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Y ejemplificaba con la rima X («Los invisibles átomos del aire / en derredor palpitan y se inflaman») esta poesía de «profundidad emotiva» e «intuitiva metafísica». Otro tanto cabe decir de sus medulares reflexiones sobre la unión en la poesía de los elementos populares y aristocráticos que halló en Bécquer. Pero, además, Juan Ramón trazó alguna de las semblanzas más hermosas que se han escrito del poeta, sobre todo su evocación en Españoles de tres mundos que es de paso una nueva exposición de su poética. Citemos al menos su final:

Alrededor de Bécquer, como la suma flor ideal amarilla y plata, entre pájaros que la coronan todos unidos, el ardiente pico piador a ella, vuela La Rima, ente vulgar en tantos, antes y después; único, auténtico en él, como es sólo su asonante duro y gris. Són, Rima, ya no podrán en muchos años usarse en España, sin que vuelvan de Bécquer. Són, Rima, Rima, Són. Rima, la Rima de pecho negro y blanco, guarecida en el escudo del pórtico, en la tumba de piedra, en el muro del convento, en el balcón cerrado con el poniente sevillano, verde y rosa de agua y sol, en su cristal. El Són del corazón, la Rima golondrina. (Mejor romanticismo, recóndito, exacto, ceñido, en los ambientes fatales de la época.) Bécquer, el hondo Són.



Y cuando hable de «poesía desnuda» la identificará con la de Bécquer, con la «poesía de los poetas» de la célebre reseña de Augusto Ferrán, donde las expresiones que empleaba para definirla eran alma, que brota del alma, desnuda de artificio, forma ligera y breve, natural y seca. Imposible aquí aducir más que algunos ejemplos del impacto en sus poemas. De Arias tristes, un fragmento del poema «Yo no volveré»:


No sé si habrá quien me aguarde
de mi doble ausencia larga,
o quien bese mi recuerdo,
entre caricias y lágrimas.
Pero habrá estrellas y flores,
y suspiros y esperanzas,
y amor en las avenidas
a la sombra de las ramas.



Es indudablemente una variación de la rima II de Bécquer:


No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas, pero siempre
habrá poesía [...]



Si saltamos en el tiempo, en Piedra y cielo (1917-1918) poemas como el que sigue expresan bien la búsqueda de lo inefable tan consustancial en la herencia becqueriana:


Mi cuerpo se me pierde, vive, en mi alma, igual
que el rayo de sol último
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en el rayo primero de la luna.
-Creo que puede ver dónde termina,
dueña de sí,
mi luz de oro,
y la sigo, contento, por senda pura...
Mas cuando, cuando creo aún que voy con ella
ella se me ha hecho ya plata de luz...
Alma, ¿hasta dónde
llegarás, muerto yo?
¿Dónde te perderás en lo que venga a ti
-de dónde?-



El primer libro de Antonio Machado, Soledades, es un poemario muy marcado por Bécquer, sobre todo en su primera edición de 1903, ya que después fue ampliado y rehecho para la edición definitiva de 1907. Llegaba a él por cercanía familiar -las contribuciones indispensables de su padre al estudio de la poesía popular- y descubriría después en su poesía otras dimensiones como la importancia del tema del sueño, los presagios o las voces interiores que resultarían decisivos en sus formulaciones poéticas. Pero, además, también recursos como la rima asonante, las rimas pobres. Las situaciones de duermevela de la rima LXXI pasarán a nuestro poeta:


No dormía vagaba en ese limbo
donde cambian de forma los objetos;
misteriosos espacios que separan
la vigilia del sueño.
Las ideas que en ronda silenciosa
daban vueltas en torno a mi cerebro,
poco a poco en su danza se movían
con un compás más lento.
De la luz que entra al alma por los ojos
los párpados velaban el reflejo;
mas otra luz el mundo de visiones
alumbraba por dentro.



Machado sitúa el misterio dentro del alma:


En nuestras almas, todo
por misteriosa mano se gobierna;
incomprensibles, mudas
nada sabemos de las almas nuestras.



Y la afirmación becqueriana de que le costaba saber qué había soñado y qué le había sucedido podría haberla escrito también Antonio Machado:


Hoy en mitad de la vida
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida
quien te volviera a soñar!



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Machado

Antonio Machado en 1933. Fotografía: Alfonso.

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En Machado, lo real recordado se hace vaporoso y las descripciones de la naturaleza se hacen intimistas y fantasmales como en Bécquer o Rosalía de Castro. Y lo fantasmagórico aún se halla más acentuado en la edición de 1903: «Tenue rumor de túnicas que pasan / sobre la tierra infernal»; «[...]leve / aura de ayer que túnicas agita»; el «Nocturno» dedicado a Juan Ramón Jiménez:


Y era el beso del viento susurrante
y era la brisa que las ramas besa
y era el agudo susurrar silbante
del mirlo oculto entre la fronda espesa.



Además del tono general, algún verso es casi un calco de verso becqueriano: así el segundo -«y esa brisa que las ramas besa»- que no está nada lejos del verso de la rima VI: «Como brisa que la sangre orea».

Poemas como «Hastío» de Soledades tienen la tonalidad y aun ecos concretos de rimas becquerianas como la LVI («Hoy como ayer, mañana como hoy, / ¡y siempre igual!»):


Pasan las horas de hastío
por la estancia familiar,
el amplio cuarto sombrío
donde yo empecé a soñar.
Del reloj arrinconado,
que en la penumbra clarea,
el tictac acompasado
odiosamente golpea.
Dice la monotonía del agua al caer:
un día es como otro día;
hoy es lo mismo que ayer.
Cae la tarde. El viento agita
el parque mustio y dorado...
¡Qué largamente ha llorado
toda la fronda marchita!



No es difícil hallar correspondencias con otros versos de la misma rima:


Voz que incesante con el mismo tono
canta el mismo cantar;
gota de agua monótona que cae
y cae sin cesar.



E incluso en la primera estrofa becqueriana está sugerida la imagen de la vida como camino que tanta importancia tendrá para don Antonio: «Un cielo gris, un horizonte eterno / y andar... andar.»

En la rima IV Bécquer hizo alguna de sus más rotundas afirmaciones; por ejemplo, y continuando con la insinuada imagen del camino:


mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a do camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!



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Es comparable a estos versos de Galerías, ya en 1907, donde afirmaba Machado:


El alma del poeta
se orienta hacia el misterio.
Solo el poeta puede
mirar lo que está lejos
dentro del alma, en turbio
y mago son envuelto.



La presencia y persistencia de algunas imágenes de origen popular en Antonio Machado permiten calibrar su común estirpe. Acaso la más evidente sea la del hierro en la herida. Estébanez Calderón ya había recopilado una letrina titulada «Las dudas» sobre el tema:


Una mano airada
de inflamado hierro
que ardiente invadiese
mi sensible pecho.
Y en bárbaro encono
me fuese oprimiendo
el corazón triste
con mi doliente estrecho.
Mitigando a veces
tan crudo tormento
para más airada
renovarlo luego.
No diera a mi alma
dolor tan intenso,
ni ahogo más triste
ni tan crudo anhelo
como el que, bien mío,
con tu amor padezco,
vagando entre dudas,
angustias y celos.



El tema reaparece en los cantares de Augusto Ferrán, el XC de La Soledad:


¡Adiós! De muerte es la herida
que abriste en el pecho mío:
el puñal hiere mejor
cuanto más brillante y fino.



O en el CXIV de La Pereza:


Como la quería tanto
se dejó el hierro en la herida
para morir más despacio.



Se documenta sin dificultad en cantares populares o da lugar a dos rimas becquerianas. La XLVIII dice:

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Como se arranca el hierro de una herida,
su amor de las entrañas me arranqué,
aunque sentí al hacerlo, que la vida
me arrancaba con él.



La XXXVII había adelantado ya la situación:


Antes que tú moriré: escondido
en las entrañas ya
el hierro llevo con que abrió tu mano
la ancha herida mortal.



Y aún cabe añadir las rimas LII («Sentí el frío de una hoja de acero en las entrañas») y la XLVI donde se siente herido por la espalda. La traición amorosa es el tema que late en todas ellas. Y más cercano todavía es uno de los poemas de Follas novas, de Rosalía de Castro, que comienza:


Un-ha vez tiven un cravo
cravado no corazón,
y eu non m'acordo xa s'era aquel cravo
d'ouro, de ferro ou d'amor.



Pues bien, el dolor de la pasión amorosa llega estilizado, pero no menos punzante a las Soledades de Antonio Machado:


Yo voy, soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-La tarde cayendo está-,
«En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.»
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se obscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
«Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada.»



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Bécquer

Bécquer, hacia 1865. Fotografía: Laurent.

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