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Meléndez Valdés, helenista


Antonio Astorgano Abajo




ArribaAbajo Introducción

Juan Meléndez Valdés estuvo ligado a la enseñanza de las humanidades de la Universidad de Salamanca desde 1772 hasta 1789, donde fue primero alumno, después profesor sustituto y, finalmente, catedrático de Prima de Letras Humanas.

Concepción Hernando (Helenismo, p. 216) resumía en 1975: «Los detalles de la vida de Meléndez en Salamanca desde 1772 a 1789 han sido magistralmente estudiados por don Emilio Alarcos [1926] y Georges Demerson [1971]. Luis Gil [1974 y 1976] ha venido a aclarar un punto oscuro en la cronología de su vida en el periodo inmediatamente anterior a su llegada a Salamanca, que afecta directamente a la iniciación del poeta en los estudios helenísticos».

Todo lo que conocemos hasta ahora sobre la profesión de la que vivió Meléndez durante su larga estancia en Salamanca se lo debemos al antiguo estudio de Emilio Alarcos García, el cual, aún siendo muy interesante por los datos que aporta, no deja de ser un poco lisonjero e idílico, acorde, con la poseía de Batilo.

Damos por buena la afirmación de Hernando y la del mismo Alarcos: «En las páginas posteriores hemos de ver cuánto se preocupaba nuestro autor de la enseñanza de las lenguas clásicas [...], se esforzaría por hacer penetrar a sus alumnos en la esencia del lirismo horaciano y en lo hondo del alma antigua, tal y como se nos aparece en las obras de los grandes clásicos grecolatinos» (Alarcos 155).

Ciertamente no podemos entrar en el aula donde Meléndez impartía sus clases, pero logramos hacernos una idea bastante exacta de sus tareas como profesor de lenguas, docencia que no estaba rodeada de circunstancias favorables, pues la asignatura de las humanidades era optativa y no se enseñaba con la profundidad suficiente.

Quizá sea oportuno encuadrar más detenidamente la labor filológica y docente del catedrático extremeño de Prima de Letras Humanas en Salamanca entre 1778 y 1789, para completar algunos aspectos omitidos conscientemente por Alarcos «en obsequio a la brevedad» o facilitados por otras fuentes no tenidas en consideración, como los Libros de Actos Mayores (Alarcos 171).

En otro lugar hemos estudiado cómo Meléndez debió la cátedra de Prima de Letras Humanas a la amistad de su amigo Gaspar González de Candamo, juez en el tribunal que juzgó la oposición, y sobre todo, al voto decisivo de Campomanes en el seno del Consejo Pleno de 28 de junio de 1781, quien destacó el premio de poesía otorgado a su égloga Batilo el año anterior por la Academia de la Lengua (Astorgano 2002a). Asimismo hemos analizado las características del alumnado adolescente de Meléndez, nada apto para el lucimiento y aprendizaje serio de una lengua clásica (Astorgano 2001a). También nos hemos ocupado (Astorgano 2001b y 2001c) del enconado pleito que Meléndez sostuvo con su colega el catedrático de retórica, Francisco Sampere, entre 1781 y 1785, por conservar íntegros los 100 florines o 5.500 reales anuales de la renta de su cátedra, lo cual, como es lógico, no beneficiaba el buen funcionamiento del Colegio de Lenguas, cuyos cinco catedráticos estaban divididos en dos bandos iguales (el catedrático de griego, padre Bernardo de Zamora, se mantuvo al margen).

En el presente estudio intentaremos describir la actividad más académica de Meléndez. Aunque no podemos introducirnos en sus clases para ver el nivel de la docencia, procuraremos atisbar la actividad filológica del dulce Batilo. Procuraremos llegar un poco más lejos que el estudio del benemérito Alarcos (p. 149), quien sólo se basó en el proceso de la oposición a la cátedra de Prima de Letras Humanas ganada por Meléndez, en un acto pro universitate sobre la Poética de Horacio y en algunos exámenes de preceptores de Gramática.

El periodo de los años 1778-1789 corresponde con la etapa vital de entre los 24 y los 35 años de edad de Meléndez, en la que vivió de la profesión filológica y en la que compuso la mayor parte de su producción poética, según confiesa en la «Advertencia» a la edición de 1797 (Meléndez, Obras Completas, III, p. 555).

Las características de optatividad de la signatura y el poco alumnado de la cátedra de filología de Meléndez le permitía ser cariñoso amigo de sus alumnos más que duro profesor. En estos años Batilo logró congregar en torno a él a una serie de juristas, aficionados a la poesía y a los problemas pedagógicos, a los que trataba como hermanos, en un plano de igualdad en la República de las Letras, según nos recuerda en la «Advertencia» de la edición de 1797: «Téngase a mí por un aficionado, que señalo de lejos la senda que deben seguir un don Leandro Moratín, un don Nicasio Cienfuegos, don Manuel Quintana, y otros pocos jóvenes que serán la gloria de nuestro Parnaso y el encanto de toda la nación» (Ibidem, p. 558).

El presente trabajo sólo tiene por finalidad complementar la faceta helenística de la biografía de Meléndez, que tanto Demerson como nosotros mismos habíamos dejado anteriormente olvidada por desconocer ciertos documentos. Su protagonismo como juez en las oposiciones de 1785 a la cátedra de griego, vacante por la muerte del P. Zamora, también ha sido analizada por nosotros recientemente con la intención de demostrar su competencia técnica como helenista1.

Pero, fundamentalmente, pretendemos mostrar, en el 250 aniversario de su nacimiento, la línea del reformismo constante y profundo que guió la actitud vital de Meléndez, humanista protegido por Campomanes, en el marco de la contradictoria Ilustración española. Esa es la línea que invariablemente hemos procurado poner de manifiesto en cerca de una treintena de estudios que hemos ido publicando a lo largo de los últimos años, cuyas ideas, lógicamente, aparecerán sintetizadas ahora.

Resumiendo, intentaremos ver el «amor» al griego y su competencia como helenista del catedrático de Letras Humanas, Meléndez, ciertamente intuido por los estudiosos más agudos, aunque de manera poco concreta, como Antonio Mestre (p. 210): «Habría que señalar, en el campo del cultivo de la lengua griega, al grupo de Salamanca, debido a la docencia del P. Bernado Zamora. [...] Y en la misma Salamanca se formó un grupo de estudiosos, entre los que sobresale Meléndez Valdés, amante de la lengua griega».






ArribaAbajoEl helenismo en la Universidad de Salamanca hasta la muerte del P. Zamora (1785)

Luis Gil y Concepción Hernando han señalado justamente la rutina y lo «mal que andaban las cosas para el griego en la Universidad de Salamanca y en el Colegio Trilingüe» hasta 1764, en que fallece el catedrático Manuel Sánchez Gavilán y cuando el P. Bernardo Agustín de Zamora gana la oposición a la cátedra de griego2.

Sin embargo, queremos llamar la atención sobre el hecho de que el resurgimiento de las décadas de 1770-1790 no habría sido posible sin que una minoría mantuviese viva la llama del helenismo en Salamanca, ciudad de unos 15.000 habitantes a la sazón, incluso antes de que surgiera el magisterio del P. Zamora.

Dejando aparte la vida lánguida del helenismo de la Universidad y de su Colegio Trilingüe, debemos fijarnos en el vecino e imponente colegio jesuítico, en que profesaban, cuando la expulsión de 1767 (AGS, Estado, leg. 5044), dos magníficos helenistas3, el padre José Petisco (Ledesma 1724- Id. 1800), y el rector, Francisco Xavier de Idiáquez. Ambos habían desarrollado una notable actividad helenística en Villagarcía de Campos, lo que prueba el intenso trasiego educador entre los dos colegios jesuíticos, tal vez con la intención de estimular los estudios humanísticos en Salamanca.

Lógico es pensar que los máximos responsables de ese «renacimiento» en Villagarcía lo continuasen en su nuevo destino salmantino y que sus «loables intentos» tuviesen algún reflejo en la minoría helenística de la Universidad.

El motor del resurgimiento helenístico en la Universidad de Salamanca fue fray Bernardo de Zamora (1720-1785), cuya figura ha sido justamente ensalzada por Concepción Hernando y por Luis Gil en los estudios citados, con el tono laudatorio que había empleado por primera vez Manuel José Quintana, precisamente al comentar su magisterio sobre Meléndez en la biografía del poeta extremeño (Quintana, «Noticia histórica» p. 110).

Sus conocimientos de griego están demostrados en su Gramática,4 manual en las Universidades de Madrid, Alcalá y los Reales Estudios de San Isidro hasta principios del siglo XIX, señal de que era admirado por los helenistas sucesores y de que había «creado escuela».

A pesar de su entusiasmo por la materia que enseñaba, que prolongaba hasta en su propia celda, sin embargo, el P. Zamora, dada su enfermedad de apoplejía, faltó bastante a clase durante los dos últimos cursos de su vida. Para lo cual nombró como sustituto a José Ayuso, preparándole el camino para conseguir la cátedra.

Parece que hasta el sábado 4 diciembre de 1784 el «reverendísimo padre maestro» fray Bernardo Zamora asistió con regularidad a las clases de su cátedra de lengua griega, según las observaciones del bedel multador, quien iba anotando las distintas sustituciones en el Asuetero. El sábado 4 de diciembre escribe: «sustituye el señor doctor don José Ayuso». El sábado 11 de diciembre: «sustituyó este día, no más, el bachiller don José Guebra». El sábado 18 de diciembre: «Sustituye este día, no más, el bachiller don José Guebra». El lunes 20 de diciembre de 1784, el P. Zamora aporta la certificación médica de haber estado enfermo: «Trajo estos once días [del 4 al 20 de diciembre de 1784, equivalentes a once días lectivos], certificación de enfermo».

Vemos que Ayuso y Huebra alternan en la sustitución del P. Zamora. Como las inasistencias de Zamora eran cada vez más frecuentes, la Universidad se decide a nombrar un sustituto fijo, en la persona de José Ayuso, quien será su sucesor. Pero como éste, doctor en Leyes, también era síndico de la Universidad, debía faltar algunos días, por lo que pide, a su vez, un sustituto, según instancia del 15 de diciembre de 1784, en la que sugiere a «José González Guebra u otro colegial trilingüe y bachiller por esta universidad» (AUS, Libro 1187, p. 194v).

El P. Zamora continuaba faltando a clase durante el primer semestre de 1785: En enero faltó los días 3, 4 y 5 («Vino el 7»). En marzo faltó los días 30 y 31; en abril, desde el viernes 1 hasta el 15 en que «vino». El día 9 de ese mes, el sustituto fue Guebra («sustituye este día, no más, don Josef Guebra»). Recordemos que el mayordomo hacía una liquidación a cada catedrático al finalizar el curso (el día de San Lucas, primer día del curso siguiente) y que se le descontaba al catedrático titular la asignación del profesor sustituto, si faltaba más de los 15 días que el Consejo de Castilla permitía faltar anualmente (los «moscosos» diríamos hoy).

Al final del curso 1784-1785 el mayordomo hizo la correspondiente liquidación, donde vemos que faltó 28 días lectivos, recibiendo el reverendísimo Zamora 241.919 maravedíes y el doctor don José Ayuso 5.431 (AUS, Libro 1187, p. 199v). El sustituto del sustituto, el bachiller Huebra, tuvo que contentarse con la retribución moral del prestigio que lo colocará en buen lugar en las previsibles próximas oposiciones a la muerte del P. Zamora.




ArribaAbajoPrimer contacto con el griego en los Reales Estudios de San Isidro de Madrid

Gracias a las aludidas investigaciones de Luis Gil y de Concepción Hernando conocemos los estudios helenísticos de Meléndez en el periodo comprendido entre 1767, año en que realiza su primum artium cursum, logicae scilicet en el colegio dominico de Santo Tomás en Madrid, y el 8 de noviembre de 1772, cuando, tras haber aprobado el examen de aptitud, es declarado «hábil» para oír ciencia en la Universidad de Salamanca. Luis Gil («Una poesía juvenil» 65) resume: «Nuestro poeta, en efecto, es uno de los escasos españoles que han conjugado la afición a las antigüedades grecolatinas con un discreto conocimiento del griego».

Meléndez tuvo los primeros contactos con el griego en los Reales Estudios de San Isidro en el curso 1771- 1772, curso al que Luis Gil le da bastante importancia, aunque Meléndez se olvida de los estudios realizados en esos Reales Estudios en una última Relación de ejercicios literarios, fechada el 6 de septiembre de 1783 y recientemente publicada por nosotros (Astorgano 2002a), a pesar de que una Providencia del Consejo de Castilla de 29 de mayo de 1779 concedía especial mérito a los «ejercicios que los opositores hubiesen hecho en la Real Academia de San Fernando, Seminario de Nobles, Estudios Reales de San Isidro y en la Casa de los Caballeros Pages de mi Real Persona, por ser públicos todos estos estudios y correr a cargo de maestros conocidos, los cuales deberán dar la certificaciones juradas y visadas por los directores y superiores de los tales Estudios» (Novísima Recopilación, Lib. VIII, Tít. IX, Ley. XXVII).

Pensamos que si el accidentado curso de griego del año 1771-1772 hubiese sido considerado fundamental por Meléndez y hubiese sido muy fructífero, no se hubiese olvidado del mismo en una representación, la de septiembre de 1783, dirigida al Consejo de Castilla, presidido por el helenista Campomanes, máximo protector de los Reales Estudios, «quien hizo por los estudios helenísticos en España más que nadie hasta entonces había hecho» (Gil, Campomanes, p. 47).




ArribaAbajo Profundización del estudio del griego en la Universidad de Salamanca con el P. Zamora

Con estos antecedentes, Meléndez llega a Salamanca con ansias de aprender griego en las clases del P. Zamora, sobre todo el año 1773, como consta por los repetidos informes de méritos de sus sucesivas oposiciones a cátedras. Juan Meléndez Valdés asiste durante los cursos 1772-1773 y 1773-1774 a la cátedra de lengua griega y durante el curso de 1774-1775 a la de «prima de Humanidad regentada por el reverendo Alba» (Alarcos 141).

En el último curriculum conocido de Meléndez, los Ejercicios literarios de septiembre de 1783, se incluyen los estudios de griego, siempre bajo el cobijo del P. Zamora: «Asistió a la cátedra de lengua griega [del P. Zamora] con puntualidad y aprovechamiento el curso de 1773[...]. Ha sustituido las cátedras de Lengua Griega y la de Prima de Letras Humanas en los cursos de 76 y 77, en las ausencias y enfermedades de sus propietarios».

Meléndez sacó provecho de estos estudios helenísticos y sin duda conocía la exigencia de los mismos para todo futuro profesor de humanidades, establecida por el plan de estudios de 1771: «El catedrático de latinidad equivale a maestro de mayores, y perfeccionará a los muchachos en la traducción, composición y elegancia de la lengua latina y del griego [...]. El de humanidad explicará la prosodia, la métrica y la mitología en los dos idiomas latino y griego» (BUS, Plan, p. 84).

¿Pensaba Meléndez dedicarse a la docencia de la filología desde muy joven y decidió prepararse para ello? Parece deducirse que fue en Salamanca donde Meléndez aprendió realmente griego y no en el accidentado curso 1772-1773 en los Reales Estudios de San Isidro de Madrid. No descartamos, a diferencia de lo que piensa Alarcos (p. 146), que el poeta extremeño asistiese como un colegial trilingüe más, en cuyo Colegio se impartían todas las clases de filología según lo ordenaba el Plan de Estudios de 1771, a las árduas lecciones de su Gramática que el padre Zamora hacía aprender de memoria a sus alumnos.

Sin duda, para Meléndez las clases de Zamora tenían interés por la versión y análisis de textos, habida cuenta de que ya había estudiado los rudimentos de lengua griega y debía tener un nivel de conocimientos igual o superior al de los alumnos del Trilingüe. El catedrático salmantino, una vez que sus discípulos sabían declinar y conjugar, dedicaba las clases a traducir y comentar gramatical, literaria e históricamente algún texto. Así se deduce del prólogo de su gramática y de su oración De studio linguae Graecae recte instituendo, antes citadas.

Luis Gil intuye que «las relaciones de Meléndez con su nuevo maestro salmantino [P. Zamora] debieron de ser, si no tan cordiales como corrientemente se supone, al menos bastante buenas. Sugiérelo así no sólo el mutuo acuerdo que reinó entre ambos, años después, cuando, siendo ya Meléndez catedrático de humanidades, obraron de mutuo acuerdo en la junta salmantina de las letras humanas, sino el hecho de que en el curso de 1775-76 ocupara como sustituto la cátedra de lengua griega (Demerson, I, p. 61). Pero estas buenas relaciones no presuponen que Meléndez adoptase frente a la obra y al método de Zamora una actitud acrítica de aceptación beata. Cuando menos, cierta predisposición adversa a su gramática ya se encargaron de imbuírsela bien en los Reales Estudios» (Gil 1974, p.72).




ArribaAbajo Primera traducción griega conocida de Meléndez (1775)

Según Polt (1995, p. 263), de las poco menos de quinientas poesías que conservamos de Meléndez, casi la décima parte son traducciones, propiamente dichas, es decir hechas deliberada y abiertamente de sus respectivos poemas. Las tres cuartas partes de estas traducciones lo son del latín; las demás son del griego, del francés y del italiano5. Además habría que añadir imitaciones, más o menos libre de tal o cual poema y las apropiaciones de unos cuantos versos en el contexto de múltiples composiciones melendezvaldesianas, como ha puesto de manifiesto Ramajo Caño, de manera que «la poesía de Meléndez sólo puede comprenderse dentro de la tradición clásica. Porque nos encontramos con un poeta que en minuciosos detalles, en el léxico y en los tópicos, se está refiriendo continuamente a la antigüedad. [...] La poesía de Meléndez, pues, se levanta en una época en la que todavía la imitatio de la antigüedad clásica nutre la literatura» (Ramajo, 2002, p. 57).

El cenit de la formación helenística de Meléndez podemos fijarla en 1775, cuando, siendo todavía estudiante y sin el grado de bachiller, se atrevió a publicar la traducción de una poesía en los prolegómenos de la gramática griega de José Ortiz de la Peña. Diez años más tarde alcanzará el cenit académico, con su destacado papel en el desarrollo de la oposición de 1785.

La oscuridad de algunos pasajes de la gramática del P. Zamora y algunos fallos relativos a la pronunciación, como los anotados por el inquisidor Nicolás Rodríguez Laso en 1789, antes aludidos, condujeron cuatro años después de publicarse la gramática de Zamora a la aparición de los Elementos de la Gramática Griega para facilitar la traducción de esta lengua sin viva voz de maestro en pocos días. Compendiados con nuevo méthodo por D. Joseph Ortiz de la Pena, colegial y maestro que fue de lengua griega en el Trilingüe de la Universidad de Salamanca, su doctor en la Facultad de Leyes, y bibliotecario mayor. En Salamanca: por Juan Antonio de Lasanta, impresor de la misma Universidad. Año de 1775.

Entre los epigramas de varios autores que aparecen al frente de la Gramática de Ortiz de la Peña, hay uno en griego de José Lasso de Dios, «sumamente defectuoso y a duras apenas comprensible», del cual Meléndez logró hacer una correcta traducción del soneto de circunstancias que empieza: «¿Oh varón consumado en toda ciencia...»6.




ArribaAbajoLas traducciones helenísticas de Meléndez en los cursos 1775-1778

Durante los tres años que van desde que aprobó el examen de bachilleramiento en Leyes (agosto de 1775) hasta que consigue el nombramiento de profesor sustituto de humanidades (octubre de 1778), Meléndez continuó ligado al aprendizaje de las humanidades en general, y del griego, en particular, al tiempo que seguía cursando la licenciatura en Leyes, según se desprende de su correspondencia con Jovellanos. Coinciden con una intensa actividad poética, de tono anacreóntico, desarrollada por un joven de entre 21 y 24 años de edad.

Concepción Hernando (Helenismo, pp. 216-221) ha seguido estas ocupaciones helenísticas de Meléndez. Como sabemos, el joven poeta tenía ya una formación lo bastante amplia en las lenguas clásicas y, en concreto, en griego, como para sustituir durante el curso 1775-76 dos meses la cátedra de lengua griega.

Durante los dos cursos siguientes tradujo parte de la Ilíada, es decir, diez años antes de ser juez en la oposición de 1785, cuyo ejercicio fundamental consistía en comentar un texto de esa obra. Por la correspondencia entablada entre Jovellanos y Meléndez Valdés desde 1776, tenemos noticia de los ensayos como traductor de nuestro poeta. Por consejo de Jovellanos emprendió la traducción de la Ilíada, como lo dice en carta de 3 de agosto de 1776:

«Excitado de lo que Vuestra Señoría me escribe, he emprendido algunos ensayos de la traducción de la inmortal Ilíada y ya antes alguna vez había probado esto mismo; pero conocí siempre lo poco que puedo adelantar; porque supuestas las escrupulosas reglas del traducir que dan el obispo Huet7 y el abate Regnier en su disertación sobre Homero, y la dificultad en observarlas, el espíritu y la majestad y la magnificencia de las voces griegas dejan muy atrás cuanto podamos explicar en nuestro castellano y por mucho que el más diestro en las dos lenguas y con las mejores disposiciones de traductor trabaje y sude, quedará muy lejos de la grandeza de la obra. Las voces griegas compuestas no se pueden explicar sino por un grande rodeo, y los patronímicos y epítetos frecuentes y que allí tienen una imponderable grandeza, no sé si suenen bien en nuestro idioma. Esto hace que precisamente se ha de extender la traducción un tercio más que el original, como sucede a Gonzalo Pérez en su Ulixea y esto le hará perder mucho de su grandeza. Yo en lo que he trabajado, que será hasta trescientos versos, procuro ceñirme cuanto puedo, y hasta ahora, con ser la versión sobrado literal, calculando el aumento de los versos hexámetros con respecto a nuestra rima, apenas habrá el ligero exceso de veinte versos. Espero que en todo este mes y el siguiente tendré acabado el primer libro[...] y si vuestra señoría gusta verlo, lo remitiré para entonces[...]». (Alarcos, p. 146)

A esta traducción, de cuyas dificultades tan consciente estaba, Meléndez alude en ulteriores cartas a su corresponsal asturiano: «Vuestra señoría dirá que para qué me he traído la Ilíada ni nombro a Homero, no haciendo nada de provecho ni cumpliendo mi palabra dada». Meléndez no avanzaba en sus estudios humanísticos porque, como en muchas ocasiones a lo largo de su vida, se estaba interponiendo su faceta de jurista, en concreto, estaba preparando el examen de licenciatura en Leyes:

«En el año que viene [1779] saldremos de este apuro [el citado examen] y entonces verá vuestra señoría si el numen de Jovino me anima, y el deseo de agradarle me enciende de manera que cante de Aquiles de Peleo


La perniciosa ira, que tan graves
Males trajo a los griegos, y echó al Orco
Muchas ánimas fuertes de los héroes
Que las aves y perros devoraron

Esta traducción pide una aplicación cuasi continua, y una lección asidua de Homero, para coger, si es posible, su espíritu. Yo, embebido en el original, acaso haré algo; de otra manera no respondo de mi trabajo; pero esto pide una carta separadamente, en que yo informase a vuestra señoría de todas mis miras y pensamientos»,



escribe desde Segovia el 11 de julio de 1778 (Meléndez, Obras Completas, III, pp. 364-368). De nuevo, cuando recibe la regencia de la cátedra de humanidades, manifiesta su satisfacción y su esperanza de que «nuestros pensamientos sobre Homero podrían efectuarse mucho mejor» (Obras Completas, III, pp. 377-378). El joven sabio Menéndez y Pelayo apostilla: «no tengo otra noticia de esta versión» (Biblioteca de traductores españoles, III, p. 147). Ni creemos que Meléndez fuese muy lejos en este empeño, pues, sin duda, el estro épico no iba con el temperamento del poeta y jamás terminó su intento. Sin embargo, este entretenimiento traductor sirve para demostrarnos que ocho años antes de la oposición a la cátedra de griego de 1786, Meléndez conocía perfectamente el original de Homero, objeto del primer ejercicio de la oposición, de manera que su criterio de juez se pudo imponer fácilmente a sus mediocres compañeros-jueces.

Otros autores griegos que tradujo Meléndez Valdés son Epicteto y Teócrito. En carta a Jovellanos del 2 de agosto de 1777, tras confesar que le gusta más Epicteto que Séneca, le comunica al asturiano que al filósofo griego «cuando aprendía griego, le traduje todo, y aun tuve después ánimo de hacerlo con más cuidado para mi uso privado» (Obras Completas, III, pp. 345-349).

El 18 de octubre de 1777 dice: «en acabando de copiar y poner en limpio dos traducciones mías de dos idilios del sencillo Teócrito [...], anudaré el hilo roto y proseguiré contando mis cosas» (Obras Completas, III, pp. 354-355). Se trata del Idilio II de Teócrito, «Las hechiceras», traducción hoy perdida, y del Idilio XX, «El vaquero», tradicionalmente atribuido a dicho autor griego, aunque ya no se considera suyo. En la edición de las poesías de Meléndez Valdés no se incluyeron estas traducciones, pero Cueto pudo recoger la del Idilio XX, que permanecía inédita. No nos resistimos a reproducir la valoración de un casi adolescente Menéndez Pelayo (está firmada en Santander el 23 de enero de 1875 y había nacido en la misma ciudad el 3 de noviembre de 1856), donde se juzga a Menéndez mejor helenista que José Antonio Conde: «Está hecha con grande inteligencia del original, aunque en versos no tan fluidos y armoniosos como los que de continuo usaba Meléndez en sus poesías originales. Demuestra, no obstante, sus buenos conocimientos helenísticos y en conjunto es harto superior a la que años después hizo D. José Antonio Conde» (Biblioteca de traductores, III, p. 146).

Hernando (Helenismo, p. 221) la juzga bella y sencilla, a pesar de su amplificación, pues los 45 hexámetros del autor griego se convierten en 69 endecasílabos castellanos, es decir, más de ese tercio de amplificación que le salía en su traducción de Homero. Va precedido del argumento: el desdén que una bella ciudadana hace del amor de un rústico pastor8.

Respecto al admirado Anacreonte, no nos consta que Meléndez llegase a traducirlo. Alarcos sugiere con harta verosimilitud que Meléndez tradujera también a Anacreonte por sus alusiones al poeta griego: «El continuo estudio que he puesto por imitar en el modo posible al lírico de Teyo y su graciosísima candidez»9.




ArribaAbajo El trasfondo de la oposición a la cátedra de griego de 1785

En el Asueto del curso académico 1785-1786 se resume la actividad académica de la cátedra de griego y observamos el cambio de titular en el encabezamiento de la misma: «Cátedra de lengua griega. Reverendísimo Padre Maestro Bernardo Zamora. Murió el 30 de noviembre de este curso [1785]. Sr. Dr. D. José Ayuso tomó posesión de esta» (AUS, Libro 1187, pp. 194r-200r). Ayuso aparece como sustituto desde el primer día de curso, el 19 de octubre («sustituye el Sr. Dr. Ayuso»). El bedel multador anota de manera escueta el fallecimiento del P. Zamora: «el miércoles, 30 de noviembre, día de san Andrés apóstol, murió el reverendísimo Zamora». El 2 de diciembre, viernes, empieza la sustitución permanente de Ayuso: «sustituye el señor doctor Ayuso. Las faltas que tuviere se le apuntarán» (AUS, Libro 1187, p. 195r).

En el Colegio de Lenguas de 1785 de la Universidad de Salamanca, donde casi todos sus cinco miembros eran graduados en Leyes, inevitablemente subyacían inquietudes político-reformistas. Luis Gil habla del trasfondo de la oposición de 1764, ganada veinte años antes por el fallecido P. Zamora, y su lucha por dignificar la enseñanza del griego (ver Gil 1974 y 1976). Ahora, en 1785, vamos a ver que el Colegio de Lenguas tiene que afrontar la sustitución del fallecido P. Zamora en plena guerra renovadora contra el sector mayoritario conservador del claustro. Meléndez consigue una pequeña victoria al imponer su candidato en la cátedra de griego, su amigo, bastante reformista y también doctor en Leyes, don José Ayuso. Pero era una victoria menor y en el campo de las humanidades, bastante menospreciado por los políticos de la época, a excepción de Campomanes, como ha puesto de manifiesto Luis Gil (Campomanes) y más recientemente, con su maestría habitual, Antonio Mestre (2002). Veremos que el grupo reformista de Meléndez y de Ramón de Salas estaba perdiendo la guerra de las reformas en el campo de la Facultades Mayores (especialmente en la de Leyes), como ha estudiado Sandalio Rodríguez (pp. 112-128).

El P. Zamora fallece el 30 de noviembre de 1785 y a la semana siguiente, la Junta de lenguas del 6 de diciembre de 1785, ratifica el nombramiento de José Ayuso como sustituto permanente de la cátedra de griego, lo cual era un paso importante para ganar la oposición de dicha cátedra: «Los doctores don Francisco Sampere, don Gaspar Candamo y don Juan Meléndez, y el bachiller Bárcena, y acordaron confirmar el nombramiento de sustituto que hizo el reverendo padre maestro Zamora en el doctor don José de Ayuso, el que ha estado sustituyendo dicha cátedra en el presente curso en sus ausencias y enfermedades, en virtud de la facultad que concede el Plan de estudios de dicho Colegio» (AUS, Libros 245, ff. 310r-310v). Recuérdese el gozo que manifestaba Meléndez a Jovellanos cuando en octubre de 1778 consiguió la sustitución permanente de una de las cátedras de Humanidades, que a la postre obtendría en propiedad10.

Sabemos que Ayuso había sido el sustituto durante el curso anterior (1784-1785), a propuesta del P. Zamora, lo cual no deja de ser una preeminencia y distinción del carmelita hacia su discípulo preferido.

Pero los asuntos de la Junta de Lenguas, incluida la tensión que la próxima oposición pudiera provocar, eran puro trámite y de menor importancia, en comparación con la batalla académica e ideológica que se libraba en la Facultad de Leyes, como demuestra el desagradable episodio que Meléndez, en su calidad de doctor en derecho, sufrió al día siguiente en la Junta de Derechos11.

En efecto, el 7 de diciembre de 1785 se había convocado dicha junta «a efecto de oír una proposición de el señor doctor Ramón de Salas sobre pedir dictamen a la Junta acerca de las conclusiones que quería defender en su acto pro universitate, que se le había señalado para el día 15 del corriente [diciembre de 1785], y que el censor regio [Fernández Ocampo] no le quería permitir imprimir, sin darle razón de esta detención. Prometió el doctor Salas a la Junta sujetarse en todo a su dictamen, quitando y borrando y añadiendo lo que gustase, protestando que si erraba en ellas [las conclusiones] lo hacía inculpablemente y que por eso buscaba el dictamen de quien pudiese enseñarle. Pidió también testimonio de todos los actos [pro universitate] que se han tenido en el curso pasado y en el presente. Y hecha dicha proposición, se pasó a votar de esta forma [...]» (AUS, Libro 245, ff. 310v-311r).

El grupo reformista, encabezado por Meléndez y Salas, era consciente de su minoría. Por eso Salas adopta una postura bastante sumisa, pero Meléndez es claro y contundente en la defensa de sus ideas reformistas, un mes antes de su activa participación en la oposición de griego, caracterizada por el afán de trabajo y «la honesta libertad», íntimamente relacionada «con el estado floreciente o atraso de las letras»:

«El Sr. Dr. Menéndez dijo: que le parece que la Junta está en obligación de dar su dictamen a las conclusiones presentadas por el doctor Salas, porque cree que dicho doctor puede pedirle [el dictamen] sobre cosas pertenecientes en su Facultad, cual es ésta; que tampoco debe retraernos el ser el examen de dichas conclusiones trabajoso, porque en la Universidad y en cosas pertenecientes a las letras no debemos rehusar el trabajo. Y que también le parece que las facultades y el empleo de censor regio no deben ser para extinguir la honesta libertad que debe tener todo hombre de defender cuestiones opinables, como de ellas no pueda racionalmente temerse algún daño; y que le parece que la Facultad debe meditar con seriedad este último punto, por la íntima conexión que tiene con el estado floreciente o atraso de las letras»


(AUS, Libro 245, ff. 311v-312r).                


Es bonita esta idea de trabajar en favor de la libertad de pensamiento y ligarla a la idea de progreso, tan querida por Meléndez, estudiada por Elena de Lorenzo (Nuevos mundos poéticos, pp. 165-170) y por nosotros (Astorgano 1997, pp. 122-124), desde perspectivas distintas. A pesar de que la petición de Salas contó con el apoyo del rector, Joseph Azpeitia, sin embargo salió derrotada.

Vamos a detenernos brevemente en las votaciones dentro de la Junta de Derechos para ver la fuerza del grupo de Meléndez. De los nueve asistentes votaron en contra de la petición de Salas cinco (doctores Machado, Robles, Roldán, Borja y Pozo). Claramente a favor, sólo el rector y Meléndez, como hemos visto.

Intentando conciliar ambas posturas se sitúan las opiniones de Sampere y el aragonés Martín de Hinojosa (amigo personal de Meléndez). Nos interesa ver la reacción de Francisco Sampere, doctor en Cánones, catedrático de retórica y primer juez en la próxima oposición a la cátedra de griego. Sabemos que entre 1780 y 1784 hubo serios enfrentamientos dentro del Colegio de Lenguas por la aplicación del derecho de opción de rentas entre las cátedras de dicho Colegio. Sampere y Meléndez encabezaban los dos bandos enfrentados (Astorgano 2001b y 2001c).

El voto contemporizador de Sampere a finales de 1785 da a entender que se habían superado las diferencias y que el catedrático de retórica apoyaba a Meléndez, lo cual explicaría que el catedrático extremeño llevase la voz cantante en el desarrollo de la oposición a la cátedra de griego en el mes siguiente: «Que la Junta dipute o nombre dos comisarios que estén con el censor regio para que, buenamente, se terminen las diferencias» (AUS, Libro 245, f. 111v).

En resumen, la mayoría conservadora de la Junta de Derechos dejó en una postura bastante desairada al grupo reformista de Meléndez ante la arbitraria decisión del censor regio Fernández Ocampo, precisamente el mismo día en que se inicia el proceso de la oposición a la cátedra de griego. En este sentido parece que los humanistas del Colegio de Lenguas defendían los mismos intereses, «con la fuerza de carácter y oposición» de que habla Mestre, aunque no conviene exagerar la idea de oposición (los verdaderos detractores serán los alumnos de este Colegio de Lenguas, como Manuel José Quintana y José Marchena) ni la de «círculo de los humanistas salmantinos» (Mestre 275), pues cada uno intentaba abrirse camino en la vida por su lado, de manera que, después de haber adquirido una espléndida formación clásica, pocos permanecieron en Salamanca. Meléndez volvió, pero desterrado.




ArribaAbajoEl cenit del helenismo de Meléndez: su papel en las oposiciones de 1785

Remitimos a nuestro estudio citado (Astorgano 2002a), donde seguimos con cierto detenimiento el desarrollo de las oposiciones a la cátedra de griego de 1785. Ahora sólo nos fijaremos en los detalles que resaltan la competencia helenística de Meléndez.

Firmaron la oposición cinco graduados (tres bachilleres y dos doctores) en las fechas siguientes: el 31 de diciembre de 1785 el doctor en Cánones, José Fernández del Campo. El 4 de enero, el bachiller Dámaso Herrero. El 7 de enero, el bachiller Joseph González de la Huebra y el doctor Joseph Ayuso. El 12, la firmó el bachiller Soto (AUS, Libro 1016, f. 492r).


Meléndez controla el proceso de la oposición

El proceso selectivo comienza propiamente el día 22 de enero de 1786, cuando el tribunal (Sampere, Candamo y Meléndez) se reúne para confeccionar y firmar la «lista de los días en que han de tomar puntos los opositores a la cátedra de lengua griega», del primer y más importante de los tres ejercicios, consistente en el comentario de un texto de la Ilíada. El día 24 de enero de 1786 toma puntos el doctor más antiguo, José Ayuso y el día 3 de febrero Guebra, el bachiller más joven. Se observa que, como era preceptivo, se empieza con la actuación del grado mayor (doctor) y los últimos en actuar son los bachilleres, lo cual tiene su importancia, pues en caso de empate a los méritos, se preferirá al doctor.

Para intentar recrear o imaginarnos la actuación de los opositores, debemos remitirnos al edicto de esta oposición y al de la de 1764, como norma supletoria en detalles omitidos en el de 1785. El primer ejercicio y fundamental fue el mismo en ambas oposiciones: «explicar por espacio de una hora con puntos de 24 los versos de Homero que eligiere el ejercitante de uno de tres piques que se le darán en la Ilíada, dando razón de la etimología, sintaxis, prosodia, propiedad de voces, figuras y bellezas que ocurran, y respondiendo en otra hora a las preguntas y reflexiones que dos de sus opositores le hicieren sobre el mismo pasaje» (edicto de 1785). Pero el edicto de 1764 era más explícito, pues determinaba que el texto propuesto de Homero sería «puro sin nota, ni glosa ni versión alguna» y daba más orientaciones para el desarrollo del ejercicio: «En esta hora, sin confundir parte alguna de tiempo en lugares comunes, centones triviales, historias y erudiciones transcendentes, que hacen a cualquier punto y pueden estar decoradas con mucha anticipación, traducirá el griego al latín y explicará metódicamente palabra por palabra, rigiendo y disminuyendo, declarando la naturaleza, propiedad, valor y energía de cada voz, y señalando cuál es proparoxítona, cuál paroxítona, cuál oxítona, cuál persiste inmutable, y cuál recibe alteración según la diferencia de dialectos; y si sobrare algún tiempo, procurará manifestar con cuanta exactitud observa Homero en la Ilíada los rígidos preceptos de la epopeya» (Hernando, Helenismo, p. 55). El edicto de 1764 es más rancio que el de 1785 e incluso deja abierta la posibilidad de utilizar el viejo sistema argumentativo del silogismo en «la hora de argumentos», que en 1785 se denomina significativamente «hora de preguntas y reflexiones»: todo un síntoma del cambio metodológico que la didáctica había sufrido en estos veinte años. Durante esta hora, según el edicto de 1764, los dos coopositores rivales podrían «objetar a su arbitrio y dirección ciñéndose a las estrechas leyes del silogismo o proponer sus dudas por preguntas sueltas sobre lo que acababan de oír, y todo aquello que puede ser materia de la lección».

El 8 de febrero, el tribunal fija el libro del «autor del Siglo de Oro» sobre el que recaería el examen del segundo ejercicio. Es letra de Meléndez, alma mater del tribunal, pues además de ser el más competente en la materia (sabemos que Sampere no sabía griego y que González Candamo no asistirá al desarrollo de la oposición) da la impresión de que Meléndez actuaba de «secretario» del tribunal. El extremeño es el único que firma el documento, con lo que deja claro su protagonismo en esta oposición:

«En Salamanca, a 8 de febrero de 1786, los señores del margen [doctor Sampere, doctor Candamo, doctor Menéndez y bachiller Bárcena], se congregaron en la sala de juntas y acordaron se diesen los piques para la traducción de latín al griego por Los Oficios de Cicerón, haciendo los opositores otras tantas cuartillas como ellos son, y otra más para los jueces [las que conservamos], y que se pasase también un recado al señor vicerrector para expedir cédula para estos ejercicios [en claustro pleno del 10 de febrero], y con su aviso citar a los opositores para tomar los puntos [el 9 de febrero], previniendo que éstos deberán ser un pasaje corto de dicho libro, con lo que se concluyó esta Junta, que firmaron. Dr. Meléndez Valdés [rúbrica]»


(AUS, Libro 1016, f. 494v).                


Aparte de las circunstancias personales de los otros dos jueces de la oposición, creemos que Meléndez tuvo especial intervención en la elección del autor clásico, propuesto para el comentario, lo cual era posible porque los edictos de las oposiciones de 1764 y de 1785 permitían bastante libertad al tribunal. En 1764 había elegido los Epigramas de Catulo.

Al día siguiente, 9 de febrero, es la toma de puntos sobre De Oficiis de Cicerón, siendo elegidas las primeras líneas del capítulo XVII del libro I. Es preciso hacer algún comentario sobre la materia objeto de examen de este segundo ejercicio, pues el tribunal escogió un texto lleno de reflexiones filosóficas y sociológicas, bastante acordes con el pensamiento reformista de los políticos ilustrados. El capítulo XVI es «Principios de la sociedad y la primera obligación para con ella» y el elegido capítulo XVII lleva el significativo título de «Cuatro vínculos de sociedad. El más fuerte es el de la Patria». Esos cuatro vínculos, en grado descendente de amplitud son, en primer lugar, la sociedad natural por la cual se unen unos hombres con otros. El segundo es el de pertenencia a una misma nación cuyos hombres hablan una misma lengua; después está el de la ciudad en que los hombres tienen muchas cosas comunes; el cuarto y último es el de la casa donde todo es común, y «ésta se extiende después a otras muchas casas y parentelas». Según el edicto de la convocatoria, el tribunal tenía libertad para elegir el texto de este segundo ejercicio («quedando a nuestro arbitrio dar el pique en el [autor] que tengamos por más conveniente»). Sin duda, Meléndez, que estaba viendo cómo el egoísmo de los estamentos dirigentes, en general, y de los juristas y teólogos, en particular, dentro de la Universidad, estaba haciendo fracasar sistemáticamente todas las iniciativas del celo patriótico de Campomanes, aprovechó para hacer reflexionar, en primer lugar, a los opositores, y al claustro pleno, en general, con un texto que exalta la generosidad para con la patria.

Esta gradación en las relaciones sociales nos recuerda la imagen literaria de la «cadena de los seres», siempre grata a Meléndez. Por ejemplo, en la epístola I, que Meléndez dedicará a Godoy (1795), la cadena representa la unión de los ciudadanos mediante la virtud, la cual posibilita las implicaciones armónicas e inapelables que son innatas en la cadena de la naturaleza: «Es la civil prudencia una cadena/ que enlazada en mil modos altamente,/ el seso más profundo abarca apenas» (Obras en verso, II, p. 762).

Si Gil y Hernando («Sobre el trasfondo...», p. 118) lamentaban en la oposición de 1764 no poder juzgar, «como en la oposición de los Reales Estudios, los méritos de los opositores, porque no se nos han conservado sus cuartillas», en nuestro citado estudio (en Habis, año 2005) comentamos el mérito de cada una de las «cuartillas» de este segundo ejercicio de la oposición de 1785, para demostrar la objetividad del criterio de Meléndez, seguido, afortunadamente, por sus colegas jueces y por el claustro pleno posterior.






ArribaAbajo Censura de los jueces de la oposición de griego de 1785

Antes afirmamos que el primer ejercicio (el comentario del texto de la Iliada) era el más importante. ¿Por qué? Por la simple comprobación de las fechas de los informes de los cuatro jueces de esta oposición. Meléndez, el juez más influyente, redactó el suyo el día 8 de febrero, antes de que los opositores escribiesen la retroversión de las cuartillas sobre Los Oficios de Cicerón (día 9). En segundo lugar, porque los cuatro jueces habían depositado sus informes en la secretaría de la Universidad antes de comenzar el claustro del día 10.

Por lo tanto, el tercer y último ejercicio (la traducción al castellano de algunos versículos del Nuevo Testamento griego) tenía el valor que la buena presencia y las dotes oratorias suelen impresionar en los pocos documentados (la inmensa mayoría del claustro pleno) más que el rigor científico de los especialistas, que es el que aquí nos interesa. Afortunadamente, la masa del claustro se dejó llevar por el buen criterio del Colegio de Lenguas (en especial de Meléndez).


La censura de Meléndez

Como hemos observado, el dictamen de Meléndez fue redactado teniendo en cuenta sólo el primer ejercicio de la oposición y, siendo el primero, debió ser la referencia de los informes de los restantes miembros del tribunal, pues Sampere, desconociendo el griego, lo siguió, y González de Candamo se despreocupó de la oposición. Por eso es importante conocer el dictamen individualizado, personal y autógrafo que emitió Meléndez Valdés:

«Habiendo asistido a las oposiciones de la cátedra de griego [sólo al primer ejercicio], para [lo] que la Universidad se sirvió nombrarme juez, con toda la exactitud y atención que me han sido posibles, por el juicio que he podido formar, según mi corta instrucción y los informes que he tomado y el conocimiento que tengo de los opositores, adquirido en las conversaciones privadas que ofrece la frecuente familiaridad de las aulas, hallo y me parece deberlos poner en el orden siguiente:

1.º Dr. don Joseph Ayuso.

2.º Bachiller Guebra.

3.º Dr. Campo.

4.º Bachiller Herrero.

5.º Bachiller Soto.

El doctor Ayuso leyó con un orden mejor que ningún otro y en las respuestas a los argumentos y los que él hizo a sus opositores mostró gusto e inteligencia de la poética.

El bachiller Guebra leyó con mucha facilidad y comprobó muy bien las voces todas de los versos de su ejercicio con pasajes de otros autores.

El doctor Campo fue diminuto en la lección, perdiendo mucho tiempo en la comprobación de las sílabas.

El bachiller Herrero [sucederá a Meléndez en la cátedra de Prima de Humanidades en 1790] mostró en la suya [lección] conocimiento de las reglas gramaticales, aunque poca práctica en los autores.

El bachiller Soto apenas puede graduársele porque su lección fue trivialísima, la prueba de las cantidades por las reglas de la prosodia latina, toda voluntaria y sin subir a las reglas filosóficas de la verdadera cantidad, y sus argumentos tan generales que podían muy bien aplicarse a todas las gramáticas y lenguas. Por otra parte, este opositor es de un gusto pésimo y que, en mi opinión, no es capaz de sentir una sola hermosura ni aún en los autores latinos más delicados.

Así lo juzgo y en caso necesario lo juro por parecerme la verdad.

Salamanca, 8 de febrero de 1786.

Doctor don Juan Meléndez Valdés [rúbrica]»


(AUS, Libro 1016, ff. 504-504v).                


Detengámonos en observar el razonamiento del dictamen. En primer lugar, Meléndez conocía suficientemente la competencia helenística de cada uno de los opositores con anterioridad al inicio de la oposición, por haberlos tenido como coopositores en la oposición de Prima de Humanidades (Campo, Soto y Herrero) que había ganado en 1781, y por tenerlos de colegas a todos en la docencia de las humanidades, ya como sustitutos de cátedras en el Colegio de Lenguas, ya como preceptores en el Colegio Trilingüe, en cuyo edifico impartían físicamente los catedráticos del Colegio de Lenguas de la Universidad sus clases. A esto se refiere con la expresión «el conocimiento que tengo de los opositores, adquirido en las conversaciones privadas que ofrece la frecuente familiaridad de las aulas».

Según las repetidas instrucciones de Campomanes, en especial la Provisión de 16 de octubre de 1770, recordada y recogida en la cédula del Consejo de Castilla del 22 de enero de 1786, y por tanto debida ser tenida en cuenta por Meléndez ahora en su censura del 8 de febrero, los miembros del tribunal «deben asistir a todos los ejercicios como jueces en ellos, para formar concepto del mérito absoluto y comparativo de todos los opositores; y acabados los ejercicios, deberá cada uno de ellos forma separadamente y según su conciencia la censura del desempeño y mérito de cada opositor con respecto a los puntos o regulación de los ejercicios; cuyas censuras deberán entregar cerradas al rector» (Novísima Rec., Lib. VIII, Tít. IX, Ley XII). Meléndez sigue escrupulosamente la norma y evalúa con respeto a los cinco opositores, basándose exclusivamente en «la lección» del primer ejercicio sobre el texto de la Ilíada, y en el trato personal previo12. Aunque el informe de Meléndez no iba a trascender del claustro pleno, sin duda conocía el empeño del conde de Campomanes para que saliesen elegidos catedráticos los opositores de mejor mérito en la relajada Universidad de Salamanca. Por ejemplo, el fiscal asturiano había manifestado un notable enfado en el Consejo pleno de Castilla del 22 de agosto de 1778, porque dos jueces emitieron sus censuras sin haber asistido a los ejercicios de una oposición de una cátedra de Leyes, en la que participaba su amigo Ramón de Salas, lo cual provocó que el Consejo de Castilla solicitase un informe al obispo de Salamanca, Felipe Bertrán, sobre los catedráticos de su Universidad (AGS, Gracia y Justicia, leg. 945).

En la primera y única vez en que Meléndez fue juez en una oposición de cátedra fue escrupuloso en su dictamen, siguiendo la seriedad exigida por su protector Campomanes. Esta es la explicación de la fórmula: «Así lo juzgo y en caso necesario lo juro por parecerme la verdad». Según el edicto de 1785, los jueces debían fijarse en «la etimología, sintaxis, prosodia, propiedad de voces, figuras y bellezas que ocurran», es decir, comprobarían la competencia lingüístico-filológica y la poético-literaria, además de la estructura de toda la intervención («lección») de cada opositor.

Atendiendo a estos tres aspectos, Meléndez emite su dictamen, pero dándole más importancia a los aspectos estético-literarios, como demuestra la repetición de las palabras «gusto» (dos veces) y «autores» (tres veces).

Meléndez es generoso con cuatro de los opositores y demoledor con el bachiller Soto, el preceptor de gramática del Colegio Trilingüe, al que descalifica en los tres aspectos: «trivialísimo» en el tono general de su intervención, divagador en la parte filológica y de pésimo gusto e incapaz de captar la belleza en el apartado literario.

En opinión de Meléndez, el ganador Ayuso fue el mejor en la estructuración de sus argumentaciones y en la parte estética. Cuando Meléndez dice que Ayuso «mostró gusto e inteligencia de la poética» y «con un orden mejor que ningún otro» nos está calificando al nuevo catedrático de griego como un neoclásico convencido, admirador del orden, la claridad y la armonía grecolatina. Juicioso abogado, Ayuso estaba guiado, tanto en su conducta como en su gusto estético, por el sentido común y alejado de los excesos barrocos. Suponía seguir la línea pedagógica del P. Zamora, cuya Gramática continuó adoptando (Hernando, Helenismo, p. 58).

El segundo, Huebra, actuó «muy bien» en el apartado filológico, y sus méritos eran bastante parejos con los de Ayuso.

Los otros tres opositores (Campo, Herrero y Soto), que habían competido con Meléndez en 1781 cuando la cátedra de Prima de Humanidades, fallaron claramente en algunos de los apartados. De Soto ya hemos hablado. El doctor Campo perdió mucho tiempo en la parte de la prosodia, por lo que tuvo que contestar fugazmente al resto de las cuestiones.

El bachiller Dámaso Herrero, que sucederá a Meléndez en la cátedra de Prima de Humanidades, falló en la parte literaria, aunque no en la gramatical. Si en 1790, cuando gane la cátedra, no había mejorado esta parte, la marcha de Meléndez debió ser todavía más sensible para el nivel estético del Colegio de Lenguas.

El 11 de febrero de 1786 se anota en el Asuetero (AUS, Libro 1187, p. 196r) la toma de posesión, una vez ganada la oposición: «En este día tomó posesión el señor doctor Ayuso». Una vez ganada la oposición de la cátedra, Ayuso no faltó ni un solo día en el resto del curso.

A partir de esta oposición se continúan las reformas que tímidamente y con dificultades Campomanes intentaba imponer en los estudios de las Humanidades desde el Plan de estudios de 1771. En 1781 había logrado que el Consejo de Castilla votase a Meléndez para la cátedra de Prima de Humanidades. Ahora, Meléndez consigue que sea catedrático el reformista Ayuso.

La oposición a la cátedra de griego de 1785 fue pionera en varios aspectos. En el económico, dicha oposición era la primera que se celebraba después de haber sido implantado el derecho de la opción de rentas entre las cátedras del Colegio de Lenguas, como ocurría desde antiguo en las Facultades Mayores, lo cual, como hemos demostrado en otro lugar (Astorgano, 2001b y 2001c), era señal de que las cátedras de Humanidades empezaban a ser apetecibles por sus remuneraciones. De conformidad con ese derecho de opción de rentas, en el Asuetero se reparte la dotación económica de la cátedra de griego de manera que los catedráticos más antiguos que tenían disminuidas sus rentas, por vivir aún los catedráticos jubilados, se quedan con casi todos los dineros de la cátedra que había ocupado el P. Zamora, dejando al nuevo y flamante catedrático Ayuso con una irrisoria cantidad. Al final del curso, el mayordomo tuvo que hacer una liquidación doble. Una para el fallecido P. Zamora y otra para Ayuso, quien tuvo la desagradable sorpresa de que se le empezó a aplicar la antes aludida opción de rentas entre cátedras del Colegio de Lenguas y que se le liquidasen solamente 21.425 maravedíes, por habérsele «opcionado» las rentas por el catedrático de hebreo, González Candamo, y por el segundo catedrático de Prima de Humanidades, Ruiz de la Bárcena (AUS, Libro 1187, p. 200r).

La oposición de 1785 también marcó las pautas en el desarrollo de procedimiento selectivo de las oposiciones en lo sucesivo en dicho Colegio de Lenguas, al menos en las que daba la universidad, aunque no estamos seguros en las que otorgaba el Consejo de Castilla, según observamos en el «proceso de la cátedra de propiedad de hebreo, vacante en esta universidad por ascenso del doctor don Gaspar González de Candamo. La proveyó la universidad en su claustro pleno del 13 de julio de 1787 en el bachiller don Francisco José García, colegial trilingüe, a quien se le dio la colación y posesión por claustro de consiliarios en el día 14 de dicho mes y año, a las cinco de la tarde» (AUS, Libro 1017, pp. 160-188r).

El procedimiento establecido por Meléndez Valdés en la oposición de la cátedra de enero de 1786 marcó la pauta para hacer la oposición a la cátedra de hebreo de 1787, al menos en los dos últimos ejercicios, según se desprende de la Junta de los señores jueces de la cátedra de hebreo, del 9 de julio de 1787 (AUS, Libro 1017, p. 173r).








ArribaAbajoConclusión

La oposición a la cátedra de griego de 1785 no sólo coincide con uno de los momentos más esplendorosos de nuestra Ilustración (por ejemplo en ese año se publica la primera edición de las Poesías de Meléndez o el Catalogo delle lingue de Hervás y Panduro y reaparece El Censor, entre otros hechos literarios significativos), sino también con el cenit del Colegio de Lenguas de la Universidad del Antiguo Régimen (el antecedente más inmediato de la Facultad de Filosofía y Letras decimonónica), que no volverá a contar con catedráticos tan prestigiosos como los tuvo en el decenio 1775-1785 (entre titulares y sustitutos encontramos a los padres Bernardo de Zamora y Antonio Alba, los doctores Sampere, Ayuso, Meléndez, González Candamo y Ruiz de la Bárcena).

Personalmente, Meléndez, quien ya había demostrado su competencia como latinista en la oposición de 1781, ahora se preocupa de que el discípulo predilecto del P. Zamora continúe la magnífica labor de su maestro (que también lo había sido de helenistas tan prestigiosos como Casimiro Flórez Canseco, Pedro Estala o el inquisidor Nicolás Rodríguez Laso).

Si comparamos el dictamen que dieron los jueces de la cátedra de hebreo el 13 de julio de 1787 con el dictamen más razonado y firme de Meléndez Valdés, veremos enseguida la mayor competencia del poeta extremeño. El dictamen del 13 de Julio de 1787 del tribunal de la oposición de hebreo dista mucho del rigor del de Meléndez, pues los jueces «han convenido unánimemente en que todos los siete opositores son capaces de desempeñarla con honor» (AUS, Libro 1017, pp. 171r-171v).

El doctor Ayuso siempre fue amigo de Meléndez y desarrolló su actividad docente en la cátedra del griego hasta 1798 de la manera más rutinaria, sin excesiva brillantez. Por ejemplo, preside un acto en «la facultad de griego» el 1 de agosto de 1787: «El doctor don Joséf Ayuso y Navarro prueba haber presidido acto menor en la facultad de Griego en el que se defendió la materia Egraecarium literarum exercutatio in anacreontis odas. Actuante: don Joséf Rodríguez Viezma. Réplicas [en blanco]» (AUS, Libro 723, fol. 54vto). Tal vez Meléndez influyó en su amigo para que eligiese el tema de las anacreónticas, tan de actualidad en el mundillo literario del momento, después del éxito conseguido por las Poesías de Meléndez el año anterior. Pero Ayuso, ciertamente de gusto y formación neoclásicos, no tenía la talla de helenista que su antecesor el P. Zamora, sin duda porque no se entregó en cuerpo y alma a la docencia del griego, sino que prestaba más atención a su faceta de jurista, de manera que terminará sus días, bien entrado el siglo XIX, como magistrado de la Audiencia de Valencia.

Pero ese abandono del Colegio de Lenguas por parte de los catedráticos más competentes no sólo era debido a la ambición personal, sino que, hasta cierto punto, fue estimulado por la legislación vigente de la reforma del plan de estudios de 1771, pues «por el plan de estudios inserto en la Real Provisión de 3 de agosto de 1771, se previene, que los catedráticos de Humanidad, Latinidad, Retórica y Lenguas Griega y Hebrea, así licenciados o doctores como bachilleres puros, puedan hacer oposición a las cátedras de propiedad y regencia de la Facultad de su Bachilleramiento, y deberán ser preferidos a los demás opositores en igualdad de doctrina y mérito, con tal que hayan regentado las de Letras Humanas por cinco años; y que si pasados éstos con aplicación y aprovechamiento, se opusieren a la de otras Facultades, se tenga en consideración éste mérito, concurriendo en grado comparativo igual suficiencia a los demás coopositores» (Novísima Rec., Lib. VIII, Tít. IX, Ley XIII). Esta norma, que era toda una tentación para cualquier catedrático «raro» del Colegio de Lenguas, fue recogida en la Cédula del Consejo de Castilla de 22 de enero de 1786, exactamente el mismo día en que comienza el proceso selectivo de la oposición que hemos comentado, pues ese día el tribunal (Sampere, Candamo y Meléndez) se reunió para designar las fechas en que debían tomar puntos los opositores. La norma estuvo vigente y fue lo suficientemente conocida como para ser recogida en la Novísima Recopilación (1805).

Meléndez pudo haber sido un personaje de cierta importancia en la renovación de los estudios humanísticos, en general, y helenísticos, en particular, de los últimos decenios del siglo XVIII, si no hubiese caído en la ambición de muchos de los catedráticos de las cátedras filológicas, que tenían sus ojos puestos en las salidas profesionales jurídicas mientras ejercían la docencia en las «cátedras raras» del Colegio de Lenguas.

Luis Gil Fernández habla de los brotes de renovación humanística y de Campomanes como el fautor de las reformas lingüísticas, «con éxito escaso, necesario es reconocerlo, tanto por la resistencia pasiva de los claustros como de los propios estudiantes». Más adelante añade otras causas de este fracaso: «Por desgracia, los jóvenes helenistas más prometedores de finales del siglo XVIII, como Pedro Estala, Joseph Antonio Conde, el propio Meléndez Valdés, tal vez Ortiz de la Peña y tantos otros de talla menor, fueron víctimas de los avatares políticos de comienzos del siglo XIX. Ilustrados, afrancesados o liberales, hicieron caer indirectamente sobre la lengua griega un baldón» (Panorama, pp. 221-225).

Nos parece que la actitud intelectual de Meléndez frente al griego y su comportamiento en la oposición de la cátedra de griego de 1785, que hemos estudiado, están dentro del reformismo y de las directrices del helenista Campomanes y del «amoroso tesón con que trató de difundir el estudio del griego el fiscal del Consejo de Castilla» (GIL, Campomanes, p. 54).

Meléndez fue un convencido amante de las lenguas clásicas, pues se ocupó con asiduidad de Virgilio, no sólo cuando ocupaba su cátedra, sino que continuó con certeza cultivando las traducciones de autores latinos y probablemente los griegos, de manera que en el verano de 1807 era uno de los dos mejores latinistas que había entre los componentes del claustro pleno de la Universidad de Salamanca13.

Esa competencia en latín sólo se puede mantener después de casi veinte años en la carrera judicial si se lee y traduce con regularidad textos clásicos, y parece que Meléndez tomó la Eneida como libro para ejercitarse, si interpretamos bien a Menéndez y Pelayo (Biblioteca de traductores, III, p. 147): «Eneida de Virgilio. Emprendió Meléndez esta versión, a consecuencia de haber visto la de Delille. Perdiola ya muy adelantada en el saqueo de sus libros y papeles en Salamanca en 1813. Según Cabanyes eran seis los libros ya traducidos».

A esta misma traducción parece aludir Mestre (p. 270), cuando afirma, hablando del destierro del poeta (1798-1808), al que considera como paradigma de «los humanistas que eran con frecuencia víctimas de los caprichos o de los vaivenes de los políticos» que hallaban su consuelo en el cultivo de las lenguas clásicas: «Es cierto que Meléndez Valdés entretuvo su aislamiento en la traducción de las obras de Virgilio».

A juzgar por los modos apuntados en la oposición a la cátedra de griego en 1785, es posible que la docencia de las Humanidades, y del griego en particular, hubiese mejorado notablemente si la ambición jurídico-política no hubiese impulsado a abandonar el Colegio de Lenguas en 1789 a Meléndez, quien fue miembro importante del mejor Colegio de Lenguas, el salmantino de la década de 1780-1790, que vio la Universidad española de la Ilustración. Desaparecidos del mismo el P. Zamora en 1785 y Meléndez en 1789, el Colegio de Lenguas vuelve a la rutina, a pesar de estar ahora bastante bien retribuidas sus cátedras. En la reforma del ministro José Antonio Caballero (1807) pierde una de las cátedras de Humanidades y el Colegio no volverá a tener cierto resurgimiento hasta mediados del siglo XIX, ahora con el formato de Facultad de Filosofía y Letras.




ArribaBibliografía citada

AGS, (ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS), Gracia y justicia, legajos 944 y 945.

——, Estado, leg. 5044. Listas de los jesuitas expulsos.

ALARCOS GARCÍA, Emilio (1926). «Meléndez Valdés en la Universidad de Salamanca», Boletín de la Academia Española, n.º13 (1926), pp. 49-75, 144-177 y 364-370.

ÁLVAREZ DE MORALES, Antonio. La Ilustración y la reforma de la universidad en la España del siglo XVIII, Instituto Nacional de Administración Pública, Madrid, 1988.

ASTORGANO ABAJO, Antonio (1996). Biografía de don Juan Meléndez Valdés, Diputación de Badajoz, Badajoz, 1996.

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