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Para este topos de connotaciones eróticas y marco galante, puede verse David A. Kossoff, «El pie desnudo: Cervantes y Lope», en Homenaje a William M. Fichter (Madrid: Castalia, 1971), pp. 381-86. (N. del A.)

 

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Puede hallarse un ejemplo paradigmático del valor semántico y estructural de las lágrimas en El Abencerraje, donde las dos ocasiones en que aparece el llanto del protagonista desembocan en el relato de su historia, en las pruebas de generosidad de sus oyentes y en sendos giros en la acción. (N. del A.)

 

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Estas relaciones quedan apuntadas, con el trasfondo ariostesco, por Thomas R. Hart, Cervantes and Ariosto. Renewing Fiction (Princeton: Princeton University Press, 1989), p. 63. (N. del A.)

 

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Puede seguirse la trayectoria que trazan estos personajes por los relatos áureos en Antonio Rey Hazas, «Introducción a la novela del Siglo de Oro. I. (Formas de narrativa idealista)», Edad de Oro, 1 (1982), 65-105. Mucho más profusa resultaría la relación de sus conformaciones dramáticas. Los perfiles característicos del personaje cervantino quedan trazados por Francisco Márquez Villanueva en su capítulo «Amantes en Sierra Morena», de Personajes y temas del Quijote (Madrid: Taurus, 1975), pp. 15-76, donde amplia un trabajo anterior sobre Dorotea. (N. del A.)

 

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Ya señaló este parentesco Menéndez Pelayo, como recuerda en oportuna nota Francisco Rodríguez Marín en su citada edición del Quijote, II, 363. (N. del A.)

 

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En el marco de una retórica y una inventio narrativa familiar a la literatura caballeresca como género, Rodríguez Marín pudo identificar, en su edición citada, II, 355, entre los modelos más cercanos al discurso de Dorotea el capítulo 58 de Don Policisne de Boecia (Valladolid, 1602), en tanto que la expresión de Cardenio (p. 367) «en razón de la sinrazón que os hace», a través de su uso por el propio don Quijote (I, 1), nos remite a los reconocibles estilemas del prolífico y afamado Feliciano de Silva, autor del Florisel de Niquea. (N. del A.)

 

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El estudio de la onomástica, tan ajustadamente explotada por Cervantes en su obra, ha dado pingües frutos en manos de Augustin Redondo, quien recordaba con acierto la vigencia de la teoría platónica y luisiana del nombre al anotar uno de sus trabajos y mencionar otras páginas suyas. Véase Augustin Redondo, «Nuevas consideraciones sobre el episodio de Andrés en el Quijote (I, 4 y I, 31)», Nueva revista de filología hispánica, 38 (1990), 857-73. (N. del A.)

 

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Puede leerse en el Tesoro de Covarrubias en la entrada «Mico»: «Es una especie de mona, pero con cola y de facciones y talle más jarifo; y assí las damas gustan de tenerlos en sus estrados y aborrecen las monas. Ay muchas especies dellos, y algunos tan pequeños, que son menores que ardas... Sin duda el mico es más ligero y más inquieto que la mona; y por eso son de parecer algunos de averse dicho del verbo micare...» Si en Dorotea es de aplicación la acepción poética de micare, como personaje resplandeciente y centelleante, también le resulta apropiado el que el mismo lexicógrafo recoge para la etimología de «Mona»: «... El Brocense, mona a verbo graeco mimao, ab imitando ...La mona quiere hacer todo quanto vee al hombre, y por esta razón algunos que apetecen asemejarse a otros en algunas buenas acciones, no saliendo bien con la imitación, les llamamos monas destos tales...» Márquez Villanueva (Personajes y temas, p. 21) alude al significado burlesco de la expresión «dar el mico». Tampoco habría que olvidar que «mico» confluye en el habla germanesca con «zorro» y «lobo» para expresar metafóricamente la embriaguez, según recoge José Luis Alonso Hernández en El lenguaje de los maleantes españoles de los siglos XVI y XVII: la Germanía (Introducción al léxico del marginalismo) (Salamanca: Universidad de Salamanca, 1979), p. 197, y, con un ejemplo quevedesco, en Léxico del marginalismo del Siglo de Oro (Salamanca: Universidad de Salamanca, 1977), ni que estos dos últimos términos confluyen en juego de palabras en la presentación de la Condesa Trifaldi, en un sistema de alusiones a Lobuna y Zorruna en el que, por omisión, destaca el correlato Osuna, que es la patria de Dorotea. La vinculación de mona, loba y zorra en las referencias a la lujuria también ha sido puesta de relieve por Augustin Redondo, «De don Clavijo a Clavileño: Algunos aspectos de la tradición carnavalesca y cazurra en el Quijote (II, 38-41)», Edad de Oro, 3 (1984), 181-99, donde podemos apreciar otro elemento de relación entre Trifaldi y Micomicona, coincidentes también en el componente de travestismo y en la vinculación a la imagen del salvaje. Nótese, finalmente, que la presencia real de un mono en la novela está relacionada con la encarnación de Maese Pedro por Ginés de Pasamonte, uno de los personajes más proteicos y «disfrazados» de la nómina del Quijote. (N. del A.)

 

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Además de la versión original que pudo conocer en Italia, Cervantes disponía de la traducción de Francisco Garrido de Villena, Los tres libros de Mattheo Maria Boyardo, conde de Scandiano, llamados Orlando enamorado (Valencia, 1555), que no debía serle ajena y en la que pudo encontrar algún punto de coincidencia, como en las referencias a los problemas de maravilla y verosimilitud recogidas en las octavas introductorias que el traductor coloca al comienzo del Canto VIII del Libro I. Daniel Eisenberg incluye la traducción de Garrido de Villena en su reconstrucción de la biblioteca de Cervantes («La biblioteca de Cervantes», Studia in Honorem prof. Martín de Riquer, II [Barcelona: Quaderns Crema, 1987], 271-328). (N. del A.)

 

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El protagonismo de Angélica en el título de los poemas épicos de Barahona de Soto y Lope de Vega resulta sintomático del proceso de decantación del héroe francés a los campos del romancero, en los que don Quijote, por ejemplo, alimentaba sus quejas y sus imágenes al final de su primera salida. Su presencia puede seguirse en el estudio de Maxime Chevalier Los temas ariostescos en el romancero y la poesía española del Siglo de Oro (Madrid: Castalia, 1968). Para la posición de nuestro autor, véase la aproximación de Daniel Eisenberg, «El romance visto por Cervantes», Estudios cervantinos (Barcelona: Sirmio, 1991), pp. 57-82. (N. del A.)