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ArribaAbajo Berganza y la moza ventanera

José Luis Álvarez Martínez


This paper is an interpretation of the text in the Coloquio de los perros where Berganza heeds the flattery of an «extremely beautiful girl» whom the dog approaches «as if to see what she wanted» (to seize the meat he was carrying). The text is permeated with eroticism. Berganza approaches «as if to see», but his private reasons are less admissible. Hence the pun: «flesh [in the basket] has gone to flesh» [of erotic desire]. We explain the trick of the clog and interpret the cryptic message: «just a hair of the wolf, and that from its forehead».


Hay un texto, en los primeros momentos del «Coloquio de los perros», que no deja de tener su pizca de misterio. Cervantes nos cuenta en él cómo Nicolás el Romo, primer amo de Berganza, lo educa como perro de presa, apto tanto para arremeter a los toros y atraparlos por las orejas, como para ser un buen recadero, capaz de transportar un cestillo con carne hasta la casa de la amante de Nicolás sin permitir que nadie le arrebate su contenido por el camino.

Una madrugada, sin embargo, Berganza contraviene las instrucciones de su amo y permite que una moza «hermosa en extremo» se quede con la carne que llevaba en el cestillo. Oigamos cómo nos lo cuenta su protagonista: «y un día que, entre dos luces, iba yo diligente a llevar la porción, oí que me llamaban por mi nombre desde la ventana; alcé los ojos, y vi una moza hermosa en extremo; detúveme un poco, y ella bajó a la puerta de la calle y me tornó a llamar; lleguéme a ella, como si fuera a ver lo que me quería, que no fue otra cosa que quitarme lo que llevaba en la cesta, y ponerme en su lugar un chapín viejo. Entonces dije entre mí: 'la carne se ha ido a la carne'. Díjome la moza en habiéndome quitado la carne: 'Andad [G]avilán, o como os llamáis, y decid a Nicolás el Romo, vuestro amo, que no se fíe de los animales, y que del lobo un pelo, y ése de la espuerta'. Bien pudiera yo volver a quitar lo que me quitó; pero   —64→   no quise, por no poner mi boca jifera y sucia en aquellas manos limpias y blancas»102.

El texto no deja de ser misterioso, sobre todo si creemos que Berganza es un auténtico perro. Ante él no nos queda más remedio que formularnos una serie de preguntas: ¿Por qué Berganza, que ha sido educado para llevar la espuerta a la casa de la amiga de su amo, se deja engañar por el camino? ¿Por qué Berganza, que ha salido un águila en el de asir a un toro por las orejas, permite que un indefensa joven le sustraiga la carne de la espuerta?

La única hipótesis que, según mi entender, explica, plausiblemente el texto es la de que Berganza, en estos momentos, ha dejado de conducirse como un perro para iniciar un comportamiento humano. Veamos en el texto cervantino qué fundamentos hay para sustentar esta afirmación.

El que Berganza piense que la moza ventanera es «hermosa en extremo» llama la atención por dos razones. Por una parte, tales valoraciones estéticas, referidas a la mujer parecen propias, más de un hombre que de un alano. En segundo lugar, el adjetivo hermosa está en grado superlativo, lo que indica que el perro de Nicolás está valorando la hermosura de la moza en relación a la de mujeres de menor belleza. La afirmación «hermosa en extremo» implica que, ya antes, el bello sexo no ha pasado inadvertido a la erótica mirada canina de Berganza.

Desde otro punto de vista, debemos señalar el hecho de que es la mujer hermosa quien, desde una ventana, llama la atención de Berganza, lo cual permite al lector sospechar de la profesión de tal «dama». Son muy comunes los refranes de la época que motejan a tales mujeres de prostitutas. Así el Maestro Correas103 recoge éstos: «Moza que se asoma a la ventana kada rrato, kiérese vende[r] barato». (559.a); «Moza ventanera, o puta o pedera». (559.a); «Muxer en ventana, o puta o enamorada. [La puta es komún, i haze a todos ventana; la enamorada es afizionada de uno i asómase a vezes por verle si pasa]». (563.a); «Muxer ventanera, uvas de karrera». (563.b), es decir, está al alcance de cualquiera.

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Sebastián de Horozco también recoge y glosa el refrán:


«Moza ventanera / puta y parlera
Ay otra señal muy cierta
de ser liviana la moça
estar puesta y descubierta
en la ventana o la puerta
y que con todos retoça.
Y lo que de ello se espera
es lo que dice el refrán
que la moça ventanera
a de ser puta y parlera
con quantos vienen y van»104.


Vemos, pues, una moza, de equívoca profesión, llamando a Berganza desde la ventana. Este alza los ojos y se queda admirado y en suspenso: «detúveme un poco». En un primer momento la moza ventanera y perro jifero se hallan en distinto plano; la mujer, en el plano superior porque es humana y está asomada a la ventana, mientras que Berganza está en el plano inferior: es perro y está en la calle.

En un segundo momento ambos niveles tienden a equipararse:

a) Por la acción de la mujer que desciende desde la ventana hasta la puerta, la cual ya está en el mismo plano en que se encuentra el perro: «Y ella bajó a la puerta de la calle y me tornó a llamar».

b) Por la actitud del propio Berganza que, actúa de una forma impropia de un perro: «lleguéme a ella como si fuera a ver lo que quería».

Berganza no se aproxima a ver lo que la mujer hermosa quiere. Esto es un pretexto. La expresión «como si fuera a ver» indica claramente que el motivo que el perro tiene para acercarse hasta la moza ventanera no es el de ver lo que quiere sino que hay otras razones que, en este momento debe disimular o prefiere ocultar.

En este texto de nuevo nos encontramos, con la oposición cervantina entre las apariencias y las realidades: Del mismo modo que las intenciones de la joven no son las que a primera vista podrían parecer tampoco Berganza se acerca por lo que en   —66→   principio podría esperarse de un perro, sino que, como hemos dicho más arriba, va por razones inconfesadas y quizá, inconfesables. Tal vez la explicación de todo este misterio la podamos intuir en lo que, años después, Barrionuevo nos va a transcribir en el «Aviso de 14 de noviembre de 1657»:

«Salí anteayer desesperado de casa, por no tener con qué poderlos sustentar, y pasando por la calle de esta mujer, me llamó desde una ventana, diciéndome allá dentro le había parecido bien, me ofreció un doblón de a cuatro si condescendía con ella y la despicaba, siendo esto por decirla yo era pobre. Era un escudo de oro el precio de cada ofensa a Dios. Gané tres, desmayando al cuarto de flaqueza y de hambre. Quísome quitar el doblón y no pudo, y a las voces llegó este alguacil que está presente, y tuvo mejores manos que ella para hacerlo»105.


La similitud de ambas situaciones es, en su planteamiento, tan asombrosa que la escena podría parecer tomada del «Coloquio de los perros», sin embargo, el desenlace es totalmente diferente.

Berganza, recordémoslo, se acercó «como si fuera a ver lo que quería», lo cual no era lo que él pensaba, dado «que no fue otra cosa que quitarme [¡a todo un perro de presa!] lo que llevaba en la cesta y ponerme en su lugar un chapín viejo» (304).

La moza ha utilizado sus encantos para atraer a Berganza y robarle la carne.

Lo que la prostituta pretendía, con su llamada, ha quedado en claro pero lo que buscaba Berganza sigue siendo inexplicable a no ser que se acepte nuestra hipótesis de que Berganza reacciona ante la llamada de la mujer como un hombre en lugar de como un perro.

Esta teoría, por otra parte, explica coherentemente la única respuesta que, en estos momentos, se le ocurre a Berganza: «Entonces dije para mí: la carne se ha ido a la carne» (304).

Berganza juega con la polisemia del término carne, al igual que el anónimo autor lo hizo en la «noche 336» de Las mil y una   —67→   noches: «Los sabios dicen: 'Las delicias se encuentran en tres cosas: en comer carne, en cabalgar la carne y en meter la carne en la carne'»106.

Según José Luis Alonso Hernández, en el léxico marginal del Siglo de Oro, la palabra carne «se refiere a la de la prostituta y a la prostitución misma o a sus actividades»107.

Por otra parte, en la literatura erótica del Siglo de Oro, tal palabra tiene un claro sentido sicalíptico:


«¿Si hay quien dé limosna a un pobre,
que, si no lo masca no lo come?
Señora, dadme un poquito
deso que tenéis guardado,
a un pobre que no ha almorzado,
no por falta de apetito,
que algún día me vi ahíto
de lo que hoy me tiene a diente,
de carne cruda y caliente,
que es propio manjar de hombre.
¿Si hay quien dé limosna a un pobre,
que si no lo masca, no come?»108


El juego de palabras es irónicamente claro: la carne de la espuerta se ha ido a la carne de la prostituta, aunándose así, el robo con la lujuria109, pecados ambos que se dan habitualmente en el Matadero de Sevilla.

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Recordemos que «todos cuantos en él trabajan, desde el menor al mayor, es gente ancha de conciencia, desalmada, sin temer al Rey ni a su justicia; los más, amancebados; son aves de rapiña carniceras; mantiénense ellos y sus amigas de lo que hurtan» (302).

Nos queda un pequeño detalle por precisar: Si la carne de la espuerta estaba destinada a la amante de Nicolás el Romo, prostituta también, Berganza podría haber dicho la frase «la carne se ha ido a la carne» en anteriores viajes ¿Por qué lo dice exclusivamente ahora? La respuesta está en que Berganza se refiere a su propia lascivia, no a la de su amo.

La lujuria es, por lo tanto, el móvil, inconfesable e inconfesado, que tiene Berganza para atender a la llamada de la prostituta y, consiguientemente, es también, la única causa del robo.

La joven ladrona, después de haber obtenido del perro lo que quería sustituye la carne por un chapín viejo y despide al frustrado Berganza sin más contemplaciones: «Andad, Gavilán, o como os llamáis, y decid a Nicolás el Romo, vuestro amo, que no se fíe de los animales y que del lobo un pelo, y ése, de la espuerta» (304).

Resulta revelador el contraste que existe entre la forma de dirigirse la moza al perro, al principio del episodio («oí que me llamaban por mi nombre») y al final de éste («Andad, Gavilán, o como os llamáis»).

Gavilán es el nombre que el protagonista del «Coloquio» tiene como perro del Matadero. La moza lo debía de conocer sobradamente; pero ahora, cuando termina el episodio, ella se cuestiona el que éste sea su verdadero nombre. ¿A qué se debe tal actitud?

Pudiera ocurrir que la astuta moza se hubiese percatado de lo anómalo del comportamiento de nuestro perro y que, por lo tanto, dudase de que la canina (simbolizada en el nombre Gavilán) fuera realmente la auténtica entidad de Berganza: Al vacilar en el nombre que éste tiene como perro, realmente está poniendo en tela de juicio, su esencia canina. Para la joven prostituta, Berganza no debe de ser perro porque no ha reaccionado como tal, sino como cualquiera de sus múltiples clientes.

Por otra parte, si la moza conocía a Nicolás el Romo y a su perro Gavilán, tendría que saber que aquél había acostumbrado   —69→   a sus perros, tanto «a que arremetiésemos a los toros y les hiciésemos presa de las orejas» (302) como a «llevar una espuerta en la boca y a defenderla de quien quitarmela quisiese». (304) A pesar de todo lo cual, en esta madrugada, hechizado por los femeninos encantos de la joven, se ha dejado robar la carne de la espuerta, sin oponer la más mínima resistencia: «Bien pudiera yo volver a quitar lo que me quitó; pero no quise, por no poner mi boca jifera y sucia en aquellas manos limpias y blancas». (305) Ésta es razón suficiente para que la daifa concluya que no se puede fiar de los animales porque no todos son lo que a primera vista parecen: «decid a Nicolás el Romo, vuestro amo, que no se fíe de los animales, y que de el lobo un pelo, y ése de la espuerta» (305).

En este final del episodio hay dos crípticos mensajes que conviene desentrañar: en primer lugar, lo que quiere decir el refrán modificado «Del lobo un pelo y ése de la espuerta» y, en segundo lugar, en qué consiste la broma del chapín, que tanto molesta a Nicolás.

Agustín G. de Amezúa, uno de los grandes especialistas de Cervantes, en general y del «Coloquio de los perros», en particular, dice en la nota 88 de su edición de la novela: «Otro juego caprichoso y burlesco con el refrán que raramente se lee o se dice completo: 'del lobo un pelo y ése de la frente' o 'de lobo un pelo, y ése del copete': que son las dos formas en que suele hallarse este adagio castellano»110. Efectivamente, el juego que se hace con el refrán es burlesco, pero, en absoluto podemos decir que sea caprichoso. Nada, en Cervantes, lo es.

La sentencia, en su forma íntegra, tiene un sentido claro, que, con palabras más elegantes que las mías, desarrolla Sebastián de Horozco en su Teatro universal de proverbios:


«Del lobo un pelo / y esse de la frente
   Si del hombre escaso y duro
no puedes mucho sacar
pues que lo mucho está obscuro
con lo poco que es seguro
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te deves de contentar
   Y si tuvieses recelo
acude muy prestamente
no se te vaya de buelo
pues dicen del lobo un pelo
y esse sea de la frente»


(pág. 190).                


El juego del adagio consiste en la sustitución de la palabra frente por espuerta de modo que el pelo de la frente del refrán, se transforma en el pelo de la espuerta, del texto, aludiendo, por lo tanto a la carne del cestillo que transporta Berganza.

El lobo posee una frente con escaso pelo, del mismo modo que Nicolás (otro lobo111) es el dueño de una espuerta, con una porción no demasiado grande de carne. En una primera lectura, si identificamos lobo con jifero, podemos comprender, fácilmente, que el mensaje podría estar dirigido al dueño del perro y que su sentido debiera de ser más o menos éste: Nicolás, eres un lobo (ladrón, en lenguaje de germanías) mezquino porque a mí no me haces llegar trozos de carne o, quizá, porque no quieres ser mi amante112 y me tienes abandonada... Ahora que me encuentro con la ocasión me aprovecho de ella aunque sea en poca medida.

Pero se puede hacer una segunda identificación de este tipo: lobo que tiene frente con pelo es similar a perro que tiene espuerta con carne. La posible identificación de lobo con perro se apoya, fundamentalmente, en tres argumentos. En primer lugar, hay un gran parecido entre ambos animales. En segundo lugar, en Berganza, frente y espuerta están contiguos, dado que ésta es transportada en la boca de aquél, lo cual pudo originar la traslación metonímica. Y, en tercer lugar, a quien la moza, realmente, le dice el refrán trastocado es a Berganza.

Ya hemos visto, más arriba, que Cervantes jugaba con la polisemia de la palabra carne en el texto. Recordemos que Berganza dice que «la carne (alimento) se ha ido a la carne» (apetito sexual). Para interpretar la variante del refrán que usa la moza, deberemos seguir tomando polisémicamente la palabra carne.

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En la literatura erótica del Siglo de Oro, la palabra lobo, lo mismo que la palabra carne, se utilizaban con un sentido erótico similar al que detectamos en el refrán de la prostituta:



«Antes me beséis
que me destoquéis,
que me tocó mi tía.
...

Antes, galán porfiado,
que destoquéis mi tocado,
tocad al lugar vedado
do se goza el alegría,
que me tocó mi tía.

En destocar no seáis bobo,
mas gozad del dulce robo,
que si va sin carne el lobo113,
haréis que de vos me ría.
Que me tocó mi tía».


(Poesía erótica, pág. 95).                


De igual modo, con este mismo sentido erótico, también se conserva una versión del cantarcillo que, más adelante Berganza oye a los pastores:



«Cata el lobo dó va, Juanilla,
cata el lobo dó va.

Cata el lobo, Juana,
que a tu hato un día
dicen que quería
mordelle la lana;
ponte en cobro, hermana,
que te morderá.
Cata el lobo dó va Juanilla,
cata el lobo dó va.

Es tan carnicero
que no hay quien le harte,
ni anochece en parte
sin ser agujero:
si sube al otero,
calársete ha.
Cata el lobo dó va, Juanilla,
cata el lobo dó va».


(Poesía erótica, pág. 68).                


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Con todos estos datos ya estamos capacitados para entender que lo que, realmente, la joven prostituta le está diciendo al perro es algo así como esto: «(me interesa) del lobo (de Berganza), un pelo (un poco de carne) y éste, de la espuerta (es decir; tu carne como alimento; en ningún caso, tu carne como deseo sexual)». O, dicho de otro modo: «mira, Berganza, no te hagas ilusiones conmigo pues lo único que me interesa de ti, es la carne que llevas en la espuerta».

Berganza, expoliado y chasqueado, retorna al Matadero con el chapín, en lugar de la carne: «me volví a mi amo sin la porción y con el chapín. Parecióle que volví presto, vio el chapín, imaginó la burla, sacó uno de cachas y tiróme una puñalada» (305).

¿En qué consiste la broma de la moza que tanto molesta a Nicolás el Romo? Para desentrañarlo deberemos acudir a los posibles significados ocultos que, para un español del S. XVII tenía la palabra chapín. Covarrubias define tal palabra como «calzado de mujer, con suela gruesa de corcho, de cuatro dedos o mas de alto, destinado a aumentar aparentemente la estatura»114. De aquí se deduce ya que existe un parecido externo entre un chapín, sobre todo si es de badana roja, y el trozo de carne transportado por Berganza. Este será el punto de arranque en el que se fundamenta el engaño de la daifa sevillana. Pero la solución al problema es un poco más compleja. El mismo Covarrubias añade otro dato que puede resultar de suma utilidad: relaciona el uso de los chapines con la mujer casada: «En muchas partes no ponen chapines a una muger hasta día que se casa y todas las donzellas andan en çapatillas» (432.a.28). Los chapines eran un calzado que las mujeres usaban para salir a la calle y que dejaban al entrar en casa: «Diome el manto y las chapines en llegando a casa, para que se las diese a la criada» (Juan de Luna: Segunda parte de Lazarillo, cap. 13, Rivad. T. 3, pág. 124) y, más adelante, cuando la justicia entra en una casa en la que se estaba celebrando una auténtica bacanal, todos huyen apresuradamente: «unos dejaban los herreruelos, los otros las espadas; ésta dejaba los chapines, aquélla el manto; de manera que todos desaparecieron, escondiéndose cada uno lo mejor que pudo» (pág. 124).

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Una de las sorprendidas en tal jolgorio, mujer de un sastre, huye a su casa, abandonando los arreos en el campo de batalla: «Fuime a casa de la sastresa [dice el Lazarillo]; hallé la casa revuelta, y al sastre su marido que la molía a palos, por haber venido sola sin manto ni chapines, corriendo por la calle con más de cien muchachos tras ella» (pág. 125).

El chapín, tenía una doble misión: En primer lugar impedir el contacto de las zapatillas, pantuflas u otros calzados femeninos con el suelo, evitando así que se mancharan con el barro y demás inmundicias que había en las calles de las ciudades españolas. A esto alude Quevedo, en los versos finales del soneto «A las sillas de mano, cuando acompañadas de muchos gentilhombres»:


«Una silla es pobreza de una boda
pues empeñada en oro y en vidrieras,
antes la honra que el chapín enloda»115.


La segunda finalidad de los chapines era conseguir que las mujeres pareciesen más altas. Esto fue motivo suficiente para que se satirizara su uso. De este modo, Quevedo, en el Romance titulado «Instrucción y documento para el Noviciado de la Corte» dice:


    «Altas mujeres verás,
pero son como colmenas:
la mitad huecas y corcho,
y lo demás miel y cera»


(pág. 898).                


Así los chapines simbolizan el engaño de las mujeres que, mediante los afeites y la indumentaria pretenden aparentar lo que no son:


    «Entre mentiras de corcho
y embelecos de vestidos
la mujer casi se queda
a las orillas en lío».


Lope de Vega clava también el aguijón de su sátira sobre la costumbre femenina de usar dicho calzado:

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   «Si los chapines le ves,
mira que no hay serafín
con tanto corcho en los pies.
-Fue discreción del primero,
que en los pies corcho les puso:
símbolo el más verdadero,
pues su edificio compuso
sobre cimiento ligero»116.


Desde otro punto de vista, este calzado, no solamente tiene la función de resguardar los pies de las damas de las inmundicias de la calle sino también de las miradas indiscretas de los viandantes.

Sin embargo, a veces, algunas mujeres descocadas, aprovechándose de que llueve o de que suben a un coche, los lucen, aunque esto no resulte demasiado honesto. Así Lope escribe:


    «Si hay lodos, fingen limpieza
y el chapín, no digo el pie
como en la tienda se ve,
bajos son, pero es bajeza»117.


Aunque las españolas de nuestro Siglo de Oro no tenían inconveniente en lucir generosamente los hombros y gran parte de los pechos, sí debían ocultar celosamente los pies. Esta costumbre convertía los pies de las damas en zonas altamente voluptuosas y, de aquí que, el calzado femenino estuviera, asimismo, fuertemente erotizado118. Quevedo, en el romance satírico titulado «Dama cortesana lamentándose de su pobreza y diciendo la causa», hace una relación de las zonas eróticas que ocultan las faldas:


«y levantando las faldas
que le han alzado otras veces,
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descubrió dos pies pequeños
horros de todo juanete;
piernas de buena persona
y proporcionado vientre,
y entre muslos torneados
el sepulcro del deleite»


(Quevedo, pág. 980).                


Mme. D'Aulnoy, en su Relación del viaje de España, comenta, hablando de la indumentaria femenina: «Estas faldas son tan largas por delante y por los lados, que arrastran siempre mucho, y jamás arrastran por detrás. Las llevan a flor de tierra; pero prefieren tropezar al andar, a fin de que no se pueda ver sus pies, que es la parte del cuerpo que oculta más cuidadosamente». Tan fuertemente erotizada debía estar tal parte del cuerpo femenino que, según ella, había una costumbre erótica que hoy día nos resulta asombrosa: «He oído decir que, después que una dama ha tenido con un caballero todas las complacencias posibles, enseñándole el pie es como le confiesa su ternura, siendo lo que se llama último favor»119.

Un siglo después, el dominico padre Labat recoge la misma costumbre: «Las mujeres que van a pie por las calles jamás se recogen sus faldas ni sus guardapiés por mucho barro que haya; es más decente recoger un pie de barro y de porquerías que dejar ver la punta del pie, porque una mujer que deja ver su pie a un hombre le declara por eso que está dispuesta a concederle los últimos favores. Por otra parte, los españoles tienen ciertas reglas de proporción con relación a los pies, que son tan ridículas que sería desagradable para mí el referirlas»120.

En nuestro Siglo de Oro, el chapín, lo mismo que otros calzados femeninos, tenían unas connotaciones eróticas que nos podrían pasar inadvertidas en la actualidad. Esto explica chistes y poesías satíricas del tipo de estos dos epigramas de Baltasar Alcázar que recoge Bartolomé José Gallardo en su Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos121:

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   «Hurtaron a Madalena
Sus chapines y jervillas,
Brama y hace maravillas
De su cuerpo con la pena.

   Mas dará por bien hurtados
las jervillas y chapines
dándoles un par de botines
de los que llaman cerrados».


(Gallardo, I, 95.)                


El carácter erótico que, en nuestro Siglo de Oro tenía la expresión 'dar botín cerrado' lo señala claramente el Maestro Correas quien, en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales, recoge: «Dar botín zerrado: hazer con muxer». (679.b).

La protagonista del segundo de los poemitas de Baltasar Alcázar es una tal Dorotea:


«Tus botines, Dorotea,
Tienen ya la flor gastada.
Dáselos a tu criada
Que ya lo merece y desea.
Dáselos de buena gana,
Que a ti no te ha de faltar,
Pues que los suelen dar
A pares cada semana».


(Gallardo, I, 95).                


La moza del «Coloquio», con la red barredera de su hermosura atrae hacia sí al incauto Berganza para robarle el contenido del cestillo y trocarle la carne por un chapín viejo, prenda femenina, usada, inservible y de fuerte carga erótica.

El perro piensa, para sí mismo, que la carne se ha ido a la carne; es decir, el trozo de carne de la espuerta ha caído en manos de una ninfa sevillana quien la ha sustituido por un objeto de carácter fetichista que, en primer lugar, se parece externamente a un trozo de carne y, en segundo lugar, alude simbólicamente a la otra carne, la de la lujuria (tanto del amo como del perro). Y así, si la carne se ha ido a la carne, como piensa Berganza, también la carne se ha quedado en el lugar de la carne como quiso indicar la moza sevillana en su simbólico mensaje. En conclusión, se puede afirmar que el chapín era un indumento femenino de claras connotaciones eróticas en la época y que, en la literatura satírica aparecía como símbolo del engaño femenino.

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Este chapín que le adjudican a Berganza es viejo y este hecho, lo mismo que el de no hallarse en uso, parece que está aludiendo metonímicamente a una antigua amante abandonada («moza ventanera o puta o pedera») de Nicolás el Romo que, por serlo, no solo conocería al matarife y a su perro, por sus respectivos nombres, sino que estaría al corriente, también, de los cotidianos viajes del can y de lo que contenía la espuerta que llevaba en la boca.

Nicolás el Romo considera que ha sido engañado por el perro. La pieza de carne no ha ido a parar a manos de la amante actual del jifero sino que ha quedado en manos de otra mujer. La burla, sin embargo, sobre todo, se refiere al chasqueado Berganza, al que, literalmente, la moza ventanera ha puesto en chapines, lo que, según explica el Diccionario de autoridades es: «Phrase con que en estilo familiar se explica elevar a uno a grado superior y a puesto y dignidad decorosa sin concurrir en él los méritos que le corresponden para ello».

Desde este punto de vista, entendemos otro de los aspectos del mensaje de la malintencionada moza: Berganza, por un momento, se ha autoelevado al grado humano y ha salido trasquilado. Se ha metido en camisa de once varas y, por ello, ha estado a punto de perder la vida. El error de comportarse como un hombre normal ha sido la causa, de la mofa de la moza y de la agresión de Nicolás. De ahora en adelante Berganza será un perro avisado.

Esto puede explicar el cuidado con que Berganza va a actuar, cuando más adelante sea el perro sabio, en el Hospital de Montilla o las precauciones que tomarán ambos perros la gozosa noche de su diálogo.