Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

31

Entre las relaciones que se han hecho del episodio, pueden citarse las de James Fitzmaurice-Kelly, Narciso Alonso Cortés (Cervantes en Valladolid, p. 75-97) y Luis Astrana Marín (t. VI, p. 65-108).

 

32

Astrana Marín (t. V, p. 90) es quien ha dado a conocer el nombre de esta mujer, al parecer analfabeta, y que, lo mismo que cierta Ana Álvarez, había tenido, un año antes, «tratos ilícitos con embajadores persianos» (Vid., t. VI, p. 107, n. 2).

 

33

Estas obras se hicieron a finales del siglo XVI. Vid. Alonso Cortés, Cervantes en Valladolid, p. 54.

 

34

N. Alonso Cortés, Casos cervantinos tocantes a Valladolid, p. 136; Astrana Marín, t. V, p. 533-540.

 

35

«Salía del Hospital de la Resurrección, que está en Valladolid, fuera de la Puerta del Campo, un soldado...». (Novelas ejemplares, t. II, p. 281).

 

36

El título completo de esta novela reza como sigue: Novela y coloquio que pasó entre Cipión y Berganza, perros del hospital de la Resurrección, que está en la ciudad de Valladolid, fuera de la Puerta del Campo, a quien comúnmente llaman los perros de Mahudes (t. II, p. 299). Según me comunica amablemente el prof. Juan José Martín González, no se reseña ningún Hospital de la Pasión en el estudio de Leopoldo Cortejoso Villanueva, «Los hospitales de Valladolid en tiempos de Felipe III», Boletín de la Sociedad Española de Historia de la Medicina: 1958, p. 133. Es cierto, añade mi informador, que todas las cofradías atendían hospitales propios, por lo cual probablemente existió uno, modesto, de la Cofradía de la Pasión, situado junto a la sede de la Cofradía, en la actual calle de la Pasión. Pero la localización, en el proceso, del hospital así llamado excluye que pueda tratarse de este humilde e hipotético edificio, coincidiendo, en cambio, con la ubicación del Hospital de la Resurrección.

 

37

Para un examen crítico de los datos topográficos que nos proporcionan estos testigos, importa consultar Federico Wattenberg, Desarrollo del núcleo urbano de Valladolid desde su fundación hasta el fallecimiento de Felipe II, Valladolid: 1956.

 

38

Pinheiro da Veiga, Fastigiana..., in García Mercadal, t. II, p. 130b. Esta calificación encomiástica de la fuente de Argales debe relacionarse con la traída y distribución por la ciudad del agua procedente de los manantiales de Argales: un proyecto fomentado por Felipe II y realizado por Juan de Herrera, según acuerdo de 1587. «El agua llegó a Valladolid en 1603, y seguidamente hubo de procederse a la creación de fuentes, lavaderos y abrevaderos. Las fuentes tuvieron su papel arquitectónico y, por tanto, ejercieron su papel en el ornato» (J. J. Martín González, en VV. AA., Historia de Valladolid. IV, Valladolid en el siglo XVII, Valladolid: 1982, p. 128). Para mayor información, vid. C. Carricajo Carbajo, Las arcas reales vallisoletanas, Valladolid: 1984. Una de las dos canalizaciones que llevaban el agua a San Benito pasaba por la Puerta del Campo.

 

39

Este pilón, al parecer, formaba parte de las obras aludidas en la nota anterior. A Bartolomé Bennassar, Juan José Martín González y Arcadio Pardo, finos conocedores del Valladolid antiguo, agradezco su inestimable ayuda a la hora de identificar los edificios y lugares citados en el proceso.

 

40

Pinheiro da Veiga, p. 141 a-b. Nuestra Señora del Pozo, mencionada p. 535, era una de las capillas de San Lorenzo. El mismo Pinheiro refiere un incidente ocurrido en San Francisco entre un portugués amigo suyo y una tapada a la que se puso a cortejar con dichos galantes y que resultó ser la propia esposa del marqués de Falces, el caballero con quien había cenado Ezpeleta la noche en que fue herido. «Ella no los tomó a mal y se rió, por decírselos un portugués» (p. 141b). Por lo que se refiere a San Llorente, allí oyen misa, antes de ir a comer juntos, el alférez Campuzano y su amigo Peralta (p. 283). Recuérdese también lo que hizo Campuzano, tras haber sido abandonado por Doña Estefanía: «Fuíme a San Llorente, encomendéme a Nuestra Señora, sentéme en un escaño, y con la pesadumbre me tomó un sueño tan pesado, que no despertara tan presto si no me despertaran» (p. 290).