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Bécquer es nuestro último trovador. Mundo lírico de Bécquer: unos ojos verdes, fugitivos; unas vagas resbaladizas sombras de mujer; unas piedras embalsamadas, momias del pasado: Edad Media, menos su enormidad. Su realización: unos versos firmes, una prosa consistente, aunque flexible, con apariencia de fragilidad, con lastre de cultura sedimentada. Una nebulosa expresada con grácil exactitud. Bécquer expresó la trivial incoherencia de la pasión erótica con la claridad excepcional del buen arte. Este estado sonambúlico del enamoramiento lo clarificó y dosificó, sirviéndolo en poemas muy ceñidos. No es posible encontrar en una nube más bellos contornos.



Revistas como Blanco y Negro dieron cabida a cursis narraciones junto a sinceros homenajes. Y hasta se hicieron interesadas lecturas políticas de su obra. César González Ruano publicó en ABC (14-II-1936) el ensayo, «Bécquer y las elecciones» con afirmaciones como éstas:

Popular, y naturalmente aristocrático al tiempo, Bécquer responde con su corazón, con su generosidad, con su confianza y su melancolía, al más típico estilo liberal que hoy no quiere o no sabe comprenderse. Lo liberal y jerárquico ha perdido terreno de influencia en España, porque, en fin de cuentas, es una doctrina que desde lo político a las artes responde a acentos netamente espirituales mientras que el extremo comunista, y aun en cierto modo el extremo fascista, obedece a los imperativos rígidos de lo económico, del materialismo sobre las puras razones del concierto espiritual: afán de grandeza y comprensión de miserias [...]



José María Pemán el 3 de mayo de 1936 incluía en ABC un artículo «Gustavo Adolfo y su salita isabelina», donde comentando el discutido   —212→   cuadro de Valeriano -«Retrato de familia»- que custodia el Museo de Bellas Artes de Cádiz, comentaba:

España va mal, muy mal. Pero todavía puede esperarse mucho de ese buen fondo de salita isabelina que hay detrás de todas nuestras osadías líricas e ideológicas.



Dionisio

Dionisio Gamallo Fierros. Fotografía: Xosé Castro.

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Cubierta de Páginas abandonadas (1948), de Dionisio Gamallo Fierros.

¿Qué tenía esto que ver con Bécquer? Poco interesaba a estos articulistas la exégesis de la obra becqueriana. Era más un pretexto para lanzar sus consignas políticas que otra cosa. Nada tenían que ver con las fervorosas lecturas de los escritores del 27 que acudían a Bécquer buscando aliento para sus propias aventuras estéticas.

Acabada la guerra civil se produjeron algunas iniciativas tendentes a buscar una normalidad cultural que a todas luces era imposible. La Asociación de Amigos de Bécquer se creó en 1945 «con el propósito de estrechar las relaciones entre todos los poetas españoles e hispanoamericanos para enaltecer la memoria del gran poeta Gustavo Adolfo Bécquer».

Esta Asociación organizó desde su fundación actividades con el Museo Romántico de Madrid donde se daban conferencias, se organizaban viajes o se promoverán números monográficos de revistas. En su entorno y en el del Consejo Superior de Investigaciones Científicas se iba a sostener toda una serie de investigaciones: Dionisio Gamallo Fierros logró sacar de su laberinto becqueriano el volumen de ensayos Del olvido en el ángulo oscuro (1948), o su propuesta de Obras completas (1954), en parte fallida por la impaciencia de la editorial.

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Juan María Díez Taboada, reconocido estudioso de la poesía becqueriana. Fotografía: J. Cartagena.

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Cubierta de La mujer ideal. Aspectos y fuentes de las "Rimas" de Gustavo Adolfo Bécquer (CSIC, 1965) de Juan María Díez Taboada.

Rafael de Balbín Lucas estudió el papel de Gustavo Adolfo como fiscal de novelas (1942), otros documentos biográficos (1944), su llegada Madrid (1954), o la Poética becqueriana ya en 1969. Mientras tanto, Heliodoro Carpintero en Bécquer de par en par (1957) escribía una novelesca biografía. Juan Antonio Tamayo, siguiendo las averiguaciones de Emilio Cotarelo y Dionisio Gamallo Fierros, se lanzó a la búsqueda del teatro becqueriano (1949). Jacobo Gómez de las Cortinas estudió con clarividencia su formación literaria (1950) y Juan María Díez Taboada emprendía su asedio de la poesía becqueriana que cuajaría en su indispensable obra, La mujer ideal (1965). Rafael Montesinos fue dando a conocer una serie de estudios parciales que culminarían en Bécquer. Biografía e imagen (1977) o en la recopilación de ensayos La semana pasada murió Bécquer.

Muy notable ha sido la crítica hispanoamericana con estudiosos como José María Monner Sans: Bécquer, poeta lírico (1936); su edición de las Rimas (1947), con balance de la crítica y el análisis de fuentes de las Rimas (1948). Arturo Berenguer Carisomo llegó a defender su prosa como su legado más valioso en La prosa de Bécquer (1947) mientras José Pedro Díaz en Bécquer vida y obra (1953 y reediciones) trazaba una sopesada biografía -hoy necesitada de correcciones en asuntos como la superchería de Elisa Guillén- y un estudio minucioso de las fuentes de las Rimas.

El mejor continuador de esta escuela es Rubén Benítez que se estrenó con su Ensayo de bibliografía razonada de Gustavo Adolfo Bécquer (1961) a la que seguirían Bécquer tradicionalista (1969), su cuidada edición crítica de   —214→   las Leyendas (1974) y sus sugestivas lecturas de las Rimas publicadas en los últimos años.

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Rubén Benítez, reconocido estudioso argentino de Bécquer, residente en Los Ángeles (USA).

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Cubierta de Bécquer tradicionalista (Madrid, 1971), de Rubén Benítez.

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