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Sus mejores versos

Manuel Reina



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Introducción



                                                                                                             Hijo soy de mi siglo,
y no puedo olvidar que por el triunfo
   de la conciencia humana,
desde mis años juveniles lucho.

NÚÑEZ DE ARCE.



                                  Soy poeta: yo siento en mi cerebro
hervir la inspiración, vibrar la idea;
siento irradiar en mi exaltada mente
imágenes brillantes como estrellas.
   El fuego abrasador de los volcanes
en mi gigante corazón flamea;
escalo el cielo, bajo a los abismos,
rujo en el mar, cabalgo en la tormenta.
---
   Soy poeta: mi espíritu se escapa
de la mezquina cárcel de la tierra,
y sobre otros espacios y otros mundos
tiende sus alas de águila altanera.
   Bebe la luz en la mansión del rayo;
«atraviesa las órbitas etéreas»,
y el penetrante arpón de sus pupilas
recorre el panorama de la esfera.
---
   Soy poeta: al rumor de las naciones
las cuerdas de mi cítara se templan;
lloro en el negro mundo de las tumbas,
río en la bacanal, trueno en la guerra.
   El amor y la patria son mi vida;
el corazón humano, mi poema;
mi religión, la caridad y el arte;
la libertad sublime mi bandera.
---
   Soy poeta: yo siento en mi cerebro
hervir la inspiración, vibrar la idea;
siento irradiar en mi exaltada mente
imágenes brillantes: ¡soy poeta!


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La Perla

                                  Contemplaban tus ojos centelleantes
la palma de cristal, la linfa
pura del surtidor que vierte en la espesura,
su polvo de zafiros y diamantes,
cuando enferma, con pasos vacilantes,
se acercó una mujer, todo tristura,
y te pidió limosna con dulzura
fijando en ti miradas suplicantes.
La perla que en tu mano refulgía
diste a aquella mujer pobre y doliente,
que se alejó, llorando de alegría.
Yo, entonces, conmovido y reverente,
no te besé en los labios cual solía,
¡sino en la noble y luminosa frente!
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Juventud de Musset

A D. Manuel Cano y Cueto.

I
                                  Mimí Pinsón, la griseta
             seductora,
arrulla, dulce y coqueta,
con su risa trinadora,
la juventud del poeta.
   Junto a su amada, el cantor
            da al olvido
toda amargura y dolor,
al pie de rosal florido
donde mora un ruiseñor.
   Y ella, con vivos fulgores
             en los ojos,
al vate de sus amores
ofrece sus labios rojos
y una corona de flores.
   Y a la luz de astros radiantes
y entre notas argentinas
del ave, estallan triunfantes
las rotas frases divinas
y el beso de los amantes.
II
   En tarde resplandeciente
            y aromada,
reclina el genio la frente
sobre el cabello esplendente
de su gentil adorada;
cuando, envuelto en áurea bruma,
             cruza el cielo
cisne blanco, cual la espuma,
que, herido, pierde en su vuelo,
una ensangrentada pluma.
   Con rápida sacudida
             se alza el vate,
y ase, el alma conmovida,
la pluma, en sangre teñida
cual lanza tras del combate.
   Y arranca de ella el tesoro
de sus más tristes canciones,
bajo cuyas alas de oro
se anegan en dulce lloro
los dolientes corazones.


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El insecto y la estrella

                                     Mirad aquel insecto
   de transparentes alas
en los brillantes pétalos posado
   de aquella rosa blanca.
---
      El cielo contemplando
   las largas noches pasa,
fija la vista en la hermosura y brillo
   de cierta estrella pálida.
---
      ¡Amor de un pobre insecto!
   ¡amor sin esperanza!
la estrella no lo mira, es insensible;
   las estrellas no aman.
---
       En la nevada rosa
   se ven, por las mañanas,
mil gotas cristalinas que parecen
   abrasadoras lágrimas.


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Andalucía

A José Vignote.

                                  Cielo brillante, fuentes rumorosas,
ojos negros, cantares y verbenas,
altares adornados de azucenas,
rostros tostados, perfumadas rosas.
Bellas noches de amor esplendorosas,
mares de plata y luz, brisas serenas,
rejas de nardos y claveles llenas,
serenatas, mujeres deliciosas.
Cancelas orientales, miradores,
la guitarra y su triste melodía
vinos dorados, huertas, ruiseñores,
deslumbradora y plácida poesía...
He aquí al pueblo del sol y los amores,
la mañana del mundo: ¡Andalucía!


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En Mayo

                                  ¡Ven al prado de lirios y claveles,
mi bello y dulce bien! El campo llena
de perfumes la atmósfera serena
y el mes de mayo irradia en los vergeles.
¡Ven! Entre los rosales y laureles
flauta invisible melodiosa suena.
¡Ven! Que en la orilla del Genil amena
el amor es panal de ricas mieles.
¡Ven, mi alma! Las auras su frescura
nos ofrecen; las aves su armonía
y recóndito nido la espesura.
¡Mas no, no vengas, adorada mía;
que el inmenso raudal de mi amargura
tu corazón feliz destrozaría.


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La Diana

(DE HEINE.)

                                  Toca, toca el tambor y pierde el miedo,
y abraza a la preciosa cantinera;
éste es el gran sentido de los libros,
             ésta es la ciencia.
---
   ¡Que tu tambor al mundo adormecido
             de su sueño despierte!
¡Joven, toca con fuerza la diana!
¡Siempre adelante y a tambor batiente!
---
   Ésta es de Hegel la profunda ciencia,
éste es el gran sentido de los libros.
Yo los he comprendido a maravilla;
soy buen tambor y aprovechado chico.


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El corazón de una hermosa

PRÓLOGO

                                  Manuel, en una noche del estío,
en el sereno azul clavó los ojos;
encendió un aromático veguero,
y escribió esta novela. Fin del prólogo.
I
RETRATO
   Era el capitán don Juan
joven bello y decidor;
apuesto, rico y galán,
y por su porte y valor
llamado El gran capitán.
   Dorados vinos bebía,
con esplendidez jugaba
y lindos trajes vestía;
y, calavera, pasaba
el tiempo en perenne orgía.
   Como el héroe conocido,
que Espronceda nos pintó,
Don Juan nunca recordó
dinero por él perdido
ni mujer que abandonó.
   Era nuestro capitán
en la esgrima gran maestro;
en los salones galán,
y en hacer saltar, muy diestro,
los tapones del champán.
   En fin, por su corazón,
por su riqueza, hermosura
y ardiente imaginación,
era Don Juan la figura
de la misma seducción.
II
EN LA REJA
-¿Te vas, mi corazón, mi amor primero?
   -Me marcho ya, querida;
mas antes, que me des un beso quiero.
   -Con él toma mi vida.
-Adiós, adiós, mi gloria, mi alegría.
   -¡Ay, Juan! ¿Me olvidarás?
¿Serás infiel a mi cariño, un día?
   -Jamás, Rosa, jamás.
III
ROSA
   Rosa, joven divina y vaporosa,
formada del aroma de las flores;
dulce como canción de ruiseñores;
cual noche de esponsales, deliciosa.
   Era de honor encantadora marca
su pecho; en su pupila penetrante
fulguraba una página del Dante;
en su faz, un soneto de Petrarca.
   Su cuerpo era conjunto primoroso
de estrellas y jazmines. ¿Quién diría
que bajo forma tal palpitaría
un corazón tan grande y poderoso?
   Rosa, joven divina y candorosa,
del bello capitán enamorada...
¡Cuán infeliz, vendida y desgraciada
fuiste por el amor...! ¡Ay pobre Rosa!
IV
EN EL BAILE
   En el soberbio palacio
del marqués de la Pradera,
arde el placer, vibra el gozo,
hierve, esta noche, la fiesta.
Ved: es un baile de máscaras
con que los dueños celebran
el próximo casamiento
de su angelical Eugenia.
Nuestro alegre capitán
es el prometido de ésta;
Don Juan, que hoy es objetivo
de los hombres y las bellas.
El salón está poblado
de máscaras pintorescas,
de hermosísimas mujeres
con vestiduras espléndidas.
Torrentes de luz se escapan
de las grandiosas lucernas;
brillan los limpios cristales;
los diamantes centellean;
se iluminan los tapices;
resplandecen las diademas,
y en todo el salón se aspiran
embriagadoras esencias.
El capitán va vestido
a lo Luis Catorce; lleva
un elegante sombrero
con rizada pluma negra,
traje de raso y encaje,
todo bordado de perlas,
y una reluciente espada
a la cintura sujeta.
Eugenia, más seductora
que nunca, viste de Ofelia:
corona de blancas flores
su frente preciosa ostenta,
y su cuerpo la sublime
túnica de nieve, aérea.
Risas, suspiros y voces
despide la concurrencia
sólo una máscara grave
en un ángulo se observa.
Viste el traje de Pierrot;
gracioso antifaz de seda
cubre su rostro, y extraña
la multitud vocinglera,
que nuestro Pierrot sombrío
lleve una espada en la diestra.
Éste ve al capitán solo
y le dice con voz seca:
«Sois un bandido, Don Juan;
y por Dios, que la existencia
he de quitaros.» «Villano,
calla o te arranco la lengua.»
Así Don Juan le replica
y al mismo tiempo le muestra
del palacio suntuoso
la riquísima escalera.
V
LA MUERTE
   Don Juan, como buen soldado,
es gran tirador de espada;
y de una fiera estocada
al Pierrot ha atravesado.
   Éste exclama: «Feliz soy;
adiós, muero sin dolor;
me arrebataste el honor
ayer, y me matas hoy».
   El capitán con incierta
mano el antifaz le quita,
y, al verle el semblante, grita:
«¡Rosa! ¡Infeliz! ¡Muerta, muerta!»

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