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Volumen 8 - carta nº 185

De JUAN VALERA
A   MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

Bruselas, 18 diciembre 1886

Mi querido amigo Menéndez: Escribo a Vd. hoy, sin carta suya a que contestar, para enviarle las señas del librero, dueño de la librería católica de que le he hablado. Yo no le podía decir que comprase libros que no conoce; pero sí le dije que se le enviarían algunos libros en comisión o como de muestra. Mi deseo de divulgar la literatura española en estas tierras, hoy extrañas, pero que nos fueron tan propias y donde nos tienen olvidados, me mueve a hacer esto. La verdad es que el olvido procede más de nuestra esterilidad en escribir, de nuestra chapucería en imprimir y de nuestra torpeza en dar salida a la mercancía, que de mala voluntad que aquí nos tengan.

Claro está que el movimiento intelectual católico no es aquí como en Francia; pero aquí no se encubre con el tumulto y ruido de otras actividades, como sucede en Francia; y aquí se advierte más.

La casa del Sr. Van der Broeck es un centro hasta editorial. Entiendo, pues, que es muy conveniente enviarle de ahí, a vistas, lo mejor que haya. No mucho; y lo más selecto.

Por ejemplo-de cada obra tres o cuatro ejemplares-, sus Heterodoxos de Vd., el libro del P. Mir contra Draper, algo del Padre Zeferino, algunas obras en latín, si no es muy macarrónico; para que no se burlen de nosotros y produzcamos mala impresión. En fin, Vd., que conoce todo, podrá elegir lo más a propósito, presentable y atractivo, y aconsejar al librero remitente lo que ha de enviar en un cajoncito con previo aviso al Sr. Van der Broeck de que se le envía a vistas, como muestras, a ver si pega, en comisión, en suma, a ver si aquí se aficionan. Yo no sé por qué se me ha metido en la cabeza que aquí se aficionarán y que si hacemos algo para darnos a conocer, tendrán salida nuestros libros. Ya otro librero ha vendido aquí bastantes míos, que Fe le ha enviado; pero yo creo que nadie es más a propósito que Van der Broeck para esta propaganda. Y no sólo de libros de asuntos religiosos, sino también de libros de Historia, serios, como la obra de Pidal sobre A. Pérez y las alteraciones de Aragón y algo de cosas de América, etc., etc.

¿Por qué esa dejadez de no enviar, además, catálogos, si los hay? Aquí se lee muchísimo y se compra mucho libro. Lo singular es que Van der Broeck está en relación con libreros españoles (católicos, supongo), y les envía libros de aquí para su venta ahí; pero a ninguno de estos libreros (de Madrid ni de Barcelona) se le ha ocurrido proponerle algo de ahí para ver si aquí se vende. Tan maravillosa es nuestra humildad, nuestra modestia y la creencia que nos amilana de que no valemos ya un pito.

Yo convengo en que no debemos presumir de mucho, pero tampoco debemos abatirnos tanto. Lo que nos perjudica son los elogios hiperbólicos y sin criterio que se hacen ahí a lo tonto y de lo bárbaro. Salen de esto chascos y desengaños que nos desacreditan. ¿Qué dirá un belga ilustrado y de juicio si lee, por ejemplo, fiado en los elogios que oye, las filosofías de Campoamor? ¿Qué dirá si cae en sus manos algún libro de Castelar y no le ve manotear y hablar, dando valer a su palabrería? Tales zanguangadas son las que nos dan mala fama. En fin, yo digo mi parecer. En hacer la prueba, que propongo, poco se pierde. Si el Sr. Van der Broeck no vende ninguno de los libros que vengan, los devolveré y en paz.

Adiós. Créame Vd. su afmo. amigo

J. Valera

 

Valera-Menéndez Pelayo, p . 332-334.