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Boletín (Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil)

Año IX, núm. 18, Septiembre-Diciembre 1991

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ArribaAbajo Mirarse en el espejo de los cuentos de hadas

María González Davies


Los cuentos de hadas pueden compararse a un espejo en el cual niños y adultos pueden verse reflejados. Efectivamente, tanto la psicología como la historia encuentran un sutil medio de expresión en los cuentos. El principal objetivo de los mismos es el ofrecimiento de una ayuda para alcanzar la madurez personal y un lugar en la sociedad.

El tema general de los cuentos puede ser la búsqueda de la armonía («Pulgarcito»), el establecimiento de una relación entre el yo y los otros («El gato con botas»), o ambos («Blancanieves»). De esta forma, se hace hincapié en el acto humano de crecer, lo cual se convierte en símbolo de la adquisición de un equilibrio interno y externo. El que el lector entienda la historia contada dependerá de que acepte los mensajes ocultos bajo su superficie. Los motivos y temas se repiten y se orientan hacia el mismo fin, ya sea la felicidad o la muerte, siendo esta última negativa en los cuentos de aviso («La Caperucita Roja») o positiva si se toma como un paso hacia la libertad («La Princesa y Curdie»).

En general, la forma externa de los cuentos -lo que oímos o leemos- es muy similar en la mayoría de los cuentos conocidos en occidente. Sin embargo, éstos pueden presentar finales sorprendentes. A fin de ilustrar lo anterior, trazaré la línea general que sigue el héroe o la heroína en su camino y las posibles implicaciones psicológicas de cada acontecimiento.1

Al principio, el/la protagonista se encuentra en el hogar expresándose así su inmadurez y necesidad de protección. Entonces, algo ocurre que hace que deje el hogar y comience la acción. Por tanto, el/la protagonista ha de enfrentarse al mundo externo solo/a por primera vez. A continuación, se encuentra con personajes positivos y negativos con lo cual aprende a discernir.   —6→   El clímax del proceso llega cuando ha de superar diversas pruebas -normalmente, tres. Si tiene éxito y utiliza sus virtudes potenciales, adquiere madurez.

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Ilustración de Gustavo Doré, para Pulgarcito, editado por Ediciones Generales Anaya.

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Como se ha dicho, los finales pueden variar. Existen finales eucatastróficos (buenos) y finales dicatastróficos (malos). Los primeros suelen ser de cuatro tipos:

1. Normalmente, el encuentro con el complemento masculino o femenino acaba en matrimonio lo cual indica que el/la protagonista ha encontrado el equilibrio interno y la aceptación social («La Cenicienta»).

2. El héroe o la heroína pueden volver al hogar en un plano diferente, superior, con lo que se convierten en los protectores de sus padres. Así los papeles se invierten debido a la madurez adquirida («La Princesa y el goblin»).

3. Puede que el/la protagonista salga en busca de nuevas aventuras. Este caso se da más a menudo en las leyendas y puede indicar dos posibilidades: que esté todavía incompleto o que sea una figura salvadora (personajes del cómic de nuestro siglo como Superman).

4. Finalmente, el/la protagonista acaba solo porque es completo sin necesitar de nadie más («El gato con botas»).2

Los finales dicatastróficos son aquellos en los que aparece la muerte. Se dan básicamente tres tipos:

1. Aquellos en los que la muerte se entiende como liberación, como el último paso en un rito de iniciación o como la puerta a la perfección («Tras el viento del norte»).

2. La muerte puede dar lugar a un paraíso negado en el mundo primario o real («La Princesa y Curdie»).

3. Finalmente, puede darse en cuentos de aviso como castigo a un mal comportamiento social o moral («La Caperucita Roja»).

Pasemos ahora a la dimensión histórica de los cuentos de hadas. Los cuentos no son estáticos. Aunque para expresar la adquisición de madurez normalmente sigan un camino similar, la sociedad ha   —8→   evolucionado y, con ella lo han hecho la forma y contenido de los cuentos de hadas desde el punto de vista sociológico. Resumiré tres versiones de «La Caperucita Roja», uno de los cuentos que más veces ha sido reescrito.

En su libro Fairy Tales and the Art of Subversion, Jaz Zipes reproduce una historia campesina medieval que muy bien podría haber inspirado a Perrault para la versión del cuento que escribió en el siglo diecisiete. En el cuento medieval, una niña campesina va a visitar a su abuela y, por el camino, se encuentra con un lobo. Este coge un atajo, mata a la abuelita, y pone su carne en un recipiente y su sangre en otro. Cuando llega la niña, el lobo, disfrazado de abuelita, le ofrece la carne y la sangre. Entonces le dice que eche su ropa en el fuego y que se meta en la cama. La niña lo hace pero cuando el lobo se pone violento y amenaza con comérsela, ella le dice que ha de salir a hacer sus necesidades. El lobo le ata una cuerda en el tobillo pero la niña la desata y coloca alrededor de un árbol en cuanto sale de la casa y escapa.

Las diferencias establecidas entre este cuento y la versión posterior de Perrault son obvias. Aquí se da claramente un rito de iniciación de la niña que incluye un sacrificio humano con carne y sangre, elementos necesarios en los ritos tanto tribales como cristianos.3 Es más, es el poder de la abuela el que pasa a la nieta y, en contextos matriarcales, se considera que esta relación es la más fuerte. El hombre es presentado en forma de bestia (lobo) que quiere satisfacer claros instintos sexuales. Le dice que tire su ropa al fuego, lo cual es otro símbolo de purificación ritual y, dentro de la tradición de las hadas, el cambiarse o despojarse de la ropa indica que se cambia de personalidad. En este caso todo lleva a la conclusión de que la niña está convirtiéndose en adulta y, lo que es más, lo hace de manera madura. Cuando el lobo quiere comérsela, en vez de desmayarse y chillar histéricamente, mantiene su sangre fría y consigue engañarle utilizando una razón ante la que la delicadeza que impregna los cuentos de los siglos diecisiete y dieciocho se hubiera escandalizado. Aquí la razón de la fuerza no ha lugar y se enseña a las niñas una lección de coraje e inteligencia.

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Ilustración de Offterdinger para Caperucita Roja.

En la versión de Perrault, la niña es engañada (comida) por el lobo. Pertenece a los cuentos de aviso, un aviso a las niñas en este caso: no deben deambular por el bosque solas y, mucho menos, hablar con extraños, especialmente si son hombres. Deben seguir el camino de la obediencia y la pureza o se verán castigadas de la manera más terrible.

Una versión de Jack Thuber del siglo veinte, nos muestra a una Caperucita parecida a la del cuento medieval en lo que respecta a su poder de decisión y seguridad. Cuando llega a casa de la abuelita, al ver que es el lobo quien está acostado en la cama, saca un revólver de su cestita y le dispara, matándole. La moraleja nos dice que no es tan fácil engañar a las niñas hoy en día como lo era antiguamente.

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Los distintos mensajes sociológicos se reflejan en los cuentos por medio de cambios en los siguientes aspectos:

  • Quién interpreta el papel del «hacedor», que no siempre es el protagonista. Debe recordarse que, en los cuentos tradicionales, el «hacedor» -el protagonista activo- es casi invariablemente un niño. Las excepciones corresponderían a cuentos más antiguos pertenecientes a la tradición oral como el escocés «El caballero de las colinas, los valles y pasos», a algunos del siglo diecinueve y a la mayoría de nuestra época.
  • El espacio: desde bosques a parajes urbanos como en «Los Borribles», de Larrabeiti (1978), o zonas nucleares devastadas como en «Donde sopla el viento», de Briggs (1982).
  • El tiempo: desde el «érase una vez» atemporal y remoto hasta cuentos que suceden claramente en nuestros días como «La Princesa dura», de Martín Wadell o en una época determinada como el «Cuento de Navidad», de Dickens.
  • El aspecto externo de los arquetipos: Las preguntas transcendentales del hombre han variado poco a lo largo de su existencia y, por tanto, los arquetipos de los cuentos son los mismos (el sanador, el enemigo, la mujer sabia...). Sin embargo, el aspecto externo de los mismos sí ha cambiado (de una bruja a un robot, por ejemplo).
  • La escala de valores contemporánea: de la valoración suprema del matrimonio, el poder y la riqueza a mensajes pacifistas, feministas o ecológicos.

En el siglo diecisiete, los cuentos aprendidos por las clases altas a través de criados y ayas se adaptaron para enseñar a los niños lo que se esperaba de ellos personal y socialmente. Esta tendencia continuó en el siglo siguiente cuando la literatura infantil se estableció como tal y los cuentos se caracterizaban por el maniqueísmo de sus argumentos. El bien y el mal quedaban claramente separados y la razón reinaba. En este mismo siglo dieciocho, los cuentos de hadas no eran mirados con buenos ojos   —11→   como la opinión de la escritora Mrs. Trimmer claramente expresa cuando dice que los cuentos: «... son aptos solamente para llenar las cabezas de los niños con ideas confusas sobre acontecimientos maravillosos y sobrenaturales.»4 Los niños debían seguir un orden y ser guiados hacia la racionalidad.

Sin embargo, escritores influyentes del siglo diecinueve como Charles Dickens consideraban que los cuentos eran una ayuda pedagógica muy positiva. Alicia en el País de las Maravillas (1865) de Lewis Carroll y El libro de las tonterías (1846) de Edward Lear dieron el impulso final a la literatura infantil. Aunque en ocasiones pequen de adultas, representaron sin lugar a dudas una nueva tendencia hacia una sociedad más flexible donde los niños y la imaginación ocuparían un lugar. Otros escritores como Andrew Lang y los hermanos Grimm conservaron la línea tradicional aunque fueron importantes ya que elevaron el folklore a categoría literaria.

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Ilustración de Tenniel incluida en Alicia Anotada, editado por Akal.

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Hacia finales del siglo diecinueve las injusticias sociales empezaron a reflejarse en los cuentos de hadas. Esta tendencia contrastaba con la delicadeza que había caracterizado a los cuentos hasta entonces. Probablemente, las principales razones de este cambio fueron la implantación de los nuevos ideales románticos así como la revolución industrial y sus consecuencias. Los cuentos empezaron a reflejar un mundo invertido, la imagen de la corrupción. George MacDonald, Edith Nesbit, Oscar Wilde y Frank L. Baum entre otros cuestionaron el papel que tradicionalmente se adjudicaba a niños y niñas y -casi- colocaron a ambos al mismo nivel. También cuestionaron la represión de la imaginación en la educación tradicional, empezaron a escribir sobre las condiciones en que vivían las clases bajas y plantearon interrogantes sobre la inviolabilidad de la autoridad. Ninguno de ellos se rebeló violentamente contra el orden establecido pero prepararon el camino para un mayor experimentalismo que se daría en el siglo veinte.

El cambio más importante se dio tras la segunda guerra mundial y, especialmente, en los sesenta. Muchos críticos consideraron que los cuentos llamados tradicionales eran retrógrados. El socialismo, pacifismo, feminismo, la ecología y protección de los animales, la aceptación de los marginados, y esperanza y desesperación frente al futuro se convirtieron en los nuevos temas que contrastaron con la alabanza de la monarquía absoluta o el feudalismo, el individualismo, la sumisión de las mujeres, el héroe activo masculino, la enseñanza de modales y de una moral de sociedad, y la búsqueda de la felicidad perdida en una época dorada. Enfrentada a la industrialización, a la producción en masa, a los intereses comerciales y el capitalismo, a la distopia y al avance de la ciencia y la tecnología, la fantasía emergió con fuerza.

La gran pregunta es si los niños de hoy en día realmente conocen y se interesan por este tipo de cuentos contemporáneos. A fin de tener una idea clara acerca del tema confeccioné un cuestionario sobre los cuentos de hadas para padres y uno para niños de 6 a 9 años. Los resultados fueron bastante conservadores. Casi todos los padres incluían cuentos   —13→   tradicionales pero no modernos en la educación de sus hijos y creían que aquellos eran positivos. Todos declararon que su hijo/a se identificaba con el héroe/heroína y que preferían escuchar los cuentos en vez de mirarlos en televisión o vídeo. Por tanto, lo tradicional destaca sobre lo moderno tanto en lo que se refiere al contenido de los cuentos como a la forma de recibirlos. Los niños fueron de la misma opinión. Al mismo tiempo un grupo de estudiantes de la Escuela de Formación del Profesorado Blanquerna pasó unos cuestionarios similares a los míos obteniendo los mismos resultados. Podemos concluir que la distribución y lectura de los cuentos escritos en nuestra época es difícil, puesto que los padres y profesores prefieren remitirse a lo conocido.

La evolución de los cuentos de hadas parece haber completado un círculo. Los valores que aparecían en los cuentos de la tradición oral, a los que se volvió la espalda principalmente en los siglos diecisiete, dieciocho y diecinueve, vuelven a cobrar importancia hoy en día. La dimensión psicológica y la historia cotidiana siempre han aparecido en ellos reconciliando al lector con su entorno. Por todo ello, una mayor difusión de los cuentos de nuestro tiempo se hace necesaria.



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