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Río Arlanza, si las fuentes |
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Que en Burgos te dan el ser |
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No cegaron sus corrientes, |
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Y aun en ti van a verter |
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Sus cristales transparentes; |
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Si tus ondas revoltosas |
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Entre arenas amarillas |
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Se deslizan bulliciosas, |
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Bañando las mismas rosas |
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Sobre las mismas orillas; |
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En verdad que en una altura |
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Hay un pardo torreón |
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Que pinta en el agua pura |
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Su descarnada figura |
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Como extraña aparición. |
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Acaso tú, río Arlanza, |
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No te acuerdes de su nombre, |
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Porque a ti no se te alcanza |
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Con cuánto afán compra el hombre |
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El placer de la esperanza. |
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Tú cruzas el campo ameno |
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Entre flores susurrando, |
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Y pasas libre y sereno |
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Del triste que queda ajeno |
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En la ribera llorando. |
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Tú río, que nunca amaste, |
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No guardas en la memoria |
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Los lugares que dejaste, |
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Que no te importa la historia |
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De los que una vez pasaste. |
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No sabes, sonoro río, |
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Lo que pesa un pensamiento, |
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No sabes cómo en el mío |
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Me atosiga y da tormento |
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Ese peñasco sombrío. |
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Pero ¿qué extraño que ignores |
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Su nombre y el de su gente, |
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Si sus escombros traidores |
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Desplomó sobre la frente |
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De sus caídos señores? |
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Si al tender por ese llano |
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Los perfiles de tus olas |
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Hallas un cerro cercano |
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Envuelto en tapiz liviano |
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De silvestres amapolas; |
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Donde tu corriente clara |
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Entre los juncos se pliega |
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Y en un remanso se para |
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Que de los restos se ampara |
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De Celada y de Pampliega; |
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Allí Arlanza, has de encontrar |
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Una torre en una altura; |
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Mírala ¡oh río! al pasar, |
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No te avergüence el andar |
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Arrastrando por la hondura. |
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Que sin foso y sin rastrillo |
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Verás sólo un torreón, |
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Solitario y amarillo, |
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Que ayer se llamó castillo |
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Y hoy el alto de Muñón. |
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Ya son presa del olvido |
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Sus blasones y baluartes; |
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Mírale, Arlanza, atrevido; |
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Sus gentes, cuando han huido, |
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Perdieron sus estandartes. |
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Mira ¡oh río! en caridad, |
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Si de ese fantasma al pie |
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Una afligida beldad |
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Llorando tal vez se ve |
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Su amor y su soledad. |
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Y si en tu margen desnuda |
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Las resbaladizas ondas |
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Contempla llorosa y muda, |
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Antes, río, la saluda |
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Que por la vega te escondas. |
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Y no la dejes ¡oh río! |
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Por respeto o por temor |
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De su doliente desvío; |
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El llanto que vierte es mío, |
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Que está llorando de amor. |
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¡Ay de la blanca azucena |
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Que sin lluvia bienhechora |
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Se agosta en la seca arena! |
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¡Ay de la niña que llora |
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Sobre las aguas su pena! |
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¡Ay de la angustiada hermosa |
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Por cuyos ojos deliro, |
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Por cuyos labios de rosa, |
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Por cuya risa amorosa |
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Enamorado suspiro! |
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¡Ay de la que piensa en mí |
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En la margen del Arlanza!... |
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¿Qué aguardas, hermosa, di, |
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Sin consuelo ni esperanza, |
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Tan acongojada aquí? |
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¿Por qué tas alegres horas |
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Vertiendo lágrimas pierdes |
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Sobre las ondas sonoras |
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Que cruzan murmuradoras |
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Por esas campiñas verdes? |
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Esas aguas, que hallan flores |
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En la ribera al pasar, |
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Por más que sobre ellas llores |
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Nunca tus cuitas de amores |
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Sabrán, niña, consolar. |
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Ni por más que tu amargura |
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En son de queja las cuentes |
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A la falda de esa altura, |
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Movidas de tu hermosura |
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Han de parar sus corrientes. |
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Porque ajenas de tu afán, |
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Por el valle resbalando |
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Indiferentes irán; |
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y nunca más volverán |
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Aunque tú quedes llorando. |
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Ni pienses que has de venir |
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A contarme el desconsuelo |
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En que te vieron gemir, |
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Que a darnos no alcanza el suelo |
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Más placer que el de morir. |
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El cielo nos dió pasiones, |
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Nos dió luz, vida y calor, |
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Pobló el alma de ilusiones, |
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Mas negó a los corazones |
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El consuelo en el dolor. |
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Tanta luz, tantos colores, |
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Tantas galas y primores, |
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Son mentira y oropel, |
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Que el mundo alfombra con flores |
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Los pantanos que hay en él. |
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Las flores se desvanecen |
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Y corrompidas no aroman, |
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Los ríos furiosos crecen, |
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Y torrentes se desploman |
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Sobre el prado que florecen. |
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Lo que ayer palacio fue, |
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Hoy vemos informe ruina |
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Por más que el grosero pie |
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Mirando su sombra esté |
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Sobre el agua cristalina. |
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De ese adusto monumento |
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Que levanta en el espacio |
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Su esqueleto ceniciento, |
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Demándale, niña, al viento |
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Si fue cárcel o palacio. |
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Demándale al claro río |
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Que baña el valle que habitas, |
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Qué hizo ayer el tiempo impío |
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Del feudo y del poderío |
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De esa peña en que meditas. |
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Pregúntale qué se hicieron |
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Los nobles de esa Castilla, |
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Los castillos que vivieron, |
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Los planteles que tuvieron |
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En su ribera amarilla. |
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Pregúntale qué misterio |
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Encubre esa cruz que riega, |
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Cual árbol de un cementerio, |
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Donde tuvo un monasterio |
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Para sus reyes Pampliega. |
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Pregunta si entre las rejas |
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De su bizantino muro |
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Oyó las amargas quejas |
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Del rey que en su templo obscuro |
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Lloró virtudes añejas. |
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Pregunta si oyó decir |
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Al monarca en su abandono |
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Que un puñal lo hizo subir |
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Los escalones del trono, |
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Y un vaso se le hizo huir. |
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Para escoger le llamaron |
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Entre morir o reinar; |
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Los que ayer le coronaron, |
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Su venia no demandaron |
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El tósigo a preparar. |
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¡Triste Wamba! Por mancilla |
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La púrpura te vistieron |
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Esos grandes de Castilla |
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Que tu sepulcro tendieron |
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A las puertas de esa villa. |
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¡Río Arlanza! ¡Río Arlanza, |
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Que el florido campo pules |
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Derramándote en holganza, |
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Tan frágil es mi esperanza |
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Como tus ondas azules! |
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¡Quién pudiera, río manso, |
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Resbalando indiferente |
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Hallar como tú descanso |
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Cuando apilas tu corriente |
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En escondido remanso! |
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Pues pasas murmurador |
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Bordando el campo de flores, |
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Arrulla, ¡Arlanza!, el dolor |
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De esa niña sin amores |
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Que está llorando de amor. |
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Dila, Arlanza, que ha mentido |
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Quien encontró a mis cantares |
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El placer que no he sentido, |
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Que en ello gozo he fingido |
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Por adormir mis pesares. |
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Dila que si suelto al viento |
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Al compás del arpa loca |
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Alegre y báquico acento, |
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Es que cierro a mi tormento |
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Los caminos de mi boca. |
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¡Río Arlanza! ¡Río Arlanza, |
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Que el florido campo pules |
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Derramándote en holganza, |
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Dila que está mi esperanza |
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Cabe tus ondas azules! |