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Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández. Los poetas del sacrificio español / Francisco Esteve Ramírez

Junto a la cristalina, firme y aérea estructura de Rafael Alberti juzgo a estos tres poetas asesinados, Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández, como las tres columnas sobre las que descansaba la bóveda material y aérea de la poesía hispánica peninsular: Machado, la encina clásica y espaciosa que guardaba en su atmósfera y en su majestuosa severidad la continuación y la tradición de nuestro lenguaje en sus esencias más entrañables. Federico era el torrente de aguas y palomas que se levanta del lenguaje para llevar las semillas de lo desconocido a todas las fronteras humanas. Miguel Hernández, poeta de abundancia increíble, de fuerza celestial y genital, era el corazón heredero de estos dos ríos de hierro: la tradición y la revolución.

Pablo Neruda (1978, 217)



Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández representan la tragedia de la guerra civil española y simbolizan la dignidad frente a la ignominia y la infamia ya que, tal como manifestó Miguel Hernández (2006, 2229), «el poeta es el soldado más herido en esta guerra de España». Rafael Alberti (1990, 11), emulando el título de Tríptico del sacrificio asignado por Guillermo de Torre (1948) a Miguel de Unamuno, Antonio Machado y Federico García Lorca, sustituye a Unamuno por Miguel Hernández y les denomina como los poetas del sacrificio español: «Con Federico García Lorca y Antonio Machado es Miguel Hernández el tercer gran poeta del sacrificio español cuya vida y cuya obra fueron, como en el verso de Garcilaso de la Vega, antes del tiempo y casi en flor cortada»...

Y es que, en realidad, estos tres poetas fueron víctimas de una misma política de represión que en el caso de García Lorca adoptó la modalidad de fusilamiento, en Machado de exilio y en Hernández en lenta agonía carcelaria. El escritor cubano Juan Marinello (1943, 34) escribía diez meses después de la muerte de Miguel Hernández: «La barbarie nazi-fascista apagó para siempre -o encendió para siempre, mejor-, tres grandes voces líricas de España, la de Federico García Lorca, la de Antonio Machado y la de Miguel Hernández. No importa si una fue segada por el plomo; la otra por la pesadumbre de la ignominia y la última por la enfermedad que la cárcel franquista engendró y sostuvo. En cuentas estrictas, las tres voces magnas murieron de una sola cosa: de la furia cavernaria que quiere someter a los hombres a la esclavitud. Y murieron por una cosa misma: por ser, cada cual a su manera y en su tono, testimonios líricos, es decir, válidos y eternos del querer de un pueblo».

Aunque cada uno de estos tres poetas pertenecen a generaciones literarias distintas: Machado a la del 98, García Lorca a la del 27 y Hernández a la del 36, sus vidas y sus obras estuvieron unidas por un mismo compromiso en favor del pueblo, de la justicia y la libertad. Así lo testimoniaron a lo largo de sus escritos y de sus vivencias personales. En efecto, mientras Antonio Machado hacía una apuesta clara y manifiesta a favor de la República, tanto en sus escritos y actuaciones públicas, García Lorca propagaba la cultura popular a través de la dirección del grupo teatral «La Barraca», y Miguel Hernández se enrolaba en el ejército popular. Tres modos de participación en la renovación social y política de España, pero con el mismo objetivo común de poner sus vidas y sus aportaciones literarias al servicio del pueblo como manifestaba Hernández (2006, 2228): «Las fuerzas de mi cuerpo y de mi alma se pusieron más de lo que se ponían a disposición del pueblo, y comencé a luchar, a hacerme eco, clamor y soldado de la España de las pobrezas que nos quieren legar, que nos quieren separar del corazón, donde está atada».

«La guerra de España -escribe Félix Montiel (1943, 27)- comienza con la muerte de un poeta y termina con la muerte de otro. Uno de nuestros más grandes poetas españoles, el poeta de Granada Federico García Lorca, cae asesinado al iniciarse la guerra. Otro gran poeta español, poeta andaluz y castellano al mismo tiempo, Antonio Machado, cae -podríamos decir también, asesinado- al final de la guerra. Ahora, Miguel Hernández. [...] En realidad, Miguel Hernández no ha muerto. Miguel Hernández es su lucha y su poesía».

Asimismo, el escritor alicantino Juan Gil-Albert (1990, 83) rememora a estos tres poetas como representantes del sacrificio español: «No se puede ya hablar de Federico -"El crimen fue en Granada, en su Granada..."-, de Miguel Hernández, joven, enfermo y en prisión, y hasta de Antonio Machado, viejo y expatriado a las puertas mismas de su país, sin pensar en su muerte; y eso no ocurre en los demás: vida y muerte hacen en ellos un todo con su obra. Ese es el espantoso privilegio que los distingue».

Miguel Hernández y Antonio Machado

Aunque Antonio Machado y Miguel Hernández pertenecen a dos generaciones diferentes como son la del 98 y la del 36 respectivamente, las especiales circunstancias que incidieron en sus vidas durante la guerra civil española y sus posteriores consecuencias hicieron que se establecieran unos vínculos de gran relevancia. A pesar de que sus trayectorias vitales tuvieron inicios diferentes, en su última etapa estuvieron estrechamente unidos compartiendo una misma voz al servicio de unos idénticos ideales a favor de la justicia, la paz y la libertad, como subrayaría Antonio Dorta (1938) refiriéndose a Miguel Hernández: «Se nota en todas sus páginas -del libro Viento del pueblo- el sentimiento ya hecho naturaleza corporal y poética, de que su vida y su destino son unos con la vida y el destino de los españoles. En su poesía, como en la de Antonio Machado, resuenan el dolor y el anhelo de la colectividad, un eco de la voz dormida de su pueblo».

No hay constancia documental de que Antonio Machado y Miguel Hernández tuvieran alguna relación personal, sin embargo si que coincidieron en determinadas ocasiones y participaron conjuntamente en distintos escritos colectivos. El momento culminante de este encuentro de compromiso entre Antonio Machado y Miguel Hernández se produjo especialmente en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura celebrado en Valencia en 1937, en donde participaron activamente. En dicho Congreso -cuya conferencia inaugural pronunció Antonio Machado- se aprobó una «Ponencia Colectiva», leída por Arturo Serrano Plaja, en cuya elaboración participó Hernández junto con otros representantes de la literatura española como Antonio Aparicio, Emilio Prados, Juan Gil-Albert, etc. El escritor inglés Stephen Spender, asistente a dicho Congreso, recuerda en sus Memorias World within world a algunos de los participantes en este Congreso dedicando una especial mención al «poeta Machado, absorto en su mundo de valores poéticos puros [...]» y al «joven soldado, poeta de Madrid, Miguel Hernández, de origen campesino y pastor del pueblo de Orihuela». A Hernández se referiría este autor inglés, durante su intervención en el Congreso, como el pastor «que ha llegado a ser a la vez un soldado de la civilización y el poeta emocionante y profundamente imaginativo de esta guerra».

Asimismo, Antonio Machado y Miguel Hernández firmaron, junto con otros escritores, el «Manifiesto de los intelectuales por una gran editorial para la educación de la juventud», publicado en el diario La Hora, de la J. S. U., en Valencia el 29 de agosto de 1937. Ambos poetas firmarían también, conjuntamente con otros más, el Manifiesto «A los intelectuales antifascistas del mundo entero», que apareció en la página 4 del n.º 13 de la revista El Mono Azul. Igualmente, participaron Antonio Machado y Miguel Hernández en el número IX de la revista Hora de España, editada en Valencia en septiembre de 1937, en la que se publica un ensayo de Machado y varios poemas de Hernández.

La admiración que sentía Miguel Hernández por la obra y la persona de Antonio Machado hizo que, entre los escasos libros que componían su biblioteca, se contara con el poemario de Antonio Machado Soledades, Galerías y otros poemas, editado por Calpe en Madrid en 1919, cuyo ejemplar -quizás regalado por Ramón Sijé- ha sido conservado por la familia del poeta oriolano. A este libro de Machado hace referencia Tomás Navarro Tomás, académico y director de la Biblioteca Nacional, en su prólogo al libro hernandiano Viento del pueblo: «Un amigo, estudiante, le proporcionó obras de Antonio Machado, de Juan Ramón Jiménez y de otros poetas contemporáneos». Este reconocimiento por la obra machadiana queda claramente manifiesto en su poema «Llamo a los poetas», en el que efectúa una relación de los poetas con los que se siente más identificado. Entre estos catorce poetas se encuentra Antonio Machado junto con Vicente Aleixandre, Pablo Neruda, Alberti, Altolaguirre, Cernuda, Emilio Prados, Federico García Lorca, Pedro Garfias, Juan Ramón Jiménez, León Felipe, Antonio Aparicio, Antonio Oliver y Arturo Serrano Plaja.

Pero aparte de estas coincidencias coyunturales hay un hecho de especial relevancia que une la vida de estos dos poetas, como es su clara opción a favor de la legalidad republicana con una expresa defensa de la lucha por la libertad y la justicia. Esta opción condicionó no solo sus vidas y sus planteamientos ideológicos sino que también tuvo una importante incidencia en su creación literaria.

Tanto a Antonio Machado como a Miguel Hernández se les ha calificado como «poetas del pueblo» porque han sabido, los dos, recoger los sentimientos más puros del pueblo y darles su voz. «Que mi voz suba a los montes / y baje a la tierra y truene, / eso pide mi garganta / desde ahora y desde siempre», cantaba Miguel Hernández en su poema «Sentado sobre los muertos». Y Antonio Machado escribe: «Si hablo, suena / mi propia voz como un eco / y está mi canto tan hueco / que ya ni espanta mi pena».

Según Manuel Molina (1992, 359), «por el camino de la cátedra llegó Antonio Machado al pueblo, por el camino del cantar popular, enraizado en la vocación paterna, comprendió que ésta era su única cantera, su única fuente fidedigna. [...] En Miguel Hernández todo fue más sencillo. Sintió la necesidad desde el más tierno brote de su conocimiento inicial; el hambre y la miseria fueron sus guardianes permanentes, los rompeolas de todas sus ilusiones».

Y a través de sus voces contribuyeron ambos poetas, y siguen contribuyendo, a ensalzar las virtudes más nobles del pueblo como son la generosidad, la entrega, el valor y la lucha por la justicia. Ambos dieron lo mejor de su vida y de su obra para construir una España más humana y solidaria. Así lo expresa Miguel Hernández en su poema «Canción del esposo soldado»:

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,

envuelto en un clamor de victoria y guitarras,

y dejaré a tu puerta mi vida de soldado

sin colmillos ni garras [...]

Para el hijo será la paz que estoy forjando.

Y al fin en un océano de irremediables huesos

tu corazón y el mío naufragarán quedando

una mujer y un hombre gastados por los besos.



Igualmente, Antonio Machado manifiesta su compromiso poético y vital con los luchadores por la libertad:

No queda otra elocuencia en España que la del soldado. Resulta triste, como yo, estar condenado a la elocuencia de la pluma. La única moneda con la cual podemos pagar lo que es debido a nuestro pueblo, es la vida.


Esta entrega de Antonio Machado y Miguel Hernández a favor de una causa justa y noble la realizaron desde la generosidad plena sin ningún tipo de pretensiones personales ni deseos de recompensa. Así lo manifiesta Hernández en «Llamo a la juventud»:

Yo trato que de mí queden

una memoria de sol

y un sonido de valiente.



Por su parte, Antonio Machado escribe en «Proverbio y cantares»:

Nunca perseguí la gloria

ni dejar en la memoria

de los hombres mi canción.



Y, finalmente, expone Machado su testamento poético -compendio de toda su trayectoria vital- con esta estrofa recogida en Campos de Castilla que resulta premonitoria del trágico final que volvería a unir a estos dos poetas en el colofón de sus vidas:

Y cuando llegue el día de mi último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontrareis a bordo, ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar.


Miguel Hernández y Federico García Lorca

Las relaciones entre Miguel Hernández y García Lorca se iniciaron el 2 de enero de 1933 cuando ambos poetas se conocieron personalmente en Murcia donde acudió García Lorca con motivo de la representación del auto calderoniano La vida es sueño a cargo del grupo teatral «La Barraca». El encuentro entre García Lorca y Miguel Hernández se produjo en casa del editor murciano Raimundo de los Reyes, situada en el número 2 de la calle de la Merced. Basándose en el relato de Raimundo de los Reyes, el periodista Santiago Delgado (1985) ha recreado este encuentro señalando cómo Miguel Hernández, a petición de Raimundo de los Reyes y de Federico García Lorca, recitó algunos poemas suyos recibiendo, al finalizar, los aplausos y los parabienes de sus acompañantes. Ante estas muestras de reconocimiento Hernández dice: «¡Con que ya soy el primer poeta de España...!». A lo que responde García Lorca: «¡Hombre, no tanto, no tanto...!».

Miguel aprovechó esta ocasión para presentar a Lorca las galeradas de su primera obra Perito en lunas que mereció los elogios del poeta granadino. En el momento de este primer encuentro entre ambos poetas García Lorca contaba con 34 años de edad y Miguel tenía 22 años. Federico se encontraba ya en la cima del reconocimiento mientras que Miguel estaba empezando su periplo poético. Por ello, este primer contacto entre ambos poetas supuso para Miguel un importante estímulo para su incipiente carrera literaria.

Animado por las palabras elogiosas de García Lorca en su encuentro murciano, Miguel le escribe el 10 de abril de 1933 solicitando su comprensión y apoyo:

Federico: no quiero que me compadezca; quiero que me comprenda. Aquí, en mi huerto, en un chiquero, aguardo respuesta feliz suya, y pronto, o respuesta simplemente [...].


A finales de abril Lorca le contesta con una carta llena de estímulos a su quehacer poético: «No te he olvidado. Pero vivo mucho y la pluma de las cartas se me va de las manos. Me acuerdo mucho de ti porque sé que sufres con esas gentes puercas que te rodean y me apeno de ver tu fuerza vital y luminosa encerrada en el corral y dándose topetazos por las paredes. Pero así aprendes. Así aprendes a superarte en ese terrible aprendizaje que te está dando la vida. Tu libro está en el silencio, como todos los primeros libros, como mi primer libro, que tanto encanto y tanta fuerza tenía. Escribe, lee, estudia. ¡LUCHA! No seas vanidoso de tu obra. Tu libro es fuerte, tiene muchas cosas de interés y revela a los buenos ojos pasión de hombre, pero no tiene más cojones, como tú dices, que los de casi todos los poetas consagrados. Cálmate. Hoy se hace en España la más hermosa poesía de Europa. Pero por otra parte la gente es injusta. No se merece Perito en lunas ese silencio estúpido, no. Merece la atención y el estímulo y el amor de los buenos[...]».

En otras tres ocasiones escribe Miguel Hernández a García Lorca (30 de mayo de 1933, diciembre de 1934 y 1 de febrero de 1935) sin que se produjera la respuesta del poeta granadino que, en esos momentos, se encontraba en plena efervescencia creadora con el estreno de Yerma y la preparación de Doña Rosita la soltera que estrenaría finalmente a finales de 1935. El propio Miguel intenta atribuir este silencio epistolar de García Lorca a su desbordado trabajo: «Espero tu carta, Federico. ¿No lo has hecho por tu Yerma? Bueno. Hazlo ya».

Pero esta interrupción de las relaciones epistolares entre ambos poetas no supuso para Miguel la ruptura de su admiración y su amistad con quien consideraba como uno de los mejores poetas de su época. Sin embargo, algunos biógrafos consideran que esta amistad y admiración de Miguel hacia Lorca no era correspondida en el mismo grado por parte del autor del Romancero gitano. Así, para Sánchez Vidal (1992, 43), «tanto Federico como Cernuda rehuían abiertamente a Hernández, encontrando propias de un cierto exhibicionismo rusticano las esparteñas que calzaba el poeta».

Son muchos los testimonios de la admiración que sentía Miguel por García Lorca. De hecho, Lorca está presente de forma continua en la obra hernandiana. En la dedicatoria de su libro El hombre acecha a Pablo Neruda no puede faltar su emocionado recuerdo a Federico: «Pablo: Oigo tus pasos hechos a cruzar la noche, que vuelven a sonar sobre las losas de Madrid, junto a Federico, a Vicente, a Delia, a mí mismo». Lo mismo ocurre en el poema de Hernández «Llamo a los poetas» en donde evoca a todos aquellos poetas que más impacto dejaron en su vida y en su obra, otorgando el primer lugar de todos ellos a Federico García Lorca:

Hablemos, Federico, Vicente, Pablo, Antonio, Luis, Juan Ramón, Emilio, Manolo, Rafael, Arturo, Pedro, Juan, Antonio, León Felipe: Hablemos sobre el viento y la cosecha.


A Miguel Hernández le llega la noticia de la muerte de García Lorca, a primeros de septiembre de 1936, por boca de su amigo Jesús Poveda mientras se encontraba en los locales del Partido Comunista de Orihuela, según testimonio de Ramón Pérez Álvarez que fue testigo presencial del hecho (vid. Juan Guerrero Zamora 1990, 61). Inmediatamente, Hernández escribe una carta a su amigo José María Cossío en la que le pregunta sorprendido: «¿Es cierto, cierto lo de Federico García Lorca?». Y es que Miguel se resiste a aceptar la noticia de que su amigo, su compañero hubiera sido asesinado unos días antes en su Granada natal. Este «manotazo duro» este «golpe helado» le hace exclamar en su «Elegía primera» dedicada al poeta asesinado:

Federico García

hasta ayer se llamó: polvo se llama.

Ayer tuvo un espacio bajo el día

que hoy el hoyo le da bajo la grama.

[...]

Rodea mi garganta tu agonía

como un hierro de horca

y pruebo una bebida funeraria.

Tú sabes, Federico García Lorca,

que soy de los que gozan una muerte diaria.



Según la mayoría de biógrafos hernandianos, esta noticia sobre el asesinato de García Lorca fue el detonante último que impulsó a Miguel a marchar a Madrid el 17 de septiembre de 1936 para incorporarse como voluntario en el V Regimiento y defender así la memoria de su compañero muerto. Para valorar en su medida esta decisión de Miguel Hernández hay que tener en cuenta que este viaje a Madrid -sin retorno previsto- suponía dejar en Orihuela a su novia Josefina en unos momentos en los que ella más lo necesitaba, ya que el padre de Josefina -guardia civil- había sido fusilado en Elda por un grupo de milicianos el 13 de agosto, unos seis días antes de que fuera también fusilado García Lorca.

Es el mismo Miguel Hernández quien relaciona su incorporación al frente de guerra con la muerte de García Lorca, según declaró en una conferencia pronunciada el 21 de agosto de 1937 en el Ateneo de Alicante: «Comienza la tragedia española: la muerte del poeta Federico García Lorca, asesinado por el fascismo en agosto y en Granada, muerte en agosto como el "Amargo" de su romance. La desaparición de Federico García Lorca es la pérdida más grande que sufre el pueblo de España. Él solo era una nación de poesía. Desde las ruinas de sus huesos me empuja el crimen con él cometido por los que no han sido ni serán pueblo jamás y es su sangre, bestialmente vertida, el llamamiento más imperioso y emocionante que siento y que me arrastra hacia la guerra».

Federico García Lorca es, junto a otros dos andaluces como Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre, uno de los principales inspiradores de la producción poética de Miguel Hernández. La poesía de Lorca es para Miguel fuente de inspiración y estímulo. Por ello, es tan importante para Miguel cualquier apoyo de su maestro García Lorca al que acude en repetidas ocasiones en busca de su comprensión y ayuda.

Aunque los orígenes familiares y formativos de Lorca y Hernández son distintos e, incluso, opuestos, sus trayectorias poéticas y vivenciales tiene como objetivo fundamental el servicio al pueblo. Hernández por herencia y Lorca por opción llegan a un mismo compromiso social a favor del pueblo y de los marginados. Tanto el Romancero gitano como Viento del pueblo llevan la misma carga social en defensa de los marginados de la sociedad. En una ocasión Lorca manifestó a un periodista: «Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos: del gitano, del negro, del judío, del morisco que todos llevamos dentro». Idénticos sentimientos motivan la poesía de Miguel Hernández: «Hundido estoy, mirad, estoy hundido / en medio de mi pueblo y de sus males».

El escritor alicantino Juan Chabas (1943, 31) reivindicaba así la permanencia de estos dos poetas del sacrificio español: «¡De Federico García Lorca a Miguel Hernández (dos voces profundas de España, de la España creadora y popular, de nuestra España eterna) qué inmensa desgarradura de vidas, qué aciaga y bestial sembradura de muerte sobre España! No dejemos que la sangre de esa sembradura de muerte se haga barro. ¡Que se encienda en llama, que arda y abrase a los asesinos! [...] Impidamos nosotros que Miguel Hernández, voz de España, caído por España y la poesía, se quede en la muerte. Hagamos que salte por encima de la muerte».

Cancionero y Romancero de ausencias

El destino trágico de estos tres poetas les une con una enorme fuerza que hace asociar sus voces en un mismo clamor que, cual viento del pueblo, sigue resonando a través del tiempo como un cancionero y romancero lleno de vivas presencias.

Para Leopoldo de Luis (2004, 588), la muerte de estos tres poetas fueron extemporáneas e injustas: «Don Antonio, Federico y tú [Miguel] fuisteis las tres muertes extemporáneas e injustas que la Poesía rindió a la guerra civil. Extemporáneas porque ninguno había llegado a una edad suficiente. Injustas porque simbolizáis los tres estigmas de la época: odio, exilio y cárcel».

Por su parte, Pablo Neruda (1978, 219) hace la siguiente reflexión:

A través de siglos se pone la luna y la muerte por tierras de España. Una pequeña fosa junto a otra se aprietan bajo la tierra y la endurecen. [...] Están todos en el mismo sitio, porque a través de la tierra han caído a lo más hondo, al precipicio interno de donde sale la fertilidad, a la honda sima donde rodó toda la sangre. Quevedo es allí el inmenso búho [...] Junto a él, al padre profundo, Machado y Federico son como hijos esenciales todavía revestidos de silencio. Miguel recién ha llegado a la hondura de sus combates. Están despiertos para que la palabra no muera. [...] Ellos viven a través del silencio, y ellos continúan la vida. Aun los más crueles y desenfrenados, los que derramaron la sangre para llegar al sitio del poder, serán fantasmas, serán muertos abominables oscurecido por el horror. Pero los poetas son de tal manera materiales, más que el aluminio y la uva, más que la propia tierra, que atraviesan los años del pavor y son para su pueblo fuente escondida de esperanza y ternura. Viven más abajo que todas las páginas, más altos que las bibliotecas, menos herméticos a través de la muerte, soltando cada vez más esenciales raíces en la profundidad, raíces que van subiendo hacia la superficie y ascendiendo a través de los hombres para mantener las luchas y la continuidad del ser.


Cuando Miguel Hernández decide salir de Orihuela para buscar en Madrid el apoyo y la ayuda que necesitaba para desarrollar su vocación como poeta y escritor, no duda en acudir a la persona que, en esos momentos, ostentaba el más alto nivel de reconocimiento poético: Juan Ramón Jiménez. Y a él se dirige en una carta que le escribe desde Orihuela el 15 de noviembre de 1931 notificándole su próximo viaje a Madrid y solicitándole una entrevista: «Venerado poeta: Sólo conozco a usted por su Segunda Antología que -créalo- ya he leído cincuenta veces aprendiéndome algunas de sus composiciones. [...] Soñador, como tantos, quiero ir a Madrid. [...] ¿Podría usted, dulcísimo Juan Ramón, recibirme en su casa y leer lo que le lleve?». Evidentemente, esta visita no llegó a realizarse. Pero sí que pudo contar el joven poeta oriolano con el decisivo apoyo de Juan Ramón en los comentarios elogiosos que le hizo en el diario El Sol de Madrid el 23 de febrero de 1936: «En el último número de la Revista de Occidente, publica Miguel Hernández, el extraordinario [sic] muchacho de Orihuela, una loca elejía [sic] a la muerte de su Ramón Sijé y 6 sonetos desconcertantes. Todos los amigos de la "poesía pura" deben buscar y leer estos poemas vivos».

Doce años después, Juan Ramón Jiménez (1948) vuelve a recordar, desde Buenos Aires, al «estraordinario muchacho» ya muerto dedicándole estas sentidas palabras:

De los poetas españoles muertos durante la guerra los más señalados fueron Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández. De ellos, el que peleó en los frentes y no quiso salir de su cárcel, donde se extinguía tísico y cantando sus amores, mientras otros compañeros siguieran retenidos, fue Miguel Hernández, héroe de la guerra. Decir esto que digo es justo y exacto.


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