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Volumen 8 - carta nº 537

De JUAN VALERA
LEGACIÓN DE ESPAÑA EN BRUSELAS
A   MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

10 octubre 1887

Mi muy querido amigo Menéndez: Con muchísimo contento he recibido la carta de Vd., del 3, así como el tomo II da La ciencia española, en la cual había mucho nuevo para mí. Todo lo he leído una y dos veces. También lo ha leído mi chico, aficionadísimo ya a todo género de lectura.

Me lleva mi condición a gustar de lo ingenioso y discreto, aunque sea flaco, y en este sentido me encantan las apasionadas cartas de Alejandro Pidal y su tomismo único, exclusivo y sempiterno .

Sobre las cartas de Vd. (¿por qué no he de hablar con toda franqueza?) tendría yo que hacer no pocos distingos y salvedades; pero en lo esencial, le sigo y creo que hace Vd. extraordinario servicio a España, desenterrando muchas de sus olvidadas glorias, evocando con amor su genio y reavivándole con el calor de su elocuencia.

En mi sentir, Vd. tiene razón en casi todo: pero en lo poco en que Vd. no la tiene, ni Salmerón, ni Echegaray, ni Perojo, ni Revilla la tienen tampoco, porque no la hallan o porque no saben hacerla valer. ¡Cómo los atortola Vd., los hunde y los mata! Mal parados quedan los infelices.

Usted entiende las cosas a media palabra. En carta escrita a escape, no es posible ser más explícito, y yo, aquí, voy con estilo figurado, por medio de símiles, a decir a Vd. algunos de mis reparos o dudas. Cuando tengo la fiebre entiendo que es, no causa, sino efecto, de grave mal interior: un síntoma. Esta fiebre acaso me da mejor color, más ardor, más vida; pero, al cabo, el mal que la produce me mata o me deja postrado y cacoquimio. La Inquisición y otras cosillas así fueron síntomas, fueron esa fiebre que nos excitó y movió a grandes cosas, pero que nos dejó como nos vemos.

En lo tocante a nuestros sabios y filósofos se me ocurren varias dudas. Convengo en que el éxito tiene, a mas del valer otras causas. ¿Sería Shakespeare tan glorioso si hubiera nacido en Portugal? ¿Si hubiera sido español sería Bacon tan celebrado? No, sin duda. Mucho deben ambos a las naves, colonias, dinero y pujanza que Inglaterra tiene hoy. Prescindiendo de la fascinación que les presta Inglaterra, ¿Calderón y Vives no valdrán más que ellos? ¿Por qué Gómez Pereira, que dijo mil cosas que Descartes no hizo sino repetir, no ha de valer por lo menos tanto como Descartes? Por todo esto, me inclino yo en favor de la tesis de Vd. y aún tal vez la exagero. Voy a decir ahora, en parábola, una razón que me hace retroceder y aún ponerme algo contra la tesis de Vd.

El judío Weil ha analizado, con erudición extraordinaria, el Sermón de la Montaña. Supongamos ahora, por un momento, que dicho Sermón es obra meramente humana. Supongamos también que las citas de Weil son fieles y exactísimas. No hay, pues, sustancia en dicho Sermón que no la haya dicho antes de Cristo algún rabino. Cristo no hizo sino repetir. Los rabinos habían inventado ya todo aquello, pero como casi nadie, o sólo algunos leprosos siguieron a los rabinos, y Cristo tuvo la buena fortuna de que lo más noble, lo más grande, lo más ilustre de la humanidad le siguiera y le sigue todavía, los rabinos se quedan tamañitos y Cristo es grande, es Dios y es todo. Sin duda que el éxito no fue ciego. No fue todo fortuna. Cristo lo dijo mejor, con más gracia, más a tiempo, con mayor oportunidad y formando de varias cosas que los rabinos habían dicho acá y allá, como atisbos desordenados, un conjunto armónico y perfecto que le valió el triunfo que tuvo. El ateo, el racionalista más resuelto, el hombre menos creyente, dirá lo que digo yo, después de leer el libro de Weil. ¿No recela Vd. que, con algunos visos de razón se pudiera decir algo semejante, después de leer algunas de nuestras defensas de la ciencia española? Entiéndase que estas objeciones, o mejor dicho estas dudas, me las propongo yo a mi mismo: no sólo a Vd. Quiero que llevemos adelante nuestro empeño de resucitar el genio español castizo; lo quiero con igual ardor que Vd., con el mismo enamorado patriotismo; pero seamos prudentes y no ponderemos demasiado, haciendo más difícil o tal vez imposible la victoria a fuerza de querer que sea completa.

Algo de esto, mejor medido y ponderado y mitigado, diré yo en los artículos que estoy escribiendo sobre la Historia de la civilización ibérica. Ya salió el 1 en la «Revista de España». Supongo que lo habrá Vd. leído, y lo deseo. Tanto disto de ir contra los propósitos de Vd. que, a veces, imagino que ambos, Vd. y yo, vamos montados en el mismo Pegaso y contentos y de acuerdo con la dirección que dicho Pegaso lleva, sólo que Vd. le da de la espuela y yo, por temor que se desboque y vaya más allá de la meta, le tiro de la rienda un poco.

¡Ojalá que, como tengo gana de ir con Vd. por los mismos caminos, tuviera yo su habilidad, su brío, su mocedad y su arte! Pero cada día me siento más incapaz, y más viejo, y más enfermo, y más melancólico.

Mi ansia de ir por ahí es mayor que nunca, con la esperanza de que el aire de la patria, el sol tan glorioso de ahí, la conversación y trato de los antiguos amigos, y hasta el puchero con chorizo y morcilla, y el arroz a la valenciana bien hecho, y otras cosas así, unas materiales y espirituales otras, me restauren un tanto o me paren en este bajón tan rápido que voy dando: en este horible menoscabo y vuelco.

Adiós. Soy su afmo.,

Juan Valera

 

BRAVO VILLASANTE, C. Biografía de D. Juan Valera, Barcelona, 1959. p. 273-275.