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Volumen 5 - carta nº 127

De JUAN VALERA
A   MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

Lisboa, 27 junio [ 1881 ]

Mi querido amigo D. n Marcelino: Recibí, días ha, su carta del 20. No he contestado antes á ella porque no sé como me las compongo que aquí no hago nada. Dicen que el clima de esta ciudad es enervante y quiero creer que lo es y que —no es la natural decadencia y postracion que traen los años lo que me tiene tan inútil y tan esteril. Cuando ni fuerzas tengo para escribir tina carta imagine Vd. si podré escribir notas é introducciones acerca de los místicos.

Haré, no obstante, un gran esfuerzo, á ver si en este verano cumplo por mi parte con mi deber y compromiso y allá para octubre damos á luz el tomo de los discursos con todos los aditamentos y perfíles que habíamos discurrido.

Desde luego, el retrato, la vera effígies de San Juan de la Cruz me hace muchísima gracia y debe ir en el tomo.

Confieso á Vd. con toda sinceridad, ya que Vd. mismo me habla del brindis famoso, que en un principio me chocó bastante, no por lo que Vd. dijo o pudo decir, sino porque me pareció inoportuno. Después he reflexionado, he visto que los otros se despotricaron en sentido contrario, y como yo soy tan amante de la libertad y de que cada cual se despotrique como se le antoje, casi disculpo á Vd. ya que en esto no puedo aplaudirle. Entiéndase ademas que yo, que soy muy admirador de las cosas del día, muy lleno del espíritu del siglo, poco piadoso y creyente, etc., etc., no puedo convenir en mil tonterías que hoy se proclaman ex cathedra, las cuales me atacan los nervios y contra las cuales soy capaz también de ponerme a defender la Inquisicion.

El éxito entra por mucho en todo, y el éxito no siempre depende de la virtud o de la habilidad de un individuo o de un pueblo, sino de un conjunto de casos, de un encadenamiento de circunstancias, trazado todo y prescrito por la Providencia ó nacido todo de leyes fatales, pero que ya sea fatal ó ya sea providencial, escapa a la previsión humana, y por eso lo llamamos suerte, fortuna, destino y acaso. De aquí que se hable de la ciega fortuna. La fortuna existe, sólo que no es ciega: somos ciegos los hombres, que no vemos la razon de los sucesos ni atinamos á preverlos. Ahora bien, yo digo que sí la fortuna hubiera hecho que España fuese hoy una nación más poderosa que Inglaterra, la Inquisicion pasaría por una gran cosa allá para su tiempo. Otras barbaridades históricas se aplauden historicamente. Lo que nunca sería lícito, lo que sería siempre monstruoso aplaudir, en el día, dado el grado de lucidez y elevacion a que ha llegado la conciencia humana, es la bondad en absoluto de la Inquisicion: lo que no se concibe, en mi sentir, sino como delirio, extravio, perversion ó extravagancia, en el día, es la negacion de la libertad religiosa ó del pensamiento en general. Traigamos esto, para hacerlo mas claro, a un terreno en que Vd. y yo estamos de acuerdo: al terreno literario. Imaginemos que España es en el día tan poderosa como Inglaterra y que Inglaterra está postrada y decaída como España, y comparemos a Lope y Shakespeare. Este ultimo será considerado como un bárbaro plagiario lleno de extravagancias y desatinos, insufrible por su mal gusto y su culteranismo, pesadísimo de leer y solo estimable por algunos aciertos en medio de tantos errores, por algunas perlas escondidas en el basurero de sus obras. En cambio, Lope pasaría por mil veces más ingenioso, más fecundo, más ameno, más elegante, menos disparatado y defectuoso, etc., etc. Shakespeare se quedaría tamañito al lado de Lope. Todo esto, hasta cierto punto, estaría bien. Lo insostenible sería el decir en absoluto que los graves defectos y lunares de aquellos poetas, propios tal vez é inevitables en su tiempo, son en todos los tiempos maravillosos primores y virtudes que conviene imitar. La aplicacion de esto á las cuestiones políticas y religiosas es clara y no tengo para qué hacerla.—mí lo que me carga, ya Vd. lo comprende y sabrá hacerlo extensivo, es el desaforado encomio de Shakespeare y el desden con que se mira á Lope.

Estos portugueses me parecen unos descastados, aborrecedores de su propia gente y desesosos de parecer ingleses: pero los ingleses hallan, en su vanidad, que de los portugueses á ellos hay mas grados en la escala de los seres que de los portugueses á los macacos.

Mucho se han enojado contra Vd. porque Vd. ha dicho que son españoles.

En efecto no lo son: quieren ser ingleses y no son mas que gallegos.

No divulgue Vd. con todo esta opinion mía porque estoy aquí de Ministro de España, y no es diplomático decir tales verdades.—Adiós. Soy de Vd. afmo. amigo

J . Valera

 

Valera - Menéndez Pelayo, p. 86-88.