Todos los poetas
que figuran en esta Antología están por
haber escrito sonetos y pertenecen a la época llamada del
«Siglo de Oro».
En ella se
encuentran algunos que consiguieron tanta fama como los Lope,
Quevedo, Góngora y un largo etc., pero que no fueron capaces de
superar el paso de los siglos. Algunos por el olvido de aquellos
que pudieron o por envidia de los que teniendo los manuscritos los
ocultaron o destruyeron.
Aquellos que
consiguieron dedicación aparte de esta
Antología, algunos no lo fueron por su calidad,
sino por la cantidad de sonetos que produjeron y que me
permitió hacerlo individualmente.
Sin embargo, el
objetivo más importante de esta Antología es
dar a conocer la gran cantidad de poetas que acompañaron a
los más famosos, unos siendo muy apreciados entre sus
propios colegas y otros porque fueron capaces de alcanzar en
aquella época la fama.
Desde el poeta que
se supone escribió el primer soneto, hasta el último
del siglo XVII, es fácil encontrarlos en esta
Antología.
Para mayor
comodidad se ha estructurado el índice de esta
Antología por autores. Los que no están
incluidos en esta obra, es fácil encontrarlos en
capítulo individual dada la cantidad de sonetos que tiene
cada uno de los que aquí no figuran.
Al margen de
encontrar a la mayoría de todos los poetas que figuran en
esta Antología en los libros publicados entre los
siglos XVI y XVII, también han sido muchos de ellos
encontrados en las comedias de algunos autores dramáticos,
que siguiendo la norma de Lope de Vega incluían algún
soneto en sus comedias.
Desde los Reyes
que reinaron en esta época (Felipe II, Felipe IV);
Cardenales, Obispos y Canónigos, hasta los más
infortunados escritores, todos han dejado como legado literario de
su época algún soneto.
Muchos de los
sonetos que empiezan y acaban por el mismo endecasílabo, es
debido a un concurso de sonetos que organizó Lope de Vega,
para conmemorar las fiestas del Santo Patrón de Madrid, San
Isidro. Ejemplo:
Empiezan:
«Los campos de Madrid, Isidro santo...»
Acaban:
«sembrando aquí sus lágrimas, el
fruto.»
También se
encuentra recogido en este trabajo el primer soneto que se conoce
dedicado al soneto, de Baltasar de Alcázar.
Este trabajo es el
fruto de haber dedicado toda una vida a recoger sonetos para mi
«Biblioteca del soneto» de todos los tiempos. Y aunque
la época moderna ha dado grandes sonetistas, el Siglo de Oro
tiene sin dudar los mas grandes especialistas del
género.
Muchos de los
sonetos de esta Antología están dedicados a
Lope de Vega o al Doctor Juan Pérez de Montalbán. No
deben de sorprender al lector ya que los dos tenían una
verdadera corte de admiradores entre los poetas de su tiempo.
Como final
diré que en esta Antología figuran poetas de
todos los sitios del mundo donde el castellano es usado como
herramienta de comunicación entre los seres humanos, tanto
españoles como de los pueblos al otro lado del océano
que hablan nuestra misma lengua.
Abarca de Bolea, Ana
Casbas de Huesca. Huesca. 1623 -
Fines del siglo XVII
Religiosa.
Soneto a la muerte del
príncipe Baltasar
Lapidario sagaz,
duro diamante
labra, resiste firme al golpe
fiero,
tíñelo en sangre y
pierde aquel primero
rigor a la labor menos
constante.
Contra Carlos el
mal no era bastante,
5
que queda al golpe cual diamante
entero,
tíñelo en sangre
amor, y el mal severo,
sujeta con amor aun hijo
amante.
El mal lo agrava
y el amor lo aflige,
aquél pide remedio,
éste no tiene,
10
y quien conoce aquél a
éste no alcanza.
No rige el mal,
que amor de madre rige,
y Carlos por amor a perder
viene
la vida en flor, y España la
esperanza.
Abarca de Bolea y Castro, Luis
Huesca. Siglo XVII
Poeta. Marqués de Torres,
Conde de las Almunias, Caballero del Hábito de Santiago.
Tus brillantes, y
tersas narraciones,
han de ser de los Doctos
aplaudidas,
porque están con ornato
enriquecidas,
de rumbosas, y agudas
locuciones.
Con armonioso
adorno las compones,
5
dándoles de conceptos dulces
vidas,
donde contemplo con primor
unidas,
Humanas, y Divinas atenciones.
Galán a un
mismo tiempo, y entendido,
fertilizas del Ebro las
corrientes,
10
dejándole tu Lira
suspendido.
Vive Feliz,
edades Excelentes,
y exento de los riesgos del
olvido,
tus prendas le veneren,
Eminentes.
A Alonso Pérez,
padre del doctor Juan Pérez de
Montalbán
Virtud ha sido
tuya, que mejora
el dolor que de Padre
experimenta
este afecto que próvido
calienta
una ceniza que lo fue a
deshora.
Cuando la noche
vale por Aurora,
5
corrida está la
educación atenta,
y al ejemplo sintiéndose
violenta
la juventud desprecia lo que
ignora.
Aunque te admito
con semblante ajeno
de los que el alma no reparte
enojos,
10
bebiéndose hasta el
último veneno.
No siente los
cordeles menos flojos
el ansia impía de un sufrir
sereno,
que no llora el valor hacia los
ojos.
Acevedo, Alonso de
Plasencia. Cáceres. 1550 -
Siglo XVII
Fue canónigo en Valencia.
Poeta que en 1615, en Roma, hizo
este soneto en alabanza a Jáuregui por su traducción
de la Aminta de Tasso.
Nació,
junto al Erídano abundoso,
Aminta, en su ribera
esclarecida;
noble zagal, cuya niñez
florida
sintió de Amor el arco
riguroso.
Este, con Tirsis,
un pastor famoso,
5
pasaba en amistad su triste
vida,
y en voz se lamentaba repetida
con su toscano plectro
numeroso.
Mas vino de la
bética ribera
un joven de gallardo ingenio y
brío;
10
y Aminta, por el docto
sevillano,
dejó su
patria y amistad primera,
y ya en el Betis, en estilo
hispano,
canta, olvidado de su lengua y
río.
Agreda y Vargas, Diego de
España. Siglos XVI - XVII
A Lope de
Vega
En
Hércules, Atlante el grave peso
puso que el cielo sólo del
confía,
temiendo si en otro hombro le
ponía
de la pesada máquina el
exceso.
De vos puede
contarse este suceso,
5
oh fértil Vega donde el
cielo envía
tanto divino néctar y
ambrosía
que tenéis al Parnaso sacro
en peso.
Las nueve
hermanas y el divino Apolo
teniéndoos en el mundo han
descuidado
10
de mostrar su furor santo y
profundo.
Y en vos como el
de Arabia único y solo
el peso de sus ciencias han
cargado
haciéndoos un nuevo
Hércules del mundo.
Agüera, Miguel de
España. Siglo XVII
Poeta.
A la muerte del doctor
Montalbán
Este que miras
bulto inanimado,
con señas de mortal, siendo
divino,
cuyo ingenio, por claro y
peregrino
fue de propios, y extraños
celebrado;
este que fue de
muchos envidiado,
5
postrado yace a fuerza del
destino,
que parece que el cielo le
previno
en corta edad el premio
dilatado.
Este que en vida
fue de Apolo llama,
y adviertes en ceniza
convertido,
10
aunque eterna será siempre
su fama.
Es
Montalbán, que no podrá el olvido
secarse del laurel la verde
rama
que en sus libros las Musas le han
ceñido.
A la muerte de Lope de
Vega
Ese que admiras
polvo inanimado,
deshecho nudo, corazón
partido,
lino cortado, estambre
destejido,
barro para quebrar, vidrio
quebrado.
Roto edificio,
alcázar derribado,
5
anegado bajel, muro rompido,
seco jardín, clavel
descolorido,
mortal cuaderno y libro
deshojado.
Fue caja, fue
depósito, fue Atlante
de un diamante, que al sol hizo
ventaja;
10
adora sus cenizas, caminante.
Que aunque no
está el diamante en la mortaja,
mientras que no gozares del
diamante,
templarás el dolor con ver
la caja.
Aguilar, Gaspar de
Valencia, 1581-1623
Poeta y comediógrafo
español. Acudió a la Academia de los Nocturnos con el
nombre poético de «Sombra»
Soneto a San Vicente
Ferrer
(Ramillete de la Huerta de Valencia)
Juan
ofreció el jazmín, que es el dechado
de la virginidad maravillosa;
Diego, menor, la trascendente
rosa;
Bernardo, amante, el alelí
morado.
Domingo, noble,
el lirio aventajado;
5
Antonio, fuerte, la azucena
hermosa;
Tomás, sutil, la nepta
provechosa;
Lorenzo, mártir, el clavel
leonado.
Jacinto, el
arrayán de su esperanza;
Pablo, la maravilla de su
celo;
10
Francisco, el trébol, que
humildad promete.
Con estas flores,
dignas de alabanza,
hizo el grande Vicente, para el
Cielo,
como era valenciano, un
ramillete.
Soneto
Hurta a Abril la
mano artificiosa
del tiempo la hermosura
soberana,
y de aquellos despojos que le
gana
compone el rostro de Belisa
hermosa.
A sus mejillas da
encarnada rosa
5
con que oscurece a Venus y a
Diana;
con la azucena, de su frente
ufana
descubre la hermosura
milagrosa.
Del tornasol le
forma los cabellos,
del lirio azul las venas
transparentes,
10
de la alegre mosqueta los
colores,
del hermoso
clavel los labios bellos,
del nevado jazmín los
blancos dientes.
¡Quién fuese abeja de
tan bellas flores!
Soneto
Del sol que en
vuestros ojos resplandece
sale una luz que turba mi
sosiego,
de cuyo resplandor se engendra
luego
un nuevo ardor que de continuo
crece.
Cualquier de
estos efectos permanece,
5
aunque yo tengo por mayor el
fuego,
que como ha tanto tiempo que estoy
ciego
tropiezo en cualquier cosa que se
ofrece.
Por eso estoy, mi
Tirsi, retirado
por ver que ha tropezado el alma
mía;
10
pero pues no cayó, no ha
sido afrenta.
No os
espantéis de verme tan postrado,
porque yendo sin vos, que sois mi
guía,
en todo caeré sino en la
cuenta.
Soneto
Cuando con mayor
gusto florecía
la fértil primavera del
contento,
un dulce y amoroso sentimiento
el ciego amor en mis
entrañas cría.
Y es porque ha
sido madre el alma mía
5
de más sublime y alto
pensamiento
y porque de su alegre
nacimiento
es que ha llegado el venturoso
día.
Y aunque de la
ocasión tanto me aparto,
con ser el apartarme
peligroso,
10
mayor vida, señora, me
segura.
Por no morir cual
víbora en el parto,
del monstruo tan horrendo y
espantoso
que ha engendrado en mi alma tu
hermosura.
A don Gaspar
Mercader
A Cortes los
Planetas se han juntado
por darte, don Gaspar,
blasón famoso,
Júpiter, por tu bello rostro
hermoso,
te da el ser de los hombres
respetado.
Saturno, por tu
término encumbrado,
5
te da la compostura, y el
reposo,
Marte, por tu semblante
belicoso,
te da su estoque y te lo
ciñe al lado.
Mercurio, por tu
ingenio, inteligencia;
Venus, por tu afición,
suerte amorosa;
10
Diana, por tu honor, honra
excesiva,
y Apolo, por El
Prado de Valencia,
que tanto ilustras con tu verso y
prosa,
circuye de laurel tu frente
altiva.
Al nacimiento de
Cristo
Pues sois, Eterno
Padre, el hortelano,
de este guardado defendido
huerto,
que cultiva con orden y
concierto,
vuestra divina poderosa mano.
Recibid este
fruto soberano
5
del árbol de mi fe, pues
sabéis cierto
que es del tronco divino, que un
injerto
puso en el tronco del linaje
humano.
Recibidle,
Señor, porque conviene
que el reino oscuro de Luzbel se
asombre
10
de nuestro grande eterno
regocijo.
Pues sin trocar
ninguno el ser que tiene,
vos vendréis a tener por
hijo a un hombre,
y yo vendré a atener a Dios
por hijo.
Contra la gloria del
amor
El alma que en
las cosas celestiales
pone su voluntad y
pensamientos,
tiene de amor las glorias y
tormentos,
como ella es inmortal por
inmortales.
Juzga ser sus
efectos naturales
5
las tristezas, angustias,
sentimientos,
y que los gustos, gozos y
contentos
no pueden ser en ella
temporales.
Por gloria eterna
la de amor alaba,
pero cuando se parte de este
suelo
10
no lleva rastro de ella en la
memoria.
Advierte al fin
que aquella que se acaba,
gloria no puede ser, pues la del
cielo,
si se acabara, no sería
gloria.
A un espejo de una
dama
En ese cristal
puro y transparente,
dichoso espejo contemplar
pudiera
la viva luz, la imagen
verdadera
de mi querido sol
resplandeciente.
Mas tu temida
respetada frente,
5
resplandece en la luna de
manera,
que en mis turbados ojos
reverbera
con el reflejo de su rayo
ardiente.
Pues eres claro y
la razón es clara,
si te mira Belisa en ella
inspira
10
la justa claridad de mi
querella.
De suerte que
mostrándole su cara
le muestra mi razón, que si
la mira,
podría ser enamorarse de
ella.
A un
desengaño
Muero pensando en
mi dolor presente
y procuro remedio al mal
instante,
pero en mi vida soy tan
inconstante,
que a cualquier ocasión
vuelvo la frente.
Cuando me aparto
y pienso estar ausente
5
de mi peligro estoy menos
distante,
siempre voy con mis yerros
adelante,
sin que de tantos daños
escarmiente.
En tus manos
¡oh noble desengaño!,
fío las vanidades que en mi
pecho
10
con tantas muestras de verdad
desvío.
Porque si
tú me libras de este daño,
podré decir con honra de
este hecho
que sólo debo a ti poder ser
mío.
Soneto a la
devoción
«El verde
campo de la humana suerte
brota un aparra al cielo
consagrada,
que al árbol santo de la fe
abrazada
ningún aire del mundo la
pervierte.
Ni el duro golpe
del contrario fuerte
5
puede en su corazón hallar
entrada,
pues nace con la fe más
sublimada,
que tuvo ningún
mártir en la muerte.
Tanto, que si en
el cielo al Sol detuvo
el fuerte Josué, por las
extrañas
10
maravillas de Fe que en él
se han visto,
mayor grado de Fe
la Virgen tuvo,
pues con ella detuvo en sus
entrañas
al grande Sol de la justicia,
Cristo.
Aguilar, Juan Bautista
España. Siglo XVII
Poeta.
Epitafio
Una esperanza,
yace aquí burlada,
no muerta, que aunque a polvo
reducida,
nunca (si el dueño es
muerte) tuvo vida,
porque como fue mía, fue
soñada.
Creyó de
Amor la flecha imaginada,
5
y nada cierto fue, sino la
herida,
pues empezó en el gusto,
prevenida,
y acabó en el dolor,
desesperada.
¡Ese mortal
despojo, o Caminante!
eterno es, que para mi
ventura,
10
sólo en ser mármol
dura la belleza.
Atiéndele
si sabes ser amante,
porque dure suspenso en su
hermosura,
lo que yo he sepultado en su
dureza.
Soneto
No a ti te culpo
Amor, no Dios vendado,
mis quejas contra Ti se han
dirigido,
que Tú eres ciego Dios, y no
ha podido
hacer quien ciego es, tiro
acertado.
Laura cruel, es
quien ha ocasionado
5
mi Corazón así se vea
herido,
sorda a mis penas Ella, ha
conseguido
en hielo de un desdén, viva
abrasado.
¿Por
qué Tirana, di, hacer que vea
en mi Pecho un volcán sino
me amas?
10
¿Por qué un incendio
anhelas que Yo sea?
Ya sé
porque así mi Pecho inflamas,
porque en Desdén, y Amor,
quieres se crea,
somos los dos un Etna, en Nieve, y
Llamas.
Aguilar y Acuña,
Manuel
España. Siglo XVII
Poeta y Amigo de Lope de Vega.
A San
Isidro
Los campos de
Madrid, Isidro santo,
hoy a vuestra labor
agradecidos,
a vuestro altar ofrecen sus
vestidos
guarnecidos de rosas y
amaranto.
¡O
rústico de sabios mil espanto,
5
confusión de desvelos tan
perdidos,
que alcanzaste secretos
escondidos,
que encubre Dios a los soberbios
tanto!
Si me dijera el
mundo, que en la tierra
vivió Isidro en pobreza y
desconsuelo,
10
dando al valle de lágrimas
tributo.
Yo le
responderé, dichosa guerra,
que si lloró y sudó,
cogió en el cielo,
sembrando aquí sus
lágrimas, el fruto.
Ahumada, Bernardino de
España. Siglo XVII
Caballero del Hábito de
Santiago.
A la muerte de don
Juan Pérez de Montalbán
No ultrajes,
caminante, lo secreto
de esta pira, devoto el paso
mueve,
no pises su decoro menos leve;
porque paga obediencias de
sujeto.
De este
Varón que yazca lo perfeto,
5
aun insensible paga lo que
debe,
en sí la tierra de
atención se embebe,
y el mármol se aligera de
respeto.
Aun el polvo por
suyo se eterniza,
y en fe de tanta merecida
palma
10
los horrores mortales
autoriza.
Y alienta
sólo tan segura calma
la verdad, con que espera su
ceniza
que a de volver a unirse con el
alma.
Alabaña, Tomás de
España. Siglo XVII
Poeta. Caballero de Cristo y Ayuda
de Cámara de la Majestad Católica de Felipe IV, el
Grande Rey de uno y otro Mundo.
A la muerte del
insigne y en toda Europa aplaudido Juan Pérez de
Montalbán, heroico alumno de Apolo
En esta
irrevocable despedida,
que los fueros apura de la
ausencia,
que tierna llora (Montalbán)
la ciencia,
que triste gime sin tu luz la
vida.
No menos arde
fiel por escondida,
5
que en tanta de virtudes
eminencia
poros halla en el mármol su
influencia,
por donde sabiamente se
liquida.
Aunque a los
vientos de vulgar mudanza
el envidioso Piélago se
altere,
10
gozas en la tormenta la
bonanza.
De tu fin el
destino desespere,
porque un grande saber sin
destemplanza
es pedazo de Dios, y nunca
muere.
Alcaraz, Rodrigo de
España. Siglo XVII
Poeta.
A los Reyes
Católicos
De Hesperia
invictas armas habían dado
templo a su fama en crudas guerras,
cuando
de los ilustres Césares
Fernando
e Isabel la piedad dio aun mayor
grado.
A la que en pura
luz tuvo el sagrado
5
origen, siempre Reina, un claro
bando
instituyeron, que su gloria
honrando,
la aclame libre del primer
pecado.
Prestas responden
al decreto augusto
villas, ciudades, y con vivo
anhelo
10
los corazones rinden a
María.
Cual don reciben,
que en aplauso justo
su nombre y gloria midan con el
cielo,
de donde nace a donde muere el
día.
Alcázar, Baltasar del
Sevilla. 1530 - Sevilla. 1606
Poeta, alcalde, administrador y
músico.
Al
amor
Di, rapaz
mentiroso, ¿es esto cuanto
me prometiste presto y a pie
quedo?
¿Andar mirando entre
esperanza y miedo,
cercado de respetos, hecho un
tanto?
Sustos, celos,
favores, risa y llanto
5
dalos, Amor, a quien se lame el
dedo;
los que me diste a mí te
vuelvo y cedo,
no quiero tomar más cosa de
espanto.
Bien siento las
heridas y que salgo
de tu poder para ponerme en
cura,
10
porque tengo aun abiertas las
primeras.
Y juro por la fe
de hijodalgo
de si mi buen propósito me
dura
de no partir de hoy más
contigo peras.
A
Cristo
Cansado estoy de
haber sin Ti vivido,
que todo cansa en tan dañosa
ausencia.
Mas, ¿qué derecho
tengo a tu clemencia,
si me falta el dolor de
arrepentido?
Pero,
Señor, en pecho tan rendido
5
algo descubrirás de
suficiencia
que te obligue a curar como
dolencia
mi obstinación y yerro
cometido.
Tuya es mi
conversión y Tú la quieres;
tuya es, Señor, la traza y
tuyo el medio
10
de conocerme yo y de
conocerte.
Aplícale a
mi mal, por quien Tú eres,
aquel eficacísimo
remedio
compuesto de tu sangre, vida y
muerte.
A la esperanza
vana
- I -
Cruel
arpía en amoroso traje,
fuerza que levantar haces las
peñas,
pródiga en tus palabras
halagüeñas,
siendo el mentir tu natural
lenguaje;
funesta cruz,
plantada en el pasaje,
5
con que tus tristes hechos nos
enseñas,
guía que precipitas y
despeñas
a todos los que siguen tu
viaje;
Orión
turbulento en la bonanza
de engañosa sierran dulce
canto,
10
cometa claro, de gran mal
presagio;
fingida risa,
paliado llanto,
tus atributos son, vana
esperanza,
por quien padezco mísero
naufragio.
- II -
No siento yo,
bellísima María,
15
con no veros dolor, porque
deseo
y amor os representan, y
así, os veo
y están con vos gozando el
alma mía.
En mi juego con
vos con osadía
y gozo por verdad lo que no
creo,
20
y en este libre estado que
poseo
no hallo quien me turbe el
alegría.
Pero buscan mis
ojos sus derecho
y alégranme, con
lágrimas y fieros,
que no veros con ellos es mal
hecho.
25
Que, pues fueron
autores de quereros,
no he de usurparme yo todo el
provecho,
y así, por darles parte,
acuerdo veros.
- III -
La novedad, Amor,
en que me pones
no es de discurso honroso ni
discreto;
30
no son maduros años buen
sujeto
en que poder fundar tus
pretensiones.
Hácesme
dar con públicos pregones
noticia al mundo de tu mal
conceto,
pues quieren que en mí lean
sin respeto
35
lo que es mejor pasallo entre
renglones.
Bástete,
Amor, saber que he militado
siguiendo tus banderas y tu
imperio,
cuando tuvo disculpa un mal
ejemplo.
No me rompas la
ley de jubilado,
40
pues ya las armas deste
ministerio
adornan las paredes de tu
templo.
Soneto
Dime, hermoso
Baco, ¿quién me aparta
contra mi voluntad de tu
servicio
y de aquel gustosísimo
ejercicio
que alegre, hinche, traba, mas no
harta?
¿No me
contaste tú por buena sarta,
5
con el pincel colmado al
sacrificio?
¿No he gastado en sainetes
del oficio
cuanto Pedro devana e hila
Marta?
Pues
¿cómo agora, triste, no te veo?
¿Cómo no vuelvo a ti?
¿Cómo la vida
10
gasto, sin tu licor divino
ardiente?
Dulcísimo
peligro es ¡oh Fineo!
Seguir un rojo dios que trae
ceñida
siempre de verdes pámpanos
la frente.
Soneto
Amor, no es para
mí ya tu ejercicio,
porque cada cosa que importa no la
hago;
antes, lo que tú intentas yo
lo estrago,
porque no valgo un cuarto en el
oficio.
Hazme, pues, por
tu fe, este beneficio:
5
que me sueltes y des carta de
pago;
infamia es que tus tiros den en
vago;
procura sangre nueva en tu
servicio.
Ya yo con solas
cuentas y buen vino
holgaré de pasar hasta el
extremo;
10
y si me libras de prisión
tan fiera,
de aquí te
ofrezco un viejo mi vecino
que te sirva por mí en el
propio remo,
como quien se rescata de
galera.
Soneto
Rindamos, cuerpo,
los cansados bríos;
tiempo es que el tiempo los
comprima y venza
y que la mísera alma te
convenza
a no enlazarla más en yerros
míos.
Los dulces y
amorosos desafíos
5
en esta edad que a descender
comienza
caúsanos confusión,
ira y vergüenza
pues por venir sin tiempo, vienen
fríos.
La voluntad
indómita que andaba
corriendo el campo como
vencedora,
10
rinda ya la cerviz áspera y
brava.
A la
razón, que arrinconada mora,
bastan los años que mando la
esclava:
gobierne ya su casa la
señora.
Soneto
Cercada
está mi alma de contrarios;
la fuerza, flaca; el castellano,
loco;
el presidio, infiel, bisoño
y poco;
ninguno los pertrechos
necesarios;
los socorros que
espero, voluntarios,
5
porque ni los merezco ni
provoco;
tan desvalido que aun a Dios no
invoco,
porque mis consejeros andan
varios.
Los combates,
continuos, y la ofensa;
los enemigos, de ánimo
indomable;
10
rotas por todas partes la
muralla.
Nadie quiere
acudir a la defensa...
¿Qué hará el
castellano miserable
que en tanto estrecho y
confusión se halla?
El
alma
¿Por
qué, sin fruto ¡ay alma! te suspendes
en renovar por horas la
memoria
de tu infelice y lamentable
historia,
que es atizar el fuego en que te
enciendes?
Pues se te dio
discurso, mal aprendes
5
en conocer que tu pasada
gloria
huyó como mortal y
transitoria,
y que en el cielo está lo
que pretendes.
Busca de hoy
más la celestial morada;
que allí la hallarás,
libre del triste
10
y general tributo de la
muerte,
tan lejos del
estado en que la viste,
su temporal belleza
eternizada,
pidiendo para ti la misma
suerte.
Soneto
Clarísimo
Marqués, en quien depende
de su poder el cielo larga
muestra,
honor de juventud, guía que
adiestra
a cuanto bien de Dios acá se
extiende.
Por el fuego
amoroso que así enciende
5
de la divina Clori, el alma
vuestra
que recibáis por vuestro a
quien os muestra
que no tiene otro bien ni lo
pretende.
El alma ya os la
di desde aquel día
que vi partes en vos de tanto
gusto,
10
que no me fue posible
defendella.
Lo que pido es
que esta alma que fue mía
y es vuestra ya con título
tan justo,
que la estiméis, pues que
moráis en ella.
Al pintor Francisco
Pacheco
En tanto, nuevo
Apeles, que, ocupado
en las ideas, tu ingeniosa
mano
les formas cuerpos que, al juicio
humano,
vence al original cualquier
traslado.
La Fama, que de
ti tiene el cuidado,
5
ligera rompe por el aire vano,
dilatando tu nombre soberano
del Etíope adusto al Scita
helado.
Rinde, pues, caro
amigo, al alto Cielo
divinos dones, por la larga
suma
10
de partes que te dio dignas de
gloria.
Yo, por la
mía, con el bajo vuelo
de esta mi tosca y mal cortada
pluma,
celebraré, Pachecho, tu
memoria.
Soneto
Si a vuestra
voluntad yo soy de cera,
¿cómo se compadece
que a la mía
vengáis a ser de piedra dura
y fría?
De tal desigualdad,
¿qué bien se espera?
Ley es de amor
querer a quien os quiera,
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y aborrecerle, ley de
tiranía:
mísera fue, señora,
la osadía
que os hizo establecer ley tan
severa.
Vuestros tengo
riquísimos despojos,
a fuerza de mis brazos
granjeados,
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que vos nunca rendírmelos
quisisteis;
y pues Amor y
esos divinos ojos
han sido en el delito los
culpados,
romped la injusta ley que
establecisteis.
Soneto con
estrambote
«Haz un
soneto que levante el vuelo
sobre el Cáucaso, monte
inaccesible,
de estilo generoso y apacible,
lleno de variedad de Cipro y
Delo.
Con perlas,
ámbar, oro, grana y yelo
5
(nieve quise decir, no fue
posible):
no sea lo esencial
inteligible,
pues que no ha de faltarle un
Velutelo.
Luego que este
soneto se concluya
cuenta el caudal; si ves que ha
mejorado,
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bueno será, pues hizo
algún efecto.
Mas si, por mi
desgracia y por la tuya,
no hallas un bayoco mejorado,
¿para qué será
de bueno este soneto?
Aunque yo te
prometo
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que sé para qué es
bueno el cuitadillo;
pero tengo vergüenza de
decillo.
Si quieres
conferillo
sin la pasión de padre,
allá en tu seno,
tú sabrás, como yo,
para qué es bueno».
20
Contra un mal
soneto
Al soneto,
vecinos, al malvado,
al sacrílego, al loco, al
sedicioso,
revolvedor de caldos,
mentiroso,
afrentoso al Señor que lo ha
criado.
Atadle bien los
pies, como el taimado
5
no juegue dellos pues será
forzoso
que el sosiego del mundo y el
reposo
vuelva en un triste y miserable
estado.
Quemadle vivo;
muera esta cizaña,
y sus cenizas Euro las derrame
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donde perezcan al rigor del
cielo.
Eso dijo el honor
de nuestra España
viendo un soneto de discurso
infame;
pero valióle poco su buen
celo.
Primer soneto del
soneto que se conoce en letra castellana1
Yo acuerdo
revelaros un secreto
en un soneto, Inés, bella
enemiga;
mas por buen orden que yo en esto
siga,
no podrá ser en el primer
cuarteto.
Venidos al
segundo, yo os prometo
5
que no se ha de pasar sin que os lo
diga;
mas estoy hecho, Inés, como
una hormiga
al trabajo diario y bien
sujeto.
Pues ved,
Inés, que ordena el duro hado:
que, teniendo el secreto ya en la
boca
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y el orden de decillo ya
estudiado,
conté los
versos todos y he hallado
que por la cuenta que a un soneto
toca,
ya este soneto, Inés,
está acabado.
A Gutierre de
Cetina
- I -
Si subiera mi
pluma tanto el vuelo
que el deseo igualara que la
inclina
a celebrar, carísimo
Cetina,
cuanto bien sobre vos derrama el
cielo.
Vierades, en
honor del patrio suelo,
5
la clara fama que la rueda
empina
del gran hijo de Tetis, como
indina,
cubierta a vuestros pies de negro
velo;
mas ya que el
hado le negó esta palma
al tardo ingenio, porque tal
supuesto
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pide más alta, numerosa
suma,
yo os celebro,
Señor, dentro mi alma,
donde os veréis en aquel
punto puesto
do no llegó el ingenio ni la
pluma.
- II -
Si el llanto,
Febo, a tu deidad indino,
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que los desiertos tésalos
oían:
si los ojos de amor que te
hacían
quedar en este mundo por
vecino;
si los rubios
cabellos de oro fino,
que con el fresco viento se
esparcían;
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si aquellas blancas manos que
tenían
presa tu libertad, siendo
divino,
está ya
oscurecido en tu memoria
o por el tiempo o grave
inconveniente,
vuelve a la vida tu amorosa
historia;
25
y honra de hoy
mas tu lauro eternamente,
pues le vemos ceñir con
nueva gloria
del gran Cetina la ingeniosa
frente.
Aldana, Cosme de
Valencia de Alcántara.
(Cáceres) 1538 - Madrid. 1598