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Antología poética

Javier Heraud

El río (1960)

La vida baja como un ancho río.


Antonio Machado




1

Yo soy un río,

voy bajando por

las piedras anchas,

voy bajando por

las rocas duras,

por el sendero

dibujado por el

viento.

Hay árboles a mi

alrededor sombreados

por la lluvia.

Yo soy un río,

bajo cada vez más

furiosamente,

más violentamente

bajo

cada vez que un

puente me refleja

en sus arcos.

2

Yo soy un río

un río

un río

cristalino en la

mañana.

A veces soy

tierno y

bondadoso. Me

deslizo suavemente

por los valles fértiles,

doy de beber miles de veces

al ganado, a la gente dócil.

Los niños se me acercan de

día,

y

de noche trémulos amantes

apoyan sus ojos en los míos,

y hunden sus brazos

en la oscura claridad

de mis aguas fantasmales.

3

Yo soy el río.

Pero a veces soy

bravo

y

fuerte

pero a veces

no respeto ni a

la vida ni a la

muerte.

Bajo por las

atropelladas cascadas,

bajo con furia y con

rencor,

golpeo contra las

piedras más y más,

las hago una

a una pedazos

interminables.

Los animales

huyen,

huyen huyendo

cuando me desbordo

por los campos,

cuando siembro de

piedras pequeñas las

laderas,

cuando

inundo

las casas y los pastos,

cuando

inundo

las puertas y sus

corazones,

los cuerpos y

sus

corazones.

4

Y es aquí cuando

más me precipito.

Cuando puedo llegar

a los corazones,

cuando puedo

cogerlos por la

sangre,

cuando puedo

mirarlos desde

adentro.

Y mi furia se

torna apacible,

y me vuelvo

árbol,

y me estanco

como un árbol,

y me silencio

como una piedra,

y callo como una

rosa sin espinas.

5

Yo soy un río.

Yo soy el río

eterno de la

dicha. Ya siento

las brisas cercanas,

ya siento el viento

en mis mejillas,

y mi viaje a través

de montes, ríos,

lagos y praderas

se torna inacabable.

6

Yo soy el río que viaja en las riberas,

      árbol o piedra seca

yo soy el río que viaja en las orillas,

      puerta o corazón abierto

yo soy el río que viaja por los pastos,

      flor o rosa cortada

yo soy el río que viaja por las calles,

      tierra o cielo mojado

yo soy el río que viaja por los montes,

      roca o sal quemada

yo soy el río que viaja por las casas,

      mesa o silla colgada

yo soy el río que viaja dentro de los hombres,

      árbol     fruta

      rosa     piedra

      mesa     corazón

      corazón y puerta

      retornados.

7

Yo soy el río que canta

al mediodía y a los

hombres,

que canta ante sus

tumbas,

el que vuelve su rostro

ante los cauces sagrados.

8

Yo soy el río anochecido.

Ya bajo por las hondas

quebradas,

por los ignotos pueblos

olvidados,

por las ciudades

atestadas de público

en las vitrinas.

Yo soy el río,

ya voy por las praderas,

hay árboles a mi alrededor

cubiertos de palomas,

los árboles cantan con

el río,

los árboles cantan

con mi corazón de pájaro,

los ríos cantan con mis

brazos.

9

Llegará la hora

en que tendré que

desembocar en los

océanos,

que mezclar mis

aguas limpias con sus

aguas turbias,

que tendré que

silenciar mi canto

luminoso,

que tendré que acallar

mis gritos furiosos al

alba de todos los días,

que clarear mis ojos

con el mar.

El día llegará,

y en los mares inmensos

no veré más mis campos

fértiles,

no veré mis árboles

verdes,

mi viento cercano,

mi cielo claro,

mi lago oscuro,

mi sol,

mis nubes,

ni veré nada,

nada,

únicamente el

cielo azul,

inmenso,

y

todo se disolverá en

una llanura de agua,

en donde un canto o un poema más

sólo serán ríos pequeños que bajan,

ríos caudalosos que bajan a juntarse

en mis nuevas aguas luminosas,

en mis nuevas

aguas

apagadas.


Piedra fría,

solemne piedra,

¡si pudieras hablar

en mi costado,

si pudieras cantar en

tu vertiente!

Si desembocaras en un

ancho río,

y trajeras la paz al

mundo entero,

al cantarte en tus

aguas destiladas,

alma serías en mi

frente oscura,

brazo serías

de mi antigua

cabellera.


En las montañas o el mar

sentirme solo, aire, viento,

árbol, cosecha estéril.

Sonrisa, rostro, cielo y

silencio, en el Sur, o en

el Este, o en el nacimiento

de un nuevo río.

Lluvia, viento, frío

y azota.

Costa, relámpago, esperanza,

en las montañas o en el

mar.

Solo, solo,

sólo tu sola risa,

sólo mi solo espíritu,

sólo

mi soledad

y

su

silencio.


1

Mi cuarto es una

manzana,

con sus

libros,

con su

cáscara,

con su cama

tierna para

la noche dura.

Mi cuarto es el

de todos

es decir,

con su

lamparín que

me permite reír

al lado de Vallejo,

que me permite ver

la luz eterna de

Neruda.

Mi cuarto, en

fin,

es una

manzana,

con sus libros,

sus papeles,

conmigo,

con su

corazón.

2

Por mi ventana nace

el sol casi todas

las mañanas.

Y en mi cara,

en mis manos,

en el dulce

clamor de la luz pura,

abro mis ojos entre la

noche muerta,

entre la tierna

esperanza de

quedar vivo un

día más,

un nuevo día,

para

abrir los

ojos ante la

luz eterna.


Mariposas, árboles

calles angostas y

venideras, ¡cómo decirles

que a la hora del crespúsculo

sus ramas vivideras volverán

a crujir en la tormenta!

Si en la noche

remontaran

el más ancho río,

¡cómo negarles su candor

sangriento,

su pecho claro

esclarecido!

Mariposas, árboles en la

tormenta, en el río claro

merced vuestras alas al

ruidoso viento

que entre los dos saldrá

la madrugada.


El viaje (1961)

El viaje del descanso

He dejado descansar tristemente mi cabeza

en esta sombra que cae del ruido de tus pasos

vuelta a la otra margen

grandiosa como la noche para negarte

he dejado mis albas y los árboles arraigados en mi garganta

he dejado hasta la estrella que corría entre mis huesos

he abandonado mi cuerpo


Emilio Adolfo Westphalen




El deseo

Qusiera descansar

todo un año,

y volver mis ojos

al mar,

y contemplar el río

crecer y crecer

como un cauce,

como una enorme

herida abierta

en mi pecho.

Levantarme,

sentarme,

recostarme en

las vertientes

o

en las orillas

de los mares,

recostarme en

las crecientes,

acomodarme

suavemente en

las aguas

o

en

los

manantiales.

El poema

1

He dormido todo

un año,

o tal vez he muerto

sólo un tiempo,

no lo sé.

Pero sé que un año

he estado ausente,

sé que un año he

descansado,

sé que en ese tiempo

las moras y las frutas

secaban sus raíces

triturándolas

de sabor y regocijo.

Yo descansé

en la sierra,

y felizmente mi

corazón no se secó

con la humedad

del llanto,

no sollozó,

no reclamó tristezas

pasadas.

Todo sucedía como

siempre:

y yo descansaba

descansando,

los trenes aún

pesaban sus rieles,

los barcos naufragaban

tarde y noche,

muchos peces

agotábanse en el mar.

3

Hoy he vuelto

mis caminos.

Partí hace ya

un año.

Todo podría negarlo

ahora:

no sé si he nacido,

no sé si he leído

alguna vez un libro.

Habré tal vez hojeado

un verso de Salinas

que hoy quiero olvidar.

Un año nunca es suficiente

cuando se desea el descanso.

Si he nacido

es porque he de acabar

con mis huesos

en el mar:

(el mar lo lava todo,

el mar cubre

las hierbas y los pastos,

él llena los corazones

de sal y de tinieblas).

Pero yo acaso ya he

muerto,

un año es siempre un año,

realmente no he

descansado nada,

¿o es que quiero

volver a recostarme

en el lecho

del descanso, en donde

en sueños escuchaba

el rumor

de las vertientes

del otoño?

5

He estado un largo

año tendido en

la hierba del olvido,

cubierto por

las hojas del amor y

del otoño.

Ya he descansado

un poco, lo confieso,

yo partí sin despedirme,

pero es que en mi corazón

no cabían ya mis flores,

en mi corazón no entraba

ya el duro secreto de la vida.

8

He vuelto. Dormí un

largo año, descansé

y estuve muerto, pero

gocé de abril

y de las flores blancas.


Recuento del año

Una vez terminado

el año,

procedo a recoger

mis cosas nuevas,

procedo a reclamar

papeles viejos,

hago al compás

de charlas amistosas

el recuento del año,

el recuento de mis

365 días pasados:

todo se fue

rápidamente,

no hubo tiempo

para la cosecha,

ni para

sembrar el trigo

en los maizales.

Los días volaron

raudamente,

estuve sentado,

leyendo,

o alguna vez

escribiendo

hasta la noche.

No tuve miedo

de la muerte,

no pude sembrar

el amor como

quería,

recogí algunas

frutas caídas

y supuse que

al final moriría

alguna tarde

entre pájaros

y árboles.

No estoy muerto.

Sin embargo,

entre tarde y tarde

cuando vibran

los soplos

del silencio,

abro mi corazón

al conjuro

del viento

y la palabra,

y construyo

casas,

tierras,

mares,

nuevos albores,

nuevas tristezas,

y callo al final

      (como siempre

      recordando y

      recordando).


Mi casa muerta

1

No derrumben mi casa

vieja, había dicho.

No derrumben mi casa.

2

Teníamos nuestra pérgola,

y dos puertas a la calle,

un jardín a la entrada,

pequeño pero grande,

un manzano que yace seco

ahora por el grito

y el cemento.

El durazno y el naranjo

habían muerto anteriormente,

pero teníamos también

      (¡cómo olvidarlo!)

un árbol de granadas.

Granadas que salían

de su tronco,

rojas,

verdes,

el árbol se mezclaba

con el muro,

y al lado,

en la calle,

un tronco que

daba moras

cada año,

que llenaba de hojas

en otoño las puertas

de mi casa.

3

No derrumben mi vieja casa,

había dicho,

dejen al menos mis

granadas

y mis moras,

mis manzanas y mis

rejas.

4

Todo esto contenía

mi pequeño jardín.

Era un pedazo de

tierra custodiado

día y tarde por una

verja,

una reja castaña y alta

que

los niños a la salida

del colegio

saltaban fácilmente

llevándose las manzanas

y las moras,

las granadas

y las flores,

5

Es cierto, no lo niego,

las paredes se caían

y las puertas no cerraban

totalmente.

Pero mataron mi casa,

mi dormitorio con su

alta ventana mañanera.

Y no quedó nada

del granado,

las moras ya no

ensucian mis zapatos,

del manzano sólo veo

hoy día,

un triste tronco que

llora sus manzanas

y sus niños.

6

Mi corazón se quedó

con mi casa muerta.

Es difícil rescatar

un poco de alegría,

yo he vivido entre

carros y cemento,

yo he vivido siempre

entre camiones

y oficinas,

yo he vivido entre

ruinas todo el tiempo,

y cambiar un poco

de árbol y de pasto,

una palmera antigua

con columpios,

una granada roja

disparada en la batalla,

una mora caída con un niño,

por un poco

de pintura

y de granizo,

es

cambiar

también algo

de alegría

y de tristeza,

es cambiar también

un poco de mi vida,

es llamar también

un poco aquí a la muerte

(que me acompañaba

todas las tardes

en mi vieja casa,

en mi casa muerta).


Yo no me río de la muerte

Elegía

Tú quisiste descansar

en tierra muerta y en olvido.

Creías poder vivir solo

en el mar, o en los montes.

Luego supiste que la vida

es soledad entre los hombres

y soledad entre los valles.

Que los días que circulaban

en tu pecho sólo eran muestras

de dolor entre tu llanto. Pobre

amigo. No sabías nada ni llorabas nada.

Yo nunca me río

de la muerte.

Simplemente

sucede que

no tengo

miedo

de

morir

entre

pájaros y árboles.

Yo no me río de la muerte.

Pero a veces tengo sed

y pido un poco de vida,

a veces tengo sed y pregunto

diariamente, y como siempre

sucede que no hallo respuestas

sino una carcajada profunda

y negra. Ya lo dije, nunca

suelo reír de la muerte,

pero sí conozco su blanco

rostro, su tétrica vestimenta.

Yo no me río de la muerte.

Sin embargo conozco su

blanca casa, conozco su

blanca vestimenta, conozco

su humedad y su silencio.

Claro está, la muerte no

me ha visitado todavía,

y uds. preguntarán: ¿qué

conoces? No conozco nada.

Es cierto también eso.

Empero, sé que al llegar

ella yo estaré esperando,

yo estaré esperando de pie

o tal vez desayunando.

La miraré blandamente

(no se vaya a asustar)

y como jamás he reído

de su túnica, la acompañaré

solitario y solitario.


Solo soy

un hombre triste

que agota sus palabras.


Estación reunida (1961, póstumo)

Poema para Antonio Machado1

Cojo mi verde libro de Machado
y me pongo a llorar sobre la fuente

I

La tierra dura y seca de Castilla

alimenta las sombras y los días.

En la tarde que viene,

veo a Machado

caminar entre los bosques,

alto y tierno,

seco y duro

como los campos planos y redondos.

Sí,

te conozco Antonio,

alegre y claro,

cantando

a Alvargonzález,

leyendo a Virgilio

entre los días

o conversando con Martín,

Abel,

Mairena.

(Si en el arenal de Andalucía

o en los patios de Sevilla

      (al pie del limonero)

me encuentran

sentado ante la mesa

de Machado,

no pregunten por mí

y callen al escuchar los gallos de la aurora).

Sí,

te conozco Antonio,

con tu torpe aliño indumentario

y el verbo de tu boca como

un manantial helado.

II

Yo no soy el poeta que ustedes

nombraron.

Soy sólo el caminante solitario

que recoge las semillas del camino.

¡Ah, caminos del exilio y de la muerte!

¡Caminos de la huerta y de la fuente!

No importan los caminos:

la sal es siempre igual

y el azúcar amarga en cada pueblo.

Pero yo no soy el poeta que ustedes

nombraron,

soy sólo el caminante que despidieron

entre risas y sollozos y dejaron vagar

inútilmente por los senderos de la tarde.

Requebrando mi guitarra y soltándola

entre risas y recuerdos,

abandonando mi cuerpo al reflejo de las olas

sacudo las hojas de los árboles,

reniego de las noches, de las lunas,

desprecio los llamados subterráneos,

me despido de los sueños y las muertes

y de un solo tajo acabo para siempre

con esta poesía.

¡Ah, poesía de la flor y la palabra,

poesía del viento y de las mieses!


Poesía de otoño2

¿Por qué me acechas de este modo poesía?

¿Por qué me persigues insistentemente?

Bien sabes tú que nunca te he llamado

y menos ahora en que espero el otoño

sentado entre pardas bancas de marzo.

¿Pero qué sabes tú de las cosas?

Nada te puedo explicar.

Si te he amado y poseído entre las noches

ha sido porque tú me lo pedías

y porque venías hacia mí, no te buscaba.

Sí, lo sé, no me lo digas,

yo accedí blandamente a tus llamados

y entre tus manos era un títere

ridículo y viejo

sumergido en las montañas y en los mares.

Nunca te he buscado, poesía,

ya no te busco,

te siento ahora en mi garganta.

Ya no puedo librarme de ti,

y no es que esto me haga llorar,

ay,

pero sucede que te vuelves excluyente

y ya no puedo poseer a la noche ni a la luna,

ya no puedo poseer a los ríos ni a los mares

como los poseía de niño:

acariciándolos y dejándolos partir.

Hoy los retienes entre tus finas manos,

y cada noche,

y cada luna,

y cada río,

y cada monte,

es diferente al que grabaste en los árboles,

diferente al que escribiste,

diferente al que ahora imaginamos.

Y es así como llenas centenares

de páginas sobre el invierno,

o sobre la primavera,

o contra el verano

o a favor del otoño.

Y siempre repito los mismos mares,

los mismos ríos, las noches,

pero que nunca son iguales para mí.

(Para otros pueden ser idénticos

las lunas o las noches,

o los días del otoño y del verano).

En estos días, por ejemplo,

nos hemos sentado calladamente

a cantar el advenimiento del otoño.

Y qué se va a hacer,

el canto ya está escrito

y no puedo ahogarlo ni destruirlo,

porque contra ti, poesía, nada puedo,

porque contra ti nunca he podido,

porque contra ti nunca podré.


Poemas a la tierra (1961, póstumo)

Quiero que salgan dos

geranios de mis ojos, de

mi frente dos rosas blancas,

y de mi boca

      (por donde salen

      mis palabras)

un cedro fuerte y perenne,

que me dé sombra cuando

arda por dentro y por fuera,

que me dé viento cuando la lluvia

desparrame mis huesos.

Echadme agua todas las

mañanas, fresca y del río

cercano,

que yo seré el abono de

mis propios vegetales.


Viajes imaginarios (1961, póstumo)

Explicación

He vuelto a ser el mismo de antes. El que cantaba en las ventanas, el que se regocijaba con las lluvias, el que admiraba a los árboles cuando caen, en pleno otoño.

Yo, que esperaba ansiosamente el advenimiento del otoño, yo que salía maldiciendo del verano, de pronto, con los primeros fríos, quedeme paralizado. No sé cómo explicarlo. Pero sucede que las sillas se caían y yo como si nada; los pájaros pasaban hacia el sur y yo sin notarlo; las gentes entraban al cinema, salían de la Iglesia reíanse en los circos y yo alejado, sin estar con ellos como siempre.

Y ahora, que estoy sentado en la puerta del invierno, comprendo que aquel no fue un tiempo perdido. Estuve en otros sitios, caminé por otras plazas, otras arenas pisé, vi otros árboles, pareme en las ruinas de otros tiempos.

Y en vez de buscar un tiempo no perdido, contaré viajes no sucedidos, viajes imaginarios.

Viaje por los sueños

Otro tiempo estuve dormido. Viajé incansablemente por el país de los sueños, pero ahora nada recuerdo sino el despertar. (Todo me parecía diferente, preguntaba a las cosas por sus nombres, no sabía la hora, ignoraba el sentido del lugar en que me hallaba).

Pero tuve que levantarme, dejar mi cama y volver a pasear por el rostro de la ciudad, que ya conozco.

Viaje por las calles

Hay calles hermosas como cántaros de agua. (Hay que saber pesarlas, hay que saberles extraer toda el agua que llevan consigo).

Últimamente he estado caminando por ellas. Todas son iguales, y aún recuerdo (¡oh! cómo se me parecen) la calle sin árboles de mi casa, y la pequeña calle sin salda de Barranco, y aquella otra calle ascendente, de Chauvinillo.

Luego de este viaje inútil, a veces, me entran ganas de empezar otra vez. Aún quedan otras calles por conocer, mis pies no han tocado todas las calles del mundo. Días hay en que se me acumulan los deseos, y anhelo partir, dejar todo abandonado y seguir caminando. Pero me debo decir: ¡aguarda! Otras calles vendrán. Alguna hermosa calle de Venecia, otra más bella aún en Londres, en Sidney, o en Yungay, o en barrio en donde vivo.

Pero cuando diariamente regreso a la calle de mi casa, me digo que el tiempo de partir definitivamente ya debe acercarse. Estas tristes veredas me son insuficientes y aún no he acabado de romper todos los cántaros del mundo.

Ensayo a dos voces, con César Calvo (1961, póstumo)

Ha llegado la hora

de volver.

Hoy los ríos

destruyen

las cosechas,

y ha quedado sin nadie

la alegría.

Es necesario (entonces)

correr, gritar un poco,

saludar el retorno

de los días,

(necesita sus alas

la tristeza)

y recibir

el canto del rocío

desde los labios

dulces

de la hierba.


Ni el olvido

sabrá de este regreso.

Apenas si el aroma

de las tardes,

al esculpir sus rosas

en el viento,

hablará de nosotros.

Y desde nuestras solas

soledades, seguirán

extrañándonos los ecos.


Poemas reunidos en antologías

¿Dónde está Combray?3

L: ¿Dónde está Combray?

      J: En el jardín de Swann, en otoño.

Son hojas que recogí del jardín de Swann

un ocho de octubre en Combray o Illiers,

      da lo mismo.

Habíamos tomado el tren hacia Chartes

Lucho, Rachel, yo y Amaranta.

Allí hacía mucho frío,

pero nos consoló una lluvia

que nos obligó a tomar unos coñacs.

Claro, y también estaba la catedral

mostrándonos claras estampas,

sucios laberintos y blancos campesinos.

(no pagamos nada por ellas y aún las conservo.)

No había tren para Illiers

pero estaba el autobús esperándonos.

Y mucho frío también en Combray,

pero había un hotel de la imagen

con cuartos perfectos y edredones de plumas.

Y la paloma aquella que comimos,

y el vino tinto de la aldea,

y el queso natural que allí fabrican,

y el claro pan y el postre de manzana.

Sí, son hojas que recogí del jardín de Swann,

sobre una colina, sobre un puente pequeño

y un arroyo navegable,

pero Lucho se mareaba en la barca y no subimos.

No sé si el pueblo era hermoso,

pero allí estaba la casa de Marcel,

y la magdalena de la tía Leonie,

y la foto de Francisca la dulce,

y el acostumbrado libro de Ruskin,

y Enrique el olvidadizo de Prusia.

¿Qué más había?

Tal vez un retrato de Proust,

tal vez una ventana con vidrios de colores,

tal vez una azucena, un huerto,

un rosal, algunas cosas y estas hojas.


Poema en el avión4

Si acaso me preguntan

dónde estuve

y si insistentes, quieren

averiguar los sitios que he pisado,

les diré:

«Tres meses son tres años,

tres años son tres días,

tres días son tres horas,

y en verdad, en verdad hablando

sólo salí a dar una vuelta

por el parque,

entré al cinema

me tropecé con otras gentes en otras

partes.

Y ya estoy aquí,

nada le ha pasado a nadie,

yo sigo como siempre

admirando los ríos del otoño,

yo sigo como siempre

esperando al verano para maldecirlo,

y conversando con mis viejos

objetos adorados:

y no pregunten más,

que de mí no habrá ya más respuestas».

Bien, yo deberé decirles

a mis amigos «lo he hecho.

Estuve en Moscú.

Aquella vez que volví a casa

me sentí muy derrotado».


Palabra de guerrillero5

Porque mi patria es hermosa

como una espada en el aire,

y más grande ahora y aun

más hermosa todavía,

yo hablo y la defiendo

con mi vida.

No me importa lo que digan

los traidores,

hemos cerrado el pasado

con gruesas lágrimas de acero.

El cielo es nuestro,

nuestro el pan de cada día,

hemos sembrado y cosechado

el trigo y la tierra,

y el trigo y la tierra

son nuestros,

y para siempre nos pertenecen

el mar

las montañas y los pájaros.


En la Plaza Roja6

A estas horas, en estos días,

estuve en Moscú,

y desde mi piso 23 del hotel Ucraína

vi al río Moscú de noche

y a una ciudad de noche

que vive y duerme en la paz

de sus auroras.

A estas horas, Arturo y Mario

pasearán Moscú.

Pero es diferente.

Ellos hablarán con Marcos Ana,

hablarán de España,

verán en los ojos más abiertos

de su pueblo

el renacer y la esperanza.

(Pero es diferente

estamos en 1962

Nicolaiev y Popóvich

suman más de 100 vueltas).

Ellos caminarán por la Plaza Roja,

hablarán de mí entre adoquines.

Yo también quisiera hablar

con Marcos Ana,

contarle de mi pueblo y de su lucha.

Pero ahora

(no es demagógico decirlo)

hay otras luchas que hacer,

y Arturo y Mario hablarán por mí

con las palomas.


Partir por mi patria sometida

y por ti mi bien.


Vals Melgar



Un día me alejé de casa.

Dejé a mi madre en la puerta

con su adiós mordiéndome los ojos.

(Mi hermano, el pequeño,

no comprendía nada y creía

que volvería pronto).

Yo sabía que ese viaje era

para mucho

y por eso abracé bastante

a mi padre y saludé

futuros matrimonios de mis hermanas.

El carro ya partía, me fui, me marche, me largué

rápido de casa,

cumpliendo amenazas pasadas

que yo profería.

No quise despedirme de Amaranta

porque «el tiempo del amor no vuelve más».

Yo lo sabía,

y así entre amargura y desconsuelo,

me marché una tarde,

abandoné todo,

mi patria, mi país, mi casa,

«el mundo que a escondidas miro».

Y así llegué a La Habana,

recordando episodios transcurridos

entre cantos y risas.


Arte poética8

En verdad, en verdad hablando,

la poesía es un trabajo difícil

que se pierde o se gana

al compás de los años otoñales.

(Cuando uno es joven

y las flores que caen no se recogen

uno escribe y escribe entre las noches,

y a veces se llenan cientos y cientos

de cuartillas inservibles.

Uno puede alardear y decir

«yo escribo y no corrijo,

los poemas salen de mi mano

como la primavera que derrumbaron

los viejos cipreses de mi calle»).

Pero conforme pasa el tiempo

y los años se filtran entre las sienes,

la poesía se va haciendo

trabajo de alfarero,

arcilla que se cuece entre las manos,

arcilla que moldean fuegos rápidos.

Y la poesía es

un relámpago maravilloso,

una lluvia de palabras silenciosas,

un bosque de latidos y esperanzas,

el canto de los pueblos oprimidos,

el nuevo canto de los pueblos liberados.

Y la poesía es entonces,

el amor, la muerte,

la redención del hombre.


Madrid, 1961
La Habana, 1962

4

Me dicen:

Alfonso ha muerto.

(Sencillamente,

como un poema

abandonado dulcemente en la orilla

del mar me lo

han dicho)

Alfonso, Alfonso, no sé

si estás mirándome,

no hay ya planos

implacables ni moradas,

Alfonso,

los jamases y los siempres

los repetiste tú bajo la

lluvia,

enturbiando tu dulce corazón.

6

El poema destruido que encontré,

-¡hase muerto Alfonso!-

ahora sé que era de él

no Alfonso de Silva,

ni Alfonso el Sabio,

ni Alfonso el Grande,

sino simplemente

Alfonso,

el que todos conocimos

en nuestro viaje

hacia la muerte,

solamente Alfonso,

únicamente alfonso

(el que imitaba,

el que reía,

el que bromeaba,

el que fumaba,

el que lloraba)

Alfonso el Sabio,

de Silva, el Grande

todos los alfonsos

y el Alfonso el

único.