Esta es la única de mis composiciones dramáticas
que hasta ahora no se haya sometido al juicio del público
ni representada, ni impresa. Hacía largo tiempo que,
a causa de graves ocupaciones y cuidados tenía abandonado
el cultivo de este campo de la amena literatura, cuando en
el año de 1849, hallándome en Nápoles
con un grave cargo, se me ocurrió emprender la composición
de este drama, como por vía de distracción
y pasatiempo.
Tal vez el apacible clima y el hermosísimo
cielo contribuyeron a despertar en mi ánimo el amortiguado
gusto a la poesía; pero de seguro contribuyó
a ello la circunstancia de hallarme hospedado en casa de
mi amigo el duque de Rivas, embajador de S. M. C. en la corte
de las Dos Sicilias. Sabido es su afición a la poesía
y al teatro, que con tanto éxito ha cultivado; y apenas
le insinué mi pensamiento, lo juzgó en tales
términos y me estimuló de tal suerte, que al
cabo puse manos a la obra.
Es de advertir que el argumento
de este drama rodaba en mi cabeza, si así puede decirse,
desde que leí la historia de la Revolución
francesa, si bien había olvidado hasta el nombre del
principal personaje. Un padre que toma el nombre de su hijo
para salir por él al cadalso, y la situación
de éste, al enterarse de semejante sacrificio, me
parece que es una de las situaciones capaces de despertar
con más fuerza en el ánimo de los espectadores
el terror y la compasión, sentimientos tan propios
de esta clase de composiciones.
Con este propósito,
y con objeto de darle todavía colorido más
fuerte, me pareció conveniente encerrar este sangriento
episodio en un gran cuadro, que representase la situación
de la Francia en aquella época, sin ejemplo en la
historia.
El punto culminante me pareció ser el día
en que cayó Robespierre y su partido, pues desde entonces
puede decirse que con más o menos rapidez comenzó
a descender la revolución.
Aquel momento ofrecía
también una singular ventaja, pues es imposible, aun
poniéndose a imaginarlo de propósito, ofrecer
un cuadro tan variado, tan lleno de alternativas y de peripecias
como el que presentó, en el término de veinticuatro
horas, la capital de la República francesa.
Una vez
concebido el plan, procuré, en cuanto estuvo a mi
alcance, ofrecer con fidelidad el retrato de los varios partidos
en que estaba dividida aquella malhadada nación.
En el desarrollo del argumento mis conatos se encaminaron
a que creciese, en cuanto me fuese dable, el interés
del drama, dividiéndole en los actos que parecían
reclamarlo, y presentaba cada uno de ellos un cuadro distinto.
Nada diré del estilo ni del lenguaje; sólo
sí que cada día me afirmo más en el
concepto de que debe procurarse huir de toda afectación
y afanarse por alcanzar la mayor sencillez.
Terminado el
drama, se leyó delante de algunos españoles,
que a la sazón residían en la corte de las
Dos Sicilias, y alentado con el efecto que produjo, se decidió
el autor a que se representase en España, poco después
de volver a su patria.
Brindábase a ello la circunstancia
de haberse planteado el pensamiento de restaurar el teatro
español, que tanto lo había menester, y que
con tantas veras reclamaba la solícita protección
del Gobierno.
Desconfiando de su propio voto, y tal vez
no reputando bastante imparcial el de sus particulares amigos,
reunió el autor a algunos de ellos con otros literatos
que a esta circunstancia allegaban la de ser autores dramáticos
de merecida reputación.
Su opinión se mostró
sumamente favorable al drama, y alentado con un voto de tanto
peso, decidiose el autor a que se representase.
Mas antes
de que se verificase, vino a tierra el plan de reforma del
teatro y se deshizo la comenzada obra, de cuyos resultados
el secretario de la Junta Gubernativa, creada al efecto,
devolvió al autor el original de su obra, manifestándole
el motivo de semejante determinación.
La situación
en que desde aquella época ha quedado el teatro es
tan notoria como lamentable; siendo tanto más de sentir
cuanto que abundan autores de gran mérito que pudieran
levantar nuestra escena a una altura desconocida desde los
tiempos de Felipe IV.
Devuelto el manuscrito de este drama,
ha dormido con otros durante algunos años, y quizá
no hubiera salido a luz, a no ser por la circunstancia de
haber decidido el autor publicar la colección completa
de sus obras dramáticas. Una vez formado este propósito,
era natural que le ocurriese el deseo de no dejar sepultada
en el olvido una composición que tan extraña
suerte había corrido y que presentaba más de
un título en su abono.
Tal como se escribió
entonces se da a la prensa ahora, sin haber hecho en el drama
ni la más leve alteración; al público
imparcial toca el calificarle.
Personas
EL MARQUÉS
DE MONTFLEURY,
capitán de navío retirado.
MATILDE,
su hija.
M. DE LOYZEROLE.
EDUARDO,
su hijo.
JUAN,
criado
antiguo del marqués.
ROSALÍA,
aya de Matilde.
JULIETA,
sobrina de Rosalía.
ROBERTO,
comisario de
la República.
PRIOR DE LA CARTUJA.
UN NOVICIO.
UN
POSADERO.
SU MUJER.
CAPITÁN DE BANDOLEROS.
DOS BANDIDOS.
ALCAIDE DE LA CÁRCEL.
SU HIJO.
COMISARIO DEL TRIBUNAL
REVOLUCIONARIO.
AGENTE DE POLICÍA.
COMANDANTE GENERAL
HENRIOT.
HOMBRE DEL PUEBLO 1.º PRESO 1.º
HOMBRE DEL PUEBLO
2.º PRESO 2.º
HOMBRE DEL PUEBLO 3.º PRESO 3.º
MUJER DEL PUEBLO
1.ª PRESA 1.ª
MUJER DEL PUEBLO 2.ª PRESA 2.ª
MUJER DEL PUEBLO
3.ª PRESA 3.ª
PRESOS, GENTE DEL PUEBLO Y GENDARMES.
La
escena en Francia, en el mes de julio de 179...
Acto primero
El teatro representa una sala pequeña de una casa
de campo, adornada con muebles antiguos. Una puerta en medio
que da al campo, y otras que conducen al interior de la casa.
Hay colgado un retrato del marqués y otro que se supone
de en mujer; un tocador. Es de noche.
Escena I
MATILDE,
ROSALÍA. MATILDE vistiéndose de aldeana.
ROSALÍA.-
Vamos, hija mía; es menester que
tengas más ánimo... Hazte juicio de que te
estás disfrazando para un baile de trajes... Así
como así, te sienta mejor que el que estrenaste ahora
tres años... ¿No dices nada?
MATILDE.-
¿Y qué
quieres que diga, si me está ahogando la pena que
tengo aquí en mi corazón?
ROSALÍA.-
Llora, hija, desahógate; pero cuidado, que si vuelve
tu padre vas a afligirle más; ¡y hartas penas tiene
el infeliz!
MATILDE.-
Ya lo sé, y por eso es mayor
mi tormento. Tener que parecer tranquila cuando se me está
despedazando el alma; animar a mi padre, consolarle, sostenerle
en su resolución cuando dejo aquí tantos recuerdos,
tantas esperanzas... ¡Sería menester ser de piedra
para no sentirlo...!
ROSALÍA.-
Nadie lo conoce mejor
que yo... Tú sabes el cariño que te tengo desde
que tu madre, que esté en gloria, te dejó aún
muy niña en mis brazos... Deja que te estreche en
ellos, siquiera en memoria de aquella santa señora,
que está mirando desde el cielo.
(La abraza.)
MATILDE.-
En esta casa he nacido, aquí me he criado, aquí
recibí la bendición de mi madre pocas horas
antes de morir... ¿Cómo he de alejarme de estos sitios
sin tener siquiera la esperanza de volverlos a ver en mi
vida?...
ROSALÍA.-
¡Pues no faltaba más! ¿Crees
que va a durar siempre este infierno en que han convertido
a la Francia?... No, hija mía; Dios tendrá
piedad de nosotros; los malvados llevarán su merecido
y volverán los buenos... Sí, volverán,
mal que le pese al diablo... Lo que importa ahora es salvarse
de la tormenta poniendo tierra de por medio...
MATILDE.-
¡Ay!...
ROSALÍA.-
¿A qué viene ahora ese suspiro?
¿Por qué bajas los ojos y te pones encarnada? ¿Te
parece que yo no lo adivino?... Que lo sientas, es muy natural...
MATILDE.-
Me he criado con él cual si fuese mi hermano;
le veía todos los días, a todas horas, a cada
momento; no sabía estar sin él, ni él
sin mí; nuestros juegos eran unos mismos, unos nuestros
pensamientos, nuestros deseos... Y cuando estaba próximo
el instante de nuestra felicidad, cuando iba a unirme por
toda la vida al único hombre que he amado, al único
que, amaré en el mundo..., entra la discordia en las
familias, crece la enemistad entre nuestros padres y hasta
nos prohíben hablamos, vernos...
ROSALÍA.-
¡Maldita sea la revolución y quien la trajo, amén!...
Por su culpa están las familias desunidas, reñidos
los hermanos, enemistados los padres con los hijos... ¡Hasta
mi pobre Matilde es víctima de ella....!
MATILDE.-
Mientras vivíamos cerca alimentaba la esperanza de
que un día se reconciliasen nuestros padres; han sido
íntimos amigos, se aprecian en el fondo de su corazón
y sólo estos malditos partidos han podido dividirlos
así... Pero en yéndonos de aquí, en
hallandome en tierra extranjera, sin saber siquiera si vive
Eduardo, si me ha olvidado, si aún me ama... ¡Mejor
quiero morir mil veces que vivir en esta incertidumbre!...
ROSALÍA.-
Parece que te complaces en atormentarte...
Nunca son tan grandes los males como nos los nuestra imaginación...
MATILDE.-
¿Y qué remedio cabe, nos vamos a apartar
para siempre?... Yo no he querido irme sin decirselo... Temía
que me culpase, que atribuyese a otra causa mi silencio;
pero carta que le he escrito no llegará a sus manos,
sino veinticuatro horas después partida... Ya no tendrá
remedio... ¿Crees tú que lo sentirá mucho?
ROSALÍA.-
¿Pues no lo ha de sentir si el señorito
Eduardo es un ángel y os quiere más que a las
niñas de sus ojos?... ¡Buena pesadumbre le aguarda
cuando llegue a saberlo!...
MATILDE.-
Ya he encargado el
a Juan lo que tiene que hacer...
ROSALÍA.-
¿Juan
ha llevado la carta?... Pues ya se echó todo a perder.
MATILDE.-
No lo creas; yo no sé, por qué siempre
estás de riña con ese viejo honrado...
ROSALÍA.-
Porque es muy hablador y porque en todo se mete; y porque
a trueque de no oírle contar sus viajes a América
y sus combates con los ingleses me iría yo...
Escena
II
Dichos. JUAN, abriendo con tiento la puerta de afuera.
JUAN.-
Gracias, señora Rosalía; con una compañera
de tantos años tengo bien guardadas las espaldas...
Se conoce que es el cumplido de despedida...
ROSALÍA.-
Yo no le quiero mal; pero con ese maldito genio...
MATILDE.-
Dejaos de tonterías... (A ROSALÍA.) Ve y acaba
de arreglar las cosas... (A JUAN.) ¿Has hecho bien lo que
te encargué?...
JUAN.-
¡Toma, si lo he hecho bien!
Y no hay miedo que no reciba la carta...
MATILDE.-
¿Cómo?
JUAN.-
Si se la he entregado en manos...
MATILDE.-
¿Qué
has hecho, Juan? ¡Me has perdido!...
JUAN.-
Pero ¿por qué?...
Yo hecho lo que usted me mandó: llegué a la
casa de campo, pregunté por su ayuda de cámara...
No está... Por el otro criado... Tampoco... A ninguna
mujer no le quise entregar la carta, ¡porque todas son tan
habladoras!... Bajé a la cuadra y me puse a hablar
con el que cuida los caballos... En esto vuelvo la cara y
oigo el trote de uno que llega... Dicho y hecho: era el señorito
Eduardo que venía por la veredita de la derecha...
Apostaría que había estado en aquel altozano
desde donde se descubre esta casa... Así que me vio
se inmutó... Yo no le di la carta, no, señora;
él me la tomó... Clavó los ojos en ella...
La leyó para sí dos o tres veces...
MATILDE.-
¿Y qué te dijo?
JUAN.-
Es menester que yo la vea...
MATILDE.-
¿A quién?
JUAN.-
Yo no sé... No
repetía más que eso... A mí me pareció
que estaba loco... Tenía los ojos tan desencajados
que me daba compasión el verle... Luego me hizo mil
preguntas... Tan sin atadero... Ni aguardaba siquiera mis
respuestas... «¿Adónde van? ¿Qué camino llevan?
¿Qué camino llevan? ¿Cuándo podré reunirme
con ellos?...» Yo no sé cuántas cosas más...
MATILDE.-
¿Y tú qué respondiste?
JUAN.-
¿Qué
le había le responder?... Todo cuanto sabía...
ROSALÍA.-
(Acercándose.) ¿Ve usted, señorita,
si tenía yo razón?...
MATILDE.-
¡No sabes,
Juan, el daño que me has hecho!...
JUAN.-
¿Y por
qué?
MATILDE.-
¡Qué va a ser del infeliz y
que va a ser de esta desventurada!...
JUAN.-
No hay que
afligirse, señorita...
MATILDE.-
¿Cómo quieres
que no me aflija, sí tengo un puñal en el corazón?...
Yo no quería que lo supiese hasta después de
haberme alejado...
JUAN.-
Pues, según le dejé,
es capaz de haberme seguido...
MATILDE.-
¡Qué dices!...
(Sobresaltada.) Mira cómo tiemblo de sólo imaginarlo...
JUAN.-
¿Y qué mal habría en eso?... Hablarse
unos momentos, despedirse, quedar en el modo de cartearse
durante la ausencia, de reunirse tal vez... ¿Qué hay
en eso de malo?... El uno ha nacido para el otro; y lo que
está de Dios ha de ser, más tarde o más
temprano.
ROSALÍA.-
(Acudiendo hacia los otros.)
Me parece que oigo ruido en la puerta...
MATILDE.-
¿Quién
puede ser a estas horas?
JUAN.-
¡Yo lo veré!... El
contramaestre Juan no le ha visto nunca la cara al miedo...
(Acercándose a la puerta de afuera.) ¿Quién
está ahí?... ¿Que abra? ¡Pues no es mala la
pretensión! Más alto, que se conozca la voz...
Ahora, sí... Señorita... (Haciéndole
una seña.)
MATILDE.-
¿Qué vas a hacer?
JUAN.-
Si no le abro es capaz de echar la puerta abajo...
Escena
III
Dichos, EDUARDO.
MATILDE se arroja sobre una silla
en la mayor aflicción; EDUARDO corre hacia ella y
le habla con vehemencia; JUAN y ROSALÍA Se apartan
hacia el fondo de la escena, entrando y saliendo de cuando
en cuando, como para hacer los preparativos de viaje.
EDUARDO.-
¡Matilde mía!... ¿Por qué tiemblas así?...
¿No respondes?... Tienes la mano helada... Una palabra, una
sola siquiera...
MATILDE.-
Deja, déjame, por Dios,
Eduardo...
EDUARDO.-
¡Que te deje!... ¿Y es así como
me recibes cuando traigo traspasada el alma?... Yo estaba
triste... Afligido más que otros días... No
parece sino que el corazón me anunciaba alguna desgracia...
Vine cerca de tu casa por ver si te divisaba de lejos...
Y ni aun tuve ese consuelo... Al volver recibo tu carta...
Y al leerla me quedé muerto. La sangre se me heló
en las venas... Mas no perdí un instante, corrí
a buscar a mi padre y por desgracia no lo hallé...
Entonces volé sin saber yo mismo lo que me hacía,
y a los pocos momentos me hallé a la puerta de tu
casa... Ya estoy a tu lado, Matilde; ¿quién en el
mundo podrá separarnos?
MATILDE.-
¡Eduardo!...
EDUARDO.-
¿Por qué me miras así?¿Imaginas acaso que estoy
loco?... Lo estoy sí; te lo juro; ¡primero que nos
separen me arrancarán la vida...
MATILDE.-
¡Cálmate,
Eduardo mío! Si viniera mi padre... Si te encontrara
aquí... Yo me caía muerta de vergüenza.
EDUARDO.-
¿Y por qué? ¿No vas a ser mi esposa? ¿No
lo ofreció él mismo? ¿No tiene que suceder,
aunque se oponga el cielo y la tierra?
MATILDE.-
Me da pena,
Eduardo... Me da pena de verte así...
EDUARDO.-
Yo
me tranquilizaré... Pero escúchame... No me
hagas reflexiones... Todas las he hecho yo... Y he tomado
mi resolución... Oye... En cuanto vuelva me arrojo
a los pies de mi padre...
MATILDE.-
¿Para qué?
EDUARDO.-
Oye; yo te lo ruego... Mi padre me ama con la mayor ternura;
no tiene más hijo que yo, y todo su cariño
se ha reconcentrado en mí... Sabe que yo te adoro,
que no puedo vivir sin ti, que tu separación me cuesta
la vida... No lo dudes, accederá a mis deseos, dejará
también esta tierra desventurada y os seguiremos donde
quiera...
MATILDE.-
¡Qué ilusión, Eduardo!
Tu pasión te pone una venda en los ojos ¿Cómo
lo imaginas posible?
EDUARDO.-
¿Y por qué no? Mi
padre ha pensado ya más de una vez alejarse de la
Francia, donde es imposible vivir mientras la tiranizan esos
malvados... Mis ruegos, mis instancias acabarán de
decidirle... Nuestro enlace ha sido el pensamiento, el anhelo,
el afán de toda su vida... Nuestra felicidad iba a
ser su felicidad, nuestra dicha es su dicha... ¿No recuerdas,
Matilde, que alguna vez llegó a darte el dulce nombre
de hija?
MATILDE.-
Y esos recuerdos son los que me hacen
más infeliz...
EDUARDO.-
¿Y pudieras renunciar a
esperanza?... No, amor mío; no pueda más que
ese recurso, y es menester tentarlo... Si consigo que mi
padre condescienda en ello no tengo duda de que el tuyo dará
su consentimiento... A pesar de sus preocupaciones tiene
un corazón excelente, te ama con delirio y no querrá
hacerte desdichada por toda la vida.
MATILDE.-
Tus palabras
me sirven de consuelo..., pero..., ¡tengo tan pocas esperanzas!...
EDUARDO.-
¡Así, Matilde, así!... Estrecha
mi mano... ¿Cómo quieres que renuncie a esta felicidad?...
Ser tu esposo, llamarte mía, vivir para ti...,Sólo
para ti... Yo no tengo ambición, y desprecio el mundo...
¡Le veo tan pequeño, tan miserable!... Tú,
tú sola tú serás mi ocupación,
mi dicha... No pensaré sino en ti, no me separaré
de ti en tus brazos me hallará la muerte...
MATILDE.-
Eduardo mío, tus palabras me hacen mal... Y no sé
por qué... ¡He padecido tanto, que hasta la imagen
de la felicidad me oprime el corazón! ¡Mentira me
parece que hemos de ser dichosos!... (Volviendo la cara con
sorpresa.) Creí que sonaba ruido... ¡Si viniera mi
padre!... Vete, Eduardo, vete; yo te lo ruego... Estoy tan
sobresaltada, tan fuera de mí, que me lo van a cono.:»,
cer en la cara...
EDUARDO.-
Tienes razón... ¡Pero
me cuesta tanto trabajo apartarme de eso que va a ser por
poco tiempo...
MATILDE.-
¡Por poco tiempo!...
EDUARDO.-
Sí, yo te lo ofrezco... ¿No tienes confianza en mí?
MATILDE.-
Sí Eduardo; ¡pero somos tan infelices!...
¡Vamos a correr tanto riesgos!...
EDUARDO.-
No te aflijas,
Matilde, mía; ¿cómo quieres que te deje así?
MATILDE.-
Ya no lloro... ¿Lo ves?.. Estoy más serena...
Pero vete, Eduardo... Mira que si vienen me muero.
EDUARDO.-
(Besándole la mano) Adiós, ángel mío...
MATILDE.-
¡Adiós!
EDUARDO.-
(Al salir.) ¡Quién
en el mundo más dichoso que yo!...
MATILDE.-
Ve,
Juan, y cuida de que no le vea nadie... No te apartes de
mí, Rosalía... Apenas puedo tenerme en pie...
Escena IV
MATILDE y ROSALÍA.
ROSALÍA.-
¿Quién ha acertado, señorita? Estaba yo segura
y le conozco como si le hubiera parido... Desde que era así,
tamañito, descubría tan buen natural y era
ya tan guapo... ¡Qué distraía estás,
hija mía!... No atiendes a lo que te digo...
MATILDE.-
Si le viese alguien... Si al salir le hallase mi padre...
ROSALÍA.-
Siempre te pones en lo peor... ¿Para qué
necesitas más enemigo que tú?... Parece que
lo haces adrede.
MATILDE.-
No falta más sino que
me riñas.... cuando me ves en el estado que estoy...
ROSALÍA.-
Es riña de cariño por lo
mucho que me duele el verte padecer... ¿Te parece que todos
no Padecemos aquí, en nuestros adentros?... Yo voy
a separarme de ti por la primera vez... Y ya ves cómo
estoy... Serena... Esta lagrimilla es que tengo malos los
ojos... (MATILDE se le acerca con muestras de cariño.)
Nada de ternezas ahora... Lo que es menester es despachar
pronto... ¡Julieta!... ¡Julieta!... ¿Dónde se habrá
metido esta sobrina?...
Escena V
Dichos. JULIETA.
JULIETA.-
Estaba allá adentro...
ROSALÍA.-
Recoge todo
eso y mételo en el escondite... Ya sabes... Ahora
es menester vivir muy alerta, y más en yéndose
los señores... ¡Hay tanto bribón por el mundo!...
MATILDE.-
¿Y quién nos ha de querer mal a nosotros?...
Mí padre no ha hecho más que beneficios a todas
estas gentes...
ROSALÍA.-
Pues por lo mismo, hija
mía; se conoce que no has visto el mundo sino por
un agujero, como suele decirse... En tiempos revueltos salen
de debajo de la tierra los ingratos como los gusarapillos
después de una tormenta... Sin ir más lejos...
¿No estás viendo lo que pasa con Roberto? Su padre
y su abuelo fueron colonos de la casa... Tu padre los ha
librado de mil apuros; a ese mismo Roberto lo sacó
de pila y le costeó los estudios... ¿Y cómo
le paga ahora?... No hay jacobinazo más perro en toda
la comarca; desde que le han hecho comisario de aquellos
diablos no se le puede sufrir... ¡Qué facha tiene
con aquel gorro! ¡Qué miradas tan atravesadas!...
Todo él es envidia y ponzoña; cuando ve la
hacienda de un rico parece que dice en sus adentros: «Ya
que no es mía, hemos de arrancarla.» ¡Dios nos libre!
(JULIETA se va con los trajes que se ha quitado MATILDE.)
Escena VI
MATILDE, ROSALÍA y JUAN.
JUAN.-
Ya
se fue sin ningún accidente; y hasta salí a
su lado, para que Otelo no le ladrase.
MATILDE.-
¿Crees
que le podrá suceder algo?...
JUAN.-
¿Qué
ha de sucederle?
MATILDE.-
Desde que andan las cosas así
está una siempre tan asustada que parece como que
falta la respiración...
Escena VII
Dichos. JULIETA.
JULIETA.-
Al portón de la huerta están llamando...
Quizá sea el señor, que habrá preferido
aquel camino por ser más excusado.
MATILDE.-
Ve,
Juan, no te detengas.
JUAN.-
Allá voy, y por si van
mal dadas llevo a babor y a estribor este par de esmeriles.
(Enseñando las pistolas.)
Escena VIII
Dichos,
menos JUAN.
ROSALÍA.-
Siempre con sus guapezas...
Bueno era él para quedarse en esta casa, que parece
un palacio encantado, sin más que esta muchacha y
el hortelano... Pero yo no tengo miedo...¿Qué le han
de hacer a esta pobre vieja?... ¿Qué rezas tú
entre dientes?...
JULIETA.-
Yo, nada... Pero, la verdad,
desde que cuentan cosas tan terribles... No hay noche que
no sueñe con ellas.
JUAN.-
(Desde afuera al MARQUÉS.) Ninguna
novedad ha ocurrido.
(Entran JUAN y el MARQUÉS; salen
ROSALÍA y su sobrina.)
Escena IX
MATILDE, el MARQUÉS,
JUAN.
MARQUÉS.-
(A JUAN.) Ve a ponerlo todo corriente...
Ya es la hora y no hay que perder tiempo. (Sale JUAN.)
Escena X
MARQUÉS, MATILDE.
MARQUÉS.-
Hija
mía, ¡qué linda estás con ese traje!...
MATILDE.-
¿Os parezco bien?
MARQUÉS.-
Más
hermosa que nunca. (Acercándose a ella.) Pero me parece,
que tienes los ojos llorosos...
MATILDE.-
Es aprensión,
padre mío; ¿por qué había de llorar?...
MARQUÉS.-
Me pareció... Y nada tendría
de extraño... Tú no has vivido aún lo
bastante para que a fuerza de desengaños te se endurezca
el corazón... Pero hablemos de otra cosa... Todo está
¿no es verdad?
MATILDE.-
Sí, señor; y ya estaba
yo inquieta al ver que tardabais más de lo acostumbrado...
MARQUÉS.-
Lo he hecho adrede; me he detenido más
en el pueblo para que viendome ahí hasta entrada la
noche no sospechasen mi próxima partida... En estes
tiempos de libertad tiene uno que guardarse hasta de su sombra...
Y en habiendo cometido el crimen de nacer noble y rico...
¡Oh! Entonces... No hay más que dos caminos: el de
la emigración o el de la guillotina... No te aflijas,
hija mía, que ya he tomado mi partido y Dios nos sacará
de todo con bien ¡Juan!...
Escena XI
Dichos, JUAN.
JUAN.-
¡Señor!... Aquí está esto, me
parece os ha de venir de molde (Le da una levita.)
MARQUÉS.-
Ya todo me es igual er, mundo... Lo mismo andaré con
sayo que con mi uniforme de marino...
MATILDE.-
Yo os lo
pondré, papá...
JUAN.-
Qué tiempos
aquéllos, señor!... El diablo no andaba suelto
como anda ahora.
MARQUÉS.-
(Acercándose a
una puerta.) ¡Rosalía!... ¡Julieta!...
Escena XII
Dichos, ROSALÍA, JULIETA.
MATILDE.-
¿No queréis
despediros de mí?... Un abrazo y muy apretado... Un
abrazo cada una. ¡Tú eres la que lloras ahora y antes
me reñías a mí!... De todos los de casa
yo soy la que tengo más valor... ¿No hago bien, padre
mío?
MARQUÉS.-
Sí, Matilde, y no sabes
consuelo que me das con verte así tan animada... (A
ROSALÍA.) Cuidado con todo lo dicho...
ROSALÍA.-
Ya estoy...
MARQUÉS.-
No hacer ninguna novedad en
casa... Enviar al mercado todos los días... Al hortelano
que tenga e dado con lar, puertas... Y si alguien preguntase
por mí, que estoy indispuesto... Que me hallo recogido...
Así... ¿Estás?
ROSALÍA.-
Ya...
MARQUÉS.-
El caso es que no puedan sospechar mi partida hasta que ya
estemos distantes...
ROSALÍA.-
Bien...
MARQUÉS.-
(Alargándole la mano) Adiós, buena mujer...
¡Dios querrá que llegue el tiempo en que pueda pagar
tanta lealtad y tanto cariño!...
ROSALÍA.-
Lo que es menester es que Dios os lleve con bien... Que por
mi parte estoy ya pagada...
MATILDE.-
(Abrazándola.)
¡Rosalía!...
ROSALÍA.-
¡Hija!...
MATILDE.-
Ven también, ven tú...
JULIETA.-
¡Señorita!...
MATILDE.-
No me llames así... ¿No te has criado conmigo
cual si fueses mi hermana?...
JUAN.-
¡Mi capitán!
Si no pone usía orden en esta tripulación,
quedamos aquí encallados y nos vamos todos a pique.
MARQUÉS.-
Tienes razón... Vamos, hija mía...
(A JUAN.) Ve tú guiando y saldremos por la huerta,
que es mucho mejor...
JUAN.-
Yo voy delante, a la descubierta,
como buen militar...
MATILDE.-
(Se vuelve, abraza otra vez
a ROSALÍA y a JULIETA y corre hacia el MARQUÉS.)
¡Ah! Padre mío... Apoyado en mi brazo... Así
no os faltarán fuerzas, aunque vayamos al fin del
mundo.
Escena XIII
ROSALÍA y JULIETA.
ROSALÍA.-
(Después de un breve silencio.) Basta de lloros...
Basta...
JULIETA.-
Yo tenía el corazón tan
oprimido...
ROSALÍA.-
Lo mismo me ha sucedido a mí,
y eso que me parecía mentira que después de
llorar a mi esposo había de volver a llorar en el
mundo. Pero estos amos son tan buenos... ¿Cómo no
se les ha de tener cariño?... Y luego hablan mal de
ellos esos bribones que no sirven ni para descalzarlos...
¡Si les cayeran encima las maldiciones que yo les echo, no
tendrían ni un pelo en la cabeza... Vamos a ponerlo
todo como corresponde, a rezar nuestras oraciones... Y hoy
hemos de rezar doble, por nuestras buenos amos... Y después,
con el favor de Dios, a descansar hasta otro día...
(Al ir a entrar por una puerta interior se detiene y dice:)
¿No oyes?... Me parece que ladra el perro...
JULIETA.-
Tal
vez habrá sentido pasar gente por el camino...
ROSALÍA.-
Y ladra más fuerte... No hay duda que ha sentido algo...
(Acercándose hacia la puerta que conduce al campo.
Oyen a lo lejos unos golpes.)
ROSALÍA.-
¡Dios mío!...
JULIETA.-
¡Qué será de nosotras, tía
mía de mi alma!...
ROSALÍA.-
Calla, muchacha,
y no me agarres así... Y este Pedro, ¿dónde
estará metido que no acude siquiera?... ¡Pedro!...
¡Pedro!... (Suenan otros golpes más fuertes.) Aun
cuando se lo hubiese tragado la tierra tenía que oír
esos golpazos... Toma esa luz, muchacha...
JULIETA.-
Si
no puedo moverme con el temblor que tengo...
ROSALÍA.-
¡Qué vergüenza!... Yo iré...
JULIETA.-
Pues tampoco me quedo sola...
(Se coloca detrás de
su tía. Al ir a salir se oye un estrépito,
como de forzar una puerta, y se oye ruido de pasos precipitados;
una y otra retroceden despavoridas.)
Escena XIV
Dichos.
ROBERTO, seguido del AGENTE DE POLICÍA y de otros
cuantos.
ROBERTO.-
¿Dónde está ese aristócrata?...
ROSALÍA.-
¿Quién?
ROBERTO.-
Tu amo.
ROSALÍA.-
¿Mi amo?... Está indispuesto... Y se ha acostado temprano...
ROBERTO.-
Dile que el comisario de la República tiene
que verle.
ROSALÍA.-
¿Cuándo?
ROBERTO.-
Ahora.
ROSALÍA.-
¿Ahora?.
ROBERTO.-
Ahora mismo. ¿No lo
has oído? ¿Qué tardas?...
ROSALÍA.-
Es que el año estará. ya durmiendo..., y cuando
lo despiertan, regaña...
ROBERTO.-
¡Lindo reparo!...
Pasaron ya los tiempos en que los aldeanos estaban apaleando
las lagunas para que el ruido de las ranas no interrumpiese
el sueño de los señores... ¿No has ido todavía?...
Yo iré... está ahí.
ROBERTO.-
¿Pues
dónde?
ROSALÍA.-
En aquel aposento... En ése,
no... En ese otro...
ROBERTO.-
(Apartándola con enojo.)
¿Piensas, bruja maldita, que estamos aquí para sufrir
tus impertinencias?... Id volando y que no quede por registrar
ni el último rincón de la casa.
(Vanse el AGENTE DE POLICÍA y los demás. Las dos mujeres se
colocan unidas en un extremo de la estancia; ROBERTO se pasea
por ella.)
Escena XV
ROSALÍA, JULIETA, ROBERTO.
ROBERTO.-
No hay duda, la delación no puede faltar...
¿Qué sería de la República con tantos
millones de enemigos si no hubiese quien velase por ella?
¡Señor marqués de Montfleury, señor
marqués... Tú que mirabas como un favor insigne
saludar a los viles pecheros... Tú que te mostrabas
satisfecho con arrojar al hambriento pueblo las sobras de
tus banquetes, que compartía con tus perros... El
día de la reparación ha llegado, y el que mirabas
poco hace a tus pies es el que ha escogido el destino para
ser instrumento de su venganza!
Escena XVI
Dichos, el
AGENTE DE POLICÍA y los demás.
AGENTE DE
POLICÍA.-
No hemos hallado a nadie.
ROBERTO.-
¡A
nadie! (A ROSALÍA.) ¿Dónde están?
ROSALÍA.-
Yo no lo sé...
ROBERTO.-
¿Dónde están?
ROSALÍA.-
No lo sé.
ROBERTO.-
¿No lo sabes?...
Yo te arrancaré tu secreto... (Hace una seña
y aquellos hombres sacan con violencia a entrambas.)
ROSALÍA.-
¡Por Dios!
JULIETA.-
¡Piedad!...
ROBERTO.-
(Al salir repara
en el retrato del MARQUÉS y se suspende a contemplarle
unos momentos.) Yo te encontraré... ¡Aunque te escondas
en el centro mismo de la tierra!...