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Carta de Manuel Ugarte a Floro Ugarte. Niza, 23 de enero de 1933

Manuel Ugarte





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Niza, 23 de enero de 1933

Recibo tu carta del 24 de diciembre y correspondo con el mayor afecto a los votos de felicidad, deseando para ti y para los tuyos un año de salud y prosperidades.

Con todo cariño y sin que te me ofendas, te diré que no pude dejar de sonreír al ver la credulidad con que aceptas que allá no hay hostilidad contra mí y que el Gobierno sólo tiene la inquietud (nueva entre nosotros) de ajustarse a la ley. Has de saber, mi buen hermano, que mientras en toda la América Latina y en Europa me llaman, en libros y artículos, el escritor más grande del Continente, el único que ha alcanzado renombre universal, etc., en mi tierra me excluyen hasta de las antologías. Subvencionada por organismos de allá se abrió en París hace poco una «librería argentina» de la cual están desterrados mis libros. Hasta los franceses protestaron. Cuando Georges Lafond, que dirigía la revista L'Argentine (de la Cámara de Comercio Argentina de París) publicó un artículo encomiástico sobre mí, lo exoneraron de la dirección y quedó suprimida la revista. Los diarios de Buenos Aires, tan pródigos para corear lo que hacen los turistas que pasean su vanidad por Europa, no dan cuenta nunca de los artículos que aparecen en la prensa europea sobre mí. Y esto no data de hoy. Cuando fui a México en 1918, invitado por el gobierno de aquella república, el ministro argentino, Dr. Malbrán, hizo saber oficialmente al General Carranza que si después de darse cuenta del error cometido al hacer esa invitación quería expulsarme del territorio, la Argentina no presentaría la menor reclamación. Cito al azar, entre centenares de casos que confirman la campaña en contra. ¿Por qué estaría yo fuera del país a ser de otro modo? Han querido liquidarme con una confabulación infame y mi única defensa consiste en ser grande afuera, en regalarles después de mi muerte un nombre del cual se puedan enorgullecer los mismos que me combatieron. Pero conste que en el extranjero nunca me quejé de mi país. Hasta dejé de defenderme para no parecer ir contra él. Sin embargo, la injusticia salta a los ojos y una reacción espontánea se opera en todas partes. No hace mucho vino a verme un señor para mí desconocido y me dijo: «Soy Ministro de Colombia en Holanda, tenía un libro de Ud. sobre mi mesa de trabajo, un día que mi colega entró al despacho exclamó por qué lee Ud. semejantes necedades?, esto me hizo simpatizar con Ud. y he querido conocerlo». En lo que va del año he recibido tres artículos publicados en diarios de América en los cuales se hace referencia a la injusticia que comete conmigo la Argentina. Ese mismo gesto que me comunicas de archivar el pedido que iba firmado por los más altos prestigios de la literatura hispanoamericana tiene que producir una impresión deplorable. No basta que los grandes diarios de Buenos Aires hagan la conspiración del silencio y que el gobierno se encoja de hombros. Hay una opinión afuera. Por mí no me quejo. Me están erigiendo en víctima y dándome galones. Porque así fue siempre. Pero el país se pone en ridículo. Esto es lo que, según parece, no se ve desde allá.

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Desde hace quince años, como hay tres premios, han pasado 45 escritores, algunos de los cuales son absolutamente anónimos, y es casi un diploma por omisión el que me están dando. A nadie le harán creer, ni aún en la Argentina, que yo no merezco ni el 46 lugar.

Hasta se hacen chistes. Darán los premios por orden alfabético, me dijo uno. La misma absurda exigencia de que los libros sean editados en el país, muestra que no distinguen entre los autores que hacen imprimir por su cuenta y alcanzan una circulación urbana y los que corren el mundo dentro de las grandes bibliotecas universales cobrando derechos de autor. Exigir que los libros sean editados en Buenos Aires equivale a excluir automáticamente a cuantos alcanzaron notoriedad, porque a ningún autor que tenga realmente un público en América y en España se le va a ocurrir sacar dinero del bolsillo para circular en petit comité alrededor de la calle Florida. Ya sé que me vas a tachar de vanidoso, pero los escritores de América que circulan conjuntamente con los grandes escritores de España son: José Vasconcelos, Francisco García Calderón, Rufino Blanco Fombona, Alfonso Reyes, Gabriela Mistral, y yo, único argentino entre los vivos. Entre los muertos: Amado Nervo, Rubén Darío, Gómez Carrillo, José Ingenieros y José Enrique Rodó. Todo lo demás es favoritismo local, telón pintado de teatro de aldea.

A la irritación que esta situación provoca dentro del movedizo terreno literario se une algo más grave y decisivo: la campaña contra el imperialismo yanqui. La he continuado contra viento y marea durante treinta años y me he ganado con ella el odio de los que prosperan a la sombra del conquistador -diarios y gobiernos. He sido el individuo molesto que interrumpe las digestiones, defendiendo- mientras tantos persiguen pequeños intereses individuales o políticos -los intereses superiores de la nacionalidad dentro del Continente. Y como nuestra diplomacia- es la verdad estricta, aunque nos duela -está supeditada al imperialismo yanqui en unos casos y en otros al imperialismo inglés-, han querido hundirme a cualquier precio. No hay que dejar que levante cabeza el agitador. Aunque te hayan dicho lo contrario, mi prédica ha tenido y tiene acción sobre la juventud. Hay libros que corren impresos sobre el creador de la nueva América. (Vanidad, dirás otra vez, pero yo no tengo la culpa, el autor del libro a que me refiero ha sido el ministro de Instrucción Pública en el Ecuador y se llama Benjamín Carrión). En todo caso, sabes que desde México hasta el extremo sur viajé gritando: hay que salvar la autonomía. Con menos posibilidades de movilidad y de acción que antes, la campaña sigue hasta ahora. Los acontecimientos me dan razón, más rápidamente de lo que calculé. No me lo perdonan los que se equivocaron o delinquieron. Alrededor del terco irreductible se hace el vacío oficial. Nunca podré ser nada en mi país, como consta en la carta que me escribió uno de nuestros Ministros de Relaciones Exteriores y que va en mis Memorias. (A propósito de estas Memorias ya te escribiré largo uno de estos días para consultarte lo que digo de nuestro padre, porque eso sólo lo podemos hacer en pleno acuerdo). Más humillante que la actitud de los gobiernos ha sido para el país el expediente de pretender desacreditarme   —f.3→   para justificarla. Todo esto, desde luego, es para ti, porque es bueno que sepas estas cosas y aprovecho para decírtelas la oportunidad del premio, del cual, entre paréntesis, nunca me hubiera acordado si no necesitase dinero.

Por lo demás, todo lo que me escribes está muy bien y vamos a hacer, con tu ayuda la experiencia hasta el fin. Desde el mes de diciembre está en manos de un Editor de Madrid mi libro El dolor de escribir, que saldrá, creo, en marzo. Lleva fecha de 1932. Te mandaré los seis ejemplares, tratando de ajustarme de la mejor manera al reglamento. Mi libreta de enrolamiento está rotulada: M. 591476 -1.ª División -Distrito Militar N.º 1 compl. -Clase 1875 y fue otorgada por el Consulado Argentino en Niza el 27 de marzo de 1927. En cuanto a García Velloso, le escribiré, según tu deseo, unas líneas.

Sólo en dos cosas no estoy de acuerdo:

1.ª El escritor que te cité como precedente no presentó ningún libro y obtuvo el premio a raíz de una petición firmada por escritores argentinos, sin que se ofuscase por ello la independencia del jurado. Basta consultar los diarios de la época.

2ª. Yo no he podido tratarte mal en ningún momento porque eso no puede nacer de mí y porque, además, sería injusto de mi parte, dada la buena voluntad con que te estás ocupando de este asunto.

Esperando buenas noticias y con los mejores recuerdos para todos, un fuerte abrazo de tu hermano,

Manuel Ugarte





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