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Volumen 7 - carta nº 281

De JUAN VALERA
A   MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

Washington, 15 julio 1885

Mi queridísimo amigo Marcelino: Acabo de recibir su cariñosa carta dándome el pésame, y me apresuro a contestar enviándole mil encarecidas gracias con las más vivas expresiones del grande e inalterable afecto que a Vd. me une.

Vd. sabe que en mí, por condición natural, por regla de conducta y hasta por ley que me parece de buen gusto, hay mayor proporción á disimular penas que á hacer gala de ellas y á ponderarlas para infundir piedad ó para pasar por sensible y tierno.

Así, pues, no quiero añadir ya nada más sobre lo que habré dicho en otras cartas sobre la muerte de Carlitos. Diré solo que recuerdo ahora, y me finjo y represento con claridad en la imaginación, todos los rasgos del bondadoso corazón de mi hijo, las muestras de cariño que nos daba, su modestia cuando se juzgaba inferior á su hermano, las lágrimas y los apuros suyos cuando se figuraba que no podía complacerme aprendiendo bien una lección por falta de memoria ó por cortedad de entendimiento, lo cual era mala ilusión suya, y recuerdo también su alegría y su contento ante todo y la confianza de amor con que entraba en la vida y su destreza en todo ejercicio corporal, y veo, además, como presentes, la lozanía de su mocedad, y el bozo que le apuntaba, y los ojos tan hermosos y tan dulces, y todo esto me hace llorar y pensar con honda amargura en que lo perdí para siempre.

En fin, estas tristezas y el calor y la soledad de Wáshington han alterado algo mi salud. No en balde, además, tengo ya sesenta años cumplidos.

Días ha habido, y noches sobre todo, porque las noches son crueles, y tengo terror al pensar en las largas del invierno, que pronto llegarán, si vivo, noches ha habido en que yo no me he creído muy lejos de hacer pronto también el inevitable viaje en busca del hijo mío; pero tengo mucha correa y fuerza vital, y es posible que viva yo más que Matusalem. De todos modos quiero que mi vida sea mas seria en adelante. Quiero escribir, y no llevarme por allá lo que creo, á veces, que tengo allá en los oscuros aposentos de mi cerebro, informe aun y confuso.

En esta disposición de ánimo, molestándome algo para vencer mi desidia, con fiebre y tragando quinina, escribí la Carta-introducción que ya envié a Vd. No sé si vale algo ó nada; pero lo esencial de mis escritos, aquello en que consiste, ya su encanto si le tiene, ya sus faltas, está allí en grado eminente. Yo no digo jamás lo que quiero decir, sino lo que algo que no soy yo del todo, ni depende de mi voluntad, resuelve que yo diga. Así es que todo escrito mío parece un examen de conciencia ó más bien una confesión arrancada como por fuerza y no hecha con deliberado propósito.

En fin, escriba Vd. esas notas eruditas y amenas y á ver si el tomo sale á luz en octubre ó noviembre.

Escríbame también y déme noticias suyas y de los amigos.

Muchas ganas tengo de volver á España, pero una familia es cara cuando vive como la mía. ¿Y con qué recursos cuento yo si vuelvo? A Vd. se lo digo todo con la mayor intimidad.

A pesar de que algunas personas me han tomado aquí cariño, esta gente me parece mal en general. Cada día me afirmo más en mi rara opinión (llámelo usted sentir irracional si quiere) de que los españoles somos menos rudos, zafios y groseros que los otros pueblos cuando no estamos educados, y, cuando lo estamos, tenemos siempre más sentido común y no caemos en tantas extravagancias y locuras y depravaciones como la gente culta de otros países y castas.

Yo estoy curado de espantos desde hace años; pero me espanto de los extravíos, rarezas, locuras y delitos de por aquí. Los bárbaros cuando se civilizan por casualidad, enloquecen y se corrompen más que el que lleva siglos de civilización.

En fin, no quiero decir en pocas palabras lo que sólo se explicaría diciendo muchas, dado que tenga explicación y no sea ensueño mío.

Créame su afmo. y buen amigo

Juan Valera

 

Valera-Menéndez Pelayo, p. 219-221