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Cervantes, sastre de la literatura universal

Andrés Cáceres Milnes


Universidad de Playa Ancha



El Prólogo de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra (1605), señala que esta novela no solo busca como fin deshacer la autoridad de los libros de caballería en el mundo y en el vulgo, sino también procura que la composición de la oración o período, es decir, el discurso en sentido retórico salga sonoro y festivo. Precisamente, la intención de estas páginas es rastrear cómo Cervantes concibe el discurso de la novela y examinar su modo de representación a lo largo de la historia fingida y verdadera. Pero, sin olvidar la imperiosa necesidad de tomar en cuenta al lector, como él mismo lo dice: «Procura que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla.». Vale decir, seis lectores en busca del hilo del Quijote, que es el portador de la teoría y práctica del discurso presente en el texto, y de Sancho, que es el portador de un «costal de refranes». Entonces, la poética de Cervantes tiene que ver con la preocupación por el objeto literario hecho discurso.

La idea que está detrás es que la percepción y organización del mundo representado se manifiesta por medio de los diversos usos que se le da al discurso como eco de un acto narrativo que plasma las regiones de la imaginación del Quijote. Y, muy especialmente, en el campo de la metáfora, si se percibe que el relato de las pláticas, conversaciones, comentarios y aventuras de los distintos actores involucrados en la novela, posee la siguiente imagen: hilo y tela, hilo y ovillo e hilo y tejido. Vale decir, el discurso como objeto de la poética cervantina adopta diversas formas de comunicación con el lector, pero todas ellas se encuentran entrelazadas con un sentido metafórico como fundamento que compone el discurso literario. Ya el canónigo de Toledo en sus pláticas con el cura reflexiona sobre la teoría y práctica de la literatura universal a propósito del beneficio o perjuicio de los libros de caballería en la república cristiana. Dice que «siendo esto hecho con apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención, que tire lo más que fuere posible a la verdad, sin duda compondrá una tela de varios y hermosos lizos tejida» (I, cap. XLVII, p. 492). El buen discurso se corresponde con el buen juicio en el plano de la épica en oposición a la escritura desatada de los libros de caballería, pero también la verdad narrativa se compone de hilos que discurren en el telar del discurso.

En síntesis, la historia del Quijote se puede hilar en tres tipos de discursos o tres segmentos discursivos: I) El discurso como acto de discurrir; II) El discurrir como acto de discernimiento; III) El hilo como metáfora del discurso en don Quijote.

I.- El discurso como acto de discurrir. El discurso está hecho de palabras e ideas que discurren a través del pensamiento, es decir, hay un movimiento y propósito de contar el transcurso de una empresa, de un camino, de una vida singular. El discurso como discurrir es un viaje. El relato recorre un espacio. Etimológicamente discurrir/discurso tiene un sentido espacial, se vincula con «correr». Así como se dice que «el río discurre por el cauce», Cervantes habla del discurso de la vida en el sentido de «trayectoria».

1) En el capítulo que se da fin a la historia de Marcela, don Quijote se encuentra explicando a uno de los caminantes -el pastor Vivaldo-, que iba al entierro de Grisóstomo, lo que era la profesión de caballero andante. Y, dice «...porque no hay duda sino que los caballeros andantes pasados pasaron mucha mala ventura en el discurso de su vida,...» (I, cap. XIII, p. 113). Vale decir, en el transcurso de la historia de su vida están las zonas imaginativas del mundo caballeresco que el Quijote quiere revivir.

2) También don Quijote señala «Y no se ha de entender por esto que han de dejar de encomendarse a Dios, que tiempo y lugar les queda para hacerlo en el discurso de la obra.» (I, cap. XIII, p. 113). En otras palabras, en el transcurso de la acción novelesca.

3) Cuando la doncella Marcela pone fin a su discurso con los caminantes, don Quijote, Ambrosio y el muerto Grisóstomo, surge el siguiente enunciado: «El cual determinó de ir a buscar a la pastora Marcela y ofrecerle todo lo que él podía en su servicio, mas no le avino como él pensaba, según se cuenta en el discurso de esta verdadera historia, dando aquí fin la segunda parte.» (I, cap. XIV, p. 129). El discurso como discurrir es movimiento y trayectoria. Por lo tanto, el arte de contar discurre espacialmente.

4) A propósito de la aventura de las ovejas y carneros, que don Quijote vio como el choque de dos ejércitos, se dice en un momento de la narración que «Don Quijote no se curaba de las piedras, antes, discurriendo a todas partes, decía: -¿Adónde estás, soberbio Alifanfarrón?...» (I, cap. XVIII, p. 161). Discurrir, es decir, correr el pensamiento en todas direcciones como un acto de transcurrir y viajar a través del tiempo de la historia novelesca es un punto que identifica la universalidad literaria del Quijote.

5) El encuentro de Sancho con el cura Pero Pérez y el barbero Nicolás en la venta del manteo. El escudero iba de regreso a casa para entregar una carta a Dulcinea, en la cual don Quijote le comunica que está en penitencia de amor en Sierra Morena. Pero, Sancho olvidó llevar la carta. Entonces, en la conversación que se produce con el criado, el cura y el barbero, el escudero intenta recordar la carta de la siguiente manera: «Así es -dijo Sancho-. Luego, si mal no me acuerdo, proseguía, si mal no me acuerdo: [...] y por aquí iba escurriendo, hasta que acababa en Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura.» (I, cap. XXVI, p. 254). El discurso como escurrir, discurrir, recorrer expresa la idea de desplazamiento a través de la reflexión y el pensamiento.

6) Este discurrir del discurso posee la imagen del transcurso temporal. Por ejemplo, en la misma plática de Sancho, el cura y el barbero a propósito de: a) encuentro en la venta del manteamiento; b) la fallida entrega de la carta de don Quijote a Dulcinea; c) la promesa a Sancho del gobierno de una ínsula o ser emperador o arzobispo, se da el siguiente comentario: «Y, así, le dijeron que rogase a Dios por la salud de su señor, que cosa contingente y muy agible era venir con el discurso del tiempo a ser emperador...» (I, cap. XXVI, p. 255). Discurso y discurrir comunican también la idea de una trayectoria en el tiempo, que no es otra cosa que la expresión del viaje y camino de una vida de promesas.

Otros enunciados narrativos que dan cuenta del discurso como un discurrir universal: a) «en todo el discurso del cuento de mi desdicha no le he nombrado» (I, cap. XXIX, p. 289); «y así es todo milagro y misterio el discurso de mi vida, como lo habéis notado» (I, cap. XXX, p. 305). Ambos ejemplos corresponden a la historia de Cardenio y Dorotea. Aquí hay dos expresiones -«discurso del cuento» y «discurso de mi vida»- que se pueden interpretar como transcurso, movimiento y trayectoria, es decir, discurrir el cuento y la historia de una desventura; b) «...,porque queremos ser testigos de las valerosas e inauditas hazañas que ha de hacer en el discurso de esta grande empresa que ha su cargo lleva» (I, cap. XXXVII, p. 388); «...quizá en el discurso de este camino habéis hallado otros no tan buenos acogimientos.» (I, cap. XXXVII, p. 389). Estos dos casos son extraídos del artificio del regreso a casa de don Quijote y de la historia del cautivo y Zoraida. El propósito del discurso es contar el transcurso de una empresa, de una aventura, es decir, el camino de una vida en particular. En este sentido, el discurso tiene la metáfora del discurrir a través del arte de contar una historia, que es el ovillo que se va deshilvanando a medida que la plática y conversación avanza en el tiempo y en las regiones de la imaginación. El lector debe seguir el hilo discursivo para comprender el tejido final del cuento y no perderse en el camino (hay una evocación del hilo de Ariadna). En consecuencia, el discurso como acto de discurrir tiene un destino: no salirse del camino, no desviarse de la ruta del relato. Precisamente, la novela del Quijote encarna esta poderosa metáfora: el relato es el camino; y el camino es el relato. Como dice un pasaje de la obra: «Y Sancho le respondió que era largo de contar, pero que él se lo contaría si acaso iban un mismo camino» (II, cap. LXXII, p. 1092 ).

II.- El discurrir como acto de discernimiento. Si discurrir es recorrer con el pensamiento, entonces, el discurso que organiza el mundo del Quijote hay que concebirlo como un acto de razonamiento. Así es como a lo largo de la historia aparecen enunciados que comunican la idea de discurso y reflexión. Ejemplos: a) «... no es justo ni acertado que se cumpla la voluntad de quien lo que ordena va fuera de todo razonable discurso» (I, cap. XIII, p. 118); b) «Y sin hacer más discursos echó mano a su espada y arremetió a los yangüeses» (I, cap. XV, p. 131). En estos dos casos (entierro de Grisóstomo e historia de los yangüeses) el discurso se identifica con el acto de razonar, que le confiere a la novela una característica: la composición del discurso novelesco está sustentada en el arte de la conversación. Sin embargo, el discurso en algunos pasajes discurre hacia el juicio discreto y el criterio en los actos: a) «...y maldecía entre sí su poca discreción y discurso» (I, cap. XLIII, p. 454); b) «sin tener advertencia a ningún buen discurso ni al arte y reglas por donde puedan guiarse y hacerse famoso en prosa» (I, cap. XLVIII, p. 493); c) «...puesto que por buen discurso bien se puede entender que hay poco de aquí al día.» (I, cap. XX, p. 176). En la burla de la ventera y Maritornes a don Quijote, en la plática del cura con el canónigo de Toledo y en la aventura de los mazos de batán el discurso discurre entre la poca inteligencia y entendimiento, pero también el consejo lógico, el buen juicio, el criterio razonable. Por otra parte, el buen discurso se corresponde con el adecuado discernimiento en el relato de nuevas consejas, cuentos e historias, como lo expresa el siguiente enunciado: «Dígote de verdad -respondió don Quijote- que tú has contado una de las más nuevas consejas, cuento o historia [...], aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen discurso» (I, cap. XX, p. 181). Ahora el buen discurso transcurre hacia otra característica de la novela: la composición del discurso novelesco se basa en la oralidad de los relatos intercalados, como se manifiesta en la historia del pastor Lope Ruiz y la pastora Torralba.

También en el Quijote de 1615 el buen y mal vivir del caballero andante se identifica con expresiones como «según buen criterio» (II, cap. I, p. 549), o sea, en buena lógica; «que a tiento y sin algún discurso» (II, cap. III, p. 571), es decir, a ciegas y sin ningún criterio. En consecuencia, discurso, discurrir, discernimiento son conceptos que transcurren en el tiempo y espacio de la narración de acuerdo a cómo el hilo del Quijote va deshilvanando el ovillo de la accidentada y artificiosa historia que parodia las novelas de caballería. Los ecos del Quijote resuenan en la literatura universal por medio de un Cervantes que tiene el oficio de sastre literario.

III.- El hilo como metáfora del discurso en don Quijote. La metáfora del hilo identifica el discurso del Quijote con el acto de discurrir. Esta imagen, especialmente viva en el Siglo de Oro, puede desplegarse como el «hilo de Ariadna», que conduce a un lugar y da la idea del camino. Pero, también admite otras líneas de acción:

El discurso es un hilo, y como tal, proviene de un ovillo, que se puede deshilvanar. Por ejemplo, a) don Quijote caminando por Sierra Morena, después de la aventura de la liberación de los galeotes, encuentra un «librillo de memoria» (agenda de notas), que contiene un poema, lo lee en voz alta y Sancho dice «-Por esa trova- [...]- no se puede saber nada, si ya no es que por ese hilo que está ahí se saque el ovillo de todo» (I, cap. XXIII, p. 214). El hilo del ovillo metaforiza el discurso del soneto. b) En la historia del loco y desdichado Caballero del Bosque o Caballero de la Sierra o el Roto de la Mala Figura, se encuentra el siguiente enunciado, que corresponde a la desgracia de Cardenio: «Si gustan, señores, que os diga en breves razones la inmensidad de mi desventura, [...] no interrumpiréis el hilo de mi triste historia» (I, cap. XXIV, p. 223). En el hilo de la historia se traza el ovillo discursivo del cuento. Vale decir, la lectura deshilvana la escritura a través del hilo y el ovillo, que es el cuento. c) Cuando Sancho recrimina a don Quijote por haber interrumpido la historia de Cardenio, el parlamento de Sancho es una retahíla de refranes, a lo que el amo le dice «¿Qué va de lo que tratamos a los refranes que enhilar?» (I, cap. XXV, p. 233). En otras palabras, hilar, enhilar, rememora la idea de discurrir y encaminarse a salir del laberinto (escritura del refrán) gracias al hilo de Ariadna (lectura del refrán). Ya en la penitencia de don Quijote, él alude a «la imitación del laberinto de Perseo» (I, cap. XXVI, p. 248), es decir, Teseo, el héroe griego que mató al Minotauro y salió del laberinto gracias al hilo que le dio Ariadna. En consecuencia, el discurso del relato (cuento o historia) requiere ser deshilado para comprenderlo a cabalidad: el ovillo de la escritura se deshilvana en la lectura comprensiva del discurso narrativo. En esta historia interrumpida de las desventuras amorosas de Cardenio, este dice que «añudemos el roto hilo de mi desdichada historia» (I, cap. XXVII, p. 264). Hilvanar el tejido del discurso es discurrir a través de la historia inconclusa. d) En la plática entre el cura y el canónigo de Toledo, este reflexiona sobre los fundamentos que componen el discurso literario, «Y siendo esto hecho con apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención, que tire lo más que fuere posible a la verdad, sin duda compondrá una tela de varios y hermosos lizos tejida» (I, cap. XLVII, p. 492). Lizo, cordón de hilo que lleva un mallón por el que pasa el hilo en la urdimbre del telar. Por de pronto, hilo y ovillo, hilo y telar discurren metafóricamente a través del tejido de cada cuento e historia que componen el discurso narrativo del Quijote y que tiene como fin estético enseñar y deleitar, entretener y admirar. En este sentido, el canónigo de Toledo expresa el fin metafórico del discurso: lizos y tejidos. e) También en la aventura con El Caballero del Bosque, don Quijote le dice a Sancho «No hay ninguno de los andantes que no lo sea -[...]-. Y escuchémosle, que por el hilo sacaremos el ovillo de sus pensamientos» (II, cap. XII, p. 635). El discurso discurre entre el hilo y el ovillo. Metáfora que representa la imagen de don Quijote: él sobrevive en la ficción de las novelas de caballería. Por eso, todo el texto es una ficción que tiene en la metáfora su razón de ser. Es lo que el narrador expresa como 'artificio', es decir, en el transcurso de la historia novelesca se va enhilando y deshilando una vida hecha de palabras y regiones de la imaginación, donde el lenguaje, el tiempo, los puntos de vistas, se multiplican y se entretejen como un hilo en el telar.

Sin embargo, la relación hilo y ovillo se puede alterar y enredarse. En un momento el narrador da cuenta del feliz tiempo en que don Quijote echó al mundo la andante caballería por medio de verdaderas y artificiosas historias, cuentos y episodios, «que en parte no son menos agradables y artificiosos y verdaderos que la misma historia; la cual prosiguiendo su rastrillado, torcido y aspado hilo» (I, cap. XXVIII, p. 274), o, en la penitencia de Sancho, cuando don Quijote dice «No más refranes, Sancho, por un solo Dios [...] Habla a lo llano, a lo liso, a lo no intricado» (II, cap. LXXI, p. 1088). Además, el hilo puede usarse para coser o para devanar, cuando Lotario respondió a Anselmo «que no pensaba más darle puntada en aquel negocio» (I, cap. XXXIII, p. 343), o sea, no pensaba pasar adelante en el asunto. El hilo sirve de soporte a objetos: «Con esto [Don Quijote] iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado» (I, cap. II, p. 36); «¡[...] y qué de necedades vas, Sancho, ensartando! ¿Qué va de lo que tratamos a los refranes que enhilas?» (I, cap. XXV, p. 233); «Este mi amo [...] cuando comienza a enhilar sentencias y a dar consejos» (II, cap. XXII, p. ). También el hilo sirve para anudar: «Aquí cesó la referida exclamación del autor, y pasó adelante, anudando el hilo de la historia» (II, cap. XVII, p. 675). El autor de esta verdadera historia exclama la valentía de don Quijote en la aventura de los leones. En el episodio del Quijote y la imprenta, el hilo sirve para formar tejidos, que metafóricamente deviene en telas y tapices: me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se ven las figuras, son llenas de hilos que las escurecen y no se ven con la lisura y tez de la haz» (II, cap. LXII, p. 1032), es decir, con la claridad y color del derecho. La universalidad del Quijote trasluce el eco de un Cervantes sastre.

La mayoría de las metáforas que componen el discurso como un discurrir el hilo en el ovillo y telar de cuentos e historias aparecen cargadas negativamente; por ejemplo, unir tristes historias de amor, enhilar refranes de dudosa claridad, anudar historias inconclusas, lo que parece ser un reflejo de la desvalorización del arte de hilar y tejer en el Siglo de Oro, pero que coexiste con la tradición de los moralistas que ven en el hilar un signo de laboriosidad femenina.

Tramar, urdir, tejer configuran el telar por donde discurre la narración del Quijote. Esta identificación del Quijote con la metáfora (el discurso es un viaje y camino, el discurrir del discurso es hilo y ovillo, las zonas de la imaginación se tejen con hilo y telar) pone la tarea en la persona del lector, que puede alzarse frente al autor y decir, como en el diálogo que hay entre el paje, Teresa Panza y Sanchica a propósito del gobierno de la ínsula Barataria y la carta del gobernador «-Léamela vuesa merced, señor gentilhombre -dice Teresa- porque, aunque yo sé hilar, no sé leer migaja»; a lo que el paje responde que «No hay para qué se llame a nadie, que yo no sé hilar, pero sé leer y la leeré» (II, cap. L, p. 931). Vale decir, el tejedor de historias posee la metáfora del hilar y leer. Este es el ejercicio de este trabajo, cada lector teje y rehace el camino a través de idas y venidas entre el hilo y el ovillo en un juego de realidad y fantasía. Estas suturas en las aventuras del hidalgo es un recurso que tira la tela de la invención por donde transcurre la imaginación de don Quijote.

La metáfora del camino y la del hilo convergen en el derrumbamiento de un mundo hecho de palabras. Todo el camino que realiza el protagonista se caracteriza porque las palabras se distancian de sus objetos. En resumidas cuentas, la pluralidad de lectores e interpretaciones posibles que caracteriza la ambigüedad de esta obra, sirve para que el lector melancólico y risueño se mueva a risa y comicidad, el simple no se enfade, y el discreto, grave y prudente se admiren de la invención de la novela, según lo expresa el Prólogo de la Primera Parte. Por último, una rica tela, que encierra la historia, el relato y la narración (los hechos, la enunciación verbal y el acto de contar), se entreteje a través de seis lectores: seis hilos diferentes que discurren a través de la novela, buscando seis formas de leer el hilo del Quijote. En síntesis, Cervantes es un sastre literario. En la imagen del hilo y el ovillo se teje la universalidad literaria del Quijote y la poética cervantina.





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