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1.       J. Cadalso, Cartas marruecas. Noches lúgubres. Ed. J. Arce, Madrid, Cátedra, 1978, p. 324. Para Noches lúgubres citaré de esta edición con la sigla, NL, integrando la cita en el texto.

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2.       Desde los primeros comentarios sobre su vida y obra la crítica ha hecho hincapié en este aspecto de Cadalso. Véase la introducción a la edición de 1803 de sus obras donde se lee: «Todos le reconocían por su maestro y por su modelo y amigo, y bajo estos títulos es difícil encontrar otro que, exento de emulaciones y rivalidades pueriles, haya sabido unir más a los grandes ingenios de su tiempo, dirigir sus pasos a la gloria de la nación y a los progresos de la literatura y abrir en España un nuevo campo a la poesía». Citado por Valmar, BAE, 61, p. 246.

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3.       Véase Libros 8 y 9 de la Ética. Empleo la edición inglesa, The Nicomachean Ethics, tr. por Philip Weelwright, New York, 1935.

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4.       Véase la excelente discusión de A. Bartlett Giamatti, The Earthly Paradise and the Renaissance Epic, Princeton, 1969. También: F. López Estrada, Los libros de pastores en la literatura española, Madrid, 1974.

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5.       J. Arce, La poesía del siglo ilustrado, Madrid, 1981, p. 331. Véase todo el capítulo sobre El tema poético de la amistad, pp. 331-41.

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6.       F. Aguilar Piñal, Moratín y Cadalso, en «Revista de Literatura» 42 (1980), p. 135.

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7.       Ibidem, p. 137.

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8.       Poesías, ed. Valmar. BAE, 61, p. 254. Cito de esta edición. Sobre Ortelio, véase N. Glendinning, Cadalso, López de la Huerta y «Ortelio», en «Revista de Literatura» 33 (1968), pp. 85-92.

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9.       Â«La tristeza, cuando nace de lo que Vmd. me insinúa, a saber, de dudas internas, pasiones de ánimo y otros achaques del espíritu, mil veces más penosas que los del cuerpo, entre los Santos tiene el remedio de la oración mental, lección espiritual, confesión general y contemplaciones místicas, etc.; pero entre los que no lo somos no tiene más medicamento que uno, y es desabrochar el pecho con un amigo, y refirirle lisa y llanamente cuanto tiene en lo interior». Escritos autobiográficos y epistolario. Eds. N. Glendinning y N. Harrison, London, 1979, p. 106.

     Citaré de esta edición con la sigla EAE, integrando la cita en el texto.

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10.       F. Aguilar Piñal, Moratín y Cadalso, cit. p. 142.

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11.       Solaya o los circasianos. Ed. F. Aguilar Piñal, Madrid, 1982, p. 78.

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12.       Cartas marruecas. Ed. N. Glendinning y N. Harrison, London, 1966, p. 116. Cito de esta edición con la sigla CM, integrando la cita en el texto.

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13.       R. P. Sebold, Cadalso: el primer romántico «europeo» de España. Madrid, 1974, p. 45.

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14.       Hay numerosos ejemplos. Véase las pp. 9, 12, 15, 32, 34, 35, 46, 49, 50, 52, 58, 70, 71, 81, 83, 91, 93, 116, 133, 140, 187, 190.

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15.       Cadalso siempre tenía en cuenta la posibilidad de que sus cartas se publicaran después de su muerte (véase su carta a Batilo de abril o mayo, 1775. EAE, pp. 102-4) y por eso podrán tener aspecto semi-público. No obstante, siendo cartas a sus más íntimos amigos, creo que podemos confiar en lo que revelan.

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16.       EAE, p. 93. Tenía una hermana (llamada, con trágica ironía, María Ignacia), que murió en 1742. Véase la Introducción a Solaya, p. 9. Glendinning comenta «la necesidad de amor que sintió Cadalso», EAE, p. xvii.

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17.       La poesía es regalo, el máximo regalo que se puede ofrecer a un amigo; y la amistad en sí es regalo de los dioses, según Cadalso. «Quid enim nisi amicitiam probis viris dare potuerunt boni Divi, ut humanae vitae miserandam sortem aliquo ferro modo valeamus?», EAE, p. 108. Sebold comenta el sentido platónico que cobra el verso al archivarse en el pecho de un íntimo amigo. Sebold, op. cit., p. 52.

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18.       Véase D. T. Gies, Nicolás Fernández de Moratín, Boston, 1979, pp. 30-38.

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19.       Véase C. Real de la Riva, La escuela poética salmantina del Siglo XVIII, en «Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo» 24 (1948), pp. 321-64.

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20.       La expresión de su intimidad no es obstáculo para que Cadalso esté siempre consciente de la posible publicación de sus cartas, como escribe a Meléndez: «Tal vez si muero en esta guerra saldrá a luz una colección de cartas familiares mías». EAE, p. 103.

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21.       Nunca abandona por completo la conciencia de la utilidad de ciertas amistades. En la lista de deberes que deja del año 1778, leemos que apunta la necesidad de «fomentar la amistad de Montijo, Cevallos y Navia». EAE, p. 26. Sobre el rechazo de ciertas amistades cortesanas, véase lo que escribe Glendinning, Vida y obra de Cadalso, Madrid, 1962, pp. 31 y 55.

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22.       Con la condesa-duquesa de Benavente, Cadalso tiene una amistad algo especial, que recuerda como «ligándonos una tan sólida y verdadera amistad cual yo nunca creí posible entre personas de distintos sexos [...] Si se tuviese más cuidado en escribir las costumbres de la nación, esta amistad formaría época en semejante historia». EAE, p. 103. Sobre la Benavente, véase la Condesa de Yebes, La condesa-duquesa de Benavente. Una vida en sus cartas, Madrid, 1955.

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23.       F. Aguilar Piñal, Moratín y Cadalso, cit., p. 139.

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24.       EAE, p. 100. Una idea semejante aparece en la Carta 28 donde Ben Beley desea morir «rodeado de hijos, nietos y amigos» (CM, p. 75).

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25.       Estas palabras confirman la ética explicada por Aristóteles, para quien el ser buen hombre y el ser buen amigo son la misma cosa. Véase Ethics, p. 183. La misma idea se refleja en la elegía moral de Batilo, La virtud, donde el hombre de bien es buen padre, buen ciudadano y buen amigo. Poesías selectas, Eds. J.H.R. Polt y G. Demerson, Madrid, 1981, pp. 250-267.

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