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Soy poeta: yo siento en mi cerebro |
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hervir la inspiración, vibrar la idea; |
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siento irradiar en mi exaltada mente |
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imágenes brillantes como estrellas. |
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El fuego abrasador de los volcanes |
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en mi gigante corazón flamea; |
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escalo el cielo, bajo a los abismos, |
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rujo en el mar, cabalgo en la tormenta. |
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Soy poeta: mi espíritu se escapa |
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de la mezquina cárcel de la tierra, |
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y sobre otros espacios y otros mundos |
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tiende sus alas de águila altanera. |
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Bebe la luz en la mansión del rayo; |
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«atraviesa las órbitas etéreas», |
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y el penetrante arpón de sus pupilas |
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recorre el panorama de la esfera. |
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Soy poeta: al rumor de las naciones |
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las cuerdas de mi cítara se templan; |
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lloro en el negro mundo de las tumbas, |
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río en la bacanal, trueno en la guerra. |
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El amor y la patria son mi vida; |
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el corazón humano, mi poema; |
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mi religión, la caridad y el arte; |
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la libertad sublime mi bandera. |
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Soy poeta: yo siento en mi cerebro |
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hervir la inspiración, vibrar la idea; |
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siento irradiar en mi exaltada mente |
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imágenes brillantes: ¡soy poeta! |
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Contemplaban tus ojos centelleantes |
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la palma de cristal, la linfa |
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pura del surtidor que vierte en la espesura, |
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su polvo de zafiros y diamantes, |
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cuando enferma, con pasos vacilantes, |
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se acercó una mujer, todo tristura, |
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y te pidió limosna con dulzura |
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fijando en ti miradas suplicantes. |
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La perla que en tu mano refulgía |
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diste a aquella mujer pobre y doliente, |
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que se alejó, llorando de alegría. |
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Yo, entonces, conmovido y reverente, |
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no te besé en los labios cual solía, |
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¡sino en la noble y luminosa frente! |
I
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Mimí Pinsón, la griseta |
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seductora, |
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arrulla, dulce y coqueta, |
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con su risa trinadora, |
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la juventud del poeta. |
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Junto a su amada, el cantor |
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da al olvido |
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toda amargura y dolor, |
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al pie de rosal florido |
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donde mora un ruiseñor. |
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Y ella, con vivos fulgores |
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en los ojos, |
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al vate de sus amores |
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ofrece sus labios rojos |
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y una corona de flores. |
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Y a la luz de astros radiantes |
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y entre notas argentinas |
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del ave, estallan triunfantes |
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las rotas frases divinas |
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y el beso de los amantes. |
II
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En tarde resplandeciente |
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y aromada, |
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reclina el genio la frente |
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sobre el cabello esplendente |
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de su gentil adorada; |
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cuando, envuelto en áurea bruma, |
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cruza el cielo |
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cisne blanco, cual la espuma, |
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que, herido, pierde en su vuelo, |
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una ensangrentada pluma. |
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Con rápida sacudida |
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se alza el vate, |
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y ase, el alma conmovida, |
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la pluma, en sangre teñida |
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cual lanza tras del combate. |
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Y arranca de ella el tesoro |
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de sus más tristes canciones, |
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bajo cuyas alas de oro |
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se anegan en dulce lloro |
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los dolientes corazones. |
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Cielo brillante, fuentes rumorosas, |
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ojos negros, cantares y verbenas, |
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altares adornados de azucenas, |
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rostros tostados, perfumadas rosas. |
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Bellas noches de amor esplendorosas, |
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mares de plata y luz, brisas serenas, |
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rejas de nardos y claveles llenas, |
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serenatas, mujeres deliciosas. |
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Cancelas orientales, miradores, |
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la guitarra y su triste melodía |
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vinos dorados, huertas, ruiseñores, |
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deslumbradora y plácida poesía... |
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He aquí al pueblo del sol y los amores, |
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la mañana del mundo: ¡Andalucía! |
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¡Ven al prado de lirios y claveles, |
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mi bello y dulce bien! El campo llena |
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de perfumes la atmósfera serena |
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y el mes de mayo irradia en los vergeles. |
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¡Ven! Entre los rosales y laureles |
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flauta invisible melodiosa suena. |
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¡Ven! Que en la orilla del Genil amena |
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el amor es panal de ricas mieles. |
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¡Ven, mi alma! Las auras su frescura |
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nos ofrecen; las aves su armonía |
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y recóndito nido la espesura. |
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¡Mas no, no vengas, adorada mía; |
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que el inmenso raudal de mi amargura |
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tu corazón feliz destrozaría. |
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Manuel, en una noche del estío, |
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en el sereno azul clavó los ojos; |
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encendió un aromático veguero, |
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y escribió esta novela. Fin del prólogo. |
I
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RETRATO
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Era el capitán don Juan |
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joven bello y decidor; |
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apuesto, rico y galán, |
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y por su porte y valor |
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llamado El gran capitán. |
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Dorados vinos bebía, |
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con esplendidez jugaba |
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y lindos trajes vestía; |
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y, calavera, pasaba |
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el tiempo en perenne orgía. |
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Como el héroe conocido, |
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que Espronceda nos pintó, |
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Don Juan nunca recordó |
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dinero por él perdido |
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ni mujer que abandonó. |
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Era nuestro capitán |
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en la esgrima gran maestro; |
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en los salones galán, |
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y en hacer saltar, muy diestro, |
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los tapones del champán. |
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En fin, por su corazón, |
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por su riqueza, hermosura |
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y ardiente imaginación, |
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era Don Juan la figura |
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de la misma seducción. |
II
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EN LA REJA
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-¿Te vas, mi corazón, mi amor primero? |
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-Me marcho ya, querida; |
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mas antes, que me des un beso quiero. |
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-Con él toma mi vida. |
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-Adiós, adiós, mi gloria, mi alegría. |
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-¡Ay, Juan! ¿Me olvidarás? |
|
¿Serás infiel a mi cariño, un día? |
|
-Jamás, Rosa, jamás. |
III
|
ROSA
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Rosa, joven divina y vaporosa, |
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formada del aroma de las flores; |
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dulce como canción de ruiseñores; |
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cual noche de esponsales, deliciosa. |
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Era de honor encantadora marca |
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su pecho; en su pupila penetrante |
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fulguraba una página del Dante; |
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en su faz, un soneto de Petrarca. |
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Su cuerpo era conjunto primoroso |
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de estrellas y jazmines. ¿Quién diría |
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que bajo forma tal palpitaría |
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un corazón tan grande y poderoso? |
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Rosa, joven divina y candorosa, |
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del bello capitán enamorada... |
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¡Cuán infeliz, vendida y desgraciada |
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fuiste por el amor...! ¡Ay pobre Rosa! |
IV
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EN EL BAILE
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En el soberbio palacio |
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del marqués de la Pradera, |
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arde el placer, vibra el gozo, |
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hierve, esta noche, la fiesta. |
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Ved: es un baile de máscaras |
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con que los dueños celebran |
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el próximo casamiento |
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de su angelical Eugenia. |
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Nuestro alegre capitán |
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es el prometido de ésta; |
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Don Juan, que hoy es objetivo |
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de los hombres y las bellas. |
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El salón está poblado |
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de máscaras pintorescas, |
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de hermosísimas mujeres |
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con vestiduras espléndidas. |
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Torrentes de luz se escapan |
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de las grandiosas lucernas; |
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brillan los limpios cristales; |
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los diamantes centellean; |
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se iluminan los tapices; |
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resplandecen las diademas, |
|
y en todo el salón se aspiran |
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embriagadoras esencias. |
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El capitán va vestido |
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a lo Luis Catorce; lleva |
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un elegante sombrero |
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con rizada pluma negra, |
|
traje de raso y encaje, |
|
todo bordado de perlas, |
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y una reluciente espada |
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a la cintura sujeta. |
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Eugenia, más seductora |
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que nunca, viste de Ofelia: |
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corona de blancas flores |
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su frente preciosa ostenta, |
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y su cuerpo la sublime |
|
túnica de nieve, aérea. |
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Risas, suspiros y voces |
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despide la concurrencia |
|
sólo una máscara grave |
|
en un ángulo se observa. |
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Viste el traje de Pierrot; |
|
gracioso antifaz de seda |
|
cubre su rostro, y extraña |
|
la multitud vocinglera, |
|
que nuestro Pierrot sombrío |
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lleve una espada en la diestra. |
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Éste ve al capitán solo |
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y le dice con voz seca: |
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«Sois un bandido, Don Juan; |
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y por Dios, que la existencia |
|
he de quitaros.» «Villano, |
|
calla o te arranco la lengua.» |
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Así Don Juan le replica |
|
y al mismo tiempo le muestra |
|
del palacio suntuoso |
|
la riquísima escalera. |
V
|
LA MUERTE
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Don Juan, como buen soldado, |
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es gran tirador de espada; |
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y de una fiera estocada |
|
al Pierrot ha atravesado. |
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Éste exclama: «Feliz soy; |
|
adiós, muero sin dolor; |
|
me arrebataste el honor |
|
ayer, y me matas hoy». |
|
El capitán con incierta |
|
mano el antifaz le quita, |
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y, al verle el semblante, grita: |
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«¡Rosa! ¡Infeliz! ¡Muerta, muerta!» |