Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



  —139→     —140→     —141→  

ArribaAbajoDocumento


ArribaAbajoLa perspectiva de Galdós en El asesinato del obispo Martínez Izquierdo

Matilde L. Boo


Robert Ricard, en su artículo «El asesinato del obispo Martínez Izquierdo», aparecido en el Volumen I de Anales Galdosianos, comenta el trágico suceso relacionándolo con el estado del clero madrileño en época de Galdós. Basándose en el libro del P. García Figar, Vida del Excmo. e Ilmo. Sr. Doctor Don Narciso Martínez Izquierdo, obispo de Salamanca y primer obispo de Madrid-Alcalá, Madrid, 1960, el crítico francés se refiere a la ilustre personalidad del obispo, destacando el carácter oscuro de los móviles del crimen.

Benito Pérez Galdós se ocupa del mismo suceso en tres artículos para La Prensa de Buenos Aires, periódico del que era asiduo colaborador. Estos artículos revisten interés porque denotan la perspectiva de un novelista preocupado por captar la realidad subyacente en un drama que provocó gran conmoción por el carácter ilustre de la víctima. Además, presentan cierto atractivo para el estudioso interesado en descubrir las fuentes de inspiración galdosiana. Los artículos, aparecidos con fecha del 21, 30 de mayo y 9 de octubre del año 1886, respectivamente en los números de La Prensa del 22, 30 de mayo y 7 de noviembre del mismo año, fueron publicados por Alberto Ghiraldo en el volumen VII de sus Obras inéditas de Galdós.

Ricard, aunque no se ocupa de ellos, hace notar la «sencillez rayana en la banalidad» con que están escritos. No creemos que el juicio sea del todo acertado, pues el crítico francés no tiene en cuenta los límites a que debió someterse el novelista en la redacción de un hecho de esta naturaleza, destinado a la información popular. No obstante, el relato es vívido y dramático.

Como lo hacía en sus novelas, Galdós descubre la interioridad de conciencia de sus personajes para presentar la verdad oculta bajo la apariencia (hace decir a Cisneros en La incógnita, que la verdad absoluta sólo puede encontrarse en la intimidad de las conciencias); frente a un hecho real su propósito es semejante. Don Benito trata de sondear el alma del asesino, buscar sus móviles secretos, sus odios y pasiones. Con ese fin va a visitarlo a la cárcel y, más tarde, entrevista a Tránsito Durdal, el ama de llaves, acerca de la cual circulaban rumores variados.

El primer artículo, del 21 de abril, está encabezado por una escueta información del asesinato: consternación general por la muerte del obispo, tiempo y lugar del crimen, el asesino, sus actitudes y móviles:

El obispo de Madrid ha sido asesinado en el momento de entrar en la catedral para celebrar la fiesta de las palmas. El asesino ha sido un sacerdote... El obispo fue herido el Domingo (sic) a las cinco y cuarto de la tarde. El asesino no hizo resistencia a la policía y confesó en el acto los móviles de su espantoso acto.



  —142→  

Galdós considera este crimen consecuencia directa del estado de relajación del clero madrileño por ausencia, hasta 1885, de un poder central que lo rigiera. En ese año se puso al frente de la diócesis, por bula pontificia, al obispo de Salamanca, Martínez Izquierdo.

Para destacar la gravedad del suceso, Galdós presenta un esbozo de la personalidad de la víctima. Martínez Izquierdo se destacó desde muy joven por sus brillantes dotes oratorias, ganándose, incluso, la admiración de sus adversarios políticos. Cuando fue nombrado obispo de Madrid inició abierta lucha contra la corrupción y el desorden reinantes en el clero. Galdós alude reiteradamente al peligro en que se hallaba el obispo, expuesto a la venganza de sacerdotes disconformes con la nueva disciplina:

Apenas tomó posesión de la sede madrileña el obispo de Salamanca, emprendió una campaña ruda y tenaz contra los abusos... Las quejas de muchos clérigos contra los rigores del prelado no tardaron en hacerse oír.



El novelista aporta datos concretos sobre las reformas introducidas por Martínez Izquierdo:

Hizo que cada clérigo se inscribiera en determinada iglesia para impedir las misas dobles y cuádruples, sujetó a examen a todos los sacerdotes residentes en esta villa, y empezó a retirar las licencias de todos aquellos que por su conducta no debían, a juicio del prelado, disfrutarlas.



Los sacerdotes descontentos recurrieron a los periódicos para expresar su desagrado contra las medidas de Martínez Izquierdo. El Progreso, diario republicano, recibe cartas de Galeote y Cotilla, el futuro asesino, quejándose de que el obispo le había retirado la misa y se negaba a recibirlo. Estas cartas fueron publicadas al día siguiente del asesinato. Galdós, basándose en ellas y en las declaraciones del asesino durante su entrevista en la cárcel, expone los antecedentes y móviles del crimen. Subraya el hecho de que el asesinato fue premeditado y no consecuencia de la pasión del momento. Antes de consumar el crimen, Galeote se presentó a la redacción de El Progreso con un paquete que contenía copia de las cartas ya enviadas al mismo periódico y otra pidiendo al director las conservase «por si pronto necesitara hacer uso de ellas».

Don Benito relata los preparativos del crimen, creando cierto suspenso novelesco. El domingo de Ramos el sacerdote, que vive en una casa humildísima en compañía de una «sobrina o ama de gobierno», Tránsito Durdal, sale temprano. Después de desayunar en un café se pasea por el pórtico de la catedral, nervioso, excitado, aguardando a su víctima. Presenta luego, el escenario de la tragedia: la catedral hormigueante de gente por ser la primera vez que se celebra allí la fiesta de las palmas. Va graduando la tensión por la acumulación de pequeños detalles: la hora exacta de la llegada del obispo, la expectación de la gente ansiosa por besar el anillo de su Ilustrísima. Repentinamente, un sacerdote irrumpe entre la multitud y, ante el estupor general, hiere mortalmente al obispo. El grito del asesino, «Estoy vengado», desata la furia de los presentes que se arrojan sobre él, debiendo intervenir la policía para librarlo de una segura muerte.

  —143→  

La primera impresión que el novelista tiene de Galeote es la de un criminal frío y calculador, convencido del carácter justiciero de su acto: «insistió en la justicia de su causa y en que sus móviles no debían ser juzgados con ligereza». Lo pinta como un hombre de «soberbia extraordinaria», de «temple moral completamente depravado y natural quisquilloso y levantisco y rebelde a toda disciplina». Concluye luego, en contra de lo manifestado por los periódicos que tachaban a Galeote de masón: «no, es un fanático ni ha obedecido a una idea extraviada, sino al impulso de su soberbia y de sus rencores personales».

Don Benito ve en el crimen «un resultado de la relajación a que ha llegado, por desgracia, una parte del clero».

Más tarde, después de la conversación con el sacerdote y con Tránsito Durdal, su opinión sobre el asesino cambia sensiblemente. No lo ve ya como un criminal empedernido, sino como un infeliz, digno de compasión. La impresión del encuentro con el sacerdote es muy penosa para el novelista que, al contemplar sus gestos y actitudes, comienza a sospechar de la normalidad del personaje. La excitación en que se encontraba «daba a su rostro contracciones muy extrañas y su tartamudez era extremada». «A veces, su torpeza de expresión parecía marrullería, a veces perturbación física y moral». Se refiere luego a su actitud: «Se manifestó como perseguido y vejado y arrastrado a la vindicación de su honor por la fuerza incontrastable de las circunstancias».

Galdós hace hincapié en la falta de vocación de este sacerdote a quien no agrada el confesionario y que había tomado los hábitos sólo por complacer a su padre.

Dudando de que la locura de Galeote sea superchería, el novelista decide entrevistar a la persona más allegada al asesino, Tránsito Durdal, con la esperanza de descubrir nuevos indicios que lo iluminen sobre la verdadera personalidad del sacerdote. Además, siente cierta curiosidad por conocer a la mujer en quien tanto se había cebado la maledicencia periodística. Se asombra agradablemente al comprobar que es muy diferente a como se la había imaginado. Se ve frente a una mujer «de treinta y cinco años, de figura esbelta, fisonomía inteligente y modales corteses», que le hace exclamar con admiración: «No es una mujer vulgar».

Doña Tránsito pinta al sacerdote como un hombre de buenos sentimientos, víctima de sus superiores, pero, al mismo tiempo, sugiere en él cierto desequilibrio mental: «Y algo debía haber de esto porque durante los tres meses que antecedieron al crimen, Galeote no comía ni dormía, se había dejado crecer la barba, y sus actos no eran propios de una persona sensata».

Esta entrevista no termina de aclarar sus dudas, pues Galdós se da cuenta de que Doña Tránsito considera que el único recurso para salvar a Galeote es «declararlo irresponsable de sus actos».

En el artículo del 9 de octubre, en la escena del juicio oral, que por su dramatismo parece reproducción de algún episodio de sus novelas, Don Benito presenta al acusado frente al tribunal. Galdós nota en su comportamiento signos inequívocos de desequilibrio mental:

  —144→  

Dentro de la sala y frente al tribunal, el reo se ha permitido las mayores extravagancias, ya desconociendo la autoridad del presidente, ya interrumpiendo a cada instante las declaraciones de los testigos. Pasando bruscamente del llanto a la ira, siempre agitado y nervioso, sus palabras, sus apóstrofes, ora epigramáticos, ora terribles, han excitado vivamente el interés público.



Este extraño comportamiento renueva la duda del novelista y le hace exclamar: «Y en resumidas cuentas, ¿está loco o no?»

A raíz de este juicio, Don Benito se plantea un problema legal que todavía preocupa a los hombres de leyes: la dificultad de determinar los límites de responsabilidad en un criminal al que la medicina considera demente. Galdós piensa que debe ser encerrado a perpetuidad en un manicomio. Luego se retracta, contradiciendo su afirmación anterior: «Si se sostiene la necesidad de los manicomios penales, se reconoce que hubo responsabilidad en el loco que cometió un crimen, pues, de otro modo, no sería justa la reclusión perpetua». Según Ricard, a Galeote se le conmutó la pena de muerte por el manicomio y fue encerrado en el de Leganés.

Al leer estos artículos se puede comprobar el gran interés del novelista por la causa criminal y la suerte del asesino. ¿Qué huella dejó este suceso en su alma? ¿De qué manera se refleja en las novelas de este período? Se ha comentado reiteradamente de lo mucho que atraían al novelista sucesos de esta naturaleza. Existe un interesante estudio acerca de la influencia del crimen de Fuencarral en La incógnita236. El asesinato de Martínez Izquierdo, no parece haber influido directamente en el tema de ninguna de sus novelas, pero es posible detectar algunas semejanzas físicas y morales entre las dos personas que Galdós entrevistó -Galeote y Doña Tránsito- y ciertos personajes novelescos. Al referirse a Nicolás Rubín, el cura hermano de Maxi en Fortunata y Jacinta, el novelista parece haber tenido presente los rasgos de Galeote. Dice de Nicolás:

La cara era desagradable, la boca grande y muy separada de la nariz, corva y chica, la frente espaciosa, pero sin nobleza.



Y de Galeote:

nariz pequeña y corva, la boca muy grande y muy separada de la nariz, los ojos negros y vivos, la frente despejada.



Es evidente que la atractiva ama de llaves del sacerdote produjo impresión duradera en el novelista. Existe marcada semejanza entre ella y Augusta, personaje de La incógnita. Manolo Infante, al hablar a su amigo Equis de su prima Augusta declara:

[...] una de las mayores seducciones de mi prima es su boca... ¡vaya que es grandecita!... tiene mi prima unas ojos negros que te marcan... Buena talla sin ser desmedida; buenas carnes sin gorduras; curvas hermosísimas... La edad la fijo en treinta años y lo más, lo más que añado, si en ello te empeñas, es dos o tres a lo sumo.



De Tránsito Durdal, dice Galdós:

De treinta años... Los que la han visto dicen que es guapetona, alta, ojos negros, boca grande y conjunto agradable.



  —145→  

El comportamiento anormal de Galeote y su obsesivo sentimiento del honor ultrajado que lo arrastra al crimen, debió haber influido en la creación del personaje de Federico en la novela dialogada Realidad. Como Galeote, vaga enloquecido por las calles, como él, está obsedido por la idea de la pérdida de su honor y también como él, se siente impulsado a la violencia (suicidio) como única solución.

Ricard apunta que existen en las novelas de esta época frecuentes críticas al clero madrileño. Se puede notar que son muy semejantes a las que aparecen en estos artículos. Dice Galdós, al hablar de los clérigos que frecuentan los cafés vestidos con ropas seglares:

En Madrid hay muchos clérigos que apenas usan el traje eclesiástico; otros frecuentan los cafés y aun sitios peores, los hay que dicen dos o tres misas al día, en diferentes iglesias y por fin las prácticas rigurosas del celibato eclesiástico no suelen ser en bastantes casos más que una vana fórmula.



El narrador de Fortunata y Jacinta, presenta, en las coloridas escenas de café, la distribución de los curas en las mesas y critica sus costumbres:

[...] después seguían los «curas de tropa», llamada así porque a ella se arrimaban tres o cuatro sacerdotes de estos que podríamos llamar sueltos y que durante la noche y parte del día hacían vida laica.



Se refiere también a algunos curas a quienes se les había retirado las licencias por mala conducta.

La perspectiva de Galdós no es, en consecuencia, la del cronista preocupado por el aspecto sensacional del crimen, ni la del juez severo e implacable, sino la del ser humano que siente interés y piedad por su prójimo, en quien ve, no un criminal empedernido sino un ser infeliz y desequilibrado. Como todo novelista genuino sabe captar la realidad tras las apariencias. Así, sucesos y personajes de la vida cotidiana, transfigurados por su arte, pasan a integrar el mundo de sus novelas.

University of Mississippi





Anterior Indice Siguiente