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VII. Dos obras de M. Lenormant

Fidel Fita


Dos obras magistrales, trazadas en menos de tres años á esta parte por la pluma doctísima del célebre historiador y asiriólogo François Lenormant, ha recibido nuestra Real Academia.

Les origines de l'Histoire: d'après le Bible et les traditions des peuples orientaux. París, 1880.

HISTOIRE ANCIENNE DE L'ORIENT JUSQU'AUX GUERRES MÉDIQUES. -Tomo I. Les origines. Les races et les langues. París, 1881. -Tomo II. Les Egytiens. París, 1882.

Ateniéndome al encargo de nuestro dignísimo Director, trataré de emitir informe con la mayor brevedad posible.

La idea del primer libro, que expone é indaga las fuentes de la Historia en la Biblia y en las tradiciones de los pueblos orientales, vuela hoy sobra un campo inmenso de exploración, donde al fin abarcamos y vemos en toda su luz el que disfrutaron los antiguos maestros cristianos del mundo erudito, Clemente de Alejandría, Orígenes, Eusebio de Cesaréa, San Epifanio y San Jerónimo. Clemente de Alejandría leía en los jeroglíficos del Egipto, lo mismo que lee la ciencia egiptóloga de nuestra edad; y ha dejado en sus Estrómatos depositada la clave para leerlos, conforme lo demostró nuestro consocio el señor de la Rada y Delgado discurriendo acerca de las Antigüedades del Cerro de los Santos. A su vez, el egregio Eusebio de Cesaréa, lo propio que los grandes autores eclesiásticos del Egipto, se señaló y cobró título imperecedero á nuestra gratitud por habernos conservado largos extractos, y muy preciosos, de aquella antiquísima literatura oriental, que en la lengua hablada por Aristóteles y por Alejandro Magno aclimataron y cultivaron para todo el orbe romano los faraones de estirpe griega, y además (fuerza es confesarlo) los doctos helenistas del pueblo hebreo, que cita no rara vez San Jerónimo. A todos estos extractos, ecos de vetustas y remotísimas civilizaciones que fenecieron, ha venido á prestar cohesión y dar unidad (digámoslo así) orgánica y llena de vida el genio de nuestra época. Enseñoreándose de laliteratura monumental egipcia, babilónica,

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asiria, irania y védica, y dilatando prodigiosamente los dominios de la Historia, nos lleva como por la mano al punto céntrico, donde la Biblia, jamás desmentida por la verdadera ciencia, coloca las primeras corrientes del linaje humano, y sigue su marcha trazada ab aeterno por la infinita sabiduría del Todopoderoso. El docto Lenormant, que no es teólogo, ni distingue con bastante claridad, ni sin error, los límites de la verdad natural que la divina revelación, ó inspiración revistió de su propia luz, pone á la Biblia por encima de toda autoridad, interpretándola con veneración profundísima. Como era de esperar del título que M. Lenormant ha dado á su obra, ciñe su discusión bíblica al libro del Génesis; y si bien atiende al dualismo de previa, mas no inspirada, redacción que cierta escuela alemana, ya muy decaída introdujo, cuando el estudio de las lenguas semíticas no había cobrado la virilidad que hoy logra, todavía no se aparta, propiamente hablando, de la línea dogmática, que en las escuelas católicas deja larga carrera al pie cauto y franco mirar de la crítica racional, mucho más larga de lo que comúnmente se cree. En resolución, el libro Les origines de l'Histoire d'après la Bible, comparando la narración histórica del Génesis sobre los varios sucesos de la humanidad antidiluviana (pues á ello limita su excursión) con todas las demás fuentes históricas que hoy poseemos, hace palpable el mérito singular del primer Código del pueblo hebreo y del cristiano, porque todos sus asertos, bien comprendidos, están confirmados por las tradiciones y monumentos de todas las gentes de la tierra, sin excepción de las americanas y oceánicas, é inaugura el método de exploración vasta y despreocupada que reclaman todos los hombres de letras amigos de la verdad universal y única.

No es menos digna de aprecio la segunda y nueva obra de M. Lenormant. He dicho nueva obra, porque, aun cuando se intitula edición novena de la que publicó el autor en 1868, bien puede llamarse novísima creación por la corrección, ensanche é ilustraciones inapreciables que ha recibido. Trata el primer volumen de los orígenes, estirpes y lenguas de la humanidad en su triple aspecto histórico, fisiológico y filológico. Esta separación era debida al desarrollo que desde hace catorce años ha recibido

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el estudio de aquellas tres bases fundamentales. En la parte histórica forma tratado aparte de los monumentos no escritos, ó mal llamados prehistóricos, que expone con sobriedad, lucidez y tino. En la parte filológica, que es profesional y característica la que más ha valido justamente á M. Lenormant la estimación del mundo sabio, estudia acertadamente el fondo psicológico é intelectual y libre de la palabra ó lenguaje ideal, común á todos los hombres, y analiza su forma ó expresión exterior por la voz o por la escritura, y en esta última no descuida la distinción de signos fonéticos, ideológicos y simbólicos, en fin, que denotan el objeto sensible por la pintura ó dibujo. Con rara sagacidad va siguiendo las evoluciones del desarrollo gráfico, desde el diseño del objeto concebido por la imaginación hasta el signo convencional del sonido de la palabra, sílaba y letra consonante y vocal; é indudablemente su lectura podrá despertar en la juventud estudiosa muchos y muy fecundos ingenios, que se malgastan ahora con el mareo de flotar inciertos sobre las olas oscuras del océano de los idiomas, por no tener ante sí el plan ó concepto general del proceso metódico á que han estado sujetas las leyes de sus vaivenes.

Del segundo volumen, ¿qué decir sino que la ciencia histórica del Egipto, una de las mayores glorias y más puras que en nuestro siglo ha recabado el genio de las cuatro naciones céntricas de Europa, sale abrillantado con esa gracia y lucidez inimitable que tiene Francia para difundir y popularizar todos los inventos? El buril del grabador, que pone á la vista de los lectores, casi á cada página, así los más grandiosos como los más delicados monumentos, innumerables, que pueblan las orillas del Nilo; la lista de los autores contemporáneos que en libros y en revistas contemporáneas merecen consultarse con preferencia en cada cuestión á fin de ilustrar y abreviar el estudio; las obras de Manethon, de Clemente de Alejandría y otras de la sabia antigüedad; nada, en una palabra, ha omitido M. Lenormant que espontáneamente no traiga á la memoria el dicho de Horacio:


Omne tulit punctum, qui miscuit utile dulci,
Lectorem delectando pariterque monendo.

FIDEL FITA.

Madrid 23 de Diciembre de 1882.



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