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Abajo

Antología poética

Ángel García López






ArribaAbajoEmilia es la canción




ArribaAbajoDe cuando no sabía las letras de tu nombre


Porque tu nombre estaba todavía
sin estrenar los labios, porque era
un acertijo más, una pulsera,
un trino de gorrión que no sabía.

Porque tu nombre estaba como un día
sin pájaros, oasis sin palmera,
fuente que le faltaba torrentera,
risa que no encontraba la alegría.

Por esto, por tu nombre; porque estaba
sin decir, sin hacer, como un anillo
que no encontraba el cauce de su dedo,

yo te llamaba Espera; te llamaba
Hermosa, Emilia, Amor; lo más sencillo,
lo más desenredado del enredo.




ArribaAbajoContigo a las orillas del Atlántico


Amor, contigo sólo y con la ola
en risa nueva y prisa apresurada.
Que tu boca me aloca, desbocada,
con bocados de mar y caracola.

Amor, ¿estoy contigo a solas, o la
luna cambia mi sombra desvelada?
¿O es tu boca la poca, la tasada
punzada que me toca y que me inmola?

¡Oh, cuánto mar, amor, diese, daría,
si beso el vaso, el cántaro suave
de la boca que libo y que me aboco!

Si llego, llaga amante, a la bahía
del claro faro que remonta el ave
tu mucho pico que besando es poco.
(Puerto de Santa María)




ArribaAbajoEl baile


Porque tu pie no es árbol, sino vuelo,
paloma desmandada, extenso ramo,
la nota más viajera a tu reclamo
solucionó lo grávido del suelo.

Porque tu pie volaba por el cielo
con peso de sonoro miligramo,
la nota más viajera, como un gamo,
buscó lo forestal del violoncelo.

Y, entonces, fue la música. El Danubio
sonaba por un vals, y un gnomo rubio
danzaba entre los vuelos del vestido.

Tu pie giró al impulso de la orquesta,
y en los bosques de Viena una ballesta
fue preparada para herir lo herido.




ArribaAbajoDe cuando nos nevaba y te reías


Llueve la nieve y llueve en tu mirada.
La nieve nieva y llueve tan deshora,
que a tus ojos, tan negros, los decora
de una pequeña ruta de nevada.

Está nevando nieve enamorada.
La nieve por tus ojos se enamora
nevando tu mirar, que nieva y llora
la aurora del nevero deshojada.

Te ha nevado la voz, y, de repente,
tu risa abre a la tarde la alegría
saltando de tu boca como un copo.

Me has lanzado una bola hacia la frente.
Y ha vuelto a sonreír tu niñería
mientras beso tu risa y te la arropo.




ArribaAbajoTierra de nadie




ArribaAbajoTierra de nadie


Con este abrazo, herido de metralla,
he depuesto las armas y los sueños.
Traigo la paz, el armisticio, blancas
alondras persiguiéndome los versos.

Mis labios anduvieron las batallas
con un fusil al hombro de los besos.
Hoy traigo la noticia de las aguas
y un tratado de paz con los almendros.

Hoy he vuelto a la vida. Esta mañana
no ha disparado nadie en mi aposento.
Hoy tengo la camisa lastimada
de tanta flor naciéndome en el pecho.

Soy yo. Todo es posible. -Se levanta
el sol tras la joroba de los cerros-.
Hoy traigo la inocencia de la escarcha
y el temblor de las lágrimas del eco.

De la trinchera azul de la almohada
se despliegan banderas en mi lecho.
Firmé la tregua y, en lugar de balas,
siento una lluvia mansa entre los dedos.

Salgo al pasillo. Silbo como cada
hombre que se despierta y siente nuevo
su corazón.
Vencida entre las sábanas
duerme la sombra antigua de mi cuerpo.

Soy yo. Todo es posible. El agua salta
en el lavabo y moja el azulejo.
Hoy traigo una canción en las pestañas
y un arroyo sin límite en el cuello.

Tomo el jabón. Mi piel, apaciguada,
selló su compromiso con el tiempo.
Limpio la tierra oscura de mi cara
con el canto infinito del jilguero.

Esta mañana estreno una palabra
que me quiso robar el alfabeto.
Firmé la paz, la tregua, con las armas
y un tratado a la rosa de los vientos.

Por la felpa y la sed de la toalla
se ha quedado aquel hombre del espejo.
Hoy traigo la caricia de la aulaga
y un pacto con la patria del invierno.




ArribaAbajoAsí como el atleta


Mi cuerpo es como un pájaro. Me alzo
sobre una cordillera de gorriones.
Las alas me empujaron en el salto,
se me llenó la carne de motores.

Hoy he vuelto a la vida. Libre, gano
mi oficio milagroso de ser hombre.
He tocado una nube con mis brazos
y le he robado al águila su polen.

Quise sentir el mundo, lo delgado
del límite del día con la noche.
Corrí sobre la pista del milagro
indagando el secreto del azogue.

Debí de ser gacela, ardilla, gamo
perseguidor del aire de los bosques.
Mi pecho respiraba como un campo
lastimado de músicas y flores.

Luché contra el equipo de los nardos
y el fuego de amarillos girasoles.
Competí con la pluma de los pájaros
y el latido voraz de los relojes.

Sin sentir en los músculos cansancio
llegué, libre, a la meta.
Desde entonces
traigo una lluvia nueva entre mis párpados.

¿Fui yo? Nadie creyera. El horizonte
se me llenó de cánticos y aplausos.
Hoy le vencí a la vida en el deporte
de alcanzar la alegría con las manos.




ArribaAbajoA flor de piel




ArribaAbajoLa selva


Justo donde la casa, el hormigón que gira
levantándose, las piedras
y el ladrillo obediente, estuvo, no hace mucho,
la selva.
En otro tiempo.
Nada recuerda ahora
la feria del vivir. Las hierbas altas
de antaño. Tanto trébol.
Los niños que corrían descubriendo la flor.
La bella historia
del nido. Aquellos árboles.

Alguien sembró su rayo, la fiereza exultante
que el dorso es de la savia.
El hierro se erige en el lugar. Los albañiles
elevan la argamasa. Inician torres
de cemento durísimo. El escombro
se posesiona del verdor. Asfixia con su polvo
los animales libres de la tierra
que, un día no lejano, procrearan
su estirpe.
Ahora es el triunfo
del bodegón sobre la gracia viva
del vegetal.
Ahora, qué hacer, son ya los signos
de la grandeza. El tiempo,
cada río, lleva su historia al mar.
Todo fenece, cambia
como un rostro.
Se viste ahora la selva
con la tibia casulla que decora y maltrata
la presunción.
Abdican de su trono
las ramas. Los gorriones se aman en la acera.
Se persiguen el vuelo
sin encontrar más sol que las cenizas
de la luz.

Justo el lugar.
Aquí, donde la casa
esta que, sin deber, pienso es hermosa.
Donde amanecen vidrios y mosaicos,
la herramienta que brilla, estuvo el polen.
Recuérdalo. ¿No era
como subir a una montaña?
El ojo
iba trazando su ascensión. Crecía
el fresno su abundancia, su violenta conquista.
Y el roble alzaba intacto
su tronco, lo que el pájaro pudo
traer desde la sierra.
El pico ya salobre
del azul que era mar. Tallos de nieve.
Olvido y herbazales. Nuevo aroma
que hoy grita en pebeteros
de cristal. Otros sándalos. Maderas
donde el disco del sol decanta el turbio oro.

Hoy, ya fauna distinta, el hombre mira
con dolor el paisaje
que vio feliz. Oye llover
como trinar. Costumbre ya del duelo.
Todo engaña,
recuérdalo. Es efímero. Tanto espejo que finge
sus plurales azogues.
En el lavabo
cruzan cigüeñas, estorninos gigantes,
con un cesto de frutas
en la voz.
Corren grifos. Hermosas cataratas
y cisternas.
Fúnebres melodías en el agua que brota.
Aquí
yacen, podridos,
el mundo liliput de los insectos,
las hormigas menores. Tantos seres
de estatura inferior, hoy calcinados
bajo el jardín.
Detrás de los visillos
se iluminan estancias, otras flores ingenuas
que están como enterradas en el cuadro. Sin aire
y sin perfume. Cadáveres que el óleo
representó.

Todo es así. Recuérdalo:
figuras que se borran. Espejismos. Adobes.
No.
No hay nada que nos duela si no es la carne misma
la que sufre. Alguien desconocido, cada tarde,
se entrena
pensando cómo herir.
Nació, a nuestro pesar, la arquitectura
donde el ramaje puso su hermoso pie silvestre.
Trazó las alambradas de la verja,
los bancos del zaguán. Toda esta flora
que suplantó lo vivo de aquello que aquí fue.
Nada recuerda ahora la bella floración,
los minaretes pulcros del enebro. La lluvia
de los tímidos sauces.
Que todo es un museo, preparado
con sed de lastimar. Pero nosotros
resistiremos.
Haremos la pupila
un viejo arcón de plata.
Y siempre será selva
nuestra memoria.




ArribaAbajoVolver a Uleila




ArribaAbajo[Por no hacerle la guerra a la costumbre]


Por no hacerle la guerra a la costumbre,
allí, en el probador. Allí tus pechos,
tan blancos, tan franceses, tan derechos,
tan altos como el álamo y la cumbre.

Buscando habitaciones en la lumbre,
sitios para la nieve, tibios lechos,
el mar se hizo cascada en tus estrechos,
ronda de espuma en cárceles de azumbre.

Allí, en el probador, ya desbocados,
luchando con la seda y el encaje,
la lanza de la miel rompió la herida.

Y altivos, sin ceder, soliviantados,
Mont Blanc del probador y su paisaje,
alzan triunfantes su total medida.




ArribaAbajo[Eres un atlas. Van las cordilleras]


Eres un atlas. Van las cordilleras
sobre ti, mi Janine. Aguzanieves
cruzan tus pechos de pavor, de breves
brasas donde se encienden las hogueras.

Te cruza el rubio Sena. Torrenteras
nacen de ti, regatos de tus nieves;
aguas redondas, olas como leves
andarríos volando tus riberas.

Tu cuerpo un archipiélago. Tus manos
el duro mar, los mares oceanos
camino de unas islas escondidas.

Y tus brazos las costas, litorales.
Playas donde los besos veniales
aprenden a nadar sin salvavidas.




ArribaAbajo[Llueve, Janine. La azul cristalería.]


Llueve, Janine. La azul cristalería
del agua se estremece en el tejado.
En la calle, el invierno. Aquí, a tu lado,
calienta el sol, la carne se confía.

Fuera, llueve. La triste melodía
de la lluvia de enero te ha llenado
de una música nueva. Se ha dorado
contigo el pastizal de la alegría.

El reloj de la torre da las nueve.
Traza una curva azul el agua. Llueve
sobre el tambor de piedra de la acera.

Dentro, contigo, el corazón se sabe
reconfortado y puro. Sol suave.
Gozoso mayo, mientras llueve fuera.




ArribaAbajo[No esa boca. Otra boca. Otros lugares]


No esa boca. Otra boca. Otros lugares
fueran del beso trampolín, batalla.
No ese buril que besa y que te talla
la carne con vestigios circulares.

Sitio no de la tierra. Militares
defensas, torreones de muralla.
Rocas contra el impulso de la playa.
Freno pon a las olas de los mares.

Prohibido el paso. Se termine. Cese
la gracia de tu polen. Nadie bese
sino el aire tu boca. Nadie dueño

del pozo de Jacob. Labios cerrados
a canto y cal. Oh, pobres maltratados.
Oh, labios niños, a mitad del sueño.




ArribaAbajoElegía en Astaroth




ArribaAbajo[Niño hermoso, qué tienes en las manos. Qué rico]


Niño hermoso, qué tienes en las manos. Qué rico
presente, voz silbante
de junco, das.
Mi puma más inocente, arroyo
de arrogancia, divino bien.
A qué callar. Te amo.
Dispones de la llave
del corazón. En esta tarde roja que hierve
cuando miras. Si muerdes la gran manzana en flor
que va cantando bajo tu bozo. Mientras músicas
arden en cada sílaba precoz. Como gacelas
nerviosas, ya atraídas al bosque de tu labio
virginal.
Niño hermoso que fuiste, excelso pájaro,
un trino en el jardín. Ramo de mirto. Brazo
de luna entre lo oscuro.
Quién, mirado, enamora
como tú. Qué así vive sobre el alma, conforma
esferas de ilusión, deja su nombre en sábanas
de hierba, pulsa la miel.
Oh, hijo mío, regato
de mis fuentes. Seguro yo. Gran copia. Caricia
de mi espejo.
Te amo, oh, sí, te amo. No llegue
rubor a mis mejillas al confesar que tuve
tu cáliz, tu amapola
finísima. El murmullo de tu lengua de mar
entre la playa. El mismo yo naciendo. La gloria
difícil de tus años, tu carne atroz.
Bien mío,
recuerdo sólo, hoy humo flotando en la ciudad.
Qué trajo aquí tu estatua de doncel.
Oh, criatura
color de pan. Milagro de piel espesa y grata.
Caballo torpe. Mozo
mollar. Tigre feliz. Arte menor. Hermoso
joven. Luz en la niebla
de la memoria.
Y beso, vez repetida, aquella
superficie. El vaso de licor. -Ah memento,
así arañado-. Rama
que fui. Narciso mío, reflejado en el lago
de la niñez y el Sur. Libro mortal de ejemplos.




ArribaAbajoRetrato respirable en un desván




ArribaAbajoDibujo corporal


Cuando me llegas con tu luz y ordeno la gran copa caliente, tus cabellos,
tu novia mano de lebrel. Y acuesto la carne junto a ti, dejado ciego
el ventanal con sol, todo el silencio en sombra. Y se deslumbra el aposento
de un túnel sin color. O bien tus dedos, arando mis mejillas con su lento
peregrinar -mirándome por dentro como al olor- van a pastar sus ciervos
en el pómulo, alertan nomadeos del corazón. Si oculto, llega el sueño
a sazonarse en el lugar y, hondero, hace oficio del párpado con gesto
de tórtola. Y te duermes, y un almendro florece en ti.
Si luego, ya despiertos,
te miro y nace el aire, abre un espejo la mocedad, se sana el rostro enfermo
de la sábana. Y, dócil, quema el trébol del labio su poder, se entrega al fuego
la juventud. Y si, después, volvemos, tal un jardín, a contemplar el cielo
con pájaros. Y cantas. Y en el cuello sopla el alisio su esplendor, el cierzo
mueve la alcoba, anida así un jilguero, otra vez en tu mano. Y ve el estruendo
devastarse ciudades de piel, pueblos del tacto, sitios nobles y, a lo lejos,
arde un pinar,
entonces sé qué cuerpo aventajado es mi vivienda, el centro
del amor. Y te amo.
Y sé del reino donde tengo mi exilio. Y mi alimento.




ArribaAbajoOla feliz


Suena este mar, tu corazón, bajo la piel. Bello el reloj, se mueve.
Anda del seno tu lugar. Potro en la nieve,
se hace nuca su belfo. Come de la bandeja blanca de las sienes.
Muere
de delgadez. Y es ave, relámpago concéntrico con peces
hechos música, luz, bolsa obediente
del diapasón.
Feliz más que una playa, acude al vientre.
Edifica del agua la esbeltez. Allí te crece
como un inmenso pájaro. Y distiende
alas de olor sobre el cantil, te bebe
la piedra transparente
del cuerpo.
Después, yedra invisible, baja hasta el pie. Jinete,
torre en el cuero juvenil, tambor de lo turgente,
cede
su forma a la presión. Sonoro resplandece.
Te late en las paredes
de la carne que beso. Se convierte
en ruido de unos bosques, en rostros de violines que pulsan de ese
alegre
sitio del sol.
Y así la noche emerge
solícita. A tus manos, que hablan en la sombra su celeste
palabra. Su situación de fiebre
y de jardín. Su fuerte
voz.
Y así, mientras conoce, la boca vibra, enciende
su tacto. Llega al hombro con presencia de río, pone caricia y redes
a la virtud. Transita entre los sauces y el aire adolescente
que amo, fruto interior silvestre.
Cuerpo tuyo que canta. Y aventa de mis dedos respiración de mieses.




ArribaAbajoMúsica de saxo para dejar entre las flores de Bowling Green


(New York)




Recuerdo a Miss Gilmoore, preludio de la nieve,
ébano solitario, violeta lastimada,
con un pájaro loco bullendo entre las manos
y en las tersas caderas un surtidor de agua.

Recuerdo sus cabellos, sus ojos infinitos
con un rumor de lumbres y selvas africanas,
y una cinta de flores llenándole los labios
de una fiel primavera de besos y de magias.

Parece que está cerca, que estoy tocando el fuego,
su cintura pequeña envidia de las palmas,
o los negros alcores de su cuerpo perdido
lleno de luces tibias y luces de Manhattan.

Viajero de los mares, un jazz de golondrinas
me acercó el imposible perfil de las acacias.
Siento sus manos, oigo como una lluvia triste,
como un gorrión herido temblando en mis espaldas.

Fue una vez -¿hace siglos?-, cuando el aire venía
indagando el secreto del polen de las blancas.
Antes de ser recuerdo su boca de azabache,
sus labios combatidos, magnolia inexpugnada.

Y hoy perdida en el Este, subiendo rascacielos,
llevando soles altos al nido de la escarcha,
Miss Gilmoore imposible, postal de un sueño apenas.
Perdida de mi cielo, turista de galaxias.




ArribaAbajoMester andalusí




ArribaAbajoPalabras para colgar de una ventana de Rota


Este balcón da al mar. Toco la espuma
viajera, inagotable, de la orilla.
Sobre el balcón, volcado en La Costilla,
mis ojos dan al mar.
Lejos, la bruma
dibuja un horizonte que navega
mi corazón.
Conozco cada grano
de esa arena, su nombre, su verano,
su apellido. Y el agua se me entrega
joven y dulce en la mañana. Y canta
su septiembre de sol.
En los cristales
crece la flor de luz de los corales,
ruge lo azul de la escolar garganta
del día.
Y aquel niño, aquel desvelo
que antaño fui, se asoma. Y ve.
Y en Rota
esta ventana es mar. Y gaviota
que le devuelve lo mejor del cielo.




ArribaAbajoAuto de fe




ArribaAbajo[Nada pervive. Puse los ojos en la lumbre]


Nada pervive. Puse los ojos en la lumbre
del cuerpo, en el exilio
que, tarde a tarde, muere tras un besar de azogue.
Moví las aguas quietas del estanque. Diversos
rostros felices. Hilos de juventud, la urdimbre
de la inocencia. Nubes tejí sobre la cúpula
celeste, sin amor.
Mas no he mentido.
Dónde
podré encontrar la antigua, simétrica abundancia
del pelo. La salvaje
jungla de tu cabeza sin luz. Árbol cetrino
con canas exteriores, viajeras hacia el óvalo
perfecto. Dónde pueden los sauces alumbrar
la congoja, verter su orvallo.
Oh nigromante
de cadáveres. Vivo ciprés. Sol demolido.
Qué has visto al lago. Qué avisas, di.
Qué brasas
elevan su edificio de sol, yacen en nieve.
Qué símbolos se ordenan. Qué respuestas dio Edipo.
Porque he visto semillas reptando sobre un cráneo.
Nidos de esperma virgen que una flor maltrataban.
Algunas florescencias donde el cuervo mordía
la garganta del cisne
de la magnolia. El fruto letal del androceo
hecho novio del oro. Las plumas de un albatros
quemando el mar. Y peces sin escamas. Los ánades
sin voz.
Tanto presagio, a qué conduce.
Dónde
tañer las sombras. Cómo podré encontrar la clave,
saber de tus augurios.
Cómo entender qué cantas.




ArribaAbajoTrasmundo




ArribaAbajo(11 de noviembre, mañana)


Tú, que tienes el tiempo sobre la mano y lloras
y piensas de mi vida que un astro es apagado,
me ofreces una carne de sueños y de esporas
y una larga abundancia desde el lecho habitado.

No encuentro otro homenaje más hermoso que verte.
Mirarte es entenderle su inocencia al rocío.
Tu cuerpo es en la tarde como una almena fuerte
donde hacerse una casa protegida del frío.

Abeja de ti misma, libas de ti, frecuentas
el calor que a la noche destinas y desmayas.
Eres como una alcoba donde el aire aposentas,
como una nube joven que enviudase en las playas.

Solo un campo contiene soledad tan desnuda.
Tiembla, frágil, la alondra que en tus pechos anida.
Me miras y te ofreces desconsolada y muda.
Vuelas como una lluvia que creciese dormida.

Oculto anda en tus ojos un olivar furtivo.
Por dentro de tus pechos se muere un gladiolo.
Tus labios se hacen grandes y el sol diminutivo.
Grita un corzo en tu cuello desamparado y solo.

Detrás de tus mejillas un pueblo hace su fiesta.
Tendida eres un lago que su vientre inaugura.
Eres tu misma sombra, destronada y depuesta,
que amanece gigante desde su desventura.




ArribaAbajo(24 de noviembre)


Mirarme hoy es ponerse más triste que una calle
a la que el viento hubiese dejado sin visillos.
Es ser como una alcoba sin camas habitables,
como un tejado roto que asustara los nidos.

Me miras y te afliges y quieres acercarle
la memoria a mis ojos de nuestro tiempo vivo.
Hoy tengo la esperanza color de algunos árboles,
de aquellos que en otoño se mueren de amarillo.

No sé dónde ponerme los huesos en la carne,
cómo esconderle al pecho su largo pasadizo.
Mirarme hoy es ponerse más triste que una clase
sin tiza y sin pupitres, donde no hubiese niños.

Confieso que te quiero más que nunca esta tarde,
hoy que tiemblas de miedo junto a mi maleficio.
Tus ojos se me entregan como el rostro de un parque
donde, nuevos, los sauces emigraran de sitio.

Me miras y sostienes un pájaro en el aire,
el cielo respirable que me ha sido prohibido.
Tus manos me consuelan con su fruta abundante,
van sanándome dentro más despacio que un siglo.

Miras como ofreciendo tus ojos inyectables,
tus ojos enfermeros frescos como un racimo.
Mirarme hoy es ponerse más triste que un paisaje
donde nunca las ramas despertaran de mirlos.

Y yo, porque te amo, me oculto en este traje
de sábanas que lavan su muerte los domingos.
Me asomo a tus dos ojos como a dos ventanales.
Confieso que te quiero como nadie me quiso.

Porque tú, que me miras, ya no encuentras a nadie.
Nadie que me conozca puede decir que existo.
Acuden a mis ojos tus ojos a llorarme.
Llegas a despedirte. Te has mentido, amor mío.




ArribaAbajoComentario de textos




ArribaAbajoRubaiata


(Omar Khayyám)



Si no sabéis dónde encontrarme, nunca
os acerquéis a esa ciudad.
Jamás allí
mis ojos volverán, se harán sitio
entre calles tan sucias como aquéllas;
entre el barro y el pan, tanta basura
desconocida, shucran, de occidente.
Una
vez sólo, y ya está bien.
Ciudad
fétida y ocre. Vestida allí de un aire
que huele a podre, a sándalo, a cordero,
a cosas empozadas. Nunca a vino.
Con apenas
ese don singular, inmerecido acaso,
que es su cielo constante,
azul a su pesar, al que la noche lava.




ArribaAbajoLos ojos en las ramas




ArribaAbajoDonde se cuenta, algo enfadado, de cómo Arantxa nunca acaba de comer


«Era una vez un oso...» (Arantxa empieza
a no comer. Se acerca la cuchara
hasta la boca, y moja de su cara
tan sólo el labio. Y, al final, bosteza).

Arantxa, ¡come! (Y vuelve la cabeza.
Tose. Se rasca. Juega con la clara
del huevo frito. Hace que muerde, y para.
Torna a empezar con gesto de tristeza).

Arantxa, ¡come! (El plato es aún doncello.
Lo mira. Se decide. Curva el cuello.
Avanza. Frena. Embiste. Se arrepiente).

Arantxa, ¡come! (Y cerca de la cuatro,
dos horas de función en su teatro,
dice que nones. Porque está caliente).




ArribaAbajoDe la revelación que fue en tu cuna presagio de virtud dada a las manos


Lo que tocas, el aire, se modela.
Palpas la brisa, el talle del vacío,
y tu dedo albañil, copia del mío,
edifica la gracia, la cincela.

Debajo de tu pelo de canela,
donde brillan tus ojos color río,
un ángel aprendiz de tu rocío
manda a rizar sus alas a tu escuela.

Y estás como estudioso, atareado
en ese construir risas y cosas,
plumas de cisne, cuellos de claveles.

Tocas el aire. Y ya, recién creado,
hay un olor a Emilia y otras rosas
que envidian muchos ángeles manueles.




ArribaAbajoMemoria amarga de mí


ArribaAbajo[Esta noche decido...]

Esta noche decido tener contigo un libro. Comienzo en ti a engendrarlo escribiendo estos versos que en tus labios he visto. Y que así, su memoria, explique a quienes lean qué de amor hubo en ello.

He decidido, libre, pedirle a estos poemas sólo digan tu nombre. Y, luego, he prometido más de ti enamorarme, sabiendo de ambas cosas la segunda más fácil y las dos muy difíciles.

Nacerá con tu gesto, con tu misma sonrisa, y un temblor en los hombros donde alguna paloma se construya una casa. Pues será sólo tuyo, tan a ti parecido que al mirarlo te vean.

Igual que si por dentro de ti multiplicases una lluvia gemela y, hermosa y repetida, otra vez te alumbrases. Porque tú serás sola las palabras que habiten este póstumo libro.

Porque quiero que quede constancia de lo mucho ya vivido en tus ojos. Y sepas cuántas horas, siendo infiel a tus brazos, he besado en tu pecho la lumbre imaginada de una lámpara bella.

Su historia será un vientre, sin final, avanzando. De mí depende sólo ser espejo, el principio. Tú sabes que eres parte, gran sustancia de esto. Y sabes necesito cada verso me ayudes.

Además, he tomado tu mano hoy no furtiva y he sentido que sólo tú mereces mi tiempo. Por eso, lo que quede de mi vida ya es tuyo. Y nadie, ni tú misma, logrará convencerme.

Los dos hemos perdido varios siglos mirándonos. De haber antes vivido, nuestro libro hoy tendría tamaño como un árbol y un rostro parecido al que acercan tus pómulos ya gestantes y aún tímidos.

Pero sé es todavía la edad feliz, que aún puedes llevar hasta la escuela nuestro libro, comprarle zapatos y vestidos y decir al que pasa cómo al fin decidiste floreciera en tu cuerpo.

Y, un día no lejano, tal vez dirán tu nombre no creyéndolo mío. Pues sabrán es de quienes sus mitades le dimos. De las cuales la tuya será porción más plena, pues tú sola lo escribes.






ArribaAbajoDe latrocinios y virginidades




ArribaAbajo[Es elocuente cuanto no te diga, pues ninguna]


Es elocuente cuanto no te diga, pues ninguna
palabra clarifica
como el silencio.
Decirte adiós es esta copa larga
con un sabor a nunca. Sin embargo,
perdido entre el alcohol, hay en su fondo
un verso.
Ése es el tuyo. Bébelo
no despacio, pero no tampoco
con la aceleración de quien se marcha
y envenena el cristal. Deja que el vaso
pueda hablar en tu boca. Y, aunque al fin vacío,
mantenga su temblor. Ya que quien ama
para siempre lo hace.




ArribaAbajo[Hueles como el verano. desde el calor, lentísimas]


Hueles como el verano. Desde el calor, lentísimas,
se me ofrecen las jaras y, en tus hombros,
lo flexible del mimbre y el lentisco. Tienes,
debajo de mis brazos, un herbazal tranquilo,
olor a prado en celo y a retama de un monte.
Parece que vinieras de una casa sin nadie
con un carro de heno que asustara en los labios.
Estás como entregando una mensajería
de un lugar inconcreto que no sabe su nombre.
Tu oficio más propenso es hablarle a los tréboles
y hacer que en cada mano se haga grande un arroyo.
Abrazarte es lo mismo que ir oliendo una fábrica
donde el polen hubiese trabajado descalzo.
A través de tu boca se ha asomado una espiga
y hay un poco de mosto que va abriéndose paso.
No existe sitio tuyo que no ordene
mirar su procesión, más infidelidades
a las cosas restantes que arde al sol tu azotea.
Hueles a la corteza del pinsapo y del álamo.
Desde ti suena el mundo como el aire en las cañas
o el zorzal. Se despeñan los párpados a verte
y, al rodar, te visitan regiones augurales
que enloquecen en misa con su fiesta de pronto.
No es posible explicarte sino deletreándote
o enviando a la escuela la emoción de uniforme,
con zapatos de párvulo y un gran lazo en el cuello.
Amarte es despedirse abrazándote a un campo
que huele a regadíos y a un vellón trashumante
que hubiese ido de compras a una tienda con flores.
Exhalan tus dos pechos una jardinería
que asciende de las sábanas con que heredas la nieve.
Y está tu olor tendido, dentro de la hermosura,
con una piel tan blanca que te beso esquiando.




ArribaAbajoMedio siglo, cien años




ArribaAbajoReconstrucción del tango no bailado con nadie


(Avenida Corrientes)




La tarde todavía se escribe con tu nombre,
con una luz de plata sobre un bandoneón.

Se escribe en un cuaderno con hojas amarillas,
grabando cada letra tu nombre en un renglón.

Recuerdo que tenías dos ojos que cantaban
y una tienda con flores en la respiración.

La tarde se dolía de un beso en la garganta,
de un tango que temblaba dormido en un sillón.

Desde una voz con lluvia cruzaban colegialas
sonando en sus carteras la última lección.

Pasaban con la risa colgando de los brazos
y el verbo amar en tiempo de desconjugación.

Recuerdo en esa calle dos piernas me miraron
y dejaron su firma sobre mi corazón.

Gozarlas fue dolerse la mitad de otro siglo,
metiéndole de ausencia su fierro este malón.

Aún oigo cuando hablaban llegando a la cintura,
su lumbre de allá arriba bajando hasta el tacón.

No existe ya nostalgia como no oler su cuerpo
ni andarle a sus caderas la joven tentación.

Después de que pasaran mis manos se murieron,
se me han difunto un hijo y un verso en un jarrón.

El mundo tiene calles y bromas que dan miedo
y no debés buscarle más argumentación.

Recuerdo que tenías yuchanes en los ojos
y un sabor a semillas y a panificación.

Si dicen que te olvido, reíte, sabés cómo
el sueño me ha enfermado tu boca bermellón.

Sabés que sos mi luto que nunca se termina,
que vos sos quien me arrima mi desesperación.

Me va quemando un beso por dentro de los labios
y dentro de otro beso se ve mi inhumación.

Recuerdo que tenías dos ceibos en los ojos
y un perfume de fruta casi en germinación.

Recuerdo que tenías la música por dentro,
sonando a lo incurable de mi desolación.




ArribaAbajoPalabras al oído de quien no pudo oírte


(Torre de los Ingleses)




Cuando nos veamos
¿nos conoceremos?
¿Seré el mismo por fuera,
tú la misma por dentro?

Cuando nos veamos
-si alguna vez nos vemos-,
¿seremos los que somos,
los que fuimos seremos?

Cuando nos veamos,
cansados ya de vernos,
¿seremos estos mismos
que han dejado de serlo?




ArribaAbajoLectura de la nada


(Plaza Dorrego)



Todo verso es final, es letra última.
Es, por ello, un vacío
y una incomparecencia.
Aquí estás,
es tu nombre.
De tal maceración arde mi mano
y obtiene, en ti, la exacta
perfección de esta nieve, el volumen inscrito
por lo interno de un cero.
Nada, nunca, te ha dicho;
no podrá desdecirse.
La palabra en que eres lleva al hielo su rostro.
Su destino,
fatal,
es licuarse.




ArribaAbajoPerversificaciones




ArribaAbajo[Me llevabas a calles que no iba]


Me llevabas a calles que no iba
y, luego de andar mucho,
llegabas a un lugar que siempre era
donde tú ya no estabas.




ArribaAbajo[A ti, que ya has dejado de alegrarme]


A ti, que ya has dejado de alegrarme
como lo hicieras en aquel verano,
te vengo a ver las tardes de este invierno
huidizo hasta tu casa de la nieve.
Porque ya no te quiero. Así que, cuando
solícita me obligas a aceptarte
y accedo a lo que pides por el frío,
no pienses que es mi amor el que a ti acude.




ArribaAbajo[Has hecho bien en olvidarme. Hubiera]


Has hecho bien en olvidarme. Hubiera
apagado ese fuego aquella noche
sólo dos veces más, y sólo a ratos,
y tú pides el mar en cada instante.
Así que has hecho bien. Mas compadezco
a aquel que tendrá sitio ya en tu hoguera,
pues no sabe el traidor qué incendio el tuyo
cuando imagines que conmigo yaces.




ArribaAbajo[De todos los lugares donde hicimos]


De todos los lugares donde hicimos
arder tu juventud, recuerdo como
sitio nunca olvidable la bañera,
a la cual me llevaste -yo tan limpio
de cuerpo y corazón- con el sigilo
de darme a conocer, líquido, el fuego.

Y, en verdad, conocí cuánta y distinta
puede la lava ser en los volcanes.
Fue tan perfecta la ocasión de amarnos
igual que los delfines en el agua
-ahogándonos a ratos y creciendo
por encima del mar: muslos convictos,
senos en desazón, piel en naufragio,
la hirviente red en la que el pez moría-,
que, desde entonces, casi medio año
-limpio de corazón y no de cuerpo-,
no me he vuelto a bañar
por olvidarte.




ArribaAbajo[Ella no es joven. Mas las dos estáis]


Ella no es joven. Mas las dos estáis,
por dentro y fuera, hechas de la misma
materia y proporción, cuerpo con algas
donde olvidarse, pues tenéis el mismo
espacio de la flor en que oler mucho
por cuantas veces cada tiempo exija.

Conoces bien que, de las dos, tú eres
quien puede más. Que nadie pone en hora
el reloj de mi amor como tú haces
al llegar el verano.
Pero el año tiene
doce meses que son distancia grande.
Y si ella cerca cuando tú lejana,
¿que puedo hacer sino sufrir paciente
su mucha caridad con tu marido?




ArribaAbajo[Si los ojos dejaran sus señales]


Si los ojos dejaran sus señales
en aquello que miran, no pudieras
moverte ni ya andar. Porque tendrías
heridas y arañazos en las piernas,
cicatrices de amor, rastros de hambre,
mordiscos de jaguar bajo tus medias.




ArribaAbajo[Cuando es la noche y, en mi cama, a solas]


Cuando es la noche y, en mi cama, a solas,
pasan los trigos con tu piel, tus pechos
del tamaño del agua, las cerezas
maduras que comí o el cuerpo tuyo
que ha nacido perfecto; cuando todo
huele a la noche que tu flor me abriera,
no tengo otro consuelo que abrasarme,
fingirme otra vez yo, darle a la mano
lugar donde mentir lo que, allí sido,
repite de tu amor lo que, ay, no eres.




ArribaAbajoTerritorios del puma




ArribaAbajoUn coche a toda velocidad sólo es hermoso si te lleva donde hacerle el amor a la Victoria de Samotracia


Íbamos en vehículo, como las madreselvas
al llegar el verano. Parecía que fuese
a quedar solitaria la ciudad. Porque huíamos
millares de inocentes a encontrar un domingo
donde al fin no escondernos, en busca de la muerte
que se hallaba en el campo.
Tus piernas comprendían
por qué al verlas cantaban todas las autoescuelas
y también los semáforos. Pues eran el prodigio
que iba dando a las ruedas el lugar donde el tiempo
caminaba a ser joven. Y por ellas andaba
el camino y el sitio al que yo dirigía
mi insistencia y mi alma para llegar temprano
al calor de esa tarde.

Corrías como loca,
como desesperándote. La calle trasladaba
su sonido a tus ojos. Yo besaba tu cuello,
que, al igual que una espiga, volaba hasta esa frente
donde yo andaba oculto.

En la larga avenida
preguntaban quién era aquella luz con gafas
que llevaba el volante.
Y el aire nos cegaba
sin poder distraernos. Ya que tú conducías
apoyada en mis labios. Y al fondo había un paseo
al que correr sin riesgos que no fuesen la muerte
a que nos dirigíamos. Algo así como un cuerpo
del que fue deseado, como un monte no visto
que se fuese acercando a explicar cuántos iban
a morir aquel día.
Porque el auto iba ardiendo
de los dos. Y los pinos estaban situados
invisibles y adrede, para que nuestras vidas
dejaran contra ellos lo que nos desahuciaba.
O tal vez lo que entonces simuló desahuciarnos
para no confundirnos.
Que no era cosa alguna
sino la carretera, las urbanizaciones
por las que, rodeando, dimos vueltas a nada.
O a la fuente sin agua que bebió de nosotros
y compró en ti la lluvia.

Lo cierto es que esa tarde
íbamos a matarnos preguntándonos cómo
hallar el gran momento en el que consumirnos.
Si mejor en los pinos o en tu hoguera cercana,
junto a la gasolina. Porque al fondo había un muro
que tú, la conductora, ya habías colocado
sin saber que existía.
Por eso entendí era
el momento oportuno de intentar el suicidio.
Y pedí desnudarte. Y fui bajo tu blusa
descubriendo el verano.

Así que me di muerte
sin que me equivocara. Y me maté de pronto,
pero muy despacito. Meditando en que el golpe
fue mortal. Y tan grave que debe repetirse
si quieres resucite de este estado de muerto
del que vengo muriéndome.
Porque sé desde entonces
que he muerto en esas curvas que llevaban al parque.
Aunque estés indicándome con tus ojos de viernes
que no hay curvas ni parque, que es tan sólo tu cuerpo.
Y, en verdad, al mirarte, soy el canto glorioso
de los resucitados. Y, aun difunto, conozco
mi fortuna es tan grande que no cabe en tu auto
y al suicidio hace corto.

Por eso fui conforme
de morir tanto rato.
Así que me di muerte
sin que me lastimaras. Y elegí no matarte
para no morir mucho. Y poder otro día
pedirte que me mueras, pero aún más despacito.




ArribaAbajoGlosolalia




ArribaAbajo[¿Quién sujeta este galgo...?]


¿Quién sujeta este galgo
veloz, esta escritura que pasa ante mi puerta
y su adiós hoy me dice?

Palabras, espejitos,
cuentecillas, arpones. ¿Quién a ellas las ata,
las obliga a esta línea?

¿Por que huyen, se extinguen,
rehúsan a quedarse, a posar con su cetro
que envidiara el diamante?

Mosaicos, abejitas,
mayúsculas, minúsculas, picaflores, cobayas,
emigrantes alondras.

¿Quién por mí las respira,
las anuda a mi árbol y las hace conformes
de consigo en mi vida?




ArribaAbajoBestiario




ArribaAbajo[Sabe el camaleón cuando se tiñe]


Sabe el camaleón cuando se tiñe
que, al adaptar la piel, el camuflaje
defenderá su ocultación. Por eso,
en medio del peligro de otras fieras
que al reptil que se mueve decapitan,
sólo él resiste y envejece craso
contando muertos en su oculta rama.




ArribaAbajo[Como vivir con muertos era arduo]


Como vivir con muertos era arduo
decidí no dejar mi madriguera
y quedar encerrado en la mazmorra
sin ver ni oír ni oler de la sabana
la podre en la que yacen los cadáveres
de mis mortales enemigos vivos.




ArribaAbajo[Lamiendo el sumidero, y entre tubos]


Lamiendo el sumidero, y entre tubos
que bajan con las heces a cloacas
de aguas empozadas y nocivas
repletas de detritos y de larvas,
ejerces lo tan sucio del trabajo
entre la envidia de las otras ratas.




ArribaAbajo[Para ascender en el redil, la oveja]


Para ascender en el redil, la oveja,
de pura lana virgen su balido,
lo de virgen y pura le ha ofrecido
en su mejor bandeja.




ArribaAbajoMitologías




ArribaAbajo[Carne mortal, terrestre]


Carne mortal, terrestre
alacena del agua,
pretérito presente,
puerta abierta cerrada.




ArribaAbajo[Fue un instante tan sólo]


Fue un instante tan sólo.
Pude verlo muy rápido.
A pesar de su huida
lo recuerdo muy blanco.
Pujar lo vi, subiendo
hacia cielo más alto,
crecer como un planeta,
madrugar el espacio.
Después entró en lo oscuro,
donde un aire enlutado.
Y lo vi deshacerse
como trino de pájaro.




ArribaAbajo[Consunción de la rosa]


Consunción de la rosa,
sola y bella, turgente,
modelada en la forma
que deshoja su muerte.




ArribaAbajo[Por quién soy le pregunto]


Por quién soy le pregunto
a quien sé no me oye.

Le digo que soy Hamlet
sin decirle mi nombre.

La respuesta de Ofelia
en mi oído se esconde.




ArribaAbajoSon(i)etos a Pablo




ArribaAbajo[Si hace calor, igual que si hace frío]


Si hace calor, igual que si hace frío,
a las siete, o así, de la mañana,
los padres, sin piedad, tocan diana
del sueño secuestrando al pobre crío.

Y Pablo mira sin decir ni pío
y se deja vestir de mala gana
para unirse a la triste caravana
que destierra en el cole al niñerío.

E igual si le hace bueno o si le nieva,
que le tueste el calor o que le llueva,
y siempre así a partir del quinto mes,

a Pablo, el pequeñín llamado a filas,
colocan en la espalda las mochilas
y lo aparcan, llorando, hasta las tres.




ArribaAbajo[Al levantarse ha visto la nevada]


Al levantarse ha visto la nevada,
el césped blanco, el seto, la piscina,
el ciprés, los abetos y la encina
cubiertos de la nube desplumada.

Primera vez que encuentra su mirada
el ballet cadencioso de esa harina
que danza y se columpia blanquecina
hasta la tierra en busca de posada.

Y observa sorprendido lo que vuela,
en tanto en el cristal se le congela
la nariz comenzando a estornudar.

Y aguanta sin chistar en la ventana,
envuelto en su sarcófago de lana,
mientras mira la nieve pasear.




ArribaAbajoApócrifos




ArribaAbajo[Aunque batallas perdí]


Aunque batallas perdí,
de las otras que gané
la mejor bien me la sé.

La mejor, linda casada,
bella fue, tan bien lograda
y tan recia y peleada
la fuerza con que acudí,
que la alcazaba, asaltada,
gritaba de amor ganada
pidiendo ser ya de mí.
Que aunque batallas perdí,
de las otras que gané
la mejor bien me la sé.




ArribaAbajo[No me hagas enfermar]


No me hagas enfermar
que no me podré curar.

Si curas de tu cuidado,
cuídate de lo vedado
y lo oculto no enseñado
no me lo des a mirar,
que no me podré curar.

Pues quien pudo así gozar
en lo secreto mirado
de amor vive condenado,
poseso de aquel lugar.
Y no se podrá curar.




ArribaAbajoÓpera bufa




ArribaAbajoÉtica para Fatuo


Creyéndose famoso, el timorato,
catorce defunciones a su grupa,
parece -según dicen- que se ocupa
en pergeñar un nuevo asesinato.

Llevado de su mano delincuente,
sado_estajanovista del oficio,
por no poder curarse de su vicio,
parece será pronto reincidente.

Y que retoñará su saña fiera,
sumándole a los crímenes de antaño
el cadáver que imprime cada año
en una editorial sepulturera.

Porque, impune, sin nadie que incrimine,
hoy al borde de quince defunciones,
matar piensa futuras ediciones
el día en que a este muerto lo termine.

Pues, sin tregua, con negra alevosía,
dejando tanta muerte en el camino,
quiere llenar él solo, este asesino,
el cementerio -R.I.P.- de la Poesía.




ArribaAbajoDe negros y meriendas


A fulano de tal, como a mengano,
dizque un negro le ordeña los sonetos,
que le purga el yogur de los panfletos
y le adorna el rimar calamocano.

Lo mismo dizque pasa con zutano,
el mayor de la grey de analfabetos,
a quien maquilla sus deformes fetos
otro moreno dizque sevillano.

A tal subsahariano del tercero
le debe lo aceptable su coplero,
algún solo sin gallos el tenor.

Mas no ocurre en los otros, que el mulato,
falsilla de un don nadie y de un niñato,
lo tiene negro. Y cada vez peor.




ArribaAbajoUniverso sonámbulo (Elegías)




ArribaAbajoRonda de espumas


(Claudio Rodríguez)




Después de que esta ola se ha dejado su cuerpo
tras la lámina blanca de la orilla, deviene,
con la misma codicia, otra igual que nos llama.
Asoma hasta las barcas la canción que la empuja.
Y su rostro vestido de la sal, ojo bello,
redondo labio en lluvia que jamás se equivoca
de su azul estatura, arriba en retirada
y se explica en su brillo.

Sin descanso ni ahogo
hasta mí llegan gotas que me aspergen y enciman
tan pequeño diluvio con que besa el océano.
Asilado así en ellas, de su máquina aérea
cuanto llueve recojo, sus pequeñas celdillas
repletas del rocío que a mis miembros se engarza.

Aceptado en su lengua, recorro el campo extenso
de su siembra en el aire. Y, seguro en el vuelo,
mi piel alzo, la abro, humedad del diamante,
hecho ingrávida pluma, ola yo en estas olas.




ArribaAbajoCuanto sé de él


(José Hierro)




Ninguna ya como esta voz. Se suman,
cifra total, la libertad y el viento
que a la luz se condujo. Piedra alta
sin morder de los siglos, reino extenso
donde erige su cúspide, detiene
la tanta claridad, canto del cielo.

Jamás palabra por la lengua dicha
como este verso sin vejez ni tiempo
en que, joven sin bozo, el ritmo acude
nacido sin ayer, niño de nuevo,
emoción hecha música, a ofrecerse
tañida sólo por su voz y el eco.




ArribaAbajoInéditos




ArribaDecir adiós


Silente, cual el pájaro obedece
sellado el trino que signó la bruma,
el verso duerma en la apiadada fosa
donde, túmulo eterno, sin voz quede.

Calle lo escrito como mudo exvoto,
del humo en lo fugaz sólo memoria.





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