Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

Volumen 14 - carta nº 626

De JUAN VALERA [1]
A   MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

Madrid, 6 julio 1898

Mi querido amigo Menéndez: Acabo de recibir su grata carta del 5 y me apresuro a contestar a ella punto por punto, aunque estoy de pésimo humor a causa de nuestros grandes infortunios, y más que nunca molestado por mis corporales dolencias. Me atormenta un incomodísimo catarro en los ojos y muy incesantes y agudos dolores reumáticos en las piernas, los cuales me tienen casi baldado.

Con muchísimo gusto daría yo mi voto al Sr. Cotarelo para el sillón académico, vacante por muerte de Tamayo, pero un compromiso previo no lo consiente ya. He prometido, si no votar a Emilio Ferrari, ya que en último resultado tendré que seguir a la mayoría, hacer cuanto esté a mi alcance por que la mayoría se declare en favor de dicho candidato. Me parece que Vd. mismo ha de hallar que Ferrari merece ser de la Academia. A pesar de cuanto Clarín haya dicho en contra de Ferrari, es uno de los pocos elegantes y discretos poetas líricos que tenemos hoy. Por otra parte, yo temo que pronto habrá ocasión, aun llenando con Ferrari la vacante de Tamayo, de que también demos asiento a Cotarelo entre los inmortales. Lo menos ocho o nueve de éstos estamos tan inválidos y tan achacosos, que el día menos pensado pasaremos a mejor vida, y entonces Cotarelo podrá ser también académico de número. Yo, desde este momento, me complazco en asegurar a Vd. y en prometerle que puede contar conmigo para la elección de Cotarelo en la primera vacante que haya en lo sucesivo, con tal de que no sea la mía.

Es de tan patente justicia el nombramiento de usted para Director de la Biblioteca Nacional, que yo le consideraba indefectible. Tiene Vd., sin la menor lisonja, a una distancia infinita a todos sus rivales; pero al ver yo lo que tarda en salir el nombramiento de Vd., y al leer lo que Vd. me cuenta en su carta, empiezo a temer que el Gobierno quiera estar tan poco acertado en letras como en armas y acabe por hacer Director a Rada, a Flores Calderón o a Perico el de los palotes. Poco o nada puedo yo. ¿Qué caso ha de hacer este Gobierno a un pobre viejo medio ciego y medio tullido? Hablaré, no obstante, en favor de Vd. a los ministros que vea, empezando por el Sr. Groizard, que es mi vecino. Casi siento tentaciones, aunque tengo poca o ninguna amistad con Gamazo, de escribirle una carta excitándole a que se decida prontito a nombrar a Vd. para el mencionado puesto. Supongo que no pocas personas de mayor influjo e importancia que yo, le habrán hablado o escrito en este sentido, pero muchos amenes llegan al cielo, y así no será presunción sobrada de mi parte si pongo también mi amén en la balanza.

Pasmo y envidia me causan el fecundo reposo y la activa serenidad con que prosigue Vd. sus tareas literarias en medio de tantos males como nos afligen. Aunque yo no pulso el plectro desde hace años digo con Moratín:

¿Quién pudo en tanto horror pulsar el plectro?,

y no sólo no pulso el plectro sino que nada escribo o dicto en vil prosa ni se me ocurren frases e ideas para llenar una sola cuartilla desde hace cuatro o cinco meses. Mis novelas empezadas siguen vergonzosamente ocultas en un cajón sin el menor incremento. Y cuentecillos o novelas cortas, que quisiera yo componer, tampoco acuden a mi fantasía. A veces recelo que las dos novelas empezadas quedarán empezadas, y que Vd., de acuerdo con mi hijo Luis, publicará algunos fragmentos de ellas, si no le parecen muy malos y como obras póstumas.

Perdone Vd. que esté yo algo fúnebre en esta carta, contra mi carácter habitual, que suele ser alegre. Tengo encima tantos alifafes, que no debe extrañarse y debe perdonárseme este gori-gori profético que me entono. ¿Quién sabe? La vida de los enclenques y valetudinarios es muy elástica. Acaso viva yo aún algunos años. No pronostico mi muerte, como hicieron varios santos varones; pero lo que me inclino a pronosticar, y esto es casi peor que morirse, es que la vida, corta o larga, que me queda por vivir, va a ser aburridísima, tristísima, inerte y estéril.

No sé qué otra cosa decir a Vd. que pueda interesarle. De política y de guerra sabrá cuanto hay que saber por los periódicos. Aquí temen unos y esperan otros que caiga pronto el Gabinete Sagasta. Se habla de un Ministerio Silvela-Martínez Campos y también de otro presidido por Polavieja.

Este último se me antoja a mí mejor, porque al cabo el único General que ha dado muestras de capacidad, que no se ha deslucido y que debe ser estimado y considerado por el pueblo y por el ejército, es el General Polavieja.

En fin, venga éste o venga el héroe de Sagunto y hágase pronto la paz, ya que somos tan torpes para la guerra. Lo que importa es que la paz sea paz y que no tengamos, como epílogo de este drama lastimoso, motines, pronunciamientos y guerras civiles de carlistas y republicanos.

De Vd. afectísimo y constante amigo

Juan Valera

 

Valera - Menéndez Pelayo , p. 537-539.

[1] Sólo la firma es de letra de Valera.