Matilde Olarte
Universidad de Salamanca
Carlos V recibió una educación musical acorde con su condición de soberano: exquisita y completa; estas cualidades hicieron que su capilla musical ejemplificara la grandeza del soberano, y que ciertos músicos asalariados suyos de gran prestigio como Cabezón fueran el baluarte de su poder cultural.
En cuanto a su propia formación musical, ésta fue lo bastante amplia en su juventud como para poder escoger los futuros músicos de su capilla y formar la primera capilla hispano-flamenco con lo mejor de su época. La formación musical básica vino de la mano de su propia familia: su padre Felipe el Hermoso, su tía y primera tutora Margarita de Austria, y su profesor Enrique de Bredemers. Desde que salió para proclamarse rey de España en 1517, llevó consigo su capilla flamenco-borgoña -de Bruselas-, dirigidos por el músico Nicolás Gombert, que se especializaría en repertorio musical vocal polifónico; en cambio, para la creación y ejecución de música instrumental, creó otra capilla compuesta exclusivamente por músicos españoles -adscritos a la casa real de Castilla-, que harían las delicias de las cortes europeas en sus numerosos viajes. Sus ministriles españoles fueron considerados como el zenit de la música instrumental de su época; destacarían en el extranjero la banda de atabaleros y trompeteros por la brillantez de ejecución; y en cuanto a sus músicos de cámara, los mejores eran ministriles bajos, músicos de tecla, arpa, laúd, orlos, flautas y vihuelas para los actos privados de palacio; y los ministriles altos de chirimías, bombardas, cornetas o sacabuches para actuaciones al aire libre.
Con su matrimonio con Isabel de Portugal se llegó a constituir una nueva capilla musical formada por cantores y ministriles portugueses y españoles, que fue asimilada con la ya existente en la corte real de Madrid y que había pertenecido a la madre de Carlos I, la reina Juana la Loca. Músicos españoles destacados de esta nueva capilla fueron el organista Antonio de Cabezón y el maestro Mateo Fernández, el clavicordista Francisco Santiago Pérez, el afinador Aloi, los cantores Lope de Armento, Martín López, Antón, Zorita, Arellano y Espinosa y los compositores José Bernal y Jorge de Montemayor.
Gracias a estas capillas musicales, la corte de los infantes españoles fue, en el s. XVI, la más afamada. Carlos I, a la muerte de su esposa Isabel, hizo crear, en el castillo de Arévalo, un magisterio de música dirigido por especiales artistas: Antonio de Cabezón en el órgano, Francisco Soto en el clavicordio, Mateo Flecha en la polifonía vocal; y en la danza Lope Fernández, Fernán Díaz y Bárbaro Fernández. De ahí que al príncipe Felipe II se le haya considerado como el monarca español que más interés haya mostrado por la música, y que las infantas María y Juana se convirtieran en defensoras del arte musical en sus cortes respectivas de Austria y Portugal.
En cuanto a las aficiones musicales del resto de la familia real, hay que destacar que aunque el rey no interviniera directamente en la actividad musical de sus hermanas Eleonor y María, no debemos olvidar que en Malinas los tres recibieron la misma formación musical bajo la tutela de su tía Margarita de Austria; y los intercambios de música y músicos serían abundantes y frecuentes. Por eso es importante la fama que adquirió, como instrumentista, Eleonor de Austria, -reina de Portugal en primeras nupcias y de Francia en segundas-, discípula predilecta de Henri de Bredemers en Bruselas (1507-15), y virtuosa en la ejecución no sólo del laúd y el clavicordio, sino como cantora acompañante. Su hermana María, mujer de Luis II de Hungría, al enviudar, se retiró a España, en concreto a la ciudad castellana de Cigales, trayendo aquí a su capilla flamenca de músicos, que se amalgamaron con otros músicos españoles contemporáneos como Camargo o Clavijo; en su testamento se enumeran una importante colección de libros de música manuscritos e impresos y otra de instrumentos; del legado que recogió su sobrino Felipe II cabe destacar un cuantioso número de instrumentos de viento -docenas de flautas, pífanos, cornetas, sacabuches- y de cuerdas -siete vihuelas de arco grandes y pequeñas, cinco violones de arco y varios laúdes-.
Son muy numerosas las composiciones musicales que se hicieron para el monarca en su corte, y que se han hecho universalmente famosas; las recopilaciones más importantes se encuentran en el cantoral Carlos I de la Biblioteca Nacional de Madrid [Ms.Vª16=1] de Juan de Escobedo, y en los códices nº 34-36-160 de la Capilla Sixtina; la «Canción del emperador Mille regretz» de Josquin, se popularizó tanto en su tiempo que fue utilizada como modelo compositivo durante décadas. Otras dos composiciones que se hicieron famosas fueron el motete «O felix etas» -a 6 voces- que el rey encargó al músico español Cristóbal de Morales en 1538 para celebrar en Niza la tregua entre Carlos I y Francisco I; y la cantata «Qui colis Ausoniam», compuesta en 1529 por Nicolas Gombert, a instancias del rey, para festejar la paz firmada entre Carlos I y Clemente VII, después del saqueo de Roma.
Los músicos más destacados que trabajaron para la corte y escribieron música específica para Carlos I fueron, en el caso de españoles, los compositores Juan García Basurto, Melchor Canzer, Pedro de Pastrana y Bartolomé Escobedo; en el caso de los flamencos, destacaríamos a Pierre de La Rue, Pipelare, Pierre de Manchicourt, Hellick Lupus, Nicolas Gombert, Thomas Crecquillon, Richafort, Floriquin, Agricola, J. Mouton, Picart y Clemens non Papa. Sabemos que en la corte del monarca se seguían ejecutando los repertorios de música vocal no litúrgica contenidos en los manuscritos de los cancioneros de La Colombina, de Palacio y de Segovia [copiados para los reyes católicos], con formas musicales populares como villancicos, canciones, romances y madrigales; asimismo sería práctica habitual la música instrumental como versos, tientos, fantasías, glosas y diferencias.
Los años del reinado de Carlos I fueron, para la música española, los denominados «siglo de oro», donde nuestros músicos pudieron competir, más allá de nuestras fronteras, con su música religiosa al servicio de la «causa» de Trento, con su música profana, y con el arte de nuestros vihuelistas y organistas. ¿Sería por el buen «hacer» musical de nuestro monarca?
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