71
No es necesario creer con Américo Castro (p. 97) que Cervantes olvida estas palabras o cambia de parecer, pues Cenotia bien puede mentir.
72
«Volvió la Cenotia la cabeza, vio el mortal
golpe que había hecho la flecha, temió la segunda, y sin
aprovecharse de lo mucho que con su ciencia se prometía, llena de
confusión y de miedo, tropezando aquí y cayendo allí,
salió del aposento, con intención de vengarse del cruel y
desamorado mozo»
(II, 8, pp. 203-4).
73
En el Coloquio de los perros la pareja que maneja la Cañizares es bruja/hechicera.
74
Frente a la clasificación de Amezúa, Cenotia insinúa una relación con el demonio en las hechiceras (aunque, quizá, no consciente), pero sobre todo éstas son ignorantes, y admite que las magas pueden ejercer su poder para el bien o el mal, lo que Amezúa ha atribuido a las hechiceras.
75
Es interesante constatar que a pesar de la vinculación que establece la Camacha, en el proceso, con la hechicería morisca, y también con la cristiana, Cervantes en su novela no realiza ninguna indicación sobre moriscos o judíos, bien porque la hechicera de Montilla es cristiana vieja, como ella misma confiesa en el proceso, bien porque ya hay un episodio, posterior, que recoge las críticas comunes a los moriscos. En cualquier caso resulta significativo que el texto cervantino que se inspira en hechos reales olvide la conexión morisca. Sin duda hay que tener en cuenta que las intenciones de Cervantes son distintas en el Coloquio y en el Persiles. Álvaro Huerga, «El proceso inquisitorial contra la Camacha», en Cervantes, su obra y su mundo, pp. 453-62.
76
Su gran poder (oscurecer el día, «temblar la
tierra, pelear los vientos, alterarse el mar, encontrarse los montes, bramar
las fieras»
, p. 201) todo es palabrería para
acelerar el goce carnal. Sus métodos realmente ejercidos son de baja
calidad.
77
Cervantes alude a un procedimiento habitual (v.
Menéndez Pelayo, p. 255). Pedro Ciruelo habla de estas hechiceras en su
Reprouacion de las supersticiones y
hechizerias -introducción y edición de Alva V. Ebersole
(Valencia: Albatros Hispanófila, 1978), III, 5, «De los
aojamientos y de otros maleficios», pp. 94 y 96. Sus hechicerías
sirven, entre otras cosas: «para tollir o baldar a otro de algun
braço o pierna, y avn de todo vn lado o de todo el cuerpo: o para le
hazer caer en alguna grande enfermedad (...) Todos estos maleficios allende que
son pecados contra la charidad: que los hombres se deuen amar vnos a otros: son
contra la ley de natura: que dize: que no deue el hombre hazer contra su
proximo lo que no querria que el otro hiziesse contra el: son tambien pecados
de manifiestas supersticiones y obras diabolicas. Porque las cosas que estos
hazen no tienen virtud natural para causar aquellos daños en los
hombres: ni los hazen por virtud diuina: queda luego que los haze el diablo por
complazer a sus amigos y seruidores los nigromanticos y hechizeros. Haze el
demonio aquellos males trayendo inuisiblemente cosas ponçoñosas y
contrarias a la complexion de aquel a quien quiere dañar: que con solo
el olor o vapor dellas altera y corrompe los humores: y causa enfermedad en la
carne y en los neruios de tal manera que los sabios medicos apenas saben
conocer que mal es y como se ha de curar. Desta manera leemos que el diablo con
permision de Dios daño y llago inuisiblemente al santo Job en todo su
cuerpo (...) Y quando con estas hechizerias sanan los hombres, o las bestias:
es por secreta operacion del diablo que quita de alli las cosas
ponçoñosas con que le hizo adolecer»
. Véase
también Luis S. Granjel,
Aspectos médicos de la literatura
antisupersticiosa (...), especialmente pp. 7-20.
78
Pedro Antonio Iofren, comentarista de Pedro Ciruelo, recoge
en su clasificación a las «bruxas» «que hazen mal, y
le curan», como las dos hechiceras del
Persiles, aunque otras
«dañan y hazen mal, y no pueden sanar el mal que
causan»
(citamos por Luis S. Granjel, p. 31, n.75).
79
Una vez que Antonio cae enfermo Policarpo acude «a
su consejera Cenotia, y le rogó procurase algún remedio a la
enfermedad de Antonio, la cual por no conocerla los médicos, ellos no
sabían hallarle. Ella le dio buenas esperanzas (...)»
(II, 9, p. 206).
80
Incluso en este papel de consejera y «archivo de tus
secretos», como le dice a Policarpo, parece ejercer de hechicera, como
sugiere el narrador, jugando con los hechizos y los celos: «Estaba
escuchando Policarpo atentísimamente a la maliciosa Cenotia, que con
cada palabra que le decía le atravesaba como si fuera con agudos clavos
el corazón»
(II, 11, p. 220). En toda la historia
queda patente el poder verbal y elocuente de Cenotia sobre Policarpo. Cenotia
es primero hechicera y luego consejera política. En los dos casos se
trata de su persuasión, y también de su prestigio, pero el
narrador no se extiende en éste y subraya la mala influencia que ejerce
sobre el rey y el país.