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Antología poética1

Arturo Corcuera

Cantoral (1953)

1

Trabajando desde el alba

están los hombres del campo;

-con arados y rastrillos-

depositan en los surcos

las generosas semillas.

Trabajando desde el alba

están los hombres del campo.


«Aquicito»

A vender leña en el pueblo

-con su carga en las espaldas-

a pie se va el Timoteo.

No le amedrenta la cuesta,

no le teme a la distancia.

A vender leña en el pueblo

a pie se va el Timoteo.


Las indiecitas del valle

lavan la ropa en el río;

-no saben lo que es jabón-

ellas quitan las manchitas

con el golpe de sus mazos.

Las indiecitas del valle

lavan la ropa en el río.


Sombra del jardín (1961)

1

¡Cómo el pecho del jazmín

solloza frío de lumbre,

la rosa le abrió una herida

con su lanza de perfume!


6

Cantan la fuente y el río.

Lleva el colibrí en su pico,

del jazmín para la rosa,

ramilletes de rocío.


18

Gimen las clavellinas.

La rosa -desgarrada-

se clavó sus espinas.


Noé delirante (1963)

Balada del ciempiés y la golondrina

En el lento invierno

o blanco verano,

don ciempiés

está todo el tiempo

mustio y desolado.

Cierta vez

una golondrina

lloró en los tejados

al ver en la vía

tantos pies descalzos.


Semblanza del saltamontes

Salta ríos,

salta bosques,

sueña saltar horizontes,

-humildemente-

el atlético

saltamontes.


Metáfora del gallo

Reloj despertador,

hijo apócrifo del papagayo,

pico alerta y clarinero.

¿Qué tiene el gallo

que se ha callado?

-Hay que llevarlo al relojero.


Primavera triunfante (1963)

I

Muchachas que miráis los precipicios

bajo crepúsculos desesperados,

infantes que jamás habéis reído,

seres opacos que caváis la noche

hasta encontrar el sol de los metales,

inviernos taciturnos, jornaleros,

remos hundidos,

pianos,

soledades:

Viene la primavera.

Viene alada

legándonos la paz.

No la paz del ciprés

que custodia el silencio de los muertos.

No la paz de planicies desoladas.

No la paz de las celdas del convento.

Es otra nuestra paz.


II

La paz del río cosechando peces,

la paz de las canciones de mamá,

la paz del fuego en medio de la noche

dorando el sueño de los panaderos.

La paz del mar

palpitando en las redes.

La paz de las oscuras golondrinas

conduciendo en sus alas el verano.

La paz de octubre pleno de setiembre.

La paz del campo lleno de domingos.

La paz florida de las zanahorias

floreando las mejillas de los niños.

La fiera paz de los libertadores,

la santa paz que no encontró Sandino,

de los guerreros en tiempos de paz,

del campesino dueño de la rosa,

de la fábrica en manos del obrero,

de los albos relámpagos pacíficos,

de los rojos crepúsculos pacíficos,

de los dulces océanos pacíficos.


III

Viene la primavera.

Para que el ánimo del afligido

se mire nuevo en el espejo un día.

Para que en las borrascas el poeta

deje de ser un grillo plañidero.

Para que no envenenen las colmenas.

Para condecorar al guerrillero.

Viene la primavera.

Se posará en las alas del olivo,

en la sandalia de la cenicienta,

en los bravos muñones de los mártires,

en las centellas de los cosmonautas.

Se aproxima con su vendimia verde,

mareas verdes

y palomas verdes,

repartiendo gavillas y claveles:

a las amantes de los marineros

tras la bruma de tardes que no vuelven.

A las rameras de Copacabana

que ensombrecen el día con sus ojos.

Al augural cartero de mi barrio

clamando carta desde su nostalgia.

Al linchado y nocturno sol de Harlem.

A la risa pintada de los clowns.

A los abuelos tiernos y gruñones

con sus achaques viejos

y sus anteojos nuevos.

A los versos huesudos de Vallejo

muriéndose de frío

y de Perú.

Viene la primavera.


Las sirenas y las estaciones (1967)

I

No eres el verano. No tienes barcos ni cordajes

de pájaros sobre tu proa. Eres un muñeco porfiado

y cargoso ambulando por la ciudad.

¿Dónde yace tu imperio dorado, tus

relampagueantes mareas, la capa colorada

de tu crepúsculo? Tu infancia y la mía

rememoro sobre tumbos de arena

construyendo castillos en el aire. Verano:

verabas estrellas, serpentinas

en mi corazón, espinazos de lobos marinos.

Viéndote acezar

añoro mi pelota parecida al sol,

mi desierta sonrisa de dos dientes:

edad de leche frágil mis siete años.

El crepúsculo nacía de olas

que bañaban de rojo el gris de los médanos,

el vivísimo lomo de las lagartijas,

las ventanas a escape de los trenes

abiertas al descampado y a una soledad

baldía que aprendí

de paporreta. Por las afueras,

volaban un cielo pecoso

los gallinazos atisbando en remolino

con olfativos ojos

algún pollino muerto,

envolturas de perros mordiendo el polvo

bajo tachos de basura. Saltimbanquis

meones recolectaban

cacharros antiguos, cometas

con las alas rotas, tenedores

desdentados y sobrevivientes ropas

de gentiles desconocidos.

Del ocaso emergían pescadores

con pechos velludos y botes

repletos. Otros no volvían.

A oscuras temblando de pavor

aguardaba en vigilia balbuceos

desesperados. Las caracolas

aún irradian atónitas voces

de naufragios, endechas quebradas

de estibadores muertos. Acercaba

mi oído a su concha musical: en sus cavernas

escuché lamento de sirenas, memorias

del aparecido,

los asaltos de palo:

cojos, tuertos, hoscos de afónicos piratas.

Oh verano de hoy,

verano asfaltado de amaneceres

adultos. Oh diurno sol de neón cercado

por paredes de cemento. Andas

en Metro, jadeante llegas a los edificios

y en el torreón rascacielo del viento,

desde el ojo del faro taciturnas

divisas sirenas de mar llamándote,

buscándote a lo lejos.


Poesía de clase (1968)

Manual de un Arte sano comprometido

I

Tengo las manos manchadas

-de tinta-

porque cuando escribo

jamás me lavo las manos.

Como se hace un zapato,

una cesta

de mimbre, un torito

de Pucará, así trabajo:

un verso cojo, manco, mudo,

ciego no, señores,

trabado no, corriente,

libre, zurdo,

majo,

entero quiero. Que lo persigan

encarnizadamente los de arriba

por hablar en voz alta desde abajo.


Aquí en la Tierra
(Salmo terrenal a Juan)

No llegues a los altares,

sólo a los andamios sube, Juan.

Sube

y baja

del asno

al campo,

apártate del Quijote,

codo a codo,

panza a panza

con Sancho Panza, Juan en cueros

y sin ganado, todo perdido.

Desovíllate Juan lanas, Juan

cordero vuélvete puma: comeclavos,

tragaespinas y en mar brava tórnate

manso Juan espuma, hazte áspera espuma

de la rabia, aterrado Juan

sin tierra casi enterrado, picapedrero

duro para el golpe y duros

tus sudores ante la fragua

en pleno estío, bajo la nieve

cuando está invernando. Oscuro

Juan a oscuras de claro en claro

trabajando, de turbio en turbio

cadavérico Juan minero. Bonachón

y campechano, Juan

de la paz, Juan

veintitrés,

cien,

      mil veces te lo repito:

no subas a los altares. Sigue

sobre la tierra rastrillando,

dispárate, espanta pájaros:

que no te hurten los granos,

ni la cólera te arranquen

como las propias rosas, Juan.

      El hombre del campo

      a su semejanza

      creó al espantajo.

Todo verde con tus plantas anchas

sigue sobre el lagar en pie

convirtiendo la uva en vino, Juan de la hoz,

los árboles en mesas, Juan del martillo,

con nosotros sigue

caminando

sobre el agua, Juan sin suela,

multiplicándote, proletariándote,

multiplicando peces, Juan pescador,

multiplicando panes, Juan panadero.

Con rosas y violencia

fundaremos nuestro reino de amor

aquí en la tierra


De niño cuánto soñaba

con ser un mago

de circo.

Mi gorra escolar trocarla

por un sombreo de copa,

mi caperuza de invierno

por una gran capa negra.

De niño

-yo lo recuerdo-

quería ser mago.

En divertidos idiomas

hacer parlar a los monos

palabrotas descaradas,

a los tiernos elefantes

esconderlos

de narices en mis mangas.

¿Por qué no lo fui

si ser mago yo quería

con mis cintas de colores

con mis pañuelos de seda?

Si yo quería

por convertir los gorilas

en palomas mensajeras.

El niño se me acabó,

pero sigo con las ganas

de ser mago.


La gran jugada. Crónica deportiva que trata de Teófilo Cubillas y la Alianza, Lima (1974)

renueva contrato

(¡Goooooooool...

de palomita

Gooooooooool...

de media cancha)

con su club del alma ALIANZA LIMA

      (y un aplauso que de pronto hierve en toda la tribuna

      cual si fuera un taponazo de botella de champán

      la pelota va a decirle no sé qué cosa a la luna

      que al volver llega riéndose con su pen, pin, pan, pan)


recibiendo Cubillas una prima de DOS MILLONES DE SOLES ORO por estampar su rúbrica (firma que se contorsiona en el papel como una chalaca) y DOSCIENTOS MIL SOLES ORO mensuales (país nuestro subdesarrollado cuyo ingreso per cápita es de...) Doscientos mil Soles Oro mensuales por seguir vistiendo con pundonor y estilo

      la escurridiza

      la salerosa

      la danzarina

tanto tren con tu cuerpo

           tanto tren


la mulata blanquiazul

digna de ser cantada por Nicolás Bakongo o Guillén Kumbá

flor y nata de los Íntimos de la Victoria

dribleadores mazamorreros que de inga tienen menos que de mandinga

cuadro de honor que dio lauros: Alejandro Villanueva

delantero de hermosas grebas

amado y mimado por las Musas

sus sumas voces escuchaba

se posaron en tu frente la dorada gloria y la intrusa Mosca-azul

Mosca anunciadora de la muerte

Mosca-de-resplandor-rojo-y-níveos-brazos

criada en una botella


Puente de los suspiros (1976)

1

Yo sé que pronuncias mi nombre con desdén

yo sé que tus amigas conocen

hasta mis defectos más primitivos

y yo aquí de puro terco

plantado como un ficus

o un farol

en el Puente

sólo por el gozo

de ver que no me esperas.


2

Por tu mala cabeza me perdiste

por tu mala cabeza ni una sílaba

ni el más leve ademán

ni tus uñas

ni tus jadeos

ni tus lunares

ni tus portaligas

ni tus cosméticos Elizabeth Arden

todo por tu mala cabeza

en un santiamén

se lo tragó la tierra.


6

Te equivocas

TE E  QUI  VO  CAS

si crees que bajo este sol de mediodía

estoy derritiéndome por ti.


De los duendes y la villa de Santa Inés (1977)

Nadie podrá convencerme

que el tren

no es larva de mariposa,

que el avión

no tiene plumas,

que el mar

no bebe cerveza,

que la luz

no es una flor.


Biografía secreta de la guitarra

Mujer de nogal

mujer nacida en el centro de un bosque

mujer con un mirlo en la garganta

mujer que pudo ser sirena

mujer que se trasmuta en pájaro

mujer sobre góndolas navegando

mujer de un solo ojo como la luna

mujer ojerosa

mujer voluble

mujer oculta en un gramófono

mujer prendada de un violín

mujer gimiendo al pie de una ventana

mujer amancebada con gitanos

mujer violada por bardos y juglares

mujer perdida

mujer de rompe y raja

mujer de mano en mano

mujer de bandoleros

mujer entre rejas

mujer decapitada

mujer esculpida a tajos

mujer sin brazos y sin rostro

mujer muerta con un forado en el vientre

mujer durmiendo dentro de un ataúd

¡Mujer resucitada!

Venus de Milo de los borrachos.


Fuerza aérea

Para no causarse heridas

la flor del jazmín se lanza

En paracaídas


Los amantes (1987)

1

Mientras caminas

por bosques y parques,

sólo por besar tus pies

el otoño desnuda los árboles.

Él te ama como yo

con ojos infinitos

y como yo

también quisiera

desnudarte el otoño.


2

Nosotros los amantes,

sobre nosotros

la lluvia y el amor,

la lluvia sin cesar,

sin cesar el amor,

sobre nosotros

la lluvia que como el amor

humedece a los amantes.


9

Los amantes no miran

otros ojos que los suyos.

No reconocen otros cuerpos.

Están siempre solos

en medio de la noche.

Sólo ellos existen.

A nadie ven y se besan

acezando incesantes

rodeados por todas partes

de su incurable amor.


Prosa de juglar (1992)

Las puertas y las penas

Puertas que van a dar al mar o al amar, puertas por donde se ingresa inexorablemente al olvido, puertas como ganzúas, puertas abiertas al vértigo de las pesadillas, puertas en abandono, enmohecidas, pesarosas, aguardando el día de la demolición, puertas en espera de la llave que jamás las ha de abrir, puertas por donde huyen estrellas y leones, puertas como labios incitando al peligro, puertas coronadas de enredaderas y silencio, puertas de una sola hoja en medio de la agonía del otoño, puertas tapiadas con piedras y fantasmas, puertas abatidas que ardieron vivas y sobrevivieron al incendio, puertas pintarrajeadas como las mujeres de la noche, puertas que conducen a ninguna puerta, puertas que enloquecen a quienes las trasponen, puertas sin centinelas, sin historia, a tientas, sin el ojo de la cerradura, puertas enfermas, contagiadas de los descalabros irreparables del amor, puertas sin dinteles ni ventanas, clausuradas en soledad como los párpados, los monasterios o las lápidas, puertas infinitas como túneles de rápidos espejos, puertas que enmudecieron para siempre como los torturados.

Rosa como mi Rosa de quebradizo talle, rosa como la que emperifollada se enseñorea en el jardín, rosa como la que abre su flor inmarchitable en el poema.

Y no podíamos olvidarnos del mar, ese mar que canta al corazón como las caracolas (y las sirenas), infinito y azul.

La rosa y el mar unidos alumbraron un sustantivo jardinero y marineramente bello, sonoroso y fragante.

Cuando fuimos, como buenos herejes, a bautizarla por cumplir con los ritos de la vida, el sacerdote fue muy directo en su negativa: «No existe una virgen, una santa, una sola beata milagrosa con este nombre: Rosamar».

El viaje final

Nací a orillas del mar, en un viejo puerto de cerro azul y casas de madera. Recuerdo a los ahogados tendidos en la arena, gordos y amoratados. Los pescadores que no volvían. Las olas encrespadas en mis sueños, engulléndose las estrellas.

Cuando muera (¿lejos del mar?) incinerar mi cuerpo, este madero inflamable que mientras tenga un aliento arderá en el amor, raudo navío de las tempestades.

Sacar mi ceniza a los caminos y esparcirla en el río, tal vez una tarde desde el Puente de los Ángeles.

Haría así, por última vez, el recorrido que tantas veces hice fatigado hasta Lima. Le diría, de paso, adiós a la Ciudad de los Reyes (el Rey de la Papa, el Rey del Pollo, el Rey de los Narcos) y proseguiría discurriendo en las aguas mi añorado viaje al mar, al encuentro de aquel viejo puerto de cerro azul y casas de madera, donde nací, crecí y fui dichoso en los esmirriados años de mi niñez.

Declaración de amor o los derechos del niño (1995)

La vida le pertenece al niño

como la luz al amanecer,

como las raíces al árbol,

como la luna a la noche.


El pájaro cobija

bajo sus plumas a sus polluelos,

como la leona a sus cachorros.

Cada país es un árbol:

acunará al niño bajo su sombra.


Todo tiene su nombre en el universo:

el planeta Júpiter y el hipocampo,

el elefante y las hormigas,

las pestañas del girasol,

la primavera eterna de las esmeraldas,

la cebra y la jirafa,

el orangután y la orangutana.

En la escuela el niño

aprenderá a deletrear su nombre.


Canto y gemido de la tierra (1995)

Concierto de la naturaleza

Canta la tierra y encanta,

canta el mar, canta la luna,

la rosa en su espina canta,

canta el aire de la fronda,

canta en el charco la rana,

la noche canta en la sombra,

canta el sol de la mañana,

canturreando canta a cántaros

su cántico azul el cielo.

La luz canta, canta el pájaro,

canta el pez en pleno vuelo,

canta el grillo, canta el rayo,

canta la triste malagua,

quemándose canta el fuego

y en la fuente canta el agua.


Diamante en trizas.

Semáforo diminuto

que señala el rumbo

de las libélulas.

Posada sobre un madero,

cantas intermitente,

astilla de lucero.


Mientras la abeja liba,

mientras guardan el grano

sin tregua las hormigas,

la cigarra... ¡ay

cigarra, guitarra

de la tarde,

incomprendida!


Fiesta de sorpresas (Los niños juegan al aro con la luna) (1997)

Utilice las palabras niño, zapatito

acequia, barco.

Ejemplos:

1

Su zapatito blanco

puso un niño en la acequia

a falta de barco.

2

A falta de barco

cruzó un niño la acequia

en su zapatito blanco.

3

Un barco navegando.

Sobre la acequia un niño

va en su zapatito blanco.

4

El niño quedó sin barco.

Arrastra la acequia

su zapatito blanco.

5

Un zapatito blanco,

un niño y la acequia

sueñan con un barco.

6

Se fue un niño en barco

con su zapatito blanco.

Sola se quedó la acequia.

7

No hay niño ni barco,

ni sueños ni acequia,

ni zapatito blanco.


Fábula de las mil caras del reloj

Fábula de las mil caras del reloj

Fábula de la parra bohemia

Hipa, canta,

se tambalea

la parra.

Rompe los frascos

de su propio aroma

y se embriaga.

¡Qué locuaz y bullanguera

rasgando la guitarra,

descorchando otra botella,

la parra!


El libro de las adivinanzas (1997)

Es una represa de agua

con su manguera gigante.


El elefante

Alumbra sin ser estrella,

relincha sin ser caballo.


El rayo

Pegada siempre a la puerta

fisgando la caradura.


La cerradura

Parajuegos (2001)

1

Y por qué sólo paraguas

y por qué no paratierras,

fugitivos paravientos,

ardorosos parafuegos,

yo escribo en parapoemas

acróbatas parajuegos.


4

Que no hay un eterno sueño

y la vida ya no es sueño

sueño yo que ya no sueño,

ah cómo soñara un sueño

que despertara este sueño

que ya ni en mis sueños sueño.


12

Estoy rojo de amarillo,

el granate me azuleja,

me vuelvo gris con el rosa,

me pone el verde morado,

yo mismo soy los colores,

violeta y anaranjado.


Sonetos del viejo amador (2001)

El viejo amador rememora tiempos de gozos y quebrantos

Vuelvo a andar por llanuras y por mares

por abras y quebradas y por montes;

vuelve así la memoria a los amares

reviviendo a-brumados horizontes

Testimonio dejé de mis andares,

crucé los charcos, desbrocé desmontes;

tu brebaje de fiebres y pesares

hizo que me hechizaras y me atontes.

Viví delirios, dudas, turbiedades;

gélido infierno del amado amante;

de las nubes caí a las oquedades.

Surcos dejó tu amor en mi semblante,

y deleites recuerda y soledades,

memorioso, el inmóvil caminante.


Endechas de abatimiento

Vivir sin ti es girar en el vacío,

un consumirse, un desangrarse lento;

el razonado amor, un desvarío,

la dicha prometida, un sufrimiento.

Mi corazón es un terrón baldío,

un árbol desgarrado y ceniciento,

un cauce que discurre sin su río,

río sin már-genes y polvoriento.

Voy hacia ti y sé que de ti vengo,

busco mi amanecer en el ocaso,

porque te tuve sé que no te tengo.

En mi pecho dejaste tu arañazo;

yo soy un fuego fiero, te prevengo,

y tú la fría sombra en que me abraso.


A una potranca compara el amador a su amada en la apertura del otoño

Olisqueando las flores, por el prado

cruzabas, querenciosa, la ribera;

amada que ofrecías al amado

las verdes crines de la primavera.

Potranca mía y niña; desbocado

te contemplaba grácil, lisonjera;

el cuerpo al sol, de estrellas coronado,

rozagante, paciendo en la pradera.

De aquellos tiempos amo mi andadura;

mi trote triste es tímido reflejo

de antaño que era fuerza y nervadura.

Olía a pasto fresco mi pellejo,

potro sin freno ayer en la llanura,

hoy mustio casco de caballo viejo.


Puerto de la memoria (2002)

En el Cedar's Hospital

¿Y si a los taitontos años de mi edad

los resultados del examen clínico resultaran

   preocupantes?

No se cohíba, doctor, en decírmelo

aun si fueran mortales.

Que si hay necesidad de cambiar de filtro a los

   riñones... (en buena hora);

que si el colesterol vuela alto... (aterrizaremos juntos);

que si el corazón se fatiga... (el precio de tanto amor);

que si el hígado está chiflado... (qué le vamos a hacer);

que si existe amenaza de embotellamiento en las

   arterias (sería una catástrofe);

que si el azúcar... (y uno es tan dulce hasta en las

   amarguras);

que si una sombra en los pulmones... (está todo tan

   contaminado);

que si el páncreas... (no olvidar que el páncreas mató

   a mi madre);

que si la osteoporosis...

que si la próstata...

Dígame, doctor, los resultados

aunque los días que me aguardaran no fueran

   numerosos.

Comprenda que todo tiene su fin de fiesta

y uno debe dejar sus papeles en orden,

reunir y dar los últimos toques

a unos versos a mediohacer, desaliñados,

empaquetar sus chibas,

mudarse lejos, muy lejos,

irse con su música a otra parte.


1

Mi madre se llama Ana.

Desde su ausencia vela por nosotros,

aunque ya no responde

cuando se la llama.

Inmóvil y pálida

reposa en un hueco inhóspito.

En vida movió cielo y tierra

para que a sus hijos

no nos faltara nada.

Santa Ana,

la madre de la madre de Dios,

en la que depositó tanta fe,

abogue por ella ante el Señor.

2

Cinturas sísmicas

de variadas Anas

descoyuntaron mi juventud:

grado 7 en la escala de Richter.

3

¿Sobrinas Anas? A montones: Ananda, Loana,

Giuliana, Ana María, Ana Mariela, Roxana.

Ana también mi hermana Ana,

grande de ojos y figura menuda.

No podía entre mis hijas

faltar una Ana. Y, como si fuera poco,

otra hija: Nadiana.

No se quedó atrás mi Javier,

aportó a la familia su Ana de Sanabria,

una Ana castellana.

4

El amor de mi madre no tiene límites,

para estar con nosotros en todas partes,

hecha tierra,

se multiplica en Anas:

es la luz suave que me despierta por la mañAna

y la que cuida mi sueño

entrando silente con la luna por mi ventAna.

Ana, Ana, Ana, Ana,

hasta cuando como una manzAna.


Reino perdido

Planeando una isla ignota,

perdida entre mar y cielo,

fue mi infancia una gaviota.

¿Soy yo o es sólo mi pena?

Cierro los ojos y veo

un niño solo en la arena.


El bazar de los letreros. Poesía al paso (2004)

   
Letrero que asegura

una vida egoísta y confortable

Voltear a la derecha

La papada y la panza

   
están garantizadas.


Letrero para demarcar

   
el final del camino

Stop

   
Tu vida ha concluido,

continuar respirando es inútil.


Letrero que condena la distorsión

   
de los principios religiosos

Centro comercial

es la iglesia cuando subasta la fe.


A bordo del Arca (2006)

Mi antiguo y Nuevo testamento
(colofón a Noé delirante)

Aquí encalla el Arca de Noé delirante.

Un descanso en paz merezco después del diluvio y de la

   blanca palomica que al Arca con el ramo se ha tornado.

No quiere decir que llegué al fin de la travesía.

Mañana quizás enchape vigas nuevas y suban otros pasajeros.

Remando y martillando cumplo en este trajinar tres décadas.

Podría haberlas dedicado a menesteres más rentables de

   haber escuchado malos consejos de buenos amigos.

Mirándome al espejo me examino y entre mí repito:

¡Ya viene el cortejo! ¡Ya viene el cortejo!

¡Ya se oyen los claros clarines de mis patas de gallo, a las

   que recomiendo no adelantarse a cantar victoria!

Este libro reverdeció de canas mi cabeza (no cesa la Luna

   de llorar sobre mis cabellos) y sorprendo al invierno

   con sus perlas acicalando al jazmín.

Mi pelo blanco enfatiza el negro de mis cejas

   (y viceversa). Personifico un Narciso otoñal gozando

   como loco en fuente de plata.

Doy por terminado Noé delirante a los cincuentaitantos

   (tontos) años de mi edad.

Yo el menos santo de los varones enclaustrado en Santa Inés,

   musito mis versículos, barriendo el patio gano indulgencias.

Lavo platos con brillante estilo (mejor que cuando prosa

   el juglar), podo la parra, manguereo el jardín. Al palto

   trepo y lo convierto en pulpito de mis églogas.

A diario confundido con los árboles terminaré

   aprendiendo el idioma de los pájaros.

Soy gusano y colibrí. Sumergido tierra adentro me siento

   levitar. No acaban, ninfas, de interrogar mis asombros:

¿Qué sintonizará el caracol que ha puesto antenas en su

   casa? ¿Por la noche los zancudos pican a las amapolas?

   ¿Tiene instante de ternura -jugando con sus

   cachorros- el huracán? ¿Si la piedra se perfila y recibe

   lecciones del águila aprenderá a volar?

(Murió mi perro Majo. Lo sembramos bajo la higuera. Su

   sombra fiel seguirá endulzándonos los años que nos

   quedan.

Ensangrentada se desvanece, ay, en su dolor la rosa.

Ebria la parra llora descorchando sus lágrimas de vino tinto.

El viento del bambú con la pena de sus quenas lo recuerda.

Recién destilas tu amargor, abeja.

Gatos que Majo magulló, perdonadlo).

Jubilado del trabajo ahora es cuando más trabajo, acabo el

   día hecho trapo con la lengua fuera (mi corbata de

   seda natural). Velo por mi mantenencia y de los míos y

   de mi casa, en la que me distraigo asustando a los

   fantasmas.

Yo mismo seré un fantasma errante si acaso no lo soy ya.

¿Existo realmente? Sueño que existo, ¿existo? ¿Y si existe

   nada más que sueño?

Quizá yo apenas sea el despertar de un sueño que para

   siempre de los jamases se quedó dormido.

¿Materia de estrella? ¿Humus de un leño apagado?

   ¿Ánima solitaria deambulando en la Tierra?

Si la vida es sueño, sueño (y no es ningún sueño) que se

   me va la vida. ¿Muero para volver a soñar?

¿Morir es despertar, es otra vez nacer o es acabar? ¿Qué

   nada fui antes de que naciera? ¿Qué vacío habitaba?

   ¿En la Nada tenía rostro? ¿Volveré a tener rostro el que

   tuve en la Nada?

Simple, liso y sobrio, bien dispuesto en el tramo final me

   sea dado el madero del arca. En sus venas abiertas

   deseo sentir el rumoreo del campo.

Nada de luces ni de adornos. Paz para mis fijos ojos

   ciegos.

Una sola rosa ansío junto a mí. (Me recordará el amor y la

   belleza de la vida.)

Como el otoño abandonaré al viento una tarde estas hojas.

Partiré con mis recuerdos y mis pequeños olvidos.

Nada me podrá quitar el sueño del viaje desconocido.

Me arropo con mis pesadillas en las malhadadas noches

   de insomnio.

En duermevela para relajarme ingiero una pastillita de

   Alpaz de 0.50 mg. ¡Me llegó la modernidad!

Releo y me contagio del ardor de añejos infolios que no

   envejecen, y leo cuando puedo comprar un libro.

Hago el amor que siempre puedo (siempre que puedo)

   en todas sus formas: escribiendo de tal laya que me

   entiendan hasta las mariposas (me sé de paporreta su

   silabario multicolor), arrancando la hierba mala y los

   abrojos del camino.

Me transmuto en tonto útil (la libélula vaga de una vaga

   ilusión): enseñándole a ser pata al enemigo, amándolo a

   traición, ungido de uno de los mandamientos de

   Vallejo.

Destrabo la lengua y digo mi homilía sobre la libertad.

¡Qué no me vengan a mí con estatuas! ¡Pura pinta!

Descorrer el misterio de un libro de par en par abierto,

   como un gran amor en el lecho aguardándonos;

rendirnos ante una orquídea lila que aletea recién

   desprendida del cielo;

deslumbrarnos frente a un atleta que atrapa de un salto a

   la Luna (si la luna no existiera la inventaría el delirio

   de los enamorados) es imprescindible para el ejercicio

   de la libertad.

Libertad es irradiar salud en su doble sentido espiritoso,

   es expresarnos aun con la boca cerrada en la que no

   entran moscas (en estos tiempos ni los frejoles).

Leer un buen periódico de cualquier color, menos el

   amarillo. Para amarillos, los canarios. (Abrí la jaula y

   huyó el último trino del canario muerto. ¡Vuelve,

   infancia, vuelve pequeña mía que jamás te has ido!

   Infancia mía y triste no dejes nunca de llorar

   desempolvad tu música.)

Tener una moneda para el micro o el billete para un viaje

   de bodas, un queso con su choclo, un vaso de vino

   impaciente sobre la mesa y la familia en tranquilidad,

   es lo mínimo que un hombre requiere para sentirse

   libre.

Delirio de libertad es el delirio de Noé. Todo tiende a

   tener alas o a soñar (es lo mismo). Cuando digo

   libertad sé perfectamente bien lo que digo.

Que no fracasen en llamarme por teléfono los amigos. Sin

   aviso previo vengan a visitarme.

Convivo con los gnomos. Aquí no se quita la capa ni para

   dormir el murciélago. ¡Entre los trasgos maravillosos no

   eres hasta hoy mi huésped, oh Hada Cibernética!

Me mezquinas fax, celular, beeper, computadora, VHS,

   cocina a microondas. No tengo ni timbre.

En esta economía de mercado, como Diógenes en las

   ferias, me paseo fisgoneando todo lo que no necesito.

Necesito oxígeno, Sol, gaviotas, un sorbo de aire de mar.

Huyendo de la marea negra mi corazón es un polluelo

   de albatros asilado y aclimatado al pie de una montaña.

No, los cóndores no son aves, son astros. De sus alas nace

   huracanado el viento.

No los pálidos cisnes esculpidos por la niebla.

¡Me friegan las ánforas!

Me friega no verlas transfigurarse en piñatas, atiborrarse

   de hortalizas, lentejas, tarros de leche, ciruelas,

   piernas de pollo, helados, roponcitos, libros, discos

   con canciones de cuna y de jazz: las sombras de Louis y

   Neil Armstrong inundando de claridad el planeta.

Parcos y compendiosos versos de corto bordado son los de

   mi Noé.

¡Elogios vanos que numerosos fueron, no los recuerdo!

Guarda la memoria mía sólo los juicios adversos que me

   enseñaron a no dormirme en mis laureles.

Cierro este libro sin vencer ni ser vencido en esta mi

   Guerra de los Treinta Años con la página en blanco

   -estepa solitaria por la que anduve, ¡ay de mí!, solo,

   sonámbulo y delirante-, yo, Noé, el menos justo y

   perfecto de los mortales.


Mi casa
(Av. Santa Inés 582, Chaclacayo, Lima-8)

De barro y madera construyeron mi casa los albañiles.

Extrajeron terrones del suelo y lo ablandaron para hacer

   adobes clavando sus picos en cada trozo como pájaros

   carpinteros.

Los adobes concentran la esencia y la resina de las raíces.

Sosteniendo el techo, los maderos, donde hicieron nido

   los gorriones, se convirtieron en vigas colocadas en fila,

   configurando partituras que un día volverían a hacer

   sonar su música.

En la fachada abrieron ocho ventanas: debería entrar y salir

   el aire como en su casa y el Sol mirarse traslúcido, igual

   que la Luna por la noche traspasando los cristales.

Las buganvillas se apresuraron a nacer y trepar paredes:

   las hay lilas, semejantes a la sombra azul posada en los

   ojos de una muchacha después de noche tormentosa;

   otras, rojas, sed en llamas del crepúsculo; también

   color oro-viejo de monedas antiguas; blancas,

   simulando goteras desprendidas de la Luna. Toda la

   anilina de la aurora en multiplicada diversidad.

Las losetas-damero de la sala (aún no caminadas) empezaron

   a sentir la caricia de pasos musicales y de calladas alfombras.

   (¿Qué las hizo enmudecer? ¿Fueron alguna vez andariegas

   las alfombras?, pregunto a los caminos.)

El huerto hizo sentir su fuerza. Se levantó el Palto de las

   profundidades y brindó con su copa para que la

   palabra sea dicha, poesía, puchero, vino y cancionares

   bajo su sombra.

Lo imitó la Lúcuma, manjar de sabor y color presentidos

   por el paladar y la calidez de los inminentes helados.

Endulzándonos creció el Chirimoyo de milenaria

   alcurnia, esculpida su fruta en las cerámicas

   precolombinas y saboreada de nostalgias en el corazón.

Humilde y discreta, de perfil bajo, asoma la Guayaba

   plebeya, dispuesta desde la rama a mitigar las

   amarguras más humildes.

Nos disputamos el árbol de la Mora con los murciélagos,

   ávidos emisarios reducidos de Drácula.

Repitiendo sin cesar: hoy a mí me dijeron hermosa, la

Higuera que no tiene nada de fea ni de áspera ni todas

   sus ramas son grises. Debajo de la tierra mi perro Majo

   mueve la cola cortejándola.

Embadurnándonos los morrillos y el olfato, el Mango. Él

   nos embelesa con la fragancia afrodisíaca de su pelusa

   erótica. (Estén siempre las Musas como mango. Si una

   alumbra, las otras ocho queden en cinta, consejo del

   divino Rubén.)

Bálsamo, la hierba. Alivia delicada la fatiga de los pies

   descalzos. Y es lecho propicio y dócil para los amantes.

Entrando, a la derecha, los estantes de libros, el escritorio

   con el Arca de Noé tallada en el espaldar del sillón, la

   egoteca con los retratos (óleos y carbones), en los que

   uno se conserva joven, viendo envejecer los marcos.

Muebles patas-de-león de vencido zarpazo. Candelabros,

   jarrones, arañas que tejen la iluminación de la sala. Si

   las lámparas se apagan y uno está junto a una

   muchacha, ahí empiezan los enredos.

Se construyeron las escaleras, teclas de un piano

   embrujado.

Conducen al balcón de madera, desde donde se divisa el

   atardecer y rememora a Martín Adán, abrigo y

   sombrero de acumulados inviernos: «Lima tiene

   hermosos crepúsculos, yo soy uno de ellos».

En los altos, una jirafa de Madagascar corona de estrellas

   su cabeza.

Aterrizada en el piso una alfombra voladora de impedido

   vuelo, tejida en los telares de Bagdad, la de Aladino, la

   de los cuentos, la soñada. Destruida por misiles

   enconados y por la angurria en crudo, color petróleo,

   del ladrón de Bagdad.

Escapándose de un óleo, una mujer enigmática de

   cabellos deslumbrados. Hacia sus brazos emerge rápida

   una tortuga.

Vinieron después los dormitorios relajados y las camas

   dormilonas con el ojo abierto, adictas a espiar los

   secretos nupciales de los amantes;

el ropero fetichista y el espejo mirón de goloso mercurio

   en los escarceos del amor;

la mesita de noche con su lamparín de ojos cerrados

   durante el día.

El comedor prolijo en disponer las viandas;

el campanillo de bronce (con quilates de oro) y el reloj

del Pájaro Cucó recordándonos la hora de manducar;

   la cocina que guisa y dirige el hervor de las ollas

   cantoras, como las de mi madre que no tocaban fondo.

   Tocaban el himno a la alegría. El cucharón memorioso

   añora sus aderezos.

La floreada mesa multicolor coronada de cerámicas: una

   de Samarcanda con una rosa germinando en la pared;

   otras con dioses griegos, faraones, hipocampos, gallos

   de cresta erizada y encrespada cola; el mar de San

   Sebastián, ese caballo blanco salpicando espuma,

   cerámica de azulino cielo. Barcos que vienen y van en

   el plato que no compré en Trieste, puerto que caminé

   sobre las pisadas de Rainer María Rilke, Humberto

   Saba y James Joyce. Ala y pluma, reguero de trinos

   amarillos el plato de Las Palmas de La Gran Canaria.

Sentémonos en el patio junto al jazmín de entrecruzado

   ramaje, plateado como mi cabello, fácil a la seducción

   de la Luna y el viento.

Agarradas las uñas a tallos secos y fuertes, colgado nos

   mira un perezoso con ojos cautivos de palo de balsa.

Querendones humedezcamos nuestras mejillas con

   lágrimas de la fuente. Evoquemos a Víctor Jara con sus

   manos intactas, tocado por los presagios, no cesa de

   rasgar la guitarra al pie de la escalera, por cuyas

   escalinatas su música sube a las estrellas.

La juventud sin término del inolvidado ausente Javier

   Heraud que llega indagando a Santa Inés, agita la

   campanilla, traspasa misteriosamente la puerta y entra

   sin forados en el pecho, sin heridas mortales, sin

   moscas intrusas en el rostro dormido, solo, llega con su

   sonrisa a encontrarse con los amigos que lo esperan.

Amigos queridos, bienamados, fríos y horizontales, mis

   muertos, huéspedes míos que se fueron con las

   golondrinas y no volverán.

Continuemos a bordo del Arca por los pasadizos

   silenciosos de la casa, toda vestida de blanco con

   puertas y ventanas de madera pintadas de azul Maya,

   tintura que cargó desde México en su mochila mi

   amigo chileno el barbado Tito González, chochera de

   Coco Legrand, el humorista capaz de curar con su

   alegría la melancolía de los cipreses.

Émula de la jirafa, solitaria, se eleva la Torre. Ahí reposan

   en vigilia los sueños y los alucinados se recomponen

   de la fatiga. Eros les limpia el sudor de la frente,

   impidiendo la entrada de Tánatos de pérfidos ojos.

Acudamos de prisa al orinatorio, aceptemos, sólo si es

   indispensable, la invitación de Lezama Lima: «Volcar

   el serpentín intestinal».

Arranquémosle racimos a las viñas que hipan, rumbean y

   rompen las copas. Pintemos de rojo los diablos azules

   que hicieron delirar a Noé, tirado desnudo en medio

   de su tienda ante los rubores de sus hijos Sem, Cam y

   Jafet.

¡Ah, los libros y los baúles y las máscaras y los cofres,

   donde se guarecen los duendes y suelen salir

   fantasmas que se ocultan en la niebla antes de que

   escampe y los descubra la madrugada!

Seres etéreos se desprenden por la noche de pinturas

   murales, de fotografías sepias, de grabados antiguos.

Saltan, zumban, brincan como saltimbanquis de las

   tinieblas.

Trashumante que llegas a mi casa, no hallarás timbre. La

   voz amable de un cimbalillo hindú anuncia que lo toca

   un amigo. Si lo agita el descarrío de una mano de torvo

   ceño se le encoge la voz.

Saldrán a recibirte, antes que yo, aromas del jazmín, el

   rojo amapola, la martiniana rosa blanca, pétalos del

   suche; la ojo-de-poeta, la roba-besos, la llama-de-la-

   pasión. La inapagable cucarda que es parte inseparable

   de la familia.

Antes de ingresar, Picasso, vestido de arlequín, habrá

   pintado para ti un ramo de dalias. Pregúntales por mí a

   las cantáridas.

Me paso la vida hablando con los ángeles. Me gusta jugar

   a las escondidas, búscame entre los árboles.

Con los tordos, vestidos de luto por una pena, estoy

   cantando.


Fábula de la campanilla que llama a manducar

No es campana de capilla ni de sacristán y menos de

   monaguillo. Ni grande en un batir de alas en los

   campanarios ni pequeña que se oculte, como los

   cencerros en el cuello de la vaca. Más que campana es

   campanilla, del tamaño de un cuarto de barra mediana

   de pan. En la casa, junto a la mesa, su oficio es

   anunciar la hora del yantar cuando el plato humea

   convocando los paladares.

Los guisos salen de la cocina respirando las fragancias de

   la hierbabuena, del perejil, el culantro y el romero, el

   orégano y el huacatay que no sólo le dan olor sino

   también color y sabor a la sopa, a los cimbrantes

   tallarines, al estofado de pollo, piernas arriba.

El paladar huele, con su ojo de no escapársele nada, goza

   hasta embriagarse y los comensales agradecen los

   placeres gustativos de un buen almuerzo.

El ají, sólo de mirarlo pone rojo al tomate y hace enseñar

   los dientes al choclo desvestido, ya sin pancas y presto

   a procurar deleite al huésped en cada tierna

   mordedura.

Verde que te quiero rellena, caigua verde. Que te quiero

   anaranjada, zanahoria de cada día.

Albo nabo, fresquísima lechuga, alígeros espárragos,

   encarrujados repollos; beatífica beterraga entregada a

   la oración con tu hábito morado, piadosos rabanitos

   servidos en rodajas, inmaculadas hostias como de

   pepinillos, purificad mi vida.

Lingote de bronce y granos de oro canario, campanilla.

   Basta un repique tuyo para que la vida pentagrame su

   canción y repares las fuerzas al primer bocado de

   tortilla o de ostras negras recién desprendidas del mar,

   destinadas a estimular los arrebatos mañaneros.


La flauta de Kikirikí (2006)

Diálogo entre un gallo joven y un gallo viejo

-¡Kikirikí!

   ¡Ya amaneció!

   ¿Quién está aquí?

-¡Kokorokó!

   ¡Qué ya te oí!

   ¡Sólo estoy yo!

-¡Kikirikí!

-¡kokorokó!


Destino de la cebra presidiaría

¿Dormiste vestida?

¿Caminas dormida?

Sales de tu casa

lista y decidida

(la cebra no pasa

desapercibida).

Mil fugas ensayas

tenaz y traviesa,

¡vayas donde vayas

siempre estarás presa

con tu traje a rayas!


Jubilación de la araña casera

Una arañita casera,

en otros tiempos prolija,

se cansó de ser obrera

y se metió a su rendija.

Jubilada a su manera

de los oficios sencillos,

abandonó los palillos

y la aguja costurera.

En su descansada vida,

sueña que le crecen rosas

a sus dos manos ociosas

esté despierta o dormida.

La pared se desconsuela

y abandonada regaña,

pues se quedará

sin tela de araña.


Breviario de Santa Inés (2009)

Fábula del espantajo

¡Cómo

llora

en silencio el espantajo

con

las


gri

mas

blan

cas

que

le

ha

pintado

un pájaro!


Juego de espejos

      (el poeta)

Para bucear imágenes

me sumerjo en el sueño,

para cazar sirenas

tiro mi anzuelo al espejo.

      (museo de cera)

El espejo se vuelve

-no lo olvidemos-

coleccionista de máscaras

cuando envejecemos.

      (paisaje)

¡Ah, mi viejo mueble de pino

con su espejo biselado,

antes de ser ropero

fue bosque

con un pequeño lago!


Tarzán y el paraíso perdido

¡Aaauaúaaa...! ¡Aaauaúaaa...!

Tarzán (Johnny Weismuller) es internado

   en un manicomio por creerse Tarzán.

Su grito, que asusta a médicos y enfermeras,

no es el clarín con el que hacía su victoriosa

aparición en la pantalla. El grito a Tarzán no

le pertenece. Fue un collage de sonidos

confeccionado y patentado por la Warner

Brothers: decantaron en el laboratorio los

gruñidos de un cerdo y las notas de un tenor.

Tarzán en el sanatorio para artistas (retirados)

   de Hollywood,

abatido y vencido por la camisa de fuerza

(él que encarnó la fuerza sin necesidad

   de camisa).

Hoy casi a oscuras y ayer mimado por los

   reflectores.

Tarzán víctima de una dolencia cardiaca

se toca el corazón y piensa en Jane.

Desamparado llama en su desesperación

   a Chita

(entre sombras ve y besa a Chita como si fuera

   su madre.

Chita se limpia la boca, hace morisquetas

y dando volatines desaparece),

llama a Chita para que lleve un recado

pidiéndole ayuda a Jane.

Pero Chita no podrá acudir. Chita no existió

   en la vida real.

(Eran ocho monas chimpancé, ocho monas

que parieron su estampa cinematográfica).

Y Jane,

la bella silvestre de los níveos brazos,

ya no lucirá más su silueta junto a Tarzán,

porque Jane ya no filma. Hace mucho tiempo

que se le venció el contrato con la Warner: las

piernas de Jane ya no están todo lo tersas que

uno quisiera para hacerlas figurar en el

   reparto.

(Ah, Jane, paraíso perdido, divino tesoro,

ya te vas (para no volver),

cuando quiero llorar

pienso en ti, mi dulce Jane.

Cuánto hubiera dado por tenerte en

   mis brazos,

por confesarte mi amor: Yo querer mucho

   a Jane.

Silencio insensato que guardé por culpa de mi

testaruda timidez.

Por culpa de los barritos de mi precoz

   adolescencia.

Ah, Jane, ya no adoro tus senos besados

   por las lianas.

Tus senos asediados al centímetro por flechas

   y lanzas.

Ya no adoro tu rostro

que el tiempo implacable ha ido modelando

   a su capricho.

Tu rostro que acaricié con ternura (a

escondidas del público) en todas las carteleras.

Que no me digan nunca que te quitaste

   el maquillaje.

Que no me enseñen nunca tus cabellos de

desfalleciente plata.

Para mí tú serás siempre la linda muchacha

que yo amé matalascallando,

que yo ayudé a inventar con mis ensueños en

los destartalados cines de mi barrio, mi

inolvidable Jane).

En su cuarto Tarzán da vueltas como un

condenado y en su rayado papel de loco

repara en el espejo del lavabo y quisiera

   lanzarse.

Tarzán varias veces campeón olímpico

   de natación.

Amor, juventud y dinero, la veleidosa gloria:

todo desde el trampolín se le fue al agua.

Todo se lo devoraron con voracidad las fieras.

Entre paredes pálidas que su insomnio decora de enredaderas

por sentirse libre (al final de la película) se

aferra a sus sueños:

se sueña sobre el lomo de sus elefantes y

sonríe.

Se sueña venciendo a sus repujados

cocodrilos de cartón.

Ve acercarse a sus leones de felpa (pura

melena) y Tarzán siente miedo

y tiembla y grita como un desventurado niño

   de pecho:

¡Aaauaúaaa...! ¡Aaauaúaaa...!

Pobre Tarzán indefenso y desnudo,

descolgado del ecran por inservible,

loco, completamente solo entre los locos,

aullando perdido en su paraíso perdido,

sin Jane, sin chita, sin fuerzas, sin grito,

solo con su soledad y sus taparrabos.


Noé delirante. Edición conmemorativa del cincuentenario (2013)

Fábula de la araña obrera

Humildísima,

sin palillos,

sin taller,

hila,

teje,

la araña

mal remunerada.

Parte es

de la pared

hasta que llega

la espada.


Fábula de la camarada abeja

La abeja que madruga

a libar flores...


Luis de Góngora



Solícita,

gustando flores,

disipas

la vida amarga,

camarada abeja.

Te gana

tu amor profundo.

Comparto,

obrera,

tu sueño,

tu afán

de endulzar el mundo.


Baladas de la piedra, del amor y de la muerte (2016)

Balada del vagabundo

Cansado de dormir a la intemperie,

desperezándome bajo los puentes,

dibujé una mansión con mi antiguo

lápiz de escolar: diseñé dormitorios,

sala, comedor, piscina, jardín, porche.

Ahora me llegan recibos de luz, agua,

teléfono, baja policía, servicios de regadío,

debo el impuesto anual a la renta... ¡Y el timbre

que me perfora los nervios!

Sin pensarlo dos veces,

he decidido de nuevo volverme vagabundo.


Balada del abuelo

Rodando por las dunas,

huyéndole a las olas,

corriendo en tropel

por los acantilados,

vuelve, infancia,

vuelve escurridiza

a jugar conmigo;

¡dulce saltimbanqui,

eres una nieta más,

pequeña mía!


Balada del pequeño legado a propios y extraños

Hoy día de mis funerales,

les dejo a todos, equitativamente, mi cuerpo injuriado por los

años,

   los vientos y los pájaros.

A Rosi, mi mujer, le dejo mis labios, besados por la muerte, esa

   desconocida.

A los hijos, mis ojos (nunca cerrados ni cuando sueñan).

Mis patas de gallo, a la muchacha que me observa taciturna y ya

   no espera, en la noche de su corazón, una madrugada. Para ella

   también mi pelo blanco.

El gesto, menos rígido, a mis hermanos.

Mis pulmones, que no probaron cigarrillo, a quien le hiciera falta

   un poco de oxígeno.

Mi apretón de manos al forastero que a menudo tocó mi puerta.

Partículas de estrellas mis testículos y mi genes al espacio sideral.

Mis piernas flacas, a los caminos (todos conducen a las nubes o a

   los cipreses).

Mis tobillos, al oscuro andarín de la noche.

El rubor de mi palidez, a los crepúsculos.

Al grillo, mis cuerdas de juglar.

Mi capa, a los murciélagos.

Mi memoria, al mar.

Al muelle de Salaverry, mi pañuelo de adiós: me voy con las

   gaviotas detrás de los barcos.

Mis delirios, al viento de Chillan y su Antología de Aire.

El madero vacío, a los gusanos (siento decirles que se quedarán

   sin cena).

A los amigos, mi última broma: no les dejo nada.

Les dejo todo: el encargo de incinerarme.


Celebración de tu cuerpo (2017, póstumo)

En la delgadez de tu vientre

Corrí

Desaforadamente anunciando al mundo

El nacimiento del hijo

El alumbramiento es la hermosura de la rosa

Lo supo al instante el policía

El transeúnte

El vendedor de chicles

El carretillero de la esquina

Tu vientre de par en par abierto

Mientras tocaban el cielo tus rodillas

Tus piernas que me atenazan a la hora del amor

Después la envolvente radiación

Amamantas mis átomos con tu energía térmica

Tu vientre se expande

Guardando receloso

El lucero del alba

Y de pronto el pequeño Big Bang

Nací de tus profundidades

Mar de la Fecundidad

Igual que un tubérculo

Que una papa de piel arrugada

Madre y hermana

Esposa

Amiga

Amante mía

En tu bóveda celeste

Aguardé en cuclillas el paso de los meses

Alimentado por tu sangre

Eres mi oxígeno

Tejiste mi epidermis

Mi urdimbre de nervios

Las articulaciones

Los músculos    la yema de los dedos

Los frágiles tendones     los esguinces

Araña paciente y laboriosa

Modelaste mi osamenta

Amasaste el calcio

Con la harina de tus huesos

De tus uñas y tus dientes

Aquí tienes a tu depredador

Cueva mía donde acunas la vida

Donde el Sol habita

Sol que hace crujir los tejados

Y entibia la pluma de las perdices

Sol presidiendo la rotación de mis ojos

Nuestro hijo salió de su pecera

De su palacio

Lo supieron los astros y las raíces

Pasó de un planeta a otro

Rotas las ligaduras

Llegó en su cápsula de placenta espacial

Agitando sonajas

Renacuajo convertido en príncipe

En mi corazón entonan salmos

Estrellas de encopetadas crestas.


Canción para tu ombligo

Y se hizo nudo la creación

No quedó hilo suelto

Buscaron cobijo

Y se trenzaron

Las costuras de tu piel

Cordón por el que desciendo

A la tierra y a los cielos

Dejó su señal impresa

En el barro el dedo del amor

Así amaneciste a la vida

Mordida por la aguja de una estalactita

Horadada por un rayo

Que viajó millones de años luz

Minúscula estrella burilada

Eres el centro del planeta

El eje de la Tierra

Isla solitaria en el oceánico mar espacial

Tan pequeñísima que no cabe en ella un beso

En cetonia me convertiré

En rocío de polen

Rosa escindida

Mudarme a vivir y a morir

Dentro de tu corola ansío.


Deposito esta flor en tus manos

Que no me falten nunca junto a mí tus manos

Aves moribundas atravesadas

Por la flecha de una tristeza lánguida

Peces que aprendieron a vivir en el aire

En la tierra

En los sueños

Solo por soportar los aguijones mortales del amor

Espátulas estilizadas

Soñando colores

Junto a un lienzo

O desbrozando en el jardín las raíces de las cucardas

Tus manos reclamando lagos

Casi cisnes

Níveos adioses

Agitándose al paso de los trenes

Ese tropel de potros escapándose

La torre de control cambia la dirección de las nubes

Dejando en tus manos una estela de atardeceres

Amo todas las cosas desde que tú las tocas

Solo con rozarlas ordenas y embelleces mis valijas de viajante

Al retorno del juglar mitigas su fatiga

Enciendes el fuego

Guisas pucheros

Das cuerda a los picaflores

Tente-en-el-aire

Por ti se abren las amapolas como bocas

Implorando tus labios

Reverdeces las hojas de los libros desempolvándolos

Tu cuerpo entibia los edredones del invierno

La flor que bordaste en las sábanas nos vuelve a perfumar

Qué pensarán de mí tus manos

Cuando las atrapo

Y acaricio con obstinación de ciego

Manos mías perdidamente enamoradas de tus manos

Hechuras hábiles las tuyas para apañar el fruto del Paraíso

Abriste la manzana y salió la Serpiente

Manos tentadoras a la hora devastadora del amor

Manos zurciendo fino las heridas de mis lastimaduras

Trémulas manos que cerrarán mis ojos.