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Sobre todo sus falsas rimas que durante tantos años engañaron a los más avisados lectores del poeta deben figurar en cualquier relación de la poesía surgida como imitación de los temas y formas becquerianos. Fue un sutil imitador, aunque lo traicionara algún término -«silentes»- poco becqueriano:


¿No has sentido en la noche,
cuando reina la sombra,
una voz apagada que canta
y una inmensa tristeza que llora?
¿No sentiste en tu oído de virgen
las silentes y trágicas notas
—191→
que mis dedos de muerto arrancaban
a la lira rota?
¿No sentiste una lágrima mía
deslizarse en tu boca?
¿Ni sentiste mi mano de nieve
estrechar a la tuya de rosa?
¿No viste entre sueños
por el aire vagar una sombra,
ni sintieron tus labios un beso
que estalló misterioso en la alcoba?
Pues yo juro por ti, vida mía,
que te vi entre mis brazos miedosa,
que sentí tu aliento de jazmín y nardo,
y tu boca pegada a mi boca.



José Pedro Díaz la citaba entre sus rimas preferidas, pero hoy sabemos que fue una atrevida superchería, lo mismo que «A Elisa», que ha encabezado más de una antología becqueriana según recordó Rafael Montesinos. Hasta se ha supuesto que Gustavo Adolfo se reunió con Elisa Guillén en Toledo durante su destierro tras la revolución de septiembre... Esta falsa rima desplazó la atención de los estudiosos de Bécquer de Julia Espín, sustituida por esta fantasmal mujer de ojos grises:


Para que los leas con tus ojos grises,
para que los cantes con tu clara voz,
para que llenen de emoción tu pecho
hice mis versos yo.
Para que encuentren en tu pecho asilo
y les des juventud, vida, calor,
tres cosas que yo ya no puedo darles,
hice mis versos yo.
Para hacerte gozar con mi alegría,
para que sufras tú con mi dolor,
para que sientas palpitar mi vida,
hice mis versos yo.
Para poder ante tus plantas
la ofrenda de mi vida y de mi amor,
con alma, sueños rotos, risas, lágrimas,
hice mis versos yo.



Vistas estas circunstancias, nada tiene de extraño que en la literatura española de los años veinte, la obra becqueriana fuera uno de los referentes importantes, dando lugar a otros estudios biográficos a los que salva más su calidad literaria que su precisión (José María de Cossío, Benjamín Jarnés, María Teresa León, Guillermo Díaz Plaja), críticos (Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Gerardo Diego), pero sobre todo manifestándose su impacto en la escritura de los poetas y prosistas de la llamada «Generación del 27».

  —192→  

Cernuda

Luis Cernuda en Villablino (León), agosto 1935 (Archivo de la residencia de Estudiantes, Madrid).

La lectura de Bécquer se había constituido ya en una de las lecturas iniciáticas de los jóvenes españoles en la poesía y más de uno quedaba prendido de por vida a la escritura poética. Los testimonios serían inacabables, pero baste con el de Luis Cernuda a quien los actos del traslado de los restos del poeta a Sevilla le impresionaron, pero mucho más el descubrimiento de sus textos. En Ocnos recordará cómo siendo niño se inició en la poesía becqueriana:

Eran unos volúmenes de encuadernación azul con arabescos de oro, y entre las hojas de color amarillento, alguien guardó fotografías de catedrales viejas y arruinados castillos. Se los habían dejado a las hermanas de Albanio [Cernuda] sus primas, porque en tales días se hablaba mucho y vago sobre Bécquer, al traer desde Madrid sus restos para darles sepultura pomposamente en la capilla de la Universidad.

  —193→  

Entre las páginas más densas de prosa, al hojear aquellos libros, halló otras claras, con unas cortas líneas de leve cadencia. No alcanzó entonces (aunque no por ser un niño, ya que la mayoría de los hombres crecidos tampoco alcanzan esto) la desdichada historia humana que rescata la palabra pura de un poeta. Mas al leer sin comprender, como el niño, y como muchos hombres, se contagió de algo distinto y misterioso que luego, al releer otras veces al poeta, despertó en él, tal el recuerdo de una vida anterior, vago e insistente, ahogado en abandono y nostalgia.



Y en otro momento escribía:

-Bécquer, ¿poeta contemporáneo?

-Bécquer es el punto de arranque de toda la poesía contemporánea española. Cualquier poeta de hoy se siente mucho más cerca de Bécquer (y, en parte, de Rosalía de Castro) que de Zorrilla, Núñez de Arce o de Rubén Darío... Bien evidente es esto en Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Y tanto como se alejaban de Rubén Darío se aproximaban a la esfera del arte de Bécquer. Por eso es Bécquer -espiritualmente- un contemporáneo nuestro, y por eso su nombre abre este libro y, en cierto modo, también lo cierra.



No es posible aquí extenderse en la consideración de cuánto han contribuido estos poetas a la exégesis del poeta de las Rimas, pero al menos se deben recordar los ensayos de Dámaso Alonso «Aquella arpa de Bécquer» (1935), «Originalidad de Bécquer» (1946) y el prólogo a Poetas españoles contemporáneos (1952). En el exilio, Jorge   —194→   Guillén, que venía dedicando atención a Bécquer desde los años veinte, dio a conocer el fundamental ensayo «La poética de Bécquer» (Revista Hispánica Moderna, 1942). Entretanto, Rafael Alberti contribuía a la gloria del sevillano con sus ediciones argentinas de Pleamar. O Luis Cernuda en «Bécquer y el romanticismo español» (1935) había encontrado en Bécquer un espíritu afín al que iba a permanecer fiel en adelante. Para José Luis Cano este ensayo es «quizá el más hondo esfuerzo de comprensión que se haya hecho de la figura y la poesía de Bécquer». Escribió Cernuda:

El romanticismo más hondo (el de Bécquer) implica una liberación de la pompa, del ornato que como vano ramaje rodeaba con sus anchas hojas decorativas el cuerpo esbelto y ligero de la poesía.

Se trataba de introducir nuestra vida, ya distinta, en la atmósfera de la poesía; de hacer que se aceptaran como poéticos ambientes y pasiones actuales cuya intromisión en el lirismo debía estimarse por la mayoría como terrible prosaísmo. Todavía hoy asistimos a esa transformación; todavía vemos a veces desconocer a los más profundos poetas a favor de los más ornamentales. Y es que las gentes están demasiado acostumbradas a lo preconcebidamente poético, lo rico o lo nobiliario. No comprenden que la poesía está en todo y el verdadero poeta la siente en todo fluir misteriosamente. Eso representa la poesía de Bécquer con respecto a los románticos españoles.

Se considera a Bécquer poeta del amor. También aquí, creo, estoy seguro, que pocos, muy pocos, entre los que así lo llamaron, se dieron cuenta del tormento, las penas, los días sin luz y las noches sin tregua que tras esos breves poemas de amor se esconden. ¿Poeta del amor? Sí, sin duda, si vemos el amor no como un vago e impreciso sentimiento que unas pocas lágrimas descargan de su pesar y en otro cuerpo se olvida. Pero hay una pasión horrible, hecha de lo más duro y amargo, donde entran los celos, el despecho, la rabia, el dolor más cruel... Pocos sentimientos tan horribles como ése. Y esa es la verdadera imagen del amor, el amor que Bécquer conoció, sufrió y cantó.



Grupo_27

Algunos componentes del Grupo del 27. En primer término: Pedro Salinas, Ignacio Sánchez Mejías y Jorge Guillén. Detrás: Antonio Marichalar, José Bergamín, Corpus Barga, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca y Dámaso Alonso. Fotografía: Marcelle Auclair, 1933.

[Pág. 193]

Y quien mejor acertó a señalar la significación de Bécquer para aquellos poetas fue Dámaso Alonso cuando escribía en 1935:

Cuando se quiera explicar el mejor Alberti -y aun parte de Lorca-, ¿no pasará por nuestra imaginación, detrás de la idea de la poesía popular -y mezclada con otros elementos-, la sombra de la poesía de Bécquer? Y la voz será remansada y dulcemente dolorida -Manuel Altolaguirre- o nostálgicamente blanca y finísima -Luis Cernuda-, o se encrespará hasta el torbellino, como la del penúltimo Alberti, y más aún, la de Aleixandre. La sombra de Bécquer, más cerca, más lejos, estará siempre al fondo.   —195→   Y no es que estos poetas hayan siempre pensado en Bécquer, o hayan sentido su influjo, ni es necesario que se pueda probar históricamente una tradición no interrumpida desde Bécquer a ellos: es que viven en una atmósfera, en un clima poético que sólo el genial experimento de Bécquer alumbró e hizo habitable para los españoles.



Homenaje

Homenaje a Luis Cernuda, con motivo de la publicación de La realidad y el deseo, en un restaurante de la calle Botoneras. De pie, de izquierda a derecha: Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Pablo Neruda, José Bergamín, Manuel Altolaguirre y María Teresa León. Sentado, en el centro, Luis Cernuda. Madrid, 19 de abril de 1936. Colección privada, Sevilla.

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