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1

Pedro Laín Entralgo, «La vida del hombre en la poesía de Quevedo», en el libro del mismo autor: Vestigios, Madrid, Epesa, 1948, págs. 17-46. Las citas anteriores corresponden a las págs. 30, 41 y 42-43.

 

2

Todas las citas de textos en verso remiten a: Francisco de Quevedo, Obra poética, Edición de José Manuel Blecua, Madrid, Castalia, 1969-71, 3 vols. La primera cifra indica el número del poema en esta monumental edición crítica; las siguientes, los números de los versos. La cursiva es siempre mía.

 

3


Quaeque lacus late liquidos, quaeque aspera dumis
Rura tenent, somno positae sub nocte silenti
Lenibant curas, et corda oblita laborum.
At non infelix animi Phoenissa; nec unquam
Solvitur in somnos, oculisve aut pectore noctem
Accipit; ingeminant curae, rursusque resurgens
Saevit amor, magnoque irarum fluctuat aestu.


(Aeneis, IV, 526-532)                


 

4


   E i naviganti in qualche chiusa valle
gettan le membra, poi che ’1 sol s’asconde,
sul duro legno e sotto a l’aspre gonne.
Ma io, perché s’attuffi in mezzo l’onde
[.................................]
e gli uomini e le donne
e ’l mondo e gli animali
aquetino i lor mali
fine non pongo al mio obstinato affanno.


(Il Canzoniere, núm. 50)                


 

5

Poesías de D. Francisco de Rioja, Edición de D. Cayetano Alberto de la Barrera y Leirado, Soc. de Bibliófilos Esp., Madrid, 1867; Soneto XXIX, pág. 219.

 

6

Francisco de la Torre, Poesías, Ed. de Alonso Zamora Vicente, Clás. Castellanos, vol. 124, Madrid, 1944, pág. 54. Se trata de la Canción 1 del Libro Segundo, que canta a la yedra deslazada del olmo: «tú, viuda entristezida, / diote el cielo dolor y diote vida» (vv. 31-32). En el caso de Rioja como en el de F. de la Torre puede tratarse, desde luego, de pura coincidencia. Del «alto olvido» hay un antecedente, por ejemplo, en la epístola de Francisco de Aldana a Arias Montano: «ver aquel alto piélago de olvido» (F. de Aldana, Poesías, Ed. de E. L. Rivers, Clás. Castellanos, vol. 143, página 62, v. 508). Para «Diome el cielo dolor y diome vida» podría invocarse algún versículo del Ecclesiastés («Cuncti dies ejus doloribus, et aerumnis pleni sunt», II, 23) o de Job («Quare misero data est lux, et vita his, qui in amaritudine animae sunt?», III, 20; «Attamen caro ejus dum vivet dolebit, et anima illius super semetipso lugebit», XIV, 22). De todos modos, dada la casi literal identidad, podría suponerse que un poeta conociese a otro, y de aceptar este supuesto, creo que sería Rioja quien recordase el verso de Quevedo, y Quevedo, editor de las poesías de Francisco de la Torre, quien recordase el verso de éste.

 

7

Jorge Luis Borges, «Quevedo», en Otras inquisiciones (1937-1952), Buenos Aires, Sur, 1952. Cito por: G. Sobejano (editor), Francisco de Quevedo, Madrid, Taurus, 1978, pág. 27, en la Serie «El escritor y la crítica».

 

8

Walter Naumann, «Polvo enamorado. Muerte y amor en Propercio, Quevedo y Goethe», artículo publicado originalmente en alemán en 1968, recogido en Francisco de Quevedo, págs. 326-342; véase pág. 335.

 

9

Carlos Blanco Aguinaga, «Cerrar podrá mis ojos...: Tradición y originalidad», Filología, Buenos Aires, VIII (1962), págs. 57-78. Cito por el texto reproducido en Francisco de Quevedo, pág. 316.

 

10

León Hebreo, Diálogos de amor, Traducidos por Garcilaso Inga de la Vega, Ed. de Eduardo Juliá Martínez, Madrid, V. Suárez, 1949, vol. I, págs. 117-118.

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