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Antología poética

Carlos Marzal






ArribaAbajoEl último de la fiesta




ArribaAbajoLas buenas intenciones


Como, mal que le pese, uno en el fondo es serio,
debe dejar escrita su opinión del oficio
(los muertos aplicados dejan su testamento

aunque a los vivos, luego, no les complazca oírlo).
Hablo con la certeza de que mis impresiones
serán para los tristes una fuente de alivio.

¿Me estará agradecida la juventud del orbe,
siempre desorientada y falta de modelos,
y me idolatrarán los investigadores?

Escribo, simplemente, por tratarse de un método
que me libra sin daño (sin demasiado daño)
de cuestiones que a veces entorpecen mi sueño.

Por tanto, los poemas han de ser necesarios
para quien los escribe, y que así lo parezcan
al paciente lector que acaba de comprarlos.

Se me ocurre, además, que trato de dar cuenta
de una vida moral, es decir, reflexiva,
mediante un personaje que vive en los poemas.

Esas ciertas cuestiones que he mencionado arriba
son las viejas verdades que a la vida dan forma,
y la forma en que urdimos nuestras viejas mentiras.

Ahora bien, reconozco que no sólo me importan
estas pocas razones. Escribo por capricho,
y por juego también, para matar las horas.

Porque puede que sea un destino escogido,
pero también, sin duda, para obtener favores
de algunas señoritas amigas de los libros.

Me es grata la figura del artista de Corte,
riguroso y mundano, descreído y profundo,
que trata por igual la muerte y los escotes.

Sobre qué es poesía nunca he estado seguro;
tal vez conocimiento, o comunicación,
o todo juntamente. Lo cierto es que el asunto

carece de importancia, no afecta al creador.
Doctores tiene ya nuestra Sagrada Iglesia
y en futuros Concilios harán salir el sol

para todos nosotros. Sin embargo, quisiera
que se tuviese en cuenta el hecho de que existe
poesía por vicio, porque es una manera

que tienen unos pocos de vivir su declive,
pero ignoro si hacerla los convierte en más sabios
y si esa obstinación los vuelve más felices.

Aspiro a escribir bien y trato de ser claro.
Cuido el metro y la rima, pero no me esclavizan;
es fácil que la forma se convierta en obstáculo

para que nos entiendan. La mejor poesía
acierta con deslices, convierte lo imperfecto
en un arte y se olvida de los juicios puristas.

Aunque he escrito bebido, cuando escribo no bebo.
Trabajo siempre a mano, y no me enorgullece
no tener disciplina ni ser dueño de un método.

No suelo, me figuro, romper lo suficiente,
tal vez porque tampoco escribo demasiado,
al pasar media vida ocupado en perderme.

Del lector solicito como único regalo
que esboce alguna vez una media sonrisa:
tan sólo busco cómplices que sepan de qué hablo.

No reclamo, por tanto, privilegios de artista:
me limito a ordenar, quizá sin merecerlo,
asuntos que una voz ignorada me dicta.

De entre los infinitos poetas, yo prefiero
a aquellos que construyen con emoción su obra
y hacen del arte vida. De los demás descreo.

Y para terminar, confieso que esta moda
de componer poéticas resulta edificante.
Con ella se demuestra que son distintas cosas
lo que se quiere hacer y lo que al fin se hace.




ArribaAbajoEl poema de amor que nunca escribirás


Debería nombrar (debería intentarlo)
el afán hasta hoy por ti dilapidado
en perseguir amor, que quizá fuera tanto
como el afán de huir, fatigado hasta el asco,
de todas las trastiendas, repletas de fracasos,
que los cuerpos arrastran, y en que nos arrastramos.

Debería acoger, dar lugar a unos labios
que nombraran sin fe, sólo de cuándo en cuándo
-por momentos, sinceros; por momentos, falsarios-
diálogos de alcoba que pareciesen tangos
(eso acaban por ser, o algo más triste acaso,
siempre que en la distancia solemos evocarlos):

De esta vida tan sucia, de sus trabajos vanos,
me consuela, mi amor, el fingir, fabulando,
otra eterna contigo, cogidos de la mano.
Y habría de alojar dictámenes sagrados,
con los que, ya bebidos, tanto nos excitamos:
De entre todas las perras que en la noche he tratado,

la más perra eres tú. Debería, malsano,
contener esas citas de los domingos vastos,
insulsas y festivas, amasadas de hartazgo,
en que la vida toda se obstina en maltratarnos,
con su aire de ramera experta en el contagio
del odio hacia la vida, del tedio y del cansancio.

No podrían faltar los cuerpos del verano,
cuando la adolescencia ardía por el tacto,
en especial aquél de todo lo vedado.
Ni habría de omitir el vicio solitario,
por el amor perdido en inventar los rasgos
del amor, que, entretanto, no dormía a tu lado.

Y en él habitarían con todo su sarcasmo
-al fin y al cabo son tristes muertos de antaño,
fragmentos de tu vida que salvas del naufragio-
las cartas sin respuesta; y esos aniversarios,
tiernamente ridículos después de celebrados,
que dejan en el alma aroma a mal teatro.

Y los reproches mutuos, merecidos y agrios,
dirigidos al centro del dolor, como un dardo
con toda la miseria que acarrean los años.
El placer del acoso, cuando el amor intacto,
y cuando la ignorancia, ese bálsamo arcano,
no señalaba límites al indudable ocaso.

El maldito poema tanto tiempo aplazado,
y que no escribirás, porque el tema es ingrato,
querría redimirte de todos tus letargos.
Una voz que te daña diría murmurando:
Del amor, amor mío, te quiero siempre esclavo,
para que tus palabras no tengan que inventarlo.

Quien a ese poema de amor dilapidado
incauto se atreviera, sin calcular el daño,
amaría el amor, probablemente tanto
como el afán de huir, fatigado hasta el asco,
de todas las trastiendas, repletas de fracasos,
que los cuerpos arrastran, y en que nos arrastramos.




ArribaAbajoLa vida de frontera




ArribaAbajoPluscuamperfecto de futuro


Cuando deje las sábanas, mañana,
pensaré que mi sueño de la noche
no ha sido sólo un sueño
y que lo que me aguarda no es la huraña
mañana de mañana.
Acogeré mi cuerpo esperanzado,
como un feliz presagio inmerecido,
y si hay un cuerpo al lado,
será maravilloso descubrirlo,
saber que las monedas que he pagado
(y las monedas con que me ha comprado)
han sido las monedas del amor,
que pagamos con gusto y por el gusto,
locos de amor los dos.
Y amar, esa mañana, extrañamente,
será la redención de nuestros actos
pasados y futuros,
y el hecho del amor, en su presente,
será como la historia sin la historia,
un cuento que contamos con los cuerpos
y que tiene sentido,
lleno de ruido y furia compartidos.
Y si despierto solo,
despertaré contento de estar solo,
por la simple razón de estar conmigo,
que soy el viejo amigo
de algunos buenos ratos que he vivido.
Se inundará la casa con el sol,
y si no hay sol se inundará de gris,
un gris reconfortante, de París,
que es la ciudad que tiene un gris más sol.
Haré mis abluciones matinales
y haré la colación,
y respecto al milagro
de que los alimentos alimenten
haré una reflexión
profunda, sorprendente, que alimente
las estancias del alma y que dé calma
a un alma que ama la contemplación.
Para el resto del día tendré planes
y hasta tendré esperanzas,
que ya es tener bastante un mismo día,
y en un claro derroche de energía
tendré la convicción de que los planes
y hasta las esperanzas
no son la más completa tontería.
Naceré a mi ciudad,
como si fuese la primera vez
que nazco y que la veo,
contento de nacer y de fundar,
igual que un gran viajero, mi ciudad,
quizá un lugar tranquilo junto al mar,
donde esperar consiste en encontrar
una buena razón para esperar
el paso de los días.
Y a la ciudadanía,
que, comúnmente, es una porquería,
una viciosa tropa indiferente,
habré de comprenderla, y, comprendiéndola,
comprenderé toda su indiferencia,
su desprecio, porque tendré conciencia
de que quien más quien menos (y me incluyo)
tiene una innoble historia que contar,
lo cual, si no inocentes,
nos vuelve dignos de algo de piedad.
Seré un huésped del tiempo, un invitado
que aspira a estar contento y al cuidado
de las horas, hasta lograr que el tiempo
sea por fin mi líquido elemento,
y no un andén desierto en que aguardar
trenes de paso hacia ningún lugar,
cansado, el pensamiento, de sentir,
y de pensar, cansado el sentimiento.
Toda la peor vida de la vida,
que a veces es la única que ocurre,
le habrá ocurrido a un yo que no conozco,
un yo que a fuerza de desconocido
convierte en no vivido lo vivido,
y el yo que reconozco, el que comparte
la vida preferida
(esa que ha estado siempre en otra parte)
será mi yo más mío.
y la vida que venga será fácil,
o lo parecerá (qué más me da)
será la dulce vida,
y por dulzura y por facilidad
será una eternidad mientras me dura,
aunque sólo me dure un día más.
Por eso, más que un día,
mi día de mañana es el proyecto
de un tiempo por llegar:
es el pluscuamperfecto de futuro.
Ya sólo hay que aprenderlo a conjugar.




ArribaAbajoMedia verónica para don Manuel Machado


La crítica, tan crítica, tan lista, me ha indicado
que soy nieto cercano de don Manuel Machado.
Y aunque lo puse fácil, lo normal es el hecho
de que jamás los críticos embistan por derecho.
Hay que enseñar el trapo, embarcarlos muy lento,
darles tiempo a pensar, lidiar con fundamento.
Si se les saca un pase ya es toda una faena;
lo normal es que doblen las manos en la arena.
Qué le voy a contar, don Manuel.
He pensado
que usted, en su barrera, me observa con agrado.
Me ve cargar la suerte y jugar bien las manos,
lo que no es muy frecuente entre nuestros hermanos.
Disfruta con los plagios con que le doy salida
a ese toro con guasa del hierro de la vida.
Y aunque mi repertorio es corto y sin alardes,
puedo estar en poeta, al año, algunas tardes.
Por eso le he copiado -para usted, don Manuel-
esta media al gitano, de Paula, Rafael.
Venida de muy lejos, mientras me quedo quieto,
oscura, lenta y única. Para usted, de su nieto.




ArribaAbajoLa historia


In memoriam Rosa Casal




Junto a un apeadero de tren, ya fuera de servicio.
Bajo el inmisericorde sol, un verano cualquiera,
un corro de muchachos apalean a un perro
y apuestan por saber cuál será el golpe
con que el juego concluya. Cuando desaparecen, aburridos,
el perro, que se traga su sangre, aún consigue arrastrarse
hasta la sombra, y allí queda tendido, sobre la vía muerta.

En la imposible noche de un pabellón de enfermos,
la oscuridad ya sólo un dolor cómplice,
alguien, sin salir de su asombro, pasa recuento al mundo,
imagina la vida fuera de esas paredes, no comprende
que la música, el amor y la lluvia le hayan acontecido
a su cuerpo de hoy día. Y mientras tanto, fiel,
el gotear del suero mide el tiempo.

Sobre el puente de piedra de una ciudad extraña,
cuando el alba se acerca desafecta,
una mujer invoca sus íntimos fantasmas,
que son, uno tras otro, el mapa de la vida.
(Entretanto, y hacia ninguna parte, el agua fluye oscura).
Supo posible la breve recompensa de la dicha,
y hoy pueden más el tedio y el cansancio.
Más tarde el agua lleva, indiferente, un cuerpo.
Y la ciudad lo ignora.

Todas estas escenas son mis contemporáneas.
Tal vez alguien advierta una razón final
que logre atribuirles un sentido.
Yo no acierto a encontrarla.
Antes bien, me parecen los delirios estériles
de un contumaz borracho que sueña nuestras vidas.




ArribaAbajoLos países nocturnos




ArribaAbajoUna oscura plegaria


Eterna madre, madre memoriosa,
ingrata madre, ya hemos vuelto a casa,
aunque nunca dejamos la casa de la madre,
dios del dolor, edad abajo, lluvia
sin guarecernos, tiempo echado a perder,
días en que pensamos que había escapatoria,
otro lugar sin ti, madre implacable,
era la plenitud, sus labios, esas noches,
lejos, allá, más lejos todavía, donde la desmemoria
urdía ensoñaciones, piensa: el fuego
que todo lo salvaba, te preguntas,
¿te salvó en verdad de algo?, piensa,
recuerda, y todo para nada, estás contenta, madre,
otra vez al principio, de nuevo otro desierto,
madre memoriosa, vuelve a jugar, es tarde,
madre eterna, ya he visto este jardín,
ya he vivido esta escena, ya he dicho, madre,
estas mismas palabras en otra vida idéntica,
ya he perdido esta misma partida, dios de la sangre,
estamos todos juntos, reunidos otra vez,
tanto camino y tanto perdido en el camino,
y todo para nada, madre eterna del mundo,
descansa ya, tranquila,
que tengas buena muerte, hijo, has vuelto a casa.




ArribaAbajoLa fruta corrompida


A Vicente Gallego




Durante un meditado desayuno,
en una portentosa mañana de verano
-la gloria de un verano escolar y salvaje-,
pelé la fruta lento, fervoroso.
Sabía ya que el verano y la fruta
son tesoros a flote de un paraíso hundido.
Y cuando satisfecho la mordí,
apareció su hueso descompuesto,
su carne corrompida y su gusano.

Para la mayor parte de este mundo,
una anécdota así no es más que un accidente
del mundo natural, y para otros
una amarga metáfora
en donde se resume la existencia.
Quién sabe...
Ahora recuerdo
aquella noche en que me desperté
confundido de un sueño en donde había agua,
y encaminé mi sed a la cocina.
Como un resucitado di la luz,
llevé mi aturdimiento al fregadero,
aproximé mis labios hasta el agua
y, justo en el instante en el que fui a beber,
alcé la vista
y vi a la cucaracha sobre el grifo,
observándome, ciega, entre los ojos.

Quién sabe, otro accidente...

Aquella cucaracha
todavía me observa, complacida,
detrás de la mirada de algún tipo,
desde detrás de los absurdos límites
de la podrida carne de los días.




ArribaAbajoLos monstruos nunca mueren


A Felipe Benítez




Los monstruos nunca mueren.

Si crees que retroceden, si parece
que han olvidado el rastro de tus días,
tus lugares sagrados, tus rutinas,
el bosque inabarcable de tus sueños;
si sonríes, porque ya no recuerdas
la última noche en que te atormentaron,
ten por seguro que andarán buscándote,
ten por seguro que darán contigo.

Y entonces pisarán donde tú ya has pisado,
incendiarán tu bosque, tendrás cita
con ellos en su cama, jugarán con tus cartas,
beberás de su copa
y soñarán por ti castigos impensables.

Los monstruos nunca mueren.
Viajan dentro de ti, regresan siempre.
Son los pasos que escuchas
en el destartalado desván de la conciencia,
el ruido del somier de dos que follan
en el cuarto contiguo en que no hay nadie.
Los monstruos son las sombras chinescas que proyecta
un insomne demonio en la pared,
o el salvaje aleteo de un pájaro invisible
en un cofre cerrado; la llamada
en mitad de la noche, sin respuesta,
y es la respiración del monstruo
la que está al otro lado, jadeando.
Son el centro de un ojo
que no puede dormir,
porque no tiene párpado.

Pasa el tiempo, se pierde,
la memoria se pudre,
desolladero abajo de nosotros.
El amor se consume por obra de su fuego.
Los secretos terminan traicionándose,
cede la fiebre, el sol declina,
se nos muere la dicha del que fuimos,
el que somos se muere sin saberlo.
Pero los monstruos no.
Los monstruos nunca mueren.




ArribaAbajoMetales pesados




ArribaAbajoCálculos infinitesimales


La luz de esas estrellas ya ha ocurrido.
En una lejanía inapropiada
para nuestra penosa sensatez,
ya han muerto las estrellas que miramos.
Millones de millones de años luz,
agujeros del tiempo inconcebibles,
la confabulación de la energía,
más allá de cuanto nos resulta soportable,
en una aterradora fiesta sin nosotros.
Todo el escrupuloso asombro de la ciencia
parece que conduce hasta este asombro
con que contempla el cielo un ignorante.
Según nos dicen, hay que seguir viviendo
cercados de preguntas sin respuestas.
Nuestras lentes exploran las galaxias
y nuestra pequeñez sólo es tangible
en el inmaculado abismo de los números,
en el sagrado horror
de cálculos infinitesimales.

¿Hacia dónde conducen estas cavilaciones
de aturdido astrofísico? Estas cavilaciones
no conducen. Estas cavilaciones ya han estado,
ya han sido desde mí en otro yo que ha muerto
en la distancia. Todo lo que refulge es luz marchita.
Ser es un fui que un no soy yo contempla
desconcertado desde un planeta ajeno.
La historia y el futuro han sido para siempre
y acosan desde lejos, ya ocurridos.
La vida es la nostalgia incorregible
de habitar un rincón del firmamento
que sólo se ha erigido en el pasado
y cuyo planisferio hemos perdido.

Así que cuando te amo ya te he amado.
El dolor que te causo y que me causas
es un dolor tan viejo que no duele,
aunque puedas pensar que está doliéndonos,
y ese fuego eucarístico en el que me consumo
es un simple capricho de las cronologías,
un voluntario error de apreciación
con respecto al pasmoso suceder de las cosas.
Nuestra felicidad ya no nos pertenece,
vivimos de prestado en lontananza,
que es el inconcebible tiempo de las constelaciones.
La perpetua ordalía de tu cuerpo
es el altar de una ciudad hundida
en donde los ahogados de mí mismo
aún mantienen un culto que ha perdido a sus fieles.
El temblor de quererte, el estremecimiento
de coincidir contigo en esta nada
quizá es una ilusión de mi memoria astral.
Y el caso es que no importa.
No importa que no podamos ser, porque hemos sido;
no importa que en ti no pueda estar, porque ya estuve,
no importa si lo que ya ha acabado nunca nace.
Me incumbe la conciencia del álgebra celeste
y en lugar de alejarme de ti los números me acercan.
No puedo comprender esas distancias
y aunque las comprendiera no las vivo.
Hay una plenitud crepuscular
en la conspiración del universo
para que no nos encontremos tú y yo.
Ya no concibo una embriaguez más grande
que ese convencimiento con que irradias
la falsa luz de las estrellas muertas.




ArribaAbajoMetal pesado


Igual que sucedía, siendo niños,
con las mágicas gotas de mercurio,
que se multiplicaban imposibles
en una perturbada geometría,
al romperse el termómetro, y daban a la fiebre
una pátina más de irrealidad,
el clima incomprensible de los relojes blandos.

Algo de ese fenómeno concierne a nuestra alma.
En un sentido estricto, cada cual
es obra de un sinfín de multiplicaciones,
de errores de la especie, de conquistas
contra la oscuridad. Un individuo
es en su anonimato una obra de arte,
un atávico mapa del tesoro
tatuado en la piel de las genealogías
y que lleva hasta él mismo a sangre y fuego.

    No hay nada que no hayamos recibido
ni nada que no demos en herencia.
    Existe una razón para sentir orgullo
en mitad de esta fiebre que no acaba.

Somos custodios de un metal pesado,
lujosas gotas de mercurio amante.




ArribaAbajoExtraña forma de vida


A Vicente Gallego




Bajo el yunque de fuego
que el sol de agosto enciende
en el muro encalado, se derriten los pétalos
de una sedienta buganvilia grana.

Qué extraña esta belleza moribunda,
esta desaforada desnudez grandiosa,
esta sílaba escueta del milagro.




ArribaAbajoNasciturus


Mientras ocupas de aposento el agua,
y en el amor del agua te abandonas
a tu despreocupada travesía,
como la pompa de un jabón quimérico,
sin memoria de ti ni de este mundo,
perteneces al mundo en su memoria,
porque en la tierra firme alguien te sueña.

En germen, y ya en marcha,
en esbozo, y ya en obra,
mientras duermes
en el conjetural jardín de la inocencia
y al egoísmo del vivir te aplicas,
eres la historia entera de los hombres,
metáfora de todo en lo increado,
ascua de certidumbre en lo imposible.

Has negado la nada, aun siendo nadie,
has abrazado el ser, sin ser tú mismo;
en la fragilidad de tu letargo
se gesta, inquebrantable, nuestro orgullo,
nuestro destino en pie,
nuestra disposición a las alturas.

Al mecerte
en tu oquedad marítima, no intuyes
de qué indómita herencia ya eres dueño,
de qué furiosa raza formas parte.

Algo que desconoces te ha forjado
alegre en el dolor, sabia en la noche,
criatura fluvial,
allá en tu limbo.




ArribaAbajoAullidos en septiembre


A Fernando Delgado




Ha cambiado la luz: esto es septiembre.

La fórmula del aire ha padecido
la imperceptible mutación fatal
que sólo se percibe en el espíritu;
esta milmillonésima unidad de nostalgia
que flota alrededor y que electriza
la túnica inconsútil de las tardes.

El peso de la luz ha transformado
la eterna proporción de nuevos óleos
que enturbian hacia el gris la transparencia;
los plomizos pigmentos que averiguo
en la balanza de la hipocondría,
y cuya nada impregna el horizonte.

Ya se ha desvanecido en el silencio
el rumor entusiasta de los veraneantes,
y las casas adquieren su pátina lunar,
su quietud de artilugio al que nadie da cuerda.
Las piscinas difunden con un escalofrío
el eco fantasmal de su música acuática.

Entonces aparecen errabundos
los perros que abandonan a su suerte.
Como cada septiembre, merodean
con aire de filósofos amargos,
y ladran mendicantes a una luna
que los contempla impávida en su cielo.

¿Y en qué roto verano sucedió mi extravío?
¿A quién se le ocurrió la idea de perderme?
¿Dónde estuvo la casa de mi sueño y mi dueño?

Septiembre se desploma
aullando en esta página.




ArribaAbajoResurrección


De entre todos los mitos que ha forjado
el invencible espíritu del hombre,
para sentir orgullo contra el frío
y tolerar su noche en esperanza,
el relato sin duda más sublime,
la fábula mejor jamás urdida,
es el anhelo mágico de la resurrección.

Si una leyenda debe contener
la esencia de la tribu que supo propagarla
(esa inquietud sin fin,
la determinación inconquistable
de no rendirse nunca a lo evidente),
si debe descifrar en poesía
las adivinaciones más oscuras,
los designios más hondos con que la humanidad
trata de comprender lo incomprensible,
con la resurrección de entre los muertos
andamos sobre el filo de la navaja abierta,
hemos tocado el centro de la herida.

Nada promete tanto, nadie ha dicho
con una insensatez más arriesgada
tanta pasión de ser a cualquier precio.
Que se nos restituya a nuestra carne,
que se nos vivifique desde el polvo,
y que se nos arranque de las sombras.

Nuestra arrogancia debe mirar a las alturas,
consumirse en grandeza
por su descabellado pensamiento.
¿Tal vez es más difícil regresar que haber sido?
¿Acaso la enigmática caída en este mundo
es menos portentosa que la hipótesis
de volver a encontrarnos con nosotros?

Puestos a suponer, el único consuelo
consiste en apuntar a lo imposible,
consiste en apostar
por lo absoluto.




ArribaAbajoPájaro de mi espanto


Pájaro de mi espanto,
ruiseñor peregrino del asombro,
deja tu migración por un instante,
abandona tu errancia sin motivo,
vuelve tus alas en el aire inhóspito,
y encamina tu rumbo hasta el país
de la clarividencia permanente,
ese fatal paisaje sin excusas
de estar por siempre insomne.

Pájaro de mi espanto,
ruiseñor delicado de mi desasosiego,
planea grácil sobre el hosco mundo,
y pósate después en esa rama
que el árbol de certezas aún guarda para ti.

Tú no ignoras, pájaro del delirio,
con tu sabiduría atroz de realidad,
que estar con vida es un débil ensueño,
una luz fantasmal que se extingue en la noche.
Tú no ignoras, inconsolable pájaro,
que el sol se apagará y el universo
será una estepa helada sin conciencia de estepa,
sin memoria del sol ni su desmayo,
sin pájaro que vuele inconsolable.

Por eso quiero ahora, pájaro melancólico,
que entones la canción del sinsentido,
y que tu trino suene, diminuto,
en un instante de pureza eterna,
como una acción de gracias absoluta;
que tu gorjeo sea una plegaria
para el próximo dios del desconcierto,
un himno ejecutado a cuenta de la nada,
un arrebato de esplendor casual
que se propague a todos los rincones,
y que celebre en su perfecto escándalo
las ruinas ateridas del futuro.

Así que olvida ya tus extravíos,
cálida criatura de congoja,
ruiseñor de mi alma vagabunda,
pájaro del espanto.




ArribaAbajoRojo


A Francisco Brines




Sobre el lienzo de lino inmaculado
que tensa el bastidor de la mañana
se trazó el primer día
la pincelada roja.
Como si de repente la oblea de este mundo
comenzara a sangrar.
    Como si alguien clavase
un alfiler en medio del pan ácimo
y de su corazón escapara una gota
de rojo inconcebible.
Rojo ciego.

Escrito en sangre está, todo está escrito
con nuestra propia sangre derramada.
Esta sabiduría, esta belleza,
este edificio en pie del pensamiento,
esta aventura insomne
de ser sin que sepamos por qué somos,
están flotando sobre un mar de sangre.

    Con la degollación de la inocencia
alguien trazó en el lienzo
la pincelada roja.
Manchado en sangre está, todo lo inunda
un rojo enajenado.
Un rojo ciego.




ArribaAbajoEl origen del mundo


A Felipe Benítez Reyes




No se trata tan sólo de una herida
que supura deseo y que sosiega
a aquellos que la lamen reverentes,
o a los estremecidos que la tocan
sin estremecimiento religioso,
como una prospección de su costumbre,
como una cotidiana tarea conyugal;
o a los que se derrumban, consumidos,
en su concavidad incandescente,
después de haber saciado el hambre de la bestia,
que exige su ración de carne cruda.

No consiste tan sólo en ese triángulo
de pincelada negra entre los muslos,
contra un fondo de tibia blancura que se ofrece.
No es tan fácil tratar de reducirlo
al único argumento que se esconde
detrás de los trabajos amorosos
y de las efusiones de la literatura.

El cuerpo no supone un artefacto
de simple ingeniería corporal;
también es la tarea del espíritu
que se despliega sabio sobre el tiempo.
El arca que contiene, memoriosa,
la alquimia milenaria de la especie.

Así que los esclavos del deseo,
aunque no lo sospechen, cuando lamen
la herida más antigua, cuando palpan
la rosa cicatriz de brillo acuático,
o cuando se disuelven dentro de su hendidura,
vuelven a pronunciar un sortilegio,
un conjuro ancestral.
Nos dirigimos
sonámbulos con rumbo hacia la noche,
viajamos otra vez a la semilla,
para observar radiantes cómo crece
la flor de carne abierta.

La pretérita flor.

Húmeda flor atávica.

El origen del mundo.




ArribaAbajoLa vela hermana


A Paco Merenciano




La impúdica tormenta de verano
que clausura el verano se desató rabiosa
mientras anochecía sobre Serra.
Borró del horizonte las montañas,
con todo su aparato de negros nubarrones,
anegó los macizos del jardín,
desbarató el drenaje de los desaguaderos,
por donde aparecían flores muertas
y ranas satisfechas del diluvio,
y en medio de las calles abrió un río
de espesas aguas rojas de rodeno.

El clásico apagón nos dejó a oscuras.

Volvieron, medievales, los truenos, los relámpagos,
y esa serpiente alada, de plata repentina,
que repta con los rayos en la noche.
Entonces encendí las palmatorias,
y anduve sosegado por la casa,
como un alma sin pena,
como un feliz espectro de mí mismo.

Bajo esa luz antigua traté de leer algo.

El más hondo legado del espíritu
se concibió al calor original
de una sencilla llama compañera.
Los maestros con quienes conversamos,
nuestras amadas sombras tutelares,
vieron la misma transfiguración:
este derretimiento perezoso
con que la cera mártir se consume.

No estamos solos gracias al conjuro
del fuego auxiliador. No envejecemos,
aunque nos derritamos en la carne.
Somos la humanidad que se repite
en los distintos hombres.
No cambiamos.
Esta absoluta sed de lo absoluto
en nuestra finitud no disminuye.
Vivimos en el ser, siempre encendidos.

Puede que fuera arrecie la tormenta,
pero esta vela fraternal resiste
y en su lumbre aprendemos
esperanza.




ArribaAbajoCuatro gotas de aceite


A Antonio Cabrera




Cuatro gotas de aceite
sobre un trozo eremita de pan blanco,
o sobre el obsequioso corazón
de un tomate maduro en sacrificio,
nos aleccionan con su desnudez,
con su absoluta falta de consejo.

La belleza del mundo es tan frecuente,
tan desinteresada de sí misma,
que hasta se desvanece en certidumbre,
y acaba por nublarse a nuestros ojos.
Por eso es un pecado
de extrema ingratitud no dar las gracias
en alto con la voz del pensamiento
y con la muda fe de los sentidos.

En la desposesión está la esencia,
en la simplicidad, lo permanente.
Para ungir con lo bello nuestra carne
hay que buscar lo bello en donde ha estado
despierto en claridad desde el principio.

El hecho de verter las cuatro gotas,
cuatro lágrimas densas de oro humilde,
sobre las migas cándidas, supone
un acto elemental
contra la ruina,
una rúbrica más
contra la muerte.




ArribaAbajoServidumbre de paso


En nuestra sumisión nos consumamos,
en nuestra servidumbre nos crecemos,
vivimos a compás,
en la angostura de un andar errátil
que nos da la amplitud,
al comprender
la bella anomalía de este viaje.

Nómadas en esencia,
muchedumbre
que cruza en extravío
del uno al otro lado de nosotros,
polizones
en la nave del mundo,
huéspedes
al amparo de nadie,
en deuda con la vida, que está en deuda
con el secreto amor que profesamos
a todo trance siempre hacia la vida.
Apátridas por fuerza en nuestro espíritu.

A la buena de un dios en descalabro,
clandestino de mí,
pobre de qué,
señor de dónde,
en un inacabable deambular,
al arte por el arte
de estar vivo.

Un vaso de agua fresca al transeúnte,
un pedazo de pan al vagabundo,
un puñado de sal al peregrino,
que voy en trashumancia,
que voy de merodeo,
voy de paso.




ArribaAbajoEl corazón perplejo


Desventurado corazón perplejo,
inconsecuente corazón,
no dudes.
No tiembles nunca más por lo que sabes,
no temas nunca más por lo que has visto.
Calamitoso corazón,
alienta.

Aprende en este ahora
el pálpito que vuelve con lo eterno,
para latir conforme en valentía.
Los números del mundo están cifrados
en la clave de un sol tan rutilante
que te ciega los ojos si calculas.
Ciégate en esperanza,
errátil corazón,
suma los números.
Un orden en su imán te está esperando.

Desde el final del tiempo se levanta
un ácido perfume de hojas muertas.
Respíralo y respira su secreto.
Abre de par en par tu incertidumbre.
No permitas
que encuentre domicilio la tibieza,
ni que este inescrutable amor oscuro
cometa el gran pecado de estar triste.
Acógete a ti mismo en tus entrañas
con tu abrazo más fuerte,
tu mejor padre en ti, tu mejor hijo,
gobierna tu ocasión de madurez.

Insiste una vez más,
aspira en estas rosas
su pútrido fermento enamorado.
En este desvarío de tu voz
se desnuda el enigma, transparece
la recompensa intacta de estar siendo.

Aquí estamos tú y yo,
altivo corazón,
en desbandada.
A fuerza de caer, desvanecidos.
y a fuerza de cantar,
enajenados.




ArribaAbajoFuera de mí




ArribaAbajoA cappella


Perseguimos el canto,
aun siendo mudos.
En voz abandonada,
persignamos la frente rumorosa
con que el hondo vivir se dilapida.

Hemos soñado el silbo,
la octava de homenaje
por cuanto en nuestros días perderemos.
Y en coro, tan cantando,
cadenciosos venimos, por embrujo,
con los desafinados de la tierra.

Nuestro empeño se pierde, sin aplauso,
por la pendiente en luz del son violento,
aromado con sol de los peligros.
Vamos en aria, en pos, en eco ecuánime
que conmemora el día del origen.
Alguien pulsa el bordón de nuestra suerte,
alguien impulsa el día hasta su acorde,
y se desmaya, y sueña,
tan sonando,
y multiplica el trino de este aliento.

Vencidos de belleza, subyugados
en vana lealtad hacia la vida,
atacamos un himno primordial.
Emoción fría de las voces blancas,
nos redime
la excéntrica pureza de este alarde:
la música febril nos vuelve héroes,
somos dios en la tierra, si cantamos.

Lástima de ascender para estar roncos.
Lástima de volar para estar ciegos.
Cascabel de las lástimas tan nuestras.
Los más desafinados,
los más pájaros,
con nuestra abnegación por partitura,
en gorjeos de voz damos las gracias:
arrogante campana de lo humano,
vibrátil diapasón del sinsentido.




ArribaAbajoLa pequeña durmiente


No es que el mundo esté bien: es que no existe.
No hay nada alrededor:
sólo tu sueño.
Nada tiene más ley que tu abandono,
tu suave abjuración,
la dulce apostasía que te ausenta.

No hemos fundado el mundo: nunca cambia.
Pero este cuadro es nuevo
-padre e hija-,
porque sólo el amor es diferente,
sin por ello dejar de ser lo mismo.

El anchuroso mundo, que no importa,
gravita en torno a ti: lo has imantado,
y vive irreprochable hacia tu brújula.
Lo innúmero se rinde a tu unidad sencilla.

Durmiente flor desnuda en mis palabras,
adormidera de los desencantos,
prístina amapola pálida.




ArribaAbajoGente que ve llover, gente que llueve


Esta obediente lluvia vespertina,
que está doblando a vida sobre el mundo,
que percute en las cosas, tan flemática,
no está lloviendo aquí, no se desploma
sobre el presente ni sobre el espacio.

Esta destreza con que el cielo pulsa
la cuerda musical de cuanto duerme,
para despabilarlo en armonía
durante el cumplimiento del crepúsculo,
no ocurre vertical,
no capitula aquí desde sus cumbres.

Lloviendo está como si no lloviese,
como si nunca hubiera dejado de llover.
Es una lluvia horizontal que anega
los maizales dorados del ensueño,
que empapa, sin mojar, la fantasía.

Está lloviendo a todo,
la inmemorial,
nuestra contemporánea,
está lloviendo a aquello que no existe,
está batiendo casi cualquier lluvia,
cualquier asunto humilde está lloviendo:
llueve la mano franca,
llueve conformidad con lo cercano,
llueve clemencia en lo que más conozco,
llueve la adoración por lo sencillo.

La lluvia, ese fenómeno del alma.

No hay progreso que sirva y que nos cale.

El arte de llover será el de siempre.
La lluvia de vivir no cambiará.

Somos gente que llueve,
gente que ve llover sobre la tierra.
La lluvia, la canora,
está asperjando el tiempo
con su hisopo invisible.




ArribaAbajoUbi sunt


Todo está en donde estuvo, todo late
en el primer latir
de la primera aurora cautivada,
y en su cautivo corazón en pálpito.
Todo fluye
en el mismo fluir de un mismo río,
por el agua tenaz de un cauce idéntico.

¿Acaso es que no sientes en tu piel
la salvaguardia de otra piel pretérita,
las sangres centinelas de tu sangre,
las sombras que fecundan a tu sombra?

¿No sabes escuchar bajo la voz
los coros primordiales de las voces,
ni el ser de la palabra en cuanto somos,
ni el eco de vivir en lo que hablamos?

Lo que antes eran hombres hoy es tiempo,
las mujeres que han sido son del aire,
la arena vagabunda, nuestros hijos.

¿En el volar, no ves el vuelo inmune?
¿No amas, en el amar, el amor único?

A fuerza de mudarse, nada cambia;
de tanto discurrir, todo está inmóvil.
Hay una sola frente pensativa
que entiende la hermandad de cuanto existe
y en cuanto ha muerto ve lo que no muere.

¿Qué se fizieron, pues? ¿Dó los escondes?

Cierra los ojos para ver más claro
y sal fuera de ti para morar contigo.




ArribaAbajoAlmagre


A Francisco Brines




Mano del tiempo autora, que corrompes,
mester de convertirnos en quien somos,
arte de los orines y la herrumbre.

La lluvia, el sol y el viento han desleído
la arcilla que el cantero impuso pura,
y sobre el muro hay un color arcano,
una tonalidad de cicatrices,
un espejo de arrugas:
el almagre.

No se improvisa nada de nosotros,
nada se ataja en ti para crecerte.

Deformo esa tintura para el cuerpo,
ese color despinto sobre el alma.

La condición de un muro,
la esbelta ensambladura de estar solos.
Un lindero de nadie en campo libre.

Almagre del azar, almagre artífice,
oxida en mí,
que tiemblo a cielo raso,
enmohéceme más,
que en mis afueras vivo.




ArribaAbajoColor


A José Saborit




Me atengo a la emoción
y no me atañe nada que la explique;
me ajusto a mi dilema y me conmuevo,
y no me incumbe nadie
que me despierte del vivir sonámbulo.

Por natural acontecer,
por puro suceder,
por simple cumplimiento estoy convulso.

Color, no te averiguo,
me coloro.
Me corono de ti, color de espasmo.
Me consterno de ti, de ti me iriso.

Como restalla un látigo en el aire,
igual que se difunde
la resquebrajadura entre los hielos.
Como la combustión de un imposible.

Voluntad de color,
color querer,
antojarse color, color saberlo.

No quiero decir más.
Quiero decir con nada.
No pinto más en mí.
Estoy en blanco.
Estoy en color vivo.

Música de la luz, te escucho y lloro.




ArribaAbajoLa luna sobre Serra


Encaramada, grave y carmesí,
como una oblea de infantil dibujo
en el limpio paisaje de la noche,
llegó la luna a Serra,
la luna mayestática de agosto.

Sobre la giba oscura de los montes,
sobre el calmo jardín de nuestra casa,
sobre la entera faz del hemisferio,
la impertérrita y pulcra,
la constante,
la luminaria fiel de los veranos.

Caballera en el éter, caballera
en su potro celeste,
cabellera anular del firmamento.

Nuestra Señora de la niñez íntegra,
acógenos, acoge
a estos tus hijos solos del estío
bajo tu elipse de misericordia.

Nuestra Señora de las circunferencias,
púrpura sol nocturno en nuestro anhelo,
ártica majestad,
socórrenos, socorre
a estos tus pobres huéspedes en vela.

Tú que riges las horas vehementes,
y el ritmo pasional de los desmayos,
ampáranos, ampara
a estos tus hijos incondicionales.

Aréola del pecho más desnudo,
la mi luna,
la mi más que sonámbula,
el punto cardinal del almanaque.

Que podamos volver, los aturdidos,
cien años más para besar tus labios,
con igual candidez y el mismo arrobo.

Cintila una vez más,
cíclope y pálida.
La mi madre,
la mi muy melancólica,
la mi más que serena.




ArribaAbajoÁgape


A Tito Ruiz y Lourdes Román




    Con determinación aventurera,
con certidumbre de su maravilla,
con exceso de fe,
con el exceso que la fe merece,
tracemos un buen plan.
Con abundancia de nuestro corazón.
Seamos pródigos.

    Dispongamos las sillas en la sombra,
bajo la caridad provecta de un olivo,
o al perezoso escudo de una parra:
¿no veis en la indolencia de esas uvas,
un brindis vertical con cada grano?
¿No veis transparentarse
todo el azúcar próspero del cielo?

Démonos a conciencia
el merecido ágape, el banquete.
Comamos lo supremo en lo más simple:
alta conversación,
el pan flamante
y el lustre del aceite en su oro lánguido,
la madura energía de tenernos,
la fruta fresca,
el vino inteligente.
Que corra el vino hasta volvernos sabios
desde el hondo saber de la alegría:
aquel que mira el mundo envuelto en llamas
y canta su holocausto, sin tormento.
Que no se acabe el vino,
el animoso vino de los fuertes,
antes de habernos vuelto temerarios
en el amor de cuanto está al alcance.

Y celebrémonos.
Que sobrevenga en el azar del día
la perfumada sal de la concordia.
Y que jueguen los niños, endiosados,
y eduquemos la vida en su alboroto.
Cómo nos merecemos nuestra fiesta.
No hay nada de arbitrario en este obsequio.

Y debatamos.
Que en abandono cada cual profese
su mar del desvarío:
la vida va en su vela y boga plácida,
tanta canción
aplaca las tormentas.

Larga vida a nosotros.

Convidados de carne, buen deseo.

Buen apetito en nuestras bodas últimas.

Que las tantas del alma nos sorprendan
videntes en afán, en ilusiones.
Y muera en el exilio
cualquier bituminoso pensamiento
que pretenda ultrajar
el arrebol de otra mañana invicta.




ArribaFlores para vosotros


A Vicente Gallego




Para que no las marchitaseis nunca,
para que no pudieran corromperse,
para que en su entelequia no caduquen,
no las he puesto aquí,
sino más dentro.

He cogido las flores sin cogerlas,
para que se conserven en nostalgia,
para que por deseo se emancipen.

Ni siquiera son flores lo que os traigo.
Son la flor de la flor, su maravilla.
Su despacioso reventar
comprimido en un soplo de pujanza.
El hallazgo de todo su perfume
en un solo suspiro de ebriedades.
El concurrir de vuestros ojos limpios
al brote inaugural de primavera.

Que empalaguen el aire con su dulzor espeso.
Traigo néctar de vida,
la miel que nos resarce en la zozobra.
En la flor de esta edad,
os he cortado flores que no existen.
La prímula que crece en parte alguna,
el azahar de nadie,
la rosa de los vientos.

La balsámica flor, la flor etérea,
la abstracta flor que aturde nuestras horas:
una línea sin más,
la vertical fragante en nuestro ensueño.

No quiero daros flores que declinen.

Algo que flota en algo os he traído,
nada que huele a nada,
en este ramo.





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