En 1973 continuaba
la experimentación combinatoria, siempre a partir de la
misma rima:
—222→
Mi dicha, corazón las
golondrinas,
de tu jardín las tapias a
escalar
y otra vez a la tarde, aún
más hermosas
cuyas gotas mirábamos
temblar,
pero aquellas cuajadas de
rocío,
pero aquellas que el vuelo
refrenaban
pero aquellas oscuras
madreselvas...
Volverán del amor en tus
rodillas
las gotas a caer,
pero aquellas que el vuelo, las
ardientes...
En tus oídos. Mudo
y absorto,
¿volverán?
¿Volverán a escalar
como se adora?
Nuestros nombres caer
como lágrimas, tapias,
desengáñate;
Volverán del amor en tus
oídos
y otra vez con el ala en los
cristales.
Volverán las tupidas
madreselvas,
las palabras ardientes a
sonar.
Pero mudo y absorto y de
rodillas;
pero aquellas que el vuelo
refrenaban.
Jugando llamarán,
sus flores abrirán,
tal vez despertará.
Como se adora a Dios no te
querrán.
Tu corazón, sus flores,
de tu jardín, el ala.
Tupidas,
tupidas,
tupidas.
Oscuras,
oscuras,
oscuras.
En tu balcón, las gotas
ardientes a sonar.
Tu hermosura aún más
hermosas
del amor.
Con el ala cuyas gotas
desengáñate, y
caer.
Refrenaban a colgar
de su profundo.
Tu hermosura, tu hermosura.
—223→
Absorto, golondrinas,
como se adora en tu...
Oscuras del amor,
en tu mudo jardín.
En tu mudo balcón
ardientes de rocío.
Oscuras, nuestros nombres,
a sonar, madreselvas.
Oscuras golondrinas,
ésas, aquélllas,
cómo, corazón.
Golondrinas palabras,
ardientes madreselvas,
las tapias a sonar en tu
balcón,
las oscuras, oscuras, las
oscuras.
Pero como
de rodillas, absorto (las
rodillas)
y caer, como lágrimas del
día,
desengáñate.
En tu balcón
aquélllas, las tupidas,
pero ésas...
Llamarán,
volverán,
abrirán,
querrán.
Sus flores,
sus nidos.
Contemplar,
escalar, temblar,
sonar.
Altar, temblar, sonar,
llamarán, volverán,
abrirán.
Sus nidos volverán las
madreselvas
de su profundo sueño al
contemplar.
Y caer.
¿Volverán?
Tu corazón, de su profundo
sueño
en tu balcón sus nidos a
colgar.
¿Volverán?
Rocío en tu balcón,
pero las tapias,
sus flores de rodillas,
golondrinas,
ardientes a escalar.
¿Volverán las
oscuras?
—224→
Las oscuras palabras de las
gotas,
las madreselvas de rocío
como
rodillas.
¿Volverán las oscuras
madreselvas?
Del día
rocío en tu
balcón
y caer,
¿volverán?
En las tapias oscuras a sonar
las ardientes tupidas.
De tu jardín las golondrinas
como
palabras a escalar
no volverán.
Pero Dios, mudo.
Y caer.
No volverán oscuras ni
tupidas.
No volverán ardientes ni
palabras.
La trayectoria de
esta rima y sus variaciones merecerían un estudio
monográfico. Apenas dos muestras en los extremos del arco
cronológico. Eduardo de la Barra ya en un concurso
de «Rimas» convocado en Chile en el siglo XIX
ofrecía esta imitación:
Volverán las azules
campanillas
en tu balcón sus ramas a
colgar,
y el soplo de la tarde
conmovidas
de nuevo temblarán.
Volverán las oscuras
golondrinas
bulliciosas, jugando
volverán,
y al tocar con el ala tus
cristales
a ti te llamarán.
Y otra vez, asomada a tu
ventana,
la hora de la cita
aguardarás;
pero, lo que es ahora,
desengáñate...
¡ni el polvo me
verás!
La
imitación se hace mucho más sutil en un poema actual
de Álvaro Salvador. Se refugia en el título
-«Esas no volverán» (2000)- y se combina con
referencias a otras rimas en su desarrollo:
Que su pasión fue un
trágico sainete
lo leímos tú y yo en
algunos libros;
la nuestra
que sólo al terminar fue
apasionada,
no me parece drama ni opereta.
Los dos tuvimos lágrimas y
risas,
yo tengo soledad, tú...
desconcierto.
—225→
En esta
línea hay que situar otros homenajes. Del realizado en
Veruela por un grupo de aragoneses en 1963, extraigo un par de
ejemplos. Ignacio Prat Parral, en
«Bécquer», al lado de audaces imágenes
acaba reconociendo la gran herencia becqueriana, que Juan
Ramón Jiménez había señalado ya, el
hondo son:
Este Hombre de la Luna
ha suspirado contra el mes de
abril.
Y de todos los estanques
españoles
ha resultado una grave aria
que acuchilla los nidos de las
cigüeñas
y persigue lo poético del
frenazo de un automóvil.
Porque de los escondrijos de las
carpas
y del pastoso alarido de los
tapires
ha de subir un eco de planetas
hasta el concepto del último
visitante
que no supo de violines
románticos ni de trombones imaginistas.
Y también porque considerado
cada uno
en su infinita proyección de
ánade
sobre una estampa roja y agua de
Rousseau
no bastan ni los picos ni el
sufrimiento del átomo
para romper lo intacto propio suyo:
El Hondo Són.
Otros eran
más moderados. Mariano Anós, «A
Bécquer»:
Oigo en la soledad, leve,
cantar un arpa pura,
desnudamente
ya cristalina, blanca.
Un arpa que encontró para
siempre
su mano de nieve,
roja en sus blancas alas.
Dejad que el pájaro
vuele,
imperfecta lágrima.
Está sonando
Bécquer
y es ingrávida,
ingrávida mi alma, penumbra
ausente.
Calle el viento en lo verde,
que suena el alma.
La
celebración del centenario de la muerte del poeta en 1970
dio lugar a numerosas actividades y homenajes, también
poéticos. En Corona poética dedicada a Gustavo
Adolfo Bécquer (Sevilla, 1971) se incluye una muestra
interesante de textos, que recoge los ofrecidos por poetas
sevillanos en mayo de 1970 ante el monumento del poeta en el parque
de María Luisa. Figuran textos de Fausto Botello,
Joaquín Caro Romero, Aquilino Duque, María de los
Reyes Fuentes, Miguel García Posada, Pío Gómez
Nisa, Rafael Laffón, Manuel Mantero, —226→
Miguel Ángel de Pineda Pérez, José
María Requena, Cayetano Salvatierra, José Luis
Tejada, Julia Uceda. Se abre con «El escuchador (Gustavo
Adolfo Bécquer)», de Vicente Aleixandre:
Mueve el viento.
Mueve el velo
quedo.
Mueve el aire.
Mueve el arce.
Vase.
Luz sin habla.
Voz callada.
Clara.
Sombra justa.
Suena muda.
Luna.
Y él la escucha.
Poetas que con el
correr de los años han alcanzado gran relevancia en el
panorama poético español declaraban en una nueva
encuesta promovida esta vez por la revista Ínsula
su admiración: «Bécquer, hoy. Encuesta a la
joven poesía» (Ínsula, 289, diciembre
1970). Con opiniones de Joaquín Benito de Lucas, Guillermo
Carnero, Rafael Montesinos, Antonio Carvajal, Antonio Colinas,
Ángel García López, Juan López Luna,
Jaime Siles.
Cubierta de Mundo Hispánico, número homenaje
a G. A.
Bécquer con motivo del centenario de su muerte.
Vicente Aleixandre. Fotografía anónima.
Con un sentido
homenaje a Bécquer tanteaba un nuevo camino a comienzos de
los años setenta José Agustín
Goytisolo en su libro A veces gran amor (1981), que
incluye «Bécquer en Veruela, julio de 1864», de
1973:
—227→
Billete de 100 pesetas (1965). Reproduce el retrato de Gustavo
Adolfo Bécquer y una escena romántica.
Billete de 100 pesetas (1965). Reproduce el retrato de Gustavo
Adolfo Bécquer y una escena romántica.
Como destello en la superficie del
agua desabrida
que a sus manos todavía no
tocaron
inclinado ante la monacal y
espeluznante
palangana golpeada floreada
cree que aún le persiguen
las imágenes
del sueño bruscamente
interrumpido
y ve el perfil la sonrisa dios los
gestos
de una mujer increíblemente
bella
que no es casta ni Julia ni tampoco
Elisa
ni la otra la sin nombre la
señora
a la que algunos llaman con rencor
soriano
la dama rica de Valladolid.
Extraños son pero no
incomprensibles los delirios
de un poeta con duelo y
desamor
porque el rostro que está en
el agua quieta
es el de Dorotea la muchacha
bonita
sobrina por más señas
del cura mosén Gil
con sus ojos chispeantes
divertidos
que habla y habla deprisa cuenta
historias fantásticas
—228→
de aquelarres y sangre y
sacrilegios
entre fornicaciones de grito y
dentellada
que practica en las noches sin
luna
como el mismísimo diablo
sobre la hierba húmeda
del miserable pueblo de
Trasmoz.
Mejor no continuar: sus dedos al
fin rompen
la superficie tersa del
espanto
lava aparte las huellas de tos y de
fatiga
hemoptisis y fiebre de horas
altas
mientras aún sigue oyendo la
risa de las brujas
mezclarse con el llanto de su
hijo
y en su cabeza bullen enanos
escribientes
endriagos con furor de
velocípedo
que registran ensueños
milagreros para la Carta Octava
que ha de salir mañana hacia
Madrid.
La toalla en los hombros se mira se
contempla con miedo
-nada existe peor que estos
instantes-
en el pequeño espejo de
marco amarillento anaranjado
que alguien clavó en la
jamba del postigo
amaña gestos firmes se palpa
las mejillas
se pellizca con rabia ah el
color
hay que seguir más vale esto
sin duda que el empleo
de fiscal de novelas no quiere
eso nunca no desfallecerá no
hay rendición
es verano y el día
está hermosísimo.
Y en este indagar en la
poesía del poeta se atrevía con una
variación nada inocente de
la siempre recordada rima XXI:
¿Qué es
poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¡Qué es poesía!
¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres
tú.
El resultado de su lectura
era:
¿Qué es
poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila atroz.
¡Qué es poesía!
¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... soy yo
Pero ya en 1954
Nicanor Parra en Poemas y Antipoemas había ido
más lejos al escribir -o pintar si se prefiere-:
¿Y tú me lo
preguntas?
Antipoesía eres
tú.
Andaba Nicanor
Parra buscando una escritura que fuera la negación de
algunas formas de hacer poesía. Como antipoeta, echaba mano
de materiales sancionados por la tradición para darles la
vuelta y provocar al lector. ¿Qué mejor referente que
Bécquer?
En la
poesía de los últimos dos decenios es fácil
acumular evidencias de la presencia becqueriana en poetas de
diversas tendencias.
Nicanor Parra, texto autógrafo ilustrado de «¿Y
tú me lo preguntas?» (Antipoesía
1954).