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ArribaAbajoOral

O

Os lo voy a contar: Ocurrió que cuando saqué la cabeza de la oscuridad por la entrepierna de mi madre, eso es, cuando ya estaba a punto de salir, lo pensé mejor y retrocedí. No veía nada clara aquella situación. Creo que me entenderéis... Estaba tan acostumbrada a la oscuridad, sin demasiados ruidos y bien arropada, con aquel calorcito húmedo que daba tanto gusto... La comadrona gritaba: «¡Es una niña...!». Mi padre repetía fuera de sí: «¡Es una niña...!». Mi madre chillaba: «¡Ya nace! ¡Ya nace!». Y, claro, con todo aquel guirigay, con todo aquel griterío, me asusté mucho. Y glup-glup, fui retrocediendo, no sé cómo, y me volví a meter dentro de la tripa... Sorpresa general, como os podéis figurar...


M. Obiols, Datrebil. 7 cuentos y un espejo.                


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Otra vez volvemos a los orígenes, de oca a oca, a la narración oral y escribo porque me toca: Oro parece, plata no es, el que no lo adivine tonto es.

Más adelante, cuando hablemos de la poesía, insistiremos en la importancia de la palabra hablada en las nanas, las canciones, los juegos, etc. Pero no solamente necesitamos del canto y la poesía sino de la narración de historias.

Desde casi el comienzo de la Humanidad, cuando las primitivas hordas de cazadores necesitaron transmitir los conocimientos, los valores, las prohibiciones como el incesto, etc., se han contado cuentos.

Fue una necesidad de la especie y se desarrolló siguiendo unas mismas pautas en todos los lugares del planeta. Por este motivo los cuentos maravillosos, como demostró Propp, tienen idéntica estructura y repiten una serie de funciones y personajes.

El siglo XX que finaliza casi ha terminado con la tradición milenaria de contar cuentos, al menos en el mundo occidental. Sin embargo, no ha desaparecido la necesidad psicológica de contarnos cuentos a nosotros mismos, de fantasear, y de que nos cuenten historias, especialmente aquellas que se han mantenido en la memoria colectiva a lo largo de los siglos y que nos explican muchas cosas sin que seamos conscientes de ello.

La afición a la lectura y el deseo de ser escritor, en gran número de los mejores creadores, tuvieron su origen en el placer que les produjo escuchar de niños las historias que les narraban sus abuelos, un vecino, o cualquier otro adulto.

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Tanto si somos padres como si somos profesores o simplemente adultos que convivimos en algún momento con niños, tenemos la obligación de regalar unos instantes de placer a los más pequeños y a nosotros mismos. Es tanta el ansia de escuchar historias por parte de los niños que casi solamente es necesario que nos pongamos a hacerlo.

De todas maneras debemos respetar unas normas y nunca vienen mal algunos consejos. Hay varios libros que aparecen en la bibliografía, en los que se ofrece un método sencillo y se reproducen algunos cuentos para practicar. Nosotros nos limitaremos a recordar algunos aspectos fundamentales.

El contar un cuento es un hecho mágico, por lo que es recomendable crear una situación propicia, silencio, comodidad. Se pueden sentar los niños alrededor del narrador, y, si se hace en familia, la cama y la hora de acostarse pueden ser el lugar y el momento oportunos. La ceremonia comienza con una fórmula de entrada: Érase una vez..., En el tiempo de Maricastaña...; y termina con otra: Colorín, colorado..., etc. Sirven para delimitar un tiempo distinto del rutinario, es el momento de la fantasía.

Hay otras expresiones que se repiten a lo largo de la narración: Soplaré y soplaré y la casa tiraré. Estas frases que se repiten normalmente tres veces dan unidad y ritmo a la narración, ayudan a que el narrador no se salga del esquema, y también dan seguridad al oyente que conoce algo de lo que va a pasar.

Los cuentos maravillosos no tienen moraleja; sin embargo, transmiten al niño el mensaje de que la lucha contra las dificultades de la vida es inevitable y que si persevera superará todos los obstáculos.

El personaje principal es un niño pequeño o una persona indefensa con la cual el oyente simpatiza fácilmente. A través de esta identificación, el niño vive   —113→   las experiencias del protagonista y consigue superar sus propias fantasías.

Ojáncano

Estas historias tienen un comienzo y un final real, con una parte intermedia fantástica. Gracias a ello, según Bettelheim, el niño ve su propia fantasía como algo necesario pero que tendrá que abandonar para integrarse en el mundo de la realidad. Tomará conciencia de sus fenómenos inconscientes, temor a perder a sus padres, sentimientos de odio, miedo a quedarse solo, etc.; afirmará su identidad, y vencerá sus frustraciones.

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El cuento maravilloso nació y se transmitió de manera oral; su estructura y vocabulario están configurados para que sean narrados. Gracias a Grimm, Perrault, Llano, Espinosa, etc., que recopilaron gran número de cuentos, podemos leerlos para después contarlos cuando los hayamos interiorizado.

Es importante que el cuento nos guste a nosotros, narrarlo con entusiasmo, respetarlo y tomarlo en serio. No debemos cambiar el final aunque nos parezca cruel; el castigo que recibe el malo da seguridad al niño y le afirma al comprobar que el esfuerzo del bueno tiene una recompensa y la maldad siempre es castigada.

No es conveniente infantilizar demasiado el vocabulario. Una cosa es decir «la ratita presumida» y «el ratoncito», y otra emplear continuamente diminutivos: arbolito, sentadita, etc.; esto cansa a los niños y además no es su forma de hablar.

Debemos vivir el cuento con la voz, el gesto, las manos, los ojos... pero sin exagerar demasiado, sin teatralidad. En cuanto a la voz, es importante vocalizar y entonar bien para que sea agradable de escuchar. No hay que apresurarse, debemos dejar que se rían si hay algo gracioso; si se nos olvida algún aspecto debemos seguir con naturalidad y volver sobre ello más adelante o simplemente corregir el olvido.

Además de cuentos se pueden narrar todo tipo de historias, recogidas de la Biblia, del Quijote o de nuestras propias vivencias personales. Simplemente hay que tomar la decisión de hacerlo.

¡Ánimo!



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ArribaAbajoPiratas

P

El bergantín no era más que un leño que rodaba acá y allá a merced de las olas; seguía arreciando la tempestad, reinaba el huracán, y no veíamos esperanza alguna de salvación.

Durante algunas horas guardamos silencio, temiendo a cada instante que cediesen las amarras, que el mar arrebatase los trozos del molinete, que una de las enormes olas que rugían en torno nuestro, encima de nosotros, en todos sentidos, hundiese el casco tan profundamente, que nos ahogáramos antes de que remontase a la superficie.


E. A. Poe, Las aventuras de Arthur Gordon Pym.                


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Por fin esto se va a animar. Parece que se ve en el horizonte un barco de negra enseña repleto de PIRATAS. Efectivamente, se trata del «Sirena del Pas», un barco pirata que nos inventamos durante la Semana del Libro de 1994, año en el que se cumplía el centenario de la desaparición de Robert L. Stevenson, autor, entre otros libros maravillosos, de La isla del tesoro. Y nos pareció que no podíamos dejar pasar la ocasión de rendirle un merecido homenaje.

Con este fin, centramos la Semana del Libro en el tema de la piratería. Nos sirvió de aglutinante una historia que escribimos con el título de El último viaje del «Sirena del Pas», editada con la aportación económica de la APA del colegio y distribuida gratuitamente entre los niños.

El relato, que tiene al niño que lo lee como protagonista, cuenta las aventuras de un grumete que se embarca en una nave pirata y vive las peripecias habituales en este tipo de historias. Conoce la dureza de la vida en el mar; sufre las burlas de los piratas ya curtidos y la monotonía de los días de navegación; se enfrenta a la naturaleza cuando arrecia la tempestad; vive las maquinaciones de la tripulación y un motín; y también el abordaje, la lucha feroz y la rapiña; y -¡cómo no!- por fin la isla y el descubrimiento del tesoro.

A medida que avanza, la historia le va planteando al lector una serie de pruebas que debe superar para pasar a formar parte de la Gran Cofradía de los Hermanos de la Costa, a la que pertenece la tripulación del «Sirena del Pas».

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Para ello, entre otras muchas actividades, debe dibujarse disfrazado de pirata; diseñar su propia enseña; conocer los efectos personales del Capitán Pirata y localizarlos en una sopa de letras; mostrar conocimientos suficientes sobre el nuevo oficio y resolver enigmas y adivinanzas; identificar a los piratas más famosos de la literatura, así como el nombre de sus embarcaciones y los libros que relatan sus hazañas; recitar poemas y canciones para entretener a la tripulación; no dejarse intimidar por la marinería, para lo cual debe refinar un poco su vocabulario para que no desentone e inventar -sin pasarse- maldiciones, insultos y amenazas; escribir su propia canción pirata; enviar un mensaje pidiendo socorro; dibujar el plano de la isla en que ha sido abandonado; descifrar un pergamino de extraños signos, con la esperanza de que le conduzca hasta el lugar en que se encuentra enterrado el tesoro.

La historia finaliza cuando, una vez descubierto el tesoro y repartido el botín, los piratas abandonan la isla. Sin embargo, nuestro protagonista, el grumete, que recibe como los demás la parte correspondiente del botín, decide quedarse en la isla. Aquí termina, de forma provisional, la narración; porque el libro le sugiere al lector que debe concluirla a su gusto.

Además de la narración, el libro incluye un diccionario para piratas novatos en clave de humor con los términos más usuales de los libros de mar. Contiene también un breve estudio sobre la piratería a lo largo de la historia, con el fin de que los niños conozcan que detrás de tanta fantasía como encierran los libros de piratas hubo unos hechos reales, en ocasiones tan sorprendentes o más que los narrados en los libros de imaginación. Este capítulo queda completado con una bibliografía básica para aquellos niños que deseen conocer el tema desde el punto de vista histórico con mayor profundidad. El libro aporta finalmente una amplia guía de libros infantiles y juveniles de aventuras de piratas, recomendados por edades; desde los destinados a pequeños piratas con   —119→   chupete y biberón de 0 a 5 años, a los dirigidos a piratas con toda la barba y ladies atrevidas de más de 14 años.

La actividad de esta Semana del Libro contó con la participación de todos los niños del colegio; pero también con la de profesores, padres y madres. En realidad, ya antes de la Semana habíamos comenzado, pues durante el Carnaval -ya estábamos escribiendo la aventura- algunos niños y profesores se disfrazaron de piratas; y los padres colaboraron con la construcción de dos sencillos barcos de madera -«Sirena del Pas» y «Perla del Pisueña»-, diseñados de tal forma que permitían a los niños colocarse en su interior y transportarlos fácilmente.

Pinocho

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Así que cuando llegó la Semana del Libro ya estábamos todos metidos en el ambiente. La historia escrita fue entregada a los niños y comenzó a ser leída individualmente y en las clases. Al mismo tiempo, los niños comenzaron a realizar las distintas pruebas, que son en realidad juegos con las palabras y propuestas para animar a leer y escribir.

Durante este tiempo, comenzamos a montar un museo de la piratería en el lugar que cada año reservamos para exponer los trabajos de los niños y una selección de libros infantiles y juveniles. En esta ocasión, lo llenamos además de antiguos cofres y viejas monedas, de pergaminos con mensajes indescifrables, de mapas de hipotéticas islas del tesoro, de cartas del Capitán Pirata a su amante, lady Bonn; de objetos personales de ambos: el parche que usaba, su casaca, su espada y su puñal, la sombrilla de ella, el loro que un día le regaló él; de restos de viejos navíos; de pipas y botellas de ron; y un buen puñado de arena de la isla de Sagrav. Las paredes fueron cubiertas con cuadros de los piratas más famosos de la historia que los niños habían coloreado.

El museo quedó enriquecido con los cuentos que los niños habían escrito y con todas las colaboraciones con que contó El final de mi aventura, los relatos que escribieron para continuar la historia inicial.

Organizamos simultáneamente un concurso que tuvo una gran aceptación. Con las fotos en blanco y negro de unos veinte niños y niñas del colegio, y de algún profesor, hicimos fotocopias ampliadas y las repartimos por todas las clases para que quienes lo desearan pudieran disfrazar, a esos personajes, de piratas. Resultó una actividad amable y divertida, en la que derrocharon ingenio, humor y fantasía, ayudándose de rotuladores, pinceles, recortes de papel, tela, lana, y otros materiales.

Un gran éxito tuvo el hallazgo del tesoro, pues la historia juega con espacios imaginarios y espacios reales. Así, la isla se llama «Sagrav», el nombre del pueblo -Vargas- escrito al revés; y el tesoro al que alude la   —121→   historia lo enterramos realmente cerca del colegio, en el lugar exacto que indica el mensaje secreto que se encuentra el protagonista. Y muchos cálculos hubieron de hacer para encontrarlo finalmente -aunque no tenía los doblones que nos hubiera gustado- a los pies de un viejo roble.

Finalizamos la Semana con una velada literaria en la que algunos niños leyeron sus finales y otros cuentos inventados por ellos mismos. El colofón lo puso un concurso de tartas que tenían que hacer referencia a las historias de piratas. Gastronomía, arte y literatura se dieron la mano, y contamos con tartas-cofre, tartas-isla, tartas-barco, tartas-pergamino y un largo etcétera de vida efímera. Poco después de que un jurado de golosos las valorase, los asistentes dimos buena cuenta de ellas.

Tanto los participantes en este concurso, como los niños que habían descubierto el tesoro, habían disfrazado a sus compañeros y profesores, y los que participaron en las pruebas que proponía el libro y escribieron otros finales, fueron obsequiados por la APA con libros; de piratas, claro. Además, todos aquellos que se embarcaron en el «Sirena del Pas» y demostraron su arrojo e inteligencia en los momentos más difíciles de la travesía fueron nombrados miembros de honor de la Cofradía de los Hermanos de la costa. De ello da fe el diploma-pergamino que conservan con orgullo, porque fue expedido en la isla de Sagrav el veinticinco de abril de 1994, y lleva la firma del mismísimo capitán Flint.



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