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Pedro Salinas por su lado, mientras estuvo en Sevilla como profesor, alentó a los jóvenes poetas sevillanos a leerlo, profundizando en sus claves románticas y huyendo de lecturas cursis o estéticamente forzadas. Estos jóvenes quisieron publicar un homenaje a Bécquer en la revista Mediodía en 1928, pero no llegó a cuajar. Habría que esperar al número 4 de Nueva Poesía (mayo de 1936) para que este homenaje se produjera. Como si de un adelanto se tratara, no obstante, La Gaceta Literaria (n.º 59, 1-VI-1929), en el monográfico dedicado a Sevilla, recogió «Tres recuerdos del cielo», de Alberti, que se comenta después y otros dos homenajes de Rafael Laffón y Joaquín Romero y Murube.

El poema de Rafael Laffón se titula «Poeta. A Gustavo Adolfo Bécquer» y resulta hermético:


Por decirte «sin cuerpo»
-como otros dicen: desalmado-,
exprimí las fronteras
y herí mis ojos de incidencia: espejo.
Así, víctimas, dadas
a equis de cruz de San Andrés geográfico.
—196→
Ausente de intervalos absoluto.
¡Oh, tú, cinco sentidos, cinco dedos,
con programa de líneas paralelas!
Mitad ausente tuya:
una sombra que llevas de la mano.
Y te cantan paréntesis abiertos.
Certeza de unidad en polos altos
de tus mundos ya ingraves de sistema.
¿Éxtasis? ¿Orden?
De luz más luz impenetrable el caso
de la topografía
portátil de tus huellas digitales.
Automática gloria
de doble efecto impune;
foco y pantalla, y la pantalla, foco.
Tus despachos cifrados,
expedidos...
¿Urgencia? ¿Madrugada?



Joaquín Romero y Murube en «Barrio de San Lorenzo. Homenaje a Bécquer» eligió un tono más popular:




1

Barrio de río, en el río
ha roto su fino espejo
y el río se lleva al barrio
roto, en el barco del cielo.
Fachadas verdes, azules,
Esquinas de cal. Conventos.
La tarde entra por el río
al barrio de San Lorenzo.
...Campanas van por el aire
buscando de nube un lecho...


2

La noche no tiene cielo
traspasada por la lluvia,
y el viento por las paredes
perfil de sombras empuja.
Llanto de cal en las calles.
Soledad. El gas acusa
en aspas de jaramago
la sombra mojada, muda.
...Alto (...lo siente la frente)
vuelo ciego de lechuza...


3

La aurora. De entre los labios
del cielo, surge Sevilla.
El río le ata en el seno
el horizonte: una cinta.
—197→
Huele el romero del alba
por las calles. Voz de misa
humilde, de siete y media,
en el aire se perfila.
...¡Entre todas las campanas
unas monjitas capuchinas...!



En cuanto a la poesía de Jorge Guillén, la huella becqueriana ha sido señalada ya en el primer poema de Cántico, «Más allá»:


(El alma vuelve al cuerpo,
se dirige a los ojos
y choca.) ¡Luz! Me invade
todo mi ser. ¡Asombro!



Para Stephen Gilman habría que relacionarlo con la rima LXXV aunque por oposición:


¿Será verdad que cuando toca el sueño
con sus dedos de rosa nuestros ojos,
de la cárcel que habita huye el espíritu,
en vuelo presuroso?



Y en otros casos se daría una situación semejante. Las reminiscencias becquerianas se multiplican en la poesía guilleniana, mostrando su falta de afinidad creadora con él: frente a su vacío, el «aire nuestro» de Guillén al que otorga una profundidad; el sueño y el ensueño en poemas como «Rendición al sueño», «Quiero dormir» y «Sueño abajo», reparadores y no abiertos a la pesadilla como sucede en el poeta sevillano.

Desde sus primeros artículos sobre Bécquer, en 1924, Guillén adopta cierto posicionamiento antirromántico, criticando el desaliño y la tendencia a lo coloquial. Pero sus reproches se dirigían más al descuido editorial con que se transmitía su poesía que al propio poeta. Percibía bien el carácter ligero y alado de su poesía. Cuando en los años cuarenta escriba su magistral ensayo «La poética de Bécquer», después convertido en «Lenguaje insuficiente. Bécquer o lo inefable soñado» de Lenguaje y poesía (1962), Guillén habrá comprendido en profundidad la poética del sevillano y que era equiparable a los grandes poetas románticos europeos: Novalis, Coleridge, Wordsworth, Baudelaire o Nerval. Su evocación de Bécquer en Veruela merece ser transcrita aquí:

Los elementos más importantes de la obra becqueriana -menos uno, el amoroso, importantísimo- están representados en las cartas escritas Desde mi celda. Nos place figurarnos a Bécquer, en el año 1864, en el Monasterio de Veruela, retiro ideal para el poeta del siglo XIX. Entre l'Abbaye-aux-Bois, de Chateaubriand y la torre de Muzot, de Rilke, será difícil hallar una decoración más bella de artista. No es suntuosa como el palacio de Byron o de Browning en Venecia. No reúne los componentes pintorescos acumulados en la Valdemosa de Chopin y George Sand. Aquel monasterio del siglo   —198→   XII, entonces sin frailes, frente a la gran montaña de Aragón, el Moncayo, permite a Bécquer vivir conforme a su destino, según las más discretas armonías: lugar histórico, monumento artístico, evocación del pasado, paisaje, y paisaje montañés del Norte, tradiciones populares, costumbres típicas de aldeas. Y todo ello envuelto en soledad, una soledad de claustro gótico, de alamedas umbrías, de caminos que no lo son mucho. Bécquer sueña y pasea, durante las horas más libres, al azar de la más ociosa divagación. De aquella indolencia irá saliendo todo: observaciones, impresiones, meditaciones, leyendas, sueños.



Juan_Ramón

Juan Ramón Jiménez con Jorge Guillén y Pedro Salinas.

  —199→  

Guillén se quedó finalmente con una lectura de Bécquer poeta puro que «ha compuesto una poesía tan breve como intensa, donde la frase adquiere una levedad de alma, visible a través de una forma que parece vaporosa: a tal extremo es radiante la materia de aquellos vocablos conductores de visión en la luz».

Visto así, como poeta superdotado para captar y transmitir los matices de la luz, acaso no está tan lejos de Guillén como sugería Gilman. Y los acerca todavía más su pasión por el lenguaje, la herramienta de trabajo del poeta. El Guillén maduro no desdeña -al contrario- homenajear y en Maremágnum incluye «Poesía eres tú» donde partiendo de la rima XXI y de su actividad cotidiana de profesor, revive el estilo de Bécquer, dándole al final un giro irónico al célebre verso. Bécquer es evocado como mago:


¡Ah, si su voz resucitase
para decirles esa frase,
que prendería a blonda y bruna
bajo un cono de luz de luna,
riel de temblor por un lago!
Poesía... ¿Quién? (Bécquer mago:
Todas nos sonríen.) ¡Ninguna!



En Homenaje escribirá «Al margen de Bécquer», glosando la rima LIII («Volverán las oscuras golondrinas»). Guillén reflexiona sobre el paso del tiempo, pero no llega a un final tan desesperanzado como Bécquer. Y en Final incluye «Orgía» donde se citan explícitamente varios versos de la rima LV: Se acerca al lenguaje becqueriano en este poema quizás más que nunca. Aunque aparentemente distantes en su manera de concebir la poesía, Guillén dialogó con Bécquer durante toda su vida. Se fueron acercando. No exageraba Jorge Guillén cuando afirmó: «Todos hemos sido bautizados en Bécquer».

En el interés por lo popular y la relación entre poesía y música se ha señalado la influencia de Bécquer en Federico García Lorca ya sea en Canciones (1924) con sus breves textos similares a los de tono popular becqueriano, ya en Poema del cante jondo que presenta textos de construcción similar a algunas Rimas, como «Memento» que recuerda la rima LVI:


Cuando yo me muera,
enterradme con mi guitarra
bajo la arena.
Cuando yo me muera,
entre los naranjos
y la hierbabuena.
Cuando yo me muera,
enterradme si queréis
en una veleta.
¡Cuando yo me muera!



  —200→  

Lorca_1

Federico García Lorca en la Residencia de Estudiantes bajo el óleo Naturaleza muerta con botella de ron, que le regaló Salvador Dalí.

  —201→  

A Rafael Alberti le acompañó en sus agudas crisis personales de finales de los años veinte. El ensayo «Miedo y vigilia de Gustavo Adolfo Bécquer» (El Sol, 6-IX-1931) es una verdadera ensoñación de la vida - de Gustavo Adolfo insomne y atormentado. Como lo estaba Alberti por aquellas fechas:

Gustavo Adolfo Bécquer no dormía. Nunca pudo dormir, aunque los ojos de su cuerpo se cerraran. Tenía fiebre. Recostado a la orilla de su lecho, veía desfilar, lentas e interminables, las horas al rojo de su vida. Apagada la luz, tal vez abierta alguna hoja de la ventana, perdido «en ese limbo en que cambian de forma los objetos», era cuando su alma percibía, penetraba, adelgazándose, ese mundo confuso, desdibujado, donde las cosas aún no tienen nombre y hay que ir extrayendo de la niebla, para moldearlas, denominarlas y, luego, ya una vez desprendidas de su centro, darles cuerpo de tierra y sangre de poesía. Pero para que el alma pueda navegar, recorrer ese mundo de sombras que aún no han dicho su primera palabra, ese hemisferio norte de desconocidos que aún ignoran la luz y el movimiento, necesita antes haber hecho de sus cinco sentidos cinco heridas anchas y profundas, capaces de absorber y ensangrentar toda la atmósfera que rodea, que envuelve y oculta en sus capas de humo la vida futura, poética, de esos extraños seres, oscilantes e inmóviles. Y el alma de Gustavo Adolfo se había abierto en la piel, barrenándoselas, esas hondas heridas, como cinco largos corredores oscuros, donde los pasos y los ruidos más leves despiertan en sus bóvedas los ecos más tristes y recónditos. Y no dormía. Y era en este sangrante estado de insomnio cuando las almohadas de su lecho se llenaban de rumores desconocidos y oía voces lejanas que le llamaban por su nombre, como desde el otro lado del mundo. Entonces tiene miedo. No sabe aún lo que sucede; pero su alcoba se ha ido llenando poco a poco de un angustioso olor a cera derretida, a incienso, a humedades de criptas abandonadas, a muerte. Cierra por un instante los ojos, pero para llorar, desesperado al abrirlos. Acaba de saber que ha muerto alguno que él quería. ¿Cómo? ¿Por dónde? ¿Que huésped de las nieblas le ha visitado durante ese corto olvido de su sueño para traerle la noticia? No lo sé con certeza. Pero el alma de Bécquer, según él mismo descubre en uno de sus últimos poemas, se movía, mientras la noche, por unos altos espacios habitados de «gentes» desconocidas, mudas, que convivían con ella breves horas, en silencio. ¿Quiénes eran? ¿Cómo eran? ¿Qué formas tenían? Si él alguna vez lo supo no quiso revelarlo. Yo sólo sé decir que la alcoba de Gustavo Adolfo estaba llena de espíritus, que a veces, tomarían cuerpos de objetos y seres determinados, pero que casi siempre eran impalpables, nebulosos, indefinidos: fantasmas. Y estos fantasmas eran los que   —202→   le vigilaban su vigilia; los que él, a fuerza de agrandar los ojos en lo oscuro y hundir su brazo en el vacío, llegaba a palpar, a coger con la mano, a concretar, haciéndolos luego, al fundirles su sangre, criaturas tangibles de su poesía.



Para Alberti en esa tenebrosa noche sin fin habría escrito la mayor parte de su poesía y en su libro Sobre los ángeles recogió la inolvidable serie de «Tres recuerdos del cielo. Homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer» escritos durante su propia noche oscura y publicados en La Gaceta Literaria en 1929:




Prólogo


No habían cumplido años ni la rosa ni el arcángel.
Todo, anterior al balido y al llanto.
Cuando la luz ignoraba todavía
si el mar nacería niño o niña.
Cuando el viento soñaba melenas que peinar
y claveles el fuego que encender y mejillas
y el agua unos labios parados donde beber.
Todo, anterior al cuerpo, al nombre y al tiempo.
Entonces, yo recuerdo que, una vez, en el cielo...




Primer recuerdo



...una azucena tronchada...

(G. A. BÉCQUER)                


Paseaba con un dejo de azucena que piensa,
casi de pájaro que sabe ha de nacer.
Mirándose sin verse a una luna que le hacía espejo el sueño
y a un silencio de nieve, que le elevaba los pies.
A un silencio asomada.
Era anterior al arpa, a la lluvia y a las palabras.
No sabía.
Blanca alumna del aire,
temblaba con las estrellas, con la flor y los árboles.
Su tallo, su verde talle.
Con las estrellas mías que,
ignorantes de todo,
por cavar dos lagunas en sus ojos
la ahogaron en dos mares.
Y recuerdo...
Nada más: muerta, alejarse.




Segundo recuerdo



....rumor de besos y batir de alas

(G. A. Bécquer)                


También antes,
mucho antes de la rebelión de las sombras,
de que al mundo cayeran plumas incendiadas
y un pájaro pudiera ser muerto por un lirio.
Antes, antes que tú me preguntaras
el número y el sitio de mi cuerpo.
—203→
Mucho antes del cuerpo.
En la época del alma.
Cuando tú abriste en la frente sin corona, del cielo,
la primera dinastía del sueño.
Cuando tú, al mirarme en la nada,
inventaste la primera palabra.
Entonces, nuestro encuentro.




Tercer recuerdo



...detrás del abanico
de plumas y de oro...

(G. A. Bécquer)                


Aún los valses del cielo no habían desposado al jazmín y la nieve,
ni los aires pensado en la posible música de tus cabellos,
ni decretado el rey que la violeta se enterrara en un libro.
No.
—204→
Era la era en que la golondrina viajaba
sin nuestras iniciales en el pico.
En que las campanillas y las enredaderas
morían sin balcones que escalar y estrellas.
La era
en que al hombro de un ave no había flor que apoyara la cabeza.
Entonces, detrás de tu abanico, nuestra luna primera.



Lorca_Salinas

Federico García Lorca con Pedro Salinas y Rafael Alberti en Madrid, 1927.

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