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Las frases finales más repetidas, en referencia especial a los tratadistas de Derecho y de ciencias sociales e históricas decían así según el testimonio de Altamira: «Hasta ahora no leíamos libros españoles, porque c reíamos no tener nada que aprender en ellos; pero desde que usted nos ha dicho cómo se trabaja allí y nos ha revelado nombres desconocidos para nosotros, los libros españoles formarán una parte integrante d nuestras bibliotecas». España-América, pág. 88. Lo mismo dijo haber ocurrido en Méjico.

 

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Si en la del Ateneo había destacado la espontánea apertura social de su primera misión centrada en el intercambio universitario, apertura que hizo brotar con fuerza el latente españolismo de los países americanos, despertando «el sentido de unidad de civilización que ha fundido desde un principio y ha dado una misma dirección, una misma orientación en la vida, a todos los pueblos del tronco hispano», al tiempo que les descubría la moderna España, «la nueva y trabajadora España», velada por la leyenda, en la de la Sociedad de la Unión Ibero-Americana destacó cómo esa España «que desea cultura, que anhela trabajar y ponerse al nivel de los pueblos progresivos y europeos» podía ofrecer a los países hermanos de América colaboración intelectual precisamente en los campos más íntimos del alma de los pueblos: el Derecho («Así ocurre con el Derecho, el cual tiene, como todo el mundo sabe, una orientación general resultante de una mentalidad jurídica especialísima, común a todos los pueblos hispanoamericanos, los cuales poseen, además, en su legislación, elementos positivos que han tomado de España, que continúan tomando de España, y que a veces, no son más que el mantenimiento o resurrección en algunos casos, de las leyes de Indias que nosotros dimos y que todavía están vigentes en algunos asuntos». España-América, pág. 89), la Historia, el sentido ético de la civilización y comprensión de la vida (incluida la resolución razonable del problema social («Sabido es que el Instituto de Reformas Sociales lleva el camino de establecer, en los países hispanoamericanos por de pronto, y en ellos más que en ninguna otra parte, sucursales. Pues bien, podría ser esto un nuevo organismo de colaboración, de comunidad de vida, de compenetración de unos y otros países. El Instituto iría estableciéndolas en todos aquellos lugares que pudiera, y haría a todos ellos el ofrecimiento de organizar sucursales de instituciones de previsión, de protección a los trabajadores, etcétera, como ahora se acaba de establecer en Cuba la del Instituto Nacional de Previsión», ibídem, pág. 93) y la doctrina pedagógica española («que puede hombrearse con la más progresiva de cualquier otro país»), al margen de ser el puente natural para la transmisión de la ciencia moderna por la comunidad de lengua y mentalidad inducida de ella. Este papel transmisor, como órgano de comunicación de la cultura europea, entrañaba la obligación de emprender a mayor escala la traducción de obras extranjeras, pero sobre todo, si se quería «rehacer la unidad moral de la raza, el tronco hispano» era necesario potenciar el intercambio de profesores como obra completamente universitaria, autónoma e independiente, aunque necesitada del concurso económico del Estado para su realización, y las pensiones de estudio que, existiendo ya para ampliar estudios en el extranjero, especialmente en Europa y América del Norte, convendría también extenderlas a la América latina (idea acogida inmediatamente por el Ministerio de Instrucción Pública -Real Orden de 16 de abril de 1910-, que encargó su ejecución a la Junta de Ampliación de Estudios). Pero además era necesario «formar cultura de las cosas americanas», cultivar de manera intensa los estudios americanistas creando cátedras nuevas en aquellas Universidades que tomaran iniciativas a este respecto y aun, un centro especial que abrazara todas las manifestaciones de la obra americanista, con una Biblioteca y un Museo, como se había iniciado ya modestamente en la Universidad de Oviedo, para lo que resultaba imprescindible la concesión de franquicia de entrada a todo libro hispanoamericano. Ese Centro podía ser en principio el recién creado Centro de Estudios Históricos que podría actuar a la vez como órgano oficial de comunicación con los proyectados Institutos Históricos Americanos, cuya creación había estimulado Altamira en los países visitados para estudiar sistemáticamente el Archivo de Indias; y anexo a él, un «hall» o Residencia de Estudiantes, del que se venía hablando, y que podría acoger también a los estudiantes hispanoamericanos (como se aprobó por Real Decreto de 6 de mayo de 1910).

Estos eran los puntos esenciales en los cuales concentró Altamira «la obra de la relación intelectual con los pueblos hispanoamericanos»; un programa realista que, como anunciara a su auditorio, no dejaría de asombrarles algún día con la grandeza de sus consecuencias.

 

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En este caso el homenaje pretendía ser, más que un honor personal, un acto de continuación de la campaña americanista y de intercambio iniciada por la Universidad de Oviedo, a seguir por los demás centros docentes de España, tal y como expuso el propio Altamira en su discurso. El programa del acto, dividido en dos partes, incluía en la primera los trabajos de índole americanista referidos a la obra de intercambio iniciada por la Universidad ovetense, en tanto que la segunda era de simple homenaje a su ilustre delegado R. Altamira. A manera de corte musical entre una y otra intervención, la banda de música fue interpretando los himnos nacionales de los países americanos por él visitados. Abrió el acto el rector Canella saludando al «embajador intelectual de España» que, tras abrir ancho cauce a la solidaridad hispanoamericana, había trazado planes y caminos para el desarrollo práctico de la obra de compenetración, a continuar por Adolfo Posada, el nuevo representante de la Escuela en la América hispana. A continuación, Rafael María de Labra dio su voto a la misión cultural, política y patriótica de Altamira, fiel exponente de su viejo ideal de «intimidad hispanoamericana»; y el antiguo Rector, Aramburu, desde Madrid, glosó el patriotismo y el valor cultural del viaje realizado «con un talento, una discreción, una dignidad, una resistencia moral y física y una fortuna tan constante» que dudaba pudiera repetirse con iguales condiciones. Por su parte, Altamira, centró su discurso en la campaña americanista de la Universidad de Oviedo, cuyos frutos comenzaban a recogerse en la legislación oficial y en las promesas de apoyo gubernativo, pidiendo el apoyo leal de la opinión pública para mantener el espíritu grande de la obra emprendida. Y, en la misma línea, Adolfo Posada al reflexionar sobre el viaje pedagógico de Altamira, intentó captar el sentido o «idea madre» del mismo, refiriéndolo a la solidaridad humana y a la difícil labor de «formar un espíritu común» con las naciones hispanoamericanas, sobre la base de la mutua sinceridad.

Ya en la segunda parte, más literaria, se sucedieron las intervenciones y los poemas elegíacos, algunos tan entrañables como el «¡Lejos!» de Vital Aza que supo acercar al trasfondo sentimental del viaje:


¡Lejos!
Lejos, muy lejos del hogar amado
va el sabio difundiendo su cultura
y aunque mostrar serenidad procura,
su espíritu está triste y apenado.
Llega al hotel, rendido, fatigado;
abre el balcón, y de la noche oscura
al aspirar la brisa fresca y pura
en vano lanza un suspiro y queda ensimismado.
Y al verle así, pregúntase la gente:
«¿Qué idea nueva brotará de su mente?
¿Qué pensará? Sus ojos están fijos...»
Y el sabio no pensaba en otra cosa
que en el cariño de la ausente esposa
y en los ansiados besos de sus hijos.



Otros, más prosaicos, como el bablista festivo José Quevedo, al relatar sus andanzas por tierras americanas, rodeado de convites y regalos exclamaba: «¡Qué poques ganges se cueyen// como la que voy pintando!» Y algo de este sentimiento debió de estar presente en algunos comentarios mordaces aludidos por el propio Altamira en su discurso, calificándolo como manifestaciones propias de un espíritu vulgar y mezquino, capaz de reducir las cosas más ideales a un simple nombre. Sin embargo, dando en parte la razón a los que criticaban el excesivo personalismo de Altamira, a los pocos meses de este homenaje apareció en Madrid el libro autobiográfico Mi viaje a América (Libro de documentos), en el que se presentaba como catedrático de las Universidades de Oviedo, La Plata y México y Profesor honorario de las de Santiago de Chile y Lima, divulgando con detalle los pormenores de un viaje ya glorificado el año anterior en el libro España-América, concebido desde la misma portada como un «homenaje al ilustre delegado de la Universidad de Oviedo, D. Rafael Altamira y Crevea».

 

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Este mismo carácter de disciplina de doctorado tenía la cátedra de «Historia de América» creada a raíz de la reforma de la Facultad de Filosofía y Letras de 1900. Asimismo, y como antecedente inmediato de la cátedra de Altamira, existía ya en el Instituto Diplomático y Consular una cátedra de Historia de la colonización moderna, convertida en 1916 en Historia política contemporánea de América.

 

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«A este efecto, comenzó por hacer donativo a la referida cátedra de la mayor parte de los libros y revistas de aquel carácter que eran propiedad particular del informante, en cantidad de varios miles de impresos. A la vez hizo persistentes gestiones para obtener el envío regular y gratuito, para servicio de la cátedra, de las publicaciones de varios centros y asociaciones americanas, así como de los gobiernos de las Repúblicas hispanoamericanas. Como resultado de estos esfuerzos, la cátedra contaba, en fines del año 1914, con una Biblioteca especializada cuyo fichero contiene 6.287 papeletas de libros y folletos y 386 revistas; una colección de copias de documentos (inéditos del Archivo de Indias y otros), en cantidad de 2.657 folios, y un fichero bibliográfico completísimo de obras de materias americanistas». Informe de R. Altamira al Subsecretario de Instrucción Pública (Madrid, 26 de junio de 1935), en A. G. A., EC, leg. 9565. Un fondo americanista similar lo comenzó a formar en la Universidad de Oviedo tras su regreso del viaje científico a América (1910) con las numerosas donaciones bibliográficas recibidas. Información sobre su participación en la creación de algunas revistas americanistas, Hispanic American Historical Review entre otras, en su libro La política de España en América, Valencia, 1921, págs. 186-187.

 

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Esta enseñanza era de libre elección para los alumnos de las Facultades de Derecho y Filosofía y Letras «y lo interesante para el americanismo es que siendo así, se trata de una cátedra concurrida». Por ser de doctorado, era monográfica: durante los ocho años primeros de su existencia, Altamira fue estudiando por partes un amplio programa que abarcaba desde los tiempos de la colonización española hasta el momento presente con referencia a todos los países americanos, incluyendo Filipinas. Posteriormente se dedicó a los cursos monográficos de tema libre, implícitamente contenidos en el programa (Así, en el curso 1923-24 lo dedicó a estudiar el Brasil y Méjico (legislación, instituciones y vida social). En 1924-25, estudió con sus alumnos «Las cuestiones y los libros generales respecto de América», así como también las instituciones de Cuba. En 1925-26, escogió por tema el conocimiento del Derecho constitución al vigente en América. R. Altamira, Resultados generales en el estudio de la Historia colonial americana (s. l.; s. a.) (1924) y «La enseñanza de las Instituciones de América en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid», en Revista de Ciencias Jurídicas y Sociales 16, 62, 1933, págs. 5-34).

En esta labor contó con la colaboración de los alumnos que estaban obligados a componer un trabajo de investigación (unos doscientos títulos se registran en los ocho años primeros referidos) y a exponerlo luego en clase, haciendo el profesor la crítica correspondiente. «A veces me he detenido en algunas de esas partes: por ejemplo, he dedicado dos cursos enteros a explicar Estados Unidos, otros dos a explicar la Argentina; un curso a explicar otras repúblicas. En esos ocho años he podido llegar al final del programa», Trece años de labor americanista docente, pág. 21. El resultado de ese período (1914-1923) de investigación y ordenación de materiales lo intentó expresar en los volúmenes 2 a 14 de una monumental Historia de América, que iba redactando año tras año, pero que los agobios de tiempo le impidieron revisar y editar, aunque en 1927 anunciara la próxima entrega del volumen 2º de la Historia (Introducción y fuentes). Lo que sí publicó, dentro de la Colección de textos para el estudio de la Historia y las Instituciones de América, fueron los Textos de las Constituciones vigentes en América. El Programa para exámenes en la asignatura de Historia de las Instituciones políticas y civiles de América (segunda edición reformada con bibliografía especializada para las tres partes y secciones en que dividía la asignatura) se publicó en Madrid, 1925; la tercera edición reformada, formando parte de las Obras Completas de Rafael Altamira, volumen XIII, se editó en Madrid, 1932.

 

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La lista de una cuarta parte de los mismos la recogió el propio Altamira en su obra Trece años de labor americanista docente, págs. 26-29. Asimismo, cita alguna de las memorias que con carácter de tesis presentaban los alumnos d el Instituto Diplomático y Consular, ibídem, págs. 34-35. En trece años... cita hasta catorce tesis publicadas en esta primera etapa del «americanismo práctico» que consistía simplemente en hacer. Págs. 30-31. En general, vid. J. Malagón, «Las clases de Don Rafael Altamira», en Revista de Historia de América, 61-62, 1966, págs. 207-216; J. M. Ots Capdequí, «Don Rafael Altamira y su cátedra de la Universidad de Madrid», ibídem, págs. 217-224.

 

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No he podido consultar para la elaboración de este apartado la Nota bibliográfica de orientación para el estudio de la Historia de las Instituciones Políticas y civiles de América, de Rafael Altamira (folleto fechado en Madrid, 1926). El viejo ensayo bibliográfico de R. Altamira y J. Ots Capdequí, Bibliographie d' Histoire Coloniale (1900-1930), Société de l 'Histoire des Colonies Françaises. París, 1932, tiene la virtud de caracterizar las ideas directrices y los resultados científicos de los libros publicados hasta 1924, ya señalados por R. Altamira en su obra La huella de España en América. Madrid, 1924 (y que reducía a los siete puntos siguientes: 1º. Cambio de apreciación sobre la obra colonizadora de España en América; 2º. Nuevos puntos de vista sobre la historia de los repartimientos y las encomiendas de los indígenas, así como sobre las Leyes Nuevas de 1542; 3º. Precisiones sobre la historia de la legislación colonial y su compilación; 4º. Nuevas perspectivas sobre la participación de extranjeros en la colonización y comercio de las Indias; 5º. La autonomía administrativa en los dominios españoles y, en particular, en el ámbito municipal; 6º. El carácter especial de la conquista y colonización de los países al Norte de la Nueva España (Texas, Nuevo Méjico, Arizona, California); 7º. El sentido y alcance de las reformas políticas, administrativas y económicas del siglo XVIII. Para los años posteriores y en virtud del encargo del XXI Congreso de Americanistas (La Haya, 1924), Altamira resumió los nuevos avances en su Epítome de Historia de España, Madrid, 1927. Finalmente, en el libro primeramente citado, Bibliographie d' Histoire Coloniale, apuntaba como hechos característicos: La intensificación de la publicación de documentos inéditos por instituciones culturales (la Academia de la Historia o el Instituto Hispano-Cubano de Sevilla) y editores privados como los responsables de la Colección de documentos inéditos para la Historia de Hispano-América; Continuación de la publicación de Inventarios de Archivos, de Sevilla en particular; continuación de las investigaciones sobre historia jurídica, social, económica y científica de las Indias españolas.

 

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Esta biblioteca la dio por perdida tras la guerra civil española (1936-1939) y, con ella, las papeletas y apuntes de más de veinte años de trabajo especializado (R. Altamira, Manual de Investigación de la Historia del Derecho indiano, México, 1948, prólogo). Si pudo pensarse entonces que los golpes de la vida habían silenciado al viejo profesor jubilado de la cátedra de Historia de las Instituciones políticas y civiles de América, esto era desconocer simplemente el ideal de la propia campaña que animaba su trayectoria profesional.

 

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El Análisis de la Recopilación de las leyes de Indias, de 1680, publicada por su buen amigo Ricardo Levene bajo los auspicios del Instituto de Historia del Derecho Argentino (Buenos Aires, 1941 tenía así el carácter de parte primera de la Serie I citada, que Altamira cifraba en quince volúmenes, precedida de una Introducción, representada por su obra ya publicada Técnica de investigación en la Historia del Derecho indiano (edición revisada y ampliada con el título de Manual de Investigaciones de Historia del Derecho indiano, México, 1948) y que debía de concluir con un Apéndice de Documentos primitivos de legislación colonial en dos volúmenes, uno de los cuales lo daba ya por terminado al anunciar el plan de la serie en febrero de 1941. El prof. Peset ha publicado, en apéndice a su trabajo citado Rafael Altamira en México, la dispersa edición de esta serie de Estudios sobre las Fuentes de conocimiento del Derecho indiano, siguiendo la huella del trabajo de A. García-Gallo, «Panorama actual de los estudios de Historia del Derecho indiano», en Revista de la Universidad de Madrid, l, 1951, pág. 49. En general, vid. V. Tau Anzoategui, Diálogos sobre Derecho indiano entre Altamira y Levene en los años cuarenta, en AHDE 67, 1997, págs. 369-389; del mismo autor, «Altamira y Levene: una amistad y un paralelismo intelectual», en Cuadernos del Instituto de Investigaciones Jurídicas 15, UNAM, México, 1990, págs. 476 ss.; Cf. H. C. Pelosi, «Hispanismo y americanismo en Rafael Altamira», en Boletín de la Institución Libre de Enseñanza II época, 22, 1995, págs. 34-40.

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