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Volumen 8 - carta nº 543

De MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO
A   JUAN VALERA

Madrid, 17 octubre 1887

Mi querido amigo D. Juan: Grande ha sido mi satisfacción y contentamiento interior al leer las dos últimas cartas en que Vd. me habla de La Ciencia Española. Para Vd. y para otros pocos escribo (aunque sea rasgo de vanidad el confesarlo), y el que Vd. me lea con sentimientos benévolos es para mí suficiente premio, aun descontando la parte de la amistad, de que me ha dado Vd. tan relevantes pruebas.

Estoy deseando ver a Vd. por acá, y creo que le vendría muy bien una estancia de dos o tres meses en Madrid, para que deseche Vd. enteramente las tristezas y murrias que le aquejan. Dígame Vd. cuándo viene.

Nuestro amigo Laverde está de Catedrático en la Universidad de Santiago, y tiene mala salud el pobre. Agradecería muchísimo el que Vd. le escriba, como yo lo hago frecuentemente. Basta ponerle como dirección: Sr. D. G. L., Catedrático de Literatura en la Universidad de Santiago.

He leído con singular fruición el primer artículo de Vd. sobre la Civilización Ibérica de Oliveira Martins. Todo me place en este artículo: el fondo y la forma; la protesta contra el absurdo regionalismo catalán (yo no creo que sea verdadero separatismo en la mente de muchos de los que le han engendrado y le van dando calor), y la concepción total y armónica de la vida peninsular o española. Hay mucho ingenio, mucha sagacidad y muy profundo sentimiento y penetración del espíritu de la raza.

Estoy esperando con impaciencia los dos o tres artículos que han de venir sobre la misma materia. He tenido mucha pena en ver que el último número de la Revista de España nada traía sobre el asunto.

El pensamiento de Vd. sobre fundación de una Revista con criterio español muy amplio, pero racional y sistemático, se me ha ocurrido muchas veces, pero no le creo fácilmente asequible, porque, entre nosotros, los editores que tienen dinero no tienen sentido común, y viceversa. Además, el público tampoco responde. La Revista Hispano Americana, que no era lo que pretendemos, pero que, al fin, era menos mala que la Revista de España, y, por lo menos, pagaba los artículos, murió al año o a los dos años, por falta de suscriptores. De todos modos, había que pensar en esto y reunir los elementos que indudablemente hay en España, pero que andan dispersos.

El Congreso Literario celebrado aquí ha sido una desdicha. Fuera de Julio Simón, no ha venido ningún literato de alta fama. A los malos o medianos que han venido se les ha obsequiado grandemente.

Remito a Vd. el discurso sobre Quintana, que no sé cómo se me quedó olvidado cuando envié a Vd. el segundo tomo de La Ciencia Española. Las observaciones de Vd. sobre las tesis de este libro son profundas e ingeniosas. Como fué polémica, quizá haya de mi parte alguna exageración de detalle, pero sigo creyendo que el fondo es verdad, y cada día voy encontrando cosas nuevas que, a mi entender, invalidan la mayor parte de las preocupaciones reinantes acerca de nuestra cultura. Para mí, nuestra gran fatalidad histórica consistió en haber coincidido nuestro siglo de oro con una época de transición científica, como lo fué el siglo XVI, y no con una época de orden y disciplina, como lo fué para Francia, y en parte para Inglaterra, el siglo siguiente. Algo de esta desgracia nuestra les alcanzó a los italianos, si bien éstos, a fuerza de traer a la memoria sus glorias antiguas y de no haber perdido nunca el espíritu de raza aun en sus períodos de mayor decadencia, han logrado imponerse y hacer que todo el mundo respete su historia.

En lo que toca a la Inquisición, yo creo, como Vd., que no fué causa, sino efecto. Y creo, además, que, históricamente considerada, tiene un lado antipático y repugnante, y otro lado, hasta cierto punto, simpático. El lado antipático y odioso es el fanatismo de sangre y de raza, que probablemnete debimos a los judíos, y que luego se volvió contra ellos de un modo horrible. Y el lado, hasta cierto punto simpático, es la resistencia del espíritu nacional (uno de cuyos elementos tos primordiales era el cristianismo católico) contra la Reforma y contra el espíritu heterodoxo del siglo XVI. Hubo en todo esto una fiebre, pero quizá no andaba muy descaminado nuestro Gómez Pereira cuando decía que la fiebre es un esfuerzo de la naturaleza para recobrar la salud. Ahora que el esfuerzo muchas veces resulta fallido, y postra y anonada todavía más la naturaleza enferma.

Venga ese segundo artículo de la Civilización Ibérica, y venga pronto Vd. mismo en persona a consolarnos de tan larga ausencia.

Es su mejor amigo

M. Menéndez y Pelayo

 

Valera-Menéndez Pelayo , p. 406-408.

SÁNCHEZ DE MUNIÁIN, J. M.ª: Antología de Menéndez Pelayo , p. 62, 242, 624 (fragmentos).