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OC, La primera república, T. III, p. 1189. Sin duda, Galdós está penetrado del espíritu pedagógico del krausismo. Los hombres que surgen de la revolución de septiembre y sus herederos, la intelectualidad española de las décadas siguientes, están animados por la misma fe en la educación, el espiritualismo laico, la rigidez de principios de un Giner, un Sanz, un Cossío.

 

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OC, Cánovas, T. III, p. 1363. La posición de Galdós es la del crítico que predica una transformación inmediata de los valores, no sólo en el plano material, sino en lo espiritual y cultural.

 

123

Ibid., p. 1377.

 

124

Cf. Ibid., pp. 1376-77.

 

125

Olmet y García Carraffa, op. cit., p. 115.

 

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Galdós nunca plantea una solución en términos de una política radical, como lo pueden hacer los grupos obreros, socialistas o anarquistas (cf. en la Revista Blanca, publicación cultural de los anarquistas de Madrid, un artículo de Juan A. Meliá sobre la tan discutida «Regeneración» (1898, pp. 577-78)). Su posición tampoco tiene nada en común con los llamados al cambio que lanzan los intelectuales más jóvenes. El futuro Azorín, impregnado de ideas libertarías más filosóficas que políticas, concluye en 1895 sus breves notas sobre la literatura española citando amenazante la profecía revolucionaria de los Goncourt: «El salvajismo es necesario cada cuatrocientos o quinientos años para revivificar el mundo [...]. El mundo muere de civilización. Antes, en Europa, cuando los viejos habitantes de una hermosa comarca sentíanse debilitados, caían sobre ellos desde el norte bárbaros gigantescos que vigorizaban la raza. Ahora que ya no hay salvajes en Europa, son los obreros quienes realizarán esta obra en una cincuentena de años. Llamarase a esto la revolución social», J. Martínez Ruiz, Anarquistas literarios, Madrid, 1895, p. 70. La joven generación del «Desastre» no tardará mucho en abandonar estos primeros arrebatos. Algunos, como Azorín, escapan del desengaño cotidiano por la vía de la literatura y el esteticismo. Otros, como Maeztu, irán más lejos en el rechazo de sus ideas de juventud. El contraste entre Galdós y esta siguiente generación literaria es tanto más agudo si se considera la firmeza y consistencia del primero: la fe en el futuro le impulsa a sustentar toda su vida ideales progresistas dentro de un marco ideológico definido; sus compañeros de crítica pronto abandonarán, en cambio, sus juveniles devaneos socializantes, olvidados por insignificantes.

 

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Los españoles que en 1936 creyeron «resolver» el dilema planteado por los regeneracionistas liberales de la manera más fácil, es decir, cortando el nudo gordiano en vez de desatarlo; no contaron con que al eliminar uno de los términos de la educación, progreso-tradición, universalidad-provincialismo, abrían el camino al totalitarismo más estrecho. Ellos volvieron a plantear la ya falsa alternativa entre paz y caos y creyeron resolver el problema cortando las aparentes fuentes de inestabilidad. Sobre «la paz» que resultó, Galdós podría decir las mismas palabras con que condenó la calma chicha de la Restauración. Pero esta vez el tono sería más sombrío, de profunda amargura y doloroso desaliento: «[...] la paz es un mal si representa la pereza de una raza, y su incapacidad para dar práctica solución a los fundamentales empeños del comer y del pensar. [...] Siga el lenguaje de los bobos llamando paz a lo que en realidad es consunción y acabamiento...» Cánovas, p. 1376.

[Nota del autor.] Después de redactado este artículo se ha publicado el libro de Antonio Regalado García, Benito Pérez Galdós y la Novela Histórica Española: 1868-1912. No he creído necesario incorporarlo a este trabajo pues poco añade al imprescindible estudio de Hinterhäuser.

 

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En este artículo me limito a señalar brevemente algunos aspectos del arte pictórico en las novelas de Galdós. Lo que se presenta aquí formará la base para un estudio monográfico que estoy preparando sobre dicho tema.

 

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Ha dejado dos álbumes de dibujos satíricos que hizo cuando joven en Las Palmas. En Benito Pérez Galdós, antología nacional (Madrid, 1953) dice Maximiano García Venero en el prólogo: «Don Benito tenía la habilidad y aptitudes de dibujante. A punto estuvo de frustrarse por la dicha actitud» (pág. 12). Es de notar que el novelista pintaba en colores y que dos de sus cuadros recibieron mención honorífica en la Exposición Provincial de Las Palmas en 1862. Berkowitz ha comentado este hecho en Pérez Galdós, Spanish Liberal Crusader (Madison, 1948), pág. 33. Véase también Luis y Agustín Millares, «Pérez Galdós: recuerdos de su infancia en Las Palmas», La Lectura, XX, 228, 1919, págs. 333-352. Se supone que la habilidad de Galdós para el dibujo entra en sus novelas. En cuanto a los manuscritos, ha dejado en las márgenes de las páginas recuerdos de su afición al dibujo. Las cabezas y las caras trazadas en el manuscrito de La desheredada pueden ser representaciones de los personajes que va retratando en la novela. Agradecemos a doña María Galdós el habernos permitido mirar el manuscrito de La desheredada y le agradecemos también los valiosos informes que nos proporcionó sobre los cuadros y dibujos de su padre que ella guarda en su casa en Madrid.

 

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En la Casa-Museo Pérez Galdós en Las Palmas se encuentran trece álbumes con material gráfico que Galdós recortó de diversas revistas ilustradas de Europa y pegó cuidadosamente en dichos álbumes. Para más detalles ver en este mismo número «Apostillas a Los «Episodios nacionales» de Benito Pérez Galdós». (Nota del Director.)

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