunas décadas, en toda Latinoamérica hay un considerable número de intelectuales,
científicos, técnicos
etc., que emigran no ya por el hecho de abrirse a mejores perspectivas
profesionales sino, simplemente, por la posibilidad de encontrar un trabajo, sea el que sea, que les
permita tener un techo donde cobijarse(256).
Comprender el exilio, ¿de qué manera?, ¿ayudaría en parte a mitigar el dolor que produce si
asumiéramos que el ser humano es, en sí mismo, un exiliado?
Como mito, en el principio de los tiempos, el hombre fue expulsado del paraíso por rebelarse
contra el poder que lo subyugaba, por revelarse precisamente en su condición de hombre. Puesto que
no podía ser Dios, decidió por su cuenta y riesgo adquirir una naturaleza que lo condenaba al eterno
ostracismo.
Como ser humano, el hombre sufre su destierro casi en cada paso de su vida. Se ve arrojado por
la fuerza de su mundo líquido que constituye el vientre materno hacia otro gaseoso (¡qué horrible
vocablo!) y sentido como ajeno, quizá por eso llora. ¿Acaso vernos expulsados a borbotones de
nuestra infancia (ese Edén prematuro que tanto le dolía a Cernuda) no nos produce una cierta
comezón, la sensación de un vacío por una ausencia ya irrecuperable? ¿No es el amor el exilio de uno
en otro? ¿El desamor el desexilio de uno (que ya es otro) hacia uno mismo, la nostalgia de ese otro
(aquél que fuimos y éste que dejamos)? ¿No es cierto que cuando se viene del amor, como cuando
se regresa del exilio, se vuelve siendo uno distinto, a lo mejor más sabio pero también más herido?
Repito la pregunta: ¿Puede esta toma de conciencia ayudar a aplacar el sufrimiento que produce el
exilio geográfico? Pues, creo que no, pero, al menos, ayuda a sobrellevarlo.
El siguiente paso nos lleva a considerar al escritor como un exiliado y al lenguaje y a la escritura
como una metáfora del exilio: alienación del lenguaje, según Roa Bastos, «en la expresión de una
realidad que lo desborda» (32)(257), y alienación de la escritura como escisión traumática
en/desde/hacia/de lo real, según la actitud y el concepto del arte al que el escritor se adscriba o lo
adscriban. Contrariamente a lo que se piensa, la literatura no opera como factor de extrañamiento de
lo real (esa realidad que no es más que una huella perceptible de una dimensión más profunda) sino
que su distanciamiento ayuda a desentrañar, a desextrañar el mundo que nos rodea y percibirlo como
algo más complejo que su aparente inmediatez. El entorno se nos hace más aprehensible, menos
ajeno, precisamente mediante la ficción, porque su visión se alza desde la otra orilla, allá donde reside
su exilio(258)
. El escritor, me refiero al escritor de verdad, siente también la desubicación porque esa
posición, incómoda para la sociedad y, aunque voluntaria, ingrata ciertamente para sí mismo, le
permite actuar con independencia de criterio y refrendar su capacidad de soberanía. Es por ello que
los poderes totalitarios lo consideran altamente peligroso y lo colocan en el punto de mira de la
represión. Por utilizar una paradoja, el escritor es, al mismo tiempo, «blanco fijo» de las dictaduras
y «francotirador» de los valores que estos gobiernos proclaman.(259)
Quisiera finalizar esta primera parte por donde comencé al principio. Que el exilio es uno de los
dramas más sangrantes de la humanidad no cabe la menor duda; que el remanente de dolor,
resentimiento, culpa, remordimiento y, por qué no decirlo, odio acumulado también es mucho, pero
cabe señalar aquí que éste no es el mensaje que una gran parte de los intelectuales del Cono Sur nos
han querido transmitir. Todo lo contrario, estos intelectuales se han volcado en ofrecer el talento del
que disponen al servicio de la liberación de sus pueblos desde una posición que podríamos denominar
«optimista». Benedetti ha señalado dos de los riesgos que el escritor del exilio debe evitar: de un lado,
la frecuentación de la literatura lacrimógena, la literatura del golpe de pecho, que provoque más
conmiseración que aliento vital; del otro, «el facilismo panfletario» (La cultura, 91) y ha marcado la
pauta de cómo el intelectual debe actuar en esta situación límite:
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Creo sinceramente que el deber primordial que tiene un escritor
del exilio es con la literatura que integra, con la cultura de su
país, de su pueblo. Tiene que reivindicar su condición de escritor
y, a pesar de todos los desalientos, las frustraciones y las
adversidades buscar el modo de seguir escribiendo. (La cultura,
87). |
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El escritor uruguayo participa, por tanto, de lo que Cortázar llamó «el exilio combatiente» y que
consiste en «plantear el exilio en términos que superen su negatividad, a veces inevitable y terrible,
pero a veces también estereotipada y esterilizante» (18), y «hacer del disvalor del exilio un valor de
combate» (21). No se trata de olvidar el pasado, ni de abdicar de la nostalgia, ni de incumplir la cita
cotidiana que se tiene con el dolor, ni de renegar de la conciencia de lo perdido; se trata de hacer de
aquellas lágrimas un mar de coraje, un piélago de subversión para no hacer el juego a los gobiernos
que expulsan, mutilan, asesinan y amordazan con el propósito de silenciar a todo un pueblo:
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Persigo la voz enemiga que dictó la orden de estar triste. A
veces, me da por sentir que la alegría es un delito de alta traición,
y que soy culpable del privilegio de seguir vivo y libre. (
) Estar
vivo: una pequeña victoria. Estar vivos, o sea: capaces de alegría,
a pesar de los adioses y los crímenes, para que el destierro sea el
testimonio de otro país posible. |
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A la patria, tarea por hacer, no vamos a levantarla con ladrillos
de mierda. ¿Serviríamos para algo, a la hora del regreso, si
volviéramos rotos? Requiere más coraje la alegría que la pena. A
la pena, al fin y al cabo, estamos acostumbrados. |
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(Eduardo Galeano, 47) |
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Sólo así, desde esta perspectiva de radical optimismo histórico es como estos escritores del exilio
asumen la derrota. Se consideran vencidos, sí, pero con la firme esperanza de que esa derrota sea sólo
un paso atrás de impulso hacia delante, conscientes de que el reloj de la historia trabaja a ritmo lento,
pero a su favor(260). De sus derrotas más aplastantes, individuales y colectivas, dan fe libros
extraordinarios. De Sócrates a Deleuze, de Tom Waits a Nina Simone, de Artaud a Dino Campana,
de Baudelaire a Camus, de Camarón a Billie Holiday, de Arguedas a Vallejo, de Goya a Van Gogh,
de Scott Fitzgerald a Bukowski, la historia del arte está llena de artistas derrotados cuyo dolor ha
servido para crear obras monumentales.
2. De lo dicho a lo hecho
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Nostalgia combines bitterness and swettness, the lost and the
found, the far and the near, the new and the familiar, absence and
presence. The past which is over and gone, from which we have
been or are being removed, by some magic becomes present
again for a short while (Nostalgia, 120). |
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Si la cita de Ralph Harper contiene un fondo de verdad, es preciso entonces señalar que nostalgia
y exilio (sea el que fuere) van siempre de la mano, aunque uno no sabe muy bien cuál es anterior.
Digo esto porque parto de la base de que Mario Benedetti es un escritor nostálgico y exiliado desde
sus orígenes y de que este binomio permanece absolutamente indisoluble a lo largo de toda su obra.
Hay, obviamente, un exilio que provoca nostalgia, pero también hay una nostalgia que provoca exilio.
Esta última no es la que alimenta el destierro estético de Mallarmé, ni el poeta-demonio (ese ángel
expulsado) de Hölderlin, ni el artista maldito de Baudelaire, sino aquella que experimenta el poeta
uruguayo desde una posición de aislamiento a causa de una situación histórica, social o vital (la de
su país, la de sí mismo) que considera alienante y que le impulsa a la búsqueda, bien de un pasado
que le reconforte, lo que sucede especialmente en sus dos primeros libros de poemas Sólo mientras
tanto (1948-1950) y Poemas de la oficina (1953-1956), o bien de un futuro como asidero de su
esperanza, en los libros que van desde Poemas del hoyporhoy (1958-1961) hasta Letras de
Emergencia (1969-1973). Es la búsqueda de ese pasado lo que le llevará a los recuerdos del un
Montevideo cercano, pero a la vez remoto e inasible y del que se sabe inevitablemente despojado:
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Si pudiera elegir mi paisaje |
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de cosas memorables, mi paisaje |
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de otoño desolado, |
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elegiría, robaría esta calle |
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que es anterior a mí y a todos. |
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(Inventario, 588)(261) |
Al Montevideo de su infancia, en poemas como «la primera mirada» o el tan conocido
«Dactilógrafo», donde la inserción de una carta comercial agudiza por contraste las diferencias entre
un ayer idealizado y un hoy desgastado por la rutina de un trabajo burocrático:
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Montevideo quince de noviembre de |
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Mil novecientos cincuenta y cinco |
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Montevideo era verde en mi infancia |
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Absolutamente verde y con tranvías. (569) |
Ambos libros (Sólo mientras tanto y Poemas de la oficina) son, en mi opinión, los más pesimistas
del escritor en toda su carrera, pesimismo que parte de su aislamiento, como individuo, de todo lo que
le rodea porque lo considera mediocre y sin estímulo: «
aquella esperanza que cabía en un dedal /
evidentemente no cabe en este sobre
» («Sueldo», 561), dice Mario, asfixiado por un entorno
oprimente. La pasividad y servilismo del funcionariado, la ausencia de perspectivas individuales y
colectivas, la mezquindad de los valores de la clase a la que él mismo pertenece, la ansiedad de
encontrar nuevos horizontes junto al escepticismo que opaca cualquier salida digna serán los temas
principales a los que se enfrenta Benedetti en la década del cincuenta. De ese ahogo vital nacen estos
primeros libros. Más que de poesía del alma, lo que podemos hablar aquí es de una auténtica «poesía
del asma»:
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Quien me iba a decir que el destino era esto |
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Ver la lluvia a través de letras invertidas, |
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un paredón con manchas que figuran prohombres, |
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el techo de los ómnibus brillantes como peces |
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y esa melancolía que impregna las bocinas |
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Aquí no hay cielo, |
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aquí no hay horizonte |
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Otro día se acaba y el destino era esto |
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es raro que uno tenga tiempo de verse triste: |
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siempre suena una orden, un teléfono, un timbre, |
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y, claro, está prohibido llorar sobre los libros |
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porque no queda bien que la tinta se corra. |
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(«Ángelus», 575) |
Pero si hasta ese instante la poesía de Benedetti reflejaba la nostalgia de un pasado no recuperable
y la afirmación de un presente insatisfactorio, en los libros siguientes, sin que el poeta abandone ese
sentimiento de disonancia con su país, la nostalgia comienza a ser la de un futuro que está por llegar
y que se fundamenta en un hecho histórico crucial en la historia de toda Latinoamérica: la revolución
cubana.
Lo ha dicho Benedetti en multitud de ocasiones: «
hasta la eclosión de la Revolución en Cuba
yo no era un tipo preocupado por lo que sucedía en América Latina y estaba absolutamente alienado
a los problemas culturales europeos» (González Bermejo, 32).
Encontramos ahora una poesía mucho más esperanzada que ya no le abandonará jamás. A pesar
de que ya había salido de su país entre 1939 y 1941 para trabajar en Argentina como taquígrafo para
una editorial, son sus largas temporadas, en los Estados Unidos primero, y en Europa y Cuba después,
las que le hacen recapacitar sobre el destino de su país y el de toda América Latina(262). «Cumpleaños
en Manhattan» y «Un padrenuestro latinoamericano» pueden considerarse los primeros poemas donde
se hace muy visible la posición ideológica antiimperialista del escritor y su actitud solidaria con el
resto de los países de su entorno. Es por ello que, en esta segunda fase, Benedetti asume una
conciencia crítica de su país sólidamente enraizada en una ideología política determinada:
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Es increíble lo que está pasando. |
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Explotan mundos y usté aquí bosteza |
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Los proletarios votan a los ricos |
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Y los ricos se ponen el sombrero |
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Para ser ricos de solemnidad |
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Y para que la calva no les brille |
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Ya no sé quién es quién ni cuándo es cuándo |
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La luna se interrumpe y ya no crece |
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Un tango suena pero no es un himno |
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En el aire hay olor de felonía |
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(«Las baldosas», 500) |
También ya, según Benedetti, «la infancia es otra cosa»; la niñez idílica a la que se había referido
en los primeros libros deja paso a una reflexión más acorde con la realidad. El regreso imaginario al
pasado del adulto no puede ser ya más un recuento de bondades. Es un viaje a la conciencia de que
del exilio, (de la edad adulta en este caso), se vuelve distinto y de que este viaje le aporta una
apreciación más cabal. La infancia de Quemar las naves es, también por ejemplo
|
La gallina asesinada por los garfios de la misma buena |
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parienta que nos arropa al comienzo de la noche |
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la palabra cáncer y la noción de que no hay exorcismo que valga |
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.................. |
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es la chiquilina a obligatoria distancia |
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la teresa rubia |
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de ojos alemanes y sonrisa para otros |
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humilladora de mis lápices de veneración de mis insignias de |
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ofrenda de mis estampillas de homenaje |
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futura pobre gorda sofocada de deudas y de hijos pero |
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entonces tan lejos y escarpada |
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y es también el amigo el único el mejor |
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Aplastado en la calle |
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sí |
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un día de éstos habrá que entrar a saco la podrida infancia |
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habrá que entrar a saco la miseria |
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sólo después |
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con el magro botín en las manos crispadamente adultas |
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sólo después |
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ya de regreso |
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podrá uno permitirse el lujo la merced el pretexto el disfrute |
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de hacer escala en el desván |
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y revisar las fotos en su letargo sepia. (404-405) |
Sus constantes temporadas fuera del Uruguay no sólo activan en el poeta la conciencia de que
desde fuera es posible analizar más objetivamente el «paisito», sino que son a la vez una fuente
generadora de nostalgia y una confirmación del afecto que siente por su nación. Cuando vive en ella,
le urge escapar:
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Cuando vivo en esta ciudad |
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que se ha vuelto egoísta de puro generosa |
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que ha perdido su ánimo de haberlo gastado |
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pienso que ha llegado el momento |
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de decir adiós a algunas presunciones |
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de alejarse tal vez y hablar otros idiomas |
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donde la indiferencia sea una palabra obscena. |
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(«Noción de patria», 497) |
Porque sólo estando en el exterior, ha comprendido que a ese país, del que en ocasiones se había
sentido distante, el autor lo asume como parte fundamental de su existencia. Es ésta su primera
«Noción de patria», el saberse de regreso, cumplida su nostalgia del exterior, y volver acuciado por
la urgencia de saldar las cuentas con sus compatriotas. Se diría que Mario se está ejercitando no sólo
para cuando le llegue el turno del exilio forzoso, sino, como una premonición, para su desexilio.
Como aquello que dijo Cernuda: «Quien corre allende los mares muda de cielo, pero no muda de
corazón; (
) lo cual acaso sea verdad, más nunca sabríamos que no mudaríamos de corazón, de no
correr allende los mares» (576):
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Miré |
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Admiré |
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Traté de comprender |
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Creo que en buena parte he comprendido |
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Y es estupendo |
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Todo es estupendo |
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Sólo allá lejos puede uno saberlo |
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Pero ahora no quedan más excusas |
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Porque se vuelve aquí |
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Siempre se vuelve. |
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La nostalgia se escurre de los libros |
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Se introduce debajo de la piel |
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Y esta ciudad sin párpados |
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Este país que nunca |
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De pronto se convierte en el único sitio |
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Donde el aire es mi aire |
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Y la culpa es mi culpa |
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mi alrededor son los ojos de todos |
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Y no me siento al margen |
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Ahora ya sé que no me siento al margen. (499) |
El golpe militar de 1973 en Uruguay supone el éxodo más numeroso en la historia del país desde
su fundación y para Mario Benedetti (ahora convertido en trashumante en países tan dispares como
Argentina, Perú, Cuba o España) marca un proceso de transición en su obra poética, porque el exilio
ya no es una visto como una opción voluntaria que el autor elige, ni siquiera un posicionamiento ético
desde donde afrontar la realidad. El exilio deja de ser un estado de excepción para convertirse en el
tema cardinal de los libros que van desde Poemas de otros (1973-1974) hasta Geografías
(1982-1984). Es el exilio el que provoca ahora la nostalgia y no al revés. Significativamente los
poemas se alargan: «Bodas de perlas», «Los espejos y las sombras», «Croquis para algún día» de La
casa y el ladrillo (1976-1977) encuentran de un espacio mayor porque el poeta necesita reflexionar,
analizar en detalle los cambios producidos en su persona y en su propio país: la tortura, los
desaparecidos, la separación, los asesinatos, la reconstrucción de aquello que quedó mutilado. Porque
el exilio supone una amputación no sólo para el que es desterrado sino para el país que le ha visto
marchar:
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Creo que mi ciudad ya no tiene consuelo |
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entre otras cosas porque me ha perdido |
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(«Ciudad en que no existo», 201) |
A veces, la nostalgia invade el territorio de un país recién abandonado y al que el poeta lanza
mensajes de esperanza. Su ciudad, su país, residen en él, en todos aquellos que luchan por la
liberación del Uruguay. Benedetti, consciente de que sus lectores no son sólo los exiliados y los
lectores del país de acogida, sino también aquellos que pueden, de manera clandestina, acceder a sus
libros dentro del propio país, exhorta a sus compatriotas a mantener viva la memoria de ese país, a
reconstruirlo en el fondo de sí mismos. Es en poemas como «Ciudad en que no existo» donde el
escritor uruguayo practica con enorme diligencia su exilio optimista y combatiente:
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La consigna es vivir a pesar de ellos |
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al margen de ellos o en medio de ellos |
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convivir revivir sobrevivir vivir |
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con la paciencia que no tienen los flojos |
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pero que siempre han tenido los pueblos |
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la consigna es joderles el proyecto |
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seguir siendo nosotros y además formar parte |
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de esa linda tribu que es la humanidad |
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[...] |
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por eso he decidido a ayudarte a existir |
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aunque sea llamándote ciudad en que no existo |
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así sencillamente ya que existís en mí |
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he decidido que me esperes viva |
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y he resuelto vivir para habitarte. (207) |
Dije antes que el exilio comportaba cambios no sólo en el exiliado sino en la comunidad entera
que lo padecía. Ciertamente Benedetti es consciente de ello y se ve en cierto sentido, obligado a
reorientar su concepto de la patria en función de los nuevos acontecimientos. «Otra noción de patria»
es el intento de dar cabida a una identidad problemática, la uruguaya, que se halla dispersa por el resto
del mundo. Ahora Montevideo ha expandido sus fronteras, ya no es sólo Montevideo, sino Barcelona,
Estocolmo, Porto Alegre, Nueva York, Quito o París; de la misma manera que Benedetti ya no es sólo
Benedetti sino Martín Santomé, Laura Avellaneda, Ramón Budiño, etc. Una suma de exilios y
nostalgias porque sólo en los demás se reconoce uno mismo; una suma de ciudades porque sólo
ahora, en las ajenas, es factible reconocer la suya propia:
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país lejos de mí/ que está a mi lado |
|
país no mío que ahora es mi contorno |
|
.. |
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viejo país en préstamo/insomne/olvidadizo |
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tu paz no me concierne ni tu guerra |
|
estás en las afueras de mí/ en mis arrabales |
|
y cual mis arrabales me rodeas |
|
país aquí a mi lado/ tan distante |
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como un incomprendido que no entiende |
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y sin embargo arrimas infancias y vislumbres |
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que reconozco casi como mías |
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y mujeres y hombres y muchachas |
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que me abrazan con todos sus peligros |
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y me miran mirándose y asumen |
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sin impaciencia mis andamios nuevos |
|
acaso el tiempo enseñe |
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que ni esos muchos ni yo mismo somos |
|
extranjeros recíprocos extraños |
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y que la grave extranjería es algo |
|
curable o por lo menos llevadero |
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acaso el tiempo enseñe |
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que somos habitantes |
|
de una comarca extraña |
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donde ya nadie quiere |
|
decir |
|
|
país no mío |
El derrocamiento pacífico de la dictadura militar en 1985 introduce en la poesía de Benedetti una
nueva cuña temática que está marcada por el regreso y que abarca desde los libros Preguntas al azar
(1986) hasta El olvido está lleno de memoria (1995). En cierto sentido, hablar de la biografía de
Benedetti es hablar de la «biografía» del Uruguay, y su obra no es ni más ni menos que la expresión
de esa feliz coincidencia.
Este tramo de su obra girará en torno a un nuevo concepto que el propio Benedetti acuña, el de
«desexilio», y que irá trasvasándose de su obra de ficción a la ensayística y de está a la poética. Lo
define así:
|
La nostalgia suele ser un rasgo determinante del exilio, pero no
debe descartarse que la contranostalgia lo sea del desexilio. Así
como la patria no es una bandera ni un himno, sino la suma
aproximada de nuestras infancias, nuestros cielos, nuestros
amigos, nuestros maestros, nuestros amores, nuestras calles,
nuestras cocinas, nuestras canciones, nuestros libros, nuestro
lenguaje y nuestro sol, así también el país (y sobretodo el pueblo)
que nos acoge nos va contagiando fervores, odios, hábitos,
palabras, gestos, paisajes, tradiciones, rebeldías, y llega un
momento (más aún si el exilio se prolonga) en que nos
convertimos en un modesto empalme de culturas, de presencias,
de sueños. Junto con una concreta esperanza de regreso, junto
con la sensación inequívoca de que la vieja nostalgia se hace
noción de patria, puede que vislumbremos que el sitio será
ocupado por la contranostalgia, o sea, la nostalgia de lo que hoy
tenemos y vamos a dejar: la curiosa nostalgia del exilio en plena
patria («El desexilio», 41). |
|
El regreso de Benedetti a su país, marca también, con algunos matices diferenciales, el proceso de
vuelta a sus orígenes poéticos. Otra vez es la nostalgia la que provoca exilio pero, al contrario de los
libros primeros, de un exilio ya cumplido y del que es imposible desembarazarse. Es la asunción
consciente de que el hombre es un ser condenado al éxodo perpetuo(263):
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Más de una vez me siento expulsado |
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Y con ganas |
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De volver al exilio que me expulsa |
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Y entonces me parece |
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Que ya no pertenezco |
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A ningún sitio |
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A nadie |
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¿Será un indicio de que nunca más |
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podré no ser un exiliado?
(«Pero vengo», 34)(264) |
En su último libro, El olvido está lleno de memoria (1995), es posible también atestiguar esta
posición de regreso al mundo primigenio. Ahora que las heridas están cicatrizando, es hora de volver
al calor de la primera infancia, de su primer olvido:
|
Seguramente mi primer olvido |
|
Tuvo una cuna de madera tibia |
|
.. |
|
aquel primer olvido empezó en una |
|
dulzura no buscada ni encontrada/ |
|
el júbilo se alió con la congoja |
|
y los brazos maternos fueron nido |
|
era imposible descubrir la lluvia |
|
y por tanto olvidar su transparencia. |
(«Vuelta al primer olvido», 157) |
En resumidas cuentas, hemos visto que la obra de Benedetti posee un recorrido de ida y vuelta
donde el binomio exilio-nostalgia, nostalgia-exilio vertebra toda su obra. Creo que es evidente que
para Benedetti, el recurso de la nostalgia no es, en ningún caso un artilugio puramente estético. Se
puede inventar la nostalgia magistralmente, tal y como lo hizo Borges, pero en los exiliados el truco
simplemente no sirve. Son ellos el fruto de la nostalgia, su creación, su invento.
Bibliografía citada
Alfaro, Hugo, Mario Benedetti (detrás de un vidrio claro), Montevideo, Ediciones Trilce, 1986.
Arkinstall, Christine, El sujeto en el exilio, Atlanta (GA), Rodopi, 1993.
Benedetti, Mario, La cultura, ese blanco móvil, México D.F., Nueva Imagen, 1986.
Benedetti, Mario, «El desexilio», en El desexilio y otras conjeturas, Buenos Aires, Nueva Imagen,
1986, pp. 39-42.
Benedetti, Mario, Inventario. Poesía completa (1950-1985), Madrid, Visor, 1986.
Benedetti, Mario, Inventario II, México DF, Editorial Patria, 1995.
Benedetti, Mario, El olvido está lleno de memoria, Madrid, Visor, 1995.
Cernuda, Luis, Poesía completa I, Madrid, Siruela, 1995.
Cortázar, Julio, «América Latina: exilio y literatura», en Argentina: años de alambradas culturales,
Buenos Aires, Muchnik Editores, 1984.
Galeano, Eduardo, «Sobre verdugos, sordomudos, enterrados y desterrados», en Nueva Sociedad nº
35, marzo-abril, 1978, pp. 36-47.
Gelman, Juan y Osvaldo Bayer, Exilio, Madrid, Legasa, 1984.
González Bermejo, Ernesto, «El caso Mario Benedetti», en Mario Benedetti: variaciones críticas,
(edición de Jorge Ruffinelli), Montevideo, Libros del astillero, 1973.
Harper, Ralph, Nostalgia: an Existential Exploration of Longing and Fulfilment in the Modern Age,
Cleveland (OH), The Press of Western Reserve University, 1966.
Kapschutschenko, Ludmila, «Experiencia exílica y proceso creativo en la literatura argentina
contemporánea», en La emigración y el exilio en la literatura hispánica del siglo XX, (edición de
Myron I Lichblau), Miami (FL), Ediciones Universal, 1988.
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