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Arte Poética Fácil

D. Juan Francisco de Masdeu




¡Oh! ¡praeclaram emendatricem vitae Poëticam!


Cicerón                




portada



¡Oh! ¡cuánto aprovecha el Arte Poética para corregir las costumbres!





A LA REINA NUESTRA SEÑORA DOÑA MARÍA LUISA.

SEÑORA.

Mi natural amor a la poesía me ha dictado un Arte Poética, que no tiene otro objeto, sino el de facilitar este delicioso estudio, uno de los más necesarios en cualquiera nación, por ser ordinariamente el primer paso para la sabiduría. Se proponen sus reglas en Diálogos familiares para proporcionarlas a la capacidad aun de la tierna Juventud de entrambos sexos, que ha carecido hasta ahora de este sabroso artículo de educación; y se explican las mismas sin términos facultativo, o de escuela, para destruir la preocupación popular, que no tiene por capaces de un empleo tan fácil y natural, a los que no han seguido otros estudios. No puede mi Obra ser provechosa, si no corre con aceptación por las manos de la Juventud española; ni pudiera ella aspirar a tan alto honor, si no la hubiese ensalzado con su poderosa protección el sabio y amable genio de V. M., a cuyos reales pies la pone con el más humilde respeto,

SEÑORA,

Juan Francisco de Masdeu y Montero.




ArribaAbajoIdea de la obra

Dos cosas son las que facilitan cualquiera estudio, la inclinación del Discípulo, y la claridad del Maestro. La afición de los hombres a la poesía puede casi llamarse general, porque fuera de algunas almas insensatas, todos se deleitan con la dulzura y armonía del verso por más que no sepan en qué consiste. El único tropiezo pues en este estudio, como en otros muchos, es la obscuridad de quien lo rige. Dense las reglas con buen orden, con estilo fácil, con palabras que todos entiendan; y en poco tiempo los que no saben, qué cosa es poesía, se formarán poetas. He aquí el objeto y el fin de mis Diálogos, dirigidos a enseñar la poética con facilidad. Los que hablan en ellos, son solos dos, Maestro y Discípula; porque otro interlocutor sería superfluo, y podría ocasionar confusión. Sus nombres son los de Metrófilo y Sofronia, que es decir El Amante del Metro, y La Discreta. Hago hablar a una discípula, más bien que a un discípulo, para que se entienda, que aun las mujeres pueden instruirse fácilmente en la poesía, con tal que tengan mediano talento, y sepan leer y escribir.

Iº. El primer paso, que se ha de hacer en cualquiera estudio, es el de formar una idea cabal de lo que se desea aprender, y de la utilidad, que el mismo estudio acarrea. Este es el objeto del primer Diálogo.

II.º Nadie puede llegar absolutamente a dar buena forma a los versos sin saber leer y escribir, no como quiera, sino con perfección, que es decir, con buen orden, y buen sentido. Este arte, que no es tan fácil ni vulgar como piensan muchos es la que se enseñara en el segundo Diálogo con la mayor claridad posible.

III.º La armonía de las composiciones poéticas es de tres clases: la primera es la de cada verso de por sí: la segunda es la de la rima, o de la consonancia de un verso con otro: la tercera es la que resulta de la distribución de varios versos de la colocación de sus consonantes. La armonía a del verso que es la primera, será el argumento del tercer Diálogo.

IV.º En el Diálogo cuarto se tratará de la segunda armonía, que es la de la rima o consonante.

V.º La completa armonía de toda la composición poética se explicará difusamente en el quinto Diálogo.

VI.º Adquiridas las ideas de la Poética en general, se pasa fácilmente a la formación de las particulares poesías. Las más pequeñas me darán materia para el Diálogo sexto, porque por su brevedad se consideran como más fáciles.

VII.º Comprehendida la construcción de las poesías cortas, se aprende más fácilmente la de las grandes. De éstas hablaré en el Diálogo séptimo.

VIII.º Después de haber explicado todo lo material de la poesía, examinaré su formal, que es el lenguaje poético. Este artículo, que quizá es el más difícil de todos, merece tratarse con particular esmero en el Diálogo octavo.

IX.º En la última Conferencia daré una breve noticia de las antiguas Fábulas, para completar con éstas el utilísimo Tratado del lenguaje poético.






ArribaAbajoDiálogo Primero

Naturaleza y utilidad de la poesía


Metrófilo. Me has dicho varias veces Sofronia, que quisieras aprender la poesía; mas que siendo mujer, y no habiendo estudiado la gramática, ni la retórica, te dicen todos ser imposible.

Sofronia. No se contentan con decirme esto: se me ponen a reír, y me tratan como necia.

Metrófilo. No eres tú la necia: lo son los que te hablan así. Es una especie de vanidad muy común entre los hombres, la de tenerse a sí mismos en mucho concepto, porque fueron a las aulas, cuando eran niños. ¿Mas qué saben después de todo esto? Un poco de latín, si es que lo saben; pues hay muchos que se precian de ser doctores y no llegan en latinidad a varias Monjas de Coro.

Sofronia. ¿Pues qué? sin saber latín se puede aprender la poesía?

Metrófilo. ¿Quién lo duda? No solo la poesía, sino también la lógica, la física, la metafísica y cualquiera otra cosa; siendo indubitable que las reglas de una ciencia o de un arte tanto pueden comunicarse a los estudiosos en castellano o francés, como en lengua griega o latina.

Sofronia. ¡Oh cuánto me creyera dichosa, si pudiese escribir en poesía sin haber ido a las aulas! Quisiera desde luego mortificar la jactancia de los hombres con una docena de sátiras en verso. ¡Oh cómo me echara a reír, cuando viniesen a decirme, que no sé latín!

Metrófilo. Si tu deseo no es otro, sino el de ponerte a la par con cualquiera de esos hombres, que se llaman Poetas; te doy palabra, que lo podrás conseguir en menos de un año. Tendremos los dos algunas conferencias: tú estudiarás un mes sobre cada una de ellas, poniendo en práctica con la pluma, bajo mi dirección o la de otro, todas las cosas que te iré insinuando: y después verás a muchos Poetas delante de ti con el sombrero en la mano.

Sofronia. Dame desde luego, Metrófilo, la primera lección; que yo te prometo, que me aplicaré al estudio con la mayor diligencia y conato.

Metrófilo. Empecemos pues por lo primero. Poeta es palabra griega, que significa Hechor o Criador; y Poesía del mismo modo quiere decir Hechura o Criatura.

Sofronia. ¡Mucha soberbia a la verdad es la de los Señores Poetas! Siendo ellos fabulosos, o escritores de fábulas, según he oído varias veces; no sé, como tienen valor para intitularse Criadores.

Metrófilo. Por lo mismo, porque son fabulosas y fantásticas las invenciones del Poeta, por esto puntualmente se le da el título de Criador. Las cosas que él inventa, no existen en el mundo: se las forma él en su cabeza, y se las cría por sí mismo a su placer: y por lo mismo se le llama criador de semejantes cosas que son verdaderamente criaturas suyas, e hijas de su imaginación.

Sofronia. El Poeta en substancia, según esto, es un criador de mentiras. No me parece oficio muy honrado.

Metrófilo. Escúchame, Sofronia, y te desengañarás. El Poeta, cuando habla, no ha de atender ni a lo verdadero, ni a lo falso, sino solo al verisímil.

Sofronia. ¡Extraño milagro por cierto! ¿Cómo se ha de decir una cosa, que ni sea falsa, ni verdadera? Todo lo que dice nuestra boca, ha de ser necesariamente o verdad o mentira. De aquí no se escapa.

Metrófilo. Veo, que eres ingeniosa, y me alegro mucho, porque siempre el mejor Poeta es el que tiene más ingenio. Óyeme pues con cuidado. Yo no digo, que el Poeta deba decir cosas, que ni sean verdaderas, ni falsas, porque esto es imposible. Digo solamente, que ha de decir las verisímiles: y como el verisímil a veces es verdadero, y a veces falso; debe decir sin escrúpulo y sin dificultad alguna, tanto el verisímil falso, como el verisímil verdadero, con tal que sea verisímil.

Sofronia. ¿Mas qué quiere decir este verisímil?

Metrófilo. La misma palabra te lo enseña. Un verisímil es una cosa simil al vero, o semejante a la verdad; una cosa, que por ventura no habrá sido, ni sucedido jamás, pero que podría suceder, y podría ser.

Sofronia. Entiendo, Metrófilo, lo que dices: pero con un ejemplo lo entendería mejor.

Metrófilo. Dime, Sofronia. ¿Sueñas alguna vez cuando duermes?

Sofronia, Casi siempre: y mis sueños, a veces son muy extraños.

Metrófilo. Cuéntame pues alguno de ellos, el que más te agradare.

Sofronia. No perdamos el tiempo. Enséñame lo que me has de enseñar, y dejémosnos de sueños y niñerías.

Metrófilo. No es niñería lo que te pido. Dime tu sueño, y verás si tengo razón.

Sofronia. Ya que así lo quieres por fuerza, te contaré el sueño de esta noche. Ha entrado por las puertas de la Ciudad un monstruo feísimo y deforme, medio hombre y medio bestia, amenazando y horrorizando a las gentes con su boca espantosa, con sus uñas corvas y agudas, y con aullidos terribles. Por más que todos han procurado salvarse, sin embargo ha despedazado a muchos; el terror ha sido tan grande, que ni uno siquiera para el bien público se atrevía a salir de su casa. Viendo yo la consternación general, y sabiendo al mismo tiempo, que la Ciudad había ofrecido un gran premio para quien matase a la bestia, me he vestido en gala, y he salido luego a la plaza, llevando en las manos un espejo muy grande, que me cubría todo el cuerpo. Quedó enajenado el monstruo, viendo su imagen dentro del cristal; y empuñando yo entonces un sable, que me colgaba de la cinta, le corté de un golpe la cabeza con el mayor coraje. Es increíble el aplauso, que me hizo todo el pueblo; más yo en lo mejor de mi gozo me disperté, y vi que mis glorias eran soñadas1.

Metrófi1o. Muy bien me viene, Sofronia, el bellísimo cuento que me has contado. Sabe, que este tu sueño es una verdadera y muy hermosa poesía, llena toda ella de graciosos verisímiles. La extravagancia y deformidad de la bestia, su entrada improvisa en la Ciudad, el estrago de muchas personas, el temor de todo el pueblo, el premio para quien la mataba, tu extraña aparición con el grande espejo por escudo, el coraje con que la degollaste, el aplauso con que te honró la gente: todas estas cosas son falsísimas, no habiendo realmente sucedido ninguna de ellas: pero son todas verisímiles, porque pudieran todas suceder, y por más que no sean verdaderas, son semejantes a una verdad.

Sofronia. Jamás hubiera creído, que con solo un sueño me hubieses hecho entender lo que es un verisímil y un pensamiento poético. Según esto una poesía no es otra cosa en substancia, sino un sueño.

Metrófilo. Efectivamente un poema es muy semejante a un sueño, porque uno y otro son criaturas de la fantasía o de la imaginación; pero con esta diferencia, que el sueño muchas veces es una poesía desordenada y monstruosa, como nacida de la fantasía sin regla alguna, y sin freno de razón; y la poesía al contrario es una especie de sueño bien dispuesto, porque está sujeto a determinadas leyes, que gobiernan y refrenan la imaginación del Poeta.

Sofronia. Dime por tu vida, o Metrófilo, que leyes son estas.

Metrófilo. En la primera lección no puedo decirlo todo. Te basta saber por ahora, que el verisímil ha de ser tal, que se forme con él una poesía razonable, o digna de hombre de razón.

Sofronia. ¿Mas cómo conoceré yo, si una poesía es conforme o no a la razón humana?

Metrófilo. La cosa es más fácil de lo que te parece. Una poesía, para que sea digna de un hombre de razón, ha de ser razonable en su objeto, y razonable en su tejido.

Sofronia. ¿Qué tiene que ver el tejido con la poesía? Es preciso que lo expliques mejor.

Metrófilo. Te lo diré más claro. En una pieza poética, para que sea buena, han de ser razonables las cosas que se dicen y razonable también la manera con que se dicen. Las cosas que se dicen, son las que forman su objeto; y el modo, con que el Poeta las dice tejiendo, las unas con las otras, es lo que se llama tejido.

Sofronia. Por lo que toca a las cosas que se han de decir, ya me preveniste poco antes, que el objeto de la poesía es cualquiera cosa verisímil.

Metrófilo. Así es realmente. Pero es menester advertir, que hay dos especies de verisímiles: unos son naturales y fácilmente creíbles; y otros prodigiosos y difíciles de creerse. En tu mismo sueño lo puedes ver claramente. Que una flaca mujer se presente a una bestia feroz, la embista, la coja por el cuello, la eche por tierra, y la mate, este es un verisímil prodigioso, que difícilmente se cree. Más si la misma mujer corre a la lucha (como tú lo hiciste) con un espejo por delante y consigue con él, que la bestia se pare a mirarse, y quede encantada y sin movimiento, y se proporcione por sí misma a recibir la muerte sin resistencia; ya entonces el verisímil es más natural, y más fácilmente creíble.

Sofronia. ¿Pero cuál de estos dos verisímiles es el verdadero objeto de la poesía?

Metrófilo. El Poeta a su arbitrio tanto puede hacer uso del verisímil natural, como del prodigioso; antes bien, por regla general, cuanto más admirable y extraordinaria es la cosa que se dice, tanto la poesía es más noble y más sublime. Pero es necesario tener presente, que siempre el verisímil ha de ser creíble: y en esto consiste puntualmente la mayor habilidad del Poeta, en hacer que parezcan llanas y naturales las cosas más extrañas y prodigiosas.

Sofronia. He aquí una nueva dificultad para mí. ¿Cómo pueden convertirse en fáciles y llanas las cosas difíciles y extravagantes?

Metrófilo. Lo entenderás con los ejemplos. Es increíble, que una mujer sola pueda entrar en una fortaleza, dar la muerte a todas las centinelas y soldados, y apoderarse de ella en un momento: pero si tú dijeres, que aquella mujer era hechicera, y que supo con sus encantaciones adormecer o entorpecer a todos los soldados; tu cuento increíble y desatinado vendría a ser natural y creíble. Es difícil asimismo, y aun imposible, que un caballo vuele por el aire hasta llegar a la luna, como lo han hecho volar Ariosto y otros Poetas: más si tú con tu fantasía lo hicieres nacer con un par de alas bien dispuestas, y proporcionadas a su corpulencia; no sería entonces de extrañar, que hubiese volado como un águila. Tú misma si dijeres, que has volado sin ayuda alguna; nadie te creería: pero si dices haberlo hecho con el globo volante, que se usó pocos años hace; todos te creerán fácilmente. En tu mismo tiempo tú has hecho creíble (como te dije poco antes) lo que por ningún título lo era; pues no teniendo fuerzas tú sola para quitar la vida a una bestia feroz, te armaste con el espejo para enajenarla y pararla, y de este modo has hecho fácil y natural lo que hubiera, sido dificilísimo, y prodigioso.

Sofronia. Tus documentos me abren un camino, que ya me va pareciendo fácil, más no deja sin embargo de darme algun miedo la regla del razonable, que me has dado antes; porque no me parece muy conforme a razón el poner alas a un caballo, ni el suponer que hay hechiceras capaces de encantaciones.

Metrófilo. Tus dudas me consuelan mucho, porque me dan prueba de tu talento. Es cierto, Sofronia que los caballos no tienen alas: pero sucediendo varias veces, que nacen monstruos extravagantísimos, como lo fue el de una gata de mi casa, que parió un gato con tres cabezas sobre tres cuellos, y con tres colas entretejidas a manera de trenza; así el Poeta es dueño de inventar otros monstruos semejantes, de que es capaz la naturaleza, aunque jamás se hayan visto.

Sofronia. Entiendo, Metrófilo, que puedo dar alas a un caballo, porque habiendo en el mundo caballos y habiendo alas, la naturaleza puede juntar en uno estas dos cosas, aunque no acostumbra a unirlas. ¿Mas cómo puedo introducir en un poema hechiceros y hechizos, habiéndome dicho algunas personas sabias, que quizá no los hay en el mundo?

Metrófilo. Otros sabios dicen, que ha habido brujos y hechiceros, y que puede haberlos: pero dejemos esta cuestión, que para nosotros es inútil. Lo cierto es que el vulgo cree que los hay; y esto solo basta para que el Poeta pueda tratar de ellos. Te lo haré ver ahora mismo. Habrás oído hablar muchas veces de ciertas Mozas antiguas, que tuvieron el título de Musas, porque fueron las primeras maestras de la música, y de todas las demás cosas que tienen relación con ella. Habrás oído nombrar a una Señorita, llamada Aurora, que, madruga mucho, y viene todas las mañanas antes del sol a traernos la luz del día. Habrás oído también, que en un monte de Sicilia, que vomita fuego, vive un tal Vulcano muy feo y cojo, labrando de continuo en aquellas grutas ardientes los rayos, que despide el cielo cuando truena. Ninguna de estas cosas es verdadera: son fábulas y patrañas inventadas por los antiguos; antes bien algunas de ellas tienen el defecto de ser poco verisímiles, y nada conformes a la razón humana: pero sin embargo de todo esto, como todo el mundo las ha recibido, el Poeta no es culpable en valerse de ellas, por más defectos que tengan. Lo mismo has de pensar acerca de los hechiceros. Aunque fuesen fabulosos, como la Aurora y las Musas; son hombres, de que hablan otros Poetas acreditados; y esto te debe bastar para hablar de ellos, cuando te venga al caso.

Sofronia. ¿Luego el verisímil de la poesía no siempre ha de ser razonable, como tú dijiste?

Metrófilo. Has de hacer distinción entre las cosas inventadas por los antiguos, y las inventadas por ti misma. Cuando quieres decir una cosa de tu invención; has de buscar sin falta el verisímil, creíble o razonable, como te dije antes. Al contrario, cuando quieres hacer uso de invenciones antiguas podrás tomarlas, como las hallares, sin examinar, si son razonables o no; porque aun no siendo en sí mismas muy conformes a la razón, ni muy semejantes a la verdad; pasan sin embargo por verisímiles y razonables en el concepto de las gentes en virtud de la autoridad de los antiguos que las inventaron, y de los demás hombres que las recibieron.

Sofronia. Me he hecho cargo, si no me engaño, de todo lo que me has dicho hasta ahora.

Metrófilo. Pues si lo has entendido bien, repíteme la lección que te he dado acerca del verisímil

Sofronia. Me has dicho, que el Poeta, cuando escribe o habla, no ha de cuidar de verdades, ni falsedades, sino solo del verisímil, o verdadero o falso, como fuere. Me has dicho, que por verisímil se entiende una cosa, que se asemeje a lo verdadero, por más que no lo sea; y pueda llegar a suceder, aunque jamás haya sucedido. Me has dicho, que hay algunos verisímiles prodigiosos, y otros más naturales, y que aunque unos y otros están igualmente a la disposicion del Poeta, los primeros son más propios, que los segundos, para una poesía noble y magnífica. Me has dicho, que el Poeta, cuando quiere contar algún verisímil extraordinario y difícil, lo ha de ir entretejiendo con circunstancias, que lo hagan más razonable y creíble. Me has dicho por fin, que esta última regla de moderación se observa solamente en las invenciones nuevas; más que tratándose de las antiguas o de las ya recibidas por el vulgo, pueden adoptarse a ojos cerrados sin examen alguno de su verisimilitud o credibilidad.

Metrófilo. Muy bien te has portado, Sofronia. Da gracias a Dios que te ha dado buen entendimiento.

Sofronia. Más yo me acuerdo, Metrófilo, de lo que me dijiste poco antes, que el verisímil no ha de estar solamente en las cosas que se dicen, sino también en el tejido, o en la manera con que se enlazan.

-Metrófilo. Te explicaré en pocas palabras lo que quise decir.

Sofronia. Explícalo menudamente, y a medida de mi ignorancia, que no es poca.

Metrófilo. El verisímil, que debe observarse en el tejido de cualquiera poesía no consiste en otra cosa, sino en la conexión o trabazón de todas sus partes, ¿Quieres dedicar por ejemplo una composición poética a dos Señores que se casan? Puedes hablar en ella de cualquiera cosa que te pase por la cabeza, con tal que tenga relación con el casamiento.

Sofronia. Podré hablar, según esto, de las calidades personales de los novios, o del lustre de sus mayores, o de la fidelidad con que se han de amar o de la educación que han de dar a sus hijos o de la felicidad del matrimonio, o de los peligros del estado conyugal, o de otras cosas semejantes, que tengan relación con el argumento de la poesía.

Metrófilo. Es cierto, que puedes hablar de todo esto: pero te hicieras todavía más singular, si hablases de otras muchas cosas, a que no piensan ordinariamente los Poetas más vulgares. ¿Ves por ejemplo en tu jardín un arbolito florido? Puedes hablar de aquella planta. ¿Ves un bajel que vuela por las inmensas aguas del Océano? Puedes hablar de aquella nave. ¿Ves un águila que se remonta velozmente hacia los rayos del sol? Puedes hablar de aquella ave. ¿Ves en un cuadro la muerte, que te horroriza con la deformidad, de su rostro y te amenaza con la hoz en la mano? Puedes hablar, si quieres, aun de aquella muerte.

Sofronia. ¿Mas qué relación puede haber entre el árbol y los novios? ¿entre la nave y el casamiento? ¿entre el águila y el matrimonio? ¿entre la muerte y las bodas?

Metrófilo. Sabe, mi Sofronia, que entre todas las cosas del mundo hay alguna relación o mayor o menor.

Sofronia. Te diré ingenuamente, Metrófilo, que me parece entender en mi cabeza lo que es relación, pero no supiera explicarlo.

Metrófilo. Quien entiende una cosa en su mente, y no la sabe manifestar con la boca, no la comprehende con claridad. Más no te asustes por esto; porque hay algunas cosas (como lo es puntualmente la de que se habla) que no pudiendo verse con los ojos, ni tocarse con las manos, no se alcanzan ni se explican tan fácilmente, sino es despues de alguna refleja y estudio. Por lo que toca pues a nuestro asunto; dejando otras muchas cosas que pudieran decirse, te diré dos solas, porque me parece que bastan para tu instrucción.

Sofronia. Dímelas con la mayor claridad posible, para que pueda entenderlas.

Metrófilo. Dos cosas, que vieres, de cualquiera especie, si la una es superior, y la otra inferior, tienen relación entre sí. Dios es superior, y el hombre inferior: el padre es superior, y el hijo inferior: el Príncipe es superior, y el vasallo inferior. Estos objetos tienen entre sí una relación tan grande, qué componiendo tú una poesía sobre uno de ellos, puedes con tu discurso pasar libremente al otro: hablando del hombre, puedes subir con tus versos hasta el trono de Dios; y hablando del Príncipe, puedes bajar desde su alto palacio hasta la choza de un pobre pastor. Pero hay todavía otras superioridades e inferioridades, que son más difíciles de descubrirse. Así la muerte es superior, y la vida inferior; porque la muerte corta el hilo de la vida, y la vida cede a la guadaña de la muerte: el granizo es superior, y la viña inferior; porque el granizo amenaza a la viña, y la saquea, y la viña no tiene fuerza para resistir al granizo: el viento es superior, y la mar inferior; porque el viento echa las olas a do quiere y éstas obedecen al viento: la hermosura es superior, y la fealdad inferior; porque una cosa hermosa hace desagradable a la fea, y la fea se envilece ante la hermosa. Un Poeta por consiguiente, pintando un objeto hermoso, puede hacer un horrible retrato de la fealdad: considerando las aguas de la mar, puede subirse por el aire, y describir la formación de los vientos: tratando de uvas y de vinos, puede levantar su pensamiento hasta las nubes, en que se forma el granizo: hablando de la dulzura de la vida, puede irritarse contra la muerte, que es su enemiga y destruidora; y lo mismo puede hacer quien dedica sus versos a un novio, como te dije antes, pues el fin del matrimonio es la vida de los hijos, y éstos están expuestos a la muerte desde el primer momento de su existencia. He aquí un manantial copiosísimo, de innumerables relaciones, porque si te pones a meditar algún poco sobre las cosas criadas, hallarás en todas ellas alguna especie de superioridad o inferioridad.

Sofronia. Tuviste razón en decirme que todas las cosas del mundo tienen alguna relación entre sí.

Metrófilo, La segunda regla para descubrir la relación que hay entre dos cosas, es la de considerar las calidades, que son comunes a entrambas. Todas las cosas criadas, por más que sean diferentes la una de la otra, tienen alguna calidad común, que las hace semejantes.

Sofronia. Me agrada mucho esta idea; pero quisiera verla y tocarla con ejemplos claros y palpables.

Metrófilo. Te presentaré dos solos ejemplos, el uno muy material, y el segundo algo más difícil. El hombre y el caballo son dos cosas bien diversas: más a pesar de su diversidad el hombre vive, y el caballo vive; el hombre ve, y el caballo ve; el hombre camina, y el caballo camina. La vida, la vista, y el paso, son tres calidades comunes al caballo y al hombre: son tres calidades, que producen relación entre el uno y el otro: son tres calidades, que dan motivo al Poeta para poder pasar con su discurso del hombre al caballo, y del caballo al hombre. Pasemos al segundo ejemplo. Los árboles y los novios, aunque cosas tan desemejantes, sin embargo se asemejan: los árboles se adornan con hojas y flores; y los novios se hermosean con vestidos y galas: los árboles producen frutas; y los novios producen hijos: los primeros alimentan sus productos, hasta que son maduros para el hombre; y los segundos crían a sus hijos, hasta que llegan a la edad de tomar estado. El ornato, la producción, la educación, son tres calidades comunes a los esposos, y a los árboles: son tres calidades, que producen relación entre los unos y los otros; son tres calidades, que dan ocasión al Poeta para poder pasar con su discurso de los novios a los árboles, y de los árboles a los novios.

Sofronia. Ahora entiendo, en una poesía, de bodas se puede tratar de otras mil cosas muy diferentes. Pero me parece (si me permites decirlo) que algunas de las relaciones que has insinuado son muy lejanas, y por consiguiente difíciles de descubrirse.

Metrófilo. Así es por cierto. Pero es menester persuadirse, que una pieza poética tanto más hermosa es y admirable, cuanto son más lejanas y difíciles las relaciones de sus objetos; porque todos saben ver las relaciones fáciles y vecinas; pero el descubrir las más difíciles y lejanas, es de muy pocos.

Sofronia. ¿Cómo podré pues pretenderlo yo?

Metrófilo. Lo puedes pretender, y, aun conseguir, con dos solos medios; con hacer alguna reflexión sobre las cosas que ves en el mundo; y con leer a los Poetas que han hablado de ellas. Si ves un jardín, un perro, una estrella; si tocas una tela, una viguela, una pintura; si oyes una campana, un trueno, un estallido de terremoto; ponte a pensar a solas, que relación hay entre la campana y la viguela, entre el jardín y la pintura, entre el terremoto y el trueno; y se te ofrecerá fácilmente, que la campana y la viguela, ambas producen algún sonido; que la pintura y el jardín se asemejan por la variedad de sus colores; que el terremoto y el trueno ambos te conmueven, el primero con el vaivén de la tierra que te sustenta, y el segundo con el golpe del aire que te rodea. Ponte despues de esto a leer o las comedias de Lope, o los sonetos de Boscán, o la Lusiade de Camoens; y repara atentamente en sus obras, cuando pasa el Poeta de un discurso a otro. Verás entonces y entenderás no sólo la relación, que hay entre la cosa que deja y la que toma; pero aun el modo natural, con que se aparta de la primera, y se arrima a la segunda.

Sofronia. Este pasaje natural de un objeto al otro en una misma poesía, es lo que me parece a la verdad lo más difícil de todo.

Metrófilo. Y este pasaje puntualmente es en lo que debe ponerse más cuidado, porque de él depende principalmente el verisímil del tejido. Se dan mil reglas a los discípulos, para que aprendan a pasar de una cosa a otra con naturalidad. Yo te daré una sola, que vale por todas, y no te causará la confusión, que suele nacer de la muchedumbre de preceptos. Luego que hubieres descubierto la calidad, en que consiste la relación de dos objetos; no has de hacer otra cosa, sino insinuar de algún modo aquella calidad; y hecho esto, pasa libremente del uno al otro, como te viniere. ¿Quieres pasar por ejemplo, del terremoto al trueno, de la viguela a la campana, del árbol a la novia? Insinúa la conmoción, que es común al trueno, y al terremoto; el sonido, que es común a la viguela, y a la campana; la producción, que es común a la novia, y al árbol: y luego ponte a discurrir, como te agradare, ora del árbol, y ora de la novia; ora de la campana, y ora de la viguela; ora del temblor de tierra, y ora del trueno; con tal que tus discursos tengan siempre presente aquella calidad común, que es la que te permite la conjunción de dichos objetos. Si observas esta sola regla, el tejido de tu poesía tendrá todo el verisímil que ha de tener. A los principios te parecerá algo difícil: más con un poco de leyenda y de práctica, la hallarás facilísima.

Sofronia. Me has hecho comprehender una cosa que me parecía demasiado ardua.

Metrófilo. Repíteme pues ahora en pocas palabras la instrucción que acabo de darte.

Sofronia. La poesía, según me has enseñado, ha de tener dos verisímiles; el de sus objetos, y el de su tejido. El verisímil de los objetos consiste en la semejanza de ellos con la verdad: y el verisímil del tejido depende de la trabazón de un objeto con otro. Para esta trabazón o conexión se requieren dos cosas: la primera es, que los objetos tengan alguna relación entre sí; y la segunda, que el Poeta, cuando habla de ellos, insinúe la relación que tienen, y la conserve presente en todo su discurso. Las reglas generales para conocer la mutua relación de los objetos, me has dicho, que pueden reducirse a dos: la primera es la de observar las calidades diversas, que forman un objeto superior a otro: y la segunda es la de observar las calidades comunes, por las cuales un objeto se asemeja a otro. Me as añadido, que estas relaciones unas veces son vecinas, y fáciles de verse; y otras veces son lejanas, y difíciles de descubrirse; pero que el Poeta será más digno de alabanza, si hiciere uso de las más difíciles y lejanas.

Metrófilo. Muy bien lo has entendido todo. Ahora pues ya sabes, en que consiste la naturaleza de la poesía. Me contento con esto, y no quiero darte más carga en esta primera conferencia.

Sofronia. Una sola cosa quisiera todavía de ti, pues me la has prometido desde el principio. Quisiera saber, que provecho sacaré yo de la poesía.

Metrófilo. Son tres los provechos que te dará: la cultura, el deleite, y la instrucción.

Sofronia. No entiendo, Metrófilo, lo de la cultura.

Metrófilo. Se llama agricultura o cultura de la tierra, el arte de los campesinos, y labradores, que, cultivan las campiñas, y las hacen útiles y fecundas. De un modo semejante se llama cultura del espíritu la que hace útil y fecundo a nuestro entendimiento. Si tú aprendes de poesía; tu mente se acostumbrará a pensamientos bellísimos; tu boca rebosará, sin quererlo, de expresiones ingeniosas; tu trato será gustoso y placentero; te darán las gentes el título de ingeniosa y culta y aun el de literata.

Sofronia. Metrófilo, son tales las cosas que me dices, qué por fuerza he de tener gana de aprender la poesía.

Metrófilo. El otro provecho, que te dije antes, es el del deleite. La poesía es deleitosa por dos motivos: por sus ideas brillantes, y por su hablar armónico. Los pensamientos del Poeta son ingeniosos y extraños: son de cosas nuevas y criadas por él mismo: agradan muchísimo a quien los oye, y mucho más a quien los produce; porque además de la hermosura que manifiestan a todos en general, tiene el Poeta la complacencia de ser padre de ellos, y de amarlos como a hijos. A este deleite, que nace de los pensamientos o ideas, se añade el del lenguaje armónico, de que te hablaré a su tiempo. Ahora solamente te diré que la armonía del verso es el fundamento y la basa de la armonía de la música; porque la música se ocupa toda en cantar y sonar; y el son y el canto, son dos cosas inventadas principalmente para la poesía, el canto para cantar los versos, y el son para acompañar su canto.

Sofronia. Yo soy amantísima de la música, como tú sabes; y este por consiguiente es un nuevo impulso, para que me aplique con gusto a la poesía, además de los dos motivos generales de la cultura y del deleite; pues la instrucción, que nombraste en tercer lugar, me parece, que va junta con la cultura, no pudiendo yo ser culta sin ser instruida.

Metrófilo. Más la instrucción, que yo dije, no es la que tú piensas. No hablo de tu instrucción, sino de la ajena.

Sofronia. ¿Qué me importa a mí de la instrucción de los otros? Yo de pretendo ser maestra. Me contento con saber para mí.

Metrófilo. Pues sabe, que si te formas Poeta, llegarás a ser maestra del público; porque la mayor parte de las poesías son lecciones, que se dan al pueblo. Si llegas a componer una poesía de teatro, o comedia, o tragedia; darás lección de costumbres: si escribes una poesía rústica; darás doctrina de labranza: si la formas majestuosa en elogio de un General o de un Rey; darás preceptos de guerra o de política.

Sofronia. Más estos, Metrófilo, son propiamente sueños. ¿Qué he de saber yo de política, de guerra, de agricultura, de costumbres?

Metrófilo. Sabrás de todo, si quieres. Estudia por ahora lo que te he enseñado en este primer Diálogo cuidaré yo de lo demás. No pienses que te he de dar lección de todo, porque esto sería imposible: pero te pondré en tal estado, que podrás escoger libremente la especie de poesía, que más te agradare; y adquirir por ti misma todas las noticias, que son necesarias para emplearte en ella. Fía en tu estudio, y verás efectos prodigiosos.



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