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Caballero rey

Guido Rodríguez Alcalá



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Al Lazarillo de Tormes, respetuosamente
El Autor



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ArribaAbajoPrólogo

No puedo recordar sin emoción aquel 26 de febrero.

Por raro azar, la canícula propia del mes se había trocado en frío nórdico. Un cielo triste, ceniciento, semejante al cielo de Edgar Allan Poe (poeta a quien rendí su merecido homenaje en un matutino de plaza), ponía una nota de recogimiento y devoción sobre la venerada tumba del patriota, general de división don Bernardino Caballero de Añazco, el Centauro de Ybicui. La piedad de los hijos (legítimos o no) había depositado rosas rojas sobre la gloriosa lápida del finado reconstructor del Paraguay; como hijo espiritual del mismo, yo, raúl amarilla1, deposito mi flor, mi pobre rosa roja, que queda como una gota en el océano de rosas rosas que recuerdan el tránsito del héroe a la inmortalidad.

Mas, ¿cómo dejaría de perderse mi florcita si le tocaba competir con las coronas fúnebres enviadas por las poderosas empresas que dieron vida al país después de la total destrucción de la Guerra Grande? Las mencionadas empresas se veían en la obligación de honrar debidamente la memoria de su socio fundador... Al hacerlo, enviaban hermosísimas flores que atraían de sobremanera a las avispas (mención especial merece la corona enviada por La industrial Paraguaya S.A.)...

Ya el número de las laboriosas abejillas había aumentado peligrosamente para la seguridad de los que festejábamos el cumpleaños del Héroe en el Walhalla, cuando llegó mi maestro, don Juan E. O'Leary (h), con los ojos enrojecidos por las lágrimas y un bello ramillete que me hizo oler; al olerlo, me dio un tremendo shock y, según me lo contaron después, caí desvanecido sobre la bandeja de apetitosas milanesas aportadas por unos correligionarios de Mbuyapei.

¡Costumbre peculiar la de nuestro pueblo, esa de festejar los aniversarios fúnebres con una familiar merienda sobre la losa fría que cubre los despojos mortales del Ser Querido! Costumbre que resulta   —2→   colguá para los que se creen cosmopolitas pero en realidad exhiben su pobre condición de metecos. En efecto, la merienda fúnebre la comenzaron los antiguos griegos, mi maestro O'Leary tiene escrita una docta disertación para demostrarlo, haciendo ver que, ya en el canto C de la Ilíada, el divino Aquiles honró de igual manera la memoria de su amigo Patroclo. Siendo, pues, la costumbre vieja como Judas, no debemos avergonzarnos, nosotros, los auténticos paraguayos, de seguir una tradición que hunde sus raíces en lo más profundo de la cultura universal. Por eso yo no me avergüenzo; al contrario: con pluma inexperta mas orgullosa, relato aquella fiestita ocara por los Manes de don Bernardino Caballero, aquel 26 de febrero de 1931. Fiestita alegre y triste a la vez, pero siempre patriótica, estropeada un poco por la garúa y las avispas.

¡Bienaventurados aquellos que soportaron con ánimo impasible el aguijón doloroso! Yo me desmayé (reacción alérgica). Recuperé el sentido en brazos de mi querido Maestro, don Juan Emilio O'Leary, llamado también el Reivindicador por su valiente campaña a favor de los Héroes militares del Paraguay, criticados por la propaganda extranjerizante, que les imputaba la supuesta destrucción del país. A mi querido maestro se le veía la cara un tanto hinchada, aunque ya las manos de hada de la Chunga le habían quitado todos los aguijones... En realidad, lo que le encendía las mejillas, lo que dilataba las venas de sus nobles sienes, no era tanto el veneno de los bichos sino el fuego de una noble indignación. Porque los males físicos no tenían ningún Imperio sobre el ánimo de mi noble maestro cuando lo poseía el entusiasmo de una noble causa, de una reivindicación auténticamente nacionalista y popular, como el Culto del mariscal Francisco Solano López o del general de división Bernardino Caballero de Añazco.

-¡Infames! -tronaba mi Maestro -¡Mercenarios! ¡Agentes de la plutocracia sin corazón!

Debo rectificarme, caro lector: no recuperé el sentido en brazos sino en la casa de mi querido maestro, don Juan Emiliano O'Leary. Debo aclarar, además, que cuando me desmayé en el cementerio, él me llevó a su casa, donde pasé dos días entre la vida y la alergia, mientras la muchacha, solícitamente, me aplicaba tabaco mascado sobre las picaduras -vieja receta guaraní a la que debo la vida... La Chunga (así se llamaba la muchacha) velaba al pie del lecho, con la fidelidad propia de su raza, que desconoce las convenciones extranjerizantes características de los liberales de las que, lamentablemente, yo no me había liberado del todo (¿cómo ser libre en un país dominado por la Beocia liberal?). En efecto, aunque la medida adoptada por la Chunga para mi sanación hubiese sido perfectamente adecuada, me resultaba un tanto embarazoso (prejuicio burgués) verme frente a la noble mujer, que para atenderme como es debido me había puesto en calzoncillos.

La Chunga, «inmóvil como un ídolo sagrado», era una figura de   —3→   bronce en la penumbra de la alcoba, iluminada sólo por las filtraciones de los agujeros del techo de cinc. (La casita de la calle Brasil merecía um reparo, para decirlo en la lengua del Juca, autor de una valiosa pero inédita biografía del Centauro -vide infra.) Ella sabía bien que no había que molestar al maestro cuando reflexionaba en voz alta: éste, presa del arrebato místico, se limitaba a repetir, haciendo gestos majestuosos y girando en torno de mi catre, sin mirarme:

-¡Infames! ¡Mercenarios! ¡Agentes de la plutocracia sin corazón!

Yo era demasiado joven, le tenía muchísimo respeto: aún no le conocía bien... Comenzaba a sentirme, de más en más, incómodo... Afortunadamente, J. Natalicio González rompió el hechizo: vino entrando con la jarra del yaguareté caá (noble infusión autóctona) y la robe de chambre de seda verde y dragones plateados que acostumbraba a usar en casa propia y en la de los amigos (cuando allí se hospedaba por más de dos semanas). Ocurre, ¡oh vergüenza!, que el gobierno liberal (en el poder desde 1904) desconocía los méritos de J. Natalicio González y el humanista, falto de cargo público, se veía obligado a recurrir a la generosidad de los amigos colorados; Natalo se hospedaba, a la sazón, en casa de mi maestro, esperando que don Bonifacio Caballero (noble vástago del Centauro) terminase de construir, en el patio de su casa-habitación de la calle Artigas, un departamento destinado para la residencia del autor de los Epinicios. J. Natalicio González (permítaseme la disgresión) acababa de terminar un original ensayo sobre las raíces platónicas de la civilización guaraní y estaba preparando otro sobre las raíces guaraníes de La Tempestad de Shakespeare (este último puso en evidencia que La Tempestad había utilizado, sin citarlas, fuentes guaraníes). J. Natalicio González, entonces, sirvió a don Juan su autóctona infusión, me saludó fraternalmente y después, sin decir palabra, se sentó en el catre y comenzó a contemplarse atentamente el pie derecho, cuyos dedos contraía y distendía rítmicamente, de acuerdo con la costumbre campesina, que permite al pynandí (al auténtico hijo de la tierra), sin descalzarse, la adopción de una postura de distensión y concentración algo afín a las yogas, pero de efectos infinitamente superiores.

Le contemplamos en silencio. Después de algunos instantes, el maestro O'Leary dijo, sentenciosamente:

-¡Infames! ¡Mercenarios! ¡Agentes de la plutocracia sin corazón!

Era exactamente lo mismo, pero ahora con mucha calma.

(Es que J. Natalicio González producía un efecto especial sobre los demás: les trasmitía calma. En los momentos de mayor exaltación (lo he visto), cuando los correligionarios estaban a punto de llegar a los puños por alguna cuestión filosófica o económica, Natalicio, cuando le llegaba el momento de hablar, esperaba unos instantes, se miraba los dedos del pie o miraba el piso (cuando estaba calzado) y después emitía alguna sentencia conciliatoria, que calmaba los ánimos como por arte de magia).

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Ya más calmado, el maestro O'Leary nos leyó con voz trémula el texto que los enemigos de la paraguayidad habían hecho circular por la Asunción durante mi largo desvanecimiento apícola, como ofrenda sacrílega a la memoria del Centauro. ¡Oh lector! La indignación me embarga cuando pienso en el infame y falso documento que, por razones metodológicas, no puedo dejar de transcribir a renglón seguido:

DIRETORÍA GERAL DE CONTABILIDADE DA GUERRA -Rio de Janeiro.

«Copia -Nª 466 -Ministerio dos Negocios da Guerra. Rio de Janeiro, em 13 de Junho de 1870, Mande Vmce. abonar mensalmente ao General Caballero, Coroneis Aveiro, Centurion e Carmona, paraguayos, o soldo de coronel, aos Tenentes-Coroneis Silvero e Palacios o soldo de tenente-coronel; ao Mayor Lara e ao Tenente Maiz o soldo de suas patentes; ao ex-Ministro Falcon cem mil reis; a ao Padre Maiz (todos paraguayos) o soldo de Capelao Alferez. Deus guarde a Vmce. (assignado) Barao de Muritiba. -Sr. Domingos Jose Alvarez da Fonseca. Cumpra-se e extracte-se. Pagadoria das tropas da Corte, em 15 de Junho de 1870. -(Assignado) Fonseca. -Extractado- (Assignado) Leal. -Averbado. -(Assignado) Barros».

Inteligente lector: no es mi propósito el de ofender tu inteligencia explicándote lo que para ti está claro. Sin embargo, permíteme explicarte que el libro lo leerán lectores jóvenes (en muchos casos, jóvenes de buena fe, pero de inteligencia estragada por la propaganda antipatriótica), por esa razón, preciso ser claro, clarísimo (tal cual el inmortal J. Natalicio González al explicar que la ideología liberal se afincó en el Paraguay gracias a los judíos). Por eso, te explico: este documento apócrifo afirmaba que el general Bernardino Caballero y otros muchos héroes paraguayos habían recibido dineros del Ministerio de Guerra brasilero... Fue después de terminada la guerra, podrás argüir, y eso no desprestigia para nada, en su actuación guerrera, a los mencionados héroes... ¡No importa!, te contesto, un héroe debe, además de ser héroe, aparentarlo: la mínima sospecha, por eso, significa poner en peligro la imagen mítica del general Bernardino Caballero, uno de los pilares de nuestra nacionalidad, uno de los excelsos mármoles de la Patria...

Natalicio y yo -vuelvo a mi relato- quedamos tiesos de indignación.

-Hay que denunciar la falsificación -rugió Natalo.

-Difícil -dijo mi maestro- las firmas son legítimas.

Y eso era lo más perverso del asunto: las firmas eran legítimas; el documento, falso.

¿Qué negra iniquidad, que siniestro mitrismo pudo haber sobornado al funcionario brasilero, hoy difunto, para hacerle fraguar ese espécimen que, con papel, tinta y sello de la repartición pertinente, esto es, con visos de legitimidad, arrojaba un puñado de inmundo cieno sobre   —5→   la ejecutoria de don Bernardino Caballero, precisamente el paraguayo que más brasileros mató y sin haber recibido por eso («designios de la Providencia», O'Leary dixit), ninguna herida en ningún combate?

-Debe ser un universitario -dijo J. Natalicio González.

Aludía así, con la sagacidad que lo caracterizaba en sus investigaciones políticas, históricas, filológicas y filosóficas, a la falsificación perpetrada recientemente en una (hasta ese momento) respetable casa de estudios donde, aprovechándose de la distracción del Gran Canciller, un tonsurado adicto a los placeres de Baco le presentó a la firma, en la pila de los diplomas de los dotorandos de la institución, un diploma falso, que el Gran Canciller firmó inadvertidamente junto con los diplomas legítimos, confiriéndose así el título máximo a quien no lo merecía... Deshonrada, la venerable institución tuvo que reconocer públicamente que, si bien la firma y el membrete eran auténticos, el título era falso.

¿Podría esperarse igual sinceridad del Archivo General del Brasil?

-Imposible- suspiró don Juan.

Ya había hablado con el representante del Brasil, este le dijo que no pensaba negar la autenticidad de un documento que, a todas luces, era auténtico. Recurso farisaico que le servía para vengarse de El Centauro de Ybicui, libro publicado por el maestro O'Leary, donde se ponía en evidencia la cobardía brasilera y el heroísmo paraguayo durante la Guerra Grande o Guerra de la Triple Alianza.

-Quizás el mismísimo don Pedro II -dijo J. Natalicio González.

¿Por qué no?

Para destruir al Paraguay en la Guerra Grande, don Pedro tuvo que empeñarse a los bancos ingleses; terminó perdiendo su corona porque no pudo levantar la deuda. ¿Qué tendría de raro que el Emperador tratara de desquitarse post mortem?

Sin embargo, estas especulaciones lógicas no podían tener mayor influencia en la psique de un pueblo que, como el paraguayo, ha sido bombardeado por la propaganda antipatriótica, extranjerizante, bárbara. No. La dialéctica de J. Natalicio González, profunda, lúcida, nada o muy poco podría contra un infundio semejante. Sus alas de gigante le impedían caminar. Era necesario conmover la conciencia nacional, sacarla de su letargo, mediante una obra más directa, mediante un testimonio irrebatible: el testimonio del mismísimo general de división don Bernardino Caballero.

Eso fue lo que me decidió a escribir este libro.

Debo decir que, después de haber escrito mi primer libro, consistente en las memorias del susodicho Centauro de Ybicui sobre su actuación en la Guerra Grande, sentí que había realizado mi tarea. Pero me di cuenta de que no después de haber leído el miserable panfleto que pretendía hacer del Centauro un recipiendario de los favores del imperio negrero y esclavócrata.

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Así que va la segunda, como dice el gaucho (también heredero de la antigua tradición helénica, como ha sido definitivamente establecido)...

Los que no han leído el primer tomo de las memorias del Centauro, sepan lo siguiente: Don Bernardino Caballero (1839-1912) fue el principal colaborador del mariscal don Francisco Solano López en la Guerra Grande (1864-1870), emprendida con el oro inglés por el Brasil, la Argentina y el Uruguay contra la próspera República del Paraguay. La guerra terminó con el 60% de los paraguayos, incluido el propio mariscal López. Privado de la satisfacción de caer con su Jefe en el combate final, don Bernardino Caballero, sin embargo, tuvo la satisfacción de reconstruir el Paraguay después de la guerra. El voto popular lo llevó a la Presidencia de la República (1880-1886); después de eso fundó el glorioso Partido Colorado o Asociación Nacional Republicana (1887), siendo la principal figura política hasta 1904, en que una revolución del Partido Liberal, financiada por el oro porteño, lo expulsó del poder. Hollado sí, pero jamás vencido, el Centauro tuvo todavía energías para combatir, por todos los medios, a la tiranía liberal que se enseñorea del pobre Paraguay desde 1904... La muerte lo sorprendió en 1912, en Asunción, en medio de la tristeza general.

Que después de 30 años le hayan sacado el poder, me parece una crueldad, sin embargo, lo que no tiene nombre, es que ahora, después de muerto, traten de robarle su inmortalidad.

En eso soy intransigente...

El lector imparcial, sin aceptar mis opiniones desde el principio, puede, detenidamente, leer el libro para ver cuán infames son los enemigos del Centauro. Para leerlo con mayor provecho, le recomiendo tener presente la siguiente lista de gobernantes del Paraguay:

  • Triunvirato 15/agosto/1869
  • Cirilo Rivarola (Presidente constitucional) 25/noviembre/1870
  • Salvador Jovellanos (Vicepresidente en ejercicio) 18/diciembre/1871
  • Juan B. Gill (Presidente constitucional) 25/noviembre/1874
  • Higinio Uriarte (Vicepresidente en ejercicio) 12/abril/1877
  • Cándido Bareiro (Presidente constitucional) 25/noviembre/1878
  • Bernardino Caballero (Ministro del Interior en ejercicio 4/setiembre/1880
  • Bernardino Caballero (Presidente constitucional) 25/noviembre/1882

La lista puede cansar al principio pero, en la medida en que se lee el libro, comienza a ser más interesante; no perderla de vista.

En cuanto a mi estilo, aclaro que no pienso hacer concesiones. Me he formado en la escuela periodística de Patria, del auténtico Patria (hubo más de un periódico con ese nombre, incluyendo el fundado por Juan B.   —7→   Gill). Eso significa que soy nacionalista y revisionista, que rechazo rotundamente la interpretación de la historia puesta en boga por Bartolomé Mitre y Compañía. Por eso, aún siendo argentino, he tomado partido por la posición auténticamente americana propugnada por el nacionalismo integral defendido por O'Leary, que me ha dado orientación espiritual y empleo cuando me echaron de mi Patria chica, la Argentina. Ser argentino, por otra parte, me ha permitido conocer al general Bernardino Caballero en Buenos Aires, en 1910; este libro es el resultado de una serie de entrevistas.

raúl amarilla

El cronista

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imagen

Prueba de la calumnia perpetrada contra el general Caballero.





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ArribaAbajoTratado primero2

De como me castigaba en Río de Janeiro, todo por amor a la patria (1871/1872)


¡Esa su costumbre de poner todo con letra chica: raúl amarilla, por ejemplo! ¡Seguro que se cree más moderno como los jóvenes de ahora, hacen al revés como su amigo Roque, piensan que cuando más caprichoso más leído!... Creen que saben todo, Amarilla. Pero usted, Raúl, usted haga no más lo que le guste hacer con su poesía, pero con mi memoria, mucho cuidado. No me vaya a poner con letra chica. Usted me cuida bien las comas y también las sintaxis, no que vayan a decir después que Bernardino Caballero no sabía, como ya dijeron luego, son así: siempre pescando por si uno se atraganta una ese en su discurso para decir después que no sabía hablar, que no sabía luego ni leer el discurso que le hacía Crisóstomo Centurión o Decoud. No. Una persona pública tiene su imagen pública que le llaman. Por ejemplo (déjeme explicarle), si usted se quiere retratar, Amarilla, ¿cómo ha de hacer? No ha de ser en calzoncillos para la foto de familia, la fotografía que después verán sus nietos y señora. Así no puede ser. Tiene que ser decente, trajeado, como la que tengo sobre el escritorio con Tomasito Romero y José Segundo Decoud; esa es la que tiene que quedar. Y lo mismo luego para mis memorias; yo no tengo tiempo de ocuparme de todo: yo le voy dictando así como me sale y usted me pone como debe, por ejemplo: V corta o b de burro. Los antes después que los despueses... quiero decir al revés. Por ejemplo, yo le dicto primero 1887; después recién me recuerdo 1880. Puede ser. Con tanto tiempo atrás, tanto tiempo para recordarlo, suele pasar así. Bueno. Entonces usted me pone, como debe, 1880 y después 1887. Para que se entienda. Para que no se malentienda. Ahora que estoy luego viejo, pobre y sin gobierno. Ahora que los liberales quieren decir por mí gaucho de bola y lazo (¡qué groseros!). Usted, la juventud decente, tiene que decirles la verdad. Tiene que decirles cómo yo, Bernardino Caballero,   —10→   soy el reconstructor del Paraguay. Sí, eso es lo que dijo O'Leary, desde luego, pero repita no más, Amarilla, repita. La gente es demasiado burra, tiene que repetirle varias veces. Hasta que se acostumbren. Hasta que les entre en la cabeza, como discurso militar...

... Ustedes la juventud moderna ya no entienden...

... ¿Pie plano?... Bueno, entonces no hay remedio. Usted no puede ir. Pero le haría falta. Disciplina no le vendría mal. Disciplina como la de antes: en la caballería los reclutas ligaban con el arreador. Así nos educaban a nosotros. Por eso es que salimos como somos, gente bien derecha. Ni liberal ni pituco... Bueno, a mí no me fajaban, ni siquiera de recluta, pero fue la excepción. La excepción porque yo luego era demasiado recto, desde el primer momento. Por eso me metieron en la caballería pero con tratamiento especial. No necesitaban pegarme. Y después fuí ascendiendo, ascendiendo... bueno, estas cosas se las tengo contadas, ¿para qué repetir?

Ahora estamos pues para la segunda parte, para después de la Guerra Grande. O, si se quiere, al final. Eso no le conté todavía... ¿Cómo?... Pero no le conté, no quiera discutirme. ¿Usted acaso cree que porque soy un viejo ya no tengo memoria? ¿Cree que ya no tengo sentido? ¿usted qué se cree?

¡Cajetillo!...

Bueno, tampoco se me ponga así.

No sea tan sensible.

Un tirón de orejas para su bien no más, no se me quede tan abatatado. Si sabe bien que ya le dije a Juancito O'Leary que le consiga un puesto en Asunción, bibliotecario si es posible, ahora que le echaron de su empleo por robar cuadros... Bueno, ya sé que usted no le robó a la pobre señora, pero quería decir que le acusaron que robaba, por eso le quitaron de su cargo. Pero en Asunción es diferente: cuando se vaya allá, va a ver usted lo bien que le tratamos... No, en la Biblioteca Nacional no puede ser; allí está el bribón de Juan Silvano. Pero claro, igual le vamos a conseguir, no se preocupe...

¿Dónde estábamos?

¡Ah! Nos tomaron prisioneros. Prisioneros después que se acabó la guerra, ¿se imagina usted? ¡Dese preso!, me dijo el brasilero. ¿Pero preso por qué? Entonces nos fajaron unas cuantas balas; no valía la pena discutir. Y eso que nos entregamos, justamente, porque acabó la guerra. Porque en el primero de marzo le mataron a nuestro Jefe, liquidaron nuestro último campamento, justo cuando estábamos por el Norte, yo con mi partida. Unos 60 hombres (creo que); nos mandó el Mariscal para traerle carne, vacas chúcaras, porque en Cerro Corá no había carne: una vaca se dividía en 400 partes. Por eso el Mariscal me mandó hacia el Norte, para traer provista, pero cuando volvimos era demasiado tarde. Era ya después del primero de marzo. Puros ranchos quemados y esqueletos.   —11→   Dicen que el Mariscal quedó enterrado allí. Me contó la Madama: ella personalmente cavó la tumba del hombre y de su hijo. Pero cavó demasiado playo (como casi todas); en seguida vinieron los bichos de la selva para desenterrar cuando se fueron; cuando las mujeres y los pocos que quedaban fueron caminando desde Cerro Corá a la Concepción, llevados por el ejército brasilero que nos fundió del todo. Por eso nos marchamos para Concepción, yo con mi partida. Para entregamos. Ni siquiera entregarnos porque no había guerra, había terminado. ¡Pero explíquele usted al cambá maleducado que nos recibió a balazos! Derechito a Concepción y de Concepción para Asunción en barco.

Quiero decirle abril o mayo del 70. No recuerdo muy bien. Pero recuerdo bien nuestra tristeza... de los prisioneros paraguayos. Don Patricio Escobar, Silvestre Aveiro, Juan Crisóstomo Centurión, ministro José Falcón, padre Fidel Maíz. A Juan Crisóstomo le decían a cada rato que le iban a fusilar. (Le trajeron desde Cerro Corá hasta la Concepción caminando, y eso que se iba en sangre. Pero tuve suerte -me solía decirvi cómo te degollaban a los otros). Y a mí me decían que dirigí los fusilamientos de San Estanislao (el mariscal fue) y que remataba rezagados y que todo el camino dejábamos sembrado de cadáveres (Roa) y que yo le azoté a la señora madre del mariscal López (fue Silvestre Aveiro) y que a Venancio López le ultimé yo (fue Patricio Escobar) y que iba a ver la corte marcial que nos hacían. Crímenes de guerra, jei chupe.

-Se acabó tu suerte Bernardino, me solía decir cuando me conducían prisionero en la Asunción. Se acabó porque en la guerra siempre tuve suerte, pero ahora se acabó porque perdí mi abogado. Yo siempre le había llevado cosido por mi camiseta, desde el primer momento; ese me salvó de las batallas más terribles, incluso Tuyutí. Pero después, con tanto caminar, se me había caído mi abogado, ya no me podía más salvar de los cuatro tiradores aquel escapulario milagroso de la Santísima Virgen que me regaló mamá. Y ahora con conde d'Eu ya no había vuelta (con marqués de Caxias daba más gusto): el tipo degollaba prisioneros de balde, así le degollaron a Caballero (el otro) y al comandante Aguiar aunque el pobre no podía caminar (perdió su rodilla en Tuyutí).

En la Asunción me recibió Río Branco, plenipotenciario brasilero, estaba en esos tiempos dirigiendo ese gobierno mbore de Cirilo Rivarola3. Amable parecía el tipo, Río Branco, me dio la dirección incluso de su hijo en Río de Janeiro (un mozo que se llamaba Río Branco también como su padre pero le decían varón). Yo quería decirle: Deje no más tanta cortesía don vizconde, ¿por qué no me deja en libertad? Porque si acabó la guerra   —12→   no tenía sentido mandarme en Río, ¿para qué? Pero el brasilero no discutía (¿para qué si ganó la guerra, si ocupaba Asunción), nos mandaron no más en Río de Janeiro a los más importantes: don Patricio Escobar, Silvestre Aveiro, Juan Crisóstomo Centurión, Ministro José Falcón, padre Fidel Maíz, coronel Carmona.

Nos mandaron en barco desde la Asunción...

En el camino nos decían que nos pensaban justiciar, que nos iban a encerrar en la fortaleza militar, en una isla desierta. A Juan Crisóstomo todavía le dolía su mandíbula (le partieron en dos con varios dientes) pero igual le decían paredón en vez de consolarle. Don Patricio Escobar era el más tranquilo, pero el padre Maíz se moría de miedo. Era el más nervioso. De puro nervio le salía latín y se olvidaba el castellano. Vae victis, decía a cada rato. De tanto repetir se nos pegó. Cada vez que le veíamos venir al padre, entre todos decíamos: Ouma vae victis. Viene vae victis, para usted que no entiende.

Después, ya en Río, una vez que paseábamos por la costanera, le vemos al paí Maíz con la hija del teniente.

-I porá nde vae victis, paí (¡Lindo su vae victis, padre!)

Así dijo Carmona, tan zafado.

-Con esto se va a dejar de molestarnos -dijo Ministro Falcón.

Y tenía razón.

Porque en aquella época nos estaba visitando el Benjamín Constant, y el paí Maíz decía que no, no debíamos luego... No se podía olvidar que era paí. Pero después le pillamos con las manos en la masa, en la hija del teniente, y entonces ya nos aseguramos de que no podía repetir después en Asunción (nos podía perjudicar). No, la masonería deje no más, Amarilla. No me ponga aquí.

¡Vaya a saber lo que dice monseñor Bogarín si se entera de que éramos! Tan bien que andamos nosotros (aquí tengo la carta que me mandó hace poco), va a pegar el grito al cielo si se entera, la gente luego no va a entender esas cosas.

Tampoco de la hija del teniente. No, el paí Maíz ha muerto como un santo, cuidando las criaturas en Arroyos y Esteros. Así que no me ponga. Eso yo le cuento, en confianza, hablando como hombres. También para que sepa usted como fue que le conocí al Juca.

Al Juca Río Branco.

Bueno, así le llamábamos los amigos.

Yo todavía no era, pero tuve que irme, por pedido especial del padre Maíz. Llevaba la tarjeta del vizconde; parece que él luego ya le había escribido a su hijo, porque varón me recibió muy bien, cafecito y todo. Yo al principio no sabía como entrarle, no quería abusar, porque se estaba portando demasiado bien conmigo (ni el hotel me dejaban pagar). Pero después tomé coraje; por un amigo uno se debe jugar. Y le expliqué la   —13→   situación del paí Maíz. Vamos a ver cómo reacciona, me dije, por ahí me manda a tomar banho. Pero reaccionó muy bien, incluso le pareció muy simpático: él se encargó de ayudarle, habló con Su Majestad, con no sé quién: ellos le dijieron al teniente que no le demande por aborto... Pero el monseñor se enojó en serio: le dijo si después de haber fusilado inocentes todavía quería seguir matando; ¡todavía más cobarde! -le dijo- ¡un ser que no puede defenderse! El monseñor quería seguir adelante con el pleito, mandarle luego preso (en el Brasil es así), pero la Corte le dijieron que se tranquilice, que estábamos como prisionero especial. ¡Que Dios lo perdone -dijo el monseñor- yo no le doy la absolución! Desde entonces quedaron disgustados. Incluso antes ya, porque cuando llegamos en Río de Janeiro el monseñor le hizo llamar al paí Maíz para preguntarle si era cierto que tenía mando de tropas en Itá Ybaté y que había liquidado varios batallones brasileros y el paí Maíz le dijo que el mariscal López le dijo...

Pero vamos a dejarle al paí Maíz, eso le cuento después.

Lo que quería decirle era que nos trataron muy bien: toda una sorpresa. Nosotros luego llegamos en Río de Janeiro esperando nuestra corte marcial, sin embargo del puerto nos mandan a un hotel, Hotel dos Estrangeiros (donde después firmaron el Sosa-Tejedor). Después me llevan a comprar para mi traje (todo pago) y un día que lustraba mi zapato viene el ordenanza para decirme que me trajee bien porque me han de llevar junto al Emperador, SAI dom Pedro II. Yo le dije muchas gracias por pura educación, pero la verdad, Amarilla, ese Pedro II no me gustaba tanto. ¡Imagínese que le mató a nuestro Mariscal López!... No le digo tampoco que el Mariscal era perfecto, Amarilla, pero al fin y al cabo era mi Jefe, uno tiene que ser agradecido con su Jefe. Sobre todo que yo venía a ser el segundo del ejército; después del Mariscal el más antiguo. (Eso le ponía verde a Isidoro Resquín, que cuando comenzó la guerra era coronel, mi superior, y cuando terminó la guerra, mi subordinado). Así que incluso estuve a punto de decirle que tenía ese pya racú, mal del estómago, ¿cómo iba a salir de baile con el conde d'Eu?

Majá catú Caballero! (¡Vamos!), me dijo mi compadre Escobar, quiero conocerle al comandante Mallet. Y es que los militares no somos rencorosos: simpatizamos en seguida con el comandante Mallet. Ese dirigía la batería rewolver en Tuyutí: le llamaban así porque tiraba muy rápido, justamente allí tuvimos que salir nosotros, la caballería, culpa que Vicente Barrios le malinformó a Mariscal y Mariscal entonces nos mandó atacar por donde no debía. Ese es el problema. Con los grandes hombres sucede luego así. De nada le sirve luego ser los grandes hombres si tienen colaboradores arruinados. Eso le pasó a dom Pedro. Él no nos hacía la guerra si no era por culpa de los viejos mbores como Caxias que le aconsejaron mal.

-¡Cómo se hubiera hallado el Mariscal aquí! -dijo Centurión.

Juca le miró un poco sorprendido (todavía no se daba cuenta) le dijo   —14→   de que sí: de que todo fue malentendido porque dos pueblos amigos como nosotros no teníamos por qué; teníamos que defendernos de Argentina. Tiene usted razón, coronel Centurión, le dijo el Juca, pero comprenda usted que no se puede. Viene a ser la etiqueta que le dicen: en esas fiestas se le puede saludar a Su Alteza una vez y nada más; después, él tiene que saludarle a otra gente. Pero Centurión quería recutú. Quería felicitarle de vuelta por el baile: nunca él había visto otro igual, y eso que había estado en la Inglaterra, en el Buckingham, pero el palacio de Petrópolis muchísimo más lindo y por favor no se olviden de nosotros para la próxima vez...

La gente ya comenzaba a mirarnos, así que le sacamos a tiempo; un poco más y gomitaba en ese piso tan lindo. Gomitó en el jardín. Después le dio un abrazo al teniente de guardia, menos mal. Porque si le abrazaba así a Su Majestad Pedro II nunca nos volvían a invitar. Centurión era así: muy instruido, hablaba con los Altezas en puro inglés, pero cuando tomaba dos tragos quedaba del otro lado, podía luego hacer cualquier indiscreción.

Eso se aprovechaba el Juca.

Cuando se dio cuenta, allí mismo comenzó a aprovechar. Como aquella vuelta de la cañonera Iguatemi que le quiero contar. Coronel -le dijo- eu sou muito fraco para a bebida e como sabe um diplomata deve usar mas nao abusar dese capitoso licor, por que si tal fizer nao podera ter a serenidade parafazer um bom despacho que esta a pender na pasta ministerial de sua cooperaçao vigorosa e recta. O coronel, ao contrario, guerreiro, e vigoroso por demais assim me dispense e toma a minha parte. Centurión entonces se mandaba trago doble, la ración del Juca y la propia, mientras yo derramaba por la borda, disimuladamente, mi parte del champán mientras no me miraba el marinero...

Pero había sido que el Juca se dio cuenta; me contó después cuando estuvimos en Buenos Aires, él me acompañó para escribirme mis memorias. (No, olvídese de eso, Amarilla, nunca le van a mostrar en el Itamarati, son memorias confidenciales que hicimos entre el Juca y yo pero no para el público. A mí luego no me estiran la lengua como a Juan Crisóstomo, que le contó una serie de indiscreciones que después el Juca publicó en ese su libro contra el libro del alemán Schneider sobre la Triple Alianza). Se dio cuenta pero no se enojó. Al contrario. Caballero es muy inteligente -dijo una vez- porque a pesar de su ignorancia se maneja muy bien. Ignorante será su abuela pero el resto es cierto: todos me querían en Río de Janeiro. Y no que yo sea un vende patria desde luego: lo que pasa es que sabía manejarme, como dijo el Juca, decirles hasta donde quería decir.

Educado, pero siempre patriota.

Por eso es que a mí me ascendieron más rápido (grado Tres): los Honorables Hermanos me daban tratamiento especial, incluso el Benjamín   —15→   Constant, que me daba clases extras para que aprenda su positivismo más rápido (no tiene que extrañarle, Amarilla, que una calle de Asunción se llame Benjamín Constant, no podemos pues serle desagradecidos).

También me llegaban los diarios de Asunción, apenas recibía el Juca, ya me pasaba, siempre resulta luego agradable cuando se está tan lejos de la Patria, un militar es así. Si el general don Bernardino Caballero no se encuentra de vuelta en su Patria, no es por decisión del gobierno brasilero. Así decía el diario ese. Se llamaba El Pueblo. Ese es el que publicaba don Miguel Mascías, ese que trabajaba primero con La Voz del Pueblo pero abrió después su diario propio. Sí, La Voz del Pueblo era de don Miguel Gallegos, mejor dicho de don Cándido Bareiro. Porque don Cándido quería publicar su diario, pero los otros no le tenían confianza, decían que era sobrino del Mariscal López. Entonces don Cándido Bareiro habló con don Miguel Gallegos, médico militar del ejército argentino, le pidió que le ayude. Entonces don Miguel Gallegos aceptó la dirección, pero en realidad era de Cándido Bareiro, del partido bareirista, como le decían. Yo a don Cándido le conocía de oídas, el Mariscal López solía hablarme luego de su sobrino cuando estábamos en guerra; decía que resultaba muy desobediente porque ya le había hecho llamar para que se presente en el Cuartel General pero no venía, muy desobediente, pero parece también que don Cándido sabía que era para hacerlo fusilar y nada más, por eso se quedaba en Buenos Aires; por eso recién vino en Asunción en el 69, cuando entraron los aliados. Allí fundó el partido bareirista, puso su periódico La Voz del Pueblo. Conste que también El pueblo simpatizaba con él, por eso le propuso para presidente; yo supongo también que aquel artículo tan amable fue porque Bareiro les pidió. Aunque todavía no me conocía, pero tenía buen olfato (como él decía) para reconocer a la gente.

Y no se equivocó.

Pero eso después.

Ahora, lo importante es que yo leía los diarios, todos los diarios. Viene a ser los dos: La Regeneración y La Voz del Pueblo (El Pueblo salió recién cuando quemaron La Regeneración, o sea que siempre hubieron dos). Todo se sabía en Río de Janeiro, incluso más rápido que en Asunción (roto).

Y aquella hermosa noche en la Bahía de Guanabara (paí Maíz preparaba su guitarra), estábamos en la cañonera Iguatemí, medio románticos por la hermosa luna, pero el Juca quiso hablarnos de política. Nos preguntó si qué pensábamos de la Constitución, porque en el Paraguay estaban a punto de hacer una (el gobierno provisorio de Cirilo Rivarola, que también le llamaban Triunvirato). Paí Maíz le dijo que él siempre había dicho eso, pero la última vez, en 1862, López le metió tres años engrillado y pan y agua por hablar de la Constitución y le sacó de la cárcel a condición de que vaye al Tribunal de Sangre y allí tenía no más que firmar las sentencias porque con las Siete Partidas y las Ordenanzas   —16→   españolas que seguíamos usando tenías que mandarles a la horca (que solía conmutar por paredón, no somos bárbaros) y que entonces no vendría mal una Constitución, por lo menos para hacer la prueba. Centurión dijo que la andábamos precisando: era una vergüenza seguir así; él luego había hecho su estudio en las Europas pero cuando volvió en el Paraguay tuvo que andar tomando órdenes de polecías ignorantes, era una desgracia ser inteligente; dijo también que no entendían cómo le permitían a don Cándido, ese que había sido pyrague de López, se pasó denunciando a los becarios paraguayos y se comió la plata que les mandaban de Asunción y por eso unos cuantos se murieron de hambre allá por Londres. Juca le dijo: cuestión de los argentinos; ellos le conocían demasiado bien a Cándido Bareiro; si los curepí le daban el empleo en el ejército argentino era cosa que no podían remediar. Y después me preguntó a mí; yo le dije que no soy político, pero como militar he de respetar la Constitución y se quedó contento. Claro que para mis adentros recordaba lo que nos decía Mariscal cuando estábamos en Azcurra, allá por 1869: la Constitución estaba muy bien, era lo más moderno, pero nuestro pueblo no estaba preparado. ¿Cómo iba a estar si los demás países, más adelantados, tampoco estaban? El Uruguay que era tan culto, la Argentina: lo único que hacían era pelearse, matarse unos a otros... por lo menos ese tipo de desgracias no conocíamos en el Paraguay.

Mi compadre Escobar pensaba igual, pero esa noche no estaba con nosotros, se había quedado a dormir en su hotel. Siempre se quedaba. Nunca quería salir de serenata (ni siquiera después, de casado), pero nosotros salimos esa vuelta con el padre Maíz (de particular, desde luego), a Centurión le dolía la garganta. Desde entonces comenzamos a llevarle, tenía demasiada linda voz. Hasta que al final tuvimos que dejarle: las chicas se enamoraban no más de él (faltan varias líneas).

*  *  *

¿Qué hacían esos bribones en la Asunción?

Esa es una buena pregunta.

Siempre me pregunté por qué les dejaban a ellos ser Ministros, Comandantes y todo eso mientras a nosotros, los más patriotas, nos tenían desterrados en Río de Janeiro. Era una Injusticia. A caballo regalado no se le miran los dientes, me dijo paí Maíz, si en vez de fusilar, nos pagan vacaciones, no podemos quejarnos. Entonces me callé. Estaba por preguntarle luego al Juca por qué pero no le pregunté: desde entonces me quedó la curiosidad... Ha de ser muy interesante para la historia pero yo no sé, ¿para qué le he de decir una cosa por otra?

Pero bueno, ese les queda a ustedes los historiadores, el misterio ese. Yo no le puedo resolver. Vamos no más entonces a lo que puedo... La Legión Paraguaya, ¿por qué no comenzamos por ahí?... Tenemos que   —17→   comenzar con los legionarios, con ese Decoud que le conté la otra vez...

¡Pero qué Diógenes ni que Diógenes!

Usted entiende al revés Amarilla. Así que la próxima vez me trae su fichero, ese donde dice que tiene las fichas de la historia, yo voy a hacer revisar por su maestro O'Leary o por quien sea, porque usted entiende mal...

Para que no siga metiendo la pata le voy a explicar otra vez: el señor Juan F. Decoud tenía cinco hijos: José Segundo, Diógenes (que usted confunde), Juan José, Héctor y Adolfo, ¿entendido? Bueno. Los fusilados fueron los dos hermanos de don Juan F., allá por 1859, cuando quisieron matarle al Presidente con la chipa envenenada... ¿Cómo?... ¡Ah!, esta vez tiene usted razón; por fin mi perro cazó una mosca... La chipa envenenada fue recién en 1869, cuando trataron de matarle a López (h) y fue su misma madre, doña Juana Pabla Carrillo de López. Allá por Panadero, cuando nos corría el brasilero, y entonces algunos ya empezaron a querer transar. Allá fue que comenzaron a interrogar a la señora López pero no quería contarles, entonces Mariscal le dijo al coronel Silvestre Aveiro: Está jugando con ustedes, pueden cintarearla no más. El coronel entonces tuvo que zamarrearla un poco (yo no fui, pero después algunos me culparon a mí).

Bueno, con o sin chipa, el caso es que en 1859 le querían matar a don Carlos López, papá del Mariscal, y por eso que don Juan F. Decoud tuvo que escaparse a Buenos Aires, dejando en la Asunción a su señora con su hijito Héctor, que andaba por los nueve años... Esa se llamó la conspiración Canstatt, y si se llamaba así era por algo, pero al Canstatt no pudieron fusilarle porque ciudadano inglés, decían que, los ingleses no le iban luego a permitir. Aunque conspiraba. Entonces les fusilaron a los hermanos Decoud, porque le ayudaron, y el señor Juan F. (como ya le dije) tuvo que salir corriendo a Buenos Aires porque o sino eran tres en vez de dos.

Parece que Juan F., cuando llegó en Buenos Aires, se puso a pescar por el futuro Mariscal López, para hacerle lo que le hicieron a sus dos hermanos, pero el Mariscal entonces ya no estaba, ya se había subido en nuestro barco que le llevó de vuelta en la Asunción, mientras le corrían los ingleses, por algo les decían pérfida Albión. (No, no le fusilaron a Canstatt, pero igual no más; cuando vieron el barco paraguayo se pusieron a correrle, le largaron tiro incluso, que por suerte no acertaron porque o sino no quedaba quién me ascienda). Pero si no le encontró a López, por lo menos le encontró a los exiliados Juan Decoud. De rabia se juntó con de la Peña, Machaín, Ferreira, Iturburu umiva: esos exiliados que vivían luego quitando manifiesto contra López (padre-hijo): Vamos, pues, a derogar esas leyes brutas y escandalosas para una República, que hacen distinción de clase por nacimiento y colores, y prohíben el matrimonio entre unos que se califican de mulatos y otros de blancos, y entre libres y   —18→   esclavos, y declarar a todos iguales para amarse y unirse según los afectos de sus corazones, y no como lo habéis decretado Francia, tu padre y tú, orgullosos, bárbaros tiranos, contra las leyes eternas y humanas que mandan multiplicarse, etc., para lograr vosotros corromper y embrutecer al pueblo para mejor gobernarle, cuyo crimen es el más imperdonable de vosotros, monstruos solitarios.

Esto es de Manuel Pedro de la Peña; esa clase escribía... Sí, era de familia; él luego era el papá de don Ángel y Otoniel Peña. Y también los Decoud, como le dije, toda la familia. Y también los Machaín, cada cual a más legionarios. Formaron la Legión para hacernos la guerra, para luchar contra el tirano, jei chupé. Dom Pedro al empiezo no les quiso dar corte, pero el Mitre les dejó tener bandera, cuerpo aparte, etc. Tenían su propio comandante: el coronel Decoud. También el coronel Iturburu, eran los dos, pero se pelearon después como exiliados. Pero igual no más pelearon en contra, o sea en favor del ejército aliado. Yo me recuerdo bien aquella tarde cuando estábamos en Piribebuy (1869) con el Mariscal López y vemos la bandera paraguaya en la fila enemiga. ¡Esto no puede ser!, decía el Mariscal. ¿Pero por qué se enoja?, decía conde d'Eu. Paraguayo con bandera paraguaya. ¡Pero no eran paraguayos, eran legionarios, gente que peleaba luego con los enemigos del país!

¿Qué le parece?

Conste que a los Decoud les entiendo; eran la propia familia y fusilados. Y después la señora con el niño Héctor destinada al Chaco y después a Yhu (casi terminó en la olla de los indios).

También a Benigno Ferreira, entre nosotros...

Usted sabe que Urquiza, ese general curepí se llevaba muy bien con la familia López: ninguno le quería a los porteños. Por eso se visitaban tanto (hasta compadres de bautizo), y un día que el Urquiza vino en Asunción, le vio a ese mitaí Ferreira, le llevó a estudiar en la Concepción del Uruguay como su ahijado. Y allí les conoció al niño Julio Roca y Juan Egusquiza, los dos luego llegaron a la presidencia. José Segundo no llegó, pero igual se hicieron muy amigos, él con Benigno. Y un día José Segundo llega con un manifiesto, de esos que escribía su papá, le hace firmar a Ferreirita... Salió en los diarios porteños, totalmente en contra. El Mariscal saltó hasta el techo, le hizo llamar a la señora Ferreira, la mamá de Benigno. (Ferreira era ella, sí: el papá, de la Mora; no se pudieron casar porque no podían, a los de la Mora todos los declararon negros por decreto).

-¡Firme inmediatamente!

-¡Excelencia, es mi propio hijo...!

-Razón de más para avergonzarse.

-¡Pero tiene dieciséis años!

-Tiene que corregirlo a tiempo.

Pero la señora no quiso firmar (era una declaración en contra del   —19→   Benigno) y entonces López le llamó al sargento y le cortó la mano a la señora. Ella lo tomó muy mal, también el hijo, ese futuro general Ferreira. No le parece para nada al Juancito O'Leary. Porque la Dolores Urdapilleta, la mamá, se casó al principio con el señor Jovellanos, que no le quiso firmar una sentencia a López (era juez) y entonces López le metió en la cárcel y murió de quebranto. Después la llevaron presa a la señora (un lamentable error), destinada a Yhu junto con las leprosas (por equivocación) y encima luego nuestro teniente aquel quería degollarle cuando le rescató el brasilero, por eso después la Dolores casó con O'Leary, macatero del ejército aliado, no le podía perdonar. A los tiranos, madre, mi maldición, dijo O'Leary (h), incluso publicaba poesías contra López, pero después se dio cuenta de que nuestro jefe no hacía con mala intención: hasta el sabio se equivoca. Entonces no se hizo el legionario (ni siquiera el neolegionario) como Benigno Ferreira.

Pero, con todo, se le puede perdonar a Ferreira, no todo el mundo es tan patriota como su maestro, Amarilla. El que no tiene luego perdón es Juan Silvano Godoi.

Usted hizo bien en publicarle artículo en contra; Juan Silvano un sinvergüenzo. Porque a él los López no le hicieron nada, al contrario: hasta le dieron permiso para estudiar en el extranjero (no se le daba a cualquiera). Cuando comenzó la guerra, López le dijo a la mamá que siga afuera, que continúe estudiando, que no vuelva, que cuando termine la guerra vamos a necesitar mozos instruidos. Pero Juan Silvano, en vez de agradecerle, se juntó con las malas compañías y cuando los aliados ocuparon la Asunción, se puso a trabajar en diario La Regeneración y la Constitución... ¡Así le agradecía al pobre López!... Godoy se creía muy leído, pero una vez le pillé en su casa porque llegué sin anunciarme y él estaba en el patio escribiendo a tiros de revólver por el muro de atrás: JSG, JSG. Así se preparaba (roto). Pero llegó el momento y Nicanor le dijo: Sos demasiado intelectual para esto, hermano, déjame a mí Nicanor no tenía puntería pero no quería errar y entonces se aseguró cortando el caño de su escopeta de doble caño calibre doce con munición especial para tirarle a quemarropa (faltan varias líneas) Pero después no le hicieron nada a Juan Silvano, aprovechó en Buenos Aires porque compró el descampado que le decían Caballito que después se convirtió en pleno centro (creció la ciudad) y con eso ganó kilos de plata; le dio para comprarse su museo, 20.000 libros, volvió de lo más campante en Asunción y ahora es director de la Biblioteca Nacional como si nada...

Y esos eran entonces los que prácticamente no le querían al Mariscal López: Decoud, Godoy, Ferreira. Esos los que pusieron La Regeneración, el periódico ese que yo leía en Río, pero que comenzó a publicarse todavía antes de que me manden en Río, creo que en el mes de octubre del 69. Por aquellos tiempos andábamos por San Isidro de Curuguaty; los enemigos casi ya nos alcanzaban, pero Mariscal con ganas de poner por   —20→   allí su cuarta capital de la República porque ya le tomaron las otras tres, comenzando con la Asunción. Andábamos un tanto tristes, usted se puede imaginar: nos habían conquistado como las tres cuartas partes del país y encima los propios compatriotas hablando mal de nosotros, publicando ese pasquín que no valía nada4. Diciendo que después de 60 años el Paraguay iba a comenzar con la civilización; por primera vez le iban a respetar a las mujeres, como si el Mariscal no les respetaba. ¿Cómo que no? Si a la Madama Lynch le regaló como 30 casas, diez millones de hectáreas de yerbales. Él sabía tratar a las mujeres...

¿La Garmendia? Bueno, la Garmendia quiso ponerle veneno en la chipa. ¡Oh chipa! ¡Satánica chipa!, jei paí Maíz. Él le dijo bien a la pendeja que confiese pero ella no quiso; hasta el final se hizo la retobada. Entonces le fusilaron como a cualquier otro (la igualdad de los sexos que le dicen)... Decían también esos legionarios (ni siquiera esperaron que el Mariscal se muera para poner gobierno nuevo) que las leyes bárbaras, que dificultan luego el casamiento; eso ya no era culpa del Mariscal sino de Francia, que les había declarado negros a unos cuantos aunque eran blancos, como los Aguiar y entonces ya no se podían más casar con blanco. (Ese portugués desgraciado le persiguió a mi familia, hágame acordar para que le cuente después del estofado). La esclavitud tampoco. Esclavitud había desde siempre, incluso el Mariscal abolió, solucionó el problema metiéndoles a los pardos en el ejército, pero igual no más el Gobierno Provisorio suprimió la esclavitud después para decir que fueron ellos...

...Jaime Sosa también, sí, ya me estaba olvidando. Otro que andaba en el partido Liberal, para hacerle la contra al partido bareirista, pero en realidad para darle quebranto a nuestro Jefe, Mariscal López. Pero el jefe de todos Facundo Machaín, a ese le consideraban número uno del partido liberal (que no era partido, pero se llamaba así), pero no crea usted que sabía tanto como decían; no era el único letrado.

Porque también estaba Cayo Miltos, mozo muy leído, dotor por la Universidad de París. Ese aprovechó muy bien la beca que le dio Mariscal López, aprovechó sus estudios; cuando llegó en Asunción sabía más que Facundo Machaín. También su hermano Fulgencio, mozo muy fino, ese no parecía luego paraguayo, por eso el batallón guarará cuando le encontró, una vuelta, le metió cuchillada (a esos no les gusta la gente fina). Esos dos estaban con don Cándido, viene a ser el partido bareirista, la contra de los otros. Allí también estaban los hermanos Jara, Juan y Zacarías, esos también se fueron en Europa López tiempo pe guare. Volvieron hablando inglés como don Cándido; ese sí que sabía. ¿Cómo no   —21→   iba a saber? Estuvo tantos años en la Europa, agente consular, allí les conoció a todos esos, incluso a Juan Crisóstomo Centurión; también a don Gregorio Benítez, aunque Benítez dijo que Bareiro se comió la plata que le dieron para comprar cañones (eso también dijo ese Cirilo Solalinde, dijo que perdimos la guerra por él).

Pero nunca le pudo probarle, vyro rei no más. Incluso en el comienzo se entendían bien, Benítez con Bareiro; lo que pasa no más que después a Benítez le metieron en la polecía para hacerle confesar y ese fue Gill, pero Benítez pensó que fue Bareiro, por eso le agarró la antipatía mucho tiempo después. Lo mismo que a Bareiro con el Gill; comenzaron siendo amigos. Porque los dos estaban en la Argentina en el 69: Bareiro con Molinas y compañía, vendiéndoles provista a los aliados desde Buenos Aires; Gill prisionero, porque le agarraron en la batería de Angostura, diciembre del 68, cuando el traidor de Thompson se rindió sin pelear y con él se tuvieron que rendir Juan B. Gill, Adolfo Saguier, José Urdapilleta (todo culpa del jefe, del inglés Thompson). Claro que a Gill le trataron bastante bien; le hicieron estudiar un poco porque precisaba. Después le mandaron de vuelta en Asunción, allí don Cándido Bareiro le hizo luego entrar en el partido bareirista, ese que también le llamaban club lopizta los Machaín umiva, y que publicada luego La Voz del Pueblo, que le hacía la contra a La Regeneración...

Gracias porque me estaba olvidando: los Taboada también. Esos dos me parece que medio parientes de Bareiro, no recuerdo bien, pero siempre los protegió bastante, porque cuando volvió en Asunción, don Cándido consiguió su empleo con don Miguel Gallegos, de la Sanidad Militar argentina, y enseguida se acordó del Antonio y Rufino, de los dos Taboada, también les consiguió para su empleo... ¡Cría cuervos y te sacarán los ojos!... No estoy hablando del Rufino... (roto)

Bueno, lo importante es que formaron a tiempo su partido bareirista. Bareiro es pérfído, fue criado y educado por López, representa la continuación del pasado, dijo Benigno Ferreira. Eso para dejarle mal con el enemigo. ¡Ve cómo es! Porque en esa época luego no podías decir que era lopizta; a nadie le gustaba. Todavía menos a los brasileros y argentinos, que ocupaban Asunción. Y cuando le hablaron de Gobierno Provisorio, no te pensaban dejar si eras lopizta. Por eso no más don Cándido tuvo que acercarse a la Sanidad argentina: no que no sea patriótico, pero en política luego hay que ser un poco práctico. Disimular si es posible... Sobre todo que no les podían dejar ganar a los otros, al partido liberal. Esos llegaron con los ejércitos extranjeros, querían luego hacer su Constitución extranjera, reírse de nuestro ser nacional, como dijo O'Leary, de nuestra identidad. Esos llegaron con las ganas de enchufarnos sus Códigos foráneos, de hacer gobierno vaí para darle el gusto a Río Branco, Ministro brasilero, a conde d'Eu, Generalísimo, al Bartolomé Mitre, al infeliz Sarmiento. Por eso cuando se murió Mariscal López,   —22→   Decoud escribió en La Regeneración: ¡Gloria al general Cámara! ¡Gloria a Su Alteza, el conde d'Eu! ¡Vivan las armas aliadas! Y esas cosas le dolían a don Cándido (su tío tan querido), así que desde el comienzo comenzó a competirles, fundó su club político sobre todo para las elecciones, porque las elecciones se venían mucho antes de la muerte de nuestro Mariscal, un año antes.

Es que los legionarios que vinieron en la Asunción comenzaron a insistirles a los aliados ya desde comienzo del año 1869 que querían gobierno propio, aunque sea gobierno provisorio, jei chupé, mientras ellos no le agarraban todavía a López que seguía peleando con algunos valientes como yo que era su segundo, le mandan una nota a los aliados para decirles lo que querían hacer:

-Paraguaio e macaco mesmo -dijo el brasilero.

¿Vio que coincidencia? Nosotros pensábamos lo mismo, pero de ellos. Ellos no querían ni oír hablar; gobierno militar y nada más, decía el brasilero. Pero entonces salen los argentinos, ellos le querían a la Legión porque se formó en Buenos Aires. Dicen que si era provisorio no podía haber problemas, siempre que el gobierno quiera cumplir sus compromisos con los aliados; incluso si no quieren, igual; con ocupación militar no se podían hacer los retobados. Los uruguayos también les apoyan, sobre todo porque ya estaban con ganas de irse, ¿para qué seguir si no podían luego quitarnos territorio? Ellos se metieron por liga, porque no ganaban nada y hace rato que querían volver en su país, dejarse de macanear afuera, no ganaban nada. Los brasileros no tenían por qué hacerles caso, ellos pagaban la flota, al fin y al cabo. Ellos pagaban más del 60% de los gastos de la guerra, les prestaban plata a los otros. Pero estaba también la diplomacia, no querían romper con sus aliados. Tenían que darles el gusto, aunque sea un poco, incluso cuando los argentinos salen con que la fuerza no da derechos, ellos con los uruguayos (por el Tratado de la Triple Alianza, acababa la guerra y se nos carneaban el país: el Chaco todo para la Argentina, hasta Bahía Negra; el resto para los brasileros, aunque también querían las Misiones sus compatriotas de usted). O sea que la fuerza no da derechos era una gran avivada; no querían repartirse el Paraguay sobre la marcha no más para sacar más grande la tajada. Sobre todo Argentina, que tenía los Decoud, Machaín, de la Peña argentinistas, si hacían un gobierno provisorio podían después incluso anexarles...

Río Branco se ponía nervioso: al fin y al cabo ya ganaron la guerra (prácticamente); tenían que no más cumplir ese Tratado pero los argentinos no querían; se hacían de los buenos. Mientras tanto, de Río de Janeiro le volvían loco; le decían si para qué ganaron si no ganaban nada, si perdían su tiempo gastando tanta plata con tantos soldados brasileros afuera, que se apure un poco. Entonces Río Branco les llamó a los paraguayos: Machaín, Decoud, Ferreira, Godoi. Les dice que muy   —23→   bien, que se preparen para hacer su gobierno, que les daba permiso; gobierno provisorio, hasta que le agarren a López que andaba fugitivo por la Cordillera; después se veía lo que iban a hacer. Pero que haya lista única. Río Branco no quería división.

Y es que por esa época ya se andaba cocinando la cuestión del gobierno en los dos clubes: el de Bareiro y el otro. Club Unión se llamaba el de don Cándido; el otro se llamaba Club del Pueblo. Cada uno tenía su periódico; se peleaban grande, pero unos días antes Río Branco les reúne de nuevo. Les dice que se dejen de peleas, que hagan lista integrada porque o si no hasta luego: les ponía gobierno militar. Allí se volvieron a tranquilizarse, por eso cuando se reunieron en el Teatro Nacional estaban más tranquilos los dos bandos. Allí en el Teatro Nacional preside la sesión don Roque Pérez: les dice que después de sesenta años de tiranía tenían que aprender la democracia; dejarse de los tiranos como Francia y López; elegir de una vez gobierno serio, liberal. Don Cándido le aplaudió por educación; tampoco pues podía pelearse con el argentino, el único que le apoyaba, porque Río Branco no; él luego ya había dicho que cualquiera menos Bareiro. Cualquiera, hasta un tauyrón como ese Cirilo Antonio Rivarola... Yo le conocía bien a Rivarola. Arruinado. Hizo toda la guerra pero nunca pasó de sargento, incluso aquella vez que le tomaron prisionero se escapó de vuelta para presentarse otra vez en nuestro ejército, para seguir peleando, pero cuando le agarraron la segunda vez ya se dejó convencer. Conde d'Eu le mandó en la Asunción con recomendación para Río Branco. Río Branco pensó que servía aunque era un llorón, eso sé bien. Porque una vez en nuestro campamento, no recuerdo por qué, Mariscal López le tuvo de plantón frente a la tienda y cuando pasaban los soldaditos por enfrente le tiraban con coco, para jugar no más, pero el tipo se puso a llorar como señorita, tuvieron que desatarle del poste porque o sino se volvía loco a los tres meses (parece que se volvió, jina).

Lindo candidato.

Pero Río Branco ya tenía decidido, era inútil que don Roque Pérez le pidiera por Cándido Bareiro, en esos tiempos luego mandaba Brasil; no como ahora.

Bueno, la reunión para el Triunvirato.

Porque Triunvirato tenía que ser, no querían un solo presidente sino tres. Y se reunieron en Teatro Nacional para elegir un grupo de veintitantos que tenía que elegir a su vez otro grupo para que elijan a los triunviratos... Conste que allí podía ganar don Juan F. Decoud; al fin y al cabo el jefe de la Legión prácticamente. Si le ponían en la lista, Brasil no le podía quitar. No le gustaba mucho, pero no le podía quitar así no más. (Es que José Segundo, el hijo de don Juan, también estaba en la Legión Paraguaya pero después salió; salió cuando se enteró de que querían comerse el Paraguay esos aliados. Entonces tiró el uniforme, se   —24→   fue en Corrientes, escribió unos artículos contra la guerra en un periódico que fundó por allí). Y en todo caso, Argentina también le podía apoyar a Decoud: en todo caso le prefería a don Cándido, y los paraguayos también.

O sea que tenía que perder.

Porque el Triunvirato, si hacían como pensaban luego hacer, tenía que terminar así: Juan F. Decoud, José Díaz de Bedoya, Carlos Loizaga. Si hacían así, Rivarola no podía presentarse, porque don Juan F. era su jefe, su superior, digamos, en el grupo liberal. (¡Claro que Rivarola liberal, qué podía ser!). Entonces don Cándido, muy amable, se le acerca a Rivarola que no le quería hablar. Le dice: ¿por qué no hacemos la alternativa? La alternativa era, para el primer triunviro, ponerle a Rivarola/Decoud (los otros dos igual). Dice don Cándido Bareiro que si hacen así, su partido también le apoya a Rivarola; lista integrada, como le gusta al brasilero.

Los otros muy contentos dicen que sí, ¿que más querían pues que lista liberal? Hacen asimismo, mandan cuatro nombres para que los aliados quiten uno...

Desde luego, le quitan a Decoud.

Gusto brasilero.

Entonces Cirilo queda Presidente... bueno, no presidente, pero sí, por lo menos, ministro del Interior, que venía a ser igual, él el que mandaba, los otros quedaban de balde. José Díaz de Bedoya es pariente de mi Concepción; no debo decir nada. Pero le voy a decir (entre nosotros) que el gobierno provisorio no tenla un mango, y entonces le mandaron a José. al Pepe candelero, para vender los candelabros de plata de la Catedral de Asunción en Buenos Aires para conseguir unos pesitos para ese Gobierno Provisorio, pero don Pepe se embolsó los $ 1.000.000; se quedó en Buenos Aires; dijo que no quería pertenecer más a un gobierno tan poco patriota, les mandó la renuncia a los dos que quedaban del Triunvirato aquel. Era lo peor que podía hacer (quedarse con la plata) porque plata luego ese gobierno no tenía ni para pagarle al barrendero que barría la casa de gobierno (no exagero); plata únicamente conseguían de los créditos que les daban; los comerciantes aliados le prestaban, no para cobrar, sino para conseguir permiso para hacer contrabando (cobrar no cobraban nunca). Aunque tampoco ese permiso necesitaban tanto; los ejércitos aliados tenían el derecho de meter mercadería sin impuestos para proveeduría de sus tropas. Desde luego que metían contrabando. Metían arroz, fideo, pantalones para vender en plaza o para rematar en las casas comerciales como Juan E. O'Leary (el papá de Juancito), el rematador de moda le decían. Así que Rivarola dependía de la plata que le daban los Segovia, Lanus, Patri, Méndez Gonçalvez. Cuando le pagaba, le pagaba con títulos de la deuda pública que cambiaban por tierras (moneda del gobierno no querían aceptar, puro papel vaí).

¿De dónde quiere que saque?

  —25→  

Ganado ya no había; cada uno confiscaba su ganado, los cambá y nosotros. Sí, claro que había vacas antes; estancias del estado donde había millones, de allí se proveía nuestro ejército. Pero después invaden los aliados, comienzan a comerse nuestras vacas, las demás se mueren, no alcanza para todos. Entonces Rivarola quiere liberar de impuestos a las vacas que metan de Corrientes; quiere arrendarles baratito, prestarles las pasturas a los estancieros argentinos con tal que traigan vacas que necesitamos tanto; conde d'Eu le prohíbe5.

(Nosotros en el Norte, en el Mbaracayú, sufriendo, comíamos una vaca entre demasiados, pero al fin y al cabo éramos pocos y el soldado siempre aguanta más). Y la cochesa no había; de dónde va a haber. Nosotros luego no le pensábamos dejar para comida de los negros brasileros: cuando nos retirábamos destruíamos, quemábamos hasta el último cuando no podíamos llevamos con nosotros los maíces (eso les perjudicaba grande, no nos podían perseguir). Y después también que el territorio estaba dividido; la mayoría de ellos, parecía, le ocupaban no más. Pero de tanto en tanto mandábamos partidas que no les podían atajarles y si alguno plantaba sus cochesas para darle a los negros le arreglábamos las cuentas y el campo le dejábamos patas para arriba.

Así que comida no tenían.

Se merecen por flojos.

Importaban arroz, maíz, poroto, todo lo que se come. Importaban con plata que no podían tener, a puro crédito; allí los macateros se llenaron de plata prestándole a intereses al gobierno: quedándose con tierras y con casas del centro; quedándose con adjudicaciones públicas. De balde que Rivarola quite sus decretos sobre este y el otro; decretear no te sirve cuando no hay plata, ni siquiera para pagarle al polecía, que cobraba seis meses atrasado cuando cobraba. Por eso que después pidió ese crédito de Londres, el crédito más caro que tuvimos, pero con la soga al cuello como estaba, estaba para pedir el crédito a como sea, para alquilarte su mujer incluso. ¡Dios le castigó! ¡Tanto que le envidiaba al Mariscal Presidente, hizo lo posible para perjudicarle! Imagínese que asumió Gobierno Provisorio el 15 de agosto del 69, justo cuando nos perseguía conde d'Eu, que acababa de tomar Piribebuy, nuestra tercera capital de la República; yo con la retaguardia tratando de ganar Caraguatay, tratando de alcanzarle al mariscal López, embarazado por las carretas de víveres y de cañones, metido en el barro con mis soldaditos que tenían 12 años (no nos quedaban más grandes), cumpliendo con mi deber. El 16 de agosto salimos en el descampado de Acosta Ñu; allí se nos viene encima comandante Mallet con 40 cañones (teníamos solamente dos y viejos); se nos viene encima la caballería (caballos no teníamos nosotros);   —26→   se nos viene el ejército brasilero con conde d'Eu, pero por suerte le cubrimos bien la retirada al Mariscal Presidente, que siguió peleando gracias a los mitaí tan formidables que se sacrificaron por su Jefe como buen patriota.

Rivarola se rió de nuestra desgracia; Dios le castigó. Ejército no tenía. Polecía tampoco. Armamento tampoco. Tampoco conde d'Eu ni Río Branco le daban demasiada autoridad: le tenían no más de figurón mientras Asunción ocupada por los brasileros un verdadero escándalo con los soldados borrachos, violadores, ladrones y bandas de bandidos que se mataban en la calle.

Nadie guardaba el orden.

Pero le cuento después, ya son las doce, ya me llegó mi hora de mi tallarín.

*  *  *

Entonces ese Pedro de la Peña (papá de mi secretario) sacó su carta contra Mariscal López: rinoceronte maldito, le decía, vamos a hacer una ene de palo para colgarte, vamos a hacer Constitución y todo. Ese es el que querían los legionarios. Gobierno Provisorio para que haga su Asamblea para que haga su Constitución para que ponga su Presidente constitucional. Así decían. Por eso que Rivarola, cuando le mataron al pobre Mariscal Presidente (primero de marzo del 70), habló con el brasilero, le dijo ahora ya podemos:

Primera vez en la historia, jei chupé.

Primera vez que en Paraguay se vota, jei liberal... Pero con trampa...

Por ejemplo, ese padre Blas Duarte, tan leído, quiere inscribir a unos de los suyos en la circunscripción electoral de San Roque; se va para inscribirles para que voten para la elección de deputados para la Convención Nacional, tan importante, pero el presidente de la mesa le dice siento mucho, ya se cerró la mesa, ya pasó la hora. Por favor, don presidente, dice paí Duarte, mire que la Constitución es tan transcendental, tenga un poco de paciencia, ¿qué le cuesta? Pero el presidente que no, se le insolenta, entonces el paí Duarte le dice que así no se le habla a los representantes de Dios. Discuten grande. Después Cirilo Rivarola le hace llamar en su despacho; le pregunta si es cierto. Paí Duarte que sí, desde luego, cuando digo la verdad no te temo a nadie. Entonces Rivarola que respete más. Eso mismo vale para usted, le dice Duarte. Entonces le llevan preso por desacato, que no era. Era no más que al paí le tenían rabia porque hizo una misa y habló muy bien de Mariscal López, de paí Maíz y de mí: eso no le podían perdonar...

Esa es su democracia.

Y desde luego que ganaron su elección, julio del 70, ¿cómo no iban a ganar si el voto era cantado, de viva voz? La gente tenía luego miedo   —27→   de los pynandí liberal, de los raídos del bajo, esos que andan siempre con pañuelo azul al cuello incidentando votaciones, muy violentos. Liberal es así.

Por eso les ganaron lejos, como 3 a 1; diputado liberal había como tres veces más.

Don Cándido muy triste; él se consolaba con su equipo y con García-mí6.

-Ahora vota cualquiera -dijo Juan B. Gill7.

-Cantidad en vez de calidad -dijo Rufino Taboada.

-Nos falta tío Francisco -dijo don Cándido

Así se quebrantaban los del club lopizta.

Entonces llegó el negrito ese que le dicen Taní; dijo que en la circunscripción de San Roque perdíamos, perdíamos grande. Eso no podía ser, San Roque era luego la parroquia del paí Duarte, allí toda la gente le quería al paí y él les había dicho para que voten bareirista.

-Voy a ver lo que pasa -dijo Rufino Taboada.

Llegó muy sonriente, le dijo al presidente de la mesa si podía ver el registro de elecciones. Vio que el nombre Decoud, Machaín, Sosa, tenían todo al lado la marquita de los votos, incluso tenían todas las marquitas por los que iban cantando su voto, para Bareiro no quedaba ninguno.

-Muchas gracias, señor presidente -dijo Rufino Taboada.

Sobre el pucho rompió el registro electoral en cuarenta partes.

Después se fueron todos juntos en la pulpería de Patri para festejar.

-Nos queda todavía la Encarnación.

-Cierto, con esa ya ganamos.

Porque circunscripción electoral luego había tres: San Roque, Encarnación y Catedral. Si ganaban en dos, quedaban 2 a 1.

Así que se fueron; mientras paí Duarte discutía con el presidente de la mesa para entretenerle, Rufino disimuladamente trataba de agarrar el registro de los votos para romperle, pero cuando estaba a punto, le salió polecía y tuvieron que irse, muy dolidos. Por el camino le encontraron a Facundo Machaín, ese pituco, le hicieron una carrera baqueta.

Por eso les llevaron presos.

-Le agradezco la intención, Rufino, pero se excedió -le dijo don Cándido cuando fue a visitarles en la cárcel (padre Duarte también). Don Cándido habló con don Miguel Gallegos, también con Vedia, comandante argentino de la ocupación, le dijieron que no podían hacer nada por los presos, un delito fragante. ¡Cuando les conviene se vuelven constitucionalistas!   —28→   Las mujeres de la Plaza San Francisco, entonces, se sintieron muy desilusionadas; hicieron una manifestación para liberarle a Rufino. Cueste lo que cueste. Fueron para asaltar la polecía, ya les estaban por mandar metralla, pobrecitas, pero el director de la banda se pone a tocar la palomita y entonces todas muy contentas, métale baile, se olvidan del asalto... Siguieron presos pero más contentos; desde los barrotes contemplaban el baile de homenaje.

-¡Mis ninfas! -suspiraba paí Duarte.

A él no le dejaron participar en la Convención Nacional Constituyente. Tenía mala suerte. ¿Por qué los otros y no yo?, decía. (Porque en la Convención había luego cinco padres, entre ellos Aponte, ese que después don Cándido Bareiro le ascendió a monseñor, 1879, creo que; como diez años después de que finó monseñor Palacios; Vaticano no nos quería luego poner otro obispo. Esos padres luego fueron los que le controlaron un poco al grupo liberal. Porque Decoud quería luego separación de Iglesia y del Estado, no se puede, matrimonio civil y todo eso. Desde la Regeneración le criticaban a la Iglesia: decían que somos todos vyro por culpa de los jesuitas, que los jesuitas ni los capuchinos luego no han de volver al Paraguay ya nunca más para que no sigan más). Paí Duarte tenía mala suerte, pobrecito. Todo porque le respondió al Mariscal. Recuerdo que se pulseaba con su rifle en nuestro campamento, allá por 1865. Cerro León. Tenía una puntería formidable. Esos que usted mata se han de ir derecho al cielo, le dije yo una vez. ¡Mbae cielo, nde añamenby, me dijo, para que vayan al infierno es! Después le capturaron en la Uruguayana en el 66; le querían fusilar sobre la marcha los aliados.

Pero por suerte estaba por ahí el coronel Juan F. Decoud, jefe de la Legión, les pidió que no y le mandaron entonces a la Catedral de Buenos Aires para que ayude misa hasta que pudo volver en la Asunción, donde le extrañaban tanto; a pesar de su carácter tan nervioso es un buen amigo. Porque cuando todos nos volvían las espaldas, él hizo luego misa por nosotros en su parroquia; esa terminó con hurras para Mariscal López, paí Maíz y yo. Y después al paí Maíz le prestó su iglesia de San Roque (era párroco); le invitó para que haga misa. Y entonces el brasilero protestó; se quejó a Rivarola: ¿qué significa luego misa por sacerdote descomulgado? Rivarola le llamó a paí Duarte, ¡última vez!, le dijo; el otro no le hizo mucho caso; en su iglesia mandaba él. Para él un amigo era un amigo. Para el paí Duarte; él no te iba a abandonar. Incluso cuando nadie le quería, él votó por don Cándido Bareiro. Votó aunque perdieron luego las elecciones el día 3 de julio.

Bareiro quedó afuera. Ni siquiera un puestito le dejaron tener los miserables esos.

Así que el proyecto iba luego saliendo como querían ellos, los liberales, o sea como había publicado La Regeneración, prácticamente idéntico al proyecto que sacaba Juan José Decoud. Y como eran más, se   —29→   hacían; los Miltos, Peña y eso tenían que ir armados en la Convención para que les respeten.

Hasta que pisaron el palito los liberales, don Cándido aprovechó para hacerle su 31 de agosto o 1º de setiembre (también se llama así).

Y es que de tan angurrientos terminaron perdiendo; si se contentaban con hacer su Constitución como querían vaya y pase, ¿quién les podía parar? Al fin y al cabo los aliados le apoyaban, esa Constitución, como dice O'Leary, fue impuesta por las armas enemigas para perjudicarnos; salió de sus tiendas de campañas de los vencedores esa que le dicen la Constitución de 1870.

Pero pisaron el palito porque el 31 de agosto hicieron ese golpe para echarle a Rivarola, para ponerle Presidente al Facundo Machaín. El partido liberal. Ese día Juan Silvano Godoi le dice a Rivarola: tiene que renunciar. Rivarola no quería, ¿a quién le gusta? Sobre todo que el Triunvirato ya le había quedado para él solo: Candelero vivía en Buenos Aires y el otro, Loizaga, ya había renunciado. Pero Rivarola era pues liberal; disciplina partidaria que le dicen. Así que renunció no más. Y entonces a las cinco de la tarde (31 de agosto), Juan Silvano, Ferreira, los Decoud, Jaime Sosa, reúnen a los otros y les dicen: renunció Rivarola, ya no podía ser más un Triunvirato de uno solo, tenemos que elegir un nuevo presidente, somos la máxima autoridad nosotros, la Convención Nacional para elegirle. ¿Qué podían hacer si estaba todo cocinado? Le eligen Presidente a Machaín: esa misma tarde sacan bando para avisar por todas partes, le avisan a los comandantes aliados.

Ellos no se dieron cuenta.

Pero don Cándido no iba a dejar pasar la cosa así.

Habla con Rivarola, la pregunta si no quiere seguir en la Presidencia. Por supuesto, le dice, pero no se puede. ¿Cómo que no se puede? ¡Yo le voy a mostrar que sí! Entonces don Cándido se va junto a don Miguel Gallegos (ya le tenía apalabrado) y don Miguel Gallegos le dice a Rivarola que el único Presidente luego era él, no el pituco de Facundo Machaín; que los ejércitos aliados no podían permitir que se viole así no más la Constitución, los Derechos del Hombre y Ciudadano cuera. ¡Dios le oiga, don Miguel!, le dice Rivarola. ¡Tenga confianza, señor Presidente!

Entre los tres se van junto al comandante Vedia. Él estaba leyendo el bando que le mandó la Convención Nacional, sin inmutarse. Le daba igual Machaín o Rivarola...

-La Patria está en peligro -le dice don Cándido.

-Confíe en nuestro ejército -le dice Vedia.

-¡Es que tenemos presidente nuevo!

-¡Felicidades, don Cándido!

Así que no había caso. Don Cándido quedó muy, pero muy deprimido, casi como Rivarola o más. Incluso más que cuando Ferreira nos corrió   —30→   en Naranjajy que le cuento después. Pero no por eso le demostró a Rivarola:

-Vamos a verle al comandante brasilero.

José María Guimaraes Auto, varón de Yaguarāo.

-Con ese no tenemos calce -don Miguel Gallegos se llevaba mal con él.

-Vamos, don Miguel, acompáñeme pues.

Y don Miguel tuvo que acompañarle, por cortesía no más.

Se fueron los dos solos, Gallegos y Bareiro, no se sabe muy bien de lo que hablaron. Pero allí enseguida Guimaraes le mandó llamar a Rivarola, que esperaba impaciente; le preguntó con qué permiso había renunciado; si se había vuelto lopizta o qué pasaba. Rivarola le dijo que le habían pedido, Guimaraes le dijo que estaba bien, que comprendía, pero que la próxima vez le informe primero, ¿cómo iba a tomar una decisión tan transcendental sin consultar con las hermanas naciones?

-Excelencia, ya no habrá próxima vez.

-Mais nao -dijo Yaguarāo.

Allí mismo le hizo firmar esos papeles (ya tenía preparados) para destituirle de la polecía a Juan F. Decoud, para apresarles inmediatamente a aquellos revoltosos. Para las doce de la noche del 31 de agosto, Machaín ya no era Presidente (siete horas no más) y quedó en su lugar Cirilo Rivarola, hasta que se termine la Constitución; quedó de presidente provisorio hasta el 25 de noviembre, que se tenía que inaugurar el primer período presidencial con la Constitución de 1870. (Esa Convención luego se hizo en la calle que le llamaron Convención, pero si son patriotas le tienen que llamar Juan E. O'Leary, ese mozo merece) Rivarola presidente gracias a don Cándido Bareiro, que le hizo expulsar de la Convención a los más revoltosos como Juan Silvano Godoi, Ferreira, Sosa, Machaín, Decoud, los bochincheros, y le puso en su lugar a Rufino Taboada, Juan B. Gill, Emilio Gill Matías Goiburú... No, don Cándido no entró, no era diputado, pero el que sabía mandar era él. El que merecía ser nuestro primer Presidente constitucional para el 25 de noviembre del 70, para comenzar bien. Pero Río Branco todavía no le quería, a pesar de todo, y Rivarola fue muy egoísta, no le pagó el favor. Se hizo nombrar por Río Branco (en vez de retirarse para ayudarle a don Cándido). Don Cándido tenía razón: se retiró del gobierno; le pidió a su partido que también se retire, pero Rufino se quedó con el Ministerio del Interior y Juan B. Gill con la Hacienda. Es que Rufino no quería largar; él pues ya tenía la polecía desde setiembre de ese año, cuando le quitaron a Decoud...

Setiembre fue cuando un día le avisaron que la Regeneración ardía; allí mismo agarró su pistola, se fue con los pocos conscriptos que tenía. Cuando llegó en el diario echaba humo: los italianos se pusieron a correr cuando le vieron. Él les jugó varios tiros pero sin puntería (eran pistolas regaladas que no tiraban bien); después comenzó la balacera entre   —31→   polecías y tanos; dicen que murieron como 30 o más... No, no es que Rufino les quería a los Decoud; claro que no les quería. Pero también él estaba encargado de la polecía, no le gustaba tanto que le quemen diario en pleno centro, era su jurisdicción. Así que les metió bala de lo lindo, apresó a bastantes, pero al final no se podía luego hacer nada: la Regeneración se cerró para siempre, no volvieron a abrir.

Yo soy un pacifista, Raúl, pero le cuento de que me alegro un poco de que la Regeneración ya no estaba cuando yo llegué después en la Asunción. Eran muy insolentes. Incluso del Presidente Rivarola decían que robaba; hablaban mal de los ejércitos aliados. Hágales callar, le dijo Vedia. Pero no había caso. En el fondo está bien: ellos se vinieron con su libertad de prensa, con su periodismo libre, jei chupé, cuando les quisieron parar no había caso.

Ya no se podía: una vez Rivarola les mandó la polecía, pero los que estaban adentro les cerraron las puertas, no les dejaron entrar, y la polecía se volvió con el rabo entre las piernas.

-Eso no se hace así, señor Presidente.

Así le dijo Cándido Bareiro.

Cándido Bareiro habló con don Marcos Quaranta, ese de la colonia italiana que afilaba con una sobrina de don Cándido. Don Marcos andaba muy nervioso: La Regeneración también hablaba mal de los honrados comerciantes italianos; los acusaba de ladrones y cuchilleros. Entonces la colonia italiana le mandó una carta al diario; le dijo que no les podía insultar a todos juntos, que tenía que retractarse (muy bien escrita porque ayudó don Cándido). Pero Regeneración no quería retractarse; sacó todavía articulo más zafado; allí sí que las masas se enardecieron, el espontaneísmo que le dicen. Se juntaron todos, fueron desde la plazoleta del puerto (me parece) hasta el diario. Menos mal que los Decoud saltaron por la muralla de atrás, porque les quemaban con diario y todo (faltan varias líneas).

Ese fue el último favor de don Cándido Bareiro; Rivarola se quedó muy solo, sin partido liberal que ya no le quería ni don Cándido que se le había retirado (roto) tenía que agarrarse de cualquiera (roto).

Se merece el infeliz de Rivarola por mal paraguayo, mal amigo, mal todo. Primero le traicionó a Mariscal López, después a los liberales, después al propio Bareiro que le había ayudado, que merecía (más que él) ser Presidente constitucional porque el bobo de Cirilo se dejó quitar la presidencia el 31 de agosto, si era por él no más, el país era liberal. El primero de agosto recibieron un acapeté bien grande, todavía siguen llorando porque le quitaron la silla que o sino ocupaban para siempre, no salían más porque empezaron con ventaja.

  —32→  

*  *  *

Juca me despidió muy bien, el hombre luego me había acompañado de Río a Buenos Aires, tan amable; en Buenos Aires pasamos un tiempito para hacer mis memorias, de Buenos Aires a Asunción tuve que viajar solo. Pero con pase.

Por eso es que en el puerto de Asunción me salió a recibir el teniente Coutinho. ¡Qué desastre! No el teniente, quiero decirle la ciudad. Yo esperaba alojarme en un departamentito que teníamos sobre el río (merced que recibió mi antepasado cuando les corrió a los Comuneros). ¡No quedaba nada! Es que los desgraciados brasileros, para saquear más pronto, se pusieron a quemar casas del puerto, así tenían luz para embarcar también de noche lo que nos robaban. ¡Qué infelices! Mi casita quemada con las otras. Y menos mal que Juca ya me había prevenido; si no me daba un soponcio de la rabia... Claro, el teniente Coutinho se cuadró, muy respetuoso, me dijo que cuando saquearon él no estaba, no tenía la culpa; le creí. Porque éste luego era un mozo joven, unos 30 años como yo; esos no eran como los viejos infelices como marqués de Caxias que dejaban quemar la Asunción y todo eso. Así que no le tomé a mal al teniente Coutinho, incluso hay que perdonar a los enemigos, como dice Ñande Yara, para qué vivir de odios pasados... Así que nos hicimos muy amigos; él me invitó a merendar en la Plaza San Francisco, donde tenía su cuartel, la que queda justo enfrente de la estación, y que después le pusimos Uruguay en homenaje del general Máximo Santos, gran amigo, que después le aplicó la ley de fugas al criminal de Coronado8. Yo me quedé un ratito: enseguida crucé para tomar el tren para Ybycuí, porque soy de esos pagos; me llaman el Centauro de Ybycuí justamente por eso. (Su maestro O'Leary, justamente, fue que me puso el nombre: ahora ya me dicen el Centauro todos). Me fui para visitar mi familia, desde luego, ellas ya se habían ido todas en nuestra propiedad, mamá con mis hermanas. ¿Qué podían hacer en Asunción? Si había 1.000 paraguayos ya era mucho; eran puros soldados brasileros, mujerzuelas, macateros, maleantes. Así que no había nada, absolutamente; lo primero que hice fue tomar el tren para volver a mi valle y hacer vida sana en contacto con la naturaleza de mi estancia. Así que crucé la calle (a esa le decían de la Libertad) para ir de la Plaza en la Estación, y menos mal que ese cambá me dio el revolver, descogotado de doble caño, de esos que tienen uno encima del otro. Menos mal. Porque apenas voy cruzando cuando se me viene aquel negrazo encima, enorme, y si no tenía revolver me agarraba del cuello y hasta luego general Bernardino Caballero. Le largué los dos tiros, porque el primero le acerté en la pata no más, no se frenó, tuve que   —33→   largarle el otro (no le había tomado el pulso a la pistola). Ya no me dieron tiempo de recargar con las balas que tenía en el bolsillo de mi saco (regalo de Río Branco)... Estaba tratando de cerrar el arma rápido cuando siento que me tiran de la bocamanga; menos mal que un chiquito, lo reventé de un puntapié.

Entonces tuve tiempo de cerrar mi pistola revolver allí le di uno bueno en la cabeza. Pero justamente en eso me resbalo, caigo en pleno charco y los infames aprovechan, se me vienen todos juntos, allí sí que pensé que dejaba el alma porque me faltaba mi abogado y Río Branco no podía ayudarme, estaba demasiado lejos para eso. ¡Puta que me mordieron grande mientras las tipas se reían; no sé luego cuántas veces fueron hasta que comenzaron a fajarles piedra!

Cuando me levanté, lo primero que vi fue la Regalada...

Ella con las otras me habían visto bien, estaban en el corredor de la estación pescando por oficial brasilero que les quedaban enfrente; me vieron pero dejaron no más que la manada me muerda a sus antojos para divertirse ellas, hasta que me salvaron metiéndoles piedra y garrotazo... (Es que en aquellos tiempos luego no se podía andar tranquilo por las calles, Amarilla; los extranjeros nos decían perroguay por los yaguá que había buscando su comida y que a veces podía ser cristiano vivo; con la guerra se volvieron muy salvajes, y también que no había polecía ni nada, los cadáveres quedaban en las calles varias horas (la gente luego se moría de balde, no que le mataban) y entonces les gustaba nuestra carne a los perros callejeros esos). Ella con las otras me hicieron eso porque me vieron hablando con Coutinho, no le podían ni ver a oficial brasilero y eso que puteaban con ellos pero cuando podían agarrarle entre varias en una calle oscura le mataban... En ese asunto, Regalada fue la que salió mejor según parece, puso hasta su hotel propio, pero yo no creo que todo eso de oficial brasilero y nada más; ha de ser cierto esa historia con don Benigno López, hermano de nuestro Mariscal Presidente. Porque Regalada, Amarilla, le lavaba la ropa a don Benigno López cuando andábamos en guerra, y don Benigno, dicen, le dejó sus onzas de oro a Regalada antes de morir.

-Es dinero de familia -dijo Mariscal Presidente.

-¿Qué familia? -dijo don Benigno.

El 21 de diciembre se lo llevaron con monseñor Palacios y la Juliana Insfrán: el padre le dijo que confiese dónde estaba el dinero, necesitábamos para la Patria, para defender al enemigo, se podía condenar o sino. ¡Jero!, le dijo don Benigno, encima que me fusila quiere que le dé mi plata. Así que le fusilaron sin saber luego dónde quedaron esas onzas de oro. Parece que quedaron con la Regalada; banda de estación no gana tanto; no para comprar lo que compraba Regalada, que al último ya la podía usted llevar a cualquier parte; no pasaba vergüenza en el Restaurant Francés (no más que en Asunción nos conocemos todos, no es posible porque la conocían todos pero no por la pinta: una perfecta dama)... Pero   —34→   todo esto no es para poner en la memoria, por favor. Tampoco ponga que Regalada aquella vez me quiso clavar una criatura, dijo que era mía, en esos tiempos era así. Con los poquitos hombres que quedaban, todas querían luego tener un hijo para su vejez; tenían con el primero que pasaba, y si no le volvían a ver le endosaban el mitaí a cualquier otro. Yo no le dije que no; le dije no más que pase por casa, estaba muy apurado. Ella ya tenía averiguado que mi casa quedaba detrás de la estación del tren, se quedó muy tranquila. Mientras tanto, yo me subí en el tren; allí sufrí más que en la guerra: los brasileros no sabían hacerle funcionar. En realidad, no funcionaba. Funcionaba no más cuando tenían que darle un uso militar, entonces lo ponían a marchar de tanto en tanto, echando chispas por todos lados y quemando los pueblos de al lado de la vía.

Por fin llegué a mi valle.

Mamá me dio una gran sorpresa: ¡mis condecoraciones!

Porque usted pues sabe Amarilla que fui el militar más condecorado de la guerra, incluso el más antiguo después del Mariscal. Y eso que cuando entré al ejército, en el 64, apenas si sabía disparar, pero para el 70, mi coronel Isidoro Resquín (él que me llevó al Matto Grosso) ya era mi subordinado como le dije. Y no vaya a creer usted que López regalaba condecoraciones; pregúntele al coronel Martínez: ¡Aguante hasta el 20 de Julio!, le dijo Mariscal. Le dejó en Humaitá con 3.000 hombres; los aliados tenían 40.000. Pero igual aguantó hasta el 5 de agosto del 68, cuando se rindió tenía 1.000 (si tenía) metidos hasta el cuello en la laguna Verá, dos días sin comer y cañoneados de lo lindo por la flota brasilera y la artillería de sitio... Le quiero decir que era valiente, que cumplió porque el Mariscal pudo retirarse gracias a él (le dejó de carnada, como solía decir). Bueno, igual no más el Mariscal le castigó; no le gustó del todo su trabajo. No a Martínez, a él no podía agarrarle. Pero le agarró a la Juliana de Martínez; le torturó en el lugar de su marido. Después le fusiló el 21 de diciembre con monseñor Palacios, don Benigno López, don Vicente Barrios, deán Bogado, la señora de Egusquiza... Un poco exagerado, tiene razón. Pero eso le muestra que Mariscal tomaba en serio su trabajo, no te condecoraba así no más. Y esto tiene que poner usted, Amarilla, pero bien, porque ahora aprovechan porque soy viejo para llamarme general avestruz. Tiene que mostrar las condecoraciones, trate de que salgan bien... Aquí tiene, ¿ve que lindas?

Mis condecoraciones completas.

Ahora me quiere preguntar cómo se salvaron.

Porque Juan Crisóstomo ya no tiene las suyas, ni tampoco Aveiro. A ellos les quitaron en Cerro Corá. Tampoco los demás; la mayoría perdieron las condecoraciones de Mariscal, pero mi suerte me ayudó otra vez. Le tengo que explicar. Bueno, allá por el 25 de febrero, Mariscal López le llamó a mi mamá; le dijo que la situación estaba brava. Él no era tonto, sabía que tenía brasileros por todas partes, ya no había caso. Pero hasta   —35→   el último pensaba en los amigos, le dijo que guarde sus ahorros, incluso le dio un lienzo para que entierre al pie del árbol. Y entonces mi mamá hizo como le decía y de paso guardó también mis condecoraciones.

El primero de marzo, como el Mariscal maliciaba, se le viene el ataque de los negros; a él le matan y se llevan un pedacito de su piel y unos dedos como lembrança de Cerro Corá. A mamá la revisan pero no le encuentran nada. Cuando el teniente que les toma presa a ella y mis hermanas y se distrae, ella recupera su entierro, guarda muy bien entre la ropa vieja. Después ya no la molestan más, ella vuelve en nuestra casa, limpia las condecoraciones con ceniza, aquí tiene. Por eso que me veo tan elegante en los retratos, porque salgo con todas.

Esas son las alegrías de la familia, usted ya se tiene que casar, ya tiene edad... Pero por ahora terminamos, vamos a seguir después...

¿Qué pasó en mi valle?

Nada.

Nos dedicamos al campito, muy contento, la naturaleza es lo mejor. Fuimos consiguiendo vaquitas, nuestros peones cué fueron llegando; otros se vinieron a conchabar. En esos tiempos el trabajo no faltaba, por lo menos si tenías estancia. Con la comida y los pesitos para el vicio ya se contentaban, no tan exigentes como ahora desde que llegaron los Rafael Barrett y el anarquismo. Todo seguía igual prácticamente, por lo menos en el campo: la gente respetuosa como antes... Bueno, en la ciudad otra cosa. Por eso que la gente bien no quería vivir en Asunción, preferían el campo. Y en el campo yo pasé un tiempito descansando de la guerra y del destierro...

Hasta que un día llega un soldadito.

Dice que de parte del señor Presidente de la República, o sea Cirilo Rivarola.

Yo leí por curiosidad no más el sobre: me quería nombrar Inspector General de Armas (viene a ser Comandante en Jefe del Ejército). No sé si el Juca tuvo algo que ver en eso, pero con Cirilo Rivarola no quería trato. Ese traidor que nos sacaba decretos en contra mientras nosotros, las gloriosas Fuerzas Armadas, corríamos por montes y collados. ¡Qué descaro! El mismo tipo que le pidió a Río Branco que me manden en Río o en cualquier parte mientras él organizaba su gobierno provisorio para que no le moleste con golpe de estado desde el comienzo (así decía Rivarola, Juca me contó); ese sinvergüenzo me nombraba Inspector porque nadie le quería más; su gobierno un desastre, necesitaba mi prestigio...

Yo no me iba a dejar utilizar.

-Decile a tu jefe que no acepto el cargo, mitaí.



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ArribaAbajoTratado segundo

De como puse orden y disciplina en la legión paraguaya, amén de otras cosas que por pura modestia no digo (1871)


A Juan B. Gill yo le conocía muy bien, o sea, pensaba que le conocía bien, uno siempre se lleva sorpresa, pero, ¿cómo iba luego a imaginarme lo que el tipo me quería hacer si nos conocíamos desde años? Por eso un alegrón encontrármelo después de tanto tiempo; no lo veía desde diciembre del 68, cuando a él lo tomaron preso los aliados en la batería de Angostura junto con don José Urdapilleta, ese que tiraba tan bien con su cañón. Yo le volvía a ver, después de tanto tiempo, en casa de don Otoniel Peña (cuando volví en la Asunción me recibió muy bien)... Sí, Amarilla, se ve que usted conoce la historia, no se parece a los de ahora que no saben nada... Hijo de don Manuel Pedro de la Peña, ese que dotor Francia le metió en la cárcel, y para distraerse comenzó a leer el diccionario (no tenía nada que hacer), y al cabo de 20 años aprendió de memoria, letra por letra, pero ya no sabía caminar (tanto tiempo con grillos). Ese se fue después en Buenos Aires, escribía la carta irrespetuosa que le mostré, le llamaba rinoceronte maldito al Mariscal; de don Carlos decía que llegó a Presidente porque casó con la mujer de plata, Juana Pabla Carrillo, pero igual no más se le veía la hilacha... Pero los hijos le salieron bien: Ángel y Otoniel. Y también las hijas, muy juiciosas: la Benigna se casó con José Segundo; Rosa con Juan G. González... Sí, Rosa Peña era esa dama tan letrada, tan educadora...

Don Otoniel era el más criterioso, Ángel tenía sus cosas.

Don Otoniel no andaba tanto en la política todavía (después fundador del Partido Colorado), más bien un hombre de negocios pero también patriota: siempre nos invitaba en su casa.

-Es un honor recibirlos en mi casa.

Y tenía razón.

De los que estábamos allí, todos nos volvimos famosos, incluso presidentes: Salvador Jovellanos, Juan B. Gill, Cándido Bareiro, Patricio Escobar, Juan G. González... Don Otoniel conocía a la gente. Aunque en esa época luego, ¿quién podía imaginarse? El Paraguay ocupado; Río Branco ya dijo bien que Rivarola era su hombre; le teníamos que respetar. Cada vez metía más la pata, pero ni conspirarle podíamos. Andábamos   —38→   todos tristes (aunque don Otoniel muy optimista, decía que no le olvidemos cuando seamos Excelencias), pensábamos que Rivarola terminaba su mandato presidencial y después repetía, ¿quién le iba a parar? Nosotros éramos jóvenes de familia, no queríamos esperar veinte años o más como Manuel de la Peña un gobierno que no nos gustaba. Necesitábamos la acción. ¡Vaya usted a explicarle eso a Río Branco, cada vez más antipático! (¡Y eso que me habían prometido tanto en Río de Janeiro!). Así que todos tristes los muchachos; de tan tristes discutíamos todo mal entre nosotros...

No en la casa de Peña, desde luego, le respetábamos demasiado.

¡Un señor tan pacífico!

No sé luego cómo hacía para recibir en su casa tranquilamente gente como Bareiro y Gill (que no se hablaban más), como el paí Maíz y Segundo Decoud (cada cual tirando por su lado). Porque el José Segundo, cada vez que podía, se soltaba el discurso de la Revolución francesa, yo ya estaba cansado de escucharle. Y una vez que hablaba del mercantilismo, dale que dale, yo le pedí que me diga, de una vez por todas, que quería decir mercantilismo. Después de muchas vueltas, me dijo que era cuando el Presidente tenía toda la plata como López, no le dejaba luego trabajar al resto, o sea que no quería la libre empresa. Eso lo que me dijo.

-Mire, don José Segundo -yo le dije- yo le conocí demasiado bien al Mariscal, pero nunca le he visto fabricando los pesos.

El tipo me miró de mala cara, íbamos a tomarnos luego cuando llegó don Otoniel con García mí.

-Por favor, caballeros, guarden esa energía para los enemigos de la Patria.

No dijo quiénes eran pero le entendimos muy bien; todos le aplaudimos. Porque no crea usted que les queríamos tanto; estábamos bien hartos. Teníamos que decirles Excelencia, Generalísimo; agradecerles su flota en nuestro río que nos llenaba de contrabandos; sonreírles porque o sino peor (como Benigno Ferreira que se va y les dice que se vayan del país y de mala manera y por supuesto que salió Ferreira y no los otros, veinte años de exilio). Teníamos que ser educados con ellos: nos costaba bastante no decirles camba ñaña como Mariscal López (que le andábamos extrañando pero no podíamos decir) y el más perjudicado era luego paí Maíz porque el paí D' Avola no le perdonaba luego su pecado de juventud aunque como buen cristiano tenía que. Maíz desde luego que también le invitaba don Otoniel; el pobre paí con ganas de fajarle un moquete a José Segundo cada vez que le hablaban mal de San Fernando9. Y el José Segundo muy engreído porque le nombraron Ministro de Justicia, Culto   —39→   e Instrucción Pública. Rivarola trataba de arreglar su expediente, como dicen: ahora quería reconciliarse con los liberales, por eso le nombró a Decoud; Decoud ya no era entonces liberal 100% porque el 31 de agosto se desilusionó bastante, y en especial con el incendio de La Regeneración. Hay que arreglar el gobierno desde adentro, le dijo a su compinche el Facundo Machaín (cuando se dispararon como rata por tirante los liberales esos, cada cual trató de arreglarse como pudo, cada cual su empleíto. (Y es que Río Branco les hizo decir que sean todo lo liberales que quieran individualmente, cada cual según su gusto, pero como grupo, nada; servían solamente para armar bochinche. Es un bribón pero sabe lo que quiere, dijo el brasilero de don Cándido; en el fondo, le prefería a don Cándido. O sea, comenzó a preferirle, porque se estaba dando cuenta de que con los liberales no había caso, lo único que hacían era pelearse de balde.

Yo, en cambio, modesto, como siempre, ¿qué me importaba ser Ministro, si el sueldo se cobraba atrasado? (Por eso, cuando Rivarola me hizo decir con el soldadito que quería hablar conmigo, le mandé a paseo). Además, la Legión Paraguaya tenía entonces solamente un batallón de infantería y un escuadrón de caballería. Pero no crea usted que batallón normal, de 400 hombres; no, apenas si tenía 150. Y el escuadrón no pasaba de los 115, teóricamente, porque había soldados planilleros que nunca iban al cuartel pero recibían ración igual (para eso estaban). Cuando se hacían revistas, aparecían más o menos unos 200, infantería con la caballería juntas; ese era el Ejército Nacional. O sea, la Legión Paraguaya. Pero yo los concienticé muy bien, porque después, la mayoría se volvieron patriotas, nacionalistas; fundadores del Partido Colorado...

Bueno, me olvidé de contarle que, finalmente, tuve que aceptarle el cargo de Inspector General de Armas. Eso viene a ser Comandante en Jefe del Ejército, como le dicen hoy, pero yo me encargué muy bien de hacerlos entrar en vedera. ¡La cara que pusieron esos legionarios el día que los hacen formar en la Plaza de Armas y, de un zaque, me ven llegar a mí como su comandante! ¡Lindo susto! Ellos, que me habían perseguido desde Paso de Patria hasta Cerro Corá, ahora quedaban a mis órdenes. Yo les hice saltitear bien, para quitarles las ganas de ser extranjerizantes, de pelear junto con el ejército enemigo, les ajusté las cuentas. Pero ellos después me agradecieron; vieron que había sido no más para su bien, por eso me acompañaron después, cuando fundé el glorioso Partido Colorado (1887, el mismo año que fundé La Industrial Paraguaya, Sociedad Anónima).

¿Cómo hice?... Bueno, Amarilla, es cuestión de saber ser un verdadero Jefe... No sé, no sabría explicarle; a mí me sale eso naturalmente... El ejército, quiero decir, porque con la Polecía hubo muchos problemas (estamos otra vez en el 71); resulta que yo tenía que prestarle soldaditos del ejército a la Polecía, pero cuando pasaban por allí se me estropeaban todo, por culpa del Juan Bautista Gill.

  —40→  

Y era que Juan Bautista andaba preparando su batallón guarará, que de batallón no tenía nada, era no más una manga de raídos del bajo para garrotearle a los opositores; batallones de asalto, le llamaba, pero no servía para eso. Él rejuntaba la peor calaña, pero lo peor era que Cirilo Rivarola le permitía luego venir a meterse con mi ejército, quitarme los soldados, usarme de local el edificio de la Polecía, que después quedó a mi cargo cuando me pusieron de Ministro.

Guarará quiere decir caerle por sorpresa al enemigo, por eso le decían batallón guarará. Porque te esperaban en una calle oscura y cuando te dabas cuenta ya tenías cuarenta machetazos. ¿Qué otra cosa se podía esperar? Macheteros de la Chacarita, gentes sin moral, que servían no más para molestar al prójimo y que tampoco luego cobraban (no había plata) pero que en vez de pagarles Juan Bautista les daba su licencia de hace y deshaz, como decían; permiso para robarle su vaquita al vecino, para indecentear por allí. Esos luego no eran militar ni polecía. Sinvergüenzos de lo último. No me dejaban trabajar. Cada vez que yo llegaba en mi despacho ya escuchaba la música... No le podía retar a mi colega en público, a Juan B. Gill, pero le pedí mil veces que no me baile más la palomita en el cuartel, desmoralizaba la tropa, pero el tipo que sí: pero volvía a hacer lo mismo. ¡No sé lo que tenía! De tanto andar por el bajo se prendó por las chinas, si no era esa clase luego no le gustaba... ¡Lo que sufrió Concepción!...

Por eso luego le dije que un mal amigo.

En su Ministerio podía hacer lo que quería (Hacienda), ¡pero que me respete el mío el desgraciado! Yo no me metía con él. ¿Qué significa robarme mis conscriptos para meterles en su batallón guarará? Con don Gill da más gusto, decían. Y claro, con el podían robar como querían, ni disciplina militar les hacía falta. Y si era eso no más puede pasar; era mucho peor. Imagínese, Raúl, que un día me llaman del Congreso; dicen que quieren verme. ¿Verme a mí? Sí, hacerme la pregunta todos juntos, la interpelación que le dicen. Ese luego le hacen a un Ministro cuando algo anda mal; yo me pregunté para qué. Bueno. Entonces me voy y me preguntan si qué pasaba pues con el orden público, ¿por qué tantos delitos? Yo les dije que el Interior era Jovellanos, que le pregunten a él; ellos me dicen que ya le preguntaron pero él dijo lo mismo: dijo que yo no le prestaba suficientes soldaditos para su polecía y que entonces no podía guardar el orden público; cada vez había más asalto, incluso secuestro (se ponía de moda robar las criaturas, no sabíamos por qué). Yo les dije que más no le podía dar porque desde luego no tenía; en todo caso, si nos ayudaban los aliados podía ser más fácil, a ellos le sobraban los soldados. Pero los brasileros no querían, me dijieron (sus soldados andaban mano sobre mano en el cuartel pero no querían trabajar ni un poquito, hacer el orden público); con los que yo tenía ya bastaba. Desde luego que no basta; con 300 no podemos apresar 15.000 brasileros. Es   —41→   decir, no son los brasileros (los soldados se comportaban, dentro de todo); el problema luego son los macateros, muchos más que nosotros. (El día que quemaron La Regeneración, por ejemplo, se vinieron marchando por la calle, más de cuatrocientos con armas; Rufino de valiente no más se fue a enfrentarles con los pocos que tenía; le iban a derrotar al Rufino si no era porque los aliados ayudaron después prestándole soldado a nuestra polecía). Entonces los congresos me dicen que me van a aumentar el presupuesto. No se molesten les digo, con que me paguen los que tengo basta y sobra, o por lo menos démen la ración de los soldados; sin sueldo y sin ración no quieren más quedarse, prefieren ir con Gill que por lo menos les carnea una vaca de vez en cuando, les da para su caña; nuestro soldadito es muy sufrido (Mariscal le acostumbró), te puede pelear casi por nada pero no por nada...

Entonces nos despedimos muy amables; le cuento la interpelación en el Congreso; vieron pues que no tenía yo la culpa. Culpa del Presidente Rivarola, que no sabía luego cómo sacar la plata. Culpa de Juan B. Gill, jeí chupé.

Conmigo muy contentos.

Pero cuando estaba muy tranquilo me vuelven a llamar: interpelación de nuevo.

-¿Quién le autorizó a comprar el barco?

-¿Qué barco?

-La cañonera de guerra.

-Mire, diputado, cañonera no hay desde Riachuelo... Ese no me quiera discutir... Che nico militar profesional.

Pero entonces me sacan la factura.

¡Las cosas que hacía Gill: me compra cañonera sin permiso!

-¡Esto ya no puede ser, Señor Presidente! - le dije a Rivarola.

-General Caballero, no se ponga así...

-¿Pero para qué entonces soy Ministro de Guerra?

-No se enoje con Gill... Culpa mía que me olvidé de avisarle... Disculpe usted...

-Bueno, si es usted, perdonado, yo creí que Juan B. Gill10.

-No, yo tuve la culpa -me dijo Rivarola.

Pero no tenía.

Los que pasa es que Gill ya le andaba manejando a él. De paso, nos perjudicaba a todos.

-Por favor, señor Ministro, aprovechando que vino a visitarme, lea bien este documento, quiero saber su opinión...

-Si es de usted, firmo con confianza, don Cirilo.

Y firmé no más.

Y ese es el que me trajo problemas después con la Madama Lynch.   —42→   No hay que firmar de balde. Como decía Ricardito Brugada: Al papel y a la mujer, hasta el culo le has de ver11.

Pero uno les da confianza a los amigos y después sale mal. Incluso a los que no son, porque Juan Bautista ya no era, pero igual no más decidimos apoyarle esa vuelta todos juntos. Solidaridad profesional. Y nos fuimos entre todos al Congreso (interpelación en bloque), Rivarola con todos sus ministros para que nos hagan interpelación. Los tipos escucharon muy atentos cuando Rivarola les leía su mensaje que firmamos todos, pero cuando termina su mensaje, como si eran sordos, le vuelven a preguntar si qué significaba esa cañonera de guerra cuando no teníamos un cobre, cuando a todo el Congreso se le debía el sueldo; cuando no se había aprobado en el presupuesto fiscal la compra esa (de la barra gritaron ¡negociado!, chatarra que nos vendían los aliados y que compraron para recibir la coima). Rivarola les repite que la gente de campaña está muy sola, tenemos que llevarles luego la civilización y no tenemos rutas ni ferrocarril de veras y entonces lo mejor mandarles la cultura por barco; no podemos pues abusar de los brasileros, señores, que siempre nos prestaron sus barcos tan amablemente.

Pero entonces le silban no más; vamos al segundo punto, le dicen.

Y el segundo punto es dónde están las cuentas del Ferrocarril; ese tenía que contestarles Juan B. Gill. Gill les dice que no se apuren, por favor, su contador no tuvo tiempo todavía de cerrar el balance, pero ya enseguida...

Entonces de la barra una silbatina fenómeno, no le dejaban luego hablar.

Pero cuando al fin le dejan, es otra vez para retarle: le dicen si qué significa su emisión de moneda. Esa fue autorizada, jeí Gill. Un momento, le dicen, usted tenía que imprimir $ 100.000 pero retirar de la circulación otros $ 100.000 de moneda vieja; retirar y quemarlos, porque no se trata de emisión sino de conversión de $ 100.000: pero usted ya anda repartiendo esos billetes nuevos sin quemar los viejos...

¡Con razón que se me va mi polecía! me dije yo, prefieren todos trabajar con Gill. Y Decoud comenzó a mirarle fuerte a Juan Bautista pero el tipo de piedra, caradura formal. La verdad que ya era demasiado, ¡mire   —43→   el papelón que nos hace hacer! Era hora de decirle a los congresos: ¡Échenle no más! Pero Rivarola no quería; les dijo que al fin y al cabo los empleados públicos no están para ser pagados no más, sino para servir a la Patria; que esperaba patriotismo de las Honorables C. C. L. L.; no se impacienten. Alguna vez se le iba a pagar los seis meses que se le debían, mientras tanto tengan compasión de esas pobres gentes, esos funcionarios más pobres que los Honorables C. C. L. L.. Gill también le apoyó a su Presidente: soy un agente de la caridad de los extranjeros y el gobierno (verbatim); ¿cómo entonces dejarles sin su sueldo a los humildes empleados subalternos? Ellos le contestaron que les pague; que cumpla con el presupuesto; que presente las cuentas; que no emita de balde.

-Un ataque político contra mi persona -dijo Rivarola.

Pero no era contra él. Era contra Gill. Pero Rivarola se negó a destituirle aunque el Congreso ya le había destituido (juicio político y todo); Gill siguió no más fabricando su dinero falso, firmando notas de Tesorería, organizando su batallón guarará para jodernos a todos... Por eso renuncié a mi Ministerio, una cuestión moral; yo por la Constitución he de hacer cualquier cosa. Todos saben eso. Hasta Decoud. Por eso en el 87, cuando fundamos el glorioso Partido Colorado, Decoud se mandó su discurso de apertura; dijo que me nombraban presidente a mí, general Caballero, porque siempre había luchado como un tigre contra las dictaduras del pasado, siempre había respetado la ley, por eso luego precisaban una persona como yo.

Un día que me fui en la casa de la calle Rivera número 22 para comprar mi tela para mi pantalón (el que traje de Río estaba viejo), me encontré con la marcha de los raídos del bajo; esos luego pasaban haciendo hurras, tocando música, un escándalo; tuve que meterme en la tienda de O'Leary porque si me quedaba en la vedera, por mí podían hacer cualquier cosa, todos muy salvajes los raídos de Gill, que también les decían los descamisados, o batallón guarará.

-Como en los tiempos de López -dijo Decoud- es la misma mazorca.

Le estoy hablando de Héctor Decoud; ese todavía más zafado que su hermano, José Segundo, peor que Juan José. Él también se había ido en la tienda O'Leary (Rivera número 22) para comprar su traje (don Juan vendía más barato porque contrabandeaba con Vedia). Yo le disculpé porque era muy joven; la juventud es así. También porque su hermano era mi colega Ministro; en Asunción luego uno no se puede pelear de balde con la gente, somos una gran familia. Pero la verdad que no era, quiero decirle como López. Porque en tiempos de López hacíamos la manifestación patriótica por la calle con el pañuelo colorado (el color del ejército) pero había disciplina; no se les dejaba bandidear así, había más respeto. Pero cada día se insolentaba más el batallón guarará, que salía a la calle para gritar que el único Ministro de la Hacienda Juan B. Gill; el pueblo   —44→   no iba a permitir luego otra cosa; si el Congreso no quería, peor para el Congreso: no le iban a dejar destituirle al jefe. Y así de manifestación en manifestación, banda de música y cohete, incluso serenatas, como en los viejos tiempos, pero hasta por ahí no más. Ese Gill le copiaba algunas cosas pero no la decencia al Mariscal, no era cierto que volvíamos a lo mismo como decía Decoud. Nada de eso. Pero como le digo, no quería discutir luego con la familia Decoud; le debía un favor a José Segundo, él me escribió mi renuncia al Ministerio porque yo no tenía tiempo (tenía que recorrer mi estancia). Así que me retiré con mi tela bajo el brazo (lindo casimir inglés) y O'Leary me anotó en mi cuenta (sabía vender el tipo).

Cuando llegué en la calle Independencia Nacional y Palmas, me encontré con don Cándido Bareiro. Él salía de su casa (casi en la esquina). Don Cándido parecía muy triste, no era para menos. Todo le salía mal. Primero quiso ser triunvirato y no le dejó Río Branco; presidente después y no le dejó tampoco; le ayudó a Rivarola para estar donde estaba pero Rivarola no le hacía caso; para colmo se le murió el Rufino. No te vayas, Rufino, le decía don Cándido, abrazado al cajón. Es que el pobre mozo se murió del nervio. ¿Ya le dije que le nombraron ministro? Bueno... resulta que una vez el Brasil le manda un cargamento de apestados; repatriados, decían. Pero tenían la peste y entonces Rufino no les dejó desembarcar en el puerto de Asunción aunque tenían el permiso brasilero y eso al brasilero luego no le gustó; le destituyeron enseguida... Allí le dio una tristeza que se muere. Don Cándido también se puso triste, era el único Ministro que tenía en el gobierno (con Juan B. Gill no podía contar). Cierto que le quedaba el Vicepresidente, siempre una esperanza, sobre todo ahora que comenzaban a cansarse de Cirilo los propios brasileros. Pero don Cayo Miltos estaba enfermo, muy enfermo; el médico le dijo que tenía corazón. Allí don Cándido se quedó de cama; él también. Cuando se recuperó, se fue conmigo a verle a Cayo Miltos; la casa vigilada por batallón guarará. (No nos hicieron nada, era no más la forma de decirnos: anden con cuidado... Estaban en todas partes). Don Cayo parecía mejorado; mejor para don Cándido Bareiro: le di o que le diga al Presidente que por favor no se deje manejar demasiado por Gill que le había traicionado a los amigos y no tenía luego amigos. Don Cayo le dijo que sí, no sé si tuvo tiempo de repetirle a Rivarola, si Rivarola le escuchó. El asunto es que se murió, pobrecito, el entierro lleno de gente pero eso no le podía aprovechar. Ni a él ni a nadie. Porque el siguiente Vicepresidente fue Salvador Jovellanos, otro amigo de Gill, y entre los dos le convencieron a Cirilo Rivarola que se vaya en su casa de Barrero Grande y le deje la Presidencia provisoria a Jovellanos mientras le hacían juicio político, de cualquier manera le iban a absolver; renunció Rivarola y se jodió.

¿Cómo pobrecito Rivarola?

¿Cómo me puede decir eso, Amarilla, después de lo que me hizo a mí?... ¿No le conté? Bueno, entonces le voy a contarle ahora, usted me   —45→   pone donde tiene que ser porque viene antes: primero me encarceló, después le destituyeron a Cirilo Rivarola... Usted tiene que hacer como el pancake que frita la muchacha en la cocina: tiene que revolear para que quede del otro lado, en su lugar, porque lo que le cuento ahora tiene que quedar detrás, vamos a recular un poco, pero después de morfar.

*  *  *

El primero de octubre del 71, había que elegir los electores, porque en el Paraguay no elegimos directamente sino elegimos los que le tienen que elegir al Presidente, pongámosle; esa vuelta no me recuerdo bien a quien le estábamos eligiendo pero a alguien tenía que ser porque se armó el bochinche... Oficialistas contra nacionales; esos venían a ser luego los dos bandos. Nacionales los de Cándido Bareiro (no se olvide del Partido Nacional que le cuento después). Los otros con su pañuelo blanco al cuello, los de Rivarola y Gill. Y eso pues en la Catedral comenzó cuando el padre Duarte le sacó su pañuelo blanco al cuello que llevaba el tipo del otro bando; vinieron polecía y le apresaron al padre, que en la cárcel escribió este poema tan sagrado que me hizo lagrimear (yo también estaba).

Al glorioso patriarca San Francisco de Asís




Soneto


De esta tierra, dó triste la humanidad
gime y llora sin tregua y sin paz,
al soplo suave, ardiente y vivaz
de esta bellísima, sublime caridad,
¡oh hijo de Asís, glorioso Francisco!  5
Rápido volaste en alas de Querub
de Dios a gozar; pero con más ahínco
sus gracias, sus dones -¡paz y quietud!
A favor de los pobres continuo a pedir
esa esencia mirando de eterna fruición  10
ese Piélago haciendo de amor resurtir
que a raudos saltando se desborde así,
y ellos -¡los pobres!- en afán y aflicción
hallen consuelo y os bendigan aquí.

El padre Duarte, después de esto, se enfermó muy grande, los conscriptos decían que estaba loco. Cuando parecía que se iba a morir, pidió confesarse, pero no quiso saber nada del capellán militar: ¡Preciso un santo sacerdote! ¡Preciso un santo sacerdote!, gritaba. Hasta que le mandaron al padre Maíz, aprovechando que también estaba preso; se confesó, comulgó, después se sintió mejor, paí Maíz me dijo después que posiblemente era el encierro, no estaba acostumbrado a que le traten así...   —46→   No sé, Amarilla, eso tiene que preguntarle a Gill... ¿Por qué los llevaron presos? En aquella época se apresaba de balde. Yo sé que estaban de punta con el gobierno, porque en nuestro país se usa que los padres le eleven una tema al gobierno para que el gobierno le pase al Vaticano para que elija obispo entre los tres, pero cuando nuestra Iglesia le pasó la terna a Rivarola, él no quiso aceptar porque el primero de la lista era el padre Duarte. Ese fue el problema entre la iglesia y el estado por entonces. Pero conspirar no es cierto, ¡de ninguna manera! Le puedo asegurar que nadie conspirábamos y nos metieron presos de puro antipáticos y prepotentes...

En esos tiempos los pyragué mandaban y si te querían mandar preso te mandaban; no tenías defensa. Lo que le hicieron al padre Duarte Fue poca cosa, porque en la parroquia de la Encarnación pasó mucho peor el día de la elección, el primero de octubre. Allí luego había un grupo de guarará armando bochinche, atropellando a la gente, cambiando el registro electoral. Cuando los nacionales reaccionaron, sobre la marcha les metieron bala. Allí murió el joven Pedro Irigoyen, y a Jaime Sosa le metieron un golpe que le dejaron medio muerto, Jaime Sosa, el del Sosa Tejedor.

Esa fue la elección.

Ministro del Interior, Salvador Jovellanos, que ganó la elección y le nombraron Vicepresidente, pero trampa, y por eso el Congreso (tenía razón) le llamó para interpelarle para que explique qué significa eso, que los polecías atropellaban urnas y que le mataron a Irigoyen y muchos más fueron heridos el día de la votación. La interpelación quedó para el 13 de octubre; Jovellanos no quería ir. Entonces le dijieron que si no comparecía no le confirmaban para Vice, entonces al final decidió aceptarles. Pero primero llenó todo el Congreso con los raídos que se pusieron en la barra (como dicen que llenó el Teatro Nacional don Cándido Bareiro aquella vez que se habló de la unificación del Club Unión con el Club del Pueblo, pero para defenderse no más; no iban a tirarles cascote desde el gallinero si los liberales no les atacaban y además que no eran descamisados sino soldaditos que le prestó don Miguel Gallegos a don Cándido, el pobre no podía andar solo por la calle y prefería la escolta, aunque sean soldados argentinos)... Pucha, Amarilla, parece que me cayó mal el locro porque tuve una pesadilla bien pesada... Soñé que nos reunimos el Partido Colorado para hacer un poco esa unificación pero los que estaban arriba (Teatro Municipal), desde arriba nos tiraban con ladrillos y las pantallas de las lámparas y entonces se aparece monseñor Palacios y nos dice: Coa nde modus operandi... ¿Usted no entiende?... Me dicen que hay un alemán, uno muy leído que publicó su libro sobre el sueño; lea un poco y me cuenta...

Y entonces los deputados cuera se corrieron; no pudieron hacerle su interpelación a Jovellanos porque desde la barra les mostraban sus armas.

  —47→  

Entonces el Congreso le manda una nota al Poder Ejecutivo; le pregunta si qué significa todo eso, dónde está la polecía, donde picó la Constitución. Rivarola, en vez de contestarle, le disuelve; dice que demasiado política están haciendo, que de balde no más le quisieron destituir a Gill, él no puede perdonar que le interpelen a un mozo tan honrado como Jovellanos; no le han de quitar la Vicepresidencia porque es de él. Así que les echa a todos. Menos a los que no votaron en contra de Juan B. Gill la otra vez (como Higinio Uriarte que era primo de Juan B.). Así que la Cámara quedó medio vacía; quedaron unos pocos solamente. ¡Qué pregunta! ¡Claro que inconstitucional! ¡Cómo va a disolverle así no más! Pero el que estaba atrás luego era Juan B. Gill; Rivarola no movía un dedo sin preguntarle primero...

Hay lo que es así...

Creo que en el mes de noviembre las elecciones para los congresos; para diciembre ya tenían que estar todos en sus puestos. Querían comenzar el 72 al pelo...

Noviembre o lo que sea, la elección se hace y ganan ellos (¿quién puede discutirles?). Todos eran de Gill: Año nuevo, Congreso nuevo, decía el muy bribón...

Pero todo el mundo se daba cuenta. Lanús, por ejemplo, dijo que iba mudar su tienda en Buenos Aires; que se iba... Sí, ese le había prestado como $ 1.000.000 a Rivarola; si se iba, seguro que pedía su plata antes de viajar, Rivarola no tenía con qué... ¿Cómo?... Vaya a saber cuántos... Lanús, Segovia, Patri, Méndez Gonçálvez; todos esos tenían un crédito fenómeno contra el gobierno. Eran varios millones pero no me fijé, un gentleman no discute por dinero... Pero lo peor del caso para el Presidente es que Lanús habló con comandante Vedia; le dijo que mire un poco, en el Paraguay no se podía trabajar, y entonces Vedia habló con Rivarola, le dijo que le quitaron del gobierno a Mariscal para hacer la democracia, pero así, con tanta vuelta y vuelta, tantos deputados sin empleo, etc., ya causaba la mala impresión... En realidad, lo que venía a decir comandante Vedia era: nos cansamos de usted. Porque parece luego que ya se había reunido con comandante Guimaraes; entre los dos dijieron que Rivarola ya se andaba descomponiendo, ya no era el de ayer; el único que valía, el Juan Bautista Gill, él sabía mandar, poner el orden como debía ser, el Paraguay (decían) es un país de gente muy jodida; allí comenzaron a extrañarle ellos también, porque con nuestra gente no vale la democracia, al final todo el mundo reconocieron lo que siempre decía Mariscal López.

Así que la silla presidencial de Rivarola temblequeaba luego; a un punto de caer. Y Rivarola desesperado entonces se asinceró con Gill. Le preguntó: ¿qué hacemos? Y Juan B. Gill guaunte el buen amigo, le dijo que renuncie. Para demostrar su decencia, le dijo Gill, tenía que someterse al juicio político, a cargo del Congreso que le iba a juzgar por disolver las   —48→   Cámaras (era un poquito inconstitucional); mientras tanto, le dejaba su Presidencia a Salvador Jovellanos; iba a quedar un rato de Vicepresidente en ejercicio hasta que el Congreso le absuelva al Presidente que le iba absolver, por supuesto, porque a él le respondía; eran todos amigos (para comenzar con el primo Higinio Uriarte).

Rivarola le dio las gracias, le dijo que por fin un amigo, alguien que le quería bien; después de ese juicio político iban a ver todo el mundo que en Paraguay había la decencia; que se respetaba la Constitución. Guimaraes se iba a quedar también tranquilo; ya no se iba a preocupar porque desde Río de Janeiro le preguntaban si qué significaba que con todo un ejército de ocupación como tenía no podía encontrar un solo Presidente para el Paraguay (el Congreso brasilero ya pedía la evacuación de las tropas, a Río Branco le volvían loco, entonces precisaban uno de confianza para cuando se vayen).

Entonces Rivarola agarró el tren, dejó la Presidencia en manos de su Vice Jovellanos; todos le despidieron en la estación con banda de música y discurso. Cuando llegó a su estancia, el hombre casi muere de la rabia: el Congreso le había confirmado a Jovellanos como Presidente constitucional de la República (le aceptaron en serio su renuncia a Rivarola).

*  *  *

O'Leary está escribiendo un libro sobre mí; ya me hizo toda la entrevista; dice que le va a poner El Centauro de Ybycui, espero que publique pronto porque me queda poco tiempo, tengo como 70 años12. (Y encima me salieron unos buenos pesos; este Juancito cuando te comienza a pedir para el cafecito, para pagar su pensión, ya no para nunca; pregúntele a don Enrique Solano López)... Hable con su Maestro, si hace falta, para que le explique bien este (él puso en su libro que está escribiendo): a mí no me gustaban los chismes, las intrigas cuera.

Cuando estaba en la guerra, por ejemplo, yo era el edecán del Mariscal pero trataba luego de no andar en la comandancia; siempre andaba afuera, era mejor. Porque en la comandancia había gente como Matías Golburú (ese que le capturaron los enemigos y comenzó a contar las intimidades de nuestro P C; un hombre no debe ser así, chismoso como una nena). Ese cuando le tenían prisionera a la Juliana Insfrán (porque su marido se rindió al enemigo), era de los que trataba de hacer puntos siendo malo con la pobre Juliana; ese cuando no había conspiración inventaba para decirle después al Mariscal que había pillado una:   —49→   cualquier cosa no más hacía para ascender. Por eso es que yo me disparaba de la comandancia cada vez que podía; sacaba a pasear nuestros caballos fuera de la trinchera; aunque una vez casi los brasileros me agarran como aquella vuelta en Tatayibá. Así que tiene que poner usted que los chismes no me gustaban luego, ni siquiera cuando andaba con Chilo Rivarola, un sargento cualquiera; yo no le debía respeto.

Rivarola, el desgraciado; ese hizo publicar después en El Pueblo (él le daba plata): El general Bernardino Caballero no sabe conspirar. ¡Claro que no sabía! ¡Cómo iba luego si en esas porquerías nunca me metí! Así que me querían desprestigiar con ese artículo de El Pueblo pero más bien al revés. Me convenía. Aunque a O'Leary le molesta demasiado todo lo que escribieron por mí; dice que tiene ganas de entrar en la Biblioteca Nacional, cuando Juan Silvano se descuide, y arrancar las páginas de El Pueblo de noviembre del 71, donde sale mi proceso político13... ¿Me apresaron? Por supuesto que sí. Primero me apresaron a mí... Le estoy hablando de la noche del 12 de octubre, yo salía tranquilamente de la casa de don José Urdapilleta, comentando la interpelación que para el día 13 de mañana tenían que hacerle en el Congreso a Salvador Jovellanos por los atracos del primero de octubre en la elección... No, claro que no se hizo, pero déjeme hablar... Bueno, nos hablamos reunido en lo de don José para comentar la política. Yo ya no era Ministro, ni Decoud tampoco, ni Loizaga tampoco; todos ya habíamos renunciado... Y esta es una cosa que yo les digo a los muchachos, anote bien aquí: si el gobierno no les deja hacer sus elecciones decentemente, ustedes no le pueden aceptar un cargo; ¿cómo le van a aceptar si no hay garantías?, ¿dónde está la democracia?... Por eso es que nosotros renunciamos en bloque. Y bueno, eso lo que estábamos comentando con Urdapilleta; también lo que podía pasar con las libras esterlinas. Porque llegaban las libras, ya era seguro, y entonces imagínese las tragadas que pensaban hacer. (Desde luego que ya habían cambiado el presupuesto para el 72: el primero era de unos $ 250.000 y el segundo (cuando ya llegaba el crédito) de $ 360.000 o más, con rebaja del sueldo de Ministro y Deputado y aumento para el batallón guarará). Así que nos tenía preocupados el porvenir de la Patria, pero caminábamos pacíficamente por la calle cuando nos detiene pyragué; me llevan detenido sin decirme por qué ni para qué. En la polecía habló con el jefe, Pedro Recalde.

-¡Voy a protestar enérgicamente!

-El comandante Guimaraes ya lo sabe.

Y había sido que sí. Ese yaguaí de Rivarola se fue luego a informarle el día antes; le dijo que yo había faltado a mi Ministerio de la Guerra varias veces sin pedir permiso y que después pedí permiso para hacer una gira   —50→   por el campo 15 días, estuve en Tacuaral, les dije a todo el mundo que había que echarle y al mayor Godoy le mandé la carta: había que voltear al Gobierno para quitarnos de encima a esos traidores que vinieron a gobernar el Paraguay con el apoyo brasilero. Allí Guimaraes entonces le dejó apresarme, no le guardo rencor porque me intrigaron, me creyó un ingrato.

Después apareció en El Pueblo (eso lo que O'Leary quiere hacer volar de la Biblioteca Nacional) que la noche del 12 nos juntamos con don Urdapilleta para hacer la conspiración para el día 13, pensábamos matarle a Salvador Jovellanos en pleno Congreso cuando se hacía la interpelación; íbamos a llenar de raídos el Congreso y rodear la Casa de Gobierno con raídos que Germán Serrano me mandaba desde la campaña donde Serrano estaba reuniendo montoneras con Patricio Escobar.

Pero el encargado argentino nos dijo que no nos preocupemos (él venía a verle a don Cándido Bareiro y nos traía los diarios); nos dijo que de cualquier manera adentro estábamos mejor, en la comesería no nos iban a tocar un pelo, mucho peor si estábamos afuera porque nos podían agarrar los guarará como le agarraron a don Fulgencio Miltos, tan decente, o al capitán Concha, que le ultimaron en seguida.

¿Qué se puede esperar luego de Rivarola, un liberal?

Ellos luego siempre son así: cada vez que quieren apresar a la gente inventan alguna conspiración (como inventaron en noviembre del 7l). Eso para declarar el estado de excepción, largar sus pynandí por la calle para molestar a los más decentes. Después dicen que llegaron los comunistas de la Francia, esos que incendiaron la Comuna, a mí hasta me llamaron anarquista. ¿no le da risa? Eso le dijo Rivarola a Guimaraes: Caballero anarquista. Anarquista en todo caso eran los que se metieron en el bando de él. Porque llegaron anarquistas. Yo no les pude ver porque estaba preso, pero había. ¿Cómo quiere que vea la Comuna? Yo me fui en París en el 74, recién en el 74. Madame Lynch me contó que casi le quemaron su casa metiéndole petróleo por el sótano (hacían así). Pero no se notaba. Los franceses son muy trabajadores. En seguida construyeron de nuevo. Parecía nuevita la ciudad. Pero déjele ahora a la Madama Lynch, yo le estoy contando otra cosa... ¿Dónde era?

Sí, le decía que mi compadre don Patricio Escobar, héroe de la guerra, trató de salvarme cuando estaba preso. Pero no le escuchaban. Le dijieron que estábamos todos presos por conspiración, que nos tenían que hacer el proceso y mientras tanto no salíamos. Entonces mi compadre, para salvarse de los guarará, se fue hacia Tacuaral; allí se encontró otros amigos (¡amigos eran los de antes!) y entre todos decidieron sacarme de la cárcel, aprovechando que el 25 de noviembre Rivarola tenía cumpleaños de la Presidencia, iba a festejar en la Plaza de Armas con cohetes y música, ese era el momento de caerles encima cuando estaban todos juntos y borrachos.

  —51→  

Así que tomo el tren en Tacuaral para marchar sobre Asunción con su partida pero se les descompuso. Tuvieron que venir a pie. En Luque pelearon como valientes, les dispersaron a la polecía pero ya no tuvieron tiempo de juntarse con José Segundo Decoud y Urdapilleta que salían de la Villa Occidental con otro grupo para juntarse con Patricio y atacar la Asunción...

¿Qué es lo que está pasando, decía El Pueblo, vemos liberales con baretristas, todos juntos, atacando al gobierno? Y tenía razón. No que nosotros seamos legionarios como Decoud ni mucho menos, lo que pasa es que la Patria está primero; en ciertos casos hay que unirnos, formar el gran Partido Nacional, sin divisiones, todos los que somos paraguayos... Así que nos juntamos entre todos; si el tren no nos fallaba, les ganábamos.

Perdimos pero nos divertimos en la cárcel. Le teníamos a don Cándido, al paí Maíz; éramos todos mozos jóvenes, optimistas, sabíamos de algún día íbamos luego a llegar a algún lado.

Un día que le buscábamos a don Cándido para el truco, él nos dice: lean el diario. Leemos, sale allí: Cambio pesos por oro. ¿Qué picó puede ser? Nos dijimos, ¿quién ha de querer cambiar moneda de gobierno por oro? Adivinen, nos dijo don Cándido. Nosotros no podíamos adivinar. Y entonces nos explicó (siempre tan letrado): las libras esterlinas ya llegan de Londres y los macateros están comprando peso de papel por el 20% de su precio para cambiarle al gobierno por el 100%. ¡Eso tenía que ser! Porque en aquellos tiempos nadie quería luego moneda paraguaya, moneda de papel, si te aceptaban, te rebajaban hasta 80%. De balde que el gobierno sacó su ley diciendo que tenía que aceptarse billete paraguayo; nadie te aceptaba. Si no era moneda boliviana, brasilera, argentina, nadie te aceptaba. Por eso tenía que ser luego milagro que ahora los curepí te cambien papel por oro... Bueno, no milagro.

Eran las libras.

Y es que el empréstito de 1.000.000 de libras era una fortuna para entonces: solucionaba los problemas del país, pero de entrada nos picaron 200.000 los Baring Brothers, porque la emisión se hacía en bonos de suscripción pública, como se dice, bonos por el 80%. O sea que si usted compraba su bono por £ 1.000 para hacer ahorro, pagaba solamente £800 pero le rendía por £ 1.000, le daba interés como si era £ 1.000. ¿Entiende? Los Baring Brothers no gastaron un peso para darnos el crédito; abrieron no más la suscripción de bonos; el capital era del público que compraba sus bonos. Algún aliciente hay que darles, dijo Rivarola, en el Paraguay no se quiere invertir. Aliciente está bien, algo tenían que ganar, desde luego, incluso ese 20% le puede aceptar, Amarilla. Pero los Baring cuera, que no pusieron un mango, se cobraron £ 160.000 de comisión por gestionar el crédito. Y el curepí Terrero, que fue el intermediario, se comió su buen toco, y cuando llegaron esas libras en el puerto de Asunción, apenas si 400.000 llegaron, el resto se comieron   —52→   los otros. (Igual no más teníamos que devolverles después a los ingleses £ 1.000.000 y pagarles intereses por £ 1.000.000). Y cuando llegaron en el puerto de Asunción (esto es lo peor) Salvador Jovellanos se fue con carretilla con Francisco Soteras y Benigno Ferreira, su Ministro nuevo, y entre todos se robaron lo que quedó del crédito... Sí, Juan B. Gill también ligó... No sé si esa vuelta o la segunda, pero agarró sus buenas libras...

¡Puta que se podía desarrollar el país con esas libras, aunque sean las 400.000 que llegaron! Una vaquita contrabandeadita costaba una libra; se le podía regalar una a cada paraguayo. Incluso más, 200.000 paraguayos no habíamos en esa época. (No sé cuántos, Amarilla, pero muy poco. Allá por el 80, estirando un poco la estadística, teníamos 260.000 habitantes, pero eso estirando para impresionarles a los extranjeros inversores). Así que daba para hacer muchas cosas. Pero en vez de eso, le compraron bueyes a Patri que no eran bueyes sino novillos y demasiado caros; de allí salió la casita de lado del Teatro Nacional. Porotos le compraron a Segovia; valía en realidad dos reales, pero hicieron figurar a dos pesos la arroba: Jovellanos se picó con esa vuelta $ 150.000. Y después se cobró como $ 50.000 por publicar un librito: Remedio eficaz para conservar la virilidad... Eso puede ver en el librito de Decoud: Las dilapidaciones del señor Jovellanos, yo tengo varias copias por si los parientes quieren hacer desaparecer el libro como se usa en Paraguay cada vez que a alguno no le gusta el libro.

Un sinvergüenzo.

Se levantó la plata del primero y después pidió encima otro, el del 72, Amarilla. Sí, el primer crédito negoció Rivarola, pero recién llegó en Paraguay en el 72, cuando ya no era más presidente. Y ese mismo año pidieron el segundo crédito, que también se comió Jovellanos con su claque.

El negociador otra vez el don Terrero, que ya había robado bastante en el 72, pero le dieron luego la comisión de vuelta, ¡vaya a saber por qué! Además de los Baring y el Terrero, entraron otros más: la firma Robinson Fleming porque olían negocio. Para que alcance hicieron por 2.000.000 el crédito y otra vez por bonos; cuando les preguntaron de Asunción dijieron que ya estaban todos colocados los 2.000.000 en Londres. Todo el mundo contento. Pero después ocurre no sé qué, se les descubre. Comienzan a preguntar. Resulta que colocaron solamente £ 500.000...

Eso no alcanzaba para todos.

Entonces Jovellanos le manda en Londres a don Gregorio Benítez para que vea un poco lo que estaba pasando. (Benítez luego ya tenía experiencia; fue nuestro representante durante la guerra; él se fue en reemplazo de don Cándido Bareiro para Europa, le escribió al Mariscal que no se habían comprado las armas porque Bareiro transó, incluso que Bareiro dejó que se pierdan las armas al propósito, para favorecerle al   —53→   argentino). Benítez revisa un poco los papeles, ve que va a ser peor que el primer crédito: ¡los tipos ya nos andaban descontando adelantados del crédito hasta gastos de correo (£ 50.000) y deudas del Mariscal López por no sé cuántas libras más!... Atroz maquinación, le escribe a Jovellanos, vamos a demandarles por estafa. Así que les demanda, los tribunales ingleses le dan la razón al Paraguay, los tipos tienen que... Bueno, cuando todo se arreglaba, Benítez transa. ¡Dios sabrá! Transa y se firma un crédito quelembú: apenas si cien mil y pico libras llega en el puerto de Asunción (tenemos que pagarles, otra vez, un millón) donde Jovellanos se afilaba los dientes. Y para colmo está el negocio con los Baring: la inmigración que le dicen. Ellos nos tienen que mandar inmigrantes en total 3.000; se cobran £ 10 por cada uno. Pero los inmigrantes que nos mandan son vagos de lo último, malentretenidos arreados del arrabal de Londres, así que cuando llegan en el Paraguay les regalamos tierra y todo pero no quieren trabajar, se mueren unos, después tenemos que indemnizarle al resto para que no digan después como dijieron que el Paraguay es peligroso para la inmigración (carteles en los puertos de Inglaterra), eso nos perjudicaba demasiado...

Cuando cayó Jovellanos, ya era demasiado tarde.

Los muchachos querían saber dónde estaban las libras, por eso le agarraron a Benítez. Él se escondió en la legación brasilera, pero el ministro le entregó a Gill. Gill le metió en la comesería, allí le cuestionaron como en los viejos tiempos, le sacaron unas cuantas libras que tenía en su cuenta en Europa, pero lo más ya se había perdido y no había caso; tenemos que seguir pagando... Todavía no pagamos ese crédito de Londres, Amarilla. Vamos a tardar 50 años en seguir pagando14. En tiempos de Gill nos quisimos hacer los burros (1875), los bonos bajaron al 7% del valor nominal que le dicen, eso nos perjudicó demasiado. Porque sin ese crédito arreglado no nos daban otro. Cierto que también trampearon los ingleses, no solamente nosotros, incluso formaron una comisión en Inglaterra para investigar el negociado de los Baring. Todo el mundo sabía que robaron, pero inglés es inglés: lo mismo nos pidieron que les paguen (trampeado y todo). No les pudimos y entonces nos cerraron todo el crédito, después de ese no conseguimos más. Por lo menos que yo recuerde. Por eso fue que a Decoud yo le dije: vaya a contentarles. Inglés luego no es como argentino o brasilero que nos reclamaron la indemnización, el gasto de la guerra pero al pedo: todavía no cobraron ni no van a cobrar...

Pero el gasto de guerra le cuento después. Tenemos tiempo. Ahora ponga no más éste que me regaló don Teodosio, parte de un libro que comenzó a escribir y le quiere poner Quebrantos del Paraguay... ¡Copie,   —54→   don Teodosio no se va a enojar, si me regaló, es para algo!

Aquí está:

Tan escandalosas dilapidaciones dieron lugar a dos revoluciones levantadas por el General Caballero, como jefe ostensible. La primera en 1873, fracasó, gracias al ejército brasilero. La segunda en los comienzos de 1874, triunfó, gracias a la neutralidad complaciente de la Legación del Brasil, entrando los revolucionarios a compartir el gobierno sobre la base de una conciliación (Pacto del 12 de febrero de 1874).

Enseguida le explico esa neutralidad complaciente que le llama Teodosio González.



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